BREVE APROXIMACIÓN GENERAL AL CONTEXTO HISTÓRICO

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EL PILAR
Nº 11- Junio 2006
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BREVE APROXIMACIÓN GENERAL AL
CONTEXTO HISTÓRICO SUFRIDO Y OBVIADO
POR EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE.Alumnos de 4º ESO B.
Coordinador: José Mª González Arenas. Profesor de Historia
La vida y obra de Miguel de Cervantes (1547-1616) coincide con los reinados de
Carlos I, Felipe II y Felipe III, soberanos de la dinastía de los Habsburgo. En este tiempo,
España, o mejor Castilla, se convirtió en la primera potencia mundial gracias a la unión de
Estados que reunió esta familia en Europa, así como al control del mundo americano
recientemente descubierto.
La estructura territorial de esta España imperial deriva de la herencia de un fabuloso
imperio. De sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, Carlos I recibió, de un lado,
Castilla, Canarias, plazas africanas y los territorios en América; y de otro, la Corona de
Aragón, Cerdeña, Sicilia y Nápoles. La herencia de sus abuelos paternos era igualmente
formidable. A través de María de Borgoña obtuvo Los Países bajos, Luxemburgo y el
Franco Condado, y de Maximiliano de Austria, los Estados de los Habsburgo en Austria y
los derechos del trono imperial en Alemania. Desde muy pronto el núcleo de este Imperio
fue Castilla, donde los monarcas obtuvieron los recursos necesarios (hombres y dinero)
para el esfuerzo que exigía el mantenimiento de tan vasto imperio.
FELIPE II
La Edad Moderna contempla una
Europa de Estados-naciones articulados en
torno a una autoridad cada vez mayor de los
monarcas. El rey español Carlos I al frente
del Imperio de los Habsburgo rompió el
equilibrio de poder entre los Estados
europeos a su favor y lideró durante el siglo
XVI una idea de Europa conocida como
“Universitas Christiana”. Esta planteaba una
Europa vertical de reinos cristianos con el
emperador Habsburgo en su vértice donde
la supremacía imperial y la unidad del
cristianismo se revelaban claves. Tal empeño
encontró tres frentes de oposición: Francia
le disputó el control del norte de Italia (el
Milanesado) porque se sentía cada vez más
cercada por el predominio habsburgo; los
príncipes
alemanes
convertidos
al
luteranismo, porque se oponían a la
supremacía de un emperador católico en el
Imperio alemán; por último, el Imperio
turco-otomano porque se hallaba en una doble fase expansiva que les llevó a las puertas de
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Viena y al Mediterráneo occidental. El emperador combatió a todos ellos y, pese a sus
éxitos militares, el fracaso marcó el balance final de su reinado: una paz provisional con
Francia, una paz religiosa con los príncipes alemanes y la división del Imperio en dos:
Austria, Bohemia-Hungría y el título imperial para su hermano Fernando, y el resto a su
hijo Felipe II.
Libre del Imperio alemán, Felipe II orientó la política exterior en función de los
intereses de los Estados peninsulares. Consolidó el control español de Italia frente a
Francia (Batalla de San Quintín, 1557), puso fin a la presencia turca en el Mediterráneo
occidental (Batalla de Lepanto, 1571), y accedió al trono de Portugal tras la muerte del rey
Sebastián en 1580. Sin embargo, no pudo evitar la práctica independencia de Holanda
respecto a las zonas católicas de Bélgica y Luxemburgo en Los Países Bajos, ni tampoco el
que fuera su fracaso más espectacular: el desastre de la Armada Invencible (1588)
organizada para invadir Inglaterra, destronar a su reina Isabel, restablecer el catolicismo en
el país e impedir el apoyo británico al independentismo holandés.
FELIPE III
Felipe III, o mejor su valido el
duque de Lerma, desarrolló una política
internacional basada en el pacifismo y en
el prestigio porque la crisis económica
impedía el desarrollo de iniciativas
militares demasiado caras. Se concluyeron
acuerdos de paz con Inglaterra, Países
Bajos, y enlaces matrimoniales con
Francia. Sin embargo, al final de su
reinado, el estallido de la Guerra de los
Treinta Años (1618-1648) condujo a la
desaparición del modelo organizativo
imperial de los Habsburgo en Europa que
sucumbió ante el empuje de los Estados
nacionales emergentes como Francia,
Inglaterra y Holanda.
La estructura política de esta
España imperial presentaba un carácter
multinacional, que se apoyaba en la
agrupación de Estados muy diferentes en cuanto a base nacional, instituciones, leyes y
mentalidades y un soberano común como único nexo de unión. No obstante, los
soberanos Habsburgo desarrollaron una infraestructura de poder – Consejos, Virreinatos,
la diplomacia y sobre todo un Ejército permanente - que les permitió compatibilizar la
estructura federalista de sus Estados con la práctica de un autoritarismo creciente. Ello no
impidió la aparición de conflictos y tensiones internas que acabaron en guerras muy duras.
Por lo que se refiere únicamente a los reinos peninsulares, Carlos I combatió al
inicio de su reinado el movimiento comunero de Castilla, o intento de las clases medias
urbanas (pequeña nobleza y burguesía) de imponer el nacionalismo castellano y sus
instituciones tradicionales (Cortes, municipios) frente al absolutismo real y los proyectos
imperiales del soberano. La derrota de los comuneros en Villalar (1521) fue posible gracias
al concurso de la gran nobleza castellana a la que el rey atrajo con cargos políticos. El
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triunfo del absolutismo en Castilla y la alianza entre los “grandes” y el monarca quedarían
definitivamente sellados.
Por las mismas fechas estalló en Valencia y Mallorca el movimiento de las
Germanías, sublevación de carácter social que enfrentó a la burguesía y clases populares
urbanas contra la aristocracia local. De nuevo, la alianza monarquía-nobleza logró reprimir
este movimiento.
Felipe II debió hacer frente a dos crisis: la de Antonio Pérez en 1591, y la
sublevación de los moriscos en las Alpujarras (1567-1571). En la primera, el rey persiguió al
que fuera su secretario por sus artimañas para implicarle en el asesinato de Juan Escobedo,
secretario de su hermanastro don Juan de Austria. Alegando injusta persecución, Antonio
Pérez se refugió en Aragón solicitando la protección foral del Justicia por su condición de
aragonés. Para evitarlo, el rey le acusó de reo de la Inquisición, pero el pueblo de Zaragoza
se amotinó facilitando su huída. Un ejército enviado por el rey entró en la ciudad y el
Justicia fue ejecutado (1591). Aprovechando este suceso, Felipe II reunió a las Cortes
aragonesas en Tarazona para introducir dos modificaciones en los fueros de Aragón: poder
para elegir al Justicia, y nombrar un virrey extranjero, no aragonés.
.
Obligados a la conversión durante el reinado de los Reyes Católicos, la mayoría de
los moriscos permaneció fiel a la religión musulmana. El enfrentamiento contra el imperio
turco acentuó la represión política y religiosa contra este grupo ante el temor de que
constituyesen una columna interior al servicio de los turcos. La consecuencia fue la
sublevación y el comienzo de una dura guerra en Granada que se prolongó durante cuatro
años (1567-1571). Una vez sometidos, los moriscos fueron dispersados por ambas Castillas
y Extremadura. Felipe II no se atrevió a expulsarlos, por cuanto eran una mano de obra
agrícola indispensable. Más tarde sí lo haría Felipe III (1609-1611), creando grandes
problemas demográficos y económicos en los reinos de Valencia y Aragón.
La batalla de Lepanto
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El predominio español durante el siglo XVI estuvo apoyado en el crecimiento
demográfico y la expansión económica. La población aumentó un 25% y alcanzó los ocho
millones, siendo Galicia, Castilla-León, Valencia y Granada las regiones más pobladas, y las
menos Aragón y Cataluña. Sin embargo, a partir de 1575, las guerras, epidemias y la
emigración a América, invirtieron esta tendencia y la población se redujo. La expulsión de
los moriscos a principios del XVII ya señalada – unos trescientos mil – agravaría aún más el
problema demográfico.
En general el siglo XVI presenta una fase de expansión económica caracterizada
por la revolución de los precios. El economista Hamilton vincula el aumento de los precios
con la llegada de los metales preciosos americanos y señala que el desfase precios altossalarios bajos dio un nuevo ímpetu al capitalismo. En España, el reinado de Carlos I
coincide con una fase A de crecimiento y prosperidad económica, mientras que durante el
reinado de Felipe II se manifiestan síntomas de cansancio, con crisis periódicas. El cambio
de coyuntura, de la expansión a la depresión, es decir la entrada en la fase B se produciría
en el siglo XVII.
La expansión de la agricultura se debió a la fuerte demanda del mercado americano,
pero este ciclo expansivo finalizó en la década 1550-1560 una vez que las colonias
americanas se autoabastecieron. Esta circunstancia provocó la devaluación de los productos
agrícolas y el desequilibrio entre rendimientos y gastos de producción, y como
consecuencia la desvalorización del suelo y la ruina de los agricultores que no pudieron
hacer frente a sus obligaciones de pago.
El aumento de la población y el mercado americano incrementaron la demanda de
la producción artesanal. Se desarrolló la industria textil pañera (Segovia, Toledo...),
metalúrgica (Vizcaya), y la naval (Andalucía, Vizcaya, Cataluña). Sin embargo, por lo general
la industria manufacturera española fue insuficiente y poco competitiva respecto a la
europea.
La actividad mercantil experimentó en este periodo un auge espectacular,
especialmente el comercio americano, regulado en régimen de monopolio desde la Casa de
Contratación en Sevilla. A las Indias se exportaba vino, aceite y manufacturas, sobre todo
extranjeras, y de Indias llegaban algunas especias, materias primas, y sobre todo metales
preciosos. La afluencia de oro y plata tuvo importantes consecuencias en la economía
española y europea: permitió una mayor circulación de mercancías, disparó al alza los
precios (“revolución de los precios”), y puso en manos de los Habsburgo recursos
financieros cuantiosos para costear su política imperial.
El mantenimiento de la política imperial exigía un continuo y extraordinario gasto.
La estructura federal de la Monarquía determinaba que la mayor parte de los Estados
únicamente sufragaran los gastos originados en su territorio, por lo que tal esfuerzo recayó
sobre Castilla y el oro y la plata americanos (quinto real).
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Los
ingresos de
la
Monarquía
procedían
de
impuestos
ordinarios
como
la
“alcabala”
(10% sobre
cualquier
compra
o
venta) y los
“servicios”
(impuestos
votados por
las Cortes
cada tres años). Los derechos de aduana, las Bulas de Cruzada obtenidas de la Iglesia, las
rentas procedentes de los maestrazgos de las Órdenes militares, completaban aquellos.
Carlos I y Felipe II recurrieron a otras fuentes de recaudación. Crearon nuevos
impuestos – el de los “millones” sobre artículos de primera necesidad, los de “subsidio” y
el “excusado” al clero – y emitieron deuda pública (los juros). Todo ello se completó con el
endeudamiento con los banqueros (alemanes, genoveses) a través de la práctica de los
“asientos”, o anticipo de capitales por parte de éstos a cambio de ser recompensados con
creces (50% de interés anual) con los metales preciosos procedentes de Indias.
El endeudamiento de los soberanos llevó al Estado a un callejón sin salida. Los
intereses y las continuas guerras exteriores consumieron los ingresos castellanos y el
constante flujo del oro y plata americanos. Tras el éxito militar de San Quintín ante Francia,
Felipe II declaró el estado de bancarrota, la primera de otras muchas que se sucederían
durante los reinados posteriores.
La sociedad española es estamental, basada en la existencia de estamentos o grupos
sociales cerrados a los cuales se pertenece por nacimiento. Nobleza y clero son los
estamentos privilegiados (no pagan impuestos) y aparecen claramente diferenciados del
pueblo llano integrado mayoritariamente por campesinos.
La nobleza no era un grupo homogéneo pues incluía a personas de muy diferentes
niveles económicos. La élite aristocrática del país, perceptora de grandes rentas procedentes
de la tierra eran los “Grandes”, nuevo título creado por Carlos I. A ellos (condes, duques,
marqueses) estaban destinados los puestos de mayor relevancia del Estado: embajadas,
virreinatos, jefaturas militares o eclesiásticas.
Los caballeros e hidalgos formaban los escalones nobiliarios inferiores. La
denominación de hidalgo se aplicó a la nobleza de escasos recursos económicos y
desprovista de derechos jurisdiccionales. La revolución de los precios dio lugar al tipo muy
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frecuente de hidalgo ocioso, hambriento y aferrado a sus blasones que ridiculizó la
literatura de la época.
El clero estaba integrado en esta época por unas 150.000 personas y controlaba
aproximadamente la mitad de las rentas totales del país. Como la nobleza, este estamento
presentaba una diversidad de niveles que iban desde el pobre párroco de aldea a los grandes
prelados que disponían de rentas similares a la alta nobleza. El número de efectivos del
clero se duplicó en el siglo XVII. Junto a las motivaciones religiosas, influyeron otros
factores como el hambre, la huída del fisco y de la milicia.
Incluida en el estamento del pueblo llano, la burguesía mercantil dedicada al
comercio internacional superó en la primera mitad del siglo XVI el golpe que sufriera
después de la guerra de las Comunidades y las Germanías. Sus actividades se concentraron
en las plazas marítimas de Cataluña y Levante, los núcleos laneros del norte de Castilla y
sobre todo Sevilla, hervidero de hombres de todo el mundo especializados en la
compraventa de productos americanos. A partir de 1580, las dificultades económicas
(fuerte inflación, falta de incentivos) determinaron que este grupo dirigiera sus capitales a
inversiones más seguras como los censos, los juros de deuda pública y la compra de tierras.
En cuanto a los sectores populares, artesanos y campesinos, su situación corre
paralela a las fases del desarrollo económico ya apuntado: prosperidad relativa hasta 1550, y
víctimas de la revolución de los precios a partir de entonces. Entre el campesinado, el
grupo más numeroso es el campesino sin tierras, que trabaja como aparcero, arrendatario,
peón y pastor para los grandes hacendados, con un sueldo miserable. Más del 65% de la
población rural andaluza y la mitad de la manchega se encontraba en esta situación. Los
villanos ricos del teatro de Lope de Vega apenas sobrepasaban el 5%.
La creciente miseria de los humildes es un hecho a finales del XVI, así como sus
consecuencias: mendicidad, vagabundeo, bandolerismo y la picaresca. Cerca de un quinto
de la población española del XVII puede clasificarse como pobre, vagabunda o miserable.
CERVANTES
Por último, una breve incursión en el
pensamiento y cultura de la época. Las doctrinas
de Erasmo de Rotterdam, con su defensa de un
cristianismo auténtico, austero y partidario de
resolver la crisis religiosa mediante el diálogo,
tuvieron una poderosa influencia en España y en
lo círculos próximos al emperador Carlos. Su
principal foco fue la Universidad de Alcalá, pero
también Valencia y Zaragoza. Los hermanos
Valdés, Luis Vives, Gil Vicente, y Bartolomé
Torres Naharro fueron erasmistas notables.
Después del Concilio de Trento (1545-1563) el
erasmismo comenzó a ser perseguido por la
Inquisición y el ejemplo más emblemático fue el
proceso contra el arzobispo de Toledo
Bartolomé de Carranza.
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Fiel a su origen elitista, la poesía al modo italiano señaló un camino estético de
huida de las pesadumbres de la sociedad imperial en paralelo al que proponían las novelas
de caballería y pastoril. El Amadís de Gaula (1508), exaltación de la fidelidad amorosa y las
virtudes caballerescas de tiempos medievales, impregnó de un sentido heroico la
cosmovisión de los conquistadores españoles. La novela pastoril recreó el amor en el marco
de unos paisajes rurales sin relación alguna con el mundo campesino de los Habsburgo.
Una minoría de escritores del XVI se apartó de estos modelos de huida y
produjeron obras de un acusado realismo. “El retrato de la lozana andaluza” de Francisco
Delicado, y sobre todo “La Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades”,
fueron sus principales exponentes.
El cambio de clima espiritual surgido de Trento condujo al florecimiento del
neoescolasticismo, cuyo principal centro fue la Universidad de Salamanca. Los teólogos
dominicos – Francisco Vitoria, Melchor Cano – y jesuitas – Laínez, Salmerón – se
enfrentaron a los problemas planteados por el protestantismo, reafirmando la tradición
escolástica tomista frente a las críticas del Renacimiento. Pero estos teólogos también
abordaron relevantes cuestiones jurídicas: las del derecho natural e internacional, el derecho
a la guerra, el derecho penal y el derecho a la resistencia.
Esta doctrina de la espiritualidad religiosa dominante tras Trento, fue cultivada por
una pléyade de autores ascéticos y místicos: fray Luis de Granada, san Juan de la Cruz,
santa Teresa ... Y , por último, a caballo de los siglos XVI y el XVII, el Barroco y el Siglo
de Oro, los grandes genios de la literatura universal - Lope de Vega, Tirso de Molina,
Calderón de la Barca, Quevedo, Góngora... - y por encima de todos ellos el creador del sin
par hidalgo Don Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra.
BIBLIOGRAFÍA.
Domínguez Ortiz, Antonio: España, tres milenios de historia. Marcial Pons. Madrid, 2000.
García de Cortázar, Fernando y González Vega, J. Manuel: breve historia de España.
Alianza Editorial. Madrid, 1994.
Varios autores: Geografía e historia de España y de los países hispánicos. Anaya.
Madrid,1994.
Varios autores: Geografía e historia de España y de los países hispánicos. Santillana.
Madrid, 1994.
Varios autores: Geografía e historia de España y de los países hispánicos. Vicens Vives.
Barcelona, 1987.
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