“Dei Verbum”

Anuncio
11. La Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación “Dei Verbum” Alberto de Mingo Kaminouchi <[email protected]> Hasta ahora hemos visto una breve historia de la preparación y celebración del Vaticano II. Ahora comienza la presentación y análisis de los textos conciliares con uno de los documentos fundamentales: la “Constitución dogmática sobre la Divina Revelación”. Después vendrá la última parte: el Postconcilio. La prehistoria: el esquema De Fontibus Revelationis Muchos estudiosos del Vaticano II señalan el 20 de noviembre de 1962 como un punto de inflexión en el desarrollo del Concilio. Entre el 14 y el 19 de noviembre, había tenido lugar un debate sobre un texto titulado De Fontibus Revelationis “Sobre las fuentes de la Revelación”. La votación, celebrada el 20 de noviembre, dio estos resultados: 1368 favorables a abandonar completamente el texto, 822 defensores de continuar el debate. Faltaban 105 votos para que, según el reglamento, se alcanzara los dos tercios necesarios para que el esquema pasara a mejor vida. Juan XXIII, con gran sentido común, después de haber rezado toda la noche, según confidencia a su Secretario de Estado, comunicó su decisión el día siguiente. El texto se debía relaborar por una Comisión mixta, integrada por miembros de la Comisión Teológica y del Secretariado para la Unidad. ¿Qué es lo que estaba en juego? La Iglesia católica siempre ha defendido que la revelación de Dios puede encontrarse no solo en la Escritura – como afirmaba Lutero – sino también en la Tradición. El documento De Fontibus, siguiendo una teología que solía enseñarse en los centros académicos romanos, quería establecer de una vez por todas que ciertas verdades de fe se encontraban en la Escritura y otras en la Tradición. Esto permitiría dar un sólido fundamento a ciertas afirmaciones dogmáticas – como la Inmaculada Concepción o la Asunción de María – que no se encuentran en la Biblia. La intención de los que proponían el esquema era reforzar la coherencia del edificio doctrinal de la Iglesia Católica. Pero el esquema tuvo sus detractores. Los argumentos en contra pueden resumirse en cuatro puntos: 1. De Fontibus defiende una independencia de las dos fuentes que parece negar la relación y reciprocidad que existe entre ellos. 2. El esquema hablaba en tono casi fundamentalista de la inerrancia de la Escritura, obviando todo lo que los estudios históricos de la Biblia estaban aportando a una mejor comprensión de la misma. 3. El lenguaje de De Fontibus estaba muy lejos del tono pastoral que buscaba el concilio, era dogmático, frío e impositivo, al más puro estilo del Santo Oficio, que lo había redactado. 4. Carecía de toda sensibilidad ecuménica. La comisión redactora del documento había rechazado la colaboración ofrecida por el Secretariado para la Unidad de las Iglesias Se formó una Comisión mixta encabezada por los presidentes respectivos del Santo Oficio y del Secretariado para la Unidad de las Iglesias, los Cardenales Bea y Ottaviani aún no saben que serán considerados como las cabezas de la “mayoría” y la “minoría” que estaba cuajando en el Concilio. Se redactó un texto casi completamente nuevo que empezó a discutirse en el aula conciliar en la tercera sesión. Fue aprobado solemnemente en la última sesión, el 18 de noviembre de 1965, con 2305 votos a favor y solo 6 en contra. ¿Qué es la Revelación? El primer capítulo de la Dei Verbum está dedicado a repensar qué entendemos por Revelación. La rama de la Teología que estudia qué es la revelación se llama Teología Fundamental, y es que no existe en la Teología cristiana un concepto más fundamental que este. Mientras que las disciplinas teológicas se ocupan de los contenidos de la fe, la Teología Fundamental se detiene en reflexionar qué es eso de “creer”. Martin Rees, Astrónomo Real de su Majestad Británica, gran astrofísico y agnóstico, dice que está abierto a creer en la posibilidad de una inteligencia superior que haya diseñado el universo, pero le parece increíble que si existe tal inteligencia, nosotros, la especie humana, estemos en condiciones de comprender sus designios. Efectivamente, si hay un Dios, y está a nuestro alcance conocerlo, será porque Dios haya decidido darse a conocer. A esto llamamos revelación. La “revelación” está indisolublemente unida a otro concepto fundamental, la “fe”. La fe es la respuesta humana a la revelación. Dios se revela, nosotros creemos. Fe y Revelación son como dos caras de la misma moneda. El teólogo Avery Dulles es autor de un intereante libro, Models of Revelation, que estudia cinco maneras distintas en las que puede entenderse la revelación. Simplificando un poco, podemos hablar aquí de dos modelos, el que subyace en el esquema De Fontibus y el adoptado por la Dei Verbum. El modo de comprender la Revelación prevalente en la Teología católica desde el Concilio de Trento es el modelo proposicional, que Dulles llama “Revelación como Doctrina”: La Revelación se entiende como un conjunto de verdades. A este modelo de revelación, le corresponde un modo de entender la fe. Si Dios reveló verdades, a nosotros nos corresponde aceptarlas y creerlas. La fe consiste en afirmar ciertas proposiciones. Dada la prevalencia de este modelo de revelación durante los últimos 400 años, no es extraño que muchos católicos aún hoy, 50 años después del Concilio, sigan entendiendo que la fe consiste en creer ciertas afirmaciones. El Vaticano II no niega que la revelación/fe tenga un aspecto racional, pero da preferencia a otro modelo. En sus palabras de la Dei Verbum Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. (DV 2) Dios no se limitó a revelar algunas verdades. Se reveló a Sí mismo. La fe no es en su núcleo la creencia en ciertas verdades, es una relación de confianza con Dios: un acceso al Padre por medio de Cristo, en el Espíritu Santo. Tener fe consiste en cultivar una relación de amistad con Dios y vivir en su compañía. 2 Este modo de comprender la revelación no es nuevo, todo lo contrario, es un modelo que encontramos en la Biblia y en los Padres de la Iglesia. Como siempre, el Vaticano II no inventa nada nuevo, saca su creatividad de un retorno a las fuentes. Escritura y Tradición Este modelo de la revelación/fe de la Dei Verbum desactiva algunas de los dilemas planteados por el esquema De Fontibus, al quitar el acento de lo doctrinal, pero no escamotea afrontar la cuestión de la relación entre Escritura y Tradición. El Capítulo II de la Dei Verbum se titula “La transmisión de la Divina Revelación”. Los dos elementos clave de esta transmisión son la Escritura y la Tradición. La Tradición es lo que enseñaron los Apóstoles, no solo de palabra, sino con su vida: Encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree (DV 8). La Tradición es la vida de la Iglesia que se transmite de generación en generación. De esta vida, animada por el Espíritu Santo, surgieron los documentos del Nuevo Testamento y fueron luego reconocidos como canónicos. La Sagrada Escritura sostiene la Tradición, pero es la Tradición la que la conserva e interpreta. No se puede disociar Tradición y Escritura Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. (DV 9) La Sagrada Escritura Los cuatro últimos capítulos de la Dei Verbum (de los seis de que consta) están consagradas a la Sagrada Escritura, verdadera protagonista de este documento. El Capítulo Tercero, dedicado a la “inspiración de la Sagrada Escritura y su interpretación” empieza afirmando que los libros bíblicos tienen a Dios como autor “Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando Él en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería” (DV 11). Esta afirmación es una puerta abierta a los estudios históricos y culturales de los libros bíblicos. Para más claridad añade: Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a "los géneros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres (DV 12). Los capítulos cuarto y quinto de la Dei Verbum, presentan, respectivamente y de forma breve, qué es el Antiguo y el Nuevo Testamento para la Iglesia. Finalmente, el sexto y último capítulo, titulado 3 “La Sagrada Escritura en la Vida de la Iglesia” se enuncian algunas conclusiones para la práctica cristiana. La primera de ellas es la de colocar lectura de la Biblia en un lugar central en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos y momentos de oración común. La predicación debe basarse en ella: Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual (DV 21). Se recomienda también que se hagan traducciones bien cuidadas de la Biblia (DV 22). Esto puede parecer una obviedad, pero hay que recordar que el Concilio de Trento puso enormes trabas para que tradujese la Biblia a las lenguas habladas por el pueblo. Se pide a los teólogos que fundamenten su labor en la Sagrada Escritura: “el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología” (DV 24) y se recomienda a todos los católicos la lectura asidua de la Biblia: El Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo", con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo". (DV 25) La Recepción de la Dei Verbum Aunque hoy nos parezca casi increíble, hace cincuenta años, leer la Biblia era algo propio de los protestantes, no de los católicos. El cambio radical que hemos vivido en esta materia en el último medio siglo es resultado de la buena recepción que la Dei Verbum ha tenido en el Pueblo de Dios. Cierto que hay mucho camino que recorrer, pero el Concilio ha puesto en manos de los fieles católicos una herramienta que hará más por la transformación de la Iglesia que cualquier norma o institución. Una imaginación religiosa alimentada por la Escritura nos sumerge en la Historia de la Salvación, de la que somos protagonistas como Pueblo de Dios. 4 
Descargar