En bragas - ies jordi de sant jordi

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¡En bragas!
Cuando el pasado 5 de febrero la anacreóntica figura de Pepe Vila se enmarcó en la puerta del
Departamento y la sonrisa blanqueó cercada por su ebúrnea barba de azabache, me llené de la alegría
de los amigos que llevan mucho tiempo sin verse.
–¿No vas a escribir nada este año para la revista? –me dijo.
Sentí un escalofrío en la espalda. Había olvidado la promesa que le hiciera hace dos meses. ¡Me
había pillado en bragas!
–Lo siento, Pepe. Perdona mi olvido. No tengo nada preparado ni pensado, pero algo se me
ocurrirá, aunque sea breve. No podré hacerlo este fin de semana, porque los ejercicios me salen hasta
por las orejas, pero algo te entregaré en la semana próxima.
Y, en efecto, el lunes por la tarde me puse a revolver los papeles donde anoto los asuntos que se
me van ocurriendo y que no puedo escribir de manera inmediata. Son papeles de los tamaños más
variados, de las más distintas calidades. Agarrados por una pinza, único medio de tenerlos todos
juntos, los hay blancos, rojos, verdes, amarillos...; los hay lisos, doblados, arrugados, manchados, con
cenefa, con los bordes carcomidos, con los bordes quemados como si de añejos pergaminos se
tratara... Están escritos con lapicero, con bolígrafo, con pinturas y con ceras. Algunos tienen la letra
menuda y apretada, pero otros ofrecen letrángulas grandes y deformes, o mayúsculas, o garabatos
casi indescifrables. Las circunstancias y los lugares en que han sido garrapateados conviene
permanezcan en sigilosa y bien guardada reserva. Os ruego no me obliguéis a descubrir secretos e
interioridades que pondrían en entredicho mi fama de hombre serio, formal y hogareño.
Los había agrupado temáticamente en montoncitos y había seleccionado ya uno de ellos,
cuando un destello produjo una extraña sensación en mi cerebro. Había sido producido por el
recuerdo de un pensamiento que de modo fugaz había pasado por mi mente la tarde que hablé con
Pepe: “¡Me ha pillado en bragas!”. ¿Por qué había pensado “en bragas” y no en calzoncillos, si la
prenda interior que uso es el calzoncillo?
La lengua es un instrumento caprichoso de comunicación que se rige por impulsos y normas
distintos a los de la lógica y el sentido común, de modo que nos permite, por ejemplo, hablar del
“hombre rana”, de la “mujer cañón” o de la “niña prodigio” en un extraño y sorprendente maridaje
de formas masculinas y femeninas. Sin embargo, todo el capricho lingüístico no podría justificar que
me encontrara fuera de mis calzoncillos.
La lengua es, al mismo tiempo, un depósito de términos y giros que proceden de actitudes
mentales y sociales. Refleja no sólo nuestras ideas, usos y costumbres, sino también las de
generaciones anteriores. Y es aquí donde encuentro la explicación a “mis bragas”.
Nuestros antepasados y nosotros mismos hemos creado una sociedad eminentemente
patriarcal, plagada de ideas acerca de la superioridad masculina. El patriarcado social genera sin
duda manifestaciones de patriarcado lingüístico, al menos desde el punto de vista léxico. Sin duda
alguna, el tópico ejemplo que suele aducirse es irrebatible: “cojonudo” posee valoración positiva
(magnífico, excelente, estupendo), en tanto a “coñazo” se le concede un contenido peyorativo
(insoportable, latazo). Y lo mismo sucede con “verdulero” y “verdulera”, “mancebo” y “manceba”,
“lagarto” y “lagarta”, “prójimo” y “prójima”, “cortesano” y “cortesana”, “el favorito” y “la favorita”,
“un hombre galante” y “una mujer galante”, “un cualquiera” (sin oficio ni beneficio) y “una
cualquiera” (de mala vida). ¿Qué otra cosa se podía esperar de una sociedad en cuyo refranero
aparecen joyas como: “Una olla y una vara, el gobierno de la casa; “a la mujer y a la carne, mientras
chillen, darle”; “a la mujer y a la burra, cada día una zurra”; “la mujer y el vino engañan al más fino”;
“en mal de niño, cojera de perro y lágrimas de mujer, no hay que creer”; “amor de mujer y halago de
can, no dura si no les dan”; “por dama que sea, no hay ninguna que no se pea”.
Lo de “las bragas” no es sino una reminiscencia ancestral del machismo social. “Pillar en
bragas” se ha dicho siempre y así lo hemos oído y aprendido, y así lo reproducimos. Sólo cuando
reflexionamos sobre ello, adquirimos conciencia de que para nuestra sociedad parece que sólo fuera
denigrante y deshonroso pillar a alguien “en bragas”, es decir, a la mujer. ¡Cómo si no se pudiera
pillar y de hecho se hubiera pillado al hombre en calzoncillos y donde no conviene! ¡Pues mira que
estamos guapos los hombres en calzoncillos y con paquete! ¡Los hay que inventan humo y venden
aire!
Ahora bien, que la idea social de superioridad masculina pueda reflejarse en la lengua, no
significa que la lengua sea en sí machista. Por ello, haciendo uso de mi libertad, puedo decir que algo
me importa “un pito”, como pudiera decir que me importa “un rábano” (considerados el pito y el
rábano como cosas de escaso valor), y del mismo modo afirmo que algo es una “chorrada”, y
chorrada procede de “chorra”, que en registros coloquiales es el miembro viril masculino. Y haciendo
uso de la misma libertad y de la misma lengua, puedo también mostrar la superioridad empleando
un término propio del cuerpo de la mujer, y a algo que es excelente digo que es “teta”, aunque suela
añadirse que de “novicia”. El machismo se halla, pues, en el uso y sobre todo en el abuso, pero no en
la lengua en sí.
Juan José.
La Revista del Jordi, 1998
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