Letras mayúsculas y minúsculas El alfabeto latino

Anuncio
Letras mayúsculas y minúsculas
El alfabeto latino propiamente dicho estaba formado por las veintiuna letras
siguientes, de las que se ofrece solo la forma mayúscula, única existente en la escritura
del latín clásico:
A, B, C, D, E, F, G, H, I, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T, V, X
Los romanos solo contaban inicialmente con diversos tipos de letras capitales o
mayúsculas: las capitales elegantes o cuadradas (adaptación para la escritura a mano de
las capitales usadas en las inscripciones monumentales), reservadas para obras
especialmente lujosas; las capitales clásicas (llamadas también rústicas, por oposición a
las anteriores), de forma más redondeada y, por tanto, más fáciles de trazar, que eran las
que solían utilizarse en la escritura de libros; y las capitales cursivas (denominación que
procede del verbo currĕre ‘correr’), de ejecución rápida, usadas para los escritos sobre
asuntos comunes de la vida diaria (inventarios, contratos, anuncios, cartas o documentos
privados, edictos, etc.). Las letras de los dos primeros modelos tienen una altura regular,
ya que se trazan entre dos líneas básicas de referencia.
Hasta mediados del siglo II d. C. no hizo su aparición la llamada minúscula cursiva,
considerada por algunos autores como una evolución natural de la mayúscula cursiva,
ya plenamente asentada en el siglo IV d. C. En ella, las líneas de referencia dejan de ser
dos y pasan a ser cuatro, ya que las letras presentan trazos tanto ascendentes como
descendentes. Estos trazos favorecen la ligazón de las letras, lo que conlleva menor
esfuerzo y, por tanto, mayor rapidez y comodidad en la escritura, pues no hay que
realizar una pausa tras la ejecución de cada grafema. Este tipo de escritura conserva la
forma mayúscula clásica de buena parte de las letras y para otras (a, b, d, h, p...)
introduce formas tomadas de la capital cursiva, que anticipan nuestras minúsculas. Algo
más tarde, pero coexistiendo con la anterior, apareció la letra uncial (del lat. uncialis
‘del tamaño de una pulgada’), de uso ya asentado en el siglo IV d. C. y prolongado hasta
el siglo VIII d. C. Es una letra fundamentalmente mayúscula, de carácter librario,
suntuario y litúrgico. Sus formas son ya claramente redondeadas, pero apenas hay trazos
que se prolonguen por encima o por debajo de la línea de escritura, ya que aún
conservan la referencia bilineal propia de las capitales clásicas.
A partir de finales del siglo V d. C. se utiliza ya la letra semiuncial, tipo mixto cuya
forma se asemeja cada vez más a la minúscula cursiva, aunque conserva para algunas de
sus letras trazos propios de la uncial. Se consolida definitivamente el uso de cuatro
líneas de referencia en la escritura, con claros trazos ascendentes o descendentes en
varias de sus letras.
Aunque buena parte de estas clases de letra conviven en el tiempo, en cada
documento solía aparecer un único tipo, cuya elección dependía de múltiples factores:
su función pública o privada, el tipo de lenguaje empleado, su destinatario, etc.
En torno al siglo VII d. C. se desarrollaron las que han sido llamadas escrituras
nacionales. En los monasterios, centros de copia y difusión de la cultura, los clérigos
tomaron como base la nueva minúscula cursiva romana, dotándola de nuevas formas en
cada área de la fragmentada Romania, con la subsiguiente proliferación de tipos:
insular, gótica, visigótica, merovingia, etc.
Hay que esperar a los siglos VIII y IX d. C., época del renacimiento carolingio, para
ver aparecer una letra, la minúscula carolina, cuya adopción generalizada, aunque tardó
aún varios siglos en consolidarse, propició la tan necesaria unificación de tipos y
favoreció la producción de copias y el intercambio cultural. Se trata de una clase de letra
suelta muy uniforme, redondeada y armónica, que se mantuvo bastante estable hasta la
aparición de la imprenta, hecho que favoreció su posterior adopción como modelo
tipográfico.
Aunque también es un rasgo característico de algunos textos escritos en letra uncial y
visigótica, fue con la carolina cuando comenzaron a utilizarse de modo sistemático
letras de mayor tamaño y realce para destacar tanto los nombres como la primera
palabra de la oración, en contraste con las utilizadas en el resto del texto.
Esta práctica no quedó plenamente asentada hasta el siglo XV, en el que los
impresores humanistas italianos, en reacción contra el modelo anguloso de la letra
gótica que predominó durante el siglo XIII, crearon un tipo de letra que retomaba la
minúscula carolina, utilizando para los destacados las letras capitales de las
inscripciones romanas.
Fue, por tanto, el triunfo de la minúscula carolina, así como la combinación de dos
juegos de letras diferentes en origen, lo que dio como fruto el modelo tipográfico más
difundido en la actualidad, en el que la forma de las letras mayúsculas es herencia de las
capitales monumentales romanas.
Fuente: Ortografía de la lengua española. (RAE y ASALE, Espasa, 2010).
Descargar