Basta de sacarle el traste a la jeringa

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TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 4 de abril de 2015
Basta de
sacarle el traste
a la jeringa
Por Rodrigo
Guendelman
I
MPOSIBLE olvidar esa clase de
Geografía con el gran profesor Patricio Larraín. Debe haber sido
1989 o 1990, pero lo recuerdo
como si fuera ayer. Larraín, geógrafo de la PUC y ex asesor del
Minvu, nos dijo que le resultaba imposible entender cómo algunas de las personas más pudientes de Chile estaban
construyendo sus casas en Santa María
de Manquehue, cuando se trataba de
una zona de riesgo de derrumbe. La frase se quedó en mi cabeza porque simbolizaba perfectamente la negligente relación que tenemos con nuestro entorno
natural.
“El lugar presenta una pendiente extremadamente vertical, rocas en mal estado
y un alto riesgo de inundación por encontrarse bajo la cota del Canal Metropolitano. Además, en la zona (hay) sectores
con una ladera de débil resistencia ante
eventos sísmicos”. Esas palabras provienen de la investigación de otro geógrafo,
Reinaldo Börgel, quien se refería a un
proyecto inmobiliario en esa misma zona
del sector oriente. Y aunque se trataba de
un grupo de edificios específicos, los demandantes, que buscaban parar la iniciativa para defender el cerro Manquehue y
conservarlo como otro gran parque para
Santiago, comentaban que varias de las
observaciones del profesional eran aplicables a toda la ladera del cerro.
Si la gente con mayor acceso a la información no está al tanto de los riesgos
geográficos del lugar donde deciden
construir sus casa, y si el Estado no tiene
el coraje para fiscalizar los desarrollos inmobiliarios, ¿cómo nos va a extrañar, entonces, que las víctimas del tsunami de
2010, las del incendio de Valparaíso en
2014 y, posiblemente, las del drama que
se vive hoy en el norte, vuelvan a levantar
sus casas en el mismo lugar donde fueron
aplastadas por la naturaleza? No queremos abrir los ojos. Le sacamos el traste a
la jeringa. Somos ciegos ante nuestra
geografía. Y, cuando no somos conscientemente irresponsables, es el trauma inconsciente el que nos muerde la psiquis.
“Le dice la madre al niño que no grite,
que hable bajo. Así aprendimos a hablar
en murmullos, no vaya a ser cosa que se
mueva la tierra, despierten los volcanes
y el río de fuego devore al río de agua, lo
haga vapor y se lo devuelva al cielo”. Así
comienza Miguel Laborde, uno de los
cronistas que mejor entienden la idiosincrasia chilena, una de sus columnas.
Ésta se titula “Sh, no hagan ruido, estamos en Shile”, donde también aventura
una notable tesis respecto de la manera
en que decimos el nombre de nuestro
país. “El padre le enseña (al hijo) que es
shileno, que vive en Shile, país de mucha costa. No Chile, jamás va a pronunciar la violenta “ch”... puede que la
maestra en la escuela le diga que el defecto se puede corregir fácilmente al enseñarle a jugar imitando el sonido de
una locomotora: ch ch ch… El padre calla, resignado; sabe por conocimiento
ancestral que si hay algo capaz de despertar a un volcán es exactamente una
locomotora”. Y agrega. “La otra forma
para no provocar maremotos, tsunamis
y erupciones volcánicas, además de hablar en voz baja, es hablar poco. Mientras más corto, mejor”.
Entre la negligencia y la fobia. Así vivimos. Haga un ejercicio. Si es santiaguino, mire hacia la cordillera y nombre al
menos tres cumbres. Le apuesto a que
no es capaz. Con suerte reconocemos El
Plomo. “Por el encierro, la vida puertas
“Entre la negligencia y la fobia.
Así vivimos. Haga un ejercicio.
Si es santiaguino, mire hacia la
cordillera y nombre al menos
tres cumbres. Le apuesto a que
no es capaz. Con suerte
reconocemos El Plomo”.
adentro, desconocemos el nombre de los
árboles, el vuelo de las aves, el perfil de
los cerros”. El santiaguino no se encuentra con la naturaleza, todavía. Desconocemos el medioambiente. Es la ciudad como útero… el lugar cálido y seguro, protegido, frente a lo incontrolable
de la naturaleza”, escribe Laborde en
uno de sus tantos libros.
Cómo será nuestra miopía que según
un trabajo sobre la presencia del geógrafo profesional chileno en el campo laboral, en 1980 existían 48 geógrafos trabajando en el país. Es cierto que hoy hay
bastantes más, pero si consideramos que
el conocimiento es acumulativo y que
hace 35 años apenas teníamos un puñado de especialistas en uno de nuestros
temas más sensibles, ¿a quién puede
sorprenderle la precariedad de la Onemi
o la falta de previsión ante los desastres
naturales? No hemos querido ni hemos
sabido mirar nuestra realidad. Actuamos
desde el miedo y la negación. Chile necesita terapia. Urgente.
Periodista.
COLUMNA | 15
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