NUEVA EVANGELIZACIÓN Y ESPACIO SAGRADO Javier Leoz

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NUEVA EVANGELIZACIÓN Y ESPACIO SAGRADO
Javier Leoz
Delegado de Religiosidad Popular (Pamplona-Navarra)
1.El ruido nos aturde. Logra contaminar ese ámbito de paz y de serenidad que las personas
necesitamos para comunicarnos o lograr un cierto equilibrio. La contaminación acústica es
una realidad en nuestros templos. Se ha filtrado de tal manera que es difícil alcanzar el silencio
como cauce para la oración. Un cartel indicando que no estamos en la calle o alertando al
silencio, es un primer paso para convertir una iglesia en un lugar apartado, tranquilo y alejado del
estrés o de las voces.
2.El silencio nos facilita el encuentro personal con Dios. Aunque el silencio no sea garantía
de oración (puede darse un silencio vacío) Santa Teresa de Jesús decía de él que “El fruto del
silencio es la oración”. Por ello mismo, el templo, debe de garantizar a toda persona ese derecho:
sin silencio resulta imposible centrarse o romper con esas barreras que nos impiden entrar en
comunión con Dios. ¿Es necesario música de fondo antes de las eucaristías? ¿Por qué no unos
momentos de reflexión después de cada homilía? ¿No sería conveniente insistir en la necesidad
de silencio en la consagración (sin órgano u otros instrumentos) o después de recibir la
comunión?
3.El decoro personal en una iglesia. “Ni lo de antes, ni lo de ahora”. La piedad y el respeto
hacia los Sagrados Misterios y el lugar nos exigen cuidar también unos mínimos. ¿Os imagináis
paseando, en pleno verano, a un sacerdote con sotana a orillas del mar en medio de miles de
turistas? ¿Qué llamaría más atención, el mar o el sacerdote por lo anacrónico de dicha situación?
No podemos acudir a una celebración cristiana vestidos de cualquier forma. Sobre todo cuando
podemos ser el centro de atención y causa de distracción de lo sagrado. No podemos acercarnos
a la playa como si fuéramos a la iglesia pero tampoco a una iglesia como si estuviésemos en una
playa.
4.Educar en el silencio nos exige un camino que conduzca al silencio interior. Una iglesia,
ante todo, debe ser un camino que conduzca a la reflexión interior. La Nueva Evangelización nos
insta a posibilitar el que, los creyentes, se pongan cara a cara consigo mismos y, siendo oyentes
de la Palabra, luego frente a Dios. Sin silencio (externo e interno) no hay escucha y, por lo tanto,
no hay proceso de fe. Se pueden comprar muchas cosas (incluso el ruido) no así el silencio
¿Seremos capaces de enseñar a los fieles ese lugar al que se accede sólo por el silencio?
5.”Y vio Dios que la luz era buena; y Dios la separó de las tinieblas” (Gén 1, 1-4). Un templo
refleja la gloria de Dios en la tierra; un espacio en el que, la belleza, nos hace gustar, anhelar y
soñar con la plenitud divina. Hay ciertos elementos que, a primera vista, nunca debieran de
sernos indiferentes (con especial iluminación): la cruz, el sagrario, la imagen de la Virgen e
incluso las bóvedas. Las luces no solamente han de ser orientadas a la comunidad (para leer o
divisarse) han de estar orientadas a resaltar los principales elementos pedagógicos que están
colocados en un templo cristiano.
6.En la liturgia, el agua bendita, es un símbolo exterior de la pureza interna. En las entradas
de las iglesias, como invitación a persignarse, nunca debiera de faltar. La costumbre de
santiguarse con el agua bendita es recordatorio del bautismo, nos evoca la presencia de Cristo,
agua viva, y es invocación a Dios pidiendo su bendición. Al realizar este gesto nos situamos ante
una nueva realidad: es Dios quien nos aguarda y nuestra actitud ha de ser de silencio, respeto y
admiración.
7.Actualmente hemos relajado en muchas iglesias un sentido de dependencia de la
presencia de Dios. La adoración constituye uno de los mayores temas de la Palabra de Dios.
¿En qué situación nos encontramos? ¿Faltan adoradores porque no hay gestos o no hay gestos
porque no hay adoradores? Recuperar, allá donde se ha perdido, el ponerse de rodillas (en una
visita al Santísimo, antes de comenzar la Eucaristía, en el momento de la Consagración, después
de recibir la Comunión o después de finalizar la Misa) refleja el termómetro espiritual del Pueblo
de Dios. No podemos obligar a que, nuestros fieles se pongan de rodillas, pero tampoco es bueno
imponer (suprimiendo los reclinatorios o cualquier referencia a esta actitud) lo contrario. Una
imagen vale más que mil palabras. Un cristiano, arrodillado, refleja que se está deleitando con el
cielo, con la presencia del Misterio.
8. La veneración a las imágenes y reliquias se dirige a Cristo y a los santos que ellas
representan. ¿Cómo vamos a venerar cuando, en algunos de nuestros templos, las hemos
alejado de los fieles convirtiéndolas exclusivamente en objetos de contemplación? Un crucificado
(o cualquier otra imagen) llama mucho más al silencio, a la piedad, a la conversión y a la reflexión
cuando existe la posibilidad de poder rezar frente a él e incluso tocar, adorar o venerar. Una
oración que, en posturas, exija incomodidades (alzar la cabeza para rezar, no tener opción para la
adoración o veneración, etc) hará replantearnos la altura que en muchas ocasiones instalamos
las imágenes con una simple excusa: para que no se estropee. ¿Vale más lo material que lo
espiritual? ¿No existe vía intermedia ni otra opción?
9.El espacio sagrado (sea catedral, parroquia, oratorio, etc) ha de ser alimento que
contribuya al alimento y revitalización de la experiencia espiritual. Recuperar la sacralidad
de los templos es un paso decisivo para comunicar y vivir la dimensión de la fe y el encuentro
personal con Dios.
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