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40 LA VANGUARDIA
CULTURA
MIÉRCOLES, 5 DICIEMBRE 2007
Xavier Antich
Por seguir con
Frankfurt
D
‘Contrappostos’ memorables. La pintura de Klimt, la Venus de Milo, Marilyn y la virgen de
Andrew Wyeth comparten una misma pose a la hora de representar el cuerpo desnudo
Oscar Tusquets viaja por la historia del desnudo en su última obra
El desnudo imita al arte
TERESA SESÉ
Barcelona
A
rquitecto, pintor, escritor, diseñador y “voyeur
con esporádicos instantes de creatividad”, Oscar Tusquets publica
Contra la desnudez (Anagrama), un libro que arranca con un panfleto en
toda regla contra el nudismo –y contra los nudistas, peor cuanto más entrados en años y en kilos–, para, desde ahí, emprender un viaje por la historia del desnudo, a cuyo término
aparece diáfana, y provocadora, la tesis de autor: el erotismo es un invento cultural, esto es, “apreciamos la belleza humana sólo a través de lo que
el arte nos ha enseñado a ver”.
ALEGATO CONTRA EL NUDISMO. “Un
cuerpo desnudado es raramente bello, pero se transforma en grotesco
cuando realiza actividades cotidianas en un contexto civilizado. Quiero
decir que, en alguna ocasión, quizás
puede salvarse tirándose de cabeza al
mar –como en la inolvidable pintura
griega de Paestum–, pero nunca con
el plato en la mano haciendo cola ante el bufet de la colonia nudista”.
MODA, SECRETARIAS Y CONDESAS.
“Muy probablemente lo pasado de
moda es el colmo del mal gusto, se ha
afirmado que el mal gusto es el gusto
de la generación anterior”, señala
Tusquets, quien añade: “El mundo
de la moda ha dejado de tener la capacidad de imponer nada. La secretaria
ansiaba vestir como la condesa. Eso
se ha acabado: hoy la condesa entrada en años ansía vestir como la secre
de 17, y los pobres modistos van literalmente de culo por adivinar lo que
la secre querrá ponerse cuando llegue la próxima temporada”.
IDEAL DE BELLEZA. Para el autor, por
encima de modas existe un ideal de
belleza que se puede seguir, con pequeñas modificaciones, a lo largo de
siglos y culturas. “Amamos el rostro
del Heracles de Aberdeen de Praxíteles tanto como los griegos de hace
veinticinco siglos amarían el de un joven Marlon Brando, de la misma forma que el rostro de Amber Valletta le
hubiera parecido tan bello a un egipcio de hace tres milenios como el de
Nefertiti nos parece a nosotros”.
LAS REVELACIONES DEL ARTE. Convencido de que sólo aquellas poses y
partes del cuerpo que el arte ha ido
inventando o resolviendo “nos parecen naturalmente llenas de gracia”,
Tusquets hace un apasionante y erudito repaso por las diferentes posturas en las que se ha representado el
Oscar
Tusquets
LLIBERT TEIXIDÓ
desnudo (en pie, recostado, sentado,
de rodillas, contrappostos...), haciendo una llamada a la prudencia para
que no nos pongamos demasiado
creativos a la hora de exhibirnos.
DEL PORNO A VELÁZQUEZ. El autor
hace un alto en las posturas abiertamente pornográficas de los dibujos
de Klimt –quien, recuerda, para inspirarse tenía el estudio lleno de modelos que se paseaban en cueros–, continúa con Rodin y Schiele, y al fin se
refiere a la Secession de Viena como
“uno de los movimientos artísticos
de los más deslumbrantes y completos de la historia del arte. Consiguió
la excelencia en arquitectura, pintura, el diseño de muebles, las lámparas.... No como en la corte española
de los Austria que retrata Velázquez,
en la que, por detrás de una pintura
excelente, “asoman asientos fraileros” “de parador de Fraga Iribarne...”
EN PELOTAS EN PARÍS. Pese a declararse detractor del nudismo, Tusquets confiesa un pecado de juventud: acompañado de su entonces pareja, Beatriz de Moura, acudió al
Crazy Horse de París a ver el espectáculo de striptease de Rita Renoir.
En un momento, esta desafía al público a subir al escenario e imitarla, y
ahí que van los dos, cuando “ante
el desconcierto del público y
de la actriz nos dimos
cuenta de que debíamos
ser los primeros” en
aceptarlo. Con “las ropas apiladas en el suelo,
al lado de aquella diosa
–escribe– nos vestimos
avergonzados y volvimos a nuestras localidades discretamente”.c
ebimos quedar tan saturados de la Feria del Libro de Frankfurt que no nos
ha quedado aliento para nada más que
tuviera que ver con el evento más esperado, comentado y psicoanalizado de la cultura catalana en las últimas décadas. Y, sin embargo, en
algún momento, no sería imprudente pedir a los
responsables de la cosa un cierto balance. Pero en
serio: cómo se ha recibido lo que ya se ha ido traduciendo por ahí, qué se ha comprometido de nuevo,
qué textos se habrán beneficiado de esa plataforma
única. Y más: dónde han quedado algunos de nuestros grandes autores que, por no estar en la foto y
en los canapés, parece que no gozaron de los beneficios de la operación. Pienso, por ejemplo, en nombres tan relevantes como Jesús Moncada o el padre Miquel Batllori.
Mientras llega este balance, quizás sea de justicia recordar una publicación, de una ambición insólita, que corre el peligro de quedar silenciada por
los efectos de una afonía que tiene más de resaca
que de excesos de locuacidad. Me refiero a Carrers
de frontera, un libro colectivo de casi quinientas
páginas, que se anuncia como el primero de dos volúmenes que pretende explorar los “pasajes de la
cultura alemana a la cultura catalana”. Publicado
por el Institut Ramon Llull, la edición ha ido a cargo de Arnau Pons y Simona Skrabec, dos personas
rigurosas y exigentes, magníficas conocedoras de
ese rumor de fondo que ha sido la relación y la influencia de la
cultura alemaen la cultuNo sería imprudente na
ra catalana.
pedir a los
Frente
a
una forma enresponsables de la
simismada de
cosa un cierto balance entender la
cultura que
pretende explicar las cosas sin moverse de sitio, la experiencia histórica muestra que algunos de los más grandes momentos de una cultura tienen siempre que ver con
el diálogo y la proyección fuera de los límites fronterizos. Así pasó con la fascinación por Italia que recorrió como un estremecimiento, a finales del siglo
XVIII, la Francia revolucionaria, y así le sucedió al
romanticismo alemán con esa nostalgia de Grecia
sin la cual no hubiera llegado a ser lo que fue.
En el caso de la cultura catalana, la generación
de los modernistas miró, por primera vez, para
buscar impulso y complicidades, hacia el norte de
Europa: “C'est du Nord que nous vient la lumière”,
se dijo entonces como bandera, y en francés. Pero
es la conexión catalana con Alemania la que recorre con una enigmática intensidad los dos últimos
siglos. Esta red de complicidades, que van de Maragall a Nietzsche o de Brossa a Wagner, ha sido el
objetivo de este proyecto editorial insólito por su
ambición: cartografiar, en las líneas maestras y los
casos emblemáticos, esta historia cruzada. Y así,
desbrozando los caminos que llevan a Brecht o a
Celan, a Goethe o a Schönberg, a Rilke o a Beuys,
aparece, poco a poco, el relato alemán de una ambición europea que tal vez singulariza, en su tono y
su fondo, el rostro menos conocido de la cultura
catalana contemporánea. Una aportación de primer orden.
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