julián de ajuriaguerra. in memoriam: el hombre y la obra

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ORIGINALES
Rev. Logop., Fon., Audiol., vol. XIV, n.º 2 (73-84), 1994
JULIÁN DE AJURIAGUERRA. IN MEMORIAM:
EL HOMBRE Y LA OBRA. 1911-1993
Por Miquel Siguán
Catedrático de la Universidad de Barcelona
AÑOS DE FORMACIÓN
J
ulián de Ajuriaguerra, Ajuria para sus amigos españoles y Aju para los franceses, nació en Bilbao en
1911 en el seno de una familia oriunda de Ochandiano y vasca por los cuatro costados. Su padre había
aprendido el oficio de cantero y construía casas en su
villa natal hasta que se trasladó a Bilbao donde se labró
una buena situación como constructor. Pero toda su
vida siguió fiel a los ideales carlistas de su juventud y a
una mentalidad rigurosamente tradicional. Recuerdo
que la primera vez que hablé con Ajuriaguerra le pregunté, entre otras muchas cosas, si el vasco había sido
su lengua materna. Digamos más bien paterna, fue su
respuesta. En casa se hablaba a menudo en castellano
pero cuando mi padre bendecía la mesa, o reñía a alguien u ordenaba algo, cuando actuaba como pater familia, y lo hacía a menudo, usaba invariablemente el
vasco. Julián era el tercero de cinco hermanos pero su
madre había estado casada en primeras nupcias y tenía
del primer matrimonio un hijo, Jesús Arrese, al que
Ajuria llamó siempre «onuba», tío, quien insiste en que
los jóvenes deben salir del cascarón y buscar su camino
por el ancho mundo. Siguiendo sus consejos Juan, el
hermano mayor, va a Alemania a estudiar ingeniería
aunque pronto se aficiona a la política y con el tiempo
llegará a presidir el Partido Nacionalista Vasco. Y también los sigue Julián, quien a los 16 años, recién terminado el Bachillerato con los Maristas se traslada a París
para estudiar medicina.
En París reside en un «Foyer» de estudiantes católicos,
en la rue Madame cerca del jardín de Luxemburgo y se
relaciona con otros jóvenes españoles, la mayoría vascos
y la mayoría músicos: Rodrigo, Zabaleta, Jordá, el padre
Donostia… y trabaja duramente para sacar adelante sus
estudios, lo que no es nada fácil pues debe empezar por
dominar el francés y por adaptarse a una sociedad bien
distinta de la que ha conocido en su infancia. Pero el París de finales de los años veinte es un hervidero intelectual y pronto descubre otros horizontes y empieza a frecuentar otros artistas en ciernes y alevines de escritores y
es posible que sea la confluencia de estas influencias, la
dedicación a la medicina y la afición por las artes, lo que
le lleva a inclinarse por la psiquiatría a la hora de elegir
una especialización.
En la Facultad tiene como profesores a figuras distinguidas de la psiquiatría: Henry Claude y sobre todo de la
Neurología, disciplina científica a la que inmediatamente
se aficiona: Andre-Thomas, discípulo de Dejerine y Jean
L’Hermitte, discípulo de Pierre Marie. Con Thomas se familiariza con la psicomotricidad y se hace experto en la
exploración neurológica. Con L’Hermitte estudia el funcionamiento del sistema nervioso y su protección en la
neuropsicología. Siendo todavía estudiante gana una plaza como residente en el viejo Hospital Mental de Santa
Ana, rebautizado Hospital H. Rousselle, lo que no es sino
una forma de resolver su subsistencia pues allí dispone de
habitación y comida gratuita y de algunos pequeños ingresos acumulando guardias nocturnas. Y pronto los internos del Hospital constituyen un pequeño grupo con
vida propia que atrae a personajes curiosos, y entre ellos
a los primeros surrealistas. Si Julián de Ajuriaguerra había empezado con preocupaciones de proselitismo religioso ahora se abre a ideas avanzadas y radicales aunque
guarda de su primera formación una sensibilidad ética
muy acusada.
Terminados los estudios en la Facultad prepara con
L’Hermitte su tesis de licenciatura sobre «El dolor en las
afecciones del sistema nervioso» y la presenta y publica
en 1936.
Correspondencia: M. Siguán. Facultad de Psicología. Universidad de Barcelona. C/ Adolf Florensa, s/n; 08028 Barcelona.
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ORIGINALES
El estallido de la sublevación militar en España le sorprende lejos de París participando en un Congreso en
Hungría e inmediatamente decide ponerse al servicio de
la República. Pero no se dirige a Euskadi, donde su hermano desempeña un cargo importante, sino a Barcelona
donde la revolución en marcha parece responder mejor a
sus simpatías ideológicas. Al llegar a Barcelona su amiga
Marie France se le ha adelantado y se la encuentra en plena Rambla. Marie France es una joven corsa de una gran
belleza, fuerte personalidad, e ideas radicales que simpatiza con los trosquistas, lo que le ha llevado a alistarse
como ayudante sanitaria en el cuartel que el POUM ha establecido en el hoy desaparecido Hotel Falcon, en plena
Rambla, frente al Teatro Principal. Los dos se incorporan
a la expedición que mandada por el comandante Bayo y
compuesta por anarquistas, poumistas y miembros de Estat Català, pretende conquistar Mallorca. La expedición
termina desgraciadamente y Marie France, enfadada con
la improvisación y la desorganización que ha conocido a
su alrededor, regresa a Francia. Él sigue una temporada al
servicio de las fuerzas republicanas aunque dudo que llegase a incorporarse al frente de Aragón, como se ha dicho. Y a finales del 36 regresa también a Francia.
A su regreso es nombrado médico en el Hospital Rouselle a título de extranjero y poco después L’Hermitte le
nombra ayudante en su laboratorio de Anatomía del sistema nervioso, hermosos títulos pero prácticamente sin
emolumentos. Sus únicos ingresos siguen siendo las guardias y el poner inyecciones a sus amigos, pues como extranjero no puede ejercer la medicina en Francia. Pero trabaja incansablemente y empieza a publicar sus primeros
artículos científicos.
Y al mismo tiempo sus relaciones artísticas se amplían
y se consolidan, conoce a Eluard, a Breton, a Buñuel…
Entre surrealistas y psiquiatras no faltan las conexiones.
Los surrealistas exploran todos los rincones de la mente,
el hipnotismo, las drogas, el espiritismo… y como Artaud, consideran la esquizofrenia como un modelo de
creatividad. Y al mismo tiempo se rebelan contra las instituciones y contra cualquier forma de autoridad. Entre los
textos clásicos del surrealismo figura por derecho propio
el manifiesto de Eluard: «Carta a los médicos-jefes de los
asilos de locos» verdadero manifiesto antipsiquiátrico
«avant la lettre».
La ocupación alemana no cambia mucho a esta situación. Por supuesto él se considera enemigo de los ocupantes y en un primer momento creyendo su vida en peligro huye de París pero regresa al cabo de un tiempo y
reemprende su vida en Santa Anna. Y vale la pena hacer
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constar que mientras en Francia ha sido un lugar común
entre los intelectuales magnificar su resistencia y presumir de supuestos compromisos heroicos, Ajuria hacía
exactamente lo contrario, contaba con buen humor e ironía como las aventuras clandestinas del grupo de Santa
Ana se habían limitado a explorar unos pasadizos secretos que partían de los subterráneos del Hospital sin que
nadie llegase a aclarar dónde llevaban. Lo que su modestia le impedía añadir en que en Santa Ana se ocultaron camuflados como enfermos varios médicos judíos que así
salvaron la vida. Y también algunos poetas surrealistas.
Pero en conjunto los años de la ocupación no representan
ningún cambio importante en su vida. Sigue trabando intensamente en el Laboratorio de neurología y es durante
este tiempo que escribe su primer libro, «Psycopatologie
de la vision». Y sigue siendo el alma del inquieto y alegre grupo de Santa Anna, de hecho es durante estos años
que la «sala de guardia» de Santa Ana se convierte en un
centro de reunión y de creatividad intelectual.
JUVENIL MADUREZ
En 1945, recién terminada la guerra y con claro disgusto de sus padres que le ven alejarse de la tradición familiar, Ajuriaguerra se casa con Marie France. Tiene 34
años y ha abandonado definitivamente la intención, mantenida todo a lo largo de sus estudios, de establecerse en
España, de hecho mientras estudiaba en la Facultad cada
año se trasladaba primero a Valladolid y luego a Salamanca para revalidar los cursos que había seguido en París. Tres años después de su casamiento empieza su psicoanálisis con Nash, un médico rumano que había sido
uno de los introductores del psicoanálisis en París, gran
amigo de Breton y de otros surrealistas. Poco después, en
1948, se nacionaliza francés. Y a continuación pasa el
examen del Bachillerato francés y convalida los estudios
de medicina que ha hecho a título de extranjero.
El trabajo acumulado empieza a rendir fruto y Ajuria
comienza a escribir libros importantes. En 1948 publica
con uno de sus maestros L. Marchan: «Epilepsies: Formes cliniques, leur traitements» un volumen de 720 páginas que Barraquer califica de monumental y que constituye una completa revisión y puesta al día del tema. En el
mismo año publica también, en colaboración con otro de
sus maestros, A. Thomas, un libro profundamente original
sobre la estática del cuerpo humano y su desarrollo en el
niño: L’axe corporal. Musculature et inervation. El año
siguiente, 1949, también con A. Thomas, otro libro sobre
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un tema relacionado: la semiología del tono muscular en
sus distintas dimensiones: consistencia, extensionalidad y
pasividad, un libro que aún hoy mantiene todo su valor
como guía para el diagnóstico: Etude semiologique du tonus musculaire.
En el mismo año 1949 publica otra obra importante,
esta vez escrita en colaboración con Hecaen, discípulo
como él de L’Hermitte hasta el punto de que se llama a
los dos los hijos siameses de L’Hermitte. Le córtex cerebral es una descripción de las funciones del córtex
pero es también una toma de posición clara en contra de
las posturas localistas y en favor de perspectivas más
globales en la consideración de estas funciones. Más todavía, es un esfuerzo por incluir en estas funciones a
sus manifestacions psicológicas o vivenciales. O sea un
intento de fundamentar una neuropsicología. En esta
misma dirección los dos amigos publican años después,
en 1952, Meconnaissences et hallutination corporelles,
un estudio riguroso elaborado a partir de un conocimiento directo de toda la bibliografía sobre el tema y de
un material clínico muy abundante conseguido en el
servicio de L’Hermitte en el Hospital Rousselle y con la
pretensión de llegar a entender la imagen espacial del
propio cuerpo a la vez desde los datos neurológicos y
desde la experiencia vivida. Un tema en el que Ajuria
insistirá repetidas veces a lo largo de toda su producción posterior.
Unos años antes, en 1946, Ajuria ha iniciado en el mismo Hospital un «Grupo de estudios sobre psicomotricidad
y lenguaje en el niño» para atender a niños que presentan
problemas y dificultades en estos aspectos. El grupo, en el
que figuran Mira Stamback, D. García, M. Auzias…, despliega una gran actividad que al cabo de unos años se traduce también en un buen número de publicaciones y en
varios libros importantes que alcanzan una gran difusión.
En 1963 publica, también con Hecaen, Les gauchers un
estudio sobre los niños zurdos en el que se combinan los
datos neurológicos y práxicos con los aspectos psicológicos y sociales para acabar abogando por una mayor tolerancia frente a los zurdos, lo que en aquellos días era todavía una novedad. Y en 1964, esta vez como único autor, publica: L’ecriture analizando el desarrollo de las
praxias motrices que la sustentan y con un enfoque global
similar.
En una dirección parecida hay que recordar que en
1958 funda con Lebovici y Diatkine la revista «La psiquiatrie de l’enfant» que pronto se convierte en la mejor
revista de la especialidad y que todavía hoy sigue publicándose.
Toda esta ingente actividad estrictamente científica
está al servicio de una evidente intención terapéutica pero
la personalidad inquieta de Ajuria le lleva a buscar otras
formas de compromiso con su vocación médica. Acabada
la guerra el «grupo de Santa Ana» entra en contacto con
Tosquelles, un psiquiatra catalán que durante la guerra española había colaborado con Mira y que refugiado en
Francia trabajaba en Saint Alban, un hospital psiquiátrico
en las cercanías de París donde defendía una manera distinta de hacer psiquiatría o si se prefiere una antipsiquiatría. Así había surgido un nuevo grupo que, a propuesta
de Ajuria, se llamó «Batia», una palabra vasca que significa «todos a una» en el que Ajuria, Tosquelles y Daumezon eran las cabezas visibles. El grupo popularizó la denominación «psiquiatría sectorial» y tuvo una evidente influencia en las discusiones que en aquellos años removían
la asistencia psiquiátrica. Pero pronto las implicaciones
políticas de las propuestas introducen divisiones en el
grupo. Los intentos de algunos militantes del partido comunista por patrocinar el movimiento y muy especialmente la condena que hace el partido del psicoanálisis enrarecen el ambiente y Ajuria se desentiende de la empresa con lo que el grupo desaparece.
Aunque no con ello se interrumpen sus contactos con
el mundo de los artistas. Buena prueba de ello es que en
1954 accede a supervisar las experiencias que su amigo el
pintor Michaux pretende hacer pintando bajo la influencia
de la mescalina y escribe un librito que las describe.
DIRECTOR DE BEL AIR
Julián de Ajuriaguerra ha cumplido ya 47 años y su
obra científica es conocida y apreciada dentro y fuera de
Francia pero para el sistema universitario francés sigue
siendo un outsider, con pocas esperanzas de lograr introducirse en él. Y el reconocimiento oficial le llega desde el extranjero. En 1959 recibe dos ofertas, las dos para
ocupar sendas cátedras de psiquiatría, una en Bruselas y
la otra en Ginebra. Se inclina por la de Ginebra que además de implicar una tarea docente incluye la dirección
de un Hospital psiquiátrico y el asesoramiento de la política asistencial de los enfermos mentales en el Cantón
de Ginebra.
Su presencia en Ginebra representa efectivamente una
renovación en la asistencia psiquiátrica. Son los años en
los que se fragua el espíritu del 68 que aboga por la supresión de todas las restricciones y entre ellas y en un lugar destacado por la supresión de los manicomios en
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nombre de la antipsiquiatría. Ajuria que simpatiza, como
hemos visto, con las ideologías más radicales tiene sin
embargo un sólido sentido común que le hace contemplar
con ironía las propuestas utópicas y en vez de intentar cerrar los hospitales lo que procura es multiplicar los medios para humanizar la asistencia reduciendo al mínimo el
internamiento y estableciendo servicios que puedan sustituirlo. Y es cierto que gracias a su esfuerzo y a su ejemplo la atención a los enfermos mentales en el Cantón de
Ginebra cambia de estilo.
Pero el objeto principal de sus desvelos y el centro de
su actividad será el Hospital de Bel Air cuya dirección ha
asumido. La situación del Hospital es privilegiada, un parque en los alrededores de la ciudad del Leman en el que se
distribuyen las instalaciones hospitalarias y entre ellas la
residencia del Director. En poco tiempo Ajuriaguerra logra
hacer de Bel Air un hospital modélico, que presta una
atención ejemplar a sus enfermos y que es al mismo tiempo un centro de formación al que acuden médicos de muchos países para completar su preparación y un centro de
reflexión cuya influencia se hace cada vez más amplia. Periódicamente organiza coloquios internacionales sobre temas psiquiátricos de los que el primero, en 1961 se dedica a: «Monoamines et systeme nerveux central».
He aquí unos párrafos en los que dos psiquiatras vascos, José M. Aguirre y José Guimón, que pasaron varios
años en Bel Air, recuerdan a su maestro:
«Como catedrático de la Universidad impartía sus cursos de pregrado los lunes por la tarde en el Aula de Bel
Air, abarrotada de estudiantes de Medicina, todos los médicos de la red asistencial intra y extra hospitalaria, psicólogos, pedagogos y gente de cultura llevados allí por el
placer de escuchar y de aprender del maestro. Llegaba a
las dos en punto, por la larga alameda que conduce de su
villa al aula con su bata blanca impoluta erguido en su
metro y sesenta y tres centímetros de estatura, con el paso
elástico, algo rápido y nervioso como los pura sangre, con
la carpeta del texto bajo el brazo izquierdo. Viéndole llegar desde nuestra ventana se diría un torerillo haciendo el
paseíllo, seguro y algo traspuesto por la ceremonia que
iba a oficiar. Su entrada en el aula era seguida por un
brusco silencio, acompañado por el ruido del auditorio al
ponerse de pie, como movido por un resorte…».
Y siguen recordando, ahora sobre su relación con los
médicos graduados en el Hospital: «Tras la reunión de las
8.30 de la mañana acudíamos a uno u otro de los pabellones donde se le presentaba un paciente. Allí su actuación, su faena, era de distancia corta, casi cuerpo a cuerpo. Su contacto con el enfermo, su habilidad en el inte-
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rrogatorio en el que creaba una especie de complicidad
con el explorado alcanzaban lo sublime cuando se presentaba algún caso de gerontopsiquiatría que precisaba
una exploración neurológica. Entonces salía a relucir toda
la prestancia de la Escuela Francesa al explorar los reflejos, el tono muscular, el equilibrio, la flexibilidad, los signos de liberación prefrontal… Realizaba las entrevistas
mientras iba fumando cigarrillo tras cigarrillo en su boquilla negra en la que daba largas caladas que acentuaban
más aún sus rasgos irónicos, achinando aún más sus ojos,
casi de oriental. Bajo sus espesas cejas las pupilas saltaban de un lado a otro, captándolo todo. En la discusión
posterior con nosotros su buen humor tenía un límite y su
ironía podía convertirse en un dardo envenenado ante las
intervenciones del pretencioso o del pedante al que podía
dejar en ridículo con un solo comentario».
Para Ajuria Bel Air sólo tiene un inconveniente, que no
hay niños entre sus pacientes y desde que ha fundado el
grupo de Rousselle la infancia se ha convertido en su preocupación principal. A falta de niños decide estudiar los deterioros mentales en la ancianidad desde una perspectiva
evolutiva, una perspectiva inspirada por la escuela de Piaget con la que desde hace tiempo mantiene relaciones de
simpatía, que su instalación en Ginebra ha reforzado.
Pero a pesar de la innegable originalidad de estos estudios, a los que más adelante volveré a referirme, su preocupación por la infancia se mantiene intacta y sigue inspirando los trabajos del grupo que en París se ha constituido a su alrededor y al que visita con frecuencia. Y, lo
que no es menos significativo, sus cursos de psiquiatría en
la Facultad ginebrina giran, año tras año, en torno a la psiquiatría infantil. Y será con el material de estos cursos
que redactará su Manual de Psiquiatría infantil, un grueso volumen de más de mil páginas, cuya primera edición
es de 1972 y que encuentra enseguida una extraordinaria
aceptación. En 1974 aparece una segunda edición considerablemente renovada y más tarde una tercera y una
cuarta, ésta en 1980. Y paralelamente el Manual se traduce al español (1973), al italiano (1979), al inglés (1980) y
al portugués. En poco tiempo se ha convertido en una herramienta de uso cotidiano no sólo para todos los que trabajan en el campo de la psiquiatría infantil sino para cualquiera que se ocupa de niños con problemas.
PROFESOR EN EL COLEGIO DE FRANCIA
Al cumplir los 65 años Ajuria se jubila como profesor
en Ginebra y es nombrado Profesor del «College de Fran-
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ce» en París. Por fin le llega el reconocimiento francés
aunque sea fuera del sistema universitario.
El College de France es una institución singular y uno
de los florones de la cultura francesa. Fundado por Federico I en 1530 y sostenido por el Estado Francés consiste
esencialmente en un colectivo de profesores prestigiosos
que ofrecen cursos de alto nivel a quien está interesado en
seguirlos. No existen cátedras fijas sino que cuando se
produce una vacante los miembros del Colegio eligen
para ocuparla a una persona de reconocido prestigio científico, sea o no sea universitario, con independencia de la
especialidad a que se dedica y atendiendo sólo a su interés intrínseco. La asistencia a los cursos es libre y el College no ofrece ningún título a los que los siguen. Casi no
hace falta añadir que el nombramiento como profesor del
Colegio constituye la culminación de una carrera científica. Antes de Ajuria la psicología había tenido cuatro representantes ilustres en el profesorado de la Institución:
Ribot, Janet, Pieron y Wallon.
A Ajuriaguerra se le propone incorporarse al Colegio
para ocuparse de «Neuropsicología del desarrollo infantil»
y en torno a esta temática girarán todos sus cursos. Con el
regreso a París el contacto con su antiguo grupo del Hospital Rousselle se ha intensificado. El grupo (M. Auzias, I.
Lezine, I. Casati, Caudilis…) se denomina ahora «De Recherches sur le Developpement neuro-psychologique du
nourrison» porque con el paso del tiempo su interés se dirige cada vez más al desarrollo del niño normal y cada vez
más a sus primeras fases. Pasado el primer año ya son viejos, acostumbra a decir Ajuria. Y si desde el comienzo de
su carrera científica se ha interesado por la motricidad ahora lo que pretende es aclarar la relación entre las primeras
formas de la motricidad y los comienzos de la relación con
los demás. La difusión de las filmadoras y del vídeo le permite entusiasmarse grabando y comentando los primeros
gestos del lactante. Y el conjunto de sus observaciones y de
sus reflexiones en torno a este tema constituyen la substancia de sus cursos en el College a lo largo de seis años.
He aquí la relación de los títulos de estos cursos:
1975-76 Bases morfológicas, neurobiológicas y funcionales de las funciones psíquicas.
1976-77 Las primeras organizaciones neuropsicológicas: movimientos espontáneos y posturas, equilibrio,
desplazamiento, ritmo y fenómenos de repetición, estímulos, dolor y placer.
1977-78 Organización de la personalidad y socialización.
1978-79 Evolución de los funcionamientos neuropsicológicos en el niño.
1979-80 De la fusión a la individualización, modos
de relación y de dependencia del niño con su entorno biológico.
1980-81 Interés de las investigaciones pluridisciplinarias para la interpretación de los funcionamientos ontogénicos humanos.
Y el 23 de marzo de 1981 pronuncia su lección final en
el Colegio que titula «Hacia una neuropsicología del desarrollo».
Al cumplir los 70 años se jubila definitivamente y se
retira a «Hegoa», la casa campesina que hace tiempo ha
adquirido para pasar sus últimos años cerca de sus raíces,
en Villefranche a 10 kilómetros de Bayona.
Desde su retiro continúa manteniendo la relación de su
equipo parisino, ahora instalado en la Creche Municipale
PMI, rue Ferrus 17, y también con el País Vasco y con
Cataluña donde siempre ha tenido amigos y admiradores.
En 1978 inaugura en Barcelona el «Centro Psicopedagógico» de la Caixa que pretende inspirarse en sus orientaciones. Este mismo año la Universidad del País Vasco le
nombra profesor extraordinario para iniciar una colaboración que desgraciadamente sólo puede cumplir durante un
curso, en marzo de 1983 abre las sesiones de la I Reunión
mundial de médicos vascos hablando de un tema favorito
en sus últimos años: «Evolución del abrazo madre-hijo en
la ontogenia de los comportamientos de ternura» y el mes
siguiente pronuncia una conferencia en el Seminario de
Historia de la Medicina Vasca sobre la imagen del niño a
lo largo de la historia. Son sus últimas intervenciones públicas, a partir de entonces una insidiosa enfermedad le
recluye en su refugio de «Hegoa», donde transcurren sus
últimos años y donde muere en 1993.
LA OBRA CIENTÍFICA
En la Facultad de Medicina de París, Julián de Ajuriaguerra entró en contacto con la tradición psiquiátrica francesa, una tradición que en la taxonomía y la descripción
de las grandes psicosis había sido desbordada por la renovación de Krapelin pero que mantenía todo su esplendor en el estudio de otros trastornos más directamente ligados a causas orgánicas. Pero donde la tradición francesa se mantenía más sólida era en la neurología, el estudio
de la anatomía del sistema nervioso y la descripción de
sus funciones en circunstancias normales y en casos patológicos y éste fue el camino que desde el comienzo eligió
Ajuria y en el que encontró maestros eminentes que le
acogieron a su lado, con los que realizó sus primeros es-
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tudios y con los que escribió sus primeros libros. Y dentro del vasto campo de la neurología sus preferencias iban
hacia la motricidad en sus diferentes aspectos y manifestaciones.
Aunque en la neurología como en cualquier disciplina
científica, abundan las escuelas y las orientaciones divergentes en sus tiempos de estudiante se familiarizó con dos
orientaciones en cierta manera opuestas, una oposición
que de alguna manera se daba, y en buena medida sigue
dándose, en todas las ciencias del hombre. Me refiero con
ello a la contraposición entre doctrinas atomistas y doctrinas globales. Una contraposición que en la neurología se
manifestaba en primer lugar en la oposición entre los que
defendían las localizaciones cerebrales precisas para las
distintas funciones y aspiraban a establecer correlaciones
unívocas entre lesiones localizadas y síntomas específicos
y los que por el contrario creían en localizaciones más
amplias y repercusiones más globales y condicionadas
por la situación del conjunto del organismo.
La contraposición tenía una larga historia. Desde el
nacimiento el progreso en el conocimiento científico
del hombre había avanzado profundizando en su naturaleza material y esto había favorecido las posturas atomistas y mecanicistas y por tanto localistas mientras
que las posturas globalistas habían caracterizado al vitalismo y el espiritualismo. Pero desde los comienzos
del siglo XX se había producido una reacción en sentido
contrario y desde posiciones estrictamente empíricas, y
si se quiere materialistas, se tendía a subrayar la importancia de la estructura por encima de sus elementos
constitutivos y de la función por encima de la estructura en que se apoya. Resulta difícil discutir sobre las razones profundas de estas reacción, si era una reacción
lógica ante los excesos de una postura unilateral que
llegaba a contradecir los datos de la experiencia inmediata o si se trataba de algo más general ligado a un
cambio en el paradigma de la explicación científica o si
se prefiere con el «espíritu del tiempo». Recuérdese,
como dato muy significativo, que por aquellos años
Merlau-Ponty por cuya enseñanza sentía Ajuria un gran
aprecio, publicó su conocida tesis doctoral en la que,
frente al asociacionismo y el conductismo, proponía
una interpretación estructural y gestáltica del comportamiento humano. Pero sean los que sean los motivos el
hecho es que los maestros de Ajuria en París, tanto
Thomas como L’Hermitte, y éste a su vez como continuador de su maestro Pierre Marie, estaban claramente
orientados en esta dirección. Y ésta fue la dirección que
él abrazó.
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Ya en 1947, y en un debate con Ely sobre las relaciones entre neurología y psiquiatría, había criticado la distinción entre funciones elementales y funciones de síntesis y había relativizado el valor de los signos locales neurológicos.
La actitud globalizadora en Ajuriaguerra como neurólogo tiene además un rasgo típico, la insistencia en integrar los datos conscientes en la descripción y el análisis
de las funciones que considera.
Ello está ya claro en su tesis doctoral sobre el dolor estudiándolo en relación con las estructuras propias del organismo pero situándolo al mismo tiempo en la individualidad del enfermo, en la persona que sufre su enfermedad. Más claro todavía en sus intentos por entender el
esquema corporal como una experiencia integradora de
datos fisiológicos. Y más en general en todo su tratamiento de la motricidad. Un ejemplo significativo en este
sentido es la atención que dedicó a algunas técnicas de relajación como método terapéutico para enfrentarse con
ciertos trastornos de la motricidad. De hecho Ajuria puso
a punto un método original de relajación, inspirado en el
«Entrenamiento Autógeno» de Schutz pero con la novedad de proponer al sujeto que verbalice sus problemas
para poder influir en las vivencias que alteran su tono
muscular.
No creo equivocarme diciendo que lo que él pretende,
en último término, es hacer de la neurología una neuropsicología.
Si de todo lo que llevo dicho se podría deducir que
Ajuria, como neurólogo, se limitó a seguir el camino señalado por sus maestros hay un aspecto en el que su obra
es claramente original y es al considerar las funciones
neurológicas en una perspectiva temporal y genética. Desde muy pronto llegó a la conclusión de que la motricidad
sólo es posible entenderla viéndola constituirse como un
proceso de adaptación a unas circunstancias internas y externas cambiantes. Esta perspectiva es la que hace la originalidad de L’axe temporel.
No por casualidad cuando en el Hospital Rousselle
puede establecer un servicio propio lo dedica a la atención a los niños. Aunque resulte difícil decidir si fue su
preocupación intelectual por el desarrollo temporal lo
que llevó a ocuparse del desarrollo. En todo caso lo que
resulta evidente es que al avanzar en esta dirección tuvo
que buscar inspiración en otros maestros que los que había conocido en la Facultad. El primero y más cercano
fue Wallon, que profesaba en el College de Francia.
Pero pronto también entró en contacto con las ideas de
Piaget. La descripción del desarrollo del niño como ser
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inteligente a partir de una inicial actividad psicomotriz
coincidí plenamente con las preocupaciones de Ajuria.
El grupo constituido a su alrededor hizo amplio uso tanto de las ideas centrales de Piaget como de sus desarrollos y esto resulta claro en las publicaciones del grupo y
muy especialmente en los dos libros que antes he citado:
«Los zurdos» y «La escritura». Y en el «Manual de Psiquiatría infantil» en la parte dedicada a las distintas doctrinas sobre el desarrollo la de Piaget recibe una atención preferente. Aunque también es cierto que en la última etapa de su vida es la influencia de Wallon la que
resulta predominante.
Si antes ha aludido al «espíritu del tiempo» en relación
con la contraposición entre explicaciones atomistas y globalistas ahora puedo repetirlo y con mayor motivo respecto a la preferencia por explicaciones de tipo genético
y evolutivo, tan frecuente en las doctrinas psicológicas de
nuestro siglo y no sólo en Piaget. Creo que no me engaño al considerar que en la última raíz de esta tendencia
está la difusión de la teoría de la evolución que al intentar explicar como de lo simple procede lo más complejo
sitúa a sus objetos en una perspectiva temporal y hace del
ser vivo un ser histórico. Pero éste no es el lugar para insistir en este punto.
En este repaso de las fuentes intelectuales de la obra de
Ajuria me queda por referirme al psicoanálisis. La referencia ha de ser forzosamente breve. Ajuria, como he dicho, se psicoanalizó lo que no era frecuente entre los psiquiatras de su tiempo y su decisión puede ponerse en relación con el mundo de los artistas. Y es cierto que
siempre mantuvo una actitud cordial respecto a los psicoanalistas aunque se negó a intervenir en sus querellas internas y que en sus libros procura recoger materiales psicoanalíticos. Pero estos elementos aislados no afecstan al
núcleo de sus interpretaciones y parecen más bien destinados simplemente a compensar el excesivo intelectualismo de las doctrinas psicológicas clásicas.
DESARROLLO E INTEGRACIÓN
En sus estudios sobre la zurdez y sobre la escritura
Ajuria se había propuesto alcanzar descripciones genéticas al estilo de las de la escuela de Ginebra. Pero donde
tendrá ocasión de demostrar su originalidad será, paradójicamente, en Bel Air cuando tendrá que ocuparse de ancianos. No hace falta señalar que la psiquiatría clásica había estudiado condetalle los trastornos mentales en ancianos y que también existía una tradición de estudio del
deterioro con la edad de las distintas funciones, la memoria por ejemplo, y de las reacciones más o menos «catastróficas» frente a esta decadencia. Inspirado en el modelo
de la escuela de Ginebra Ajuria emprende la observación
sistemática de grupos de enfermos ancianos a lo largo de
varios años y sus resultados pueden resumirse diciendo
que compureba la existencia de un proceso de deterioro
inverso al proceso de adquisiciones en la infancia, inverso pero no simétrico pues cada disminución o cada pérdida se acompaña de un esfuerzo de readaptación intentando cumplir las funciones que se cumplían en la etapa anterior y estableciendo así un nuevo equilibrio aunque sea
a un nivel inferior de eficacia. Una perspectiva original
que para dar todos sus frutos debería haber contado con
muestras más extensas y sobre todo no exclusivamente
patológicas como eran los pacientes de Bel Air.
Sería en cambio equivocado buscar en las páginas del
«Manual de Psiquiatría Infantil» una concepción original
del desarrollo infantil, ampliada hasta dar razón a la vez
del desarrollo normal y de sus variantes patológicas. El
Manual, como su nombre indica, es una presentación general de un tema, en este caso la psiquiatría infantil, cuya
importancia reside en la amplitud de la información presentada, realmente impresionante, la moderación y el
equilibrio de la síntesis e incluso la claridad de la exposición. Su originalidad consiste en su propia existencia,
pues en el momento en que aparece existían muy pocos
precedentes de síntesis de psiquiatría infantil y sobre todo
en un enfoque muy amplio que comienza con el desarrollo normal del niño y de sus funciones desde el nacimiento y contempla su desarrollo en el marco familiar y social
con especial atención a las situaciones escolares para
abordar a continuación todo tipo de conductas desviadas
de la norma desde el fracaso escolar hasta las grandes psicosis. Un planteamiento de esta amplitud requiere, en
quien se lo propone, una gran capacidad de síntesis pero
también una cierta actitud ecléctica e integradora de puntos de vista diversos.
DESARROLLO Y SOCIALIZACIÓN
Lo más original de la aportación de Ajuria al conocimiento del desarrollo infantil se cifra en sus estudios sobre el lactante emprendidos en la última etapa de su actividad científica, la época en que era profesor del Colegio de Francia e inspiraba la actividad de un grupo de
fieles colaboradores. El resultado de estos estudios constituyó precisamente una parte importante de su enseñan-
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ORIGINALES
za en el Colegio y fue dado a conocer en artículos en revistas especializadas. Para exponer sus ideas sobre estas
cuestiones utilizaré el resumen que hizo de ellas en su
lección magistral en el Paraninfo de la Universidad de
Barcelona con motivo de su investidura como Doctor
Honoris causa.
La lección empieza con una afirmación tajante. Las
contradicciones que observamos al considerar el hombre
en el plano biológico y en el plano psicológico igual
como las que observamos al considerarlo en el plano psicológico y en el plano social sólo pueden superarse si
consideramos al hombre desde sus inicios, tanto en su filogenia, la aparición de la especie, como en su ontogénesis, la constitución del individuo. Una afirmación muy esclarecedora del conjunto de su enseñanza y que equivale
a afirmar la prioridad de la explicación genética en la explicación del comportamiento humano.
Ajuria se extiende hablando de los movimientos espontáneos del recién nacido, de sus sucesivas posturas y
de su capacidad de equilibrio y de desplazamiento, un
tema que había ya tratado al comienzo de su carrera en
«L’axe temporel». Por supuesto a lo largo de los años los
neurólogos han acumulado conocimientos sobre este tema
y el mismo Ajuria lo ha enriquecido con aportaciones originales de las que una de las más conocidas es la descripción de la postura del «planeur» (planeador), que los niños pueden adoptar hacia los cinco y seis meses y que
consiste en una actividad tónica intensa y repetitiva, con
apoyo más o menos equilibrado sobre el abdomen, extensión y curvación del tronco y la cabeza y elevación de los
miembros.
Pero lo que ahora le interesa en primer lugar es poner
en relación el desarrollo posturo-cinético con la evolución
de los intercambios madre-niño. Resumiendo un estudio
realizado con F. Cukier e I. Lezine sobre las adaptaciones
posturales de la madre y el niño en los primeros días de
la vida dice así: «La lactancia no es sólo un acto nutritivo, es también un intercambio de posturas. Fuera de esta
situación particular el niño acepta o solicita estar en brazos buscando al mismo tiempo la proximidad y un cierto
dejarse ir en el descanso. Resulta así una cierta armonía
de posturas, fruto de una construcción mutua que desemboca en un placer mutuo: la madre siente su cuerpo como
donante y el niño vive el cuerpo de su madre que le acoge como un lugar en el que contenido y contenedor están
indisociados.
El placer y el objeto de placer no se sienten como la
consecuencia de la ayuda del otro, se confunden en la primigenia del apego. El sostén de la cabeza y de los miem-
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bros inferiores, el estado de alivio, los balanceos, la melodía de una canción, completan su relajación. En posición vertical el niño encuentra un apoyo sobre el tórax y
en los huecos del cuello espalda de la madre el contacto
y el bienestar del acurrucamiento. También en otras posiciones encuentra satisfacciones, así cuando se sienta para
jugar en el ángulo de las piernas del adulto.
La noción de «diálogo tónico» que acabo de ejemplificar se utiliza a menudo de forma arbitraria. Lo que yo denomino diálogo tónico es algo bastante preciso. Designa
el proceso de asimilación y sobre todo de acomodación
entre el cuerpo de la madre y el cuerpo del niño, el niño
sostenido por la madre se mueve desde muy pronto en un
intercambio constante con las posturas de la madre, con
sus movimientos busca su confort en los brazos que le
sostienen».
Ajuriaguerra piensa que estos comportamientos de
ajuste del niño en tanto que movimientos tienen una base
innata pero «lo importante es que la madre los interpreta
como señales intencionales, como esfuerzos del niño por
mejorar el contacto y responde a ellas con sus propios
movimientos. A partir de esta respuesta los movimientos
del niño se pueden considerar dirigidos a provocar la respuesta materna y así se abre el campo de la reciprocidad
que es a la vez interacción mutuamente regulada y placer
compartido».
Algunas de estas interacciones primitivas adquieren un
papel predominante. Éste es el caso de la mirada y la búsqueda de la mirada ajena. Vuelvo a citar las palabras de
Ajuria en su lección «Sabemos que la mirada del niño
constituye para la madre desde el nacimiento y en el período neonatal el desencadenante más poderoso de las
conductas de búsqueda de la comunicación. A través de
ella se ejerce una atracción recíproca, una imantación.
Los trabajos de una de nuestras colaboradoras mostraron
además que la mirada constituye un elemento capital de
modulación de las interacciones madre-niño, por ejemplo
en cuanto a los cambios de postura que la madre imprime
al bebé. Y cuando su propia postura le permite aprehenderlo cara a cara y mantiene su mirada el niño es visto ya
como un interlocutor y la mirada se hace comunicación».
El llanto y la sonrisa son otras formas tempranas de comunicación. Y el abrazo otra. He aquí unos párrafos dedicados al abrazo y su evolución: «En el marco del estudio ontogénic de las manfiestaciones de ternura —abrazos, acurrucamientos, besos y caricias— describimos con
I. Casati la evolución de los comportamientos que a lo
largo de los dos primeros años conducen al abrazo. Partimos de formas de movimientos primitivos como el «re-
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flejo del abrazo» que presentan algunas analogías con las
formas más evolucionadas del abrazo y que se integran
también, por las significaciones que se les atribuye, en el
marco general de la constitución de los lazos de apego
niño-adulto; en algunos contextos estos movimientos primitivos adquieren ya para la madre valor de llamada o de
búsqueda.
Hacia el final del primer semestre los bebés ante la
aproximación de la madre o del padre presentan formas
de expresión mímicas o vocales diversificadas pero en las
que predomina el júbilo o la impaciencia, la mirada se dilata y brilla con un destello particular iluminando un rostro que se ofrece y el arqueo de todo el cuerpo que comporta la apertura de los brazos y este conjunto expresivo
se acompaña de movimientos de los miembros. Se trata
en este momento y en este contexto de «animación» ciertamente expresiva pero todavía no de gestos apelativos y
expresivos en el sentido de Siguán (…). Sin embargo el
adulto profundamente conmovido interpreta esta animación como portadora de significado: «me reconoce»…
«me tiende los brazos»… «quiere que lo coja en brazos…
El comentario de una madre primeriza: «fue a partir de
este momento que me sentí verdaderamente madre»,
muestra las repercusiones profundas de esta experiencia.
Entonces la madre que se ofrece y el niño que orienta su
mirada y sus movimientos hacia los brazos maternos que
avanzan se juntan en un mismo impulso.
En el segundo trimestre los bebés comprenden y progresivamente utilizan intencionalmente y de forma cada
vez más adaptada el gesto de tender los brazos. Al final
del primer año no sólo tienden los brazos hacia el adulto
sino que efectivamente ejecutan abrazos y apretones. Y es
a partir del año y a partir de la adquisición de la marcha
cuando el abrazo se realiza plenamente y adquiere su sentido de comunicación de ternura en una gama variada de
contextos y situaciones.
El desarrollo de la comunicación entre el niño y la madre es especialmente importante entre los 15 y los 18 meses. El período de semantización del gesto como lo denominó Spitz. En esta edad se precisa y diversifica la gama
de las múltiples significaciones del gesto de indicación —
brazo extendido, índice estirado— gesto que en sus orígenes está estrechamente unido a las diversas formas de
llamada que se ejecutan con el brazo extendido. El señalamiento del índice, forma observada muy precozmente
en el niño (Bower, Brunner), adquiere a lo largo del desarrollo funciones muy distintas (Siguán, Murphy) y hacia los 11-12 meses forma parte del repertorio de las conductas interpersonales. Observamos por ejemplo en un
niño de 12 meses el señalamiento «para sí» de un espectáculo interesante segudio de una llamada insistente subrayada vocalmente, brazo extendido hacia la madre, pulgar e índice abiertos, este gesto de llamada se convierte
en un nuevo señalamiento, según una trayectoria orientada en el espacio de la madre al lugar del espectáculo: comunicación precisa del niño que quiere incitar a la madre
a actuar como él desea, a dirigir su atención hacia algo
que él está mirando.
Y Ajuria termina su descripción en el texto que estoy
parafraseando diciendo que entre los 18 meses y los dos
años, y sobre todo hacia los dos años, toda la gama de
matices e intensidades de las expresiones de ternura —
abrazos y contactos mutuos— se afina y perfecciona al
mismo tiempo que el niño progresa en su dominio de las
situaciones y en su interiorización gracias al progreso de
la función simbólica, primero en forma no verbal y luego
verbal.
En resumen y en palabras del propio Ajuria «saber si
los mecanismos son aprendidos o adquiridos deja de tener
importancia cuando se colocan en el marco de la interacción. Lo que importa es que los estudiemos en su desarrollo intentando descrifrar los sentidos distintos que toman a lo largo de éste y según sea quien los inicia y quien
los utiliza como respuesta».
Y el texto que hasta aquí he parafraseado termina afirmando como conclusión: «Nuestro cuerpo no es nada sin
el cuerpo del otro, cómplice de su existencia. Es con el
otro que se ve y se construye en la actividad de los sistemas ofrecidos por la naturaleza, en la intimidad de este
espejo reflector que es el otro… A pesar de las matemáticas Yo y el Otro somos uno, vestido de piel y palpitante de músculos, superficie y profundidad, cuerpo que pregunta y que responde… Nuestra unidad en tanto que persona se hace progresivamente y es a través de los
intercambios sucesivos que se crean distanciamiento, autonomía de funcionamiento y, en último término, independencia. Esta creación de la independencia personal no
es sólo el resultado de la maduración sino de la realización de funciones que se abren a nuevas solicitudes y a
nuevas responsabilidades. El hombre, ser social en su
misma naturaleza, lleva en su propio organismo una capacidad de relación y de intercambio y sobre esta base desempeñará una serie de papeles sucesivos que constituirán
su historia personal, historia individual en el marco de su
entorno colectivo propio, igual que los otros pero diferente de los otros, ser singular.»
Así, en la culminación de su madurez, Ajuria cierra un
periplo que había iniciado treinta años antes cuando en
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ORIGINALES
«L’axe corporel» había intentado describir el desarrollo
de la psicomotricidad a lo largo de la infancia. En este periplo la doctrina genética de Piaget ha sido un estímulo
importante. Pero Piaget sólo le ha aclarado cómo el organismo humano deviene inteligente a partir de sus acciones
con los objetos, algo así como la psicología de un Robinson, mientras que lo de verdad le ha importado a Ajuria
es la constitución del individuo a partir de sus relaciones
con los otros. En este camino ha coincidido con otros estudiosos del comportamiento humano, y en el texto que
he parafraseado menciona algunos, Brunner entre ellos,
para quien también el significado de los signos surge en
la comunicación. Mas todavía sus ideas en esta última
etapa están cerca de Brazelton, para quien escribió el prefacio de la edición francesa de uno de sus libros más conocidos (…). Pero por encima de todas las coincidencias
lo que es evidente es que el impulso fundamental lo ha recibido de Wallon, «de quien no he sido alumno pero al
que considero maestro» (…), y que su pensamiento en
esta última etapa realiza lo que Wallon se había propuesto como objeto principal de la psicología: aclarar la constitución del individuo humano desde su doble raíz orgánica y social.
EL HOMBRE Y SU LECCIÓN
Los datos biográficos reunidos en las páginas anteriores bastan para evocar una personalidad extremadamente
rica de la que el primer dato que nos sorprende es su extraordinaria capacidad de trabajo. Catorce libros, todos
importantes y la mayoría muy extensos, dos centenares de
artículos en revistas y en obras colectivas configuran un
expediente científico difícilmente superable. Pero su biografía nos muestra que el científico era al mismo tiempo
un hombre de una vitalidad extraordinaria, una curiosidad
siempre atenta, un gusto por la aventura y el riesgo al servicio de causas generosas y al mismo tiempo de una irreductible independencia.
Y, lo que quizás constituye el rasgo más destacado de
su personalidad, con una gran facilidad de contacto con
los demás. El trabajador infatigable que se vuelca en el
tema que le preocupa es al mismo tiempo un alegre camarada, siempre el primero a la hora de levantar la copa
o de entonar una canción en una reunión amistosa. Y no
sólo anima el grupo a la hora de divertirse. Desde sus primeros tiempos trabaja siempre en colaboración, primero
formando equipo con sus maestros, luego aglutinando
grupos a su alrededor. En Bel Air su capacidad de atrac-
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ción es proverbial y cuando deja la dirección del hospital
sus amigos se agrupan en una «amicale» que se reúne
anualmente y que en sus últimos años todavía le visitaba
en su retiro en Hegoa.
Tal facilidad para los contactos humanos arrancaba de
un auténtico interés por los demás. Ajuriaguerra era, según los casos y las situaciones, amigo, maestro o médico.
Pero fundamentalmente médico, o psiquiatra o psicólogo,
o como se quiera llamar al que se ocupa profesionalmente de las dolencias ajenas. Y si en estas notas puedo intercalar un recuerdo personal diré que la mayor impresión
que de él guardo consistió en verle explorar a una anciana enferma mental en el curso de una sesión clínica. No
era la primera vez que veía a un psiquiatra explorando a
un enfermo mental frente a sus alumnos pero la exquisita
delicadeza con que Ajuria colocaba la persona por delante del enfermo lograba convertir una situación en sí misma artificiosa e incómoda en algo natural e incluso cálidamente afectuoso.
No sólo demostraba con su ejemplo cómo ejercer la
medicina, cuando convenía sabía también explicarlo. Por
importante que fuese su dedicación a la investigación
científica de la enfermedad sabía que el enfermo es un individuo y que como tal hay que tratarlo. Sólo hay ciencia
de lo general —repetía con Aristoles— pero sólo lo particular es verdadero, añadía. Y lo verdadero son los enfermos individuales cada uno con su propia personalidad.
Y todavía algo más. Otra de sus afirmaciones favoritas
era: «Sólo es capaz de curar el que ha perdido la insolencia de la salud». Y la frase adquiere todo su sentido cuando se recuerda que el que la pronuncia es un médico psiquiatra. Ajuriaguerra ha estudiado en profundidad la etiología y las manfiestaciones de muchos trastornos
mentales pero nunca olvida que el que está enfermo es
una persona que tiene una existencia propia y que su trastorno lo que básicamente ha hecho es limitar su capacidad
de comportarse libremente. Por esto piensa y dice que los
objetivos fundamentales de la psiquiatría son la libertad y
la tolerancia. O sea que la tarea del psiquiatra, y de cualquiera que se enfrenta con una persona en alguna medida
disminuida, es elevar su nivel de responsabilidad enfrentándole con sus propios problemas e iluminándole sus
propias posibilidades, reduciendo al mínimo sus ambigüedades y permitiéndole optar más libremente. Y paralelamente el psiquiatra debe esforzarse por elevar el margen
de tolerancia de los demás frente al enfermo.
Pero para estar a la altura de esta tarea es necesario estar sinceramente interesado en el enfermo. Y esto no puede hacerlo el que contempla la locura desde la insolencia
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de la salud mental, desde el convencimiento satisfecho de
estar instalado en la razón. Sólo el que pretende ayudar
pero se sabe frágil y vulnerable y reconoce en el enfermo
un compañero de infortunio es capaz de ayudarle efectivamente. Y ésta es la más alta lección que nos ha dejado
Julián de Ajuriaguerra.
NOTAS
Para la biografía de Julián de Ajuriaguerra es imprescindible consultar el «Esbozo biográfico» de J. M. Aguirre y J. Guimón que encabeza el volumen coordinado por
los mismos autores: «Vida y obra de Julián de Ajuriaguerra». Editorial Arán. Madrid, 1992.
J. M. Aguirre es profesor adjunto de Psiquiatría de la
Universidad del País Vasco y J. Guimón es catedrático de
Psiquiatría en la misma Universidad y ambos han sido
discípulos y colaboradores de J. de A. en Ginebra. El «Esbozo biográfico», a su vez, se basa en la tesis doctoral,
inédita, de J. M. Aguirre dedicado a la vida y la obra de
su maestro.
El volumen citado recoge los trabajos presentados en el
simposium sobre el mismo tema celebrado en Vitoria en
noviembre de 1992 con motivo de la XV reunión de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica. En el volumen se
incluyen además del «Esbozo» colaboraciones de Barraquer Bordas, a quien Ajuriaguerra dirigió la tesis doctoral,
A. Rego el más antiguo de los discípulos españoels de Ajuria. A. Lasa que también colaboró con él en Ginebra y G.
E. Berrios, psiquiatra e historiador de la Psiquiatría.
Para conocer la figura de J. de A. es útil consultar también la entrevista sostenida con A. M. Pardo y A. Riviere, publicada en Estudios de Psicología n.o 2 (1980) así
como la presentación que allí se hace de su obra.
OBRA ESCRITA
Libros
1936 «La douleur dans les affections du systeme nerveux central» (300 pag.) Douin Ed.
1942 «Psychopathologie de la vision» en colaboración
con J. L’Hermitte. (150 pag.) Masson.
1947 «Les rapports de la neurologie et de la psychiatrie» en colaboración con H. Ey y H. Hecaen (125 pag.)
Herman.
1948 «Epilepsies» en colaboración con H. Marchand
(720 pag.) Desclée de Brouwer.
1949 «L’axe corporel. Musculature et inervation» en
colaboración con André Thomas (650 pag.) Flammarion.
1949 «Etude semiologique du tonus musculaire» en
colaboración con André Thomas (650 pag.) Flammarion.
«Le cortex cérébral. Etude neuro-psycho-pathologique» en colaboración con H. Hecaen (420 pag.) Masson.
1952 «Meconnaissences et hallucinations corporelles.
Integration et desintegration de la somatognosie» en colaboración con H. Hecaen (380 pag.) Masson.
1956 «Troubles mentaux au cours des tumeurs intracrániennes» en colaboración con H. Hecaen (154 pag.)
Masson.
1960 «Le cortex cérébral» en colaboración con H. Hecaen Masson (2.a ed. renovada).
1963 «Les Gauchers. Prévalence manuelle et dominance cérébrale» en colaboración con H. Hecaen (171
pag.) PUF.
Traducción inglesa «Left-handedness. Manual superiority and Cerebral Dominance» Grune & Stratton 1964.
1963 «Le poete Henry Michaux et les drogues hallucionogènes» en colaboración con F. Jaeggi (68 pag.) Sandoz. Basilea.
1964 «L’Ecriture de l’enfant» en colaboración con M.
Auzias, F. Coumes, A. Denner, V. Lavondes-Monod, R.
Perron, M. Stambak.
v.I «L’evolution de l’ecriture et ses difficultés» (1286
pag.) v.II «La réeducation de l’ecriture» (350 pag.) Delachaux et Nietsle ed. traducción española: «La escritura
del niño: La evolución de la escritura y sus dificultades».
Editorial Laia. Barcelona, 1973.
1971 «Manuel de Psychiatrie de l’enfant» (1024 pag.)
Masson.
Segunda edición revisada y ampliada (1100 pag.)
1974 Masson. Traducción española: «Manual de Psiquiatría infantil» Toray Masson. Barcelona, 1972. Traducción italiana: «Manuale di Psichiatria del bambino»
Masson Italia. Milan, 1979. Traducción americana:
«Handbook of Child Psychiatry and Psychology» Masson Publishing. New York 1980. Traducción brasileña:
«Manual de Psiquiatria infantil» Masson do Brasil,
1982.
1982 «Abregé de Psychopathologie de l’enfant» en
colaboración con D. Marcelli (496 pag.) Masson.
ARTÍCULOS EN REVISTAS
Se incluyen sólo los publicados en España. Una relación completa de los artículos y de otras publicaciones
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ORIGINALES
misceláneas puede verse en: J. M. Aguirre y J. Guimón.
Vida y obra de Julián de Ajuriaguerra.
1978 «Neuropsicología del desarrollo». Infancia y
Aprendizaje n.o 2, pág. 5-22.
1978 «Las premisas de las relaciones precoces padreshijos». Informaciones Psiquiátricas n.o 70, pág. 8-28.
1980 «La importància de les aferències en el desenvolupament psicològic». En: Primeres jornades sobre l’educació del deficient sensorial. Obra Cultural de la Caixa de
Pensions. Barcelona, pág. 12-16.
1980 «Du monologue au dialogue dans l’evolution
psychologique de l’enfant». Anales de la Real Academia
de Medicina. Madrid, n.o 3, pág. 550-558.
1983 «De los movimientos espontáneos al diálogo tónico-postural y a las actividades expresivas». Discurso en
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su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Barcelona. Anuario de Psicología Barcelona
n.o 28, pág. 7-18.
1984 «El nacimiento de la ternura». Revista de Psicoterapia y Psicosomática n.o 8.
BIBLIOGRAFÍA
Pardo, A. M., y Riviere, A.: Julián de Ajuriaguerra: la obra y la
persona. Entrevista con Julián de Ajuriaguerra. Estudios de
Psicología n.o 2, 1980.
Siguán, M.: Presentación al Claustro del Profesor Julian de Ajuriaguerra. Anuario de Psicología n.o 28, 1983.
Aguirre, J. M., y Guimón, J.: Vida y Obra de Julián de Ajuriaguerra. Arán. Madrid 1992.
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