Negro-Goya: el anverso de la época de la Escuela Bolera Quién mejor que José Antonio para introducirnos por los entresijos de este ballet inspirado por la obra de Francisco de Goya (Fuendetodos, Zaragoza, 1746; Burdeos, Francia, 1828) que se estrena de forma absoluta en la escena del Festival Internacional de Música y Danza de Granada. El director del Ballet Nacional de España (BNE) se despide de la compañía estatal con esta creación, para pasar el testigo a Antonio Najarro, su nuevo responsable desde el próximo 1 de septiembre. José Antonio culmina así su segunda etapa al frente del BNE –la primera le mantuvo de 1983 a 1992, la más larga de los directores de la compañía en sus treinta y dos años de historia– y Negro-Goya es una de sus coreografías más atesoradas. «Este proyecto se viene gestando desde hace tres años», explica, «ya que Enric Palomar tenía una deuda personal pendiente sobre el genial pintor. Aunque Enric es catalán de nacimiento, sus padres proceden de Aragón y lleva mucho tiempo con la idea de realizar una composición sobre Goya para la danza. Vio mis trabajos, le gustaron, y a mí me pareció muy interesante tratar a Goya huyendo del costumbrismo. La idea era expresar la intemporalidad del artista», afirma, «y tratarle desde el drama psicológico de su situación personal y de la época. Enric ha compuesto una partitura extraordinaria, magnífica». «Con el proyecto en marcha», relata José Antonio sobre el proceso, «surgió el interés de los festivales de Granada y Santander, ambos inmersos este año en la celebración de su sesenta aniversario, y todo se materializó. Porque, aunque ha coincidido con el final de mi etapa al frente del Ballet Nacional –puntualiza– ha sido una coincidencia: no estaba pensado como mi última producción; iba a hacer este ballet estuviese donde estuviese». En Negro-Goya está la esencia de la última etapa vital y artística del genio, testigo y analista de una sociedad en tránsito, de un pueblo en guerra y de las diferencias ideológicas españolas de dramática fractura. Los caprichos, el retrato de Leocadia Zorrilla, perteneciente a sus Pinturas negras de su Quinta del Sordo, el brutal Duelo a garrotazos y el protagonismo del macho cabrío en sus pinturas sobre aquelarres, dan base a esta obra «muy coral, con un ritmo muy visual y un crescendo en lo conceptual y coreográfico». La serie de ochenta grabados que el pintor de Fuendetodos realizó como sátira de la sociedad de finales del siglo XVIII, Los caprichos, desdibuja con afilado cincel a la nobleza y al clero. «Hemos querido resaltar la intemporalidad y vigencia de su arte», cuenta José Antonio, «en un momento en el que se ve rodeado de tanto poder: del de la iglesia, del militar y de los horrores de la guerra. Goya estaba torturado por la sordera, viendo el mundo desde la encrucijada. Por eso tomamos como última imagen su Duelo a garrotazos, prueba de las eternas dos Españas que todavía hoy continúa». Para elaborar su estructura, «hemos realizado un guión musical y coreográfico entre Enric y yo. Está dividido en diez movimientos, iniciándose con ese mundo de los caprichos, lleno de seres deformes, con cabezas de animales, donde se manifiesta la creatividad en ebullición de Goya, el primer pintor contemporáneo: es un narrador de su época, sí, pero lo que vemos en estas obras puede tener vigencia en cualquier otra», asegura. Goya (Fernando Romero) y Leocadia (Elena Algado) –«hay suposición de una relación afectiva entre ellos, pero no está probado que fuese su amante», afirma José Antonio–, son sus protagonistas, junto con el Rey Fernando VII (Miguel Ángel Corbacho) y el Macho Cabrío, personaje que interpreta Miguel Ángel Espino, bailarín que formó parte del BNE y al que ha invitado de nuevo para encarnarlo. «He querido mostrar la lucha de Leocadia con ese mundo tan monstruoso y creativo en el que estaba sumido Goya en sus últimos años, en contraste con el suyo, de mujer terrenal, sin sensibilidad artística. Se pasa después a los Desastres de la guerra, con el rey absolutista –pudo ser la europeización de España, pero Fernando VII fue un pelele en manos francesas–, la inquisición y los soldados, cuya superioridad les proporciona la victoria. Todo eso lleva a Goya a aislarse de este mundo y aferrarse a un universo muy creativo, pero bastante sórdido. Lo negro se refiere a su estado mental y psicológico porque en el ballet hay luz y color, pero tratados de forma contemporánea». La diseñadora de vestuario Sonia Grande, que posee el Premio Goya por La niña de tus ojos, de Fernando Trueba, y ha sido nominada a él otras ocho veces, «ha hecho unos figurines magníficos, con un tratamiento muy específico para cada episodio, perfectos para la simbología de la historia y sólo se han utilizado tejidos naturales, no hay acrílicos», desvela José Antonio, quien arriesga también con una escenografía firmada por Ricardo Sánchez-Cuerda «muy compleja, con un marco que se eleva y un corazón seccionado, mostrando su interior, sus venas y arterias, y de cuya putrefacción salen los soldados». Mención especial igualmente tienen la iluminación diseñada por Juan Gómez Cornejo, y el maquillaje y la caracterización realizados por Pedro Rodríguez (también galardonado con el Goya por su trabajo para Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia) y Javier Hernández, «ya que todos los personajes de Los caprichos llevan máscaras de látex, material con el que se han tratado los trajes para que parezca piel que se está rompiendo. También hay dos ángeles, uno negro y otro blanco, cuyas alas están realizadas añadiendo parches de látex en esa línea». Para el coreógrafo de Café de Chinitas, «Negro-Goya es como el anverso del espectáculo La Escuela Bolera que presentamos hace dos temporadas y que ha girado hasta el año pasado. Es la misma época, pero desde una óptica muy distinta, ya que aquí todo está basado en los personajes. Es en esa etapa de la vida de Goya [finales del siglo XVIII y principios del XIX, momento que toma fuerza el baile clásico español] cuando surgen de su pincel estos seres tan deformes, tan diferentes a los que pintaba en sus reconocidos retratos». Por eso, y aunque el baile que aquí se ve tiene más que ver con la expresión contemporánea –partiendo, eso sí, de los modos de la danza española–, «he utilizado algunos guiños del estilo y pasos de escuela con tres parejas que llevan indumentaria tradicional de la época, pero todo sacado de su contexto para que siga la atemporalidad e intemporalidad que marcan la obra. La línea estilística de Negro-Goya es otro concepto de lenguaje y estética: no me he permitido tener limitaciones de estilo para contarlo porque es un ballet muy orgánico». © Cristina Marinero