PALABRAS DEL VICERRECTOR ACADÉMICO EN LA EXALTACIÓN DE LOS NUEVOS PROFESORES TITULARES DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA Aula Magna del campus de laureles. Medellín, Jueves 22 de mayo de 2014 a las 4 pm Jorge Iván Ramírez Aguirre Dignísimo Señor Rector General, muy respetados profesores y alumnos, queridas familias e invitados presentes. La pasada fiesta del maestro de hace unos días tuve el honor de celebrar la eucaristía con los que asistieron a la convocatoria institucional para hacer un reconocimiento a nuestros profesores y, con ellos, dar gracias a Dios por esta tarea y por la vida que nos ha dado para hacerla. La liturgia nos regaló una palabra que no pasó desapercibida a mis ojos y encontré unos valores y unos sentidos que quiero compartirles en el día de hoy; recordemos que también los textos de la sagrada escritura son escritos abiertos de autores que vivieron hace muchos siglos y que han llegado milagrosamente hasta nosotros para entender más la vida, la condición humana y nuestro quehacer en el mundo. La primera lectura fue tomada del libro de los Hechos (13, 13-25) y cuenta uno de los viajes de Pablo de Tarso hasta llegar a Antioquía de Pisidia, cuando entró en la sinagoga y le dieron la oportunidad de exhortar a sus hermanos. Encontré en esta especie de credo paulino que menciona los hitos más importantes de la historia hebrea cuatro valores que requiere nuestra educación, fortaleciendo la idea de que la historia de la revelación divina tiene una fuerza pedagógica con un gran impacto cultural, pues Dios actúa como maestro y guía del ser humano. De esta manera, cuatro cosas son valiosas en nuestra tarea de maestros: primero, la enseñanza y la vivencia de la libertad; segundo, el señalamiento de la ley y el gobierno de sí; tercero, la motivación ejemplar para que sean líderes, y, cuarto, el aprender y enseñar a ser un hombre cabal. Primero, aprender y enseñar a ser libres. Pablo dijo en su intervención hablando de la obra de Dios en Israel: “Él multiplicó el pueblo cuando éramos forasteros en Egipto”. El pueblo hebreo se liberó después de muchos años de esclavitud y lo ha recordado hasta hoy enseñándolo a todas las generaciones; “los sacó con brazo poderoso”. La primera condición de la educación es la libertad; el ideal que no se ha cumplido en la historia en su totalidad es educar para la libertad siendo libres; no sabría decir si todos los que estamos aquí nos sentimos auténticamente libres y si hayamos recibido una educación para la libertad, pero debemos estar convencidos de que la educación en la libertad genera hombres libres, sublevados en el momento en que aparezca cualquier forma de esclavitud y sumisión. El pueblo hebreo vio que su libertad era el cumplimiento de la promesa de Dios, la libertad era la bendición. Y, en verdad, como maestros debemos hacer vivir la dulzura de ser bendecidos con la libertad, es una bendición que nos debe alcanzar para superar toda forma de prisión que ataca especialmente a niños y jóvenes, y que debemos estudiar y señalar para que no se ocurran: la sumisión y esclavitud sexual, el trabajo indigno, las adicciones, la captura de la internet cuando se exacerba su uso sin control, la trata de personas y las ideologías políticas que amenazan la integridad de la persona. Tal vez educar para ser libres nos propicie generaciones nuevas bendecidas por la libertad. Segundo, señalar la ley y enseñar la norma. Continuó Pablo diciendo: “Luego le dio jueces hasta Samuel”. Los jueces dieron a Israel el establecimiento de la justicia por el camino del cumplimiento de la ley, gobernaron desde la norma y la justicia para todos. De la misma manera, todos lo sabemos, la educación temprana debe señalar la ley para que la persona crezca con los valores que manan de ella y en su naturaleza. La ausencia desde los primero años de ese señalamiento conduce en muchísimas personas a una vida sin referencia de sí mismo, sin autogobierno; el gobierno de sí lo proclamaron los antiguos como un fundamento de la cultura, pues una sociedad sin ley y sin quien la enseñe no tiene futuro ni probabilidades de consolidación humana y social. Somos maestros para la enseñanza de la ley y de las normas que rigen el mundo y la vida con la privación del imponer que significa el cumplimiento de ella, pues no es tu propia ley la que vale sino la del conjunto para asegurar la supervivencia; es eso lo que le debes señalar a tus alumnos, desde la vida y desde la palabra, para que no se conviertan en hombres y mujeres que desdeñan los sistemas de justicia, se burlan de los jueces o que sólo proclaman al viento el cumplimiento de la ley cuando ellos son los beneficiados y aunque ese favorecimiento venga de la acción de un juez inicuo. No lo olvidemos, queridos profesores, para que hagamos parte de esa pléyade de estrellas de la que habla la sagrada escritura: “los que enseñen la justicia brillarán como estrellas en el cielo”. Tercero: la motivación ejemplar para que sean líderes. Dijo Pablo: “Y luego pidieron un rey”. La historia de la monarquía en los pueblos antiguos se relaciona con el anhelo por tener unidad nacional y liderazgo regional. Una nación regulada y justa exige y da a luz líderes que la gobiernan y la protegen. Nuestra tarea de maestros también debe permitir la aparición de nuevos líderes, pues educamos para el liderazgo de sí y de los otros; la capacidad humana para emprender y explorar se multiplica y crece en los contextos de enseñanza y aprendizaje, en donde los alumnos reconocen el liderazgo de su profesor. Un maestro deja que sus discípulos crezcan y conserva su rol de líder en el conocimiento. El liderazgo en el país debe ser tan amplio y tan definido que permita identificar al ser humano integral que está detrás del experto, el candidato a un cargo político, el científico o el gerente de una compañía. Como el pueblo hebreo, clamamos por líderes, y por maestros líderes, que se parezcan a nuestra forma de vivir y nos conduzcan con autoridad desde sus acciones ejemplares. Cuarto, aprender y enseñar a ser un hombre cabal. Al final del relato de los hechos de los apóstoles Pablo dijo: “Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un salvador para Israel: Jesús”. Una de las características de este salvador era, si nos atenemos a los textos, la coincidencia de sus acciones con lo que creía y en lo que fue formado; y, por supuesto, la correspondencia con su dimensión humana y la capacidad para humanizarse y humanizar a los demás. Jesús puede ser uno de los hombres que logró mostrarnos la dimensión divina del ser humano, pues era Dios; y nos hizo mirar hacia ese estilo de vida que hace ejemplar la preocupación por el otro; él es el hombre cabal que se puede imitar. El maestro enseña desde su vida y no sólo desde su conocimiento; ser ejemplar no es para hacerse socialmente visible pues eso corresponde tan sólo a la sociedad del espectáculo; ser ejemplar es integrar el ser, el conocer y el hacer, poniendo en los trayectos entre estas tres dimensiones el oficio de la vida, porque ser más por el conocimiento requiere mucho oficio y coincidir en lo que somos con lo que hacemos requiere de maestría. Nuestra maestría, amados maestros, está en mostrar y enseñar a nuestros hijos y alumnos, vías adecuadas, trayectos propicios para que hagan de su vida el oficio del ser y de conocer, y encuentren que el haciendo es mejor y más cuando coincide con lo que somos y conocemos responsablemente. Por último, para cerrar estas reflexiones en esta exaltación que nos llena de orgullo, el evangelio de Juan de aquél mismo día narra el momento en el que Jesús acababa de lavar los pies a sus discípulos, un signo equivalente a lo que debemos hacer unos con otros en clave de servicio y que él puso como la acción más sobresaliente que debe tener un maestro; yo les agrego que lavar los pies de los otros también nos señala que nos debemos purificar unos con otros. Así, al obtener estos logros podríamos asimilar mejor que el servicio “purifica” nuestra vida, es decir, la hace más perfecta. Muchas gracias y felicitaciones.