AUSTRIA O HABSBURGO: REFLEXIONES SOBRE UNA DENOMINACION Jaime Salazar Hasta hace poco más de un siglo, la alternativa que encabeza estas líneas no habría tenido razón de ser. Nadie en el mundo de la historiografía ni en el de la política, hubiera designado de otro modo que como Casa de Austria, a la dinastía imperial que durante más de siete siglos dominó con variable fortuna un gran número de naciones de Europa. Originaria de un pequeño castillo, en las orillas del Aar, en lo que hoy es la república helvética, su fundador, el Conde Rodolfo de Habsburgo, fue elegido Emperador de Romanos en 1273, mucho más que por sus méritos, por su falta de importancia y peso específico en la política del Imperio. Esa fue la razón real de su elección ya que, como ha dicho un historiador con cierta crudeza, "los príncipes electores intentaron con todas sus fuerzas elegir a un hombre mediocre, sobre cuyo cuello pudieran mantener firmemente asentado su pie colectivo"1. Inútil es decir, que los que se propusieron tal cosa fracasaron estrepitosamente, pues siglo y medio después, aquella familia de segunda fila hacía campear orgullosamente por toda la Europa central su divisa del AEIOU, Austria est imperare orbi universo, y poco después, la no menos ambiciosa del Plus ultra, sobre un imperio donde no se ponía el sol. Para conseguir este objetivo, en ningún caso se utilizó la fuerza de los ejércitos ni las intrigas diplomáticas, sino simplemente las inexorables leyes de la herencia. Por eso, cuando en el mundo de las antiguas monarquías se proclamaba alegremente la sentencia: "Bella gerant alii, tu felix Austria nube", es decir: "Que otros hagan la guerra, tú, feliz Austria, cásate", no se hacía sino constatar que la casa de Austria había basado su grandeza, y en segundo término la de la ciudad de Viena y su territorio, simplemente en una inteligente política matrimonial. Pues realmente hemos de subrayar aquí que, durante muchos siglos, Austria ha sido, sobre todo, el nombre de una familia y que incluso fue gracias a ella, como el resto de Europa llegó a conocer la existencia del modesto ducado del imperio del que tomó su nombre. Pero, llegados a este punto, nos tenemos que preguntar: ¿ cómo surgió este término para designar a la que por entonces era la primera familia de la cristiandad ? En primer lugar se ha de recalcar aquí que el nombre de las dinastías es una convención creada por los historiadores. Los monarcas, hasta los inicios de la Edad Moderna, se denominaron a sí mismos simplemente con su nombre de pila, seguido del del territorio sobre el que reinaban. Ni siquiera utilizaron en su tiempo el típico número ordinal con el que luego han quedado inmortalizados. Por la misma razón nunca los propios monarcas ni sus cancillerías, emplearon los nombres que hoy usamos para distinguir a las diversas familias reinantes, pues éstos son, en la mayoría de los casos, una invención erudita, o, como diríamos hoy, un producto 1 .-GIES MC GUIGAN, Dorothy, The Habsburg, New York 1966. de laboratorio. Así, por ejemplo, San Fernando o Alfonso el Sabio se habrían sorprendido si se hubieran oído denominar monarcas de la casa de Borgoña, expresión que jamás se empleó en la Castilla de su tiempo, y los Reyes Católicos, asimismo, se hubieran extrañado si alguien les hubiera descrito como Trastámaras, aunque posiblemente no ignoraran que éste era el título condal que ostentaba su tatarabuelo don Enrique antes de acceder al trono. Sin embargo, al llegar el Renacimiento, era absolutamente necesario para los historiadores, que como hombres de su tiempo eran sobre todo tratadistas de linajes, el crear denominaciones para distinguir a unos reyes de otros y, así como para diferenciar a los monarcas homónimos se inventaron los ordinales unidos al nombre de cada Rey, para distinguir unas dinastías de otras imaginaron unas denominaciones, consistentes en la mayoría de los casos, en la utilización del nombre del dominio o señorío que la familia reinante ostentaba con anterioridad a su ascensión al trono. Así surgió el uso, con esta finalidad, de vocablos como Trastámara en Castilla, Avís y Braganza en Portugal, Valois y Borbón, en Francia, Tudor y Estuardo en Inglaterra, etc. En el Sacro Imperio se utilizó, para denominar a la familia imperial, el nombre de su principal estado patrimonial, es decir Austria. Pero todo ello, subrayemos una vez más, fue casi siempre mera creación erudita, solamente utilizada entre iniciados, ya que el común de las gentes y las propias cortes, en sus usos solemnes, mantuvieron las fórmulas tradicionales. Destaquemos asimismo que tal vez el nombre de Austria hallara mayor fortuna que todos los demás. La razón es bien sencilla si observamos que era una familia que, al contrario que todas las restantes, no se hallaba circunscrita a un territorio concreto, sino que reinaba sobre muchos reinos y, especialmente sobre dos de los más importantes pilares de la política europea: el Imperio y España. La Casa de Austria fue por tanto durante estos dos siglos una entidad real que impuso, o intentó imponer en Europa, sus principios políticos y religiosos. Pero los tiempos cambian, y los aires revolucionarios del pasado siglo barrieron muchas concepciones y mentalidades que parecían inconmovibles, tratando de imponer, y consiguiéndolo muchas veces, una terminología que sirviera a sus intereses ideológicos2. La historiografía nacionalista y liberal, de orientación claramente antimonárquica, vino ejerciendo durante todo el siglo XIX una labor desmitificadora y desacralizadora de la antigua monarquía y de sus casas reinantes. Nada más frontalmente enemigo de las nuevas ideas que la existencia de una monarquía supranacional, que agrupaba bajo su cetro a naciones de todo punto dispares, contraviniendo por tanto las nuevas teorías nacionalistas en boga. El Emperador era, según las nuevas doctrinas, un ciudadano más y había que adjudicarle, por tanto, un apellido como los que utilizaban las personas normales, pues, desde el nuevo punto de vista, era irracional que una dinastía pudiera ostentar el nombre de una nación. Era necesario por tanto corregir esta anomalía y designar con una nueva nomenclatura a las familias que a lo largo de los siglos habían regido los destinos de Europa. 2 .-La historiografía nacionalista ha intentado por todos los medios el imponer una terminología afín con sus presupuestos ideológicos. Basta para corroborarlo, el contemplar la actual historiografía catalana, plagada de denominaciones de nuevo cuño como reyes de Cataluña- Aragón o el conde-rey, aplicadas a los monarcas medievales e inexistentes en su tiempo, o, en el mismo sentido, el uso del término Euskadi, con anterioridad a su invención, o la utilización hecha por algunos portugueses de la dualidad Portugal-España en los tiempos medievales, cuando este último término en aquella época, era un mero concepto geográfico que abarcaba toda la península ibérica. El mismo nacionalismo español ha caído en idénticos defectos, pues no otra cosa es hablar de las posesiones españolas en Europa durante el reinado de la Casa de Austria, sin tener en cuenta que aquellas posesiones lo eran únicamente de nuestros Reyes, es decir, que simplemente teníamos un monarca común, el cual, voluntariamente, residía en la península. En resumen, se ha querido hacer una lectura nacionalista de la historia para épocas en que regían otras mentalidades. Para conseguir este objetivo se utilizó el sistema más sencillo, que fue el rebautizar a la hasta entonces Augustísima Casa de Austria, en expresión cortesana y cancilleresca del pasado, en simplemente la familia Habsburgo, término este último que, aunque ya utilizado en tratados genealógicos y de erudición3, jamás había traspasado tan estrecho marco para ser utilizado por nadie en el mundo político y cortesano. Fue a partir de entonces cuando esta denominación alcanzó enorme fortuna, sobre todo entre los anglosajones, y hoy es difícil encontrar una obra histórica o genealógica donde el término Habsburgo no aparezca por doquier. Como feliz remate de esta nueva nomenclatura, la propia familia imperial, que siempre se apellidó Austria, ha adoptado recientemente el apellido Habsburgo, al renunciar su titular a sus derechos dinásticos para obtener la ciudadanía austriaca. Mas, al terminar esta breve exposición histórica, nos hemos de preguntar: ¿ cuál es en resumidas cuentas el término más apropiado para designar a la vieja familia imperial ? Creo, respetando toda otra opinión, que tal vez la fórmula más adecuada fuera la que nos ofrece la misma realidad histórica, es decir, reservar el término Casa de Austria cuando nos refiramos a ella en el marco de los siglos XIV-XVIII y el de Casa de Habsburgo, en cambio, desde el siglo pasado hasta hoy. Con ello respetaríamos sobre todo el espíritu de cada época, pues resulta igual de violento transplantar denominaciones modernas al pasado, como mantener en la actualidad denominaciones desprovistas de significado y que resultan a todas luces de carácter arcaico. No olvidemos que, a fin de cuentas, los nombres de las dinastías no se basan más que en la elección afortunada de un historiador, aceptada después por los demás4. Para terminar estas líneas, no quería sin embargo dejar de poner sobre el tapete un vicio que resulta cada vez más frecuente contemplar en todo tipo de publicaciones -incluso en las páginas de autores de prestigio-, consistente en adjudicar a los personajes históricos como apellido, el nombre impuesto a la dinastía siglos después. Y esto sí que me parece un disparate desprovisto de sentido y falsificador de la historia, pues no se basa en ningún criterio científico, ni siquiera de carácter ideológico, sino que tiene su fundamento en la simple y mera ignorancia del que lo escribe. En otro lugar he expresado que "llamar a nuestro Carlos V, Carlos de Habsburgo y Trastámara, ... no es simplemente inexacto, sino que constituye un auténtico disparate, y debo 3 .-Me he molestado en enumerar las citas de obras genealógicas de la Biblioteca Nacional concernientes al tema de nuestro interés, entresacándolas de la obra de Benito MUNICIO CRISTOBAL y Luis GARCIA CUBERO, Bibliografía HeráldicoGenealógica-Nobiliaria de la Biblioteca Nacional de Madrid, Madrid 1958. Me limito a exponerlas por orden cronológico, expresando solamente el autor, el año de su aparición y la expresión utilizada para citar a la familia imperial: BOSSI, Gloriosissima Casa d'Austria, 1560; MORIGI, Augustissima Casa d'Avstria, 1593; VITIGNANO, Avgvstissima et invittissima prosapia d'Avstria, 1601; anónimo, tres auguste maison d'Autriche, 1635; PELLICER, Fama austriaca... Casa de Austria, 1641; TURTEL, Maison d'Autriche, 1649; MENDEZ DE SILVA, cesárea casa de Austria, 1655; LABOUREUR, Maison d'Austriche, 1656; LABOUREUR, Maison d'Austriche, 1657; TAFURI, Piissima et augustissima domus Austriaca, 1660; STRADA, serenissimorum et potentissimorum Austriae archiducum, 1664; SALAZAR Y CASTRO, Casa de Austria, 1689; PASTOR, excelsa casa de Austria, 1699; HERRGOTT, auguste gentis Habsburgicae 1737; LE GENDRE, maison d'Autriche, 1739; COXE, maison d'Autriche, 1810; COXE, the House of Austria, 1853; RUBBRECHT, maison de Habsbourg, 1910; SANLLEHY, casa de Habsburgo, 1933. 4 .-Sería curioso estudiar quiénes fueron los inventores de las actuales denominaciones dinásticas. Ignoro, por ejemplo, quién fue el creador de la expresión los Capetos para denominar a los Reyes de Francia de la tercera raza, pero es absolutamente cierto que quien así los bautizó, podía igualmente haberlos denominado la Casa de París, por poner un ejemplo lógico. Lo único a considerar, sin embargo, es que la primera expresión tuvo éxito y la segunda no. subrayar que nuestro Emperador, que nunca tuvo apellido alguno, aunque a veces fue llamado Carlos de Gante por su lugar de nacimiento, nunca se hubiera identificado con alguien de aquella forma apellidado "5 Pero todas estas reflexiones son excesivamente sutiles para muchos de los que se ocupan del estudio del pasado, divorciados de la documentación original y del contacto con el espíritu y la mentalidad de cada época, pues para quienes así escriben es evidente que un miembro de la casa de Habsburgo tenía por fuerza que apellidarse Habsburgo, y uno de la casa de Trastámara, apellidarse Trastámara, pues ignoran que " Habsburgo y Trastámara son términos que se han empezado a utilizar mucho después por los historiadores para denominar a las dinastías que el Emperador representaba, pero nunca apellidos en sentido estricto". No se crea sin embargo que ésta es una moda excesivamente moderna, pues tiene ya una tradición centenaria. Cuando Alfonso XII se casó con la Reina Cristina, comenzó una larga y continua lucha entre políticos y eruditos, por un lado, empeñados en apellidarla Habsburgo, y ella por el otro, defendiendo su auténtico apellido que era Austria. Las polémicas se sucedieron e incluso hubo que rectificar los apellidos del Rey Alfonso XIII en el Registro Civil, que había sido inscrito como Habsburgo Lorena. La polémica se zanjó con un documentado trabajo del Académico de la Historia, Fernández de Bethèncourt, defendiendo el término de Austria, pues " habría que buscar cuidadosamente el motivo -terminaba en él el ilustre académico- de que a esta Augusta Señora nacida lejos de España, que se ha llamado como todos los suyos desde su nacimiento hasta su boda, se le llame entre nosotros de modo diferente, dándose la singular anomalía de que en esa raza imperial, que se compone al presente de más de setenta individuos de ambos sexos, sea el apellido en todos ellos Austria, con la sola excepción de la egregia dama, a quien su matrimonio hizo, con tanto honor de España, española"6. 5 .-Véase mi discurso de ingreso en la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía: Génesis y evolución del apellido en España, Madrid 1991, pág. 3. 6 .-Invito a los curiosos a leer el documentado trabajo del Académico don Francisco FERNANDEZ DE BETHENCOURT: Los apellidos del Rey de España, en "Príncipes y Caballeros", Madrid 1913, págs. 261-280.