el fariseo y el publicano

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Conferencia General Abril 1984
EL FARISEO Y EL PUBLICANO
Élder Howard W. Hunter
Del Quórum de los Doce Apóstoles
"La gran parábola del Maestro está dirigida a los "que son arrogantes carecen
de las virtudes y de la humildad, pensando que su santurronería les da el derecho a
la exaltación."
Me gustaría referirme a una de las parábolas del Salvador que se encuentra en el
Evangelio de Lucas y que comienza con este versículo:
"Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano."
Estas palabras dan principio a una de las muchas historias relatadas por el
Maestro de maestros durante los tres años de su ministerio terrenal. En la literatura
universal no existe nada que se compare a las parábolas de Cristo. En aquella época,
sus enseñanzas tuvieron para sus escuchas el mismo significado que tienen para los
que las leen en la actualidad. Aunque su simplicidad permite que aun los niños
entiendan las palabras, su profundo significado atrae la atención de sabios y filósofos.
Las comparaciones que El empleó las tomó de ejemplos del diario vivir, incidentes
comunes que estaban al nivel de comprensión de toda persona: el sembrador, la
oveja perdida, la levadura, la higuera, el Buen Samaritano, el hijo pródigo.
Cada una de las parábolas que el Salvador contó parece enseñar un principio o
dar una amonestación sobre las condiciones necesarias para lograr la exaltación;
entre éstas están la fe, el arrepentimiento, el bautismo, el desarrollo de talentos, el
perdón, la perseverancia en hacer el bien, la fidelidad v la prudencia en el ejercicio de
nuestras mayordomías, la caridad, la misericordia y la obediencia. Aunque en
ocasiones dirigió estas parábolas a diferentes personas, en la mayoría de los casos el
Señor las relató para aumentar el conocimiento de aquellos que ya estaban a cierto
nivel espiritual, especialmente sus discípulos.
La parábola de la cual leí el primer versículo no era solamente para beneficio de
los discípulos. A pesar de que el tema al que se refiere es sobre un fariseo y un
publicano, tampoco se dirigía expresamente a éstos, sino también a todos aquellos
que son arrogantes y carecen de las virtudes de la humildad, pensando que su
santurronería les da el derecho a la exaltación. En esa parábola el Salvador pronunció
pocas palabras, y sin embargo la lección que nos enseña es muy clara. Esta es la
versión completa, tal como fue registrada por Lucas:
"Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
"El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy
gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun
como este publicano;
"Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
"Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que
se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Conferencia General Abril 1984
"Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido."
(Lucas 18:10-14.)
Aparentemente, la escena se desarrolla en el templo de Jerusalén, a donde dos
hombres habían ido a orar a la hora del día en que se permitían las oraciones
privadas. Es interesante notar que el Maestro seleccionó como protagonistas de esta
historia a un fariseo y un publicano, quienes representan los dos extremos religiosos
de la sociedad judía.
Los fariseos eran la secta más grande y de mayor influencia entre las tres de que
se componía el judaísmo. El movimiento farisaico en el estado judío se originó entre
los abogados laicos del período griego y se convirtió en el principal partido político y
grupo religioso. La característica dominante de los fariseos era su rigurosidad y su
total falta de transigencia. Se les conocía por su estricta exactitud en la interpretación
de la ley y su escrupuloso apego a obedecer los más mínimos detalles de ésta. Esa
actitud les ganó la fama de ser la más austera de todas las sectas judías para observar
sus tradiciones. Ellos rechazaban a los que no eran fariseos calificándolos de impuros,
manteniéndose así separados de aquellos a quienes consideraban parte de la gente
común.
Pablo era fariseo, hijo de un fariseo y educado por Gamaliel, otro fariseo; en tres
ocasiones, él mismo declaró ser miembro de esa secta religiosa. La primera fue
durante su juicio, luego en su defensa ante el rey Agripa, y por último, en su epístola
a los filipenses. La educación de fariseo que había recibido había hecho de él un
extremista en su devoción a la ley judía, lo cual explica por qué perseguía a los
cristianos con tan encarnizado celo antes de su experiencia en el camino a Damasco.
Los publicanos, por su parte, eran recolectores de impuestos a quienes se miraba
con desprecio. Las contribuciones corrientes, como el impuesto a la propiedad, las
recolectaban los oficiales romanos; pero el pago de derechos para transportar
mercancías generalmente lo escogían los judíos por un contrato que hacían con los
romanos. Los recolectores, o publicanos como se les llamaba, sacaban una comisión
de esas transacciones, y sus coterráneos no sentían por ellos mayor respeto del que
pudieran sentir por un ladrón o un asaltante. El trabajo se prestaba al soborno y la
extorsión, y los publicanos tenían fama de dejar que muchas veces se les pegara en
los dedos parte del dinero del tributo.
Los judíos padecían mucho bajo la ocupación y dominación de los romanos, y
consideraban el pago del tributo como una carga que el César les imponía; por lo
tanto, a aquellos de sus compatriotas que cobraban ese dinero los tenían por
traidores y despreciables por haber vendido sus servicios al conquistador extranjero.
Y consideraban a los publicanos y sus familiares con tal desdén que no se les permitía
tener cargos públicos ni servir como testigos en un tribunal judío. Recordemos que
Mateo era publicano, o sea, recolector de impuestos, hasta que el Señor lo llamó
para ser su discípulo; y por supuesto, los otros judíos lo despreciaban al igual que a
todos los que tuvieran esa ocupación.
Conferencia General Abril 1984
Este repaso de los antecedentes de aquellos dos hombres que provenían de
extremos tan dispares de la sociedad judaica nos ayuda a entender la parábola del
Señor sobre el fariseo y el cobrador de impuestos, y el motivo por el cual, de acuerdo
con el relato, oraron en el templo en la forma en que lo hicieron.
Después de entrar en el recinto, el fariseo se fue a un lugar apartado de donde se
encontraba el publicano y le agradeció a Dios el hecho de no ser '`como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros", que no vivían de acuerdo con los
mandamientos de la ley; y agregó: "ni aun como este publicano" (Lucas 18:11). A
pesar de que con sus palabras agradecía a Dios, sus pensamientos egoístas se
concentraban en su propia supuesta rectitud. Y tratando de justificarse más, continuó
diciendo: "Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano" (Lucas 18:
12). Su oración no era de gratitud sino de jactancia y vanagloria. El espíritu fatuo y
orgulloso de aquel fariseo es similar al del rabino Simeón ben Jochai que se menciona
en el Talmud y que dijo lo siguiente:
"Si en el mundo hubiera solamente treinta personas justas, yo y mi hijo seríamos
dos de ellas; pero si sólo hubiera veinte, yo y mi hijo seríamos parte de esas veinte; y
si no hubiera más que diez, yo y mi hijo estaríamos entre esos diez; y si únicamente
hubiera cinco, yo y mi hijo seríamos de esos cinco; y si sólo hubiera dos, yo y mi hijo
seríamos esos dos; y si solamente quedara uno, yo sería ese uno."
El cobrador de impuestos, a su vez, alejado del fariseo y sintiendo sobre sí el peso
de sus iniquidades, sumamente consciente de sus pecados y de que no era digno de
presentarse ante Dios, baja la mirada y la fija en el suelo, pues "no quería ni aun alzar
los ojos al cielo" mientras oraba, y con profunda aflicción se golpeaba el pecho
suplicando: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18:13).
¿Podría haber mayor contraste del que hay entre las oraciones de ambos
hombres? El fariseo se mantuvo aparte porque se creía superior a los otros hombres,
a quienes consideraba comunes. El publicano se mantuvo aparte también, pero
porque pensaba que era indigno de estar entre los demás. El fariseo sólo pensó en sí
mismo y acusaba de pecadores a las otras personas, mientras que el publicano veía a
los demás como justos al compararlos consigo mismo, un pecador. El publicano apeló
a la misericordia de Dios para el perdón de sus pecados.
Al continuar la historia, Jesús dijo: "Os digo que éste", refiriéndose al publicano,
el desdeñado recolector de impuestos, "descendió a su casa justificado antes que el
otro" (Lucas 18:14). En otras palabras, el Señor dijo que el hombre había sido
absuelto, perdonado o exculpado. Esa declaración da significado a estas palabras
pronunciadas por el Salvador en otra ocasión:
"Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos."
El Maestro concluyó entonces la parábola de los dos hombres con las siguientes
palabras:
Conferencia General Abril 1984
"Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será
enaltecido."
Estas son exactamente las mismas que pronunció en la casa de uno de los
gobernantes fariseos.
La humildad es uno de los atributos divinos que poseen los verdaderos santos. Es
muy fácil comprender por qué fracasa una persona arrogante: Es que se contenta con
confiar en sí misma y nada más. Esto es evidente en aquellos que buscan una
posición social o que hacen a un lado a los demás por encumbrarse ellos mismos en
los negocios, el gobierno, la educación, los deportes y otras empresas. Debemos
tener interés en el éxito de los demás. El orgulloso se aísla de Dios, y cuando lo hace,
ya deja de vivir en la luz.
Desde el principio de los tiempos ha habido aquellos que eran orgullosos y otros
que han seguido la divina admonición de ser humildes. La historia indica que los que
han querido enaltecerse han sido humillados, y que los humildes han sido
enaltecidos. En toda ruta transitada hay fariseos y publicanos; quizás uno de ellos
lleve nuestro nombre.
Que el Señor nos bendiga al esforzarnos por comprender y seguir sus enseñanzas,
es mi oración en su santo nombre. Amén.
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