Las 21 Demandas presentadas por Japón a China

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7.4.2. Asia: Estados Unidos,
Japón y China. 1920-1933.
a) Documentos
“Las 21 Demandas presentadas
por Japón a China” el 18 de
enero de 1915, en: Modesto Seára
Vázquez, Del Congreso de Viena a
la Paz de Versalles, México,
Editorial Porrúa, 1980, p.375379.
Grupo 1
El gobierno japonés y el gobierno
chino, deseosos de mantener la
paz general en el Extremo
Oriente y de fortalecer las relaciones de amistad y buena
vecindad existentes entre ambos
países, se han puesto de acuerdo
en los siguientes artículos:
ART. 1. El gobierno chino se
compromete a dar su total
asentimiento
a
todas
las
cuestiones en que el gobierno
japonés pueda, de aquí en
adelante, llegar a un acuerdo con
el gobierno alemán, respecto a la
disposición de todos los derechos,
intereses y concesiones que, en
virtud de tratados, o de otra
forma, Alemania posee en China
en relación con la provincia de
Shantung.
ART. 2. El gobierno chino se
compromete a que, dentro de la
provincia de Shantung, o a lo
largo de su costa, ningún
territorio o isla será cedido a
ninguna otra potencia, bajo
ningún pretexto.
ART. 3. El gobierno chino está
de acuerdo en que Japón construya un ferrocarril que conecte Chefoo o Lungkow con el ferrocarril
Kiaochou- Tsinanfu.
ART. 4. El gobierno chino se compromete a abrir, según su propio acuerdo tan pronto como sea
posible, ciertas ciudades importantes en la provincia de Shantung para residencia y comercio de los
extranjeros.
Los lugares que vayan de este modo a ser abiertos serán decididos en un acuerdo separado.
Grupo 2
El gobierno japonés y el gobierno chino, en vista del hecho de que el gobierno chino siempre ha
reconocido la posición predominante de Japón en la Manchuria meridional y en la parte oriental de
la Mongolia Interior, se han puesto de acuerdo en los artículos siguientes:
ART. 1. Las dos partes contratantes acuerdan mutuamente que el plazo del arriendo de Puerto
Arturo y de Dairen y el plazo relativo al ferrocarril de Manchuria Meridional y al ferrocarril
Chantung-Mukden será ampliado a un período de 99 años, respectivamente.
ART. 2 A los súbditos japoneses se les permitirá, en Manchuria Meridional y en la parte oriental de
Mongolia Interior, alquilar o poseer las tierras necesarias para construir edificios para diversos usos
comerciales e industriales o para la agricultura.
ART. 3. Los súbditos japoneses tendrán libertad para entrar, residir y viajar en Manchuria
Meridional y la parte oriental de Mongolia Interior, y para dedicarse a negocios de diversa clase:
comercial, industrial o de otro tipo.
ART. 4. El gobierno chino concede a los súbditos japoneses el derecho de dedicarse a la minería en
Manchuria Meridional y en la parte oriental de Mongolia Interior. Respecto a las minas en las que se
trabajará, se decidirá al respecto en acuerdos separados.
ART. 5. El gobierno chino está de acuerdo en que se obtendrá anticipadamente el consentimiento
del gobierno japonés: 1) siempre que se proponga otorgar a los nacionales de otro país el derecho de
construir un ferrocarril, o de obtener de los nacionales de otro país los fondos para la construcción
de un ferrocarril en Manchuria meridional o en la parte oriental de Mongolia Interior, y 2) siempre
que vaya a concertar un préstamo con cualquiera otra potencia, ofreciendo como garantía los
impuestos de Manchuria meridional o la parte oriental de Mongolia Interior.
ART. 6. El gobierno chino se compromete a que siempre que necesite el servicio de asesores
militares o instructores en Manchuria meridional o en la parte oriental de Mongolia Interior será
primeramente consultado.
ART. 7. El gobierno chino está de acuerdo en que el control y administración del ferrocarril KirinChangchun será entregado a Japón por un plazo de 99 años, a partir de la firma de este tratado.
Grupo 3
El gobierno japonés y el gobierno chino, teniendo en cuenta las íntimas relaciones existentes entre
los capitalistas japoneses y la Compañía Han-Yeh-Ping, Y deseosos de desarrollar los intereses
comunes de ambas naciones, se han puesto de acuerdo en los siguientes artículos:
Art. 1. Las dos partes contratantes mutuamente acuerdan que, cuando llegue el momento oportuno,
la Compañía Han-Yeh-Ping se convertirá en una empresa conjunta de las dos naciones y que, sin el
consentimiento del gobierno japonés, el gobierno chino no dispondrá ni permitirá que la Compañía
disponga de ningún derecho o propiedad de la compañía.
Art. 2 El gobierno chino se compromete a que, como una medida necesaria para la protección de
los intereses establecidos de los capitalistas japoneses, no se permitirán trabajos de minería en la
vecindad de las minas que posee la Compañia Han-Yeh-Ping, sin el consentimiento de dicha
compañía, cuando no sean realizados por ella; y además, que siempre que se proponga cualquier
otra medida que pudiera posiblemente afectar los intereses de esa compañía, directa o
indirectamente, se obtendrá previamente el consentimiento de dicha compañía.
Grupo 4
El gobierno japonés y el gobierno chino, con el objeto de preservar efectivamente la integridad
territorial de China, se han puesto de acuerdo en el siguiente artículo:
El gobierno chino se compromete a no ceder o alquilar a ninguna otra potencia ningún puerto o
bahía, ni ninguna isla a lo largo de la costa de China.
Grupo 5
Art 1. El gobierno central chino empleará japoneses influyentes como asesores políticos,
financieros y militares.
Art 2. El gobierno chino concederá a los hospitales, templos y escuelas japonesas en el interior de
China el derecho de poseer tierras.
Art 3. Frente a las numerosas disputas de policías que hasta ahora se han producido entre Japón y
China, causando bastantes molestias, la policía en ciertas localidades (en China), donde tales
arreglos son necesarios, será colocada bajo administración conjunta japonesa y china, o se
empleará a japoneses en oficinas de policía en tales localidades, para ayudar al mismo tiempo en
la mejora del servicio chino de policía.
Art 4. China obtendrá del Japón cierta cantidad de armas, o estab1eoerá un arsenal en China bajo
la administración conjunta japonesa y china, y será provista de técnicos y de material por Japón.
Art 5. Para ayudar el desarrollo del Ferrocarril Nanchang-Kiukiang con el que los capitalistas
japoneses están tan íntimamente identificados, y teniendo debidamente en cuenta las
negociaciones que durante tantos años han estado pendientes de arreglo entre Japón y China con
respecto a la cuestión ferroviaria en el sur de China, China está de acuerdo en otorgar al Japón el
derecho de construir un ferrocarril para conectar Wuchang con Kiukiang-Nanchang y Hangchou y
entre Nanchang y Chaochou.
Art 6. En vista de las relaciones entre la provincia de Fukien y Formosa, y del acuerdo relativo a
la no alineación de aquella provincia, Japón será primeramente consultado siempre que se necesite
capital extranjero en relación con los ferrocarriles, minas y trabajos portuarios (incluyendo diques)
en la provincia de Fukien.
Art 7. China garantizará a los súbditos japoneses el derecho de predicar en China.
“Tratado de las nueve potencias concerniente a China” [Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos,
Italia, Japón, Países Bajos, Portugal, Bélgica y China] Washington D.C., 6 de febrero de 1922,
tomado de: J. A. S. Grenville, The Major international treaties 1914-1913. Methuen Co. Ltd.,
Londres, 1974, p. 90.
Art. 1 Las Potencias contratantes, excepto China, acuerdan:
1. Respetar la soberanía, la independencia y la integridad territorial y administrativa de China.
2. Dar a China la mayor y más amplia oportunidad para desarrollar y mantener por sí misma un gobierno
estable y efectivo.
4. No aprovecharse de las condiciones en China para buscar derechos o privilegios especiales que
reduzcan los derechos de los súbditos o ciudadanos de los estados amigos, y aprobar actos inamistosos
para la seguridad de dichos estados".
[J. A. S. Grenville, The Major international treaties 1914-1913. Methuen Co. Ltd., Londres, 1974, p. 90.
Gi-Ichi Tanaka, Memorándum al Emperador, 27 de julio de 1927. [Tomado de: Modesto Seara
Vázquez, La Paz Precaria, de Versalles a Danzing, México, Editorial Porrúa, 1980, p. 264-255]
Para su propia protección, así como para la protección de otros, Japón no puede eliminar las
dificultades en el Oriente asiático, a menos de que adopte una política de sangre y hierro. Sin embargo, al
poner en práctica esta política, debemos enfrentarnos a los Estados Unidos que han sido empujados en
contra nuestra por la política de China de combatir el veneno con veneno. Si deseamos controlar a China
en el futuro, debemos primeramente aplastar a los Estados Unidos, igual que en el pasado hemos tenido
que luchar en la guerra ruso japonesa. Para conquistar a China debemos primero vencer a Manchuria y
Mongolia. Para conquistar el mundo debemos primero conquistar China. Si tenemos éxito en la conquista
de China, el resto de las naciones asiáticas y los países de los mares del sur se aterrorizarán y se rendirán a
nosotros. Sólo entonces admitirá el mundo que el Asia Oriental es nuestra, y no se atreverá a desafiar
nuestros derechos. Este es el plan confiado a nosotros por el emperador Meiji, y cuyo éxito es necesario
para nuestra existencia nacional. ..
El método para obtener auténticos derechos en Manchuria y Mongolia, es utilizar esa área como
una base y al mismo tiempo que se pretende realizar intercambio y comercio, penetrar en el resto de
China. Con estos derechos asegurados, nos apoderaremos de los recursos de todo el país. y con los
recursos de China a nuestra disposición, conquistaremos la India, el Archipiélago, Asia Menor, Asia
Central y aun Europa. El primer paso, sin embargo, es obtener el control de Manchuria y Mongolia, y que
nuestra raza Yamato se distinga en el Asia Continental.
Nota de Henry L. Stimson, Secretario de Estado de los Estados Unidos de America al Ministro de
Relaciones Exteriores de Japón, Washington D.C. 7 de enero de 1932.
With the recent military operations about Chinchow, the last remaining administrative authority of the
Government of the Chinese Republic in South Manchuria, as it existed prior to September 18th, 1931, has
been destroyed. The American Government continues confident that the work of the neutral commission
recently authorized by the Council of the League of Nations will facilitate an ultimate solution of the
difficulties sow existing between China and Japan. But in view of the present situation and of its own
rights and obligations therein, the American Government deems it to be its duty to notify both the Imperial
Japanese Government and the Government of the Chinese Republic that it cannot admit the legality of any
situation de facto nor does it intend to recognize any treaty or agreement entered into between those
Governments, or agents thereof, which may impair the treaty rights of the United States or its citizens in
China, including those which relate to the sovereignty, the independence, or the territorial and
administrative integrity of the Republic of China, or to the international policy relative to China,
commonly known as the open door policy; and that it does not intend to recognize any situation, treaty or
agreement which may be brought about by means contrary to the covenants and obligations of the Pact of
Paris of August 27, 1928, to which Treaty both China and Japan, as well as the United States, are parties.
Respuesta del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón al Gobierno de los Estados
Unidos de América., Tokio, 16 de enero de 1932.
The Ambassador in Japan (William Cameron Forbes) to the Secretary of State’
Tokyo, January 16,1932
I have just received the reply of the Japanese Government which reads as follows:
... The Government of Japan were well aware that the Government of the United States could always be
relied on to do everything in their power to support Japan‟s efforts to secure the full and complete
fulfillment in every detail of the treaties of Washington and the Kellogg Treaty for the Outlawry of War.
They are glad to receive this additional assurance of the fact.
As regards the question which Your Excellency specifically mentions of the policy of the so-called „open
door,‟ the Japanese Government, as has so often been stated, regard that policy as a cardinal feature of the
politics of the Far East, and regrets that its effectiveness is so seriously diminished by the unsettled
conditions which prevail throughout China. Insofar as they can secure it, the policy of the open door will
always be maintained in Manchuria, as in China proper.
They take note of the statement by the Government of the United States that the latter cannot admit the
legality of matters which might impair the treaty rights of the United States or its citizens or which might
be brought about by means contrary to the [Kellogg-Briand] treaty of 27 August, 1928. It might be the
subject of an academic doubt whether in a given case the impropriety of means necessarily and always
voids the ends secured; but as Japan has no intention of adopting improper means, that question does not
practically arise.
It may be added that the treaties which relate to China must necessarily be applied with due regard to the
state of affairs from time to time prevailing in that country, and that the present unsettled and distracted
state of China is not what was in the contemplation of the High Contracting Parties at the time of the
Treaty of Washington. It was certainly not satisfactory then; but it did not display that disunion and those
antagonisms which it does today. This cannot affect the binding character or the stipulations of treaties;
but it may in material respects modify their application, since they must necessarily be applied with
reference to the state of facts as they exist.
My Government desire further to point out that any replacement which has occurred in the personnel of
the administration of Manchuria has been the necessary act of the local population. Even in cases of
hostile occupation-which this was not-it is customary for the local officials to remain in the exercise of
their functions. In the present case they for the most part fled or resigned; it was their own behaviour
which was calculated to destroy the working of the apparatus of government. The Japanese Government
cannot think that the Chinese people, unlike all others, are destitute of the power of self-determination and
of organizing themselves in order to secure civilized conditions when deserted by the existing officials.
While it need not be repeated that Japan entertains in Manchuria no territorial aims or ambitions, yet, as
Your Excellency knows, the welfare and safety of Manchuria and its accessibility for general trade are
matters of the deepest interest and of quite extraordinary importance to the Japanese people. That the
American Government are always alive to the exigencies of Far Eastern questions has already been made
evident on more than one occasion. At the present juncture, when the very existence of our national policy
is involved, it is agreeable to be assured that the American Government are devoting in a friendly spirit
such sedulous care to the correct appreciation of the situation....
b) Lecturas
Pierre Renouvin, Historia de las Relaciones Internacionales. Siglos XIX y XX, Madrid, Aguilar, S.A.
Editores, 1969, p. 823-838, 893-903
El movimiento nacional chino, que se había puesto de manifiesto en mayo de 1919, sufrió un eclipse
en 1920-1921, como consecuencia de la gravedad de la crisis interior. La guerra civil, suspendida
durante la Conferencia de la paz, se reanudó; librábase entre el Gobierno de Pekín -es decir: el grupo
de generales corrientemente llamado el Club de An-Fu- y el Gobierno de Cantón, refugio de Sunt
Yat-sen y los autores de la Revolución de 1911. Los dos Gobiernos rivales se encontraban a la vez en
lucha abierta con disidentes o rebeliones locales: en 1922, de las dieciocho provincias que formaban
la China propiamente dicha, cuatro se hallaban bajo el dominio efectivo de Pekín, dos bajo el de
Cantón y las otras doce, prácticamente independientes, estaban en manos de generales cuyo poder de
hecho era discutido, con frecuencia, por otros rivales. Los Señores de la guerra se acomodaban
fácilmente a ese caos, pues extraían de él beneficios personales. Pero empezaban a perfilarse dos fuerzas
de resurgimiento: el Partido Kuomintang y el Partido comunista.
Sun Yat-sen reorganizó, en 1923, el Partido Kuomintang, y en 1924 le dio una doctrina con su libro Los
tres principios del pueblo. China -decía- se había convertido en un mercado colonial; oprimida por las
potencias imperialistas, era el esclavo de más de diez amos. Para escapar de esa decadencia no había otro
camino que el de asimilar la civilización material de los occidentales, sin abandonar, por ello, la moral y la
filosofía política chinas. En este aspecto, el pensamiento de Sun Yatsen no añadía gran cosa a los temas
habitua1es de los reformadores, de Leang Ki-chao, por ejemplo. Pero la diferencia existía desde el punto
de vista social y político. Sun consideraba que la situación económica de China era demasiado diferente de
la de Europa para que fuese posible adoptar la solución marxista; se limitaba, por tanto, a prever la
nacionalización de las industrias esenciales; pero respetaba íntegramente la propiedad rústica, que solo
aspiraba a corregir, mediante medidas fiscales, suprimiendo las desigualdades más indignantes. En cuanto
a la organización política, sería democrática, es decir, aseguraría a todos los ciudadanos el disfrute de los
mismos derechos; pero no se inspiraría en el ejemplo francés, inglés ni americano, no solo porque las
características del medio chino no se prestaban a la aplicación de los métodos occidentales, sino también
porque esos métodos no eran en sí mismos satisfactorios. China debía aportar, pues, su propia solución:
conceder a la aristocracia de la inteligencia el papel dirigente; conceder a la masa un simple derecho de
inspección, que solo podría ejercer después de un período de educación. Los tres principios del pueblo
llevaban, por tanto, a sugerir un Gobierno fuerte, muy diferente del que Sun había propuesto en 1912. ¿Se
debía esa evolución únicamente al resultado de las experiencias y decepciones del padre de la revolución
china? Se debía también, sin ninguna duda, al espectáculo de las revoluciones europeas, que, tanto en
Italia como en Rusia, habían llevado al poder regímenes autoritarios.
Pero la experiencia comunista, descartada por Sun Yat-sen, contaba con sus apóstoles, que en 1919
comenzaron a extender sus ideas entre la juventud universitaria. En julio de 1921, Chan To-siu, designado
por el Congreso de la Internacional Comunista para organizar el Partido chino, celebró en Shangai su
primera reunión, asistido por Li Ta-caho y Mao Tse-tung; en torno á él solo hay todavía un puñado de
hombres. Entonces fue cuando el Partido empezó a reclutar adherentes en los medios obreros de la región
industrial de Honan -principa1mente en los establecimientos metalúrgicos de Han Yeh Ping-; sin
embargo, hasta 1924 no llegaría al mundo campesino.
[p.825]
La tendencia aislacionista se afirmó en la política exterior de los Estados Unidos durante la administración
republicana que salió de las elecciones presidenciales de 1920. Pero la aplicación del principio fue solo
parcial.
En las relaciones con Europa, el Gobierno de Washington rechazaba, en términos categóricos, toda
responsabilidad e iniciativa. Los intereses de la Unión, según declaró el secretario de Estado, Hughes, eran
diferentes de los de Europa, y la diplomacia americana debía, en consecuencia, mantener una posición
independiente. Sin embargo, esa independencia, que se consideraba necesaria en el terreno de la política,
¿era concebible en el económico y financiero? Los industriales, los agricultores y los banqueros
americanos no podían desinteresarse de los mercados europeos, ni los contribuyentes del pago de las
deudas interaliadas. Los hombres de negocios se daban cabal cuenta de que la recuperación económica de
Europa dependería en gran parte de la amplitud de inversión de capitales y de que el principal proveedor
de esos capitales serían los Estados Unidos: los productores americanos podrían mantener o ampliar sus
exportaciones gracias a ese movimiento de capitales. El Gobierno deseaba, por tanto, el desarrollo de esas
inversiones. Sin duda, dejaba [p.837] a los bancos la responsabilidad de sus decisiones; pero les daba
consejos, opiniones, advertencias; y si se emitía un empréstito extranjero en el mercado financiero
americano, imponía su inspección, especialmente si temía que el producto del empréstito sirviese para
financiar armamentos. La característica más chocante de esa conducta era el desacuerdo que se daba entre
la actitud política y la actividad económica. La primera aparentaba ser negativa; no lo era por entero,
porque la diplomacia americana continuaba favoreciendo los tratados de arbitraje y de desarme y enviaba
con frecuencia observadores, sin carácter oficial, a las conferencias internacionales en las que no podía, de
acuerdo con sus principios, tener delegados; pero la diplomacia americana se negaba siempre a contraer
cualquier compromiso. La segunda se preocupaba no solo de proteger por doquier los intereses
comerciales y financieros americanos, sino también de asegurar la participación oficial de los
representantes de los Estados Unidos en las organizaciones internacionales de carácter económico, social
o técnico. La administración republicana no intentó atenuar ese desacuerdo, adaptando, en sus relaciones
internacionales, los medios políticos a las preocupaciones económicas.
Pero el “aislacionismo” no era aplicable en Extremo Oriente ni, naturalmente, en la América latina.
Los intereses económicos americanos, presentes y futuros, en ese mercado chino que ofrecía más de
cuatrocientos millones de consumidores; la voluntad de salvaguardar las posiciones estratégicas
conseguidas por los Estados Unidos en los archipiélagos del Pacífico y la propaganda de las misiones
religiosas, incitaban al Gobierno de Washington a enfrentarse con el imperialismo japonés. Para lograrlo
era necesario que la política americana aceptase ciertas responsabilidades, concertando acuerdos con los
estados de Europa occidental y, en primer lugar, con Gran Bretaña. A pesar de ello, el Departamento de
Estado deseaba atenerse a la presión diplomática y no se planteaba el contraer compromisos que
implicasen un posible empleo de la fuerza.
Las preocupaciones estratégicas, que antes de 1914 habían sido un importante móvil de la política en
América latina, istmo de Panamá y todo el litoral del mar de las Antillas, se hallaban satisfechas: bastaba
con que el Gobierno de los Estados Unidos velase por mantener los resultados conseguidos, utilizando, en
forma apenas atenuada, los métodos de la diplomacia del dólar. Ahora eran las preocupaciones
económicas las que ejercían una influencia decisiva; obligaban a los Estados Unidos a extender su acción
por América del Sur, en donde, hasta 1914, solo habían tenido una importancia secundaria en la
explotación de los recursos materiales y en la inversión de capitales. El eclipse de Europa durante la
guerra 1914-1918 había dejado el campo libre a los exportadores y negociantes americanos; los objetivos
de esa política consistían en ampliar los primeros resultados, sobre todo en las regiones donde existían
reservas de materias primas, y al mismo tiempo afirmar la posición dominante que poseían en el
continente. La consecuencia necesaria [p. 838] fue que los intereses europeos se vieran obligados a ir
cediendo terreno poco a poco.
La posición internacional de Japón seguía estando orientada por factores económicos y demográficos
que le impulsaban a una política de expansión. ¿Podría desarrollarse esa política por procedimientos
pacíficos o exigía recurrir a la fuerza? Desde 1920, los dirigentes nipones se hallaban divididos a ese
respecto. Y la divergencia no haría más que acentuarse en el transcurso de los años siguientes.
La expansión pacífica debía contentarse con los procedimientos habituales de la acción comercial.
Buscar una aproximación económica con China, que absorbía el 22 por 100 de las exportaciones
niponas, y, para conseguido, afirmar el respeto a la soberanía e integridad territorial chinas; crear
organismos encargados de la compra de materias primas, eligiendo los proveedores en aquellos
estados que, en caso de guerra general, no se convirtieran en adversarios de Japón; encontrar nuevos
mercados de exportación, por ejemplo, en las colonias europeas, donde el cliente, al que interesaba
más el precio que la calidad, era apropiado para apreciar los productos de la industria nipona: tal era
la tesis de los dirigentes de los grandes trusts -el barón Mitsui, que controlaba 284 empresas, con un
capital global de 26 mil millones de francos; el barón Iwasaki, jefe del grupo Mitsubishi, que contaba
con 92 empresas-. Esa era también la opinión de las asociaciones de industriales cuyos jefes se reunían en el Keizai Club, estado mayor de la economía nipona. Estos medios de los negocios
realizaban una acción importante en la vida política, pues concedían subvenciones a los partidos,
tenían influencia en los periódicos de gran tirada y no temían comprar votos cuando llegaban las
elecciones.
Los partidarios de una expansión armada decían que tal moderación era peligrosa. Japón no debía
correr el riesgo de verse privado de materias primas o de sufrir un boicot. Para evitar esos peligros, el
único medio sería establecer la dominación directa o la influencia política sobre los territorios que
fuesen de importancia esencial como reservas de materias primas o mercados exteriores. Esto
concordaba con la misión del pueblo nipón, llamado a dirigir y unificar las poblaciones asiáticas. Esa
tesis imperialista tenía su foco principal en los Estados Mayores del Ejército y la Marina; contaba
también con numerosos partidarios en el seno de la alta administración y entre los portavoces de
determinados medios universitarios. La primera etapa de esa expansión armada cubriría Manchuria;
la segunda, el norte de China. Yendo más lejos, los extremistas -Kita Ikki sobre todo, en la obra que
publicó en 1919, Las bases de la reconstrucción del Japón llegaban hasta sugerir una expansión a expensas de las grandes potencias europeas que poseían en la zona del Océano Pacífico territorios
exageradamente extensos: Australia y Siberia extremo [p.839] oriental. No hay que decir que esa
política había de ser sostenida por un gran esfuerzo de rearme y, como corolario de él, otro esfuerzo fiscal;
los ultras, incluso para cubrir los gastos de ese rearme pensaban en una confiscación parcial del capital.
Desde 1920 a 1930, en aquel conflicto de tendencias; dominó la tesis de la expansión pacífica, con la
excepción de un breve intermedio. La agitación imperialista, sin embargo, fue incesante y a veces
amenazadora, pues los extremistas constituían una organización combativa, la sociedad Rosinkai, que
utilizaba procedimientos de intimidación, e incluso llegó en ocasiones hasta el asesinato. Pero la burguesía
de los negocios dominaba en la Cámara de Representantes, a través de su portavoz, el partido Seiyukai,
que desde 1921 disponía de la mayoría relativa. La crisis económica incitó a ese partido a pedir, en 1922,
la disminución de los gastos de rearme, con el fin de aligerar las cargas fiscales, y a preconizar una
política exterior moderada, pues cualquier presión brutal que se ejerciera contra China podría provocar
reacciones en los medios económicos chinos, cuyas consecuencias perjudicarían a los exportadores japoneses. Durante cinco años, de 1924 a 1927, y después en 1929-1930, el Ministerio de Asuntos
Extranjeros fue dirigido por el barón Shidehara, yerno del barón Iwasaki y, por consiguiente, muy ligado a
los intereses de los trusts.
Que la política exterior del Japón se manifestase, por algún tiempo, mediante tendencias conciliadoras y
prudentes era algo inesperado para el mundo contemporáneo.
Pierre Renouvin, Historia de las Relaciones Internacionales, Siglos XIX y XX, Madrid, Aguilar S.A.
Editores, p. 893-903.
[p.893]
En Asia, la primera guerra mundial debilitó las influencias occidentales, desde el punto de vista
económico y político: el Japón adquirió una posición preponderante en el Extremo Oriente, y los
movimientos nacionalistas, cuyas manifestaciones eran significativas desde 1919, anunciaban el despertar
de Asia. En las relaciones entre los grandes Estados europeos o los Estados Unidos, por un lado, y los
Estados asiáticos, por otro, en los años que siguieron a los tratados de paz, se pueden señalar dos hechos
de importancia: el compás de espera impuesto al imperialismo japonés y los intentos de emancipación
nacional de China.
1. El “Alto” al Japón.
El gobierno nipón obtuvo, en junio de 1919, una victoria diplomática, en cuanto el Tratado de Versalles le
asignó los territorios alemanes de Shantung: las grandes potencias victoriosas, sin tener en cuenta el
movimiento nacional chino, renunciaron a intervenir en la solución de los litigios chino-japoneses. Pero
esa victoria era bastante precaria y no sólo porque despertaba en los medios políticos y religiosos de los
Estados Unidos protestas vehementes, sino también por el cambio de frente en la política inglesa.
Antes incluso de la firma del Tratado de Versalles, la cadena de prensa Hearst, hostil a la política del
presidente Wilson, declaró que las reivindicaciones japonesas en China eran inaceptables. En agosto de
1919, los jefes de al oposición senatorial al Tratado de Versalles… reprocharon a la delegación
americana… haber consentido en esa “transacción vergonzosa”, aquella “capitulación”: la política nipona
quería cerra el mercado chino y no tardaría en amenazar las seguridad del mundo; tal política obligaría a
los americanos a ir a la guerra para preservar la civilización. La actitud de Wilson era desaprobada,
incluso, por el Secretario de estado, Lasing, quien, ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado,
acusó al presidente de haber entregado Shantung al Japón… [p. 894] El Senado, al negarse a ratificar el
Tratado de Versalles, desligó a los Estados Unidos de los compromisos suscritos por Wilson por lo que se
refería al Extremo oriente; y alentó, por lo mismo, la resistencia de China frente a la política japonesa…
…Desde la llegada de la Administración republicana al poder, en marzo de 1921, los Estados Unidos
ejercieron una presión directa sobre Japón. El presidente Harding dispuso que se continuase ejecutándose
el programa de construcciones para aumentar la marina de guerra, proyectado en el curso de la guerra,
porque el Japón, según decía la prensa americana, no debía quedar como el “dueño del Pacífico”; y
declaró que los Estados Unidos no reconocerían la ocupación japonesa de la Provincia Marítima… A
pesar de ello, el Gobierno americano no tenía la intención de colocar a Japón entre la espada y la pared,
pues, antes, incluso, de enseñar lo dientes, hizo que el Congreso sugiriera la celebración de una
Conferencia internacional donde fuesen examinadas las cuestiones del Extremo Oriente y del Pacífico.
La táctica parecía ser la siguiente: amenazar al Japón con una carrera de armamentos en la que Estados
Unidos, gracias a su superioridad industrial, tendría cómoda ventaja; y ofrecer la renuncia a esa
competencia, siempre y cuando el Gobierno nipón renunciase a extender sus ambiciones territoriales por
el continente asiático. El objetivo final, según la prensa americana, era llegar a una revisión de los
“escandalosos beneficios de guerra” alcanzados por el Japón de 1914 a 1918.
El éxito de esa acción dependería, en buna parte, de la actitud que adoptase Gran Bretaña. La alianza
anglosajona, concluida en 1902, fue renovada por diez años, en julio de 1911; cierto que Gran Bretaña, en
aquel momento, había hecho estipular que no llegaría a la intervención armada en caso de conflicto entre
Japón y los Estados Unidos; sin embargo, prometió su apoyo diplomático para salvaguardar los “intereses
especiales” del Japón. ¿Tenía la política británica en prolongar la existencia de aquel tratado?
La política nipona en China lesionaba, desde 1915, los intereses económicos ingleses; por otra parte, la
principal razón para la existencia de la alianza había desaparecido, desde el momento en que la expansión
rusa en Extremo Oriente quedó paralizada por las revoluciones de 1917. Pero el Gabinete inglés podía
temer que el Japón, si se abandonaba la alianza prestaría apoyo al movimiento nacionalista hindú, en
nombre del “panasiatismo”. El balance entre ventajas e inconvenientes no desempeñaba un papel
determinante, sin embargo. Lo que importaba, sobre todo, era el futuro de las relaciones angloamericanas.
Y en mayo de 1921, en Washington, el presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros del Senado
expresó el deseo de que Gran Bretaña [p. 895] renunciase a esa alianza con los japoneses. El 23 de junio,
el Secretario de estado afirmó que la renovación de la alianza constituiría un estímulo para el “partido
militar” nipón, estímulo perjudicial para los intereses de los Estados Unidos; y que el abandono de esa
alianza sería el signo tangible de una colaboración agloamericana en las cuestiones de Extremo Oriente y
del Pacífico.
Esas declaraciones fueron acompañadas de una amenaza apenas velada: la conducta de los Estados
Unidos en relación con el movimiento de independencia de Irlanda podía depender de la buena o
mala voluntad que manifestase el Gabinete inglés en la cuestión japonesa.
Al día siguiente de esa gestión, la Conferencia Imperial Británica decidió no renovar la alianza de
1911
Sometido a la presión directa de los Estados Unidos y abandonado por Gran Bretaña, el Gobierno nipón se
resignó a aceptar la conferencia internacional…
La Conferencia, que se celebró en Washington del 12 de noviembre de 1921 al 6 de febrero de 1922,
examinó, por tanto, al mismo tiempo que los problemas del Extremo oriente y del pacífico, el del
armamento naval. La Rusia soviética. Cuyo gobierno no había sido todavía reconocido por lo otras
grandes Estados, fue dejada al margen, a pesar de la importancia de sus intereses en Siberia y Manchuria.
Los Estados Unidos estaban seguros de la colaboración de Gran bretaña y no temían que Francia o Italia
quisiesen favorecer la preponderancia nipona en China o en el Pacífico. La delegación japonesa aislada y
reducida a la defensiva, se vio, pues, obligada a ceder.
La cuestión del Pacífico dio como resultado el “Tratado de los Cuatro”, firmado el 13 de diciembre de
1921, por el que el Gobierno japonés se asoció a los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia para
prometer el respeto mutuo, durante diez años, del “status quo en las posiciones insulares”.
[p.896]
La cuestión china se abordó el 6 de febrero de 1922 en el “Tratado de las Nueve Potencias”, por el que los
contratantes se comprometían a respetar “la soberanía, independencia e integridad territorial y
administrativa de China”, así como del principio de “puerta abierta” desde el punto de vista económico.
Por último, la cuestión de los armamentos navales quedó establecida por el “Tratado de los Cinco” del 6
de febrero. El Japón aceptó que la proporción entre los navíos de línea fuese fijada entre para Japón, cinco
para Estados Unidos y Gran Bretaña, 1.75 para Francia e Italia. En este aspecto, la resistencia nipona fue
sería; pero cedió cuando los Estados Unidos amenazaron con acelerar la carrera de armamentos y dar a sus
construcciones navales un ritmo cuatro veces más rápido que el que era capaz de alcanzar los astilleros
nipones.
Sin embrago, no fueron esas las únicas concesiones que hubo de hacer la política japonesa. Bajo la presión
vigorosa de los Estados Unidos, la delegación japonesa prometió a China, por el acuerdo de 4 de febrero
de 1922, la restitución de los “derechos e intereses” que antes de 1914 poseía Alemania en Shantung y que
fueron transferidos a Japón por el Tratado de Versalles; renunciaba a exigir la totalidad de la contrapartida
prevista por los acuerdos chino-japoneses de mayo de 1915, y se conformó con obtener, además de una
participación en la explotación minera de Han Yehping, que los colonos japoneses tuvieran derecho a
adquirir tierras en Manchuria; y la prolongación del “arriendo” de Port-Arthur. Por otra parte, el Gobierno
nipón anunció su intención de evacuar en breve plazo, la Provincia Marítima y todos los puntos del litoral
Siberiano ocupados por sus tropas: se trataba, pues, del fin de la aventura siberiana, que comenzó en el
verano de 1918…
¿Qué conservaba, pues, el Japón, en 1922, de todas las ventajas que había conseguido, de Hecho o de
derecho, durante la primera guerra mundial?
Había consolidado e, incluso, ampliado los privilegios de gozaba en la Manchuria meridional; y
conservaba, a título de mandato los tres archipiélagos del Pacífico, obtenidos, a expensas de Alemania en
1919: eran dos cláusulas importantes para la seguridad del archipiélago nipón y para su abastecimiento de
materias primas. A pesar de la proporción de 3 a 5 establecida en el Tratado de Limitación de
Armamentos, mantenía [p. 897] cierta superioridad naval en los mares del Extremo Oriente, pues la flota
de los Estados Unidos había de repartirse entre el Atlántico y el Pacífico. Pero abandonaba las posiciones
adquiridas… y renunciaba a la mayoría de las cláusulas del acuerdo chino-japonés de mayo de 1915, lo
que equivalía a renunciar a la realización de su plan de expansión por el oriente de Asia… En resumen: los
Estados Unidos, gracias a la colaboración de Gran Bretaña, había aplicado a Japón, mediante una sencilla
presión diplomática, un frenazo… Se trataba de una tregua que duraría diez años.
II. LOS MOVIMIENTOS NACIONALISTAS EN CHINA
Pero las posiciones conseguidas por los occidentales en China se encontraban amenazadas por los
movimientos de resistencia que intentaban oponerse a la dominación directa o indirecta del extranjero. Ese
despertar de China es uno de los grandes momentos de la historia del mundo contemporáneo. ¿Cuáles
fueron sus rasgos esenciales?
En la primavera de 1922, se anunció una colaboración entre las fuerzas nuevas: el Kuomintang y el
Partido Comunista. Li Tachao ofreció a Sun Yat-sen su colaboración para trabajar por la revolución nacional: sin renunciar, como es natural, a su filiación comunista, aceptaba adherirse al Kuomintang. Sun
acogió favorablemente este ofrecimiento, aunque continuó afirmando que las soluciones marxistas no eran
aplicables en China. Se trataba, por tanto, de una alianza temporal, [p. 898] cuyo único objetivo consistía
en restablecer la independencia china, esto es: obtener la abolición de los tratados desiguales y los privilegios reconocidos a los extranjeros. Esta colaboración fue anunciada, en 1923, por medio de un discurso
que el padre de la revolución china dirigió a sus camaradas del Kuomintang. Pero no duraría mucho más
tiempo que el propio Sun: después de la muerte de éste, en marzo de 1925, los nuevos jefes del
Kuomintang, Chiang Kai-Chek y Uang Ching-uei abandonaron esa táctica que, en su opinión, abría, a la
influencia rusa peligrosas perspectivas, no solo para los intereses del gran capitalismo chino, sino también
para la independencia nacional.
A pesar de la disolución de la alianza, las tropas de los dos partidos conservaron su propósito único, que
era sacudir la tutela extranjera. El movimiento antiextranjero, cuya primera gran manifestación fue el
boicot del comercio marítimo en el puerto de Cantón, decidido en junio de 1925, se desarrolló durante
cerca de dos años; aquel movimiento era contemporáneo de las grandes operaciones militares emprendidas
por el Gobierno de Cantón contra el de Pekín. En dos ocasiones se produjeron graves incidentes en la
China central: en enero de 1927, la ocupación de la Concesión británica de Hankeu por bandas armadas
chinas; en marzo de 1927, el ataque dirigido, en Nankín, por las tropas del Kuomintang contra los
consulados, así como contra los establecimientos industriales o comerciales europeos y americanos. Con
otras formas, también se manifestaron en Manchuria, dirigidos esta vez contra los intereses japoneses.
Sin duda esta lucha por la independencia nacional y ese viento de xenofobia podían evocar el recuerdo de
anteriores intentos, sobre todo, el de los Boxers. Pero la situación aparecía, en esta ocasión, muy diferente:
ya no eran las sociedades secretas las que originaban la agitación, sino los sindicatos obreros, apoyados
por una corriente de opinión cuya importancia había demostrado ya el movimiento de 4 de mayo de 1919.
Esto era lo que amenazaba gravemente las posiciones conquistadas en China, desde tiempo inmemorial,
por los súbditos de las grandes potencias.
El Gobierno soviético, después de haber orientado a los jefes del Partido Comunista chino hacia una
colaboración con el Kuomintang, declaró, en un manifiesto del 26 de enero de 1923, que el movimiento de
independencia nacional dirigido por Sun Yat-sen merecía su simpatía más cálida y que Rusia renunciaba
a los tratados desiguales. También ayudó los esfuerzos de unificación emprendidos por el Gobierno chino
del Sur, es decir, a la preparación de operaciones militares contra el Gobierno del Norte: la misión
Borodin, instalada en Cantón, desde octubre de 1923, proporcionaba instructores al ejército [p. 899]
sudista y ofrecía al Kuomintang consejeros técnicos para reorganizar la administración o para dirigir la
política económica. “La liberación de China podría convertirse -escribía Lenin en 1923- en una etapa
esencial para la victoria del socialismo en el mundo.”
El movimiento xenófobo, que se intensificó en 1925, correspondía a esa esperanza. En septiembre de
1925, tres meses después del principio del boicot cantonés, Zinovief, presidente de la Internacional Comunista, registró los rápidos progresos del movimiento revolucionario en Extremo Oriente. La misión
Borodin alentaba ese movimiento; su jefe tomó, incluso, abiertamente, posición: el discurso que dirigió,
en diciembre de 1926, a los huelguistas de Hankeu, era un llamamiento a la lucha contra el imperialismo.
En Moscú, la veinticuatro Conferencia del Partido, de enero de 1927, veía en la revolución china el
segundo foco de la revolución mundial; y expresó su confianza de que el joven Gobierno nacional chino
hiciera fracasar la política inglesa que trataba de formar un bloque de potencias contra China. La Prensa
soviética señaló la presencia de voluntarios rusos en el ejército nacional chino.
En aquellos momentos, sin embargo, la política rusa comenzaba a tropezar con dificultades, pues el
Kuomintang se enfrentó, decididamente, con ella. En marzo de 1926, Chiang Kai-Chek aprovechó una
ausencia de Borodin para expulsar de Cantón a los consejeros técnicos soviéticos; pero no fue más lejos,
pues, en el momento en que comenzaba la ofensiva contra el Gobierno de Pekín, no quería verse privado
de los servicios que aún le prestaban los oficiales instructores rusos. En el mismo momento en que las
tropas del Kuomintang expulsaban a los nordistas del valle del Yang-Tsé e iniciaban, primero en Hankeu
y después en Nankín, los ataques contra las concesiones extranjeras, que colmaban los deseos de Borodin,
Chiang Kai-Chek anunció su intención de romper con el Partido Comunista chino y con la U.R.S.S., en la
sesión del Comité Central ejecutivo del 1 de marzo de 1927. Ese fue el programa que ejecutó en algunos
meses: en abril de 1927, inició las hostilidades contra los comunistas chinos en Shangai; en diciembre,
reprimió, mediante una matanza, una sublevación comunista en Cantón. El 14 de diciembre de 1927, se
rompieron las relaciones diplomáticas entre el Gobierno soviético y el Gobierno del Kuomintang, que
acababa de trasladar su sede a Nankín; y se cerraron las agencias comerciales rusas en China.
La Prensa rusa gritó que se trataba de una traición: Chang Kai-Chek era un verdugo del proletariado, un
Cavaignac chino, un lacayo del imperialismo inglés. Denunció los desórdenes de la revolución china y el
bandidaje de las tropas del Kuomintang. En resumen, testimonió el fracaso de la política que la U.R.S.S.
había seguido con China durante cinco años: los altos dirigentes del Partido Kuomintang se habían pasado
a la derecha, y las masas obreras y campesinas no estaban aún organizadas con suficiente solidez para
impedir esa defección.
[p. 900]
Los Estados Unidos y Gran Bretaña tenían en esa crisis china intereses paralelos, pero desiguales.
Gran Bretaña conservaba una participación considerable en las relaciones económicas exteriores de
China: el 50% de las importaciones, el 50% de las inversiones de capitales extranjeros eran de origen
británico; el número de empresas comerciales e industriales inglesas pasó de 590, en 1914, a cerca de
un millar, en 1925. La posición de Estados Unidos era mucho menos importante; pero crecía
rápidamente desde que el Congreso americano votó, en septiembre de 1922, la China Trade Act, por la
que se decidió agrupar en una Corporation, bajo la inspección del secretario de Estado, a todas las
sociedades comerciales americanas en China, y conceder a esas sociedades una exención de
impuestos: también el Gobierno americano tenía que asegurar la protección de sus futuros intereses.
La política del Departamento de Estado sufrió influencias divergentes. Los jefes de las grandes
organizaciones misionales protestantes, que tenían 98 estaciones en China, estaban dispuestos a
renunciar a los tratados desiguales, comprendido el privilegio de extraterritorialidad, porque
consideraban oportuno romper toda la solidaridad entre su obra de apostolado y las actividades del
imperialismo económico; eran apoyados por parte de los misioneros. Los hombres de negocios, que
tenían como órgano de expresión la Far Eastern Review, publicada en Shangai, se pronunciaron
contra aquel abandono. El secretario de Estado, Frank B. Kellogg, no creía posible, a la larga,
mantener un control sobre una nación que contaba con 400 millones de habitantes; consideraba
posible, mediante una actitud conciliadora, obtener mayores ventajas con la explotación económica
de China que con la rígida defensa de los derechos establecidos; era una línea de conducta que los
Estados Unidos habían adoptado en el período 1868-1899. Ké1logg anunció, pues, en el momento del
ataque chino contra la Concesión británica de Hankeu, su intención de entablar negociaciones sobre
el régimen aduanero y la extraterritorialidad en cuanto se restableciese la unidad política de China.
Cuando ocurrieron los graves incidentes de Nankín, aunque la Standard Oil tenía importantes
intereses en la ciudad, Kellogg se negó a aplicar sanciones, que serían -dijo- más peligrosas que
eficaces. ¿Era, solo, porque el movimiento xenófobo le parecía más bien una consecuencia de la
guerra civil china que la manifestación de un sentimiento profundo? Era, también, porque creía que,
con la no intervención, se ganaría las simpatías de los nacionalistas chinos, o por lo menos de la
fracción moderada del Kuomintang, y que ello entorpecería el desarrollo de la influencia rusa.
El Gobierno inglés, aunque podía actuar enérgicamente, se mostró, en el fondo, casi tan prudente
como el norteamericano. En Hankeu, el encargado de Negocios inglés hizo gestiones; el 19 de
febrero de 1927, [p. 901] acabó aceptando la renuncia a la Concesión, cuya administración se entregó
a la municipalidad china. En Nankín, sin embargo, los barcos de guerra, ingleses bombardearon la
ciudad, cuando se produjo el ataque chino contra los consulados; pero los diplomáticos se dedicaron,
en seguida, a suavizar las consecuencias del incidente. A los que le reprochaban su debilidad, el
ministro de Asuntos Extranjeros respondió:
“Pensamos en nuestras relaciones con China en los próximos cien años.” Es verdad que la brecha
abierta en el sistema de tratados desiguales era grave, y los comerciantes británicos en China se
percataban bien de ello; pero, a costa de ese abandono, los ingleses recuperaban la posición
económica que estaban perdiendo. A fines de 1927, toda la región del Yang-Tse, es decir, toda la
zona esencial para los intereses británicos, se abrió de nuevo a la actividad del comercio inglés; la
ruptura entre el Gobierno nacional chino y el Gobierno soviético era un motivo de confianza; y la
obra de reconstrucción económica y política que inauguraba Chiang Kai-Chek abría perspectivas de
buenos negocios, pues China difícilmente podría realizar esa obra sin recurrir al apoyo financiero de
Occidente.
En resumen: tanto en Washington como en Londres, los Gobiernos se inclinaron a favor del
restablecimiento de la unidad política de China, bajo la dirección de los elementos moderados del
Kuomintang, tan enemigos de los comunistas como de los señores de la guerra. Esa esperanza se
confirmó pronto: la toma de Pekín por las tropas del Gobierno nacional, el 8 de junio de 1928,
restableció, por lo menos teóricamente, la unidad del Estado; casi en seguida, ese Gobierno chino
obtuvo de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia la restauración de la autonomía aduanera.
En esa crisis china, el aspecto más inesperado fue, quizá, el comportamiento del Japón. Aunque el
boicot cantonés de junio de 1925 se hubiera ocasionado por un incidente ocurrido entre chinos y
japoneses y los intereses japoneses fueran importantes en la región minera é industrial próxima a
Hankeu, el Gobierno nipón se limitó a efectuar una protesta diplomática y tuvo buen cuidado de no
tomar ninguna otra iniciativa. Indudablemente, consideraba oportuno tratar con miramientos al
movimiento nacional chino. Las declaraciones del ministro de Asuntos Extranjeros subrayaron esas
intenciones de buena voluntad; es posible que ello se debiera a que los hombres de negocios de Tokio
acariciasen la secreta esperanza de que el movimiento xenófobo eliminara la influencia inglesa y
americana en China y dejara paso libre a la penetración económica japonesa. Así, en enero de 1926,
el barón Shidehara afirmó, que el Japón se abstendría de cualquier intervención en la guerra civil
china; los principios que proclamaba eran los siguientes: coexistencia pacífica y aproximación
económica.
Pero esa reserva y esa prudencia, no usuales en la política japonesa, solo se referían a las relaciones
con la china propiamente dicha. En Manchuria meridional, por el contrario, la influencia nipona se
consolidó,[p.902] y con mayor facilidad desde que los colonos japoneses tuvieron derecho a adquirir
tierras, por el acuerdo chinojaponés de febrero de 1922, y, también, porque durante dos años, de
1922 a 1924, en el curso de las peripecias de la guerra civil, la región fue el feudo de uno de los
señores de la guerra, quien la sustrajo, de hecho; a la autoridad de los dos Gobiernos chinos.
Esa situación se vio, sin embargo, comprometida, en el mismo momento en que el movimiento
xenófobo estaba desarrollándose en la China central, por el retorno ofensivo de la administración
china, que no solo empezó a resistir a la penetración japonesa, sino que intentó también rechazada.
Por consejo de los funcionarios, los propietarios chinos se negaban a vender sus tierras a colonos
japoneses; la construcción de nuevos ferrocarriles, emprendida por iniciativa china, amenazaba
directamente los intereses de la compañía japonesa Sud-Manchuriana que, desde 1905, era la única
dueña de la red ferroviaria; por último, entre las provincias del norte de China, Shantung y Hopei
sobre todo, y Manchuria, se estableció una corriente de emigración que hacía afluir cada año, de
1925 a 1929, cerca de un millón de trabajadores chinos: los 240.000 japoneses y los 800.000
coreanos -súbditos japoneses-establecidos en Manchuria meridional corrían el riesgo de verse
rápidamente absorbidos si no se detenía esa afluencia.
La convicción de los medios económicos nipones, como la de los medios militares, era que el Japón,
para remediar la superpoblación, la crisis agraria y la penuria de mineral de hierro, tenía gran
necesidad de explotar los recursos de Manchuria; también existía otra convicción: la de que la obra
de colonización realizada en aquel país por los japoneses confería estos ciertos derechos.
¿Qué medios emplearía la política nipona para proteger esos intereses? Unos -era la tesis adoptada
por los militares y por los hombres de negocios relacionados con las actividades de la compañía
ferroviaria surmanchuriana- declararon, a partir de 1927, que, en las tres provincias manchúes, era
necesario liquidar la administración china, ya que esa administración intentaba despojar a los
japoneses de beneficios que estos consideraban legítimos. Querían, pues, implantar una dominación,
directa o indirecta. Ese plan fue desaprobado por los partidarios de la expansión pacífica, cuyo
portavoz en el seno del Gobierno era el barón Shidehara: estos no querían pensar más que en
procedimientos diplomáticos.
La política japonesa oscilaba ente esas dos tendencias. Cuando Shidehara fue apartado del
Ministerio en 1927, por el presidente del Consejo, el barón Tanaka, parecía ser la primera la que
estuviera a punto de triunfar; pero, dos años más tarde, el emperador eliminó a Tanaka; Shidehara
volvió al poder, pero fue violentamente atacado por los militares y la compañía ferroviaria
surmanchuriana. No era posible creer que en esta cuestión de Manchuria se lograse un apaciguamiento duradero.
[p. 903]
Los Estados Unidos y Gran Bretaña, por tanto, habían conseguido hacer fracasar al imperialismo japonés
y recuperar sus posiciones militares en China, a pesar de las graves sacudidas que hicieron vacilar esas
posiciones en 1925 y 1927. Rusia no consiguió ver realizada la esperanza que había concebido en 1925;
no logró eliminar de China los intereses ingleses y americanos ni establecer su propia influencia. Cuando
Chiang Kai-Chek, después de haber comenzado a restablecer la unidad política con la toma de Pekín,
anunció el propósito de reconstruir y modernizar a China, contaba realizar esta obra con la ayuda de
técnicos y capitales anglosajones: los intereses económicos y financieros anglosajones podrían encontrar,
así, amplia compensación a la renuncia de las ventajas que les ofrecía el régimen aduanero chino. La
reivindicación china de independencia nacional, que se aplicaba al estatuto de extraterritorialidad y a las
concesiones, fue reanudada por el Kuomintang, pero parecía haber apuntado demasiado alto.
La causa principal de ese resultado fue, sin duda, la línea de conducta seguida por los hombres de
negocios chinos: después de haber aceptado la ayuda ofrecida por la Rusia soviética para el movimiento
de liberación, esos medios se habían dado cuenta del peligro que la colaboración implicaba para ellos;
comprendían que el llamamiento dirigido por Borodin, en diciembre de 1926, a los obreros de Hankeu, si
bien estaba dirigido contra el imperialismo extranjero, podría haberlo estado también contra la gran
burguesía china; por eso, para resistir a la presión comunista, frenaron el movimiento antiextranjero. La
diplomacia inglesa aprovechó, en seguida, la ocasión. Tal parece ser la interpretación más verosímil,
interpretación que tiene mucho de hipótesis, por falta de documentación suficiente.
Pero los dirigentes del Kuomintang, que creyeron necesario transigir con las dos mayores potencias
financieras del mundo, no consideraban preciso observar la misma prudencia ante el Japón: en Manchuria,
afirmaban el derecho de soberanía de China. La resistencia opuesta por el Gobierno nacional chino a la
penetración de la influencia japonesa reanimó, en 1929, después de algunos años de apaciguamiento, la
amenaza de un conflicto. En realidad, la política japonesa, después del restablecimiento de la unidad
política china, empezó a percibir lo que significaría para la expansión nipona la renovación de China; no
tenía ningún interés en esperar que esa renovación produjera sus frutos.
Charles Zorgbibe, Historia de las relaciones internacionales. 1 De la Europa de Bismark has
el final de la Segunda Guerra Mundial, Madrid Alianza Editorial, 1997. p. 333 ss.
Las veintiuna exigencias de Japón
El principio de la guerra en Europa ha permitido a Japón extender su zona de influencia sobre el territorio
chino. Aliado de Inglaterra, Japón envió un ultimátum a Alemania el 15 de agosto de 1914 exigiéndole la
rendición de la base naval de Qing Dao, en la provincia de Shandong, concesión alemana desde 1898. Tras
el rechazo de Berlín, Japón declaró la guerra a Alemania y envió una expedición a la bahía de Kiao-Cheu
que ocupó el puerto y las instalaciones alemanas. Actuando así, Japón frustraba a China que había iniciado
conversaciones con Berlín con el fin de obtener la devolución de los derechos de Alemania en Shandong y
de sus posesiones en la bahía de Kiao Cheu.
La presión de Japón se acentuó el 18 de enero de 1915 con un nuevo ultimátum, dirigido esta vez a China,
y que contenía la “veintiuna exigencias” presentadas por el ministro de Japón, el Dr. Hioki, en una
audiencia que había solicitado al presidente Yuan Shikai. Se trataba de establecer un verdadero
protectorado sobre China.
A través de las veintiuna exigencias, Japón perseguía cinco objetivos:
a. Consagrar la transferencia bajo su propia soberanía de los establecimientos alemanes de la bahía de
Kiao-Cheu (China dio su consentimiento a cualquier acuerdo que Japón y Alemania pudiesen concluir en
el futuro sobre sus derechos en el Shandong y se compromete a no conceder ningún territorio de esta
provincia a una tercera potencia).
b. Extender la zona de influencia de Japón desde Manchuria a la parte oriental de la Mongolia interior.
(China acepta alquilar Port Arthur por una duración de noventa y nueve años y autoriza a los súbditos
japoneses a que exploten minas en el este de Mongolia y consultará a Japón para cualquier préstamo y
para la gestión de los servicios públicos en Manchuria y en Mongolia).
c. Obtener para Japón la explotación de los minerales del valle del Yangzi. (La “Haneyehping Company”
será reorganizada y controlada en común por China y Japón).
d. Hacer fracasar todas las tentativas de implantación en China de las potencias rivales de Japón. (China se
compromete a no ceder o alquilar a una tercera potencia ningún puerto, bahía o isla a lo largo de sus
costas).
e. Conceder a Japón un control tal sobre los asuntos militares y civiles de China que ésta se convertiría en
un vasallo del Imperio nipón. (China reclutará consejeros militares, políticos y financieros entre los
súbditos japoneses. Comprará a Japón la mitad al menos de su armamento y gestionarán juntos los
arsenales. Creará administrará sus servicios de policía en cooperación con Japón y acordará un amplio
derecho de establecimiento a los hospitales, escuelas, templos y misiones japonesas).
Estados Unidos reacciona pues las exigencias de Japón parecen inconcebibles a Wilson que se propone
dificultar los proyectos agresivos de Tokio. El departamento de Estado alerta a los gobiernos francés y
británico, y publica un largo y minucioso análisis de las exigencias, que los diplomáticos japoneses,
cogidos de improvisto, empiezan a calificar de simples “peticiones”. El 11 de mayo de 1915, Japón
presenta un nuevo ultimátum a China, en el que, en realidad, renuncia a su quinto objetivo, al ataque
directo, frontal a la soberanía china. La confusión no es menor en China en donde el poder central está
debilitado y las provincias del sur que están fuera del alcance de los ejércitos japoneses se rebelan contra
el gobierno de Pekín del que denuncian su sumisión a Tokio.
El 14 de agosto de 1917, siguiendo el ejemplo de Estados Unidos, China declara la guerra a Alemania. La
entrada de Estados Unidos y después de China en el conflicto y el apoyo moral de Estados Unidos a
China, desconciertan a Japón. En Tokio, el dominio sobre la China del norte parecía conseguido, cuando
repentinamente echa marcha atrás ante la intrusión de un nuevo actor, Estados Unidos, potencia ribereña
del Pacífico. Una negociación nipon-americana se vuelve necesaria.
El antiguo ministro japonés de Asuntos Exteriores, vizconde Ishii, es nombrado embajador en Washington,
donde es recibido con la pompa requerida el 1 de septiembre de 1917. Un ceremonial calculado, como lo
explica el secretario de Estado Lansing en sus Memorias de Guerra:
“Las dos semanas siguientes a la llegada de la misión, el tiempo pasó en fiestas y recepciones dadas en
honor de los visitantes por lo que las conversaciones que tuvieron lugar en el intervalo de las ceremonias
fueron breves, tocando temas generales y sin consecuencias. Fue sólo después de estas manifestaciones de
hospitalidad y cuando el gobierno hubo hecho prueba de amistad y buenas disposiciones hacia Japón
haciendo honor a sus enviados, que fue oportuno empezar las conversaciones serias con el vizconde Ishii
sobre la cuestión concerniente a las relaciones entre los dos países.”
La negociación se inicia con Wilson y con Lansing. Una negociación trabajada, a la antigua, tejida de
segundas intenciones y trampas semánticas, muy alejada de la diplomacia pública deseada por Wilson,
pero que, paradójicamente tendrá finalmente, también ella, por envite la conquista de la opinión pública.
El vizconde Ishii presenta, en nombre de su país, “un perfil bajo”. Japón tiene la intención de restituir
Kiao-Cheu a China y no conservará, como “recuerdo de guerra” nada más que las islas alemanas del
Pacífico norte. Japón quiere asociarse a la política de la “puerta abierta” en China, pues el continente
chino permanecerá abierto a todas las potencias en un pie de igualdad, pero una cláusula deber reconocer
los “intereses especiales” de Japón.
El tema de las discusiones se centrará precisamente sobre ese concepto de “intereses especiales”. Lansing
pregunta al embajador japonés:
“Si hay que entender por “intereses especiales” los “intereses soberanos”, si se trata de reconocer un
dominio territorial de Japón en China, más vale suspender inmediatamente la negociación… Si el
negociador japonés quiere hablar de intereses particulares, producto de la situación geográfica de su país,
el problema puede ser tomado en consideración”.
El secretario de Estado precisa que Japón y Estados Unidos son las únicas potencias capaces de financiar
la explotación de los vastos recursos de China, por lo que una reafirmación por ambas potencias de la
política de la “puerta abierta” sería recibida por la comunidad internacional como un acto de generosidad.
Ishii dice estar muy impresionado por la idea de una declaración común que estrechase aún más la amistad
entre las dos potencias y el resto del mundo. Pero la ausencia de alusión a los “intereses especiales” de
Japón pondría en dificultades al gobierno de Tokio. Deja entonces al cuidado de Lansing preparar una
definición de dichos intereses aceptable por las dos partes.
Estados Unidos no puede rechazar de entrada esos "intereses especiales” pues por nota de 13 de marzo de
13 de marzo de 1915 firmada por el Secretario de Estado Bryan, Estados Unidos había reconocido los
“relaciones especiales” de Japón con Shandong, Manchuria del sur y Mongolia interior, relaciones nacidas
de la “contigüidad territorial”. Queda por formular una definición clara de los “intereses especiales”, que
impedirían a Japón interpretarlos como “intereses soberanos”,
El 26 de septiembre, Lansing somete a Ishii un proyecto de nota:
“Los gobiernos de Japón y de Estados Unidos reconocen que la proximidad territorial crea relaciones
especiales entre los países. En consecuencia el gobierno de Estados Unidos reconoce que Japón tiene
intereses especiales en China, en particular ahí donde sus posesiones sean contiguas a ésta. La soberanía
territorial de China permanece integra y el gobierno de Estados Unidos tiene entera confianza en las
seguridades reiteradas por el gobierno imperial japonés en el sentido de que aun cuando la situación
geográfica de su país le confiere intereses especiales, no tiene ninguna voluntad de oponerse al comercio
de China con las otras naciones o de oponerse a los derechos acordados por China a éstas por medio de
tratados”.
Japón inicia inmediatamente la batalla de las enmiendas, pues quiere que se le reconozca no sólo sus
intereses sino también una “influencia especia” en China, desea la supresión de la fórmula que garantiza a
China una “soberanía territorial completa”. Estados Unidos rechaza esas modificaciones y logra mantener
sus ideas en la declaración común. Las notas que se intercambian ambos gobiernos el 2 de noviembre
incluyen nuevos compromisos sobre la independencia y la integridad territorial de China y sobre el respeto
del principio de la “puerta abierta”:
“Los gobiernos de Estados Unidos y Japón niegan cualquier proyecto de atentar de cualquier manera que
sea a la independencia y a la integridad territorial de China y declaran además que mantienen su adhesión
a los principios denominados de la “puerta abierta” y de igualdad de derechos para todos en el ejercicio
del comercio y la industria en China.”
“Declaran igualmente que se oponen a la adquisición, por no importa qué gobierno, de derechos o
privilegios especiales que afecten a la independencia o integridad territorial de China o que impugnen los
derechos de súbditos o ciudadanos de cualquier país al pleno goce de la posibilidad igual para todos en el
ejercicio de comercio y en la práctica de la industria en China”,
La declaración fue para Estados Unidos como predicar en el desierto, pues el 6 de noviembre Japón
comunica la declaración común a China dando a las palabras “intereses especiales”, la interpretación
discutible de “intereses soberanos”, de “influencia particular”. El objetivo se ha logrado pues China
protesta oficialmente y pese a las negativas de Washington, sus dirigentes tienen la impresión de haber
sido abandonados por el aliado americano. La interpretación japonesa triunfa igualmente en Estados
Unidos por lo que la prensa denuncia la “capitulación” que constituye el acuerdo Lansing-Ishii.
Un mes después la atención sobre el asunto del Shandong se vuelve hacia otro tema “asiático”; las
consecuencias de la Revolución rusa en Siberia. A partir de entonces, la cuestión de Japón y la cuestión
rusa se fusionan en una sola del Extremo Oriente. En Estados Unidos se comienza a sospechar que si
Japón quiere intervenir en Siberia es por motivos egoístas, como instalar una base en Vladivostok,
desarrollar sus pesquerías, obtener la libre navegación en el Amur, extender su dominio político-militar al
ferrocarril del norte de Manchuria (que constituye la rama sur del Transiberiano). Impedir que los
japoneses actúen, sería correr el riesgo de una inversión de las alianzas de la creación de un “eje”
germano-japonés que profetiza lúcidamente el embajador francés Jusserand. Pero dejar que los japoneses
actúen sería exacerbar la irritación rusa y provocar un acercamiento entre los bolcheviques y Alemania.
El Japón posterior a la era Meiji
Es difícil comprender la sorprendente alteración del destino de Japón, un éxito que se transforma
en desastre, durante el cuarto de siglo que sigue a la Primera Guerra Mundial. Para los marxistas
japoneses, la explicación es simple: el Japón militarista y dictatorial estaba ya presente bajo el reinado
Meiji; los éxitos de Japón estaban minados por las contradicciones de una clase dirigente y de una
sociedad que continuaban siendo feudales. Para Robert Guillain, observador incomparable del Japón
contemporáneo, que durante largo tiempo compartió las experiencias y las dificultades del pueblo japonés,
la explicación por el “pecado original” del feudalismo es demasiado simplista, pues también la calidad de
los hombres interviene y la primera generación de la revolución Meiji no ha tenido sucesores; tras la
guerra ruso-japonesa, burócratas sin perspectivas a largo plazo tomaron, las riendas de una vida política
que se había vuelto rutinaria. Las nuevas generaciones ya no estaban unidas por la aventura
revolucionaria, sino divididas en clanes rivales y en ideologías distintas. Sobre todo el ejército había
dejado de ser el crisol de una nación moderna para convertirse en una fuerza agresiva, tanto en el interior
como en el exterior; [p. 527 en el tímido proceso democrático, los partidos políticos nacientes habían sido
arrollados por el proceso de militarización.
Cuando ocurre “el incidente de Manchuria” en 1931, la democracia pierde la partida. Ahora bien,
los problemas de la era “post-Meiji” son muy graves. Problemas sociales, nacidos de la industrialización
precipitada. Inflación demográfica -los japoneses son 30 millones al principio de la era Meiji y serán 73
millones en 1940- que anula el crecimiento económico. La dependencia de Japón del exterior es extrema y
se agrava con la modernización, puesto que las importaciones de materias primas no están aseguradas y
las exportaciones chocan con el proteccionismo de las grandes potencias. Los militares pretenden aplicar
sus propias soluciones a estos problemas: el servicio militar que reabsorbe el paro, la carrera de
armamentos que vuelve a hacer funcionar a la industria, el empleo de la fuerza que permite conquistas
coloniales, las cuales proporcionan materias primas y mercados. La conquista de Manchuria abre la era de
las agresiones japonesas en el continente asiático.
Las políticas extranjeras de Japón
Al final del primer conflicto mundial, Japón aparece como el “quinto Grande”, pero un Grande
aislado por su concepción de la geopolítica asiática. En Siberia, Japón choca con la joven República
soviética: su guarnición en Nicolaievsk es víctima de una masacre, la ocupación del Transiberiano resulta
un fracaso, el jefe cosaco Ungern, aliado de Tokio, desaparece; las conversaciones de Port Arthur (Dairen)
y Changchun, en 1921-22, no conducen a un acuerdo. En 1925, Tokio y Moscú logran finalmente un
acuerdo que confirma la voluntad de autonomía japonesa frente a los Occidentales: los soviéticos
reconocen los derechos japoneses sobre Port Arthur y la vía férrea del surmanchuriano; Japón abandona el
norte de Sajalín pero puede explotar las reservas petrolíferas durante 45 años; dispone de los recursos
petrolíferos, mineros y forestales de la Siberia marítima, pero debe ceder el 5% a los soviéticos y se
compromete a recurrir al Caucaso para las otras compras en materias primas que necesite. Mientras tanto,
las relaciones con Estados Unidos se habían degradado: la ley del 12 de abril de 1924 prohibió la entrada
de japoneses en territorio americano; Washington vuelve a plantear los acuerdos concluidos en Versalles y
desea confiar a Australia la administración [p. 528] de los territorios alemanes del Pacífico; el Banco
Morgan reúne fondos para permitir a China el financiamiento del desarrollo de Manchuria y de Mongolia,
todo lo cual, estiman los japoneses, es contradictorio con los “derechos especiales” que les habían sido
reconocidos por el secretario de Estado Lansing en 1917; una viva competencia por la potencia naval
opone Washington a Tokio y la conferencia de Washington, aunque consagra la superioridad naval de
Japón en los mares del Extremo Oriente, le impone un freno que humilla a la opinión japonesa. Incluso en
Asia, el “tratado de las nueve Potencias”(6 de febrero de 1922) del que Japón forma parte, reafirma la
soberanía, la independencia, la integridad territorial y administrativa de China, su derecho a disponer de
un “gobierno eficaz y estable”. Estados Unidos presiona a Japón para que renuncie a las famosas
“veintiuna peticiones”. El acuerdo chino-japonés de 4 de febrero de 1922 restituye a China el territorio en
arriendo de Jiaozhou, los bienes alemanes de este territorio, y las vías férreas alemanas del Shandong.
Japón escoge entonces orientarse hacia un control económico de China, más eficaz, menos espectacular,
menos peligroso que la ambición de control político -pero esta elección suscita la oposición del ejército y
de los clanes “ultra”, partidarios de una presencia política y militar.
En 1921, tres políticas extranjeras parecen posibles para Japón:
-Una política de conciliación con los intereses occidentales, ilustrada por el líder nacionalista
liberal Tanaka Giichi, ministro de la Guerra en 1918 y en 1927 primer ministro. Japón no tiene los medios
de llevar a cabo una política de confrontación con Occidente; la salvaguarda de los intereses nacionales de
Japón no debe despertar la animosidad occidental; Japón debe pues fundirse en un orden internacional en
vías de elaboración, explicándose así su adhesión al pacto Briand-Kellog.
-Una política de autonomía regional, a la cual el diplomático Shidehara Kijuro, ministro de
Asuntos Exteriores de 1924 a 1927 y de 1929 a 1931, ha unido su nombre. La preocupación de las
relaciones cordiales con Occidente no debe retener la ambición de Japón a disponer de una capacidad
militar independiente y afirmar su preponderancia en Asia, una preponderancia legitimada por la
proximidad geográfica y vocación histórica.
-Una política de revisión del orden mundial, una política “revolucionaria” de transformación del
statu quo internacional: la misión [p. 529] histórica de Japón excluye compromisos y concesiones; Japón
debe tomar la cabeza del despertar asiático y después de la federación mundial del futuro -un “escenario
diplomático” teorizado por diversos escritores políticos tales como Okawa Shumei (que compara Estados
Unidos y Japón a Roma y Cartago) y sobre todo Kitta Ikki, nacionalista maximalista impregnado de un
cierto progresismo en su visión de las instituciones japonesas (el emperador no es más que un órgano entre
otros de la nación japonesa), y que fue ejecutado en agosto de 1937 por haber tomado parte en una
tentativa de golpe de estado.
En los años veinte, la actividad internacional de Japón osciló entre los dos primeros modelos
diplomáticos, dando golpes de audacia y replegándose, mientras que a partir de 1931, el tercer escenario
se confirma claramente, y suaves desplazamientos tienen lugar al mismo tiempo en la política interior del
país. El emperador Taisho, que ha sucedido a Meiji en 1912 está físicamente imposibilitado para reinar y
desde 1921 su hijo Hirohito asegura la regencia. Éste, que será emperador en 1926, parece que se hizo una
idea muy personal del mundo exterior tras un largo viaje por Europa. Nacionalista “ilustrado”, utilizó el
ambiguo margen de maniobra del que disponía para volver a hacerse con el control del aparato civil y
militar, llegando a partir de 1923 a apartar progresivamente al general Yamagata, hombre fuerte del
ejército y del país, e imponer, en 1931, contra la opinión de los liberales y de una parte de la elite militar, a
su tío el príncipe Kanin, como jefe del Estado Mayor General, asegurándose así el control sobre el ejército
y la actividad internacional de Japón. El peso del aparato imperial iba evidentemente en contra de la
democracia electoral y parlamentaria en vías de radicarse en Japón, pero el verdadero desafío estaba en los
cuarteles de las marcas del Imperio, en Corea y Manchuria, guarniciones alejadas llenas de oficiales
provenientes del pueblo que, como el general Tojo, estaban al mismo tiempo frustrados ante la clase
establecida aristocrática y financiera de Tokio y embriagados por sus éxitos en los teatros de operaciones.
Formaban el campo abonado de múltiples sociedades secretas ultranacionalistas que defendían la
purificación de los mecanismos internos del poder y la instauración de una pax japonesa en el mundo.
[p. 530]
De la ocupación de Manchuria a la creación de Manchukuo
“El interés por adueñarse de Manchuria no salta a la vista” comenta Jacques Gravereau en su
Japón en el siglo XX. De hecho, sus riquezas -hierro y carbón- eran ya explotadas por sociedades
japonesas, siendo la Compañía del Sur manchuriano la sociedad japonesa más importante; gracias a
Manchuria, el comercio exterior de Japón había doblado en un decenio. El problema no era pues
económico sino político. Visto desde Tokio, el mantenimiento de las ventajas económicas japonesas en
Manchuria exige una “captación” de soberanía.
La cuestión era saber qué relaciones había que mantener con China, una China que no estaba
unificada y cuyo presidente oficial, Chian Kai-shek, que había sucedido a su mentor y cuñado Sun Yatsen, no controlaba la parte central. Los “señores de la guerra”, a la cabeza de importantes ejércitos,
controlaban vastas partes del territorio, como era el caso de Zhang Zuolin en el espacio manchú, que se
extendía desde la frontera siberiana hasta Pekín. Se planteaba el interrogante de saber si los japoneses
debían ayudar al “gobierno militar” de Zhang Zuolin, que les había concedido reforzar sus posiciones a lo
largo del surmanchuriano, a liberarse de la tutela de Chian y del gobierno central de Nankín, o bien si
debían ayudar a Chian, que mantenía estrechos contactos con las sociedades secretas nacionalistas
japonesas, a restablecer un poder que no era otra cosa que puramente formal.
En el norte (Heilongjiang) y en el centro (Fengtian, Jilin), Manchuria se había convertido en tierra
de inmigración china, ya que los chinos eran 25 millones a finales de la década de los veinte, cuando no
pasaban de 3 millones en 1905; los ferrocarriles que éstos habían creado, con tarifas muy baratas, hacían
la competencia al Surmanchuriano; los 150,000 soldados y funcionarios japoneses parecían aislados y
Zhang Zuolin parecía a los japoneses de Manchuria como un obstáculo en el logro de su empresa: el
“gobierno militar” defendía la integridad territorial de China del Norte; el 4 de junio de 1928 Zhang
Zuolin desaparecía en el sabotaje de su “tren especial”. En realidad, el intento de cuerpo expedicionario de
Manchuria era prematuro y el impacto que tuvo desastroso. En Tokio, el gabinete Tanaka duda y lejos de
obligarle a aceptarla, las guarniciones de Manchuria le fuerzan a desaprobar la operación y a retirar sus
tropas. Zhang Xueliang, hijo del “gobernador militar” desaparecido, se une a los nacionalistas [p. 531] del
Kuomitang, y la bandera nacionalista flota en Mukden, afirmándose la soberanía china y evacuando los
japoneses el Shandong y Pekín que vuelve a ser la capital de China.
Tres años después, el verdadero proyecto japonés se decide: la conquista de Manchuria era la
condición previa para la conquista pura y simple de China, y esta vez la orden saldrá de Tokio, del palacio
imperial, con el desconocimiento y luego contra la opinión explícita del gabinete liberal (producto de la
coalición del partido demócrata constitucional o «Rikken Minseito» del Primer ministro Hamaguchi). La
ejecución por los chinos del capitán Nakamura, el 27, de junio de 1931, acusado de espionaje, proporciona
el pretexto: el ejército japonés sabotea la vía férrea el 17 de septiembre y después denuncia la provocación
de la que ha sido objeto, e invade el 18 Manchuria meridional y central -comenzando por la capital
Mukden (Shenyang) y su aeropuerto. En Europa y en Estados Unidos, los dirigentes políticos creen que se
trata de un incidente localizado, aislado, debido a la indisciplina del ejército del Guandong. El 22 de
septiembre, la SDN vota una resolución tranquilizadora en la que se pide a China y Japón que se
«abstengan de cualquier acción que suponga una agravación de la situación».
El 1 de marzo de 1932, un «Comité ejecutivo de las provincias del Noreste chino» proclama la
independencia de Manchuria bajo el nombre de Manchukuo. A la cabeza del nuevo Estado, Japón coloca a
Pu-Yi, el último emperador de China, descendiente de la dinastía «manchú» Qing, que había sido
destronado en su infancia, nombrándosele regente y jefe del gobierno el 9 de marzo de 1932, y después
emperador de Manchuria el 1 de marzo de 1934. Los «consejeros» japoneses adoptan la doble
nacionalidad, japonesa y manchú.
La SDN estableció una comisión de encuesta, presidida por el inglés lord Lytton. El informe de
ese mismo nombre es entregado el 4 de septiembre de 1932 y en él se recoge que bajo la ficción jurídica
de la independencia, se descubre la ocupación extranjera de una gran brutalidad (veinticinco mil familias
de agricultores habían sido expulsadas de sus tierras e internadas en los campos de concentración, para
permitir la instalación de colonos japoneses; el opio y la morfina, distribuidas por el «monopolio de
estado», hacen estragos en la población pero producen ganancias fiscales, utilizadas para financiar las
inversiones japonesas). Pero si el informe declara ilegal la acción de Japón, es de una gran ambigüedad en
cuanto a las perspectivas posibles: reconoce los «derechos e intereses particulares» de Japón en Manchuria
y propone convertir a Manchuria en una región autónoma, [p. 532] bajo soberanía china y bajo control
japonés. El 24 de febrero de 1933, la SDN adopta el informe Lytton, y el 27 de marzo, el gobierno de
Tokio lo rechaza retirándose de la SDN.
Japón confirmará su papel de potencia dominante en China, y para empezar, en detrimento de la
Unión Soviética, pues la política de Stalin da signos de debilidad. Moscú autoriza el transporte de tropas
japonesas por el Transmanchuriano, al tiempo que niega el paso ala comisión Lytton por territorio
soviético. Los japoneses atacan las instalaciones soviéticas a los largo del Transmanchuriano y acosan a
los ciudadanos soviéticos. El 4 de junio de 1933, la URSS acepta vender a Japón sus acciones del
Transmanchuriano, lo que había rehusado a China en 1929. El tratado de cesión (en pago de la suma de
140 millones de yenes) quedó concluido el 23 de marzo de 1935, con el gobierno de Manchukuo, lo que
confirmaba el reconocimiento de facto, que tuvo lugar el 4 de septiembre de 1934, con ocasión de la firma
de un tratado soviético-manchú relativo al río fronterizo Amur.
Otros Estados reconocerán el Manchukuo: El Salvador en 1934, Alemania e Italia en 1938,
Hungría en 1939… quedaba lo esencial en el terreno de los instrumentos de la seguridad colectiva: la
afirmación, en el asunto de Manchuria, de una obligación de no reconocer las situaciones nacidas de un
recurso a la fuerza –obligación expresada desde el 7 de enero de 1932 por el secretario de Estado Stimson
en una nota a los gobiernos japonés y chino, recogida en la resolución de la Asamblea de la SDN de 11 de
marzo de 1932, precisada por el Comité consultivo sobre el no-reconocimiento del Manchukuo en su
circular de 7 de junio de 1933 y respetado por la gran mayoría de los estados.
Charles Zorgbibe, Historia de las relaciones internacionales. 1 De la Europa de Bismark has el final
de la Segunda Guerra Mundial, Madrid Alianza Editorial, 1997. p. 582-593
Capítulo 33 EL JAPÓN IMPERIAL Y LOS RETOS EN ASIA
Una dictadura en nombre colectivo
Tras el desarrollo modernizador de la era Meiji, Japón adoptó la postura ofensiva de un
imperialismo tardío, como la Alemania de Guillermo II y de la Weltpolitik. A falta de una dictadura
personalizada, virulentos clanes nacionalistas ocuparon la escena política japonesa en la mitad de la
década de los treinta. El «grupo de la Vía imperial» (Kodoha) era el más radical y se había fijado como
meta la dominación absoluta de Japón sobre todo el espacio asiático, por medio de la conquista armada de
Asia, comenzando por el enfrentamiento con el enemigo blanco y marxista que ocupaba Siberia, la URSS.
El compromiso japonés en China se verá unido a otra aventura, todavía más incierta, aunque en algunas de
sus tomas de posición el Kodoha defenderá un «juego autónomo» para Japón que podría incluir la
búsqueda de un acuerdo de no-agresión con la Rusia soviética. Un estado fuerte, de tipo nacionalsocialista
o «nacional dirigista» sería el zócalo de esta ambición internacional: la agricultura ocuparía un puesto
primordial, los grandes trusts, los poderosos zaibatsu, serían puestos bajo control y los partidos políticos
serían marginalizados. El clan rival era el del «grupo de Control» (Toseiha), que [p. 583] compartía los
sueños de grandeza y de supremacía niponas del Kodoha, pero con una sensibilidad más conservadora. La
idea de una reforma radical del Estado y de la sociedad es desechada puesto que no conduciría más que a
desestabilizar el potencial económico y militar. La conquista de Asia puede ser realizada por medios
políticos y económicos y puede igualmente evitarse la guerra con la URSS y, si resultase necesaria, sería
preciso que se tratase con consideración a las potencias occidentales.
Pero la prioridad de los dos grupos era la reorganización del ejército y el refuerzo de su disciplina.
Los dos grupos son favorables a la acción directa en China y “protegen” a los oficiales que multiplican las
provocaciones en el continente. Los dos grupos tienen como vivero el cuerpo de oficiales, pero el Toseiha
tiene la ventaja de que está igualmente bien implantado en el ejército del Guandong y de gozar del apoyo
del general Tojo.
En enero de 1934, el Toseiha parece llegar al círculo central del poder, ya que el ministro de la
Guerra Hayashi, es uno de sus miembros, y tras cesar al general Mazaki, inspector general de Instrucción
Militar, que pertenece al Kodoha, nombra como director de los Asuntos militares al principal animador del
Toseiha, el general Nagata. A estas decisiones siguen sangrientos arreglos de cuentas, en los que Nagata
es asesinado y el proceso de su asesino, un teniente coronel miembro del Kodoha, se convierte en una
campaña política en la que el Kodoha denuncia la corrupción del Toseiha, su asociación con las fuerzas
financieras, tema que llega a la arena política e impregna el combate de los partidos. Como resultado, en
las elecciones legislativas del 20 de febrero de 1936, el Minseito, con fama de menos corrupto, triunfa
sobre el partido Seiyukai, identificado con los zaibatsu.
Los ultras de la «Vía imperial» -el grupo del «principio nacional», formado en el Kodoha, van a
preparar un golpe de Estado: el 26 de febrero de 1936, 1.400 soldados fanatizados rodean el Parlamento,
los ministerios, las residencias de numerosos dignatarios, y el ministro de Finanzas, Takahashi, el ministro
del Sello Privado, principal consejero del Emperador, el almirante Saito, el líder del Toseiha y el general
Watanabe son asesinados. El primer ministro Okada escapa a la carnicería, debido a un error de los
asaltantes, pero el gobierno queda diezmado. El Emperador, que había tomado personalmente la defensa
del régimen en la noche del 26 al 27 de febrero, recibe un ultimátum. Se proclama la ley marcial y los
rebeldes son [p. 584] conminados a rendirse. El acontecimiento tiene una importancia considerable pues el
Emperador ha tomado personalmente decisiones de orden público.
Es la ocasión para volver al orden. Un nuevo ministro de la Guerra, el general Terauchi, se
convierte en el hombre fuerte del régimen. Los oficiales que han tomado parte en el complot son fusilados
y dos mil de los ocho mil miembros del cuerpo de oficiales son expulsados. Un hombre de confianza, el
general Tashiro, es nombrado a la cabeza del ejército japonés de China del norte. Pero el conjunto de la
sociedad japonesa queda puesta también bajo vigilancia: los sindicatos reformistas (Yuaikai) son atacados,
la policía del “control del pensamiento" (Tokko) extiende su sombra orweliana, mientras que los partidos
políticos lanzan sus últimos desafíos: el diputado Kanimatsu ataca públicamente el 21 de enero de 1937 al
ejército, en plena Cámara de Representantes, y a fines de marzo se disuelve la Cámara, pero los partidos
hostiles al ejército vencen en las elecciones del 30 de abril. No por ello la jerarquía militar cede su
dominio y el gobierno no despacha más que los asuntos corrientes, hasta que en julio de 1940, los partidos
son disueltos. La población, agrupada por barrios, deberá adherirse a una única organización, la
Asociación de Apoyo al Emperador. Una ideología nacional, hecha de elementos mitológicos sobre la
nación japonesa y de una visión anti-occidental, el kokutai, se predicará en todo Japón. Sin embargo, este
giro dictatorial no se presenta como una ruptura con la revolución Meiji, pues todas las decisiones se
toman «en nombre de la voluntad del Emperador». En las elecciones de 1942, más de un tercio de los
japoneses votan contra los candidatos oficiales.
El incidente de Shangai y la guerra no declarada contra China
El 18 de enero de 1932, en el momento en que las operaciones se extienden en Manchuria, un
violento incidente enfrenta en Shangai a cinco ciudadanos japoneses con chinos, muriendo uno de
aquellos como consecuencia de sus heridas. Los residentes japoneses en Shangai reclaman la protección
de Tokio y el 21 el almirante japonés Shiozowa desembarcó tres divisiones de tropas de marina, por orden
del príncipe Kanin que pretende «ejercer el derecho de autodefensa». El cónsul general japonés dirige un
ultimátum al alcalde de Shangai: la [p.585] parte china debe pagar una indemnización y disolver las
asociaciones antijaponesas.
Ciertos observadores piensan que todo fue una estratagema imaginada por Tokio para recobrar la
consideración de la SDN. Los cinco japoneses habrían sido enviados especialmente a Shangai para
provocar el incidente. Se habría escogido esta ciudad porque los japoneses disponían en ella de una base
de salida (la concesión acordada por China) y los occidentales un punto de observación privilegiado. La
SDN pediría la suspensión de las hostilidades, lo que Japón haría inmediatamente, probando sus
intenciones pacíficas ante el mundo.
¿Estratagema o manipulación del poder de Tokio por las guarniciones japonesas del continente?
Los acontecimientos tomaron un giro imprevisto, pues mientras que los japoneses contaban con la
pasividad de las autoridades locales, el XIX ejército chino se despliega en el barrio industrial de Zhabei y
se enfrenta duramente con las unidades japonesas. En respuesta, una escuadrilla de bombardeo despega de
un portaaviones japonés y bombardea sistemáticamente el barrio chino: mucho antes de Guernica, es el
primer bombardeo aéreo masivo contra posiciones civiles. El 2 de febrero, los combates se extienden y los
japoneses se adueñan de los fuertes y de una zona de 20 km al oeste de Shangai; el 1 de marzo, el Consejo
de la SDN, recomienda la conclusión de un armisticio, el cual es firmado el 5 de mayo, gracias a la
mediación del encargado de negocios británico Lampson. Los japoneses evacuan Shangai.
La expedición de Shangai había creado una diversión, pero había sido muy costosa. En Tokio el
clima político y económico se degrada: los zaibatsu rechazan colectivamente suscribir el empréstito
especial “de Shangai”, y como venganza el director general de Mitsui cae asesinado por un nacionalista; el
13, los trusts cambian su decisión y el empréstito queda suscrito; el 15 de mayo, el primer ministro Inukai,
considerado contrario al aventurismo militar, es asesinado por un grupo de oficiales que penetran en su
residencia.
Japón intenta intimidar a Chian Kai-shek, y obtener que no recurra a la SDN, pero Tokio quiere
también completar su éxito en Manchuria y extender geográficamente su dominio en China. Las nuevas
amenazas de Tokio se ciernen en torno al Jehol, región montañosa entre Manchuria y la Gran Muralla
china. El 8 de diciembre de 1932, el ejército de Guandong ocupa la ciudad china de Shangaikuan, del otro
lado de la Gran Muralla, retirándose a continuación; el 24 de febrero de 1933, lanza un ultimátum
exigiendo la retirada de las fuerzas [p. 586] chinas de Jehol; el 25, invade Jehol, pese a una fuerte
resistencia china. En abril, franquea la Gran Muralla y los japoneses amenazan Pekín. El 31 de mayo de
1933, se firma un armisticio chino-japonés según el cual una zona de 13.000 km2, a partir de la Gran
Muralla queda desmilitarizada, en el centro del más importante complejo económico y político chino.
China no abandona ninguno de sus derechos, pero se compromete a reprimir el boicot de los productos
japoneses.
Durante los dos años siguientes se mantiene la tregua pues Japón está ocupado en la organización
de Manchuria, pero Tokio se inquieta por los intentos de modernización de China, que podrían poner fin a
sus ambiciones, por lo que en 1935 vuelve a comenzar su política expansionista. En marzo de 1935 el
general Isogai es enviado a Nankín para exponer nuevas reivindicaciones a Chian: la seguridad de Japón
estaría amenazada por las actividades antijaponesas en el norte de China, actividades que sólo una
administración controlada por Tokio podría hacer cesar. En mayo, la zona desmilitarizada es invadida.
Ante la agresividad japonesa, Chian Kai-shek lleva a cabo una política dilatoria y de
apaciguamiento. La opinión china se indigna por su debilidad. En realidad, el dirigente del Kuomintang
piensa que la guerra con Japón es inevitable pero que es esencial, en ausencia del apoyo explícito de las
potencias occidentales o de la URSS, ganar tiempo y reunir fuerzas. En la Revista de política exterior
(Waijiao pinglun) de octubre de 1934, Chian explica que Japón, incluso si puede crear muchos
«Manchukuos» no puede dominar el conjunto de China y que la realidad geopolítica obligan a Japón y a
China a ser amigos.
De hecho se instauró una cierta distensión con las conversaciones dirigidas por el ministro chino
de Defensa, He Yingqin, y el comandante japonés de la guarnición de Tianjin, el general Yoshirojiro
Umetsu. El 10 de junio de 1935, por un nuevo acuerdo con Japón, China promete retirar al ejército de
Zhang Xueliang de la provincia de Hobei (en donde se refugió tras la ocupación de Manchuria), cerrar las
oficinas del Kuomintang en Pekín y en Tianjin, trasladar hacia el interior del país a los funcionarios chinos
de Hobei que desagraden a las autoridades niponas y cesar el boicot de los productos japoneses.
Pero el acuerdo He-Umetsu vuelve a poner en marcha la agresividad nipona puesto que el recurso
a la amenaza ha dado resultado. El 8 de octubre de 1935, el ministro japonés de Asuntos Exteriores [p.
587] enuncia los «tres principios» de la política japonesa con respecto a China: eliminación del
movimiento antijaponés en ésta y renuncia a cualquier clase de colaboración con Europa o Estados
Unidos, reconocimiento del Manchukuo por China y lucha común de China, el Manchukuo y Japón contra
el comunismo. Al mismo tiempo, el ejército del Guangdong organiza un movimiento autonomista en
China del Norte (el gobierno de las cinco provincias, Hobei, Chahar, Shandong, Shanxi y Suiyuan). Para
Chian, la situación se convierte progresivamente en intolerable; el 13 de julio de 1936, ante el comité
central del Kuomintang declara que «el momento del último sacrificio» llegará cuando se le quiera forzar
a reconocer el Manchukuo.
Los tratadistas se han interrogado frecuentemente sobre las tergiversaciones de Chian Kai-shek
durante los años que separan la agresión a Manchuria (1931) de la «guerra abierta» (1937). El sinólogo
americano John Fairbank describió a Chian decepcionado por la democracia a la occidental, y que llegó
hasta organizar un movimiento de estilo fascista, los «Camisas azules», formado por algunos miles de
oficiales muy activos, empresa sin futuro, pues China, a diferencia de Japón, estaba separado de los
Estados del Eje. Fairbank reconocía, sin embargo, que la conducta de Chian era la consecuencia, y no la
causa, de la decadencia del Kuomintang, pues el partido de Sun Yatsen perdió todo idealismo
revolucionario tras la entrada en sus rangos de numerosos funcionarios oportunistas y corrompidos,
incluso de «señores de la guerra» con sus ejércitos enteros. Según Lucien Bianco, la coherencia de la
«línea Chian» era muy fuerte. Si este nacionalista intransigente se ve obligado a negociar en lugar de
combatir, si parece ceder al picoteo sistemático de Japón, es debido a que se enfrenta a una doble
necesidad. Por un lado, llevar a cabo la unidad del país a expensas de los enemigos interiores, comunistas
y otros. Por otro lado, tolerar provisionalmente los ataques a la integridad nacional por parte del enemigo
exterior, pues China no está lista para la guerra y necesita evitar el conflicto pues antes debe forjar un
ejército moderno.
Esas necesidades no son percibid as por la opinión pública china, que se hace notar con una fuerza
antes desconocida. Ante cual sea la mejor manera de resistir a Japón, «la inteligentsia de masa» intenta
imponer sus soluciones. En el otoño de 1931, más de 15.000 estudiantes invaden las calles de Nankín, en
donde hacen simulacros de ejercicios militares y proclaman a gritos al gobierno su deseo de que se declare
la guerra a Japón. En diciembre de 1935, otras manifestaciones [p. 588] estudiantiles, esta vez en Pekín,
impiden a Japón llevar a cabo su proyecto de autonomía para las cinco provincias del norte. En mayo de
1936, se crea un poderoso movimiento patriótico, la Unión para la Salvación Nacional, por iniciativa de
los estudiantes; este movimiento, presidido por la viuda de Sun Yat-sen, muy crítica con respecto a la
«línea Chian», reclama el fin de la guerra civil y la proclamación de la resistencia contra Japón. ¿Se trata
todo ello de la formación de una opinión pública o de la terminación de una nación? El movimiento de la
inteligentsia en los años treinta recuerda al llamamiento del «Cuatro de mayo de 1919», manifestación de
brutal rechazo del confucianismo y de la herencia cultural china, que puede ser considerada como más
importante que la revolución de 1911, puesto que no se ataca al vacilante Imperio, sino su fundamento
ideológico.
En esta fase de formación del sentimiento nacional en China, ocurre un acontecimiento extraño: el
secuestro de Chian Kai-shek el 12 de diciembre de 1936 en Sian, por uno de sus generales -Zhang
Xueliang, joven señor de la guerra que había sucedido a su padre, el «gobernador militar» de Manchuria
asesinado por los japoneses, antes de ser desposeído de las provincias del Nordeste por la invasión de
Manchuria. Zhang Xueliang había sido enviado a Sian, capital del Shenxi para acabar con las unidades
comunistas que intentaban reconstituir un «soviet» al norte de la provincia, justo después de la Larga
Marcha. Pero a sus tropas les repugna combatir a los comunistas cuando su tierra natal está ocupada por
los japoneses. Si Zhang Xueliang captura a Chian al alba del 12 de diciembre es para obligarle a un
cambio de política: las «ocho peticiones» que le presentan coinciden ampliamente con el programa del
partido comunista chino, y se resumen en la necesidad de sustituir la guerra civil por la movilización
contra el ocupante japonés. La amenaza de una nueva guerra civil se cierne en el mismo campo
nacionalista: los aviones de Nankín atacan al ejército de Zhang Xueliang, pero después de trece días de
cautividad, Chian es liberado bajo condición. Chu Enlai había ido, en nombre de los comunistas, para
intervenir en su favor. El «frente unido» interior va a constituirse progresivamente y la guerra de resistencia contra Japón estallará seis meses más tarde. Chian Kai-shek, ante la proximidad del conflicto, se
convierte en el símbolo vivo de la unidad nacional.
De hecho si el incidente de Sian ha acelerado el estallido del conflicto, la actitud del «militarismo
japonés» debía conducir necesariamente a la guerra abierta. Una actitud que se manifestaba en la carrera
[p. 598] por el armamento naval, en la relación de fuerzas interna, en las relaciones con el extranjero, En
cuanto a la carrera de armamentos navales, el 18 de septiembre de 1934, Japón denuncia el tratado de
Washington y los límites en materia de tonelaje que le habían sido concedidos; el 15 de enero de 1936, sus
representantes se retiran de una nueva conferencia naval reunida en Londres; rechazan la limitación de su
construcción de cruceros, destructores, submarinos, pero están totalmente aislados. Referente a la relación
de fuerzas internas, Japón entra en la economía de guerra; se crea un “Estado de defensa nacional”, y se
presenta un presupuesto militar de mil millones de yenes para 1936-37 y de mil cuatro cientos millones
para el ejercicio siguiente; en el Parlamento, los partidos conservadores reaccionan y rechazan el proyecto.
La vida política japonesa parece desestabilizada, por lo que el general Hayashi, que cuenta con el apoyo
de los nacionalistas radicales del Kodoha, se hace con la jefatura del gobierno, en competición con el
general Ugaki, líder del «Grupo de control». En las relaciones exteriores, la URSS, tras haberse mostrado
conciliadora en el asunto de Manchuria, acusa en octubre de 1935 graves incidentes en la frontera del
Manchukuo y de Siberia, y después por el tratado de 12 de marzo de 1936, se alía con la república popular
de Mongolia exterior, cuyo territorio es objeto de incursiones japonesas. El 25 de noviembre de 1936,
Tokio firma con Alemania el pacto antikomintern, alianza transnacional contra la «Internacional
comunista». En realidad, Alemania escogió a Japón, pese a los lazos comerciales con China y la
inclinación tradicional de su diplomacia. Por medio de un acuerdo secreto unido al pacto, se prevén
consultas en caso de una agresión de la URSS a uno de los firmantes, y la necesidad del consentimiento
del otro socio antes de una eventual conclusión de un acuerdo con Moscú. La URSS decide entonces
aproximarse a China y pide al partido comunista chino que interrumpa la guerra civil y colabore
«amigablemente» con el Kuomintang, lo cual explica, en parte, la mediación de la dirección comunista
china cuando tuvo lugar el «incidente de Sian».
El incidente del puente Marco Polo y la invasión de China
En la noche del 7 al 8 de julio de 1937, un regimiento japonés estacionado en la «zona
desmilitarizada», al maniobrar en el puente Marco Polo en Wanping, al sudoeste de Pekín, es tiroteado por
unidades chinas. El incidente es exagerado por Tokio y el ejército japonés se pone en camino «para
proteger las vidas y bienes japoneses». Los chinos dan prueba de una voluntad desconocida. El 17 de
julio, Japón envía un ultimátum oponiéndose a la llegada de refuerzos chinos, exigiendo la retirada de las
fuerzas chinas de Hobei y excluyendo en el futuro cualquier intervención del gobierno chino en la región.
El 19 Chian Kai-shek rechaza el ultimátum y exige la retirada de las fuerzas niponas de las posiciones que
habían conquistado desde el 7 de julio. El 25 un nuevo ultimátum de Tokio da un plazo a las unidades
chinas para que evacuen Pekín y el 26 estallan las hostilidades.
Tokio había imaginado una guerra corta que le permitiría terminar con los nacionalistas del
Kuomintang e instaurar un protectorado como el de Manchukuo. En Japón la atmósfera era de unión
nacional, y sindicalistas, oficiales moderados, escritores y profesores hacen suyas las ideas de conquista;
el Parlamento vota 34 de los 35 proyectos de ley que le somete el príncipe Konoe, se aprueba una ley de
movilización nacional general y el presupuesto militar alcanza los dos mil millones de yenes en 1938 (de
un presupuesto total de cinco mil millones); entra en funciones un «cuartel general imperial» y el ejército
trata directamente con el Emperador.
En el Continente, las unidades chinas son militarmente desbordadas ante un invasor bien
preparado con un millón de soldados, carros y aviones. Pekín capitula y el ejército japonés se dirige hacia
la China central, mientras desembarcan refuerzos en Hangzhou, conquistan Shangai y Nankín, la capital
nacionalista, cae el 10 de diciembre de 1937. La ciudad es saqueada y la población china es víctima de una
masacre. En China del sur las operaciones japonesas continúan: Cantón se rinde el 21 de octubre de 1938,
pese a la ruptura de los diques del río Amarillo, conquistan la gran isla de Hainan y el archipiélago de
Spartly. A partir de 1939, la guerra de movimientos termina y los japoneses se contentan con ampliar las
zonas conquistadas e instalar en ellas administraciones fieles a Tokio.
A partir de ese momento, Japón busca menos la victoria militar que la asfixia del adversario,
cortando, una tras otra, sus vías de abastecimiento de armas. El gobierno de Konoe propone el 9 de
diciembre de 1937 y luego el 22 de diciembre de 1938, condiciones de paz que significan la división y
satelización de China. División por cuanto China del norte sería desmilitarizada bajo control japonés;
Mongolia interior se convertiría en un Estado autónomo y se mantendrían [p. 591] guarniciones japonesas
en diversas partes de China. Satelización porque China se uniría a Japón y Manchukuo para llevar a cabo
una política «anticomunista», adheriría al pacto antikomintern y denunciaría el tratado de no agresión con
la URSS que, mientras tanto, había firmado e121 de agosto de 1937. En diciembre de 1938, el proyecto de
satelización se hace más gravoso pues un partido de renovación del pueblo, pro-japonés, se crea en las
zonas ocupadas, un gobierno fiel a Tokio se instala en Nankín, bajo la autoridad del antiguo segundo de
Chian, Wang Jingwei, y la deposición del gobierno de Chian Kai-shek se convierte en una condición
previa al comienzo de las negociaciones.
Chian Kai-shek se había atrincherado en la China interior, subdesarrollada e inaccesible y a su
nueva capital, Chongqing, en la provincia de Sichuan, no se puede llegar por ferrocarril. La resistencia
china continúa logrando algunos éxitos terrestres y aéreos, en China central, en Hunan, en la región de
Changsha, victorias sin consecuencias pero que levantan la moral de los chinos. En realidad el ejército
japonés -como el Gran Ejército napoleónico- no logra terminar con el vencido, «hundiéndose y
perdiéndose en la inmensidad china» (Bianco). Sin embargo, los nudos de comunicaciones vitales de
China están en manos de los japoneses: puertos, centros industriales y comerciales, capital política, toda la
parte más rica y la más poblada del país al este de la línea Pekín-Cantón. Pero la verdadera guerra se
entabla basada en el patriotismo de la inmensa población china, guerra de guerrillas que tendrá como
efecto eliminar el poder de los notables y llevar a cabo una inversión de la relación de fuerzas políticas
internas en provecho del partido comunista chino. Para Chalmers Johnson no era la miseria campesina la
que condujo al éxito del comunismo en China, sino la Segunda Guerra Mundial pues ésta creó el
nacionalismo campesino, un nacionalismo de masas diferente al de la intellingentsia y legitimó el
comunismo al permitirle aparecer bajo un aspecto nacionalista y como el órgano natural del campesinado
en el combate contra el ocupante.
En el enfrentamiento chino-japonés, Japón es sin discusión el agresor: Tokio practica una política
contraria a la vez al tratado de 1922 de las Nueve Potencias y al pacto Briand-Kellogg. Sin embargo, las
potencias tienen una actitud de duda. La SDN, ante la que China ha presentando una denuncia el 12 de
septiembre de 1937, decide el 23 enviar el estudio del problema a la comisión consultiva de Extremo
Oriente; el 6 de octubre, adopta una resolución que denuncia {p. 592] la actitud de Japón, pero se niega a
calificarle de agresor y votar sanciones. Se contenta con sugerir la reunión de los signatarios del tratado de
los Nueve con el fin de que reflexionen sobre los medios de poner fin al conflicto. La conferencia se
reunió en Bruselas del 3 al 24 de noviembre de 1937, pero Japón rehusó participar, Italia no votó la
resolución final y los otros siete se contentaron con reafirmar los principios del tratado.
Desde el 1 de junio de 1937, Estados Unidos se había pronunciado contra cualquier acción
concertada en China, limitándose en la declaración de Cordell Hull de 16 de julio de 1937 con enumerar
los principios que debían regir la política exterior de las naciones. Washington había rechazado el 20 de
julio una propuesta británica de mediación conjunta; el 10 de agosto, una gestión de Estados Unidos,
asociado con Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, había tomado forma, con una finalidad muy
limitada y con dimensión humanitaria: mantener la región de Shangai fuera del teatro de combates
(gestión que, de hecho, no tuvo ningún efecto). El 12 de diciembre, el ataque contra la cañonera americana
Panay, en el Yangzi, no hizo sino reforzar la corriente neutralista de la opinión americana, así como la
petición de una indemnización por parte del gobierno federal.
Sólo la URSS pareció haber escogido, y la ayuda al gobierno de Nankín y la participación de los
comunistas chinos, acarreará la ruptura total con Tokio. La URSS, tras haber concluido el acuerdo de no
agresión de 21 de agosto de 1937, proveyó a Nankín con material de guerra, encaminándolo por la
Mongolia exterior, y crea una seria amenaza sobre el flanco norte de los ejércitos japoneses. Numerosos
incidentes siguieron: a principios de 1938, a propósito de las pesquerías japonesas de Sajalín, así como en
Corea y Manchuria. El 29 de julio de 1938, una división japonesa atacó las posiciones soviéticas en el
lago Kazán, batalla librada con armas pesadas que causó varias decenas de miles de víctimas. En mayo de
1939, en los confines de Manchuria, de Mongolia exterior y del Chadar, los carros del general Yukov
infligen 50.000 muertos o heridos a las unidades japonesas. Pero el pacto germano-soviético provocará el
cambio de la política soviética en Extremo Oriente: un pacto de neutralidad soviético-nipón, cuya
negociación comienza en julio de 1940, y se firmará el 13 de abril de 1941.
¿Constituyó para Japón una huida hacia adelante la invasión de China? Visto desde Tokio, el
dominio sobre el continente chino es el de una gran potencia que había llegado tarde a la escena
internacional. [p. 593] El conquistador razona sólo a escala de la región asiática y un conflicto mundial le
parece excluido, Sin embargo, la continuación de la lógica de fuerza arrastrará al Japón en un conflicto
total con Estados Unidos por el dominio de la zona Asia-Pacífico,
«La cuarentena» decretada por Franklin Roosevelt en octubre de 1937 no tiene consecuencias
prácticas -así como la protesta en 1935 por la violación del principio de la “puerta abierta”, protesta a la
que el primer ministro Konoe contesta que “las reglas han cambiado”. Pero en Washington, la tendencia
conciliatoria del Departamento de Estado pierde influencia con respecto al grupo Stimson-Morgenthau,
que había defendido siempre una respuesta firme a las «iniciativas» de Tokio. La primera verdadera
respuesta americana tiene lugar el 26 de julio de 1939, cuando Washington denuncia el tratado comercial
con Japón de 1911: Estados Unidos ha escogido la presión económica, la reducción de posibilidades de
aprovisionamiento de Japón en materias primas. La cuestión era si los “actos inamistosos” de Estados
Unidos podrían compensarse con la firma del acuerdo de defensa común, de un pacto tripartito con Roma
y Berlín, el 27 de septiembre de 1940. En el continente chino, Japón parece victorioso pero su
vulnerabilidad económica era extrema. El temor de un bloqueo, anunciado por la medidas de retorsión
comercial de Estados Unidos, justificaba una nueva huida hacia adelante militar, la conquista de Asia del
sudeste por un Japón preocupado por asegurarse los recursos «seguros», pero la conquista precipitará el
anuncio del bloqueo. A ésta sigue la decisión de destruir el potencial naval americano, que hará estallar la
Segunda Guerra Mundial en el Pacífico: el ataque sorpresa contra Pearl Harbour el 7 de diciembre de
1941, repitió el ataque sin declaración de guerra de Rusia en 1904.
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