89. Despertares - IES Joanot Martorell

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DESPERTARES
FICHA TÉCNICA
Directora. Penny Marshall
Intérpretes. Robert De Niro, Robin Williams,
Julie Kavner, John Heard,
Penélope Ann Miller, Max von Sydow.
Año. 1990 EEUU
COMENTARIO
Película basada en el libro del neurólogo inglés Oliver Sacks sobre las
investigaciones y experimentos que realizó en la década de los años sesenta
con la droga L-dopa en enfermos afectados por la epidemia de encefalitis
letárgica (enfermedad del sueño), que se desarrolló en los años veinte.
El Dr. Sacks ha sabido plasmar sus conocimientos médicos en libros con
formato de novela, incluyendo en todos ellos lo que se ha dado en llamar
“anécdotas clínicas”, a veces autobiográficas. Esto ha generado un gran interés
para el público en general y para el cine, que como en este caso ha llevado a la
gran pantalla uno de sus títulos.
A “Awakenings” (Despertares), escrita en 1974, le siguen otros nombres que
han alcanzado una gran difusión, “The Man Who Mistook His Wife for a Hat” (El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero) de 1985 y que trata de un
hombre con “agnosia visual” o “An Anthropologist on Mars” (Un antrópologo en
Marte) de 1995 sobre una profesora con “síndrome de Asperger”.
La directora de la película Penny Marshall, también actriz ocasional, ha
dirigido entre otros largometrajes “Big”, una fábula inocente y divertida con un
jovencísimo Tom Hanks. Quizás sea el film que nos ocupa el más aplaudido de
su carrera y el más conocido, con un magnífico reparto de actores secundarios
y un protagonista de lujo, Robert de Niro, que recibió el Oscar al mejor actor
principal. Oscar también al mejor guión adaptado a Steven Zaillian.
Casi toda la acción transcurre en el Hospital Bainbridge, hacia donde se
dirige el Dr. Malcolm Sayer (al que da vida un convincente Robin Williams),
para solicitar un puesto de trabajo vacante. El Dr. Sayer es un hombre tímido y
apocado que se ha dedicado a la investigación con gusanos y que nunca,
hasta ahora, había ejercido la medicina con enfermos. A través de su forma de
vestir y gestos nerviosos, podemos apreciar su personalidad. Pero también es
un hombre que ama lo que hace y le dedica todo su tiempo.
En el primer día de su nuevo trabajo, un enfermero le enseña la sala donde
se encuentran los enfermos que tiene a su cargo, pacientes sentados en sus
sillas con la mirada perdida, ausentes, y el Dr. Sayer pregunta:
-Perdone, pero qué espera toda esta gente.
-Nada.
-¿Entonces, cómo van a curarse?
-Son enfermos crónicos. A este lugar lo llamamos el jardín
porque solo les echamos abono y agua.
La medicina tradicional, con normas rígidas, inamovibles, y creencias
establecidas muchas veces sobre la rutina, son el campo de batalla al que se
enfrenta todos los días el Doctor, que intenta suscitar en los enfermos
estímulos e ilusión. Descubre que son capaces de atrapar una pelota que les
lanza y esto le hace reflexionar sobre la idea de que todos ellos, una veintena
de enfermos, tienen algo en común e intenta encontrarlo con la ayuda de una
valiosa enfermera, Eleonor Costelo, que se va enamorando poco a poco de él,
un personaje secundario pero imprescindible interpretado por la actriz (Julie
Kavner).
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Hay un paciente que le suscita más interés que el resto, un hombre de unos
cuarenta años llamado Leonard Lowe, (Robert de Niro), al que cuida su madre
en las horas destinadas a los familiares. Se interesa por su historia y es a
través de ella que comienza a buscar el denominador común con el resto de
historias clínicas de los demás pacientes que integran el pabellón. Todos ellos
padecen, y está escrito en sus historiales: “demencia de origen desconocido”
acompañado de…”esquizofrenia atípica”, “histeria atípica” o “impedimento
nervioso atípico” y el comentario que formula a su enfermera es:
-No sé, llega un momento en que tantas cosas atípicas tendrían
que significar alto típico, pero ¡un típico qué!
Va a visitar a la madre de Leonard para recabar más información y ésta le
cuenta todo el proceso de la enfermedad de su hijo, cuando con once años
tuvo que abandonar el colegio porque aparecieron los primeros síntomas, como
dejó de jugar con sus amigos y comenzaron los temblores de manos, su
silencio, hasta que un día pronunció la última palabra, “¡Mamá!”. Se quedó
aislado del mundo, es como si hubiera desaparecido, sin embargo seguía
leyendo a todas horas. Parecía sumido en un estado catatónico.
El Dr. Sayer comenta con los demás médicos del hospital su hallazgo, que
todos estos pacientes han padecido la encefalitis letárgica y que son capaces
de reaccionar ante los estímulos, como alcanzar una pelota al vuelo. Ningún
compañero considera de interés lo que expone y responden que son actos
reflejos sin importancia, pero él insiste diciéndoles:
-Es como si al haber perdido completamente su voluntad
tomaran la voluntad de la pelota.
Él prosigue con sus descubrimientos y comienza a comunicarse con
Leonard a través de un juego de palabras adivinando que éste le quiere decir
cómo se siente. Y efectivamente, su paciente quiere que lea a Rilke, en
concreto el poema titulado “La Pantera”:
“Sus ojos de tanto mirar entre las rejas están tan
cansados que ya no pueden ver otra cosa, para ella es como si hubiera
mil rejas y tras estas mil rejas no existiera el mundo. Camina en pequeños
círculos una y otra vez y sus vigorosos pasos son como una danza ritual
alrededor de un centro, donde una voluntad gigantesca yace paralizada”.
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El Dr. Sayer se emociona profundamente al leerlo y siente en su corazón
una inmensa compasión y amor por su paciente. Después de este hecho, una
de las enfermas con la que también está trabajando, Lucy Fishman, se levanta
de la silla de ruedas y comienza a caminar con pequeños pasos por la sala.
Este hecho le da esperanzas y decide asistir a la conferencia de un eminente
químico que habla sobre el uso de la droga L-dopa en la enfermedad de
Parkinson. Con gran optimismo propone en el hospital que le dejen utilizar ese
compuesto en los enfermos que han padecido encefalitis y su único y
arriesgado argumento es decirles: “que la gente estaba viva por dentro”, pero
solo consigue autorización para emplearlo en Leonard y con el consentimiento
de su madre. Cada día incrementa la dosis con una mezcla de atrevimiento,
curiosidad, riesgo, incluso cierta irresponsabilidad por los daños que pudieran
derivarse de la ingesta del fármaco. Su afán por curar y la fe en que se pueda
operar un milagro hace que se entregue en cuerpo y alma al experimento. Solo
permanece a su lado la enfermera Costelo, que le ayuda y alienta cuando sus
fuerzas flaquean.
Por fin un día, después de suministrarle una elevada dosis, Leonard
despierta. El Doctor se levanta sobresaltado de la silla donde dormita al lado de
la cama de éste, y al no verlo, asustado comienza a buscarlo y lo halla en la
sala sentado, escribiendo, se acerca y Leonard le sonríe:
-Leonard: Hay silencio.
-Doctor: Todo el mundo duerme.
-Leonard: Pero yo no.
-Doctor: No, tú estás despierto.
Se produce una gran conmoción entre el personal del hospital y todos
quieren saludar a Leonard que los mira como si los viera por primera vez. Vive
emocionado su primer día de “despertar” después de treinta años “dormido”,
pero al llegar la noche tiene miedo de cerrar los ojos y su madre lo acaricia
mientras le canta una nana; es una escena absolutamente conmovedora,
alejada de lo cursi y lo banal. La cámara se va alejando de la cama mientras
oímos la dulce voz de la madre:
“Mi bebé, por la noche, sale a navegar, pone rumbo a mi sueño,
sueño de cristal. Vete de pesca, cruza ese mar, pero nunca olvides, que debes
regresar”.
Pasan los días y asistimos junto al Doctor y todo el personal del hospital al
resurgimiento de una nueva mirada en los ojos de Leonard, a la curiosidad de
sentir una barba de hombre y a su cosquilleo, la delicia de la comida y el
murmullo de la conversación; el mundo se extiende ante sus ojos, la ciudad,
sus gentes, coches, el mar, todo cobra la dimensión del Amor, porque Leonard
es un ser de luz que ama hasta las partículas del aire que respira.
La veintena de pacientes a cargo del Dr. Sayer toman la misma medicación
y surgen “nuevos despertares” que en la mayoría de los casos llenan de gozo y
felicidad a los enfermos, aunque para algunos la situación es insoportable, se
quedaron dormidos de niños y despiertan adultos, y no reconocen lo que tienen
delante como propio.
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Leonard y el Doctor trascienden la dimensión médico-paciente y entre ellos
va creciendo una amistad basada en la empatía y la generosidad. Se
desdibujan los roles de cada uno y se convierten en amigos. Leonard le habla
de lo que siente y le pregunta sobre su vida.
-Leonard: ¿No estás casado?
-Doctor: No, no sé comunicarme con la gente, nunca he sabido.
Y me caen bien. Ojala pudiera decirles que les comprendo, pero
no me atrevo. Quizás si fueran menos imprevisibles.
-Leonard: Eleonor no estaría de acuerdo contigo.
- Doctor: ¡Eleonor!
-Leonard: La señorita Costelo.
-Doctor: (ruborizándose), Ah, claro, habéis hablado de mí.
(Leonard asiente con la cabeza).
-Doctor: ¿Y qué te dijo?
-Leonard: Que tu eres una buena persona y que te preocupas
mucho por la gente.
(El Doctor se queda confundido y arrobado).
Leonard es cada vez más feliz, se ha interesado por una chica que va al
hospital frecuentemente a visitar a su padre y hace todo lo posible porque ella
se fije en él. Deja de ir a una excursión con el resto de compañeros y lo dedica
a entablar conversación con ella.
Una noche, presa de una gran emoción, despierta al Dr. Sayer y le hace
venir al hospital porque le cuenta que tiene algo urgente que comunicarle.
Cuando éste llega nervioso, Leonard le hace sentarse en una silla y comienza
a hablar con alegría y nerviosismo:
-Leonard: Tengo que hablar contigo, creo que es importante
aclarar algunas cosas.
-Doctor: Qué hay que aclarar.
-Leonard: Cosas que me han ocurrido, cosas que he llegado a
entender, cosas, cosas…Tenemos que decírselo a todos,
tenemos que recordarles lo maravilloso que es.
-Doctor: ¿Y qué es lo maravilloso?
-Leonard: Lee el periódico, ( y se lo muestra), ¿y qué lees?,
Malas noticias, todas malas. La gente se ha olvidado de lo que
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es la Vida, ha olvidado el milagro de estar vivo, necesitan que
se lo digan. Necesitan que alguien les diga lo que tienen y lo
que pueden perder. Necesitan que le hablen de la alegría de
vivir. El don de la vida.
Leonard es una persona adulta pero nadie parece darse cuenta. Se siente
atrapado. Su madre sigue tratándolo como cuando tenia once años. Pide a la
Junta del Hospital poder salir solo a dar un paseo, pero le deniegan el permiso
y él les contesta: -han despertado a una persona, no a una cosa.
Por su parte, la madre de Leonard, angustiada por la situación de rebeldía
de su hijo, le increpa a los doctores que él antes no era así, que lo han
convertido en algo que no es y que no lo conoce. Que ni siquiera le interesaban
las chicas. Solo el Doctor parece darse cuenta de que es un adulto, pero
tampoco puede ayudarle, cada vez aparecen síntomas más frecuentes a nivel
físico y de conducta en Leonard que hace peligroso que pueda deambular solo
por la calle.
Leonard alecciona a los demás pacientes para que se subleven contra el
sistema que los atrapa y mantiene sus vidas en una cárcel. De pie, en medio
de la sala común parece un guerrillero arengando a las masas:
-Nosotros no somos el problema, ellos son el problema.
Nosotros les recordamos que hay un problema que no saben
solucionar. Y no serán capaces de curar hasta que no se den
cuenta de que deben admitir que existe un problema y que ese
problema no somos nosotros. Ellos son el problema.
Todos observan con estupor como los demás enfermos hacen caso a las
palabras de Leonard y el descontento va haciendo mella en ellos. La dirección
del hospital pide ayuda al Dr. Sayer para que le haga recapacitar y éste se
enfrenta con gran dolor a su amigo, pero Leonard, siendo consciente de su
empeoramiento, es como la pantera enjaulada del poema de Rilke que tantas
veces leyó en la oscuridad de su vida y le contesta con duras palabras:
- Yo tengo una enfermedad y aun sigo luchando, pero tú
no tienes excusa, solo eres un hombre asustado y solitario.
Tú si que estás dormido.
El Dr. Sayer le dice que podrían suspenderle la medicación, despertar una
mañana y estar como antes, pero Leonard le da un empujón y lo echa de su
lado diciéndole que lo deje en paz.
A medida que transcurren los días Leonard va empeorando pero sin perder
la lucidez ni la conciencia de todo lo que sucede a su alrededor. Quiere ver por
última vez a la chica y se citan en la cafetería del hospital. Él se presenta a ella
tal y como es, un hombre enfermo, lleno de tics que le impiden hablar
correctamente y abocado otra vez a las tinieblas, pero la chica lo mira con
dulzura entendiendo la situación y adaptándose a la realidad. Como despedida
lo saca a bailar, coge la mano de él y la sitúa en su cintura acercando su cara a
la suya, en este momento Leonard deja de moverse incesantemente, se calma
y durantes unos minutos solo son eso, una bonita pareja de enamorados
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bailando. La belleza que emanan los dos se contagia al resto de los que están
allí, que parecen participar de una gloria momentánea.
Todos los demás enfermos están asustados porque ven como ellos también
pueden volver a su antiguo estado. Hay momentos en los que Leonard se
queda como dormido y solo lo saca de ese estado un ruido, o alguien que le
toque. Él dice que es como estar muerto, que es la nada. Le pide al Dr. Sayer
que lo ayude, que no lo deje solo y que esta asustado, que no deje de estudiar
y que lo haga con él:
-Éste no soy yo, yo no soy así.
La madre de Leonard entristecida les comenta a los doctores:
-Cuando mi hijo nació sano no pregunté por qué, ni por
qué había tenido esa suerte, ni qué había hecho para merecer un hijo perfecto
y una vida perfecta, pero cuando cayó enfermo, sí que pregunté por qué, exigí
que me lo explicaran, por qué me ocurría aquello, pero no hubo nada que hacer
ni nadie a quien acudir para decir ¡basta!, ¡no ve que mi hijo esta sufriendo
mucho! Acaben con esto, está sufriendo.
Y el Doctor le contesta: -Él está luchando.
Mientras Leonard se sumerge de nuevo en su propio mundo, el Dr. Malcolm
Sayer dirige unas palabras a las personas de la Junta del Hospital:
-No sabemos por qué la droga funcionó y por qué dejó de
funcionar, lo que si sabemos es que al acabarse las posibilidades químicas
tuvo lugar otro despertar, que el espíritu humano es más poderoso que
cualquier droga y que eso es lo que debemos alimentar, con trabajo, ocio,
amistad, familia. Que son las cosas importantes las que tenemos olvidadas, las
más sencillas.
El Doctor se refiere a un “despertar”, en el que no importa si los enfermos
vuelven a estar sumidos en un letargo físico, sus Almas están intactas y se
realizan en todo su esplendor. Solo debe regirnos una máxima, el Amor, que es
el más hermoso de los amaneceres.
Finalmente el Dr. Sayer le pide una cita a la enfermera Costelo y juntos se
pierden paseando por las calles de la ciudad.
Esta magnífica película aborda con hostenidad y nos pone frente a nosotros
dos ideas distintas de entender la curación. La manera en que se debe tratar a
los pacientes y la forma en que queremos ser tratados. En palabras del
excelente terapeuta Luis Jiménez:
“El arte terapéutico tiene su origen en el Amor. Para
conmover no es necesario herir, ni destruir, ni desestructurar.
Conmocionar o destruir con gozo, en la creencia de que así se
facilita la cura del paciente, es sinónimo de venganza”.
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“El médico del mañana comprenderá que él,
por sí mismo, no tiene poder para curar, pero que si dedica su vida a servir a
sus hermanos, a estudiar la naturaleza humana, y así comprender en parte su
significado, a desear de todo corazón aliviar el sufrimiento y renunciar a todo
para ayudar a los enfermos, entonces podrá canalizar a través de él el
conocimiento que los guíe y la fuerza curativa que alivie sus dolores”.
Dr. Edward Bach
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