Alzamiento popular en El Salvador | Contexto Latinoamericano

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Tipo de documento: Fragmento de libro
Autor: Alberto Prieto
Título del libro: Las guerrillas contemporáneas en América Latina
Editorial: Ocean Sur
Lugar de publicación: Bogotá, Colombia.
Año de publicación: 2007
Páginas: 19-26
Temas: El Salvador, Fuerzas políticas, Historia
Alzamiento popular en El Salvador
En El Salvador, los liberales tomaron el poder político, secularizaron los cementerios, suprimieron el diezmo, reformaron el sistema bancario; inauguraron las primeras
líneas telegráficas y vías férreas del país; también expropiaron las tierras de las comunidades agrícolas indígenas y las de la Iglesia católica, anheladas por la burguesía
agroexportadora cafetalera para expandir sus cultivos. La miseria campesina, sin embargo, se incrementó a consecuencias de la Reforma: poblados rurales
permanecieron en el interior y bajo la jurisdicción de las nuevas y grandes plantaciones; los minifundistas, así como alguna gente sin tierra, tenían que trabajar en los
campos de café durante la cosecha a cambio de un escaso jornal; quienes habitaban los rancheríos de las plantaciones y recibían del dueño un pedazo de tierra, tenían
que laborar gratis en la recolección cafetalera, pues sufrían una relación semiservil; había, incluso, quienes habitaban barracones del plantador y recibían comida a
cambio de trabajar todo el tiempo en el café sin emolumento adicional alguno. Este suministro de mano de obra barata y abundante a la poderosa oligarquía nacional
agroexportadora fue constante, debido a la emisión de coactivas leyes que obligaban a los humildes a trabajar bajo las condiciones descritas. El férreo cumplimiento de
estas abusivas normas laborales era responsabilidad de un sector judicial creado ex profeso, cuyos dictámenes entraban en estricto vigor debido a la feroz vigilancia de
cuerpos represivos especialmente constituidos al efecto, tales como la Policía Rural y la Montada.11
La Reforma Liberal en El Salvador arrebató el poder político a los conservadores, pero no todo el económico, pues muchos terratenientes laicos se adaptaron a la nueva
situación y se transformaron en plantadores. Así, al lado del grupo agroexportador liberal surgió el conservador. Incluso, a veces las diferencias eran mayores entre los
propios liberales, pues mientras unos poseían escasos capitales, otros los manejaban en demasía. Entre estos se encontraban quienes controlaban el negocio del
«beneficiado del café», el cual implicaba la transformación del grano en producto exportable. En algunos casos los propietarios de esta actividad eran alemanes, quienes
gracias al financiamiento de las casas bancarias de Hamburgo y Bremen dominaban al mismo tiempo buena parte del comercio exterior del país. Esta penetración
imperialista, así como otras manifestaciones de carácter más tradicional, tomaron importancia a finales del siglo xix, cuando también se inició la práctica de contratar
empréstitos con la banca de Londres, dando en garantía los ferrocarriles del Estado. Después, al no pagarse aquellos, estos pasaron a los ingleses, que a partir de la
emisión del Corolario Roosevelt los transfirieron a los norteamericanos a cambio del pago de la insatisfecha deuda externa salvadoreña. Luego, para recuperar sus
desembolsos, los imperialistas yanquis ocuparon las aduanas del país, mientras la estadounidense International Railways of Central America, subsidiaria de la United Fruit
Company (UFCO), reorganizaba el sistema ferroviario, que ya monopolizaba. A diferencia de otras repúblicas centroamericanas, este fue el principal negocio de la UFCO
en El Salvador, pues debido a la extraordinaria concentración de tierras en manos de la oligarquía criolla, el consorcio estadounidense no logró apropiarse de suelos
salvadoreños para en ellos asentar plantaciones bananeras suyas.
A partir de 1913, El Salvador padeció la llamada «Dinastía Meléndez-Quiñones», que durante tres lustros representó la cúspide visible de las «Catorce Familias», núcleo
rector de la burguesía agroexportadora cafetalera. Este grupo gobernante rigió al país con puño despótico, para dificultar la organización social y política de otros intereses
de clase. Sin embargo, por esos años, debido a los desajustes provocados en el comercio internacional por la I Guerra Mundial, en El Salvador brotó una incipiente
pequeña burguesía industrial interesada en producir alimentos y textiles para el mercado interno. La aparición de estas manufacturas provocó también el surgimiento del
proletariado urbano, que junto al numeroso artesanado salvadoreño pronto comenzó a participar en los gremios. Entre estos descollaba la Confederación de Obreros de El
Salvador, la cual exigía las ocho horas de trabajo y otras mejoras materiales. Tras casi una década de existencia, en 1924, esta organización se transformó en la
combativa Federación Regional de Trabajadores Salvadoreños, de la cual Farabundo Martí se convirtió en uno de sus principales dirigentes.
En 1927, un nuevo Presidente electo se negó a cumplir en esa pequeña República centroamericana las órdenes de quienes lo auspiciaran para alcanzar el Gobierno. El
flamante mandatario levantó entonces el estado de sitio, propició la vigencia formal de las libertades y derechos democráticos, y propugnó algunas medidas de carácter
social, aunque reprimió al ascendente proletariado. En este clima de apertura política, en El Salvador apareció una progresista agrupación opositora con popularidad entre
las masas: el Partido Laborista creado por Arturo Araújo, carismático dirigente de la pequeña burguesía, quien además arrastraba a los artesanos y algunos sectores del
campesinado, así como a los grupos más atrasados del proletariado. El laborismo prometía: llevar agua abundante a todas partes, en momentos en que ese precioso
líquido estaba sometido al control de los dueños de las tierras; asistencia médica gratuita y generalizada, sobre todo a los niños, con entrega de medicinas sin costo
alguno a los pobres; proteger a la mujer trabajadora; moralizar la vida del país mediante la lucha contra la corrupción y otros males entronizados en la administración
pública; disminuir el desempleo; y otorgar créditos a los pequeños y medianos productores.
La terrible crisis de 1929 paralizó la economía monoexportadora cafetalera de El Salvador. Entonces, los grandes plantadores promovieron el paro masivo de sus
trabajadores agrícolas, para disminuir los costos de producción al bajar los salarios de los pocos que no perdieron sus empleos. Debido a esta práctica generalizada, los
jornales cayeron al nivel de un centavo de pago por cada hora laborada. A la vez, muchos pequeños y medianos campesinos se endeudaron, y luego empezaron a perder
sus tierras a manos de los prestamistas, que las embargaban cuando no se les devolvía el dinero en los cortos plazos estipulados. En ese contexto de penuria material y
desesperación moral, surgió, el 28 de marzo de 1930, el Partido Comunista, entre cuyos principales dirigentes se encontraban Farabundo Martí, quien había regresado de
Nicaragua, Luis Díaz y Miguel Mármol. Desde el inicio, la nueva fuerza política desarrolló una intensa proyección transformadora, que llevó una esperanza de cambios y
mejoras a los humildes y explotados. Pero debido a la fecha en que se constituyó, esta organización no pudo ya participar en los comicios programados para ese mismo
año. El triunfo en las elecciones correspondió al laborista Araújo, quien ocupó la Presidencia el primero de marzo de 1931, y en breve tiempo comprendió que necesitaba
mayor apoyo para enfrentar a la oligarquía y al imperialismo. De esa forma se diseñó la posibilidad de un entendimiento entre reformistas y revolucionarios.
Farabundo y Araújo no se pusieron de acuerdo ni podían llegar a entenderse; en efecto, a partir del VI Congreso de la Internacional Comunista celebrado en 1928, la línea
política trazada por Lenin a la organización —y que el Congreso Antiimperialista de Bruselas había hecho suya— varió. En su lugar se lanzó la consigna de «clase contra
clase» a la vez que se desarrollaba la práctica de «bolchevizar los partidos comunistas». Por ello, esta militancia no podía atraer en un frente unido a los demás sectores
comprometidos con el progreso; practicaba el desconocimiento de los dirigentes de los otros partidos, con lo cual se descartaba la posibilidad de constituir gobiernos
nacional-revolucionarios encabezados por figuras ajenas al movimiento obrero.12
Al no producirse la necesaria confluencia, el Gobierno quedó aislado, lo cual facilitó que el Ejército llevara a cabo un reaccionario golpe de Estado el 2 de diciembre de
1931. A pesar de esto, no se suspendieron los comicios parciales programados para la semana siguiente, pues los militares pensaron que su respaldo a las fuerzas
oligárquicas bastaba para garantizar el éxito absoluto de sus candidatos. La irritación de la alta oficialidad fue mayúscula cuando las urnas evidenciaron que el país era
proclive a los partidos progresistas. Incluso, en la capital, los votos recibidos por los comunistas disputaron hasta el último instante el segundo lugar. Entonces el Gobierno
castrense anuló los resultados dondequiera que estos favorecieron a los revolucionarios. El despótico proceder concitó la ira de los pobres, cuya espontánea vehemencia
se orientó a partir de ese momento hacia la insurrección.
El Partido Comunista de El Salvador comprendió que no podía abandonar al pueblo en sus propósitos de lucha armada, aunque sus propias e incipientes estructuras no
estuvieran aún preparadas para abordar una de las más grandes y complejas tareas históricas: orientar la rebelión de las masas hacia la toma del poder político. El
Partido experimentaba una torrencial afluencia de nuevos militantes, sobre todo en el campo, lo cual dificultaba los esforzados empeños disciplinadores de los cuadros, en
momentos en que no se contaba todavía con núcleos o células sólidamente organizadas. A pesar de ello, la dirección de los comunistas salvadoreños, encabezada por
Farabundo Martí, se reunió en secreto el 7 de enero de 1932 para confeccionar los planes de la sublevación. Primero, se fijó el levantamiento para el 16 del propio mes;
luego, se difirió 72 horas, ante la imposibilidad de informar a tiempo a los militantes de todo el país. Por último, se acordó como fecha definitiva el 22 de enero. La reiterada
postergación, no obstante, permitió a los cuerpos represivos enterarse de los preparativos y tomar la delantera. Pudieron, por ello, lanzar una oleada de arrestos que logró
capturar a muchos dirigentes comunistas, incluido Farabundo Martí. Los revolucionarios, sin embargo, no se amedrentaron por los fuertes golpes recibidos y se alzaron en
el momento acordado en la región occidental. En ella, durante varios días se instalaron «sóviets» de obreros y campesinos en diversos poblados como: Tacuba,
Sonsonate, Juayúa, Zonzacate, Izalco, Nahuizalco y varios más. Pero esta práctica, así como la propia palabra que la designaba, empavorecían a la pequeña burguesía,
fuera urbana o rural, y a no pocos campesinos, incluso, pobres; de hecho parecía transitarse de inmediato hacia la revolución socialista, aunque el proletariado
salvadoreño era abrumadoramente minoritario. Al respecto, el historiador salvadoreño Benedicto Juárez escribió:
En la década del 20 y principios del 30, el desarrollo de la clase obrera en El Salvador era sumamente débil, tanto en cantidad como en calidad. En la composición
orgánica de la clase obrera, el sector obrero industrial representaba un porcentaje ínfimo. Predominaba de manera aplastante el sector de los operarios de
pequeños talleres semiartesanales y, en segundo lugar, los operarios concentrados en grandes talleres manufactureros (de zapatería, carpintería, panadería, etc.)
sin maquinaria indus-trial pero con división de las operaciones laborales que, como se sabe, es propio de la fase de transición entre el taller artesanal y la fábrica
industrial. Y, en el campo, en el sector de los jornaleros agrícolas predominaba el semiproletariado (campesino pobre que vende su fuerza de trabajo durante una
parte del año).13
Desvinculados de otras fuerzas progresistas y casi desarmados, los rebeldes fueron aniquilados por el Ejército y la Aviación. Ni siquiera los que estaban en la cárcel
salvaron la vida; Farabundo Martí y algunos de sus compañeros fueron fusilados el 7 de febrero de 1932. Poco antes, Farabundo había expresado: «En estos momentos
en que estoy a dos pasos de la muerte quiero declarar categóricamente que creo en Sandino.»14 En total, 30 000 salvadoreños cayeron masacrados en la inhumana
represión.
Notas
11. Ver al respecto, Prieto, Alberto: Centroamérica en Revolución, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 125 y ss.
12. Véase al respecto el excelente análisis que sobre ese tipo de experiencia realiza el historiador cubano Leonel Soto: La Revolución del 33, Editorial Ciencias Sociales,
La Habana, 1977.
13. Juárez, Benedicto: Debilidades del Movimiento Revolucionario de 1932 en El Salvador, Folleto mimeografiado, p. 2.
14. Dalton, Roque: Las Historias Prohibidas de Pulgarcito, Melbourne, Ocean Sur, 2007.
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