El regreso nerudiano de Cayetano Brulé

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El regreso nerudiano de
Cayetano Brulé
Eduardo Guerrero del Río
Doctor en Literatura, Universidad Complutense de Madrid
En su última novela, Roberto Ampuero da
cuenta de su interés por la eterna dialéctica
entre ficción y realidad.
D
esde hace quince años, cual sabuesos de la literatura, le
venimos siguiendo la pista al detective Cayetano Brulé,
“aquel proletario de la investigación policial” avecindado
en Valparaíso. En efecto, con ¿Quién mató a Cristián Kustermann?
—Premio de novela Revista de Libros de El Mercurio, en 1993—,
el escritor chileno Roberto Ampuero (1953) comenzó la saga
(dentro del contexto que podemos llamar relato de serie negra)
de uno de los detectives más famosos de las letras chilenas.
Al respecto, el profesor e investigador Rodrigo Cánovas
(en su ensayo Novela chilena) nos da las pistas para acercarnos
a este género literario: “un detective privado lleva a cabo una
investigación en una sociedad en crisis. En el nivel subliminal,
esta investigación es una reflexión sobre el pensamiento utópico”.
Sin duda, un género de esta naturaleza siempre conlleva una
discusión en torno a su legitimidad como texto literario u obra
artística. Es sabido que la novela policial, como la de aventuras
—incluyendo la novela rosa—, es considerada “subliteratura”,
es decir, una categoría mucho menor a obras que tienen otras
motivaciones estilísticas. Tema, por lo mismo, que puede generar una larga discusión y reflexión, sobre todo en estos tiempos
globalizantes en que abunda una literatura más bien de masas
o de carácter comercial. La pregunta del millón: ¿a quién se le
escribe y de qué se escribe?
No es casualidad —en consecuencia— que con motivo
de la reciente publicación de la última novela de Ampuero, El
caso Neruda, se haya suscitado más de una polémica, de una y
otra trinchera, es decir, desde el lado de la crítica como desde
el propio escritor. Dimes y diretes. En todo caso, más allá de lo
anecdótico, consideramos que estas son más bien discusiones
bizantinas, en donde en ocasiones —hay que decirlo— se cae
en las más pueriles descalificaciones.
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Lo cierto es que nuevamente el famoso detective entra en
acción, ahora —ni más ni menos— con el poeta Pablo Neruda
solicitando sus servicios. De esta forma, al cartero de Neruda
de Antonio Skármeta ahora se agrega el detective de Neruda
de Roberto Ampuero. Con motivo de la publicación de su
novela El alemán de Atacama (1996), mencionábamos en la
crítica correspondiente: “El detective Cayetano Brulé no deja
tranquilo a nadie: ni a las “víctimas” de sus acosos policiales, ni
a su creador, ni a los lectores. Por lo mismo, Ampuero anuncia
nuevas andanzas de este peculiar personaje. Para bien o para
mal, la saga puede ser larguísima”. Sin afán de ser agorero ni
mucho menos, lo afirmado se ha cumplido y ya son muchas las
novelas en donde Brulé —literalmente— “hace de las suyas”.
Incluso, el propio escritor —en algún momento— se ha querido
desentender de su personaje, pero este sigue persiguiéndolo sin
mayor compasión. Algo así como lo que le aconteció a Miguel
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de Unamuno con su personaje de
Augusto Pérez en Niebla, en lo que
se ha llamado la autonomía de los
seres ficticios.
“YO TE PREGUNTO,
¿DÓNDE ESTÁ MI
HIJO?”
En una primera instancia,
respecto a El caso Neruda, quisiéramos detenernos en dos aspectos
significativos.
En primer lugar, a partir de lo
señalado por Cánovas, “investigación en una sociedad en crisis”,
la acción narrativa comienza en
Chile (en Valparaíso, para ser más
precisos) en los meses previos al
golpe de Estado de 1973 y al inicio
de la dictadura militar. Sin duda,
“una sociedad en crisis” por donde
se la mire; esto es así, al margen de
que los derroteros del detective
son —al igual que en la mayoría
de los relatos— otros países, como
México, Cuba, Bolivia, Alemania.
Citando nuevamente a Cánovas,
“este es un ser ubicuo, en constante traslación en el espacio, alguien
sin patria ni raíces”. En segundo
lugar, temporalmente hablando,
Brulé se transforma en detective
privado merced a la solicitud de
Neruda (lo insta a que lea las novelas de George Simenon), es decir,
al comienzo de la década de los
setenta, cuando recién Cayetano
Brulé había llegado a Chile con
su mujer: cubano de nacimiento
(1945, al término de la Segunda
Guerra Mundial), pasó su adolescencia en Estados Unidos, Florida,
desde 1956, antes del advenimiento de Fidel Castro al poder, para
luego avecindarse en Chile. Constatamos este hecho por el interés
que conlleva a los seguidores del
detective, pues en El caso Neruda
asistimos —a fin de cuentas— al
inicio de su profesión, de cuyo No se puede soslayar el aporte del escritor Roberto Ampuero a la narrativa
chilena, fundamentalmente por lo que ha significado la presencia de este
seguimiento retrospectivo da
personaje de Cayetano Brulé.
cuenta la serie de novelas escritas
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por Ampuero con este personaje siendo protagonista.
El nombre de la novela también merece algún comentario;
por un lado, el sustantivo “caso”; por otro, el nombre del poeta.
Hay que mencionar que, en 2006, Ampuero publica el libro La
historia como conjetura (reflexiones sobre la narrativa de Jorge
Edwards), texto que tiene su génesis en una tesis doctoral realizada en una universidad norteamericana; en él se manifiesta
el interés del escritor por indagar en los aspectos ficcionales y
también históricos de la obra de Edwards (lo que, en otras palabras, Mario Vargas Llosa llamó “la verdad de las mentiras”), esa
eterna dialéctica entre la ficción y la realidad. En este contexto,
la palabra “caso” adquiere connotación en cuanto al trabajo documental tanto de la época como de la figura del propio Neruda.
Lo que concierne al poeta se traduce, en lo esencial, en la imagen
que proyecta hacia el final de sus días y, en lo específico, en la
opción de subtitular cada uno de los capítulos con nombres
femeninos, una especie de homenaje a algunas de las mujeres
que estuvieron vinculadas en lo amoroso y en lo afectivo con
nuestro premio Nobel.
En lo concreto, el origen de esta novela se centra en un poema
leído por Ampuero, “La pródiga”, del poemario Los versos del
Capitán, libro publicado en Capri (Italia) en 1952 y que, por ser
un homenaje a Matilde Urrutia (“bella,/ con un nido de cobre enmarañado/ en tu cabeza”) estando Neruda aún casado con Delia
del Carril, lo publica con un seudónimo. En lo específico, en el
mencionado poema aparece el siguiente verso: “Yo te pregunto,
¿dónde está mi hijo?”. Esta pregunta, desde una perspectiva de
la ficción, es la que, a fin de cuentas, dará pie para que el poeta
contrate los servicios de Brulé.
UNA ESPECIE DE METALENGUAJE
En un comienzo el narrador señala, aludiendo a Cayetano
Brulé: “Había arribado hacía treinta y cinco años, tras desembarcar en Santiago del Boeing de Lan Chile con Ángela,
chilena medio aristocrática y de convicciones revolucionarias”.
Es decir, desde la contemporaneidad de un presente real (año
2007), el relato nos acerca a un presente histórico, época en la
cual tendrán lugar los acontecimientos. De esta forma, a partir
de una invitación del propio poeta para visitarlo en la casa La
Sebastiana, en Valparaíso, se establece un vínculo entre estos dos
personajes (mal que mal, en el ámbito de la literatura, Neruda
es un personaje más) y, más aún, salen a colación las verdaderas
intenciones del Nobel: “Necesito encontrar a una persona —dijo
tras pensar unos instantes con la vista baja—. Y debe buscarla
alguien discreto. Es algo personal”.
Así, sin quererlo ni tener mayor conciencia de ello, bajo la
tutela de Neruda, Brulé se irá convirtiendo en un detective. El
poeta le aconseja: “—¡Te lees un par de novelas de Georges Simenon, te inscribes en cualquier cursillo de investigador, y estás
al otro lado!”. De esta forma, ya avanzada la narración, se va discerniendo quién es esa persona a quien el neófito detective debe
encontrar: a Beatriz, viuda del doctor Ángel Bracamonte, para
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que le pregunte si la niña que nació en 1943 era hija del poeta.
La razón de fondo la escuchamos en boca del propio Neruda:
“He tenido todo en mi vida, Cayetano: amigos, amantes, fama,
dinero, prestigio, hasta el premio Nobel me han dado, pero no
he tenido un hijo. Beatriz es mi última esperanza, una que yo
había sepultado”.
A lo largo de la narración,
Sin quererlo ni tener
de ahí en adelante, Cayetano
mayor conciencia de
Brulé adquiere el protagonismo
ello, bajo la tutela de
de la novela. De Neruda, iremos
Neruda, Brulé se irá
informándonos de su deterioraconvirtiendo en un
da salud, que lo conducirá a la
detective. El poeta le
muerte a los pocos días del golpe
aconseja: “–¡Te lees
militar y sin haberse enterado
un par de novelas de
del final descubrimiento de Brulé. De país en país, de aventura
Georges Simenon, te
en aventura, el detective descuinscribes en cualquier
bre pistas y, en cierta forma, se va
cursillo de investigasensibilizando frente a la misión
dor, y estás al otro
encargada por el poeta. Hasta,
lado!”.
en algunos momentos (lo que
según un crítico fue un defecto
de la novela), Cayetano habla
como Neruda, utiliza metáforas y vive esa aludida “reflexión
sobre el pensamiento utópico”. A nuestro entender, esto más
bien le da un cierto plus a la propuesta narrativa y es una especie
de guiño que el escritor le hace al lector.
Otro aspecto interesante, y que se vincula con lo que señalábamos en relación con la dialéctica verdad/mentira, realidad/
ficción, es el que concierne al tema del ser y del parecer. Dos citas
avalan esto: “En eso estribaba la diferencia entre un detective de
ficción, creado por la pluma de un célebre escritor del Primer
Mundo, y un detective de carne y hueso, un proletario de la
investigación, un exiliado sobreviviente de los rigores del Tercer
Mundo”. Más adelante: “Al menos él, Cayetano Brulé, era de
carne y hueso, y no habitaba en una novela sino en la realidad,
esa realidad implacable, donde no había dioses o, de haberlos,
eran indiferentes e insensibles frente a los destinos humanos,
pensó”. En estricto rigor, aquí se genera una especie de metalenguaje, en lo que podemos llamar la novela dentro de la novela,
porque ese detective “de carne y hueso” es también parte de la
ficción. Habita, sin duda, una realidad, la realidad del mundo
de la imaginación.
En términos globales, en estos quince años, no se puede
soslayar el aporte del escritor Roberto Ampuero a la narrativa
chilena, fundamentalmente por lo que ha significado la presencia
de este personaje de Cayetano Brulé. Es algo, a nuestro entender,
incuestionable. Es parte de un sistema literario en el cual deben
convivir tendencias y estilos diversos, lenguajes más realistas o
costumbristas con lenguajes más experimentales. A fin de cuentas,
lo que se le debe pedir a un escritor, más allá de su aspecto creativo
y dominio del lenguaje, es su consecuencia con sus idearios e
intereses. De más está decir, por tanto, que El caso Neruda es un
fiel testimonio de la poética de Roberto Ampuero. MSJ
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