Transferencia y Contratransferencia en psicosomática

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Transferencia y Contratransferencia en psicosomática
Diane L’Heureux-Le Beuf
Traducción: Mikel Zubiri y Javier Alarcón
La transferencia y la contratransferencia son conceptos fundamentales del
psicoanálisis. La neurosis de transferencia es un movimiento entre la neurosis presente y
la neurosis infantil, movimiento entre sí y el otro, el presente y el pasado, lo
recompuesto y lo repetido. Pero, como sabemos, el punto esencial de la transferencia es
su naturaleza paradójica, que constituye a la vez un formidable motor y un obstáculo
para la rememoración, para la elaboración de las pulsiones, para el análisis mismo. La
neurosis infantil se reactualiza y se descentra habitualmente y felizmente, pero ¡cuidado
con la repetición! La naturaleza misma de la transferencia es la de romper la repetición
sobre lo actual que, si no se interpreta, puede repetirse sin fin. En efecto, la
reactualización en la transferencia y su interpretación permite salir de esta repetición.
Es con el análisis de Dora (1905) cuando comienza para Freud la elaboración de
una verdadera teoría de la transferencia. Había habido ciertas cuestiones antes. Los
numerosos escritos sobre la transferencia hablan de la transferencia de Freud hacia
Fliess, del Proyecto, los Estudios sobre la histeria, la Ciencia de los sueños… En sus
escritos, la transferencia es un desplazamiento, una resistencia; y, de repente,
considerada como frecuente “la encontraremos en todo análisis”. En “Dora” (1905)
Freud habla de la transferencia y de las transferencias. “La transferencia destinada a ser
el mayor obstáculo al psicoanálisis, se convierte en su mayor auxiliar.. si se tiene éxito
al traducir su sentido al enfermo…” Estudio de la transferencia que continúa en el
Hombre de las ratas y después en el Hombre de los lobos… Freud habla de
transferencia positiva y negativa. La extensión de la noción de transferencia, que hace
de ello un proceso estructurante de la cura, desemboca en el deslindamiento por parte de
Freud de una noción nueva: la neurosis de transferencia. La dinámica de la
transferencia (1912) en “Escritos técnicos” 1904-18, permite a Freud explicar su teoría
actual de la transferencia “(…) como en los sueños, el paciente atribuye a sus mociones
inconscientes despertadas un carácter de actualidad y de realidad. Quiere poner en acto
(…) Además el médico busca constreñir e integrar estas mociones en la historia de su
vida (…) Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y las fuerzas
instintivas, entre el discernimiento y la necesidad de descarga se juega casi
exclusivamente en el fenómeno de la transferencia”. La transferencia ya no es una
repetición simple en Recuerdo, repetición y elaboración: la transferencia actualiza el
pasado en un presente interpretado.
Pocos textos recuperan la cuestión de la transferencia después de 1920, sino Más
allá del principio del placer, Psicología de las masas y análisis del yo, Análisis
terminable e interminable, Construcciones en análisis. ¿Podríamos concluir que Freud
no modificó estas perspectivas esenciales de la transferencia?
Hablar de la transferencia de Dora es hablar también de la contratransferencia de
Freud. Se ve cómo las dos nociones están ligadas.
La “transferencia”, o más bien las transferencias que se desarrollan en la neurosis
clásica, son diferentes de las que se encuentran en las patologías narcisistas en ciertos
enfermos somáticos, cuando están, se dice, “mal mentalizadas”, en los estados límites y
en los psicóticos. Cuanto más se aleja del modelo de la neurosis clásica, más
problemática se vuelve la puesta en marcha de una neurosis de transferencia, y su
interpretación es siempre tributaria de la puesta en marcha del trabajo de la
contratransferencia. El analista tiene necesidad, al interpretar, de tomar distancia del
“aquí y ahora” en el que el paciente puede encerrarle.
En fin, la noción de transferencia no varía únicamente según las patologías, sino
también según las posiciones teóricas del analista. ¿Qué es la transferencia? La
definición varía: Freud, Klein, Bion… (por solo citar algunos) tienen concepciones
diferentes. ¿Sigue siendo necesario interpretarla pronto? Entre los analistas, incluso en
el IPSO, hay desacuerdo sobre la pertinencia de interpretar la transferencia en el
enfermo somático grave. Interpretar en la transferencia teniendo en cuenta la relación
manifiesta de transferencia no es necesariamente una interpretación de la transferencia
(desplazamiento) ni de transferencia (error e ilusión del sujeto). Tener en cuenta la
transferencia no significa interpretarla.
Transferencia y relación transferencial
Los psicosomatólogos insisten en la distinción que se debe hacer entre la neurosis
de transferencia clásica (que comprende el juego transferencia/contratransferencia) y la
relación transfero/contratransferencial. Las particularidades de la clínica psicosomática
y la colaboración con Pierre Marty han llevado a Catherine Parat a distinguir entre
“neurosis de transferencia” y “relación transferencial”, en los tratamientos “en los que
el manejo de la transferencia no está en primer plano, y en los que la relación
transferencias el mucho más evidente y utilizable” (C. Parat, L’affect partagé, PUF,
1995).
En su trabajo, el analista da preponderancia sea al análisis estricto de la
transferencia, sea a la relación, lo más frecuentemente a los dos. Con frecuencia, las
psicoterapias de pacientes somáticos se inscriben entre aquellas en que la relación
transferencial ocupa un lugar primordial.
La transferencia de base
La transferencia de base había sido ya subrayada por Freud. Catherine Parat
conceptualiza así la relación o transferencia de base: “Se trata de una transferencia
relacional, positiva, diferente del juego transferencia/contratransferencia; corresponde a
la investidura por parte del paciente de la persona del analista, teñida de confianza. En
las psicoterapias difíciles, me parece que esta relación positiva permite que las
interpretaciones puedan ser aceptadas, sentidas como no hirientes narcisistamente. La
relación o transferencia de base, concierne a los dos componentes de la pareja
analítica”. Por lo demás, es gracias a la atención que Catherine Parat ha dedicado a su
contratransferencia, que desarrolló la relación o la transferencia de base. Añade:
“Circula ente los sujetos de cada pareja analítica una doble corriente transferencial y
contratransferencial. Duplicando la neurosis de transferencia, precediendo con
frecuencia su instalación y los contramovimientos que guían la elección del manejo
técnico, se establece a un nivel de organización diferente, lo que se podría designar con
el término de “transferencia de base o relación de base” que encuentra una
correspondencia en el analista, que utilizará para guiar su técnica. “Quizás esta
corriente constituya la base indispensable para que el análisis pueda desarrollarse a
través de los momentos críticos de la neurosis de transferencia, humus donde se enraíza
lo esencial de lo que ha sido designado como alianza terapéutica”.
Podemos decir que, por parte del paciente, la transferencia de base es una
investidura regresiva en la que los intercambios afectivos y preverbales ocupan el
primer plano. La contratransferencia, paralela a la transferencia de base, sería una
actitud receptiva, no exigente, que juega el papel de una especie de paraexcitación
(barrera antiestímulos).
Esta relación transferencial se emparenta con la relación dual, mientras que la
neurosis de transferencia se inscribe en un registro triangular. Las investiduras que se
movilizan en la relación son sobre todo, de orden narcisista, mientras que las de la
transferencia/contratransferencia conciernen a la libido objetal dice C. Parat.
En la Monografía de la SPP sobre la Transferencia (1999) C. Parat añade: “Lo que
he aportado de original, cuando he hablado de la relación de transferencia de base,
consiste en considerar la investidura tierna del paciente por el analista. Se inscribe en
una forma de amor deserotizado por parte de los dos integrantes de la pareja analítica.
Este doble movimiento constituye una tela de fondo sobre la que se inscriben los
movimientos de la transferencia y la contratransferencia”. André Green subraya en el
prefacio de L’affet partagé que “la distinción entre transferencia y relación aspira a
identificar el desdoblamiento entre el azar de las investiduras coyunturales de tal o cual
momento de la cura con el fondo estable que se descubre, más allá de las variaciones de
las vicisitudes de la transferencia, porque caracteriza la naturaleza misma de la
capacidad del sujeto para transferir”.
El establecimiento de una transferencia de base se funda sobre la "función
materna” tal como es descrita por Pierre Marty. Éste último hace una analogía entre
trabajo terapéutico y función materna. En los dos casos, es necesario un personaje
exterior vigilante frente a los movimientos evolutivos del paciente, personaje que sabe
suscitar el aporte de excitaciones y paraexcitaciones. Las intervenciones del analista
necesitan atención y reserva, cuya calidad está ligada a la función materna. Es diferente,
según él, de los valores requeridos para la práctica del análisis.
Contratransferencia
Transferencia y contratransferencia están inseparablemente ligadas en una relación
dialéctica. La contratransferencia es, clásicamente, la respuesta inconsciente del analista
a la transferencia del analizado. Freud ve en ello el resultado de “la influencia del
enfermo sobre los sentimientos inconscientes del médico (…) ningún analista va más
lejos que lo que sus propios complejos y resistencia internos le permiten”. (en Técnica
psicoanalítica: Perspectiva…) O “cada uno posee en su propio inconsciente un
instrumento con el que puede interpretar las expresiones del inconsciente en los otros”.
Lo que indica la necesidad de un análisis personal.
Según Michel Neyrault, la contratransferencia no es siempre una respuesta a la
transferencia, con frecuencia, le precede. Aquí la respuesta precedería a la pregunta.
En un sentido más amplio, la contratransferencia también puede comprender las
reacciones conscientes o preconscientes del analista. Se habla entonces de relación
contratransferencial.
La implicación contratransferencial del analista en la cura de pacientes con
afecciones somáticas se sitúa con frecuencia en las fronteras de lo corporal y del
psiquismo, de lo fecundo y lo peligroso, de lo correcto y lo inapropiado. Con ciertos
enfermos somáticos, el abordaje técnico es tanto más difícil cuanto que la
contratransferencia está sometida a una ruda prueba. Se sabe que el analista cuestiona
antes su contratransferencia en las curas llamadas difíciles. Cuando más se aleja de la
neurosis clásica (si tal término es apropiado) la cuestión de la transferencia y su
interpretación dependerían más del trabajo de la contratransferencia.
Veremos, con el ejemplo clínico, que los enunciados de mi paciente, “usted es la
imagen de la muerte”, “usted no es usted,” solicitaron mi contratransferencia al entrar
en resonancia con puntos sensibles en mí. Aunque no sea mi propósito ser más precisa.
El manejo de las nociones de transferencia y contratransferencia varía según la
organización psíquica del sujeto con afecciones somáticas. Se puede observar la
aparición de una enfermedad somática en organizaciones psíquicas variadas y no creo
en una explicación única, válida en todos los casos. Si podemos reconocer que existe un
vínculo entre la dificultad, incluso momentánea, para elaborar un conflicto psíquico y la
aparición de un desorden somático, sabemos, sin embargo, que una organización
psíquica conveniente no protege de las afecciones somáticas. La enfermedad nos acecha
un día u otro y, dolorosamente, es “el vacío en nosotros”, “el silencio interior”, la
muerte.
Las dificultades contratransferenciales comprenden también la relación que el
analista tiene con su ideal psicoanalítico y con sus referencias teóricas a veces
demasiado idealizadas. El análisis de la contratransferencia, más allá de la “herida
analítica” que representa la somatización, debería impedir una solicitud demasiado
grande así como un odio mortífero, “¿por qué me ha hecho esto a mí psicosomátóloga?”
Irregularidad del funcionamiento psíquico
El funcionamiento mental, en todos, es irregular y variable. La clínica muestra
formas de somatización con coexistencia o pasajes de varias sintomatologías o
modalidades de organización mental. Freud, desde 1895, había destacado frecuentes
concomitancias, o alternancias, entre síntomas psiconeuróticos y síntomas actuales, así
como entre síntomas psíquicos de diferentes psiconeurosis. Llamó a estas nuevas
formas “neurosis mixtas”.
Pierre Marty ha puesto el acento en la irregularidad del funcionamiento mental, es
decir, sobre la irregularidad de la permeabilidad del preconsciente. Por el hecho de esta
irregularidad, una afección somática puede sobrevenir en un neurótico para el que el
psicoanálisis clásico está perfectamente indicado. Todos tenemos en mente a pacientes
neuróticos en los que aparece una enfermedad, a imagen de un niño que corre
libremente por el campo y de repente cae. Desde luego que no se cae porque sí, pero no
olvidemos que si la enfermedad, llamada psicosomática, puede ser una banal expresión
somática, puede también poner en peligro la vida. Así el paciente cuyo funcionamiento
psíquico está cortocircuitado regularmente acarreando oscilaciones en lo somático, o
aquel en el que una desorganización progresiva, si no es detenida, conduce hacia la
muerte. Entre estas formas, algunas de las cuales son positivas, hay todos los
intermedios posibles. No hay que descuidar ya en la aparición de una enfermedad los
factores hereditarios, genéticos, epidemiológicos, la edad, etc.
La interpretación
Hablar de transferencia y de contratransferencia conduce a la cuestión de la
interpretación. En el modelo del psicoanálisis clásico, se trata, para resumir (a riesgo de
simplificar demasiado), de dar un sentido a la neurosis infantil apoyándose sobre el
desarrollo de la transferencia y de favorecer la libre asociación del analizado. El
psicoanalista se apoya sobre las capacidades regresivas del analizado. ¿Se puede
conservar la misma práctica cuando el paciente se halla en estado de desorden somático
y pudiendo hacer temer una desorganización somática? ¿Cuando justamente sus
dificultades asociativas son notables? ¿Cuando no se trata de romper una construcción
neurótica, una defensa, sino más bien de sostenerla?
La interpretación ¿es diferente con los pacientes que padecen desordenes somáticos
de la que se formula en las curas llamadas clásicas? Yo no creo en la existencia de una
estructura psicosomática, sino más bien en diferentes modalidades de organización
psíquica. La cuestión de la interpretación no se plantea de la misma manera frente a un
funcionamiento llamado operatorio, sobre todo si es permanente, o en un neurótico con
una afección somática.
Con el primero, el analista quizás está en los límites de lo interpretable. Entonces
es difícil formular una interpretación susceptible de ser entendida. Con el paciente
neurótico, con una afección somática, la interpretación tendrá en cuenta la
desorganización momentánea (regresión) y la reorganización más o menos rápida.
En todo caso, más allá de la queja somática real, el analista intenta poner palabras,
suscitar vínculos, es decir llevar al paciente a crear vínculos entre diversos elementos de
su discurso, entre el presente y el pasado, entre lo que cuenta y el afecto que está
asociado a ello. Se puede esperar de la interpretación, como subraya de M’Uzan, que
aportará un cambio de funcionamiento mental, una conmoción económica, que con
frecuencia es tan importante como el conocimiento de un contenido latente, de la
transferencia, o como el levantamiento de una resistencia.
Évelyne Séchaud escribe en la Monografía sobre la transferencia, que “la
interpretación hace un trabajo de ligadura, que refuerza al yo en su función de
contención, de paraexcitación, de transformación. La interpretación hace brotar sentido,
la construcción da a comprender. La interpretación está al servicio de lo sexual, la
construcción al servicio de la pulsión de vida, de la ligadura”.
Se dice de la interpretación de transferencia que es más excitante, quizás
demasiado para un paciente que gestiona mal el exceso de excitación. He aquí por qué
es necesario ser prudente, lo que no quiere decir timorato.
Según los diferentes momentos de la cura, y teniendo en cuenta la irregularidad
psíquica, más notable en algunos que en otros, intentamos favorecer el paso del cuerpo
enfermo al cuerpo erótico. ¡Con más o menos éxito!
Si el síntoma puede tener cierto valor expresivo, lo estrictamente somático me
resulta opaco. Por el contrario, todo lo que me dice el paciente, o lo que dice de su
afección tiene un sentido y puede representar un deseo, un conflicto; sus palabras
remiten a su pasado, a su historia. Este sentido secundario es importante y el analistapsicosomatólogo intenta sostener la historia que su paciente sabe imaginar, incluso y
sobre todo si le parece inverosímil.
Ya sea clásica, de relanzamiento o más narcisizante, la formulación es importante.
A veces toma una forma alusiva, quizás muy breve, o al contrario puede parecer un
poco más larga, o sea explicativa.
Con frecuencia mis interpretaciones retoman las palabras del paciente en su
polisemia, y proponen otro sentido, un doble sentido. Mi formulación toma a veces una
vía interrogativa, no plantear una pregunta, sino para invitar a la curiosidad, al placer de
la sorpresa, en una forma de pensamiento que permite la incertidumbre. Una forma
condensada de decir “a mí, eso me hace pensar que…” indicando una duda, la del
analista que no sabe todo, permitiendo así al paciente pensar que el psicoanalista tiene
ideas graciosas, que es una persona rara.
Cuando hablo de la intervención de relanzamiento, más que de interpretación, no
opongo intervención e interpretación. Esto significa que comprendo la distinción que
hace Catherine Parat. Creo, igualmente, que ciertas intervenciones tienen un verdadero
valor interpretativo. La intervención no se opone a la interpretación sino al silencio. Al
silencio necesario, que no es mutismo.
Se dice a un paciente: Usted me ha dicho esto, después esto, y me lo dice a mí,
mostrando entonces el movimiento de la sesión y la historia que me cuenta.
Todas estas interpretaciones son para mí animadoras, en el sentido de que relanza
el trabajo psíquico.
Una intervención demasiado excitante se puede convertir en traumática, y en
consecuencia acarrear una desorganización. Esta sería una interpretación de
transferencia demasiado precoz, por ejemplo.
Exposición clínica
He elegido algunos momentos de un tratamiento de un paciente con afección
somática. Las interpretaciones y las intervenciones conciernen a la transferencia y a la
contratransferencia.
Sr. B., primeras entrevistas
B. se siente “triste”, corrige “ni triste ni deprimido, más bien he perdido el deseo”,
duda: “más exactamente, la vida no tiene ya ni color, ni sabor”. Atribuye su estado a su
jubilación próxima. Sr. B. tiene 58 años.
B. me impacta por su apariencia tranquila, la precisión en la elección de sus
palabras, las rectificaciones que hace frecuentemente. Se jubila a causa de la pérdida de
su reconocimiento profesional, pero también por una arrogancia interior: “¡En fin, el
poder, vaya!”
Le digo: ¿Su potencia?
“Usted ha metido el dedo en mi otro problema: desde hace algún tiempo, soy
impotente sexualmente…, en fin, casi. Quizás desde que sé que me jubilaría”. Después
de varias consultas médicas, B. va a un psicoanalista. Este le anima a hacer un período
de análisis, y le habría dicho: “No ha sido analizado un problema con su padre”. Me
entero entonces que B. ha hecho dos psicoanálisis. El primero con P. Mâle le ha
enseñado una forma de pensar que le ha sido beneficiosa, pero que parece actualmente
“inoperante”. Su segundo análisis habría carecido de interés: “Este analista, poco
inteligente, entró en rivalidad conmigo… o con Mâle”, añade.
Continúa: “Porque es necesario decirlo todo, parece que es la regla, al verla pálida
y vestida de negro, he pensado en la muerte. He pensado: esta mujer me va a ayudar a
morir. Usted es la imagen de la muerte”. ¡Por así decir, me anunciaba el color!
Experimenté como una brisa glacial: ser de entrada así, la imagen de la muerte, es
perturbador, extrañamente inquietante (siniestro) y desagradable de escuchar. Una vez
que pasó este momento de irritación, me pregunté el porqué de esta expresión de
agresividad, o sea odio, durante una primera entrevista, sobre la investidura inmediata
de lo perceptivo subtendido por una fantasía y también sobre mi reacción
contratransferencial. Solamente, más tarde, me di cuenta de qué de lo que el paciente
había dicho entraba en resonancia con puntos sensibles míos. Escuchando, imaginé que
la imagen de la muerte que yo representaba, era la de su madre. Tuve también el
sentimiento de que él tuvo una especie de alucinación.
En el curso de la segunda entrevista, B. expresa su deseo de volver a encontrar el
gusto por la vida y también de descubrir en qué está ligado a su padre su problema de
erección. Solo parece interesarle la relación ambivalente con él. Habla de recuerdos de
una infancia bastante feliz, entre padres que le amaban, un hermano menor cómplice de
sus juegos y una joven hermana tierna. De niño, B. era obeso y con frecuencia enfermo
(afecciones respiratorias, tuberculosis). Para conformarse a los deseos de su padre,
estudió en la escuela de comercio. Hubiera preferido ser abogado como él. Las
preguntas sobre su madre permanecen sin otra respuesta que “es una mujer cargante”.
B. habla de su mujer, con la que se entiende perfectamente, y de su hijo con quien
las relaciones son difíciles: “Su madre se ocupa demasiado de él”. Asocia la rivalidad
con su hijo a la rivalidad con su padre. B. se queja también de no poder expresar el
enfado, por miedo a una gran agresividad que no podría dominar.
B. está de acuerdo en pensar que su ausencia de deseo sexual es descenso de deseo
general. Teme una depresión grave, un suicidio o un cáncer. He aquí por qué considera
urgente el comenzar un trabajo analítico antes de su prevista jubilación dentro de un
año. Recuerdo sus frecuentes enfermedades somáticas. Al releer mis notas, me extraña
encontrar “anotado” su miedo al cáncer.
La indicación, algunos elementos de discusión
Me preguntaba, entonces, sobre las posibilidades de elaboración por parte de B. de
una problemática en la que el conflicto edípico y la angustia de castración estaban
ciertamente presentes, pero obliterados por el síntoma actual y la pasividad de la
depresión subyacente.
Me pregunto cual es el valor económico del síntoma de impotencia sexual, síntoma
límite entre lo psíquico y lo somático. ¿Es un tope protector contra unas demasiado
violentas inmersiones depresivas, o regresivas, contra un desbordamiento de la
excitación? ¿Una desaparición del síntoma sería traumática?
Incluso si la jubilación estimula su angustia de castración, su impotencia, como su
pérdida de poder, me parece suscitar un sentimiento de vergüenza más que de
culpabilidad, mostrando así una problemática narcisista. Noto sus mecanismos de
negación, aislamiento, escisión, idealización.
No sé nada de su primer análisis. Sin embargo, plantearía la hipótesis de una
transferencia positiva idealizada; los sentimientos negativos, de odio y violentos ¿han
sido abordados? Su relación con el segundo analista estaba impregnada de
satisfacciones sadomasoquistas, pero también de decepción. Cuando me ve, represento,
inconscientemente, sus dos analistas. Sus dos analistas precedentes no tienen aspectos
buenos y malos, sino que el uno es bueno y el otro es malo. ¿Se trata de una especie de
escisión, ambivalencia escindida, de delegar así a un analista todo lo bueno y al otro
todo lo malo?
Estoy intrigada por la separación entre su vida, “guiada por lo racional”, y su
confianza en el psicoanálisis, del que parece que no puede prescindir.
En el movimiento de la entrevista, muestra una capacidad asociativa: jubilaciónsuicidio-impotencia sexual, después una rivalidad con su padre y con su hijo, así como
entre sus dos analistas.
En el “ya ahí” del análisis, la pregunta sobre los duelos será importante y difícil: el
de su padre, elaborado, pienso, en su primer análisis, pero reactivado por la muerte de
Mâle, con el que debería haber reanudado el trabajo. También el de su madre, cuya
muerte anunciada yo ignoro aún.
La problemática anal es importante con la necesidad de dominio y de expresión
sadomasoquista. Su modalidad de expresión será de tipo obsesivo. B. parece funcionar
con dos registros: la cabeza y sus éxitos profesionales muy investidos y su sexo
inactivo. La componente histérica está presente, como la de frecuentes
desorganizaciones somáticas.
La depresión es imponente. Para B. la existencia ha perdido su sabor, ya no tiene
deseo lo que iría en el sentido de una depresión esencial. Habla de suicidio y de cáncer.
Tomo en serio su miedo al suicidio y el riesgo más importante de una descompensación
somática. ¿Cómo soportará el análisis del duelo y de sus relaciones con el resto
transferencial, con la articulación amor-odio?
Contratransferencialmente, B. me irritó hasta el punto de pensar en derivarlo a
algún otro. También fui sensible a una discreta seducción. Estaré atenta al análisis de mi
contratransferencia a fin de que esta “imagen de la muerte” no deje un núcleo mortífero
en mi trabajo con él. “La imagen de la muerte” es transferencialmente la del Dr. Mâle,
muerto poco tiempo después de que B. le hubiera vuelto a ver y también la del
“silencio” en él, de el no-análisis supuesto con X. La imagen de la muerte es, sobre
todo, la de su madre.
Me pregunto también si la enfermedad no está ya presente y en qué su
funcionamiento actual se debe a la animación de la relación conmigo. Ahora sé que
estaba presente. En fin, soy sensible a la solicitud de ayuda de B. que va en el sentido de
la vida. Incluso si tengo en cuenta los niveles traumáticos y narcisistas que pueden
implicar estados posibles de desligadura pulsional, no creo en la destructividad
predominante en su funcionamiento psíquico. Sentí la esperanza sobre la que el analista
basa con frecuencia la indicación de tratamiento. Así pues decidí aceptar su deseo
expresado, un psicoanálisis, con tres sesiones por semana. Se puede preguntar: ¿La
indicación de análisis estaba ajustada, el encuadre era el adecuado?
Un inicio de análisis
B. asocia, establece vínculos. Sobre todo habla de su padre, de sus deseos de
muerte de su padre, de su culpabilidad edípica reactivada en la adolescencia, en el
momento de su muerte. Sin embargo, tengo el sentimiento de que el proceso analítico
no se pone en movimiento, que B. repite lo que aprendió. Nunca cuenta sueños, dice
que no los recuerda. Pienso a menudo en su madre, punto oscuro de nuestro trabajo.
Algunas semanas más después del inicio de su análisis B. me informa de que su
madre padece un cáncer de hígado. El anuncio de este cáncer había coincidido con el de
su jubilación. Hasta entonces, no me había dicho nada. B. no puede comprender “este
olvido”. No establece vínculos entre su “perdida de deseo”, su impotencia sexual y la
enfermedad mortal de su madre. Nunca me habla de su inquietud. Un día,
excepcionalmente, B. no viene. En la sesión siguiente se excusa por no haberme avisado
de su ausencia, diciendo simplemente: “Estaba en el cementerio, mi madre ha muerto”.
Su tristeza, no expresada, es probablemente no expresable, ¿se dará cuenta?
¿Ligera?
Esta sesión me parece un momento importante. La interpretación de la
transferencia ha contribuido en la modificación de la organización psíquica del paciente.
B. dice: “Usted, usted no tiene problemas de peso. La miro cuando llego o
marcho”. Habla de su régimen y luego se para y dice: “Y mis problemas de impotencia,
señora, ¿qué hace con ellos? ¿Cómo es que usted, una mujer, y perdone, pero… cómo
quiere que le diga, usted no tiene pene… cómo una mujer puede comprender y ocuparse
de los problemas sexuales de un hombre… en fin de los míos?
Le digo, en forma interrogativa: “Una mujer ligera como yo, ¿para ocuparse de los
problemas sexuales?”
Repite pensativo: “ligera…” Pregunta: “ligera”, ¿es por el peso? Y añade: “Mi
madre era cualquier cosa menos ligera, ni en un sentido ni en el otro”.
Sus asociaciones le llevan finalmente a hablar de su madre, muerta desde hacía
unas semanas. Su relación con ella es más compleja de lo que él creía: “para mí era una
esposa abnegada para con su marido y una madre sacrificada para con su hijo. Ahora
usted aporta una idea nueva: ¡era también una mujer!”
Su madre podría pues tener un rol en su impotencia sexual…
Al igual que después de la primera entrevista, B. pone primero el acento sobre la
percepción, que sirve de soporte a mi intervención. Si el contenido manifiesto parece
seductor (usted es delgada, deseable) sin embargo lo recubre de una agresividad, un
sadismo (usted es delgada, enferma).
Mi interpretación ha hecho circular varios significantes al jugar con la polisemia de
la palabra “ligera”, incluido su aspecto seductor (yo podría ser ligera, fácil). La mujer
ligera y erótica, la que el quiere borrar es la madre deseante y excitante de su infancia;
es también la madre demasiado gruesa por el hecho de sus embarazos. La interpretación
traducía la liberación de una percepción traumática, la de la delgadez que conecta con el
adelgazamiento de su madre enferma. Su madre pierde peso de forma regular hasta su
muerte, mientras que él pierde su potencia sexual. Entonces, pudo hacer este
acercamiento, finalmente B. pudo llorar su muerte.
Con esta interpretación, el sadismo del paciente es conducido a la delgadezseducción y relanza la vida pulsional. La representación sexual que le doy, permite un
vínculo entre excitación y representación, y sostiene las investiduras libidinales. Mi
interpretación transferencial habría permitido un desplazamiento y una separación
simbólica, un juego psíquico inhabitual hasta entonces. Estaba en resonancia
contratransferencial con lo que acababa de decir el paciente, pero también con lo que
me había intrigado e inquietado en la primera entrevista “usted es la imagen de la
muerte”.
Algún tiempo después, el paciente me recuerda esta sesión que califica, sonriendo,
de “ligera”. Y entonces me informa que ha reencontrado su deseo sexual.
Un incidente fuera del encuadre
Me encuentro en una exposición con un amigo. En la sesión siguiente B. dice: “El
domingo he visto su doble. Una mujer que tiene su silueta, el mismo color de pelo y las
mismas gafas redondas. Sin embargo, algo diferente; además esta mujer llevaba
vaqueros. No me la puedo imaginar así vestida. Fui a ver al director de la galería y le
dije: He visto antes a esa mujer, y no me puedo acordar de quién es, ¿lo sabe usted?” El
director le respondió: “viene a menudo, es una mujer de Quebec” Entonces el paciente
me dice: “así tuve la confirmación de que no era usted. Un no sé yo qué diferente, los
vaqueros… y además usted no es de Quebec”.
Sus “usted es usted” o “usted no es usted”, bastantes despersonalizantes, me
inquietan. Me acuerdo de que me había contado que su madre le decía: “eres demasiado
joven” antes de llamar a un tío para cualquier decisión importante. Se lo recuerdo,
añadiendo que no puede confiar en lo que ha visto y que prefiere tener la opinión de un
adulto-director. Me dice: “¡Hacía este “ligero” comentario para decirle que tiene una
doble, con las mismas gafas!” Continúa, citando a Verlaine: ”Una mujer que no es
completamente la misma ni totalmente otra”. Yo añadiría, como nuestros objetos de
transferencia, extraños y familiares.
Esta negación de la percepción era una defensa contra una percepción
traumatizante, demasiado excitante (acompañada de un hombre) que volvería a la
imagen de una madre viva y deseable. Pero si B. había entendido la interpretación sobre
la “ligereza”, el trastorno a la exposición traduciría un cierto rechazo de esta
intervención, y con ella la de la feminidad materna, la de una madre deseada y deseante.
Prefiere mantener separadas estas dos imágenes, la mía y la de su madre. Son
difícilmente conciliables la mujer en vaqueros, la mujer sexuada y la imagen que él se
hace de la analista. Habría una continuidad entre las secuencias “usted es la imagen de
la muerte”, “usted está delgada”, “usted no es usted”. Bajo estos enunciados, el odio es
importante. En ese momento, no he sabido o podido volverlo consciente.
Entonces anoté que B. estaba entre dos, entre una transferencia de prevalencia
paterna y una transferencia materna, la que parecía que B. había evitado hasta entonces.
Al de poco del inicio de su análisis, después de una operación del cáncer tan
temido, B. se queja de una impotencia sexual, que el cirujano, según mi paciente, trata
con descaro. “Creo que es demasiado joven para comprender”.
“¿Demasiado ligero?” le digo. B. no contesta. Por ahora no puede expresar
sentimientos negativos hacia mí. No insisto.
Un poco después, se pregunta con desánimo: “¿Quién podría hacer algo por mí?”
Le digo: “¿Un doctor Mâle ?”
Esta vez podemos asociar: “doctor Masculino”, “macho”, “enfermedad (mal)”,
“muerte”, jugando con la polisemia de la palabra mâle, como yo lo había hecho con
“ligera”. Puede poner en palabras su sufrimiento y finalmente hablar de la muerte de
Mâle y de su gran pena. Por primera vez le critica: “hablaba demasiado, sin duda era
autoritario, pero era un hombre respetable, bueno, le apreciaba”. Y añade: “en cierta
manera usted es del mismo estilo”.
“Buena, respetable, pero ¿también autoritaria y muerta?”, le pude decir.
¿Cuál es su relación transferencial conmigo? Mi hipótesis es la de su dificultad, en
parte superada, para instaurar una transferencia positiva y negativa… una transferencia
viva.
La impotencia sexual reapareció sin que B. hablase de suicidio. Más bien tenía el
sentimiento de frío blanco, de un estado traumático. Su impotencia se resolvió
rápidamente. No creo que el registro de la castración baste para dar cuenta de sus
dificultades. Entonces pensé, como lo ha señalado Gérard Szwec, que la función sexual
no existía “físicamente”, porque había cesado de existir “psíquicamente”. Pudimos
trabajar las satisfacciones sadomasoquistas que su síntoma sexual le proporcionaba, la
desaparición de su impotencia al principio del análisis y su reaparición después de su
operación, como un reproche que no podía formular de otra manera. En verdad, yo no
sé si él quiso decirme a mí, mujer y analista, que debía recurrir a un tercero, hombre,
para que él reencuentre su potencia sexual. Después abordaremos la pérdida de su
analista, su temor-deseo de que yo muera también, y finalmente la desinvestidura de su
madre, cuando ella estaba embarazada de su hermano, poco después de su nacimiento.
Solamente es entonces cuando me informa que su madre tuvo un aborto espontáneo
antes del embarazo de su hermana.
B. cuenta con emoción un recuerdo traumático de la infancia: Su padre le lleva a
donde un amigo cirujano - dentista, con el pretexto de cuidar su afección pulmonar.
Según entra en la consulta, le agarran, le duermen y al despertar siente un dolor en la
boca: le habían quitado los dientes sin avisarle. En su primer análisis, la interpretación
de esta escena de castración fue la del enorme enfado sentido para con su padre, de sus
deseos de muerte y de su culpa cuando éste cayó gravemente enfermo y murió algunos
años después. Deduzco la idea de que, si sintió dolorosamente esta traición de su padre,
la decepción y el enfado se dirigían también a su madre, que no le había advertido, ni
protegido. En un primer momento, B. rechaza el pensamiento, que él también me habría
odiado por no haberle protegido contra su enfermedad (operación), tan grande es su
necesidad de idealizar a su analista. Finalmente, podrá reconocer sus sentimientos
hostiles hacia mí.
Sueños
Ahora B. cuenta sus sueños. Brevemente traigo uno:
“Vuelo (fr. vole), no soy un pájaro, pero vuelo”. Volar era su sueño de niño. Viaja
a menudo en avión. Robar (fr. voler) en otro sentido, le hace pensar también que su
conciencia moral le impide un acto así. Se acuerda de otro sueño: se hacía detener como
consecuencia de un pequeño robo (vol) en el escaparate. Entonces, podrá volver a
hablar de sus celos hacia su hermano y su hermana, del aborto de su madre, de su
sentimiento de abandono, del enfado y de su culpabilidad de un asesinato posible. En
otras palabras, de la pérdida narcisista ante lo que él ha vivido como desinvestidura
materna en el momento del embarazo y del traumatismo del aborto. Se puede pensar
que el paciente vivió la imposibilidad del análisis como una desinvestidura del analista
Mâle, reactivando los traumatismos de la primera infancia.
El sentido sexual de su sueño le sorprende. Se dice de un sexo “el pequeño pájaro”,
su hermana podría habérselo robado, un sexo que vuela es el placer. Vuelve a pensar en
el sueño del asesinato: “el esperma deja huellas que traicionan sobre las sábanas
blancas”. Asocia huella con trabajo analítico. Continúa con un recuerdo: se prepara para
salir, su madre ve una mancha en su pantalón a la altura de su sexo. Su madre la (la
mancha) (le) limpia vigorosamente. ¿Pensará ella que él se ha masturbado?
Otro recuerdo: para enseñarle la limpieza, su padre le limpia el ano con una varilla
envuelta en algodón. Es ahora cuando comprende la intervención vigorosa del doctor
Mâle cuando B. le contó que él hacía la misma cosa con su hijo. Quiso hacerme
comprender que esto podría ser una excitación homosexual, incluso para un niño. Me
pregunta: “¿Esto deja huellas?”
El análisis del sadismo anal permitió hacer circular libidinalmente una agresividad
vivida por él mismo como mortífera, y que le atrapaba en los síntomas obsesivos. Se
había acordado de una frase de Pierre Mâle: “usted tiene la analidad blanca, limpia”.
Este análisis continúa. La analidad se ennegrece, se puede decir.
La afectación somática
No hablaré del cáncer de próstata desde un punto de vista médico. Legítimamente
se pueden plantear varias preguntas: ¿Es puramente orgánico? ¿Estaba presente ya antes
del inicio del análisis? Parece que sí. También es difícil pronunciarse sobre su elección
de la cirugía como deseo de la castración.
En el contexto de este análisis, esta enfermedad, bien grave, testimoniará una
“regresión somática” que permitirá una reorganización, según la teoría de Marty. Pienso
que una depresión larvada está ya parcialmente presente en el momento de la entrevista.
Esta modificaba el funcionamiento psíquico habitual de este hombre, disminuyendo la
actividad representativa, que ya existía antes, y que nuestro trabajo permitió un retorno
rápido. Esquemáticamente, se podría decir que las excitaciones no pudieron tomar las
vías psíquicas, pero se descargaron por vías somáticas. Consecuencia posible de los
restos transferenciales y del estado en el que se encontró ante la noticia de la
enfermedad mortal de su madre, que reactivaba recuerdos traumáticos anteriores, como
la muerte de su padre. Por otro lado, ¿qué fue del levantamiento del síntoma al principio
del análisis conmigo?
Aunque el síntoma, como dice M’Uzan, no tiene un valor significante primario,
estoy intrigada por la localización del cáncer, que golpea una zona de fragilidad del
cuerpo erótico. Esta localización de la afectación somática es inquietante. ¿Quizás el
cuerpo sabe que está enfermo? Si los símbolos mnésicos corporales existen en el
histérico, ¿podemos pensar que también existen huellas mnésicas somáticas? Nada lo
prueba con certeza. Recordemos cómo ciertos temores largamente esperados y temidos
son acompañados del “lo sabía…” etc. A pesar de los presentimientos funestos, ¡no
caen todos los aviones¡, ¡no todas las enfermedades son ciertas! Sin embargo, no
podemos desdeñar, o rechazar con un golpe de mano, estas vivencias intuitivas de señal
o de saber del cuerpo. De todas maneras, no creo en este caso que sea una conversión
histérica. Pero, para mí, son muy enigmáticas las cuestiones del simbolismo y del
sentido de lo que se juega en la escena somática. Es necesario hacer entrar a la
enfermedad en el proceso terapéutico, no como una parada, sino como una posible
bisagra. El impacto de esta expresión somática me preocupaba tanto como el interés de
favorecer un sentido secundario. La enfermedad somática puede transformarse en un
“objeto mental” susceptible de ser trabajada, elaborada, y contribuir a la reorganización,
remplazando más o menos al objeto perdido, que podría ser la fuente de la
desorganización somática.
A manera de conclusión
Se ha visto la importancia de la problemática amor - odio en este trabajo con el
señor B. Y el de la implicación transfero/contratransferencial.
¿Entendí siempre bien a B.? Él trataba de comunicarme un pesar, hacerme entender
una dificultad de su actividad psíquica, un trastorno de la “mentalización”, en el sentido
de Marty. La sobreinvestidura de lo perceptivo testimoniaría un estado traumático, que
a veces deja poco sitio a las representaciones.
Contratransferncialmente no están en mi mente de manera precisa los enunciados
del paciente “usted es la imagen de la muerte”, “usted no tiene problemas de peso”,
“usted no es usted”, han podido entrar en resonancia con puntos sensibles míos.
Digamos, simplemente, que recuerdo haber pensado en la primera entrevista: “imagen
de la muerte”, “imagen de la madre”… estamos en el corazón del problema.
Con los pacientes somáticos construimos hipótesis teóricas, nos preguntamos por la
relación transfero/contratransferencial, adaptamos nuestra práctica. A veces con
dificultad, pero siempre buscando experimentar el placer de descubrir lo nuevo en uno
mismo y en el otro, para restablecer el placer psíquico.
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