Andrés Sabella: “el hermano Andrés”

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LITERATURA
Andrés Sabella:
“el hermano Andrés”
Eduardo Guerrero del Río
Doctor en Literatura
Se cumplen cien años del natalicio del entrañable
poeta antofagastino, autor destacado en la literatura y el periodismo, ámbitos en los que expresó
una marcada preocupación social así como un
inspirador sentido metafísico y existencial.
P
ablo Neruda, refiriéndose al poeta Andrés Sabella, señaló: “Andrés Sabella nortiniza la poesía así como yo
la ensurezco”. Además, lo llamaba afectuosamente “Andrefagasta”.
Sin duda, Andrés Sabella, un “hombre caritativo”, en palabras de Volodia Teitelboim, fue el poeta de Antofagasta y del
Norte Grande: “Antofagasta principia en una huella/ donde el
sol fue la víctima simiente:/ Antofagasta guarda entre su frente/ levadura de océanos y estrella”. A su vez, el escritor Martín
Cerda lo considera como “el gran Alquimista que transforma
cuanto existe en una fiesta en la que los peces cantan, las gaviotas se iluminan y las estrellas se embriagan”.
Escritor polifacético, dueño de una vastísima producción artística que abarca prácticamente todos los géneros literarios:
poesía, cuento, novela, ensayo, teatro, crónica. Es, además,
periodista, dibujante, charlista ameno e impulsor de cuanta
actividad cultural se realizó durante medio siglo en Antofagasta, ciudad en la que nació hace cien años, el 13 de diciembre de
1912, y donde residió la mayor parte de su vida.
Era hijo de Andrés Sabella, un joyero palestino nacido en
Jerusalén, y de Carmela Gálvez, originaria de Copiapó. Para el
poeta, su padre era un modelo humano, “por su claridad mental, su modestia y su honradez”.
Estudia las Humanidades en el Liceo Fiscal y en el Colegio
San Luis. “Mi infancia es esta calle donde el viento/ era el primer
caballo de la Tierra”. A los diecisiete años, publica una revista
antológica de poetas nuevos, Carcaj, de corta duración. Benjamín Morgado lo conoció durante un viaje en barco de Valparaíso
a Antofagasta en 1929: “Me hice muy amigo de un muchacho
gordito, bajo, con cierto aire de revolucionario, de corbata volandera y de chambergo. Por las noches le dedicábamos poemas a
la Constelación de Orión y a la hora de almuerzo era obligación
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llegar con una bella metáfora de un poeta chileno. Usaba una
pipa redonda, como su figura”. El propio Sabella, refiriéndose
a sí mismo, se caracteriza como “un pequeño búho gordo que
aprendió a sonreír”.
Estudios en Santiago
Su inquietud literaria se plasma en 1930 con la aparición de
su primer libro de poemas, titulado Rumbo indeciso. Rastreando el posible origen de su vocación literaria, expresa: “Tal vez
por eso nací para escribir, porque había mucho sueño disperso
en la sangre de mis antepasados. No lo sé, pero sí sé, y lo cuento sin ninguna arrogancia, por cierto, que desde los tres años
yo andaba con un lápiz en la mano y rayaba paredes y ropas”.
Dos años después, en 1932, viaja a Santiago para iniciar sus
estudios de derecho —a instancias de su padre—, primero en
la Universidad Católica y luego en la Universidad de Chile. Allí
toma contacto con el grupo “Avance”, en el cual milita hasta su
disolución. Dirige varias revistas: Síntesis (órgano oficial de la
Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile), Barbusse,
Nuestra juventud, Mástil, etcétera. Alterna sus estudios universitarios con la vida literaria y, sobre todo, participa activamente
en la bohemia santiaguina. Es un eterno alumno de leyes (“solía
reanudar cada vez que alguno de sus familiares lo llamaba a la
cordura”); incluso, en sus exámenes desconcierta a los profesores, citando a algunos poetas de su preferencia, tales como
Rimbaud, Lautréamont y Buadelaire. En 1934, el Teatro Obrero
de Antofagasta estrena su drama La mugre. Vive muchos años en
Santiago en la calle Nueva de Matte, en el barrio Independencia
(“Santiago fue para mí el París de mis sueños literarios”). Conversador infatigable: “De su charla fui aprendiendo buena parte
de lo que sé —de lo poco que sé—, diría un pedante disfrazado
de modesto. Porque Andrés fue siempre, y seguirá siéndolo, un
charlador impenitente, uno de esos charladores profesionales
que demoran media hora en recorrer una cuadra, interrumpidos
sus pasos por los saludos y las consultas de sus innumerables
amigos, sus conocidos, admiradores o detractores encubiertos
que desean dejar testimonio de su presencia o hacer venia exagerada, como si saludaran a un político” (Mario Ferrero).
Recibió numerosas distinciones y grados académicos: la Municipalidad de Antofagasta le otorgó la condecoración “Caballero del ancla” en 1953. En 1976 recibió el Premio Regional de
Literatura “Carlos Mondaca” de La Serena. La Universidad del
Norte le concedió el doctorado honoris causa en 1977. Al año
siguiente la Academia Chilena de la Lengua lo designó miembro
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correspondiente en Antofagasta y en 1980 fue nominado Premio Zorzal de Literatura Atacameña. En 1976 y 1978 su nombre
aparecía como el más serio aspirante al Premio Nacional de Literatura, galardón que no obtuvo, como le ocurrió a tantos buenos escritores chilenos sobre todo en la época de la dictadura,
en donde sí lo recibieron “escritores” con dudoso mérito. En
palabras de Guillermo Blanco, “premios recibió varios, pero el
Nacional de Literatura le hizo el quite hasta el fin. Su ausencia
es más notoria que algunas presencias”.
En los años sesenta, es nombrado profesor de la Universidad Católica del Norte, donde ejerce la cátedra de Literatura
Chilena y se convierte, además, en profesor-fundador de la carrera de Periodismo. En 1981, la misma universidad que lo había distinguido con el grado de doctor honoris causa por sus
méritos académicos, lo suspende de sus funciones docentes,
supuestamente por la “probada postura izquierdista de Sabella” o, en palabras del propio afectado, por estar “pagando el
precio de tener opinión”, en esos años oscuros.
A fines de agosto de 1989 es invitado a dictar conferencias en
Iquique. Allí fallece inesperadamente el 26 de ese mes debido a
un paro cardíaco. Todo un pueblo llora entonces la partida de “un
juglar inagotable, un titiritero burlón y poderoso, un gran señor
de las fiestas deslumbrantes de la palabra” (Hernán del Solar).
Por su año de nacimiento, pertenece a la llamada “Generación
de 1942” (según la denominación del catedrático Cedomil Goic),
aunque también se la conoce, incluso más, como la “Generación
del 38” (generación neorrealista). En términos globales, prima
en ella una fuerte concepción político-social de la literatura,
avalada por determinados hechos a nivel mundial que a nadie
dejó indiferentes, como la Segunda Guerra Mundial, la guerra
civil española y, en Chile, la asunción al poder del Frente Popular, con Pedro Aguirre Cerda. Como señala Goic, “se trata de una
concepción cuyo énfasis desemboca en los propósitos de cambiar la realidad, modificar la conciencia social y orientar políticamente. La obra se hace de esta manera eminentemente política,
revolucionaria y, por momentos, encendidamente panfletaria”.
Junto a Sabella, integran esta generación autores de la talla de
Carlos Droguett, Nicomedes Guzmán, Gonzalo Drago, Francisco Coloane, Volodia Teitelboim, Eduardo Anguita y Teófilo Cid.
Poeta, por sobre todo
Como se ha señalado en un comienzo, fue esencialmente el
poeta de Antofagasta y del Norte Grande; además, el poeta de
los niños. Cultivó el verso y la prosa. Un poeta que también incursionó con acierto en el cuento, la novela, el drama, el ensayo,
la crónica. Además, dedicó muchos años de su vida a la docencia
y la pintura. De su obra para niños, resaltan títulos como Vecindario de palomas (1941), Chile, fértil provincia… (1945), Martín
Gala (1952), El caballo en mi mano (1953), Poemas de la ciudad
donde el sol canta desnudo (1963) y Canciones para que el mar
juegue con nosotros (1964), en el cual “el hablante lírico se siente
conmovido por el espectáculo del mundo” (Rafide). Además, la
antología Un niño más el mar (1972), que reunió también composiciones de dos libros inéditos: Infancia de cinco estrellas y El
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“¡Qué solo voy quedando en esta guerra,
apenas con la sombra de otra gente!
Yo soy un desolado combatiente,
un viejo centinela de la Tierra.
Tanto muerto a mi lado no me aterra,
no me aterra pelear con diez o veinte.
Me aterra el desamparo de esta frente,
la llaga del hermano que no cierra”.
azar de la veleta, y El mar tiene veinte años (1978). En una carta
al escritor, Gabriela Mistral le señala: “Leí y celebré en muchas
partes de sus poemas para niños, agradeciéndole a cada paso
el que se haya acordado de ellos y el que no trabaje solamente
para los grandes. Y le he agradecido haber puesto una infinidad
de poesía de metáforas y de amor palpable en un libro pequeño
y genuino a la vez”. Para Miguel Moreno Monroy, “la poesía infantil de Sabella es de gran originalidad; se advierten en ella un
profundo sentido del ritmo y un notable dominio de la forma”.
A su vez, para Matías Rafide, este ser “bajo, de apariencia abacial y contextura adiposa”, era un escritor “con alma de niño”.
Su poesía para adultos posee una impronta social e ideológica, en obras como Rumbo indeciso (1930), Biografía de la
llaga (1935), Tres poemas de homenaje a los cinco años de
vida de la juventud comunista de Chile (1937), La sangre y las
estatuas (1942), La estrella soviética (1942), Pueblo del salar
grande (1954), Altacopa (1970), Tú no tienes fin (1981), Cetro de
bufón (1984) y A las puertas del alba (1987).
Líneas temáticas
Matías Rafide, en un estudio dedicado a Sabella, distingue
varias líneas temáticas en su poesía: influjo de Oriente, rasgos
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nortinos, poesía infantil, preocupación social, sentido metafísico
y existencial, sentido religioso unido a la búsqueda de la justicia.
Por ejemplo, su inquietud social se refleja en el “Autorretrato de
estos años”: “¡Qué solo voy quedando en esta guerra,/ apenas
con la sombra de otra gente!/ Yo soy un desolado combatiente,/ un viejo centinela de la Tierra./ Tanto muerto a mi lado no
me aterra,/ no me aterra pelear con diez o veinte./ Me aterra el
desamparo de esta frente,/ la llaga del hermano que no cierra”.
La narrativa, también con un tinte social, se dio fundamentalmente en la novela Norte Grande. Novela del salitre (1944)
en donde “he querido resolver una forma nueva de novela, violando todos los límites y entroncándola al poema, al ensayo, a
la historia y al símbolo, sin otra unidad que la cronología”. Para
Vicente Mengod, “por su contenido humano, por su clima social,
es una obra que enlaza sus nervios con el realismo combativo”.
En ella narra la historia del salitre (como lo indica el subtítulo),
desde la óptica de un escritor nortino; está constituida por más
de sesenta capítulos breves, armados en forma de crónicas (personaje colectivo). En el comienzo del texto, se indica: “Es la obra
destinada a consagrar a Andrés Sabella como un revolucionario
y potente innovador en la novelística chilena. Tres años tardó en
escribir este libro macizo y hermoso, poético y realista, pero su
elaboración mental data de 1934”. Otros textos narrativos son
los cuentos de Sobre la Biblia un pan duro (1946) y La estrella
del hombre (1954); las prosas de Semblanzas del norte chileno
(1955) y la antología Hombre de cuatro rumbos (1966). Y en el
ensayo, encontramos: Gómez Rojas (1937), Popularización de
Gómez Rojas (1939), Crónica mínima de una gran poesía (1941),
El mar de Chile (1953) y Juan Marín y la nueva generación (1973).
Fue miembro de la Hermandad de la Costa, “una organización
simbólica de navegantes de tierra firme, caballeros templarios
del buen corazón, venidos al mundo como herederos de aquellos otros que se jugaron la vida en la aventura clandestina del
mar”, en palabras de Luis Sánchez Latorre, imbuidos, además,
de principios de fraternidad y libertad. ¡El hermano Andrés! Al
respecto, Hernán Poblete Varas manifiesta: “Así le gustaba que
lo llamaran, acaso no tanto por su condición de animador de la
Hermandad de la Costa como por la real fraternidad de su espíritu. Pues eso era Andrés Sabella: un espíritu fraterno, libre de
recovecos y malquerencias. Abierto y generoso como ese mar
al que cantó con tanto amor”. Ese mar que queda reflejado en
alguno de sus versos: “¡Oh, mar bienamado, mar paternal! Compañero feliz de mi primera aventura de adolescencia, cuando
creía que la luna era un esquife capaz de llevarme lejos, hacia
las islas donde el amor reserva sus colores más bellos. ¡Oh, mar
chileno, “roto” rezongón y “managuá” que usas la gorra del sol!
“El Mar que habla en sueños/ y que entrará en mi ataúd/
para enseñarme a dormir mi muerte”. MSJ
literatura y arte mapuche,
aymara y rapa-nui en feria del libro
L
a riqueza y diversidad cultural de los pueblos originarios de
nuestro país contará con un espacio importante durante la
Feria del Libro, que se desarrolla en el recinto de Estación Mapocho hasta el 11 de noviembre. Gracias a una iniciativa de la
Universidad de Chile impulsada en el marco de la conmemoración de sus 170 años, se ofrecerán expresiones de los pueblos
mapuche, aymara y rapa-nui mediante exponentes jóvenes y
experimentados en el área de la música, el cine y la literatura.
Entre los momentos destacados de esa actividad, figuran el
miércoles 7 un debate sobre la capacidad de emprendimiento
de las mujeres de esas etnias, panel que contempla un espec58
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táculo de música electrónica que rescata sonidos del pueblo
mapuche. El jueves 8 habrá una conversación sobre nuevas
tecnologías, participación ciudadana y cambio social con profesionales de la comunicación que pertenecen a esa misma etnia.
Durante el desarrollo de la Feria del Libro, la Universidad
de Chile también realizará un taller de la Lira Popular, que
estará a cargo del Archivo Central Andrés Bello. Las personas que quieran asistir a estos eventos podrán descargar
entradas válidas para una persona, que permiten acceso a la
feria una hora antes de la actividad respectiva: www.uchile.
cl/170aniversario
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