Don Juan Tenorio-Solucionario

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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Solucionario
“Don Juan Tenorio”
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Parte Primera (pp. 85-190)
Acto primero. Libertinaje y escándalo (pp. 85-120)
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Don Juan, y más tarde, don Luis Mejía, don Gonzalo de Ulloa y
don Diego Tenorio entran en la escena con un antifaz con el
objeto de ocultar su identidad. Adicionalmente, de atender a las
acotaciones del autor y a las palabras de Buttarelli (pp. 86 y
94), se celebra el carnaval, lo que explica la notable presencia
de máscaras y el bullicio de la calle.
Ciutti declara que goza de muchísimos privilegios a costa de don
Juan, pues en su casa nunca falta el dinero, el vino ni las
mujeres (p. 86). Siguiendo este tono declara que su amo es
rico, franco como un estudiante, bravo como un pirata, un
excelente escritor y de manera implícita, un buen hijo. Con
estas cualidades Buttarelli juzga a don Juan como un hombre
extraordinario, pero cuando el auditorio se da cuenta que la
carta que Ciutti decía que era para don Diego Tenorio, en
realidad iba dirigida a doña Inés, esta enumeración de aptitudes
se convierte en una ironía.
Le pide que entregue a doña Brígida –aya de doña Inés—una
carta de amor y que aguarde, pues recibirá una llave y las
instrucciones que deberá seguir don Juan para burlar los muros
del convento en el que se encuentra la novicia.
A don Luis Mejía.
Había apostado con don Luis Mejía para averiguar quién de los
dos podría hacer más daño en el plazo de un año y justamente
se habían citado en la hostelería para contabilizar sus hazañas y
elegir al vencedor (p. 89).
En este momento don Juan se encontraba en la calle
alborotando e intimidando al pueblo (p. 91). La apuesta había
generado un ambiente de expectación, pues la sociedad
sevillana tenía curiosidad de saber cuál de los dos seductores
ganaba en vileza.
Don Gonzalo de Ulloa era el padre de doña Inés, la novicia a la
que don Juan le estaba escribiendo una carta. Aunque don
Diego Tenorio ya había apalabrado el matrimonio de su hijo con
la joven, don Gonzalo se opone completamente tras escuchar
las hazañas de don Juan, ya que dicho enlace constituiría una
deshonra para él. Los alardes de seductor del protagonista y el
irrespeto que demuestra hacia instituciones como la familia y la
Iglesia, son motivos de sobra para descartar sus pretensiones
con doña Inés.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Don Gonzalo es Comendador y la honra es un instrumento clave
para construir su autoridad. Siente que no encaja en absoluto con
el ambiente de la hostelería, pues no le corresponde a su rango
social: «¡Que un hombre como yo tenga/ que esperar aquí, y se
avenga/ con semejante papel!/ En fin, me importa el sosiego/ de
mi casa, y la ventura/ de una hija sencilla y pura,/ y no es para
echarlo a juego» (pp. 95-96).
8.
Porque querían averiguar si la apuesta se había realizado o si se
trataba de una invención del vulgo. Don Ulloa le había pedido a
Buttarelli que le dejase presenciar la entrevista sin ser
reconocido, por lo que el hostelero le ofrece un antifaz y una
silla en la mesa contigua. Su presencia se debe a que quiere
asegurar el futuro de su casa y proteger a su hija de don Juan.
Don Diego se presenta esbozado para indagar si su hijo había
sido capaz de sostener una apuesta tan ruin (p. 97).
9.
Hipérbaton en los dos versos y metonimia en «monstruo de
liviandad» (p. 97). Don Diego asiste asombrado, porque al igual
que el Comendador la hostelería del Laurel no se corresponde
con una estancia de su categoría social; pero lo que más le
pesa, según sus propias palabras, es confirmar los delitos que
había cometido su propio hijo.
10.
Se trataba de la Campaña que había organizado Carlos V en
mayo de 1535 para frenar a Barbarroja, ya que desde hacía un
año el corsario se había apoderado de Túnez y estaba asolando
las costas españolas e italianas. Dicha Campaña contó con el
apoyo del papa, del rey Juan III de Portugal y de la Orden de
San Juan. La acción de Don Juan Tenorio trascurre en la primera
mitad del siglo XVI, aunque más adelante los personajes
ofrecerán más referencias que sitúan la acción entorno a 1545.
11.
Don Juan inicia su periplo en Roma, por ser una ciudad de
costumbres licenciosas, propicia para el juego y la seducción (p.
106), aunque debió marcharse hacia Nápoles porque la justicia
le estaba persiguiendo. Allí desafió a los jugadores y deshonró a
doncellas de diversa condición social tal como anunciaba el
cartel que le dio fama en Italia: «no hay hembra a quien no
suscriba/ y a cualquier empresa abarca/ si en oro o valor
estriba» (p. 107). Sus proezas dejaron un saldo de 32 muertos
y 72 mujeres deshonradas. Por otra parte, don Luis eligió
Flandes, un escenario de constantes guerras, en donde pierde
toda su fortuna y se une a una pandilla de bandoleros. Con ellos
saquea el palacio episcopal de Gante y después los traiciona
para quedarse con todo el botín.
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12.
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15.
16.
Por último se instala en París en donde continúa con sus empresas
delictivas y afirma, al igual que lo había hecho don Juan: «la
razón atropellé/ la virtud escarnecí,/ a la justicia burlé,/ y a las
mujeres vendí» (p. 111). En total mató a 23 personas y conquistó
a 56 mujeres. La sociedad que rodea tanto a don Luis como a don
Juan en Roma, Nápoles, Gante y París contribuye a que estos
personajes desarrollen sus hazañas, pues es tan viciosa como
ellos. Allí se encuentran rodeados de jugadores, asesinos,
ladrones y tramposos de su misma calaña.
Se jactan de burlarse de cualquier forma de autoridad y de no
respetar ninguna institución. Afrentan a seglares y a clérigos; no
hay mujer ni lance que se les resista, tal como afirma don Juan
en su relato: «Yo a las cabañas bajé,/ yo a los palacios subí,/ yo
a los claustros escalé,/ y en todas partes dejé/ memoria amarga
de mí./ No reconocí sagrado,/ ni hubo ocasión ni lugar/ por mi
audacia respetado» (p. 108). Quebrantan la propia definición del
honor, pues todas estas empresas les han proporcionado una
fama que les debería avergonzar, y por el contrario, se sienten
orgullosos de su vileza. Tampoco respetan la Iglesia, ni el
matrimonio y por supuesto, ningún valor cristiano.
En ambos relatos las mujeres aparecen como víctimas
desprevenidas de los devaneos de los seductores. La diferencia
principal entre ambas crónicas es que don Luis aspira a casarse
con Ana de Pantoja. Pese a la crueldad de sus acciones pasadas
y a la bajeza con la que ha tratado a las mujeres, quiere
contraer matrimonio. Don Luis no renuncia del todo a las
instituciones sociales que trasgrede, mientras que don Juan no
tiene estas aspiraciones.
Don Luis indica al protagonista que en su lista de proezas falta
la seducción de una novicia que esté para profesar (p. 113), por
lo que el protagonista se propone, además de raptar a doña
Inés, quitarle la prometida a Mejía.
Se siente avergonzado por las acciones de su hijo y niega su
paternidad: «los hijos como tú/ son hijos de Satanás» (p. 117).
Antes de marcharse de la hostelería le pide a don Ulloa que
anule el enlace que había apalabrado de su hijo con doña Inés y
deja los desatinos de don Juan en manos de la justicia divina.
Cuando don Diego se marcha entregando el destino de su hijo
en las manos de Dios, don Juan afirma «largo plazo me ponéis»
(p. 118), idéntica afirmación que realizaba el don Juan de Tirso
de Molina «Cuan largo me lo fiáis», cada vez que los otros
personajes le recordaban que pagaría sus crímenes a la hora de
la muerte. La cuestión del tiempo es fundamental en ambas
obras.
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El personaje central no adquiere consciencia de sus acciones sino
hasta el final, cuando ya es demasiado tarde para reparar en ello.
Tanto el don Juan de Zorrilla, como el de Tirso aplazan el examen
de sus actos cada vez que comenten un crimen. No hay nada que
pueda impedirles seguir haciendo de las suyas, es la actitud que
les define como burladores.
17.
No dan crédito a este nuevo juego, pero continúan con la
apuesta. Avellaneda va por Mejía y el Capitán Centellas, por don
Juan.
18.
Respuesta libre. Mejía y don Juan se regodean de ser excelentes
seductores y de quebrantar la ley en cualquier ciudad que
visiten. Esta celebración de la libertad sin importar las normas ni
los parámetros sociales está en consonancia con el sujeto
romántico que retrata Zorrilla. Sevilla aparece, además, como
un escenario que patrocina este tipo de conductas. El carnaval y
la expectación del pueblo acompaña las trazas de don Juan y
don Luis como si se tratara de una fiesta colectiva. La apuesta
continúa y nada parece alterar el comportamiento de los
libertinos. Los únicos personajes que se extrañan de esta
conducta son don Diego y don Gonzalo, pero no consiguen
escandalizar ni a la pareja de seductores ni a los comensales de
la hospedería de Buttarelli.
Acto segundo. Destreza (pp. 121-145)
1.
2.
Don Luis exhibe una actitud completamente distinta a la que
demostraba en la hostelería. Si antes se afanaba por igualar a don
Juan en desaires y crímenes, ahora se preocupa por la virtud de
doña Ana de Pantoja y por su propio honor. Si don Juan la rapta
ya no valdrá como esposa y pondrá en peligro su propia vida. Por
ello don Luis adopta una conducta ciertamente contradictoria
teniendo en cuenta su carrera de seductor y el cartel que había
expuesto en París como aval de su bajeza: «no trae más
intereses/ ni se aviene a más empresas,/ que a adorar a las
francesas/ y a reñir con los franceses» (p. 110).
Le pide que le deje entrar en la casa de doña Ana para que ambos
puedan vigilarla desde la entrada de su estancia (p. 127).
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3.
Con este hipérbaton Pascual indica que don Juan es todo fachada,
habla mucho pero a la hora de actuar no dispone de la fuerza
suficiente para vencerle. Los habladores como don Juan
solamente pueden enfrentarse a los débiles como las mujeres y
los ancianos, porque cuando se tienen que reñir con caballero que
sepa manejar una espada «todo su valor es nada» (p. 125).
4. Mejía se toma la apuesta como un juego transitorio pero no es su
forma de vida, mientras que, tal como declara don Juan cuando
deja a su padre y a don Gonzalo, no hay nada ni nadie que pueda
detener su mala conducta. Mejía aspira a casarse y a seguir los
parámetros sociales que rige la sociedad del XVI, mientras que
don Juan los quebranta sin discriminación alguna. El mismo
Pascual señala que aunque don Luis es un «calavera», tiene «el
alma bien entera» (p. 125). A Mejía le preocupa su honra, la
opinión que tienen los demás de él. Si doña Ana es raptada por
don Juan será un cornudo, incluso antes de contraer matrimonio.
Adicionalmente, don Luis declara que ama a doña Ana, mientras
que en este punto de la obra don Juan se demuestra frío y
calculador con los sentimientos.
5. Desconfía mucho más de las mujeres que de don Juan, porque
según él se dejan engañar fácilmente por la palabrería y los
ardides de hombres como Tenorio. Por este motivo insiste mucho
en que Pascual le permita entrar en la casa para velar a doña Ana
e impedir que el protagonista consiga su objetivo.
6. Según don Luis es un «hombre infernal» (p. 129). Admite que
aunque se han comportado «bizarramente» en su descabellada
apuesta (p. 123), Tenorio carece de consciencia, es un «Satanás»
(p. 123).
7. Ciutti le entrega la llave del jardín del convento (p. 131) que
conducirá al seductor a la puerta de doña Inés.
8. En estos ovillejos se citan a las diez para que don Luis pueda
vigilar a doña Ana desde el interior de su habitación (p. 133)
9. Mientras don Luis se disponía a desenvainar su espada para
atacar a don Juan, aparecieron Ciutti y otros criados que
amordazaron y encerraron a don Luis para que el protagonista
pudiera acceder a la estancia de doña Ana sin impedimento
alguno (p. 135).
10. Brígida quiere que doña Inés deje la vida conventual y por ello,
además de aceptar el dinero que le había ofrecido don Juan para
conseguir este objetivo, le había empezado a hablar a la novicia
de los goces del amor, del placer y de la vida mundana.
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11. Según el aya, doña Inés ha vivido como un pájaro enjaulado
durante los diecisiete años que ha permanecido en el convento.
No conoce la belleza, ni el placer ni el amor: «¿qué sabe de los
colores/ de que se puede ufanar?» (p. 138). Esta educación la
hecho una joven solitaria, ingenua, estrecha de miras y con
escasa curiosidad por la vida. En su mundo no hay nada más allá
de lo que ha aprendido en el convento y esto para Brígida es un
desperdicio (p. 139): «tenían su pensamiento/ ceñido a un punto
tan ruin,/ a tan reducido espacio/ y a círculo tan mezquino,/ que
era el claustro su destino/ y el altar era su fin» (p. 139).
12. Disfrazó las intenciones lascivas de don Juan en un amor puro y
desesperado que alimentaba la agonía el protagonista: «por ella
perseguido/ y por ella decidido/ a perder vida y honor» (p. 139).
13. Algunos ejemplos son: «garza enjaulada» (metáfora), «Si no vio
nunca sus plumas/ del sol a los resplandores» (hipérbaton), «diez
y siete primaveras» (sinécdoque) (p. 138) y «dulces palabras»
(metáfora).
14. Se trata de una pasión incontrolable que inunda los corazones de
don Juan y doña Inés. Una imagen del amor muy común en la
poesía romántica, pues se despliega como una fuerza que escapa
de la voluntad de los amantes y los arrastra, casi siempre, a la
tragedia. Con estas imágenes Brígida describe la pasión amorosa
de doña Inés: «sus deseos mal dormidos/ arrastraron en sí pos;/
allá dentro de su pecho/ han inflamado una llama/ de tal fuerza,
que ya os ama/ y no piensa más que en vos» (p. 140).
15. Brígida se sorprende porque parece que don Juan no es
solamente un libertino que actúa por el placer inmediato, sino que
tiene sentimientos por doña Inés. Esta pasión inusitada que siente
el protagonista la justifica por ser «un objeto tan noble/ que hay
que interesarse el doble» (p. 140).
16. Le da una considerable cantidad de dinero que ella acepta
después de renegociar la cifra.
17. Se comportan como alcahuetas. Por dinero venden la virtud de
sus señoras sin pensarlo dos veces, pese a las consecuencias que
puede acarrearles. Son tan inconscientes e infieles como el mismo
don Juan. Le interesa su provecho individual y no velan por el
futuro de doña Ana ni por el de doña Inés.
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18. Es una sociedad hipócrita e individualista que vive del presente. El
dinero, el juego y el placer suplantan la virtud. Importa mucho
más la posición de cada uno que su relación con el prójimo. Don
Ulloa le preocupa su hija pero le inquieta mucho más la mancha
que una deshonra de estas características podría acarrearle como
Comendador de Calatrava. Mejía ama a doña Ana, pero en el
fondo lo que más le preocupa es que su honra se vea herida y por
tanto sus planes futuros, frustrados. Lo mismo sucede con Lucía y
Brígida. Traicionan a sus amas sin reparar en las consecuencias
de sus actos.
Acto tercero. Profanación (pp. 146-163)
1.
2.
3.
La abadesa envidia a doña Inés por su inocencia, mientras que
Brígida compadece a su ama por su extrema ingenuidad. Lo que
para Brígida es una cárcel y un suplicio que somete a doña Inés a
una vida austera sin placer ni dulzuras, para la abadesa es un
paraíso en el que la joven no necesita volar libremente para
encontrar la verdadera felicidad: «Mansa paloma enseñada/ en as
palmas a comer/ del dueño que la ha criado/ en doméstico
vergel,/ no habiendo salido nunca/ de la protectora red,/ no
ansiaréis nunca las alas/ por el espacio tender» (p. 147). Las
imágenes empleadas por Brígida y la abadesa guardan una gran
similitud. Para la abadesa es una «mansa paloma» (p. 147),
mientras que para Brígida es una «garza enjaulada» (p. 138).
Este paralelismo acentúa la divergencia de opiniones respecto a
las ventajas y desventajas de la vida conventual.
Las metáforas empleadas por la abadesa transforman al convento
en un vergel de bondades en el que Dios alimenta a sus criaturas.
Doña Inés es una paloma y un lirio por ser símbolos de su pureza.
Algunas de las metáforas empleadas son: «Mansa paloma
enseñada», «doméstico vergel», «protectora red», «lirio gentil»,
«embalsamadas brisas» (p. 147).
La abadesa describe el paraíso al que podrá acceder doña Inés si
permanece en el convento. El mundo es insignificante en
comparación con las maravillas que le ofrecerá el Edén, aunque
parece que su mundo terrenal es pequeño y limitado, allá le
espera una vida dulce llena de tranquilidad.
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4.
La rigidez y soledad del convento que le habían proporcionado
una «calma venturosa» (p. 149) se le antojaban ahora
insuficientes. Brígida despierta las dudas de doña Inés respecto a
su profesión.
5. Le había traído un libro de devoción privado, seguramente un
libro de horas que era la lectura por excelencia de las mujeres en
el siglo XVI. El librito escondía entre sus páginas una carta de don
Juan.
6. Se trata de una redondilla (abba) con una metonimia: «el campo
de mi mente», y dos hipérbaton en: «siento que cruzan perdidas/
mil sombras desconocidas/ que me inquieran vagamente;/ y ha
tiempo al alma de dan» (p. 152).
7. Don Juan sigue desarrollando la idea que había iniciado Brígida,
sobre las penurias a las que se sometería doña Inés si continuaba
en el convento, y adopta algunas de las imágenes que había
utilizado la abadesa. Don Juan se dirige a doña Inés como:
«hermosísima paloma/ privada de libertad» (p. 154), «garza que
nunca del nido/ tender osastes el vuelo» (p. 155). En la carta le
indica el acuerdo que habían convenido sus padres para que se
casaran y le confiesa que muere de amor por ella. Le pide que si
aborrece esta vida de encierro y privaciones entregue su felicidad
a don Juan. Los recursos que emplea para encender la pasión en
doña Inés es el lenguaje hiperbólico en el que don Juan se retrata
como el salvador de doña Inés, quien la liberará de su prisión y le
ofrecerá una vida de felicidad. También se representa como un
amante fiel e incapaz de controlar sus propios sentimientos.
8. El amor irracional y desbocado del que ya había hablado Brígida
se simboliza con imágenes relacionadas con el fuego. Don Juan
habla de una chispa que se había convertido en hoguera y más
tarde en volcán (p. 154), e Inés declara, aún antes de leer la
carta, que el papel le abrasa (p. 152).
9. Respuesta libre.
10. El amor como producto de un hechizo o de un filtro es un motivo
que se menciona en el Ars Amandi de Ovidio y que se transmitió a
la ficción medieval y renacentista con cierta frecuencia. Ejemplo
de ello es la leyenda celta de Tristán e Isolda que circuló en
diferentes versiones en los siglos XII y XIII y La Celestina de
Fernando de Rojas. Tristán e Isolda se enamoraron perdidamente
porque bebieron un filtro de amor que produjo la pasión
inmediata, y Celestina realizó un hechizo para que Melibea cayera
rendida a los pies de Calisto.
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11. Pese a que don Juan había expuesto sus sentimientos hacia doña
Inés como si estuviera auténticamente enamorado de ella, tan
pronto como la novicia se desmaya prepara su huída sin reparar
en la gravedad de su estado (p. 159). Cuando Brígida observa la
frialdad con la que don Juan rapta a doña Inés confirma que
Tenorio carece de alma: «¡Ay! Este hombre es una fiera;/ nada le
ataja ni altera...» (p. 159). Respuesta libre.
12. El Comendador podría quedar en ridículo ante la sociedad que lo
observa como una autoridad. En el siglo XVI un hombre con la
honra manchada carecía de valor, sin importar su situación
económica o su estatus social; especialmente si pertenecía a la
nobleza como era el caso de don Ulloa. El honor de un individuo
se define en la opinión ajena, en la imagen que proyecta como
padre y marido. Con su hija burlada él mismo se convertiría en el
blanco de las murmuraciones dentro de su círculo social. Esto
explica su turbación cuando descubre que su hija ha sido raptada,
sin reparar en el respeto que debía guardar con la abadesa:
«¡Imbécil!, tras de mi honor/ que es os roban a vos de aquí» (p.
162).
13. Don Gonzalo era Comendador. Cargo creado durante la
Reconquista española para designar a la autoridad de aquellos
territorios que habían sido recuperados, aunque dichas parcelas
pertenecieron al Rey. La figura del Comendador fue muy común
en el teatro del Siglo de Oro, era quien recogía el tributo y hacía
de intermediario entre el pueblo y el Rey. En algunas piezas como
en Fuenteovejuna de Lope de Vega se le caracterizó como un
personaje desalmado y tirano. La Orden de Calatrava a la que
pertenecía el Comendador, había sido instituida en Castilla hacia
el siglo XII para defender la población de la que recibió su
nombre. La Orden tuvo muchísimos recursos políticos, económicos
y militares como reflejan las fortalezas y centros religiosos que
fundaron en Castilla, Aragón y Andalucía. Dicha orden y el cargo
de Comendador influyen en que don Gonzalo se construya como
un personaje autoritario e inflexible, preocupado exclusivamente
por su propio bienestar.
14. Al igual que Mejía, don Ulloa consideraba que don Juan era el
mismo Satanás, tal como le recrimina a la abadesa: «Mientras
que vos/ por ella rogáis a Dios/ viene el diablo y os la quita» (p.
163).
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15. La profanación es el acto de irrespetar lo sagrado. Don Juan
irrumpe en el convento, hecho que de por sí es una profanación. A
don Gonzalo le estaba permitido entrar por su autoridad y por
pertenecer a la misma Orden del convento, pero don Juan carecía
de esta licencia. Adicionalmente, Tenorio dañó aquello que estaba
dispuesto para consagrar a Dios. Al raptar a doña Inés trunca los
planes divinos dispuestos para ella.
Acto cuarto. El Diablo a las puertas del Cielo (pp. 164-190)
1.
2.
3.
4.
Califican su intervención como un «lance extremado» (p. 165),
que arrastra todo lo que se le pone por delante como «un
huracán,/ tan apriesa y produciéndome/ ilusión tan infernal,/ que
perdiera los sentidos» (p. 165). Así mismo, tanto Ciutti como la
aya de doña Inés confirman que don Juan es «un diablo en carne
mortal» (p. 165), que no atiende a ningún parámetro moral y
cuya fortuna va siempre a su favor.
Las acciones de la primera parte se acumulan en cuatro horas, un
lapso de tiempo excesivamente corto en relación con todos los
sucesos que se desarrollan en este punto de la obra. A las ocho se
encuentran don Luis y don Juan en la hostelería, pero poco
después ambos personajes son detenidos por los alguaciles. Tras
su liberación, se encuentran en la calle de doña Ana y don Juan
negocia con Lucía el precio por el que accederá a la estancia de la
prometida de Mejía. Solo una hora después de la cita en la
hostelería de Buttarelli, a las 9 de la noche a la hora de los
difuntos, don Juan arriba a la celda de doña Inés. A la diez, como
habían convenido doña Ana y don Luis, don Juan deshonra a doña
Ana y a las doce doña Inés se despierta en el domicilio de don
Juan, al otro lado del río Guadalquivir, cuando don Juan está
volviendo de Sevilla.
Se la quiere llevar a Italia.
Doña Inés reacciona de manera violenta porque siente que ha
perdido todo su valor. Le reclama a Brígida la entrega de la carta
que había desatado su turbación: «Tú me diste un papel/ de
mano de ese hombre escrito,/ y algún encanto maldito/ me diste
encerrado en él» (pp. 170-171). Según la novicia el papel
contenía un hechizo que manipuló su voluntad.
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6.
7.
8.
Brígida ha sido fundamental para la conquista de don Juan. En sus
entrevistas anteriores en el convento, la aya le fue introduciendo
las dulzuras del amor y los placeres a los que renunciaría si doña
Inés profesaba como monja. Igualmente, aunque la novicia solo le
vio una vez a través de las celosías, el aya consiguió infundirle un
amor profundo, tal como le recrimina la misma doña Inés: «Tú,
Brígida, a todas horas/ me venías de él a hablar,/ haciéndome
recordar/ sus gracias fascinadoras» (p. 171).
Al igual que sucede en el caso del Comendador, el honor
constituye un rasgo definitorio de la mujer en el siglo XVI,
especialmente si ésta pertenece a las capas sociales más altas. Al
principio de la obra Mejía declara que si doña Ana es deshonrada
por don Juan ya no le podría valer como esposa; porque es
justamente en esa virtud en donde se mide el valor de una mujer.
El hombre en este período tiene diferentes recursos para construir
su honra, pero la mujer solamente tiene uno: preservar su
virginidad hasta el matrimonio. Doña Inés, incluso ignorando que
había sido víctima de un rapto, sabe que no debe permanecer en
la casa de don Juan porque este hecho por sí solo podría manchar
su reputación y frustrar su profesión como monja: «Noble soy,
Brígida, y sé/ que la casa de don Juan/ no es buen sitio para mí:
me lo está diciendo aquí/ no sé qué escondido afán» (p. 170).
Le indica que le había enviado un mensaje en el que le aseguraba
a don Ulloa que doña Inés se encontraba bajo su protección en un
paraje tranquilo en el que podría encontrar la paz (p. 173).
De nuevo, utiliza un lenguaje poético con el que consigue
embrujar a doña Inés. En esta ocasión emplea imágenes bucólicas
que idealizan al amor y establecen la atmósfera en la que se
encuentran a orillas del Guadalquivir, en el ámbito idóneo para la
felicidad. La naturaleza que les rodea se orquesta con los amantes
para encender su pasión y frenar la huída de doña Inés. La
anáfora, «¿no es cierto, paloma mía,/ que están respirando
amor?» (p. 173), enmarca los diferentes elementos de la
naturaleza que enumera don Juan, aunque con variaciones en el
sujeto como paloma, gacela, estrella y hermosa. El hipérbaton
tiene una presencia constante como por ejemplo: «más pura la
luna brilla, «las campesinas flores», «de sus copas morador» (p.
173), «líquidas perlas», «radiantes pupilas», «encendido color»
(p. 164).
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13.
Para don Juan el campo es el escenario ideal para el desarrollo de
su amor. Esta afirmación es un tópico bastante asentado en la
lírica del Siglo de Oro y retomado por la poesía Romántica en los
siglos XVIII y XIX en autores como el mismo Zorrilla y Gustavo
Adolfo Bécquer. Algunas de las fuentes de esta concepción del
amor se encuentran en el Cantar de los Cantares de Salomón y
en las conocidas Bucólicas de Virgilio. En el Renacimiento autores
como Garcilaso de la Vega, fray Luis de León, Jorge Montemayor,
entre otros, también cultivaron esta forma de amor en las
Églogas, las Odas y La Diana. La enumeración de todos los
elementos de la naturaleza que hablan de la belleza de Inés y que
les invitan a disfrutar de su amor es un recurso que utiliza don
Juan para que la novicia permanezca a su lado. Si todas sus
acciones pasadas le habían proporcionado rasgos diabólicos y
desalmados, la lírica que emplea en este escena lo convierten en
un poeta bucólico, un individuo sensible que se parece muy poco
al don Juan de las escenas anteriores. Incluso llega a declarar que
no es Satanás quien suscita este amor por doña Inés sino el
mismo Dios que transforma su personalidad perversa: «me siento
a tus pies/ capaz de la virtud» (p. 177).
Doña Inés se deja hipnotizar por las palabras de Tenorio y le
declara su amor, sin atender a las consecuencias que estos
sentimientos podrían suponerle. Pierde la capacidad de controlar
su voluntad con las dulzuras que le enumera don Juan: «tus
palabras me alucinan,/ y tus ojos me fascinan,/ y tu aliento me
envenena» (p. 176).
Don Luis Mejía que acude a vengar la deshonra de su amada,
doña Ana de Pantoja.
Porque la amaba de manera sincera y porque con la mancha de
don Juan «imposible la hais dejado/ para vos y para mi» (p. 181).
Tenorio le recrimina el motivo por el que don Luis había aceptado
la apuesta en la hostelería si tanto le importaba doña Ana. Mejía
responde que jamás hubiera pensado que don Juan sería capaz de
acometer una empresa tan ruin.
Le suplica que apruebe su unión con doña Inés porque la idolatra
y porque considera que Dios la ha puesto en su camino para
enderezar su vida perversa. Tenorio afirma que no es la belleza
de Inés el objeto de su amor, sino su virtud. El amor por la
novicia tiene una capacidad de transformación mucho mayor que
las cárceles y los castigos que le habían impuesto por sus
crímenes: «Su amor me torna en otro hombre,/ regenerando mi
ser,/ y ella puede hacer un ángel/ de quien un demonio fue» (p.
185).
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
14. Doña Inés es quien humaniza a don Juan. Su amor obliga al
protagonista, aunque sea tan solo por unos instantes, a
abandonar su actitud desafiante y someterse a la voluntad de
doña Inés y don Gonzalo. Prueba de ello es que se arrodilla a los
pies del Comendador para conseguir su aprobación; pese a las
reticencias de don Gonzalo. También promete que si le perdona y
acepta su enlace con doña Inés, vivirá como el esclavo de su hija
y don Ulloa será el gobernador de su hacienda: «cuantas pruebes
exigieres/ de mi audacia o altivez,/ del modo que me ordenares/
con sumisión te daré;/ y cuando estime tu juicio/ que la puedo
merecer,/ yo la daré un buen esposo/ y ella me dará el Edén» (p.
186).
15. Porque considera que es una fachada, una trampa más para
conseguir sus propósitos. La actitud de don Juan en escenas
anteriores demuestra que no atiende a ningún código moral y que
es incapaz de someter su voluntad por el amor de una mujer.
Mejía opina que pedir perdón después de haber ejecutado
empresas tan viles no tiene validez: «y quien hiere por detrás/ y
se humilla en la ocasión,/ es tan vil como el ladrón/ que roba y
huye» (p. 187).
16. Lo mata de un pistoletazo y le responsabiliza de perder la
esperanza de su redención: «venza el infierno, pues./ Ulloa, pues
mi alma así/ vuelves a hundir en el vicio,/ cuando Dios me llame a
juicio,/ tú responderás por mí» (p. 188).
17. Don Juan caracterizado a lo largo de este acto como un diablo, se
encuentra a las puertas de su salvación. El Edén que le ofrece el
amor de doña Inés y su misma presencia más cercana a lo
angelical que a los placeres terrenales a los que estaba
acostumbrado en sus andanzas pasadas, se vinculan con el Cielo.
Don Juan estuvo a punto de acceder a este paraíso, pero su vileza
venció y con el asesinato de don Gonzalo y de don Luis sella su
propia muerte: «Llamé al cielo y no me oyó,/ y pues sus puertas
me cierra,/ de mis pasos la tierra/ responda el cielo, y yo no» (p.
189).
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Parte segunda (pp. 191-237)
Acto primero. La sombra de doña Inés (pp. 191-212)
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Se trata del panteón de la familia Tenorio con los sepulcros de las
víctimas del protagonista. Las calles, los interiores de la casa de
don Juan y de la hostelería de Buttarelli se sustituyen por una
escenografía sobria que «nada debe tener de horrible» (p. 192).
Cada sepulcro tiene una estatua. Las de don Gonzalo y Mejía se
encuentran arrodilladas, mientras que la de Inés está de pie. La
estatua de don Diego Tenorio preside el panteón desde el punto
más alto. Los sauces llorones que enmarcan este cuadro y la luz
tenue que proporciona la luna deben producir en el auditorio un
efecto tranquilizador.
El Escultor que había tallado las estatuas del panteón.
Entregó toda la hacienda de su hijo a la elaboración de un
panteón en el que descansarían los restos de todas las víctimas
de don Juan. Respuesta libre.
Al igual que Mejía, Brígida, Ciutti y don Gonzalo, opina que era el
mismo Lucifer «peor mil veces que el fuego,/ un aborto del
infierno./ Un mozo sangriento y cruel» (p. 194). Con las
afirmaciones de don Juan que desacatan los deseos de su padre,
el Escultor juzga al protagonista como un monstruo que carece de
conciencia y de alma (p. 198).
Evitar que tanto don Juan como el vulgo profanen el panteón con
su presencia.
Se sorprende por el increíble parecido de la estatua con doña Inés
y felicita al artista por haberla ejecutado con tanta destreza.
Destaca que la estatua sigue igual de bella que su original y que
daría lo que fuera por verla de nuevo: «¡Quién pudiera, doña
Inés, / volver a darte la vida!» (p. 199). Cambia su actitud
desafiante e irónica por la del sentimental que añoraba los brazos
de doña Inés poco antes de matar al Comendador.
La novicia murió «de sentimiento» en el convento (p. 199), poco
después de que don Juan la abandonara a su suerte.
Respuesta libre.
Cambia su actitud irónica e irreverente a la de un amante que
llora la muerte de doña Inés y lamenta haberla dejado a su
ventura. Confiesa que todo este tiempo pensó en ella y que no
desea otra cosa más que permanecer a su lado después de la
muerte: «y hay un Dios tras esa anchura/ por donde los astros
van,/ dile que mire a don Juan/ llorando en tu sepultura» (p.
203).
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
10. «No os podéis quejar de mí,/ vosotros a quien maté;/ si buena
vida os quité,/ buena sepultura os di» (antítesis); «vendrá hoy a
tu sepultura», «al dar con tu sepultura», «en tu misma sepultura»
y «llorando en tu sepultura» (anáfora) y «desde que se fue de ti;/
y desde que huyó de aquí,/ sólo en volver meditó./ Don Juan sólo
esperó/ de doña Inés su ventura» (polisíndeton).
11. Se levanta un vapor y desaparece la estatua de doña Inés.
12. Doña Inés se encuentra en el purgatorio porque había ofrecido su
alma para salvar a la de don Juan. Este sacrificio obligó a la
novicia a permanecer atada al mundo hasta que don Juan saldara
sus deudas para conseguir el perdón divino.
13. Le pide que se arrepienta de sus acciones para conseguir el
perdón de Dios y la salvación de los dos y que no aplace más el
examen de su conciencia, pues el tiempo apremia. Don Juan tan
sólo dispone de una noche para reparar en sus faltas: «Y medita
con cordura/ que es esta noche, don Juan,/ el espacio que nos
dan/ para buscar la sepultura» (p. 203).
14. Se refiere a la muerte. Don Juan había aplazado indefinidamente
el examen de sus acciones pasadas porque consideraba que la
fortuna siempre le había favorecido y ello le permitía continuar
con el estilo de vida que le caracterizaba. No obstante, cuando la
muerte llegara Dios juzgaría sus acciones y ya no tendría tiempo
suficiente para arrepentirse: «sin poder evadirnos,/ al mal o al
bien de abrirnos/ la losa del monumento» (p. 205).
15. Cree que todo ha sido producto de su imaginación, de un sueño
porque tampoco le conviene examinar su consciencia ni atender a
las peticiones de doña Inés. Esta irresponsabilidad es
característica de su conducta y de su manera de ver a vida. Por
ello califica la aparición de doña Inés de «sobrenatural»,
«ilusión», «delirio», «fiebre», «vértigo infernal», «siniestros
vapores», «torbellino» y «fantasma divino» (pp. 206-207).
16. Consideran que ha perdido la cordura porque don Juan les toma
por una aparición y les llama «vanas sombras» (p. 209). Cuando
Tenorio les reconoce Centellas subraya que don Juan está pálido y
tembloroso, una actitud que ciertamente sorprende tanto a
Avellaneda como al Capitán.
17. Tras haber exhibido su miedo por las sombras del cementerio
ante el Capitán y Avellaneda, don Juan invita al Comendador para
demostrar que no le teme a estos vapores infernales ni a la
muerte. Por ello exclama: «¿Duda en mi valor ponerme,/ cuando
hombre soy para hacerme/ platos de sus calaveras?/ Yo, a nada
tengo pavor» (p. 212). La invitación es una profanación, es una
manera de irrespetar el espacio sagrado que había edificado su
padre.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Acto segundo. La estatua de don Gonzalo (pp. 213-227)
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Le trata como si estuviera vivo, sirve vino en su copa, brinda por
él y le reta a que se presente, sin reparar en las consecuencias de
sus actos; mientras que Centellas y Avellaneda le advierten de la
gravedad de sus acciones y le tienen por loco: «Señor Tenorio/
creo que vuestra cabeza/ va menguando en fortaleza» (p. 215).
Don Juan explica que le compró la casa a un hombre que se había
endeudado por culpa de su mujer. Al verse acosado por sus
acreedores le vendió la casa a don Juan y estafó a los usureros
que se la iban a quedar.
En total se producen siete llamadas que don Juan atribuye a una
invención de Centellas y Avellaneda. Las dos primeras, consisten
en aldabonazos que proceden de la puerta de la calle. La tercera
es de la escalera, la cuarta, de la antesala, la quinta de la puerta
de la salón, la sexta de la puerta del comedor y la última, de la
pared que está al fondo de la estancia en donde se encuentran los
personajes.
Avellaneda y el Capitán pierden el conocimiento y caen
desmayados. Don Juan recibe esta visita con su ironía y humor
habitual, acercando al Comendador la silla que le había reservado
en la mesa: «aunque dudé en un extremo/ de sorpresa, no te
temo,/ aunque el mismo Ulloa seas» (p. 221).
Dios le permitió asistir al Comendador a este «sacrílego convite»
(p. 221) para que hiciera entrar en razón a don Juan y le
enseñara el peligro en el que se encontraba su alma. Don Ulloa
también le revela a Tenorio que morirá el día siguiente y que si
continúa con su modo de vida, sin atender a las advertencias que
le está haciendo, le espera una eternidad de penurias.
Dios, en su infinita misericordia, le concede esta noche a don Juan
para que ordene su consciencia (p. 222).
Le invita al más allá, debido a que al día siguiente don Juan
morirá.
A don Juan se le antoja muy corto el lapso que le había concedido
Dios para examinar su consciencia y opina que esta limitación no
era propia de la obra divina. Si realmente se tratase de un
designio de Dios se le concedería mucho más tiempo. Al igual que
consideraba sueños y quimeras la aparición de doña Inés, don
Juan no tiene ningún respeto por la muerte ni por la intervención
de los elementos sobrenaturales que han aparecido hasta el
momento debido a que es un incrédulo que carece de fe e
irrespeta lo sagrado.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
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Doña Inés reaparece para insistirle a don Juan que observe sus
acciones y se responsabilice del sacrificio que ella había realizado
por él. También le pide que acepte la invitación que le ha hecho el
Comendador: «Un punto se necesita/ para morir con ventura;/
elígele con cordura» (p. 224).
Sigue pensando que se trata de un producto de su imaginación,
aunque en esta ocasión se encuentra más turbado.
Don Juan cree que las recientes apariciones han sido obra de un
artificio de Avellaneda y del Capitán para burlarse de él. Ellos
sorprendidos no comprenden las acusaciones de don Juan, puesto
que se encontraban inconscientes y no podían escuchar ni ver a
doña Inés ni al Comendador. Los comensales atribuyen al vino los
delirios de don Juan. Incluso llegan a afirmar que habían sido
burlados por Tenorio con un narcótico que les dejó dormidos, pero
como don Juan sigue culpándoles de lo ocurrido, ellos deciden
combatirle para castigar su impertinencia.
Lo que más le ofende es que como burlador ha sido burlado: «os
haré ver a los dos/ que no hay quien me burle a mí» (p. 226).
Las apariciones don Juan y doña Inés están rodeadas de
elementos que presentan la intervención de lo sobrenatural. Las
estatuas desaparecen, la sombra de don Ulloa atraviesa la puerta,
los aldabazos interrumpen la tranquilidad de los comensales, los
vapores preceden la entrada de la sombra y, en suma, se
establece una ambientación que contribuye a la expectación de la
audiencia. Todas estas características eran comunes en los
cuentos de terror de la ficción española en el siglo XIX de autores
contemporáneos a Zorrilla como José Espronceda, Gustavo Adolfo
Bécquer, Pedro Antonio de Alarcón, Armando Palacio Valdés, entre
otros. En el caso de las Leyendas de Bécquer existen dos de ellas
que presentan la animación de estatuas, como castigo de un
sacrilegio: El beso y La ajorca de oro.
La superstición es la fe excesiva por un hecho que escapa a la
razón y es, justamente, de lo que carece don Juan. Cada vez que
desaparece una de las sombras el protagonista pide pruebas para
verificar la presencia don Ulloa y su hija. No cree que pueda
existir algo que supere la explicación racional. Avellaneda y
Centellas no adoptan la actitud sacrílega de don Juan ante la
muerte cuando se encuentran en el panteón de los Tenorio pero
no dan crédito a las apariciones que menciona don Juan y a que
su desmayo no fue producto de la invención del burlador. Este
límite entre la superstición y la razón es lo que contribuye a que
don Juan niegue constantemente las apariciones que le acechan y
a que tampoco respete los plazos que le concede Dios para
conseguir su salvación.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Acto tercero. Misericordia y apoteosis del Amor (pp. 228-237)
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Respuesta libre.
Se encuentra abatido. No sabe qué sucede ni por qué motivo se
encuentra en el panteón de su familia. Declara que él no es el
responsable de la muerte de sus víctimas, sino que ha sido el
destino el que les ha matado. A medida que va avanzando el
monólogo don Juan siente que su alma está perdida y se
despiertan todos los temores de los que había huido hasta ese
momento: «Dudo... temo... vacilo... en mi cabeza/ siento arder
un volcán... muevo la planta/ sin voluntad, y humilla mi
grandeza/ un no sé qué de grande me espanta» (p. 229).
La mesa galardonada con flores que enmarcaba el festín de la
casa de don Juan se transforma en una mesa sombría en la que
ya no cuelgan guirnaldas sino calaveras y en vez de manjares, un
plato de ceniza, una copa de fuego y un reloj de arena. Todos
estos elementos simbolizan la perdición de don Juan y el término
del plazo que le había concedido Dios para que se arrepintiera de
sus actos.
Se altera, el cabello se le eriza y ya no demuestra la actitud
desafiante ni sacrílega de la que antes se jactaba: «Pavor jamás
conocido/ el alma fiera me asalta,/ y aunque el valor no me falta,/
me va faltando el sentido» (p. 231).
Que el plazo ha vencido y que debe entregar su alma.
Le ofrece un plato de cenizas y una copa de fuego como
anticipación de lo que está a punto de convertirse. La ceniza
simboliza la desintegración de su cuerpo y el fuego simboliza la
eternidad que le espera en el infierno.
Ahora se arrepiente pero cree que es imposible borrar treinta
años de crímenes: «Tarde la luz de la fe/ penetra en mi corazón/
pues crímenes mi razón/ a su luz tan sólo ve» (p. 233).
La contrición es el arrepentimiento auténtico del creyente por sus
pecados. En este examen el individuo realiza una penitencia para
suplicar por el perdón divino; es un acto doloroso en el que el
creyente se compromete a no volver a pecar. En el siglo XVI la
contrición adquirió muchísima importancia, especialmente desde
el Concilio de Trento. El cristiano debía realizar un acto voluntario
de arrepentimiento en el que examinara su alma y aborreciera los
defectos que le alejaban de Dios.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Zorrilla recupera el sacramento de la penitencia para ofrecer la
posible salvación del alma de don Juan. Un simple acto de
contrición es suficiente para que Dios otorgue la salvación, pero
don Juan desperdicia esta oportunidad porque no comprende
cómo un acto de estas características puede borrar una carrera de
crímenes como la suya.
9. Porque es el entierro de don Juan.
10. Se arrepiente aún más y recuerda todo el daño que hizo: «Por
doquiera que fui/ la razón atropellé/ la virtud escarnecí/ y a la
justicia burle, /y emponzoñé cuanto vi» (p. 234).
11. El Comendador lleva de la mano a don Juan hacia el infierno y
don Juan se arrodilla pidiendo la misericordia divina. En ese
momento, cuando los esqueletos se abalanzaban sobre él, doña
Inés irrumpe en la escena y le ofrece su mano para salvarle del
fuego infernal. Dios le perdona y permite que la novicia purifique
el alma viciada de Tenorio.
12. La ha conseguido por su amor sincero hacia don Juan «Misterio es
que en comprensión/ no cabe de criatura:/ y sólo en vida más
pura/ los justos comprenderán/ que el amor salvó a don Juan/ al
pie de la sepultura» (p. 236).
CUESTIONES GENERALES:
1.
Primera parte: A las ocho de la noche don Juan y don Luis se dan
cita en la hostelería de Buttarelli en Sevilla para averiguar cuál
de los dos ha cometido más crímenes en un año. Los alguaciles
les arrestan y poco después se encuentran en la calle de la casa
de doña Ana de Pantoja. A las nueve don Juan rapta a doña Inés
en el convento y se la lleva a su domicilio en el Guadalquivir. A
las diez deshonra a doña Ana de Pantoja y a las doce de la noche
regresa de Sevilla para reunirse con doña Inés. Don Luis
interrumpe el coloquio amoroso para vengar la deshonra de su
prometida. A continuación arriba el Comendador para castigar el
agravio de don Juan. El protagonista le suplica que apruebe su
unión con doña Inés, pero ante la negativa de don Ulloa, don
Juan le asesina y huye por el balcón de su casa.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Segunda parte: Tres años después el protagonista regresa a
Sevilla. Se encuentra paseando en el panteón que edificó su
padre en donde descansan los restos de todas las víctimas de
don Juan. Un escultor le indica al protagonista el origen de este
cementerio y la identidad de los principales sepulcros. Don Juan
repara en la estatua de doña Inés y llora su muerte. A
continuación aparece la sombra de doña Inés que le suplica que
repare en sus crímenes y se arrepienta para conseguir la
salvación de los dos. Don Juan desatiende estas peticiones e
invita a cenar a la estatua del Comendador. Esa noche, en
compañía de Avellaneda y Centellas don Juan recibe la visita del
Comendador que le hace la misma advertencia que doña Inés y
le indica que tan sólo dispone de una noche para arrepentirse de
sus pecados. Don Juan cree que ha sido víctima de una burla de
Avellaneda y Centellas. En el último acto aparece don Juan en el
panteón de la familia Tenorio y presencia su propio entierro.
Había sido asesinado por el Capitán y por Avellaneda. La sombra
de don Gonzalo le vuelve a recordar que el plazo que está a
punto de acabar y justo cuando se lo está llevando al infierno,
doña Inés aparece para rescatarlo de las llamas y llevarlo al
purgatorio en donde expiará sus pecados.
La acción en ambas partes, especialmente en la primera, ocurre
de una manera trepidante. Zorrilla aglutina la acción en el lapso
de una noche, exactamente en cuatro horas, si contamos desde
la cita en la hostelería hasta su huída a orillas del Guadalquivir.
En la segunda parte la acción trascurre entre el panteón y el
interior del nuevo domicilio de don Juan, los sucesos se
encuentran más dilatados con una mayor presencia del
monólogo y una reducción de los personajes. La introducción de
la obra abarcaría la escena en la hostelería, el nudo desde el
rapto de doña Inés hasta la aparición de la sombra de doña Inés,
y el desenlace la cena con el Comendador y la salvación de don
Juan.
2.
El don Juan de Zorrilla se muestra auténticamente arrepentido y
la intervención de doña Inés que lo salva por amor ofrece un don
Juan más humano y también más cristiano. El don Juan de Tirso
de Molina jamás se arrepiente y carece de un intermediario que,
como doña Inés, le rescatase del fuego infernal. El burlador de
Sevilla adquiere su identidad porque burla a todas las mujeres y
carece de sentimientos. Incluso a Tisbea que le había endulzado
los oídos con sus devaneos de seductor, una vez consigue lo que
quería le abandona.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
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4.
5.
Cuando don Gonzalo le toma de la mano para llevarle al infierno,
el don Juan de Tirso de Molina suplica al Comendador que le
traiga un confesor, pero con Ulloa le advierte que es demasiado
tarde para reparar en todo el daño que ha hecho.
El amor es un rasgo característico del don Juan de Zorrilla. En el
de Tirso don Juan nunca se enamora de ninguna de sus
conquistas ni tampoco llega a afirmar que este amor tiene la
capacidad de enderezar su vida viciosa, tal como declara el
protagonista al Comendador. La pureza de doña Inés neutraliza
la vileza de don Juan y ofrece un Tenorio más humano, menos
calculador y más sentimental, quizá más acorde con los
dictámenes del Romanticismo. Un personaje que evoluciona a lo
largo de la obra debido a sus sentimientos hacia doña Inés.
El purgatorio es un espacio intermedio entre el cielo y el infierno
en el que se encuentran las almas que no han cometido pecados
mortales, pero que aún deben expiar sus pecados veniales para
acceder al paraíso. Las indulgencias que fueron tan criticadas por
las corrientes heterodoxas del siglo XVI intentaban solventar con
dinero el difícil tránsito de las almas del purgatorio hacia el
paraíso. Don Juan no puede entrar al paraíso, aún debe limpiar
sus pecados en el purgatorio antes de reunirse con doña Inés en
el paraíso.
Don Luis es una versión más comedida de don Juan y quien
realmente establece la diferencia entre ser un truhán como don
Juan y tener sentimientos como don Luis. Éste último no
renuncia del todo a los códigos morales que gobiernan la
sociedad del siglo XVI, pues aún aspira al matrimonio y le
afrenta la deshonra que hace don Juan. El protagonista carece
de limitaciones para desarrollar empresas inicuas. Prueba de ello
es que después de declararle su amor a doña Inés, le abandona
sin más; no siente remordimientos por sus acciones ni
responsabilidad por el estado en el que había dejado a su
amada. El diálogo de Brígida y el de la abadesa respecto a la
vida conventual, tienen un claro paralelo que contrapone las
ventajas y desventajas de esta vida y los motivos por los que
doña Inés debería renunciar o abrazar este estado. Tal como
indica el autor en la acotación, el banquete infernal que preside
el Comendador al final de la obra tiene su correspondencia con la
cena que había ofrecido don Juan pocas escenas antes.
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Solucionario: “Don Juan Tenorio”
Las flores y los platos se sustituyen por esqueletos, una copa de
fuego, un reloj y un plato con ceniza que simbolizan el término
del plazo que le había concedido Dios a don Juan. Doña Inés y el
protagonista sintetizan dos entidades opuestas: el cielo y el
infierno. Ella es para él el Edén, el camino hacia la virtud, y él
representa para todos los personajes la bajeza, la maldad
característica de Lucifer.
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