GABRIEL GARCIA MARQUEZ

Anuncio
GABRIEL
GARCIA
MARQUEZ
Germán Vargas Cantillo
Durante varias semanas el Centro Cayena organizó un curso sobre
“Novela Latinoamericana Contemporánea” dentro del cual se
expusieron la vida y obra de los novelistas más representativos.
Sobre García
Márquez disertó el periodista Germán Vargas
considerado como testigo único de la obra de dicho autor.
Ofrecemos a nuestros lectores algunos apartes interesantes de
esa disertación
En la primera charla habíamos tratado de indagar
cual era la tradición literaria colombiana que
explicara el surgimiento de un nuevo escritor, de un
narrador tan excepcional, tan extraordinario, cuyo
nombre es hoy tan vasta mente conocido, como no lo
fue nunca antes ningún escritor colombiano, ni
siquiera Vargas Vila, que gozó de fama a comienzos
de este siglo en América y España solamente.
jefe de redacción Clemente Manuel Zavala,
excelente escritor, y escribía el poeta, novelista y
pintor Héctor Rojas Herazo. El grupo lo
completaban, entre otros, Ramiro de la Espriella y
Gustavo Ibarra Merlano.
Poco tiempo después llega a Barranquilla. Aquí
escribe, ya despojado de muchas arandelas
retóricas, dos de los que son quizá sus mejores
cuentos de la primera época. “La noche de los
alcaravanes” y “Alguien desordena esas rosas”. Era
ya 1950, escribía su famosísima columna “La
Jirafa” que aparecía diariamente en El Heraldo y
ejercía la jefatura de redacción del semanario
Crónica, dirigido por Alfonso Fuenmayor. y
trabajaba rudamente, después de la medianoche,
en una inconmensurable novela, “La Casa”, que
nunca terminó ni menos publicó con ese nombre,
pero no cabe duda de que en ella, que llamábamos
el mamotreto, estaban quizá un poco en bruto
mucho de los cuentos y algunas de las novelas que
asombrarían más tarde a los lectores y críticos.
Adentrémonos ahora en lo que podríamos llamar la
prehistoria literaria de García Márquez. Es bien
sabido que el primer cuento que apareció publicado
fue “La Tercera Resignación”, incluido por Eduardo
Zalamea Borda en la sección “Fin de Semana” del
entonces vespertino El Espectador, de Bogotá. Fue
el 13 de Septiembre de 1947. Entre este relato
interesante, algo completamente diferente a lo que
se escribía entonces en el país y a lo que se
escribiría todavía años después, y la primera novela
de García Márquez, “La Hojarasca”, hay dieciocho
relatos, algunos de ellos nunca publicados en libro.
Más de un mes después se inserta en la misma
página el segundo cuento de García Márquez, “Eva
está dentro de su gato”. El tercero, “Tubal-Caín forja
una estrella”, fue publicado también en la página
semanal que dirigía Eduardo Zalamea el 17 de enero
de 1948.
El propio García Márquez recuerda así esos años.
“En Barranquilla yo tenía que escribir mucho. En un
día me tocaba escribir una jirafa y a veces un
editorial además de otra nota anónima. Esto me
planteaba problemas, a veces. Todo era encontrar
el tema: una vez que tenía el tema, me sentaba en
la máquina y ahí mismo, de un solo jalón, escribía
mi jirafa. Esto lo recuerdo con nostalgia ahora
que me cuesta tanto terminar una sola página en, a
veces, varias semanas de trabajo intenso. Y
después salía tan tranquilo a emborracharme por
ahí. Es evidente que a veces sentía una terrible
Por esa época, Gabriel García -así se le conoció en
Barranquilla cuando estudiaba en el Colegio San
José- era estudiante de Derecho en la Universidad
Nacional. Ese mismo año del 48, después del
asesinato de Gaitán, García Márquez regresó a la
Costa, a Cartagena, donde comenzó su carrera
periodística en el diario El Universal, en el cual era
11
Huellas Vol. 3 No. 6 Uninorte. Barranquilla
pp. 11 - 13 Junio 1982. ISSN 0120-2537
desesperación por encontrar un tema para mi jirafa,
hasta acudir a la falta de tema como tema. Así me
servía de cualquier cosa; retomaba textos viejos,
escritos en Cartagena y editados allí, usaba apuntes
que tenía engavetados, y también fragmentos de lo
que había de ser un libro, fuera “La Casa” o “La
Hojarasca”. Me acuerdo de mis “Palabras a una
Reina” que leí en el carnaval de Baranoa y que
publiqué al día siguiente en la Jirafa. Ese día nos
reíamos mucho. Don Ramón Vinyes me decía que
era una desgracia que a las reinas de la belleza de la
capital les hacían unos discursos estúpidos y
grandilocuentes, que toda la prensa reproducía, y
que en cambio había que ir hasta Baranoa para oír
por fin una coronación de calidad literaria”.
Fue en 1950, cuando en un viaje a Aracataca, que
hizo con su madre, doña Luisa Santiaga, para vender
una casa, la primera vez que García Márquez vio el
letrero con el nombre de una finca que se llamaba
Macondo. Veamos como lo relata él mismo en una
de sus cartas:
“En realidad, ese letrero con el nombre de la finca
pienso que seguramente lo vi muchas veces en mi
niñez al pasar en el tren, pero lo había olvidado por
completo cuando lo volví a ver en el año 50 y decidí
adoptarlo para mi evocación literaria de Aracataca.
Yo supe más tarde que el macondo es un tipo de
árbol en la Costa y todavía hoy ignoro de qué árbol
se trata; no lo sabría designar. También me enteré
mucho más tarde que el macondo es o fue en la
costa un juego de azar, que se practica con dados”.
Fascimil de la Carátula de la última novela de Gabito
mal de recuerdos, por la Emisora Atlántico. Y, de
eso sí me acuerdo bien, yo fui el narrador. Los
episodios fueron seguidos por los radioescuchas
con mucho interés.
En alguna parte, en alguna de las incontables
entrevistas que le han hecho, García Márquez
cuenta que a él siempre le ha interesado la
radionovela, y refiere cómo, en uno de sus viajes a
Cuba, quiso conocer a Félix B. Caignet, el autor de
“El derecho de nacer”. Lo visitó y le preguntó:
“Maestro, dígame a qué atribuye el éxito de sus
obras”? Y él, ya viejo, le respondió tranquilamente:
“La gente quiere llorar y yo solamente pongo el
pretexto”.
De regreso de sus viajes, sus cuentos cambiaron en
forma radical. Entonces ya, a partir de ahí, el pueblo
de casi todas sus novelas, viene a ser Macondo, con
su calor y su polvo. Es a mediados de 1950 cuando
García Márquez se puso a escribir, ya
concretamente, La Hojarasca. Cuando estaba
apenas en los comienzos de la redacción de La
Hojarasca, un día que llovía a torrentes, Alfonso
Fuenmayor llamó su atención, diciéndole: “Mire,
maestro, qué vaina tan rara”. Y le señaló el extraño
efecto que hacía la lluvia con la fachada del edificio
de enfrente. En esa fachada habían hecho como
llamas de cemento; como la lluvia era tan fuerte, tan
violenta, que deformaba los objetos, las llamas de
cemento parecían llamas de verdad, porque la lluvia
daba la impresión de que se movían.
Cuando en 1955, García Márquez publica “La
Hojarasca” ocupa de hecho un lugar de primerísimo
orden en el pequeño mundo literario colombiano. Y
es así como la segunda edición de esta su primera
novela aparece publicada en lo que se llamó el
primer festival del libro colombiano, a finales de la
década del cincuenta. Y en una edición de 250 mil
ejemplares en total. Los otros nueve títulos son los
siguientes: Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá,
de Cordovez Moure; sus mejores cuentos, de
Tomás Carrasquilla; Cuatro años a bordo de mí
mismo, de Eduardo Zalamea Borda; El cristo de
espaldas, de Caballero Calderón; Sus mejores
prosas, de Hernando Téllez; El gran Burundún
Burundá ha muerto, de Jorge Zalamea; El caballero
de El Dorado, de Germán Arciniegas; Los mejores
Hay en la vida, digamos literaria, de García Márquez
un episodio casi completamente olvidado, y por
muchos hasta ignorado. Fue quizá en 1952 cuando
García Márquez hizo la adaptación radiofónica de
una novela recién publicada en Barranquilla, de una
narradora barranquillera. El Libro se llamaba “Se han
cerrado los Caminos” y su autora Olga Salcedo de
Medina. La radionovela fue transmitida, si no estoy
12
Cuentos colombianos y Las mejores poesías
colombianas. Es decir, está ya García Márquez con
lo que Agustín Lara llamaría “La crema de la
intelectualidad”.
García Márquez lo dice de otro modo: “Mis
mujeres son masculinas”. O, más bien, son
genéricas, como efigies. El las ve de perfil, y en
general son menos complejas que sus hombres,
casi abstractas estáticas.
“La Hojarasca” es, desde luego, un libro embrionario,
apenas una promesa, un anticipo de lo que siguió.
Pero está pleno de drama y de colorido y además
rebosante de hechos históricos que servirán de telón
de fondo al resto de su obra.
Resulta curioso hacer esta acotación: en la
actualidad, y a partir de “Cien años de soledad”, los
editores se pelean por editar los libros de García
Márquez. Los nuevos y los anteriores. Y hacen
tirajes descomunales. El contraste es muy grande
cuando se recuerdan las vicisitudes que hubo de
pasar para editar “La Hojarasca” y las posteriores,
cuando casi la totalidad de la edición fue retenida o
embargada por un juez en juicio contra el editor, un
judío uruguayo llamado Samuel Wisman Baum, por
razones que nada tenían que ver con la novela. O
las enormes dificultades que se presentaron para
editar “El coronel no tiene quien le escriba”, cuyos
originales llevé de editorial en editorial de Bogotá
para obtener en todas la misma respuesta, una vez
revisados por sus llamados “lectores” editoriales:
“Parece
interesante,
pero
no
podemos
arriesgarnos. Si usted paga la edición, sí la
haremos”.
Extraños, tortuosos monólogos que giran en torno a
un cadáver en su féretro evocan la epopeya del auge
y la decadencia de Macondo reflejada en los
destinos de una familia a lo largo de tres
generaciones.
En ella, una novela malograda en parte y con un
idioma prestado que nunca llega a ser un lenguaje
personal, como apunta Luis Harss, se pueden
observar ya, muy claramente, ciertas características
distintivas del estilo de García Márquez que tendrán
más relieve en obras posteriores. Hay despilfarro
pero no hay por qué desesperar. Ya vendrá
economía absoluta. Y ésta llega, con su segunda
novela, que para mí, personalmente sigue siendo la
mejor de sus obras: “El coronel no tiene quien le
escriba”.
Finalmente, se publicó la breve novela en uno de
los números de la revista Mito, de Jorge Gaitán
Durán, en 1958. Y tres años después en 1961,
apareció la primera edición en libro. La hizo el
librero-editor antioqueño Alberto Aguirre.
Y ello a pesar de “Cien Años de Soledad”, de “El
Otoño del Patriarca”, que son casos aparte. Cosas
enteramente diferentes. Y a pesar también de
“Crónica de una muerte anunciada”.
Hay una anécdota que puede resultar interesante
para algunos y que yo he contado en alguna parte,
en no sé qué escrito. Cuando García Márquez, en
París, en 1957, estaba escribiendo “El coronel no
tiene quien le escriba”, recibí en Bogotá una carta
suya. Me pedía que le consiguiera un memorando
de alguien que supiera de gallos, que le explicara
las distintas razas y sus propiedades, cómo
funcionaban las galleras, en fin el mayor número de
informaciones concretas sobre el asunto.
En “El Coronel no tiene quien le escriba”, ya García
Márquez se maneja solo. Sabe hacerlo. La precisión,
la claridad, la reticencia, la economía idiomática le
tuercen el cuello a la retórica, “de engañoso plumaje”
que dijo el poeta. Hay un halo de cosas apenas
sugeridas, de medias luces, de silencios elocuentes,
de milagros secretos. Un soplo de misterio recorre
este libro prodigioso de apenas 90 páginas. No hay
“lastre” en él. El Coronel es uno de los grandes
personajes de la narrativa latinoamericana de todas
las épocas. Es de los que quedaron para siempre
fijados en la memoria. No solo tiene personalidad,
también tiene alma.
La única persona amiga mía que sabía de gallos de
pelea, cuyos gallos demás yo conocía por haberlos
visto en su preparación y en sus peleas pues tenía
“cuerda” en Soledad, era Quique Scoppell. Pero
estaba en Cuba, en La Habana, a donde se había
ido a vivir. Le escribí a Quique y la respuesta fue
todo un tratado sobre gallos sumamente interesante
y completo, que cometí la estupidez de empacar y
remitir de inmediato al novelista a París, sin haber
tenido la precaución de sacar siquiera una copia.
Supe que le fue de mucha utilidad para
ambientarse y para ambientar su novela. Pero yo
perdí lo que estoy seguro hubiera sido un
estupendo libro, de gran éxito, además, entre los
galleros.
Un crítico europeo señala cómo en las primeras
novelas de García Márquez “los hombres son
criaturas caprichosas y quiméricas, soñadores
siempre propensos a la ilusión fútil, capaces de
momentos de grandeza pero fundamental mente
débiles y descarriados. Las mujeres, en cambio
suelen ser sólidas, sensatas y constantes, modelos
de orden y de estabilidad. Parecen estar mejor
adaptadas al mundo, más profundamente arraigadas
en su naturaleza, más cerca del centro de gravedad”.
13
Descargar