Narciso sin espejo: sufrimiento por déficit1

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Narciso sin espejo: sufrimiento por déficit1
Jorge del Río Coll
Resumen
«¿Cómo funcionaría lo traumático? No es la
reacción a un duelo, no se puede hacer duelo de lo
no tenido, lo traumático sería nuevamente la
incapacidad de investir objetos en tanto estos no se
hallan accesibles» y más adelante amplían:
«Lo irrepresentable de su propia ausencia en la
mirada del objeto; un estado al límite del psiquismo,
inelaborable y desorganizador que puede ser
cualidad de no-representación».
Lo traumático en estos pacientes es
precisamente esta ausencia en la mirada en el otro e
incluso podemos plantear que han podido ser vistos
pero no se han sentido mirados, lo que genera mayor
dificultad, porque en su recuerdo han sido cuidados
y atendidos, pero a nuestro parecer lo han sido en lo
operativo, en lo fáctico, en lo que podría ser un
cuidado formal, incluso socialmente aceptable, o
más aun valorado positivamente, pero en donde
también se manifestaría una carencia en los aportes
afectivos y en las vicisitudes de como han sido
identificados por sus progenitores cercenando sus
potencialidades subjetivas: ¿Cómo identifica este
contexto? ¿Qué transmite este contexto, en que se
opera instrumentalmente y el vínculo afectivo es
deficitario? La conclusión es la de alguien que no se
ha sentido querido, que ha sido visto pero no
mirado, excluido de la dimensión deseante de sus
padres, que si bien puede estar entre los miembros
de la pareja parental no incluye al niño, con el
consecuente déficit en la narcisificación de éste.
Dicha actitud parental podría asemejarse a la de
los soldados mercenarios, en los cuales puede haber
una implicación en su siniestro cometido, pero que
no se hallan luchando por su país, sus tierras o sus
familias. Personalmente lo denomino como una
función parental mercenaria, en donde la retribución
no sería directamente monetaria, exceptuando que
en numerosas ocasiones estos padres sí pueden
esperar una compensación por parte del hijo en el
futuro, tal como expresaría el dicho popular de que
«los hijos vienen con un pan debajo del brazo».
En otras ocasiones la retribución puede ser de índole
narcisista para los padres. Que esperan que su hijo
sea «un monumento» para gloria de sí mismos.
Se plantean en dicho trabajo diferentes
reflexiones sobre las repercusiones que el déficit de
los aportes narcisísticos parentales hacia el niño,
tienen sobre la constitución psíquica de este, tanto
por un empobrecimiento libidinal, como por el
modo en que las representaciones de las figuras
parentales quedan inscritas en el niño. También se
abren preguntas sobre las dificultades que sufre el
abordaje terapéutico cuando las necesidades de
apego y reconocimiento dominan el marco
terapéutico.
Quisiera iniciar esta presentación con las frases
pronunciadas por una paciente, mujer de 40 años
que inició su tratamiento dos años antes, con la
paradójica demanda de que buscaba ayuda «porque
no amaba a sus hijos», algo que por parte de los
demás y de sus hijos no era percibido de tal modo.
Las frases pronunciadas por María en dicha sesión
fueron las siguientes: «De todas las sensaciones que
hemos hablado, hay una que se me hace
insoportable, es la de desarraigo, la de desarraigo
sentimental, es la sensación de no ser de nadie, de
no ser capaz de cogerme a nadie… buscar a quien
cogerte y no puedes hacerlo con nadie. Es más que
miedo, más que desamparo, más que todo… Tengo
un vidrio entre yo y los demás, veo que la gente me
aprecia pero yo continúo sintiéndome vacía, como si
todo esto no pudiese entrar dentro de mí».
Desamparo, desarraigo, imposibilidad de
sentir otro próximo, son experiencias de
sufrimiento psíquico que ocupan cada vez más el
espacio de nuestras consultas, aunque es seguro que
siempre las han ocupado. Nos enfrentan a un
sufrimiento que no tiene tanto que ver con la
pulsión, con un deseo erogeneizado o con una
realidad a la que no se reconoce, como con
experiencias traumáticas en los primeros vínculos
afectivos con los objetos primordiales. Recojo para
expresar este punto un fragmento de César y Sara
Botella en Más allá de la representación (1997):
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Pacientes que están dominados por un
resentimiento más o menos consciente, en busca de
ser saldados en una deuda imposible de ser
satisfecha y cuya renuncia no puede asumirse.
En este atrapamiento resentido, la erogeneidad que
prima es la oral y la anal y, en todo caso, la fálica,
pero sin que llegue a una erogeneidad genital, que si
llegase a darse transformará la sexualidad en un
intento de poseer o distanciar al objeto en un
registro de apropiación (oral) o de dominio (anal) o
una predominancia del erotismo fálico, potenciando
los aspectos narcisistas de éste. La sexualidad es
pues más una sexualidad como sí, una sexualidad
operativa en donde el placer y el deseo están
comprometidos por dichas tendencias pregenitales,
cuando no nos encontramos con una renuncia de la
sexualidad.
Pensamos que en estos casos la estructuración
neurótica, como neurosis de transferencia halla
entorpecido su acceso, en tanto más que un deseo de
satisfacción genital es un deseo de apego o de
ternura; decimos que se halla entorpecido y no
impedida porque sí creemos que en muchos de estos
pacientes la estructura de base es fundamentalmente
neurótica, aunque priveligiándose los componentes
narcisísticos y/o fálicos. Por otro lado, también este
punto dificulta el paso hacia la psicosis en tanto que
una auténtica relación dual e indiferenciadora con la
madre ha estado ausente, ésta ha podido mostrar una
cierta «triangularización» con otros objetos que no
hayan sido el mismo niño y que en conjunto haya
barrado el paso a una relación psicotizante madrehijo, en la indiferenciación.
Retomando el deseo como uno de los puntos
centrales de esta comunicación, nos podemos
preguntar que pasa cuando los padres no ofrecen al
niño una cadena de significantes al cual éste pueda
sujetarse, cuando de algún modo no le ofrecen
referencias, coordenadas simbólicas que le orienten
acerca de lo que representa o se espera de él. Todo
ello no puede más que promover angustia, angustia
que al no tener ninguna forma de contención,
incluso a través de la función auxiliadora materna,
el niño no puede más que dirigirse hacia un
deterioro de las capacidades de mentalización,
desde donde diversos caminos son posibles:
la hipocondrización; la angustia sin objeto; la
fragilidad psicosomática (en donde este déficit de
mentalización adquiere máximo exponente ante la
imposibilidad de ligar las representaciones palabra
con los afectos); la tendencia a la mimetización o a
la adopción de un falso-self adaptativo a la norma
social, y en conjunto a la vivencia de vacío como
experiencia central.
Este hijo-niño no está colocado por sus padres
en el lugar de «Su Majestad el Bebé», Freud mismo
explicita que este lugar se da en «la actitud de unos
padres tiernos hacia sus hijos». Nos podemos
preguntar: ¿qué pasa cuando los padres no invisten
narcisísticamente y no le han podido transmitir el
mensaje del trasvase del propio narcisismo, que en
un registro neurótico implicaría reconocer algunas
carencias y anhelar que no existan para el hijo?
Investir narcisísticamente al hijo implica colocar en
éste el propio narcisismo parental que en sí mismo
intenta compensar su propia castración. Es decir un
hijo que es imaginado como alguien que en un
futuro no pasará por las privaciones y dificultades
propias del vivir, o del que se desea las pueda
superar. ¿Qué pasará con este hijo-niño que ni se ve
admirado por sus padres, y frente al cual éstos se
muestran por un lado omnipotentemente completos
y por tanto carentes de deseos hacia él?. Podemos
pensar que la inscripción de la castración como tal
se comprometerá severamente en el niño.
Tal como expresa Freud el niño colocado como
su «Majestad el Bebé», «debe cumplir los sueños,
los irrealizados deseos de sus padres»; por lo tanto
queda marcado por la castración de sus
progenitores. Dicha inscripción del deseo en el niño
queda claramente expresada por Oscar Paulucci en
la siguiente frase: «el infans se vuelve a la madre
que lo sostiene simbólicamente y encuentra una
mirada, expresión de su deseo; la madre es faltante,
es decir deseante. Algo faltante —la mirada misma—
se sustrae a la imagen, agujero que es condición de
posibilidad de establecimiento del Narcisismo»
(La Misteriosa desaparición de las neurosis. p 38).
La cuestión que nos planteamos es la opuesta,
creemos que claramente expresada por nuestra
paciente María. Cuando nos dice: «es la sensación
de no ser de nadie», que la introduce en una
vivencia de vacío insoportable e ineludible en el
pasado, presente y futuro. Es la situación que se da
ante una madre que no se muestra como «faltante»
ante su hijo y, por tanto, como no deseante hacia él.
Creemos que tal situación interfiere a diferentes
niveles de la constitución psíquica, diferentes pero
obviamente interrelacionados.
Dichos pacientes no están gobernados por una
lógica del placer, el conflicto no se da entre mociones
pulsionales refrenadas por prohibiciones superyoicas
o por la realidad. Tal como indica André Green
(1972) están dominados por una lógica de la
desesperanza ante un objeto que no está presente y
que tal como los Botella, en la anterior cita
mostraban, lo traumático estaría en la imposibilidad
de investir objetos que no se hallan accesibles.
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y segura de un hecho que destruirá globalmente a la
persona, —el cáncer temido que matará y que los
otros no sabrán ver ni diagnosticar al igual que la
«madre» no supo detectar, cuidar y proteger sus
necesidades amorosas o erógenas.
Unos padres que se comportan ante sus hijos
como poseedores de un narcisismo grandioso,
semejante al que Freud (1914) describe en la mujer
que posee un narcisismo exacerbado:
«…complacencia consigo misma, su
inaccesibilidad…» y prosigue «al gran atractivo de
la mujer narcisista no le falta su reverso; buena parte
de la insatisfacción del hombre enamorado, la duda
sobre el amor de la mujer…». Es factible suponer
que la constitución familiar que nos planteamos en
la patología del vacío, adquiere esta constelación
para el niño. Unos objetos primarios que se
muestran ante él como inaccesibles, grandiosos,
inalcanzables, frente a los cuales el propio
narcisismo no puede más que resignarse frente a
este otro.
Cuando Freud plantea el narcisismo primario
infantil lo hace desde la suposición de que el niño
queda colocado como «Su Majestad el Bebé»,
depositario del revivido narcisismo de los padres,
colocado como doble omnipotente que desmiente la
muerte, la castración y según palabras de Freud
(1914), «todo aquello a lo que se renunció hace
mucho tiempo». Pero no es esto lo único que
conocemos en la clínica, muchas veces ya no sólo
nos hallamos con la indiferencia, sino incluso con
su opuesto, más en aquellos en que un hermano o
hermana ocupa, monopolizándolo, este doble
maravilloso de «Su Majestad el Bebé», pudiendo
entonces aparecer como doble ominoso portador de
la muerte y responsable de las pérdidas; ¿No era
acaso Edipo un doble siniestro para Layo?
Dado que nos movemos entre representaciones
perfectas e ideales, de dobles que desmienten la
castración, es lícito preguntarnos qué pasa en estos
pacientes con las instancias ideales del Yo. Freud
(1914) dice «el narcisismo aparece desplazado a
este nuevo yo ideal, que como el infantil, se
encuentra en posesión de todas las perfecciones
valiosas». Nuestra experiencia nos muestra con
harta frecuencia que dichos pacientes se mueven
ante un Ideal del Yo monstruoso ante el cual o se es
perfecto o no se es nada, permanentemente en
búsqueda de efímeras experiencias de «éxito» que
vanamente se alcanzan para caer nuevamente en la
desesperación de la nada, al igual que en el mito de
Sisifo. Mi opinión es que se mueven entre las dos
posiciones del investimiento narcisista desde los
padres: por un lado la ausencia de su
Escribe Freud en Introducción al Narcisismo:
«una originaria investidura libidinal del Yo, cedida
después a los objetos, […] es a la investidura de
objeto como el cuerpo de una ameba a los
pseudópodos que emite». Nos es lícito
preguntarnos: ¿qué pasará si este depósito o
investidura libidinal del Yo se halla de entrada
empobrecido?; ¿qué capacidad puede tener de
investir objetos? Y ¿cómo va a ser esta investidura
libidinal?. Prosigue Freud diciéndonos: «Es un
supuesto necesario que no esté presente desde el
comienzo en el individuo una unidad comparable al
Yo; el Yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien las
pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales;
por tanto algo ha de agregarse al autoerotismo, una
nueva acción psíquica, para que el narcisismo se
constituya» Este párrafo nos muestra que para Freud
el Narcisismo no está ahí de entrada, lo que sí está
de entrada son las pulsiones autoeróticas.
Es importante pensar en este algo que Freud
comunica pero no explicita. Este algo es lo que
Lacan desarrolla con la fase del espejo; la mirada de
los otros primordiales que devuelven al infans una
imagen total de sí mismo y que el mismo Freud
plantea en la posición del niño como «Su Majestad
el Bebé».
Pensemos entonces como se producirá la
elección de objeto amoroso en estos pacientes cuyo
investimiento libidinal por los padres ha sido
deficitario. Freud plantea dos tipos de elección de
objeto: la analítica y la narcisista y dice «todo ser
humano tiene abiertos ante sí ambos caminos para la
elección de objeto, pudiendo preferir uno de otro».
Si ambas posibilidades son factibles es legítimo
preguntarse qué pasa cuando la experiencia de
satisfacción desde el objeto primario es insuficiente,
cuando el encuentro entre el objeto y el niño es
deficitario; cuando este encuentro se limita a la pura
satisfacción de la necesidad, sin un suficiente aporte
amoroso, sin una suficiente erotización de la
satisfacción. En dichas condiciones es factible
pensar que la vía hacia una elección de objeto
narcisista se halla más abierta. De ahí es fácil
suponer un pobre investimiento de libido objetal y
una mayor presencia de libido yoica, que no
necesariamente ha de desembocar en un narcisismo
patológico por su grandiosidad, si no que, como nos
transmite Freud, un estasis libidinal en este caso
yoico se vuelve patógeno en un primer paso como
angustia hipocondríaca, angustia diferente a la
angustia de castración, ya no se trata de una angustia
a perder, a no dar la talla, a no tener capacidades, a
un castigo supuesto y temido; es una angustia difusa
que ataca la continuidad del ser, es la espera temida
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superficie seguramente fueron; por otra parte hay
habitualmente una operativización del pensamiento,
una tendencia a quedarse en lo fáctico, en el aquí y
ahora, y una tendencia a evitar que cualquier
comunicación ponga en riesgo su desfalleciente
narcisismo. Por otro lado, en la transferencia se
aprecia una profunda desconfianza en el otro, y más
que nada una desconfianza en ser importantes para
el otro, con la consecuente desesperanza. Por
ejemplo, María, la paciente citada al inicio, cree que
cuando cruza la puerta de salida del consultorio
desaparece para mí, se convierte en un número, en
una hora de visita —«la paciente de las 5 h»—, en
una cantidad de honorarios, cuando por otro lado es
para mí una paciente que genera un especial interés.
A otro nivel, el déficit de narcisificación implica
una falla en la autoestima, por fallos en la
introyección de una función materna que ofreciese
por medio de ella una capacitación yoica.
El terapeuta en esta interacción puede quedar
limitado en su función a aportar al paciente aquello
de lo cual carece, —reconocimiento, interés, etc.—,
pero con el grave riesgo de que el proceso
terapéutico quede atrapado en este punto, al no
favorecerse la búsqueda de un objeto de deseo
sexualizado que supere al terapeuta como objeto
dador de apego en una función maternal y dual.
Además si el terapeuta queda fijado en esta función
«ortopédica» —sustituto de carencias primigenias—
queda absolutamente a merced de la profunda
ambivalencia que el resentimiento del paciente
dirige hacia sus objetos parentales y al mismo
tiempo oscilando entre los deseos de apropiación
por parte del paciente y las defensas contra la
intrusión que esto mismo plantea.
El problema que surge es como dar paso a una
triangularización que abra el camino hacia la
consecución de objetos externos y genitalizados.
M. Silvestre (1980) dice: «El camino a recorrer
quedará circundado por dos términos que dejarán
entre sí un intervalo: frente a la demanda de amor, el
analista tratará de ni consentirla ni sofocarla. Estos
dos significantes negados marcarán un espacio que
el analista debe soportar, tratando de dejar subsistir
necesidad y añoranza como fuerzas pulsionantes del
trabajo y la alteración». Desconocer el deseo y
quedar atentos al plano narcisista, lleva al paciente a
buscar ser aplacado, pero no modifica su relación
con el objeto del deseo.
Del mismo modo a como Narciso queda
prendido de sí mismo y esto le conduce a la muerte,
quedar prendidos de los aspectos carenciales
narcisistas llevan al fracaso de la terapia, al perder la
visión sobre los factores nucleares de la neurosis:
reconocimiento especular en la mirada de estos, que
no le invisten narcisisticamente, —el vacío—; por
otro lado el intento de alcanzar mediante un
esfuerzo incorporativo las imágenes parentales que
se le muestran al niño como inalcanzables, dado
que al no narcisificarle suficientemente quedan
como imágenes completas, a las que nada les falta,
sin castración alguna, clara expresión en definitiva
de la madre fálica que pasará a constituir un Yo
ideal que al incorporarse como totalidad, sin
posibilidad de introyectarse en partes asimilables, es
decir por introyección de rasgos del objeto y no de
su totalidad, ejercerá desde ahí una acción más
tiránica y quizás más que tiránica «altiva» si
prestamos atención a esta inaccesibilidad.
Ahora bien podemos seguir preguntándonos qué
tipos o qué cualidades tienen los objetos con los
que estos pacientes buscan relacionarse y por medio
de los cuales buscan su satisfacción. En principio
podemos pensar en objetos por los cuales hallen el
reconocimiento llamémosle especular, poder reparar
por la admiración del otro la herida narcisista
primigenia, pero tal como A. Green (1972) plantea
como lógica de la desesperanza, estos objetos están
condenados a frustrar y al mismo tiempo el odio
hacia el objeto acabará por destruir la relación; dice
Green (1972): «Todo el aborrecimiento de sí que
mora en estos analizandos refleja un compromiso
entre el anhelo de perpetrar una venganza
inextinguible y el anhelo coexistente de proteger al
objeto de estos deseos hostiles que les son dirigidos.
Esta venganza nace de una herida que alcanzó a
estos pacientes en su mismo ser y desahució su
narcisismo».
La otra posibilidad que observamos es que estos
pacientes acaben renunciando a los objetos con
investimientos afectivos y acaben relacionándose
más con objetos inertes, objetos cuya posesión sea
más una ganancia cuantitativa, una cantidad que
intente compensar el vacío afectivo irrellenable y
que en cuanto cantidad intenten, como señuelo,
engañar al vacío narcisista citado. El éxito buscado
e inalcanzado estaría más a nivel de la cantidad que
de la sensitividad.
Desearía entrar ahora para finalizar sobre las
potenciales dificultades a las que nos enfrentamos
ante estos pacientes. Ya sea por una defensa por
identificación con el agresor, ya sea porque las
funciones parentales han sido aparentemente
cumplidas, tal como señalé al principio, de un modo
«mercenario», difícilmente reconocen los fallos de
dichas funciones parentales, las respuestas a las
interrogaciones sobre su vida suelen ser evitativas,
de tipo «normales», como «normales» en la
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deseo, fantasías, fantasmas, inconsciente, pulsión,
sexualidad, etc. No se puede postergar el abordaje
de estos elementos en la espera que una
personalidad «carenciada» madure, es decir que sea
una «personalidad madura» pero con una
sexualidad, una relación de objeto y una
pulsionalidad inmadura.
Es pues un navegar entre Escilla y Caribdis,
entre el análisis de los componentes carenciales
narcisistas pero sin olvidar y sin abandonar los
componentes neuróticos, triangulares, sexualizados,
que en la mejor de las evoluciones posibles
favorezca la búsqueda de objetos externos.
Dr. Jorge del Río Coll
Plaça de la Catedral, 7
08500 Vic (Barcelona)
Tels. 659 582176 - 93 8892229
Nota
1. Presentado en el Congreso Europeo de Psicoterapia
organizado por la FEAP/IFP/EFP, en Barcelona, el 7 de
septiembre del 2000, en el simposio titulado «Nuevos desafíos
en la clínica psicoanalítica de los trastornos del narcisismo»
conjuntamente con los trabajos de E. Braier, L. Sales y M.E.
Sammartino que se incluyen en este mismo número de
Intercanvis.
Bibliografía
BOTELLA, César y Sara (1997). Más allá de la representación.
Valencia: Promolibro, págs. 15-26
FREUD, S. (1914). Introducción al narcisismo. Buenos Aires:
Amorrortu, Vol. XIV, p. 73, 74, 86-88.
GREEN, A. (1972). De locuras privadas. Buenos Aires:
Amorrortu, p. 37-38.
PAULUCCI, O. et al. (1998). La misteriosa desaparición de las
neurosis. Buenos Aires: Letra Viva, p. 38.
SILVESTRE, M. (1980). «El manejo de la transferencia». Revista
Analytica, nº 3, Venezuela.
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