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Bacantes de Eurípides; por Alejandro Oliveros
Alejandro Oliveros · Tuesday, September 15th, 2015
Figura en una vasija de terracota que muestra la muerte de Penteo, circa 480 A. C.
Periodo arcaico tardío. Kimbell Art Museum, Fort Worth, Texas.
Noventa son las tragedias que se registran de Eurípides, de las cuales no llegan a
veinte las conservadas. Y se puede considerar afortunado, no pasan de diez las que
tenemos de Sófocles y aún menos de Esquilo, cuyas producciones no fueron menos
sostenidas. Los dos últimos son dignos representantes del período medio de la
tragedia griega, así como Eurípides es un acabado exponente de la etapa tardía. A lo
largo del período temprano, cuando el hecho trágico tenía una connotación
exclusivamente religiosa, como las misas de los católicos, la acción estuvo a cargo de
mimos, músicos y coros, sin un texto definitivo y, menos aún, escrito. En el período
medio, el de Esquilo y Sófocles, la tragedia se ha convertido en teatro religioso y
político, el equivalente de los autos sacramentales de Calderón; obras como Orestíada
o Edipo, son transformaciones de la historia desmembrada de Dioniso, el dios de lo
trágico. Y en el más tardío de los períodos, que es del Eurípides, la tragedia ya era
sólo teatro, sin ninguna intención religiosa (“Ya Dioniso estaba arrojado de la escena
trágica”, Nietzsche), como en Shakespeare y casi todo el teatro moderno. Es más que
probable que Esquilo y Sófocles hayan creído en sus dioses. Es seguro que Eurípides
no. Por eso siempre ha llamado la atención que la última de las tragedias de este
discípulo de Protágoras, sofista el mismo, incrédulo y racional, sea un drama religioso,
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pero eso es lo nos fascina de Bacantes. Una tragedia que tiene al propio Dioniso como
protagonista; un homenaje apasionado a la más estupenda figura de la religiosidad
griega escrito por un ateo. No es el caso del moderno Luis Buñuel, quien le daba
gracias a dios por ser ateo. En el caso de Eurípides, se trata de un poeta que, al final
de sus días, parece lamentar no haber nacido antes para no ser ateo.
Bacantes cuenta y canta el regreso inesperado de Dioniso a Tebas, su patria natal. Y
ha regresado para castigar la incredulidad de los tebanos, especialmente sus propios
familiares, que nunca han creído en su naturaleza inmortal; un verdadero error de
juicio, la hamartía aristotélica de la tragedia. Otra insensatez de los habitantes de esta
noble ciudad, predestinada al dolor. Como reconoce el profesor Jean Bollack en sus
reveladores comentarios: “La falta de reconocimiento a su naturaleza mestiza es el
preámbulo a la tragedia. Para enfrentarla se ha hecho hombre”. (Dionysos et la
tragèdie.) El ofendido inmortal va a enfrentar la indiferencia de sus compatriotas de
la manera más violenta, enloqueciendo a las mujeres, entre ellas Agave, la madre del
Penteo, el sectario monarca. A la cabeza de sus ménades enloquecidas, la buena mujer
tomará al hijo por una fiera y, con la ayuda de otras bacantes, descuartiza, en un rito
dionisíaco, al confundido Penteo. Al final, la familia real es enviada, por separada al
exilio. Cadmo, como buen griego, entiende las connotaciones del terrible castigo, sólo
la muerte se le compara: “¡Hija! ¡En qué terrible desgracia hemos caído todos, tu,
desgraciada, y tus hermanas, y yo, desdichado! Llegaré anciano a tierras bárbaras
como extranjero…!” Sólo la ayuda de Ares, su suegro, salvará sus últimos días de la
amargura. Por desgracia, no todos los desterrados, de antes y del presente
venezolano, cuentan con un suegro tan influyente.
Vuelvo a Bacantes, la cual, aparte de poesía de la más alta, es, asimismo, una
exploración de la insurgencia de lo irracional en el seno de una sociedad. Una lectura
que no deja de ser oportuna en una Venezuela desfigurada por el más devastador
asalto a la razón. Los personajes principales de la tragedia de Eurípides, el más
trágico de los dramaturgos, según Aristóteles son, como hemos visto, Dioniso, el dios
en persona; Penteo, rey de Tebas y primo del inmortal; Agave, su madre e hija de
Cadmo, el fundador legendario de la ciudad. Todos en Tebas, la urbe donde nadie
querría nacer. La escenografía es la más presagiosa: el palacio del monarca y, a un
lado, el paisaje fúnebre de una tumba rodeada por indecisas vides. El encargado del
prólogo es una figura inquietante, un dios, y nada menos que el propio Dioniso.
Porque todo, en este hijo de Zeus con la cadmea Seleme, es inquietante, o debería
serlo. Es de simples ver en Dioniso solamente al portador del vino, el más bendito de
los bienes. Como buen dios griego, su lado oscuro es tan marcado y peligroso. Durante
los años sesenta del siglo pasado, se le exaltó como salida a la crisis de la cultura
occidental. Algunos pensadores, con menos genio que ingenio, propusieron una salida
dionisíaca al fracaso reiterado de la racionalidad. Olvidando que, cuando Dioniso
aparece en escena, lo mejor es tomar precauciones. El profesor E.R. Dodds: “Dioniso
es más complejo y peligroso que un simple dios de la vid. Es el principio de la vida
animal, la caza y el cazador, la fuerza irresistible que el hombre envidia en los
animales y trata de asimilar. Originalmente, su culto fue un intento de los seres
humanos de comulgar con esta fuerza. El efecto psicológico era liberar la vida
instintiva del hombre de las limitaciones impuestas por la razón y la sociedad”. Y las
primeras expresiones del inmortal tienen el temible tono de lo tremendo: “A estas
tierras de Tebas he llegado yo, hijo de Zeus”. Su lenguaje es el de todos los
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iluminados, y de lo que verdaderamente habla es de sectarismo y violencia. Porque así
han sido todos los sectarios y violentos, algunos tan afortunados como para encontrar
terreno propicio en una amorfa población dispuesta a escucharlos y seguirlos, no
importa cuán insensata resulte la empresa. Pobre Tebas, que como la Venezuela del
milenio, no sabe lo que le espera. Y su rey, Penteo, como aquí presidentes e
irresponsables “ilustres”, ni siquiera lo imaginaron. Dioniso no deja dudas sobre su
naturaleza: “Hijo de Zeus” (o hijo de Bolívar), y esta era justa la hora para introducir
los correctivos necesarios. Pero una distraída mayoría, “llena de intensidad
apasionada”, en ese momento se opuso a poner obstáculos al mentido líder.
A la preocupante aparición de Dioniso, una de esas teofanías tan del gusto de
Eurípides, se suma la de Tiresias; y como lo recordamos de Edipo, donde aparece
Tiresias, la tragedia es segura. No es que sea el culpable, su única culpa es ver la
tragedia primero que los demás. Tiresias ha llegado a palacio en busca de su amigo y
fundador de Tebas, el ahora jubilado y legendario Cadmo. Ambos son ancianos y
conocen la necesidad que tienen los dioses de la adoración humana. En este caso,
Dioniso, quien, aunque de aparición tardía, no por eso dejaba de pertenecer al equipo
de los inmortales. La comprensión de Cadmo está doblemente justificada, no sólo se
trata de una divinidad sino que, además, esta divinidad es su nieto. En efecto, Semele,
su hija fue apareada por Zeus y el resultado es el más ambiguo de los dioses,
desdoblado en su naturaleza medio humana, medio divina. Una condición que estimula
en Tiresias la más sabia de las observaciones: “Sobre los dioses, nada es lo que
sabemos”. Así, avanza la obra hacia su violento desenlace. En dos planos, que
difícilmente se encuentran, lo humano y lo divino. Al final de cada intento de
reconciliación, nos espera la tragedia, individual, como en el caso de Penteo, el
distraído monarca. O colectiva, como la Venezuela, que no supo reconocer la retórica
de un “demonio astuto y vociferante”.
Se dice que Eurípides tuvo un dominio de la tensión dramática sólo comparable al de
Shakespeare, y es verdad. Todo comienza con la aparición, apenas iniciado el drama,
de Dioniso en solitario, todo en refulgente oro, de pies a cabeza, en la última versión
de la Comedie française, anunciando el propósito de su visita. Más tarde, le toca el
turno a Cadmo y Tiresias, quienes, muy tranquilos, y vestidos de bacantes, marchan al
monte a rendir respetos a la divinidad. Pero la tranquilidad puede ser la negación de
la tensión y, de seguidas, sin que nadie ni nada lo haya sugerido, se presenta Penteo,
quien todavía no entiende, ni entenderá, que es lo que está ocurriendo en su reino. Lo
primero que dice, es una innecesaria disculpa: “Ausente estaba”. Pero, precisamente,
durante su ausencia, es que ha ocurrido lo que sacude a Tebas. Hechos portentosos
provocados por el hijo de Semele. Penteo, no obstante, ha tenido tiempo de enterarse:
“Nuestras mujeres han abandonado sus hogares por fingidas fiestas báquicas, y
corretean por los bosques sombríos, glorificando con sus danzas a un nuevo dios,
Dioniso, o a un impostor cualquiera”. El tono de las palabras de Penteo prefigura, con
su sectarismo, la violencia y el desastre. En su insensatez, incurre en la ofensa más
grave se le puede hacer a uno de los inmortales; esto es, afirmar que se trata de un
impostor. Los lectores de los Evangelios recuerdan que, aun en su infinita
misericordia, Cristo no ocultaba su malestar cuando algo parecido recibía de aquellos
“hombres de poca fe”.
En la introducción a su legendaria edición de Bacantes, de 1943, para Oxford
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University Press, el ya citado profesor Dodds, acude a Freud para tratar de entender,
y explicar todo lo que ocurre en la tragedia de Eurípides, que no es poco:
Dioniso es la causa de la locura y el que libera de la locura. Debemos
tener en cuenta esta ambivalencia si queremos entender bien la obra.
Oponer resistencia a Dioniso es resistirse a lo elemental de nuestra
propia naturaleza. El castigo es el colapso, violente y completo,
de nuestros internos cuando lo elemental se introduce por la fuerza y
la civilización desaparece.
Fuera de Eurípides, los ejemplos no son escasos. La misma Grecia, llevada por la
hibris, caerá en la Guerra del Peloponeso. Más acá, la incapacidad de los alemanes
para reconocer lo elemental en la naturaleza humana, y su titánica capacidad de
destrucción, los llevó a la catástrofe. No menos grave fue la incapacidad de los
venezolanos, hace apenas unos lustros, para reconocer la insurgencia de estas
tendencias destructoras, encarnadas en un líder para el cual la aspiración a inmolarse
comprometió toda la nación.
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on Tuesday, September 15th, 2015 at 6:25 pm and is filed under Artes
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