TEORIZAR EN UN PAÍS PERIFÉRICO. ENTREVISTA A LUIZ

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REVISTA CHILENA DE LITERATURA
Diciembre 2014, Número 88, 319-334
TEORIZAR EN UN PAÍS PERIFÉRICO.
ENTREVISTA A LUIZ COSTA LIMA1
Natalia López Rico
Universidad de Chile
[email protected]
Con una obra que partió en 1966 con el libro Por que literatura, Luiz Costa Lima se sitúa
como una referencia ineludible en el campo de la teoría y la crítica literarias realizada en
Brasil en las últimas décadas. Es profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica de
Rio de Janeiro y ha ejercido como profesor en importantes universidades norteamericanas
y europeas. Ha publicado más de una veintena de libros, de los cuales destacamos Mímesis
e modernidade; O controle do imaginário. Razão e imaginação nos tempos modernos;
Mímesis: desafio ao pensamento; História. Ficção. Literatura y Frestas. A teorização
em um pais periférico. Varios de sus libros han sido traducidos al inglés y al alemán.
En esta entrevista, Luiz Costa Lima nos habla de sus principales aportes en el ámbito
de la teoría y de la crítica literarias y deja establecido su posicionamiento frente al estado
de la teorización en Brasil y el resto de América Latina. La entrevista se realizó en Rio
de Janeiro en mayo de 2014.
1. A lo largo de su obra podemos observar una postura bastante crítica frente a las
interpretaciones nacionales en relación con la literatura y, en general, con la
cultura. Nos interesa saber, en primer lugar, de dónde surgen o a qué responden
estos reparos y, en segunda instancia, qué modelo de análisis subyace a este
posicionamiento intelectual.
¿Por qué no estoy de acuerdo con la manera tradicional de pensar la literatura, no solo
en Brasil sino en el resto de América Latina? Voy a intentar dividir esta respuesta en
dos partes, dos razones pensadas históricamente. La idea de literatura como un discurso
autónomo es una idea relativamente reciente que viene de las últimas décadas del siglo
XVIII con el llamado primer romanticismo alemán, la Frühromantik. Si uno lee, por
1
Agradezco al profesor Horst Nitschack el contacto con el profesor Luiz Costa Lima
y a Ney Fernandes la revisión y corrección del texto.
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ejemplo, los fragmentos de Friedrich Schlegel, ve cómo es una idea que apenas surge, que
nace, que no está consolidada, la literatura es pensada como un discurso que básicamente
remite a la expresión subjetiva.
Segunda afirmación: los fragmentos de Schlegel –quien es el inaugurador de la
preocupación autonomista, por llamarla de alguna manera, de la literatura–, son, si bien
recuerdo, de 1797 y 1798. Él era entonces muy joven y rebelde, en una Alemania que
tenía una fuerte tradición intelectual. Es el tiempo cercano a Kant, de la gran filosofía
alemana, pero no existía todavía un Estado alemán; había solo una cantidad de pequeños
ducados y principados. Es decir, la condición del joven intelectual en Alemania era muy
difícil, especialmente la de un joven intelectual con intenciones revolucionarias. Por
entonces publica la revista Athenäum junto a un pequeño grupo compuesto por Novalis
y su hermano August Wilhelm, de la cual salen unos pocos números, y tienen que parar la
publicación porque no hay apoyo financiero. Por entonces, Schlegel –tenía poco más de
veinte años–, ve que quedarse en el país no tiene sentido, viaja y cree que puede continuar
con la revista escrita en alemán pero en París, así que se va a París con la mujer con
quien vivía pero con quien no estaba casado, es decir, un crimen para la época. Una vez
en París se da cuenta de que no puede mantener el plan de seguir publicando la revista y
que los desvíos políticos e intelectuales no le son favorables, así que sobrevive durante
algún tiempo dando un curso de historia de las literaturas a dos hijos de un comerciante
rico de Múnich que hacía el “viaje al mundo”, vive un poco tiempo con eso y, en pocas
palabras, desde el fracaso con la revista, confirma que debe regularizar, en primer
lugar, su situación matrimonial, segundo, convertirse al catolicismo y, tercero, volver a
Alemania y buscar un contacto con la pandilla de Metternich. Viaja a Viena y pasa, de
lo que podríamos considerar hoy en día como extrema izquierda, a formar parte de los
adeptos al Ancien Régime.
¿Por qué interesa ese cambio? Estos cambios ocurren en menos de diez años. Schlegel
tiene dos maneras de sobrevivir en Viena: como funcionario de la contrarrevolución y
dando cursos de historia de la literatura a la aristocracia. La historia de la literatura es
muy importante en oposición a un pensar la literatura como discurso autónomo. En la
introducción al curso que había dado a los hermanos en París, Schlegel repite y desarrolla
la idea de que hay que tener una teoría de la literatura –la expresión teoría de la literatura
viene de él–, pero añade que el primer elemento de una teoría de la literatura es su historia.
Es decir, la historia de la literatura aparece como el fundamento de un camino teorético.
Desde el punto de vista de Europa en general, la decisión de Schlegel no tiene mayor
importancia, pero en cambio para la historia de la literatura tiene mucha relevancia en
toda Europa y, en consecuencia, en las excolonias, es decir, Hispanoamérica. Veamos
por qué. Cuando cae Napoleón, todos los antiguos reyes que reestablecen su poder se
preocupan por demostrar a la gente que ellos no están contra los ideales de los pueblos
que vuelven a ser suyos. El efecto que importa de la expansión napoleónica es que se
había desarrollado en todos esos pueblos, Italia, Alemania, en toda la Europa donde las
tropas y ejércitos de Napoleón habían estado, un sentimiento nacionalista muy fuerte;
es el efecto contrario que las invasiones napoleónicas provocan. Así que los reyes, o
algún ministro más hábil, dice a los reyes que es necesario aprovechar ese clima para
decir a la gente que se estaba del lado de ellos, y es exactamente en los primeros años
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del siglo XIX que se establecen los primeros cursos universitarios de literatura y, desde
luego, de historia nacional.
Es decir, en los primeros años en los que se propone la discusión del discurso autónomo
de la literatura, la preocupación teorética y estética rápidamente desaparece en favor de
una idea histórica, y eso es lo que me importa remarcar. Esta influencia historicista llega
a América Latina, se impone y se establece. Sigamos en el campo de la historia, para
ver cómo ese principio historiográfico fue determinante en todo el siglo XIX. Si uno
piensa en quiénes escribieron sobre literatura en este siglo, eran todos historiadores de la
literatura; desde luego los más destacados son los franceses, y cada uno es más estúpido
que el otro. Y si uno mira en todo el siglo XIX qué hay de distinto de esta aproximación
historiográfica, aparecen algunos nombres, y es curioso que la gran mayoría de estos
nombres sean alemanes: Lukács (que no era alemán sino húngaro, pero hacía parte del
imperio austro húngaro). El primer Lukács, de El alma y las formas y Teoría de la novela.
Ese Lukács, antes de su conversión al marxismo, joven e inteligente, era una excepción,
así como Walter Benjamin, que va a ser redescubierto solamente después de la Segunda
Gran Guerra, o André Jolles y Max Kommerell, pero son solo nombres aislados.
En pocas palabras, la historia de la literatura ha hecho sucumbir una preocupación
teórica sobre el discurso de la literatura en tanto discurso autónomo.
Ahora, si pensamos en términos de Brasil, la crítica, la historia literaria entre nosotros
(como en todo el continente) empieza con la Independencia, y todos los intelectuales
o eran historiadores o eran positivistas. El primer crítico importante en Brasil, desde
el punto de vista de renombre –no de la calidad–, Sílvio Romero, escribe un pequeño
libro contra Machado de Assis, en 1897, Machado que es el único escritor brasileño
del siglo XIX de hecho importante. El argumento de Romero contra Machado era que
lo que caracterizaba a su obra era el sentido del humor, y el humor no sería una cosa
de nosotros sino de los ingleses. Ahora, haciendo un salto, si Romero declara eso a
fines del XIX sobre Machado, el mítico sociólogo brasileño Gilberto Freyre tiene un
ensayo sobre Machado donde dice que su novelística le da la impresión de una “casa sin
patio”, una casa solo con personas pero sin paisaje, sin naturaleza, cuando la naturaleza
era considerada como el trazo o elemento distintivo de la americanidad. Esas son, a la
ligera, las razones por las cuales yo he venido asentando durante años mi postura contra
la aproximación usual a la literatura.
Ahora bien, ¿en favor de qué se desarrolla mi trabajo? La primera afirmación, obvia,
sería en favor de retomar una concepción autonomista del lenguaje literario, es decir, ver
lo que hace que una novela no sea un tratado histórico, qué huellas tiene este discurso para
ser distinto de los otros. Eso de inmediato puede verse como un approach formalista, un
énfasis sobre el texto y su forma. Yo diría que no es así, y para eso me apoyo en una frase
del joven Lukács que aparece en el prefacio a Historia del desarrollo del drama moderno,
escrito en húngaro y publicado en 1909: “Lo que hay de social en la literatura es su forma”.
Es decir, tomar forma como opuesto al contenido es una idiotez. La forma es la manera
en que se configura el pensar. Esto significa que contra una aproximación historicista
yo no propongo una teorización de carácter formalista, aunque es una aproximación que
enfatiza y exalta la forma, sino, en este sentido, como algo que contiene en ella misma
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el contenido. En palabras más concretas o técnicas, la aproximación que propongo es en
favor de lo que se puede llamar una antropología filosófica.
Eso exigiría una explicación muy larga, pero en el caso de mi obra supone el
desarrollo de tres elementos: el primer elemento, en el que trabajo hace más de veinte
años, es un recuestionamiento de la idea de mímesis y lo que esa idea significa. Desde
el momento en que se empezó a pensar en la literatura como discurso autónomo se dejó
de lado la idea de mímesis que viene de la antigüedad y que desde los latinos se entendía
como imitatio. Los románticos –Schlegel desde luego– van a decir que la literatura no
es imitatio, aunque nadie serio pensaría imitatio como copia, sino como adecuación a
un modelo ya establecido.
Ahora bien, nuestra tradición occidental siempre tomó el elemento de semejanza
como el decisivo, mientras que la mímesis efectivamente supone la relación tensa,
para no decir dialéctica, entre semejanza y diferencia. Así pues, uno no puede retomar
la cuestión de la mímesis sino invirtiendo sus vectores constitutivos. La semejanza es
un elemento que ofrece al receptor un horizonte para el reconocimiento del tema. Si la
semejanza básica no hace parte del horizonte del receptor, el sentido de la obra se le
escapa. Pues la obra misma se desarrolla a partir del vector contrario, de la diferencia,
así que el primer gran elemento que busco trabajar, con esta vuelta a la mímesis, es este
cambio de perspectiva: semejanza remite a horizonte del receptor, lo que implica que la
obra es autónoma no por la obra, pero sí en relación con su recepción. En ese sentido,
debo mucho a un teórico alemán, amigo, que lamentablemente murió joven, Wolfgang
Iser, la “importancia del efecto” (Wirkung), como él decía. El efecto del efecto es la
condición necesaria para la actualización de la obra que está solo en estado potencial
mientras texto, mientras cuadro, etc.
El segundo elemento tiene que ver con la idea del control del imaginario. Todos
sabemos que desde que hablamos de humanidad nunca hubo una sociedad igual, con
valores iguales. Ni el más utópico de los utópicos diría algo así. A esta diferencia interna
de la sociedad corresponde la diferencia de escala de valores de los grupos. Si el grupo
X con los valores Z domina la sociedad, es “natural” que intente imponer sus valores a
la sociedad. Por ejemplo, en el Renacimiento, la novela no tiene condición de desarrollo,
en cambio tenemos a la épica que ofrece las condiciones para que el protagonista sea
un héroe, generalmente cristiano, que lucha contra los moros. De las dos grandes épicas
renacentistas, Tasso y Ariosto, el primero es normalmente tomado como el gran épico, y
si uno lee con bastante cuidado Jerusalén liberada de Taso se comprueba esta fórmula:
el héroe cristiano que masacra a los moros y que no solo es heroico por su valor físico
sino por sus cualidades morales; está todo eso ahí. Mientras, Ariosto y su Orlando furioso
escapa del control. La fórmula no se realiza en él. Basta que diga que la heroína de su
épica, llamada Angélica, abandona y traiciona a su caballero cristiano para casarse con
un soldado moro. Recordemos que Ariosto era uno de los héroes favoritos de Cervantes,
y tanto Ariosto como Cervantes son igualmente tomados como figuras problemáticas.
¿Vamos a considerarlos serios o no? Esa indagación es hecha nada menos que por Erich
Auerbach. Cuando él escribe la primera edición de su Mímesis no presenta el capítulo
que todos conocemos sobre Cervantes. Desde esta pista fui en búsqueda de información
sobre Ariosto, quien divulgó su Orlando furioso como una obra que debía considerarse
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menos calificada. Posiblemente es por eso que Ariosto logró escapar del control. Ahora
bien, control no es censura, es más grave. La censura no tiene duda, supone una norma
positiva implantada, no importa si se está de acuerdo o no. Ir contra la norma conlleva
ser censurado. El control, en cambio, es más sutil, supone que algo se impone contra
los valores establecidos pero no de manera tan flagrante como para ofenderlos. Añadiría
solamente que la idea del control no es inspirada en alguien sino en nuestra situación;
eso fue pensado durante la dictadura (en Brasil, desde 1964 hasta 1987).
El tercer elemento es un desarrollo de una tesis cuyo primer tratamiento importante
es hecho por Wolfgang Iser. Literatura es una palabra ambigua: todo puede ser o dejar
de ser mientras que el trazo decisivo de una obra literaria es su ficcionalidad.
Más recientemente, creo que en mi último libro, Frestas. A teorização em um país
periférico, digo que ficción no es sinónimo de literatura. Lo que se llama literatura
constituye la ficción interna, la ficción que se desarrolla a partir de su forma en el sentido
que ya sabemos, pero al lado de esa ficción interna hay una ficción externa. Cuando vas
por la calle, te encuentras un amigo y tienes que saludarlo, y te responde que está bien y
no piensas efectivamente si todo está bien o no, ese sería el ejemplo de ficción externa
más elemental, el ceremonial del cotidiano. No hay que pensar que lo que se dice en ese
ceremonial debe ser tomado como verdad. Quien saluda no está preocupado de saber si
el otro está bien o no, pero si no hay tal saludo quien no lo recibe se va a preguntar qué
pasó. Ese es el nivel más bajo de la ficción externa. El extremo opuesto –a mis amigos
matemáticos no les gustará mucho escucharlo– es el cálculo de las probabilidades. El cálculo
de probabilidad es una aventura, pero normalmente nosotros tomamos las estadísticas
como verdad. Y avanzo un poco la cosa aquí: si nada va mal terminaré a fines del próximo
año un libro que desarrolla una idea que debo fundamentalmente a un filósofo alemán
que murió hace diez años: Hans Blumenberg. Así como pasó con la mímesis, en que el
Occidente siempre privilegió la idea de similitud, la idea de lenguaje desde los griegos
se toma como teniendo un único eje cuyo ábside principal es el concepto; fuera del
concepto se tienen aproximaciones al concepto o se tiene la ornamentalidad metafórica.
Blumenberg es quien empezó a desarrollar la idea de que no era eso; la terminología la
doy yo pero la idea es de él. Uno de los ejes del lenguaje es efectivamente el concepto y
el otro eje es de la metaforicidad. Muchas cosas no caben en el concepto, sobre todo lo
que Blumenberg llamaba “metáfora absoluta”. La idea es desarrollar la cuestión de los
dos ejes y hacer una reapreciación del problema de la ficcionalidad.
2. En 1980 publicó el libro Mímesis e modernidade, que usted considera su primer
libro maduro, y se abrió paso una de las líneas teóricas más fructíferas en su
quehacer intelectual, una búsqueda que, como usted bien acaba de señalar, osó
ir a contracorriente de la tradición europea de la mímesis. Dicho concepto a
lo largo de su obra se enriquece –casi diría que se disloca al desligarlo de la
imitatio– y tiene por lo menos dos aportes específicos cardinales: la mímesis de
diferencia, a la que se refirió recientemente, y la mímesis de producción. ¿Podría
ampliarnos las referencias sobre esta propuesta de la mímesis de producción?
¿Dónde podemos hallar esa mímesis, por decir de alguna manera, en acción?
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Hay un equívoco generalizado que me gustaría denunciar. Normalmente las personas
que aceptan que hay dos tipos de mímesis, de la representación y de la producción, ven
las dos como pensadas jerárquicamente. Yo digo que no hay jerarquía alguna: lo que hay
es que el primer tipo de mímesis es más usual. ¿Qué quiere decir eso en relación con el
problema de la tensión entre semejanza y diferencia? Quiere decir que la semejanza es
bastante evidente para que uno reconozca en el fondo dónde la forma va a desarrollarse,
mientras que la mímesis de la producción es algo que se realiza en el momento mismo
de la narrativa.
Hay un ejemplo que creo que deja eso muy claro, un cuento de Guimarães Rosa,
“Meu tio o Iauaretê”. La historia es muy sencilla. Es un hombre que es cazador de onças 2
y el cuento es todo narrado por el cazador, el onceiro. La narrativa presenta a este tío
monologando y, en la medida en que la caza del animal se vuelve más intensa, el portugués
se va transformando, se va, como decía el poeta Haroldo de Campos, tupinizando. Al
final del cuento hay exclamaciones, sonidos separados; es como si el tío de tanto cazar
se vuelve semejante “a” el animal cazado. Eso es lo que llamo mímesis de la producción.
Es en la constitución misma de la obra donde se realiza esta mímesis.
3. ¿Y qué lugar ocupa la subjetividad en esta nueva interpretación de la mímesis?
La idea básica que nosotros, “modernos”, tenemos del sujeto viene de Descartes, el
cogito ergo sum, que supone un sujeto centrado cuyas actitudes aquí corresponden a
actitudes en otra situación, y en otra, etc. Yo digo que eso es una idealización arbitraria,
es lo que llaman sujeto solar. Es una idea arbitraria porque uno olvida que el sujeto
es una cristalización de fases y caras distintas, así que en lugar de este sujeto único
yo hablo de sujeto fracturado. La noción hoy no me parece la mejor porque fractura
supone ‘quiebre’, ‘ruptura’, y no es eso. Yo digo que es ruptura en relación con la
centralidad del sujeto, pero no es una ruptura interna. Es una fractura en el sentido de,
por ejemplo, imaginar a alguien que es comerciante, religioso y padre de familia a la
vez. Como padre de familia sería una persona muy rigurosa, la educación de los hijos
hombres sería diferente de la de las hijas, como religioso va a misa, comulga una vez
por año, pero al lado del riguroso padre de familia es alguien que mira a las mujeres.
Y como negociante, tratará de vender siempre al mejor precio. Es decir, todos nosotros
conocemos esa fractura del yo, pero como defensa sicológica pretendemos que somos
uno. Es esa la idea. La consecuencia de eso sería aquel sujeto que correspondería a la idea
tradicional que nosotros tenemos de ‘representación’, que supone ser ella la figuración
mental que uno establece de lo que se le presenta. La representación que yo tengo de
esta pared a nuestro lado, ocupada por libros, es que “a este hombre le gusta leer”. La
representación sería sencillamente la marca internalizada de algo externo en un sujeto,
un sujeto que ya es uno. Yo digo que es falsa la idea pues así como el sujeto es fracturado
la representación es una representación-efecto, es decir, yo te miro, miro los libros, de
manera no necesariamente igual a como otra persona podría verlo. Entonces, en la idea
2
Traducido comúnmente al español como jaguar.
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de representación-efecto, en vez de la geometrización del mundo, tienes una afectividad
globalizante en tus relaciones con el mundo.
4. Otro de sus principales aportes teóricos que surge, así como su interés por
la mímesis, de sus reflexiones sobre la relación entre literatura y sociedad es,
como ya lo mencionó hace un momento, “el control del imaginario”, un tema
que vería la luz a partir del título homólogo O controle do imaginário. Razão e
imaginação nos tempos modernos, publicado por primera vez en 1984. Como
ya dejó establecido, estas inquietudes sobre el control se ligan al contexto de
producción de esos años y, más concretamente, al contexto dictatorial. Ahora
bien, ¿de qué modo se revela en sus trabajos cómo la literatura responde a este
control?
Es evidente que cuando se habla del control del imaginario se quiere decir que lo que
está implícito es que hay una divergencia entre los valores de la obra controlada y los
valores dominantes. En ese sentido, el control es un mecanismo contra la ficcionalidad
no legitimada por la ortodoxia. Añadiría una observación de Borges no relacionada
directamente con el control sino contra los mecanismos contra la expresión escrita. Borges
decía algo como que “la censura no es necesariamente negativa porque puede llevar al
escritor a buscar mecanismos más sutiles de expresión”. Considerando las posiciones
conservadoras de Borges, uno puede ver eso con sospecha, pero es muy verdadero, y a
este respecto el ejemplo de Ariosto que yo daba es sintomático. De la misma manera, si
fuéramos a pensar en este sentido El Quijote, veríamos que uno no puede decir cuál es
la posición de Cervantes en relación con la situación efectiva de la España de entonces,
porque son posiciones conflictivas, y hay que leer con mucho cuidado para ver cómo esos
conflictos a veces disfrazan una posición verdadera. Si quisiéramos saber la posición más
probable de Cervantes contra la sociedad de su tiempo sería el episodio de los nobles que
reciben al Quijote y Sancho y hacen de Sancho gobernador de Barataria. Sería el ejemplo
más evidente. Pero para que la obra de Cervantes pasara por la censura, fue necesario que
tuviera contrapartes que la hicieran parecer más simpáticas. Recuerdo, por ejemplo, el
capítulo del campesino judío que hace parte de la expulsión y que vuelve a España para
desenterrar un tesoro. El retorno puede verse como un acto subversivo, ese hombre no
podía estar ahí, pero la subversión que implica su retorno tiene como contrapeso el acto
criminal que él comete –un acto no muy bien visto– de desenterrar un tesoro. Yo diría, a
partir de ahí, que es evidente que hay una preocupación de caracterizar la autonomía del
discurso literario en relación con un enfoque histórico-sociológico y es su articulación
con su configuración textual lo que motiva el acercamiento de la antropología filosófica.
5. ¿Cómo se sitúa usted en el contexto de la teoría literaria internacional, o más
específicamente, cómo define su posición (u oposición)? Aquí le agradecería
que también se refiriera a quiénes considera como sus precursores a nivel
nacional e internacional y qué aportes de esos autores han tenido un impacto
en el desarrollo de su propia labor como crítico y teórico de la literatura. Es
conocida, por ejemplo, la influencia de Lévi-Strauss en sus primeros trabajos…
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Hay dos autores importantes, ambos alemanes. El primero parecería paradójico: es
Auerbach. Paradójico porque al final toda mi concepción de mímesis va contra Auerbach.
Pero fue la lectura de su obra la que me dio la idea de una perspectiva social pero no
rígida, no sencillamente ideológica, o importando mecanismos sociológicos como clase
y concepción de clase, así que el primer aporte importante es Auerbach, aunque desde
una perspectiva opuesta.
La segunda influencia es mucho más positiva, aunque también con diferencias:
Wolfgang Iser. Incluso en nuestras discusiones personales Iser jamás aceptó revisar su
concepción contraria a la mímesis. Es muy difícil para un scholar europeo establecer
esta reflexión porque se estableció por siglos que la mímesis es una porquería trasmitida
desde los antiguos. Si siempre nos vimos en lados distintos en la cuestión de la mímesis,
desde luego, como ya había mencionado, el tercer ingrediente que yo desarrollo, la idea
de una teoría de la ficcionalidad, y cómo ella constituye el subsuelo (underground) de
la propia literatura, es sacada de su libro O fictício e o imaginário. Esos son, yo diría,
los dos precursores que me vienen a la cabeza.
Tú te referías a Lévi-Strauss, sin duda alguna, pero hay una cosa curiosa. Creo que
junto a Kant, el autor que he leído y estudiado por más tiempo es Lévi-Strauss. Yo sé
que estoy impregnado de Lévi-Strauss, pero no veo ni sé dónde.
Es posible que la influencia más importante, de nuevo sin ninguna localización
específica, sea el pensamiento de Kant, más propiamente la tercera crítica, la Crítica del
Juicio, donde Kant va más allá de sí mismo. Uno ve que hay una invención que él no está
en condiciones de acompañar, esta cuestión del genio que abre caminos sobre él mismo.
La segunda gran influencia, no semejante a la de Kant pero muy importante para
mí, es Merleau-Ponty, y entre los contemporáneos el primero es Hans Blumenberg y el
otro es una figura que no comprendo por qué no está tan divulgada como yo pienso que
debería. Es un filósofo que impulsó la renovación de la antropología filosófica a partir de
su obra maestra publicada en 1940 (Der Mensch, seine Natur und seine Stellung in der
Welt, traducido como El hombre, su naturaleza y su lugar en el mundo): Arnold Gehlen.
Fue traducido al español y al inglés en los años setenta.
En el próximo libro que va a salir establezco un vínculo entre tres figuras: Herder,
Gehlen y Blumenberg. Pero hay una cosa curiosa –dejemos a Blumenberg de lado,
quedémonos con Herder y Gehlen–: el asunto fundamental que interesa es la idea misma de
hombre. Ya sabemos que la idea clásica del hombre es que es un animal racional. Aunque
no haya sido el primero que hablara de esto, Herder fue el primero que desarrolló la idea
contraria. Lo que caracteriza al hombre es que es un ser carente. La expresión en alemán
es: Mängelwesen, ‘criatura de carencias’. Si comparas un animal salvaje superior, el león,
el tigre, etc., son todos animales fuertes, con mecanismos de defensa y ataque seguros,
firmes, con un aparato instintivo muy bien desarrollado, pero toda esa estabilidad animal
supone una territorialidad precisa. El hombre es todo lo contrario, basta ver el tiempo
que llevamos para ser independientes. Eso aporta Herder, esta visión del hombre que
tiene un exceso de estímulos y una cantidad pequeña de respuestas a esos estímulos, un
desequilibrio entre impulsos y respuestas a ellos, de ahí la idea del hombre como un ente
carente. Eso ya está en Platón, pero Herder es el primero que lo desarrolla y Gehlen lo
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lleva adelante, y Blumenberg lo cita como fuente de su antropología filosófica, es decir,
la idea de antropología filosófica la debo a estos tres autores. Herder no sabía que era un
antropólogo filosófico, pero Gehlen y Blumenberg se definen a sí mismos de esa manera.
6. Pasando ahora a un ámbito más local y personal, sabemos que Antonio Candido
fue su orientador de doctorado. ¿Cuáles son los puntos de contacto o distancia
con la obra de Candido?
Lo primero que cabe decir en cuanto a mi relación con Antonio Candido es que le debo la
posibilidad de mantener una carrera académica. Yo había regresado de Europa en el año
1962, poco tiempo después fui a enseñar a la Universidad de Recife, en el Nordeste del país,
y trabajaba en el sistema de alfabetización de Paulo Freire, quien fue mi vecino y amigo,
el primer padre intelectual que tuve. Paulo Freire dirigía lo que se llamaba el Servicio de
Extensión Cultural de la Universidad, donde se desarrollaba el sistema de alfabetización
que él propuso, y yo daba clases a los futuros alfabetizadores y al mismo tiempo dirigía
la revista universitaria. Las dos cosas, la dirección de la revista y el trabajo con Paulo
Freire, hicieron que yo fuera expulsado de la Universidad por el Acto Institucional n.º 1,
eso en 1964. Por esa razón me vine a Rio de Janeiro y aquí me quedé. En los primeros
años de la dictadura se estableció la obligación de los programas de posgrado. Estaba en
Rio cuando empezaron los cursos de posgrado, mientras yo trabajaba en una enciclopedia
para poder sobrevivir, ya que estaba fuera de la universidad, así que le pedí a un colega
que trabajaba en la Universidad Federal de Rio de Janeiro, donde ya había posgrado, que
se comunicara con el director para preguntarle cómo podría hacer para inscribirme. A
los pocos días mi amigo me dijo que no comprendía lo que pasaba pero que la respuesta
había sido exactamente esta: “Este señor fue expulsado de la universidad por nuestro
Gobierno, así que él solo entrará aquí pasando sobre mi cadáver”. Por suerte, yo había
sido profesor de una hija de Candido, Ana Luisa Escorel, así que la llamé, le expliqué
la situación y le pedí que me pusiera en contacto con Candido. Una semana después,
estuve con Candido en la Universidad de São Paulo, él hizo todos los trámites y me abrió
el camino. Y aquí viene algo curioso: en Brasil, durante la dictadura, Lévi-Strauss y el
estructuralismo eran considerados instrumentos conservadores, reacios a la historia, y la
Universidad de São Paulo era el centro de la resistencia a la dictadura y a su vez el centro
de estas afirmaciones. Yo estaba estudiando estructuralismo y en ningún momento dudé
en hacer una tesis doctoral sobre este tema, era el inicio de mi pensamiento propio. Sin
eso yo no hubiera pensado por cuenta propia, diez años después. Ahora bien, mi segunda
prisión, estando en Rio –yo defendí mi tesis en 1972–, ocurrió dos o tres semanas antes
de la defensa de la tesis. Había otros motivos pero por suerte la razón de la prisión era
meramente ocasional. Salgo, por suerte, una semana o dos antes de la defensa de la tesis
doctoral. Pero si esa prisión fue más difícil que la primera (pues durante la prisión del
año 64 la represión era más artesanal, mientras que en los años 70 se había sofisticado),
aun con todas las dificultades de los nueve o diez días que estuve en la segunda prisión,
mi impresión es que la cosa fue menos difícil que el enfrentamiento de la defensa.
Con todo, lo primero que digo sobre Candido es que tengo un sentimiento de gratitud
enorme hacia él, pues sin su ayuda no habría podido tener una carrera académica.
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En segundo lugar, independientemente del aspecto personal, Candido es, efectivamente,
como crítico literario, muy bueno, muy sensible, pero teóricamente es un desastre. Como
era el caso de Auerbach: críticamente fenomenal, pero declarademente no interesado en
teorías. El momento en el que la teoría volvió a tener importancia fue entre las décadas del
sesenta y del ochenta, exactamente a partir del estructuralismo al que se oponía Candido.
Así que si le debo algo a Candido, es menos por su libro mas famoso, A Formação
da literatura brasileira, que por los análisis concretos, por ejemplo el de Graciliano
Ramos, que es precioso. Yo recomendaría todo lo que escribió como crítico, A educação
pela noite e outros ensaios; Literatura e sociedade, etc. Al mismo tiempo, pienso que
teóricamente es un desastre. Mi vocación desde el comienzo fue teorizar sobre literatura.
Eso ya se muestra en mi primer libro Por que literatura, un título interrogativo, y aquí
cuento algo que poca gente sabe. Soy hijo único, mi padre era ingeniero, un self made
man, hijo de un profesor primario del sertón, del Nordeste, es decir, muy pobre, que se
mudó a Recife y trabajaba en el día para estudiar ingeniería en las tardes. Así que hasta
los dieciséis años yo pensé que iba a ser matemático, de ahí viene la teoría. No pensaba
en ingeniería pero sí en matemática pura, y él veía esto con bastante entusiasmo. Hasta
que cayó en mis manos una traducción brasileña de un libro, extrañamente de un fraile
trapense, Thomas Merton, titulado La montaña de los siete círculos. Es la historia de
una conversión, un joven de izquierda liberal que sufre una crisis religiosa y se vuelve
trapense. El libro tuvo un enorme impacto sobre mí, pero no de orden religioso. Por ese
libro me dije entonces que no quería ser matemático, sino que quería estudiar literatura.
Es curioso porque mis amigos de entonces querían ser casi todos poetas o novelistas, y
el candidato a poeta por lo general era el hombre de la bohemia. Aunque los acompañé
nunca tuve intenciones bohemias, nunca pensé en ser poeta o novelista. La única cosa
que salió del campo es un libro que hice sobre Lully, mi mascota, Me llamo Lully, y es
una historia de cómo Lully cuenta su historia en la computadora. En la primera edición
puse un pseudónimo y en la segunda puse mi nombre real. Así que creo que la vocación
teórica está allá atrás. Y el título Por que literatura salió de las discusiones con mi padre.
Él intentaba convencerme: “Literatura, ¿cómo se estudia eso?”. Y añadía: “Si estás seguro,
quiero que sepas que antes de tu decisión yo estaba dispuesto a pagarte estudios en el
extranjero, pero si insistes en la literatura, no lo haré”. Entonces, Por que literatura era
una referencia directa a esa discusión.
7. Según su punto de vista, ¿cuál es el estado de la crítica literaria que se realiza
en Brasil actualmente? ¿Cuáles son los debates pendientes, cuáles los desafíos?
Yo creo que la situación nuestra si no es tan terrible es porque es igualmente terrible
la situación mundial. No es que la literatura, la producción ficcional que se hace en los
Estados Unidos o en los centros importantes de Europa, sea de mala calidad. Hay grandes
poetas, grandes novelistas, tanto estadounidenses como alemanes o italianos, pero hay
una crisis generalizada en la reflexión sobre la teoría. Hubo ese momento áureo de los
años setenta y ochenta, y después la teoría decayó. Hay motivos coyunturales para eso.
Sabemos la importancia que el llamado deconstruccionismo francés ha tenido en los Estados
Unidos, la importancia de una figura, para mí detestable: Jacques Derrida, a quien nunca
Teorizar en un país periférico. Entrevista a Luiz Costa Lima
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le he tenido paciencia o simpatía. Pero fue el gran héroe de las grandes universidades
estadounidenses, y su representante local era Paul de Man, el belga emigrado, que para
suerte suya solo después de morir se descubrió que era antisemita y tenía simpatías
nazis. Eso fue un golpe terrible en la academia estadounidense. Derrida, hoy en día, no
sé quién lo lee. Así que a esta crisis de la cumbre teorética de los años sesenta y ochenta,
a esta caída, corresponde el cuestionamiento mismo de la reflexión sobre la literatura.
Además, aparece la contribución negativa estadounidense, el llamado culturalismo. Es
increíble, porque el inicio del culturalismo es el marxismo inglés. La idea era muy buena,
antes sociológica que relativa a la literatura misma. La idea era que los programas de
literatura siempre estaban centrados en los valores de la clase dominante y había que
dar sitio a las clases subalternas. El culturalismo emigra inicialmente de Inglaterra a
Canadá y Australia, luego invade los Estados Unidos y se vincula, por un lado, con el
political correcteness, y del otro con los movimientos minoritarios. Es decir, cada vez
más el culturalismo estadounidense es una gran porquería porque no es sociología, no
es historia, no es nada, pero es muy fácil. El nivel de ignorancia se generaliza. Algunas
semanas atrás estuve en São Paulo y daba clases a un posgrado en derecho, y yo les decía
que me parecía curioso que estudiantes de posgrado de derecho hayan pedido una charla
de un profesor de una cosa tan distinta. Pero alguien dijo que no era extraño, que antes
de ser juristas eran humanistas. Yo les decía que preguntaba eso porque me parecía que
en los últimos años nuestro país ha optado por la mediocridad. Cuando era joven me
impresionaba que los viejos siempre vieran sus tiempos de juventud como mejores; yo no
digo que eran mejores, pero efectivamente hay una cosa peor hoy en día. Siempre hubo
una mediocrización generalizada, pero ahora parece oficial: por un lado la capacidad de
armar patrañas y por otra la capacidad de no pensar. Hace poco leí dos libros de crítica
literaria contemporánea y son terribles.
8. Su apuesta por la teoría literaria es no solo un posicionamiento frente a algunas
cuestiones atingentes a la literatura como tal, sino también un posicionamiento
crítico del quehacer intelectual en un lugar o país periférico. De ahí que la
pregunta por lo que significa “pensar en los trópicos” o “teorizar en un país
periférico” ocupe un lugar central en sus últimos libros, una inquietud que sin
duda comparte la reflexión crítica latinoamericana de las últimas décadas. En
relación a esta cuestión, ¿cómo percibe la crítica y la teoría literaria que se ha
forjado desde América Latina?¿Además, percibe en ella la potencialidad crítica
o contestataria que se le ha endilgado?
Lamentablemente no lo veo como un elogio o algo positivo. Veo mi posición como
marginal dentro de la marginalidad, tanto en relación con Brasil como con el resto de
América Latina. Los intentos que he hecho de conocer la crítica latinoamericana reciente
no funcionaron. Doy solo un ejemplo. El año pasado fui invitado a un evento junto a una
profesora argentina, que fue profesora en Estados Unidos y luego volvió a Bueno Aires,
y un profesor catalán. La profesora expuso un trabajo en el cual su argumento era que
nosotros los profesores de literatura tenemos cada vez menos alumnos interesados en
estudiar literatura. Entonces, el problema era saber qué hacer con estos alumnos. Alguien
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REVIStA CHILENA DE LItERAtURA Nº 88, 2014
preguntó si lo que quería decir es cómo un profesor de literatura puede interesar a los
alumnos por la literatura. Respondió que es todo lo contrario, que si eso no interesaba
qué íbamos a hacer. Frente a eso dejé la presentación que había preparado y me propuse
hacer, frente a su exposición, una reflexión sobre lo que significaba la palabra crítica:
crisis, separación, división de aguas, qué significa la crítica en Kant. Si el océano va
contra la literatura y el profesor le da la espalda, dije que me parecía una traición. Así y
todo, la mitad de la audiencia estuvo a favor de la exposición de esa profesora.
9. Su análisis sobre Os sertões (1902) –al cual dedicó un libro completo: Terra
ignota. A construção de Os sertões (1997)– comprende, entre muchos otros, dos
temas que nos interesan. El primero se refiere a la posibilidad de que un discurso
de intención referencial sea considerado literatura (en este mismo sentido
analiza también Casa grande [1933]). Usted dice que, traspasado su propósito
de interpretación socio-histórica del país, en ellos sobresale una espesura del
lenguaje, y que por esa espesura del lenguaje la literatura entonces se tornará
su segunda morada. En primer lugar, ¿podría comentarnos a qué se refiere esta
espesura que ofrece una segunda vida a estos textos convirtiéndolos en textos
literarios? En segundo lugar, usted realizó una revisión pormenorizada de la
crítica canonizada de Os sertões y propuso una nueva lectura de la obra. ¿Cuáles
fueron sus principales conclusiones a este respecto?
Voy a empezar por la segunda parte. Me impresiona mucho porque Os sertões es de
comienzos del siglo XX y hay una bibliografía muy extensa sobre este libro. Casi sin
excepción es una apreciación laudatoria. Nadie ve los problemas que el libro presenta, que
son muchos. Y en principio, desde luego contra la idea del propio Euclides, unánimemente
es tomado como una obra literaria, cuando hay una carta muy sintomática de Euclides
donde dice aproximadamente eso: “Mi impresión es que lo que va a venir próximamente
serán cada vez más estudios científicos sobre un objeto con el lenguaje árido de la ciencia
y que hay que revestir este lenguaje con una capa literaria, y es eso lo que he querido
hacer”. Y esta referencia nadie la comenta.
En segundo lugar, en las primeras páginas del libro, él se refiere a un sociólogo, Ludwig
Gumplowicz, que nadie conoce hoy día y que yo encontré por los googles de la vida. Era
un polaco profesor de sociología en una pequeña ciudad de Austria y escribió en alemán
un libro sobre las razas. Esa referencia aparece en el comienzo de Os sertões. Euclides
dice que Gumplowicz es en este punto mayor que Hobbes, que las razas son distintas, etc.
Quedé impresionado porque yo había leído lo que había podido sobre Euclides y nadie
se había referido a eso. Fui entonces invitado a dar un curso en Stanford, y sabemos que
la gran calidad de la universidad estadounidense son sus bibliotecas. Busqué allí el libro
y no estaba, pero un alumno japonés, viendo mi decepción al no encontrarlo, me dijo
que no me preocupara porque si alguna biblioteca estadounidense tenía el libro él me
enviaría una copia, y el libro me llegó dos semanas después. Yo sabía que Euclides no
leía alemán, así que tenía que haber leído una traducción. Él descubre La lutte des races,
la traducción francesa. Hice la comparación de las citas de Euclides con la traducción y
comprobé que la había leído. Lo más increíble es que el autor decía todo lo opuesto de
Teorizar en un país periférico. Entrevista a Luiz Costa Lima
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lo que Euclides entendió. Sin que el libro sea gran cosa, la idea es interesante, porque
estaba contra lo que el evolucionismo normalmente postulaba en la época. Decía que
la diferencia de las razas sería semejante a las diferencias que hay entre los animales
de la misma especie, serían factores externos los que crearían modificaciones sin que
las razas fueran superiores o inferiores. Euclides estaba de tal manera inmerso en el
evolucionismo que leyó lo que quiso en el texto y, con todo, un siglo después la gente
pasó por alto este detalle y nadie se preocupó por buscar el libro. De ahí la discordancia
con la interpretación del libro. Ahora bien, Os sertões no es, como el propio Euclides
decía, un libro de literatura sino un libro de interpretación histórico-social del Brasil
fundado en el evolucionismo. Eso quería decir, en las mismas palabras de Euclides: que
como éramos un pueblo mestizo y en nuestro mestizaje entraron razas inferiores, las
condiciones de progreso de la nación eran muy pequeñas. Teníamos que contar con que
el tiempo borrara las manchas de la inferioridad y el país pudiera progresar. Es terrible.
Recuerdo una entrevista a un dramaturgo que escuché hace algunos años, de Ariano
Suassuna: decía que no importaba lo que Euclides quería decir en Os sertões o lo que
Euclides quería que fuera Os sertões, pues era una novela y el gran protagonista era el país.
En cuanto a la segunda parte de la pregunta, el pobre Euclides era efectivamente
un hombre amargado. El esfuerzo que hizo en interpretar un objeto inexistente, ¡cómo
interpretar el país, el país que va del Río Grande a Amazonas, cómo interpretar una unidad
si no hay tal! Siendo ingeniero en las márgenes de un río, tenía una cabaña pequeña
donde escribía, tenía algunos amigos que sabían latín y lo ayudaban. Las condiciones
de trabajo eran las peores posibles, quería ser poeta y era malísimo poeta. Pero hay
pasajes en Os sertões donde él destraba los mecanismos evolucionistas y el personaje
se vuelve el lenguaje. Cuando así pasa, el lenguaje se vuelve espeso. Literatura es el tipo
de discurso que tiene como distintivo su carácter espeso. Cuando escribí eso no conocía
los trabajos de Blumenberg, pero diría que la idea de lenguaje espeso sería un ejemplo
de una formulación que no puede ser conceptualizada.
10. En los últimos años ha surgido en Brasil, con gran éxito, una literatura de corte
testimonial o documental (estamos pensando, por ejemplo, en Ferréz con Capão
pecado y Manual prático do ódio; Memórias de um sobreviviente de Luiz Alberto
Mendes o Cidade de Deus de Paulo Lins, etc.). ¿Cuál es su apreciación sobre
esta narrativa más reciente?
Esta literatura no forma parte de una tendencia reciente. La tradición brasileña desde el
siglo XIX era fundamentalmente de descripción de la naturaleza como prueba de que ella
era distinta de la literatura europea. No es por casualidad que Machado sea una excepción.
Es eso –lo que decía Gilberto Freyre hablando de Machado–: una casa sin patio. Veo en
ese documentalismo o testimonialismo una vuelta a una vieja tradición nuestra, brasileña,
e incluso, diría, latinoamericana. Los grandes escritores latinoamericanos, por ejemplo
(Juan) Rulfo, hacen todo lo contrario al documentalismo. Esos escritores que hablan
desde sus cuevas, hablando de lo que está fuera, que es historia, o la revolución, pero
desde un enfoque contrario al enfoque historiográfico.
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En segundo lugar, hace pocos meses participé en un concurso literario, en la Bienal
del Libro de Brasilia. Leí unas cien novelas, la mayoría de muy mala calidad, pero me
encontré con cinco libros de los cuales la prensa no habla. Cuando tenga tiempo escribiré
sobre ellos, nadie los conoce. Cuando se habla de literatura reciente la gente dice: “¡Qué
maravilla! Tenemos el documentalismo, la favela de la cual se habla ahora claramente”.
Todo ese political correctness idiota. O se lamenta de que sea eso. Yo creo que ni eso ni
aquello. Yo creo que hay una parte resistente de muy buena calidad.
11. La Revista Chilena de Literatura publicó el año pasado un número dedicado
a pensar el espacio de las humanidades, una reflexión en torno al “papel, el
lugar y la significación de las humanidades en el mundo de hoy, sobre todo
pensando en nuestra propia realidad universitaria (la chilena) y circunstancia
latinoamericana en general”. ¿Cuál es su visión de la situación brasileña a este
respecto?
El primer punto es obvio. Vivimos, todo el Occidente, y por lo visto no solo el occidente
sino China también, una globalización tecnicizante. Hay una reflexión de un filósofo
contemporáneo del nazismo, Edmund Husserl, un hombre que fue maestro de Martin
Heidegger. Husserl caracteriza en su último libro la crisis de las ciencias europeas y
la tecnificación como un desarrollo de las ciencias que establece que la teoría es algo
innecesario. Como todos vivimos bajo técnicas sabemos que esto es verdad. Nuestro
ejemplo aquí es la técnica de la computadora. ¿Qué sabemos sobre eso? ¿Qué sabemos
sobre la tecnología de la electrónica? No sabemos ni nos interesa. Brasil, como parte
del contexto global, vive la misma tecnificación, es decir, el desarrollo de las ciencias
llega a un punto que pone entre paréntesis la necesidad de teorizar sobre lo que se hace
técnicamente. Eso es tanto más grave, solo refiriéndome a Brasil, porque las elites políticas
de derecha, izquierda, centro, todas están de acuerdo en que el desarrollo del país depende
del incremento de la tecnificación, y las humanidades son desechadas. Por el contacto con
los alumnos veo que hay focos de resistencia a eso, pero son insignificantes en relación
con la gran mayoría. Recuerdo cuando hablé dos horas y media a los futuros juristas en
São Paulo y al final uno de ellos decía estar muy decepcionado y triste porque no veía
en mi presentación una perspectiva posible para las humanidades. Le dije que la única
discordancia con su idea era un recuerdo que tenía de Gramsci prisionero, quien, para
tener material de publicación, tenía que pasar dinero a los guardias para contrabandear lo
que escribía. En uno de esos cuadernos él decía que, con relación a sí mismo, él era muy
pesimista –incluso porque murió en la cárcel–, pero ese pesimismo –decía Gramsci– no
le impedía tener el valor de decir “estoy contra”. La única cosa que puedo decir es que,
aunque seamos la minoría de la minoría, el único camino que veo es el de desarrollar
esta resistencia, por la articulación de argumentos contrarios a ese statu quo.
12. Y para finalizar, ¿podría adelantarnos algo más de lo que será su próxima
publicación?
Mi próxima publicación pretende hacer más explícito lo que llamé, al principio de esta
entrevista, mi orientación antropológica-filosófica. Cuando empecé a repensar la cuestión
Teorizar en un país periférico. Entrevista a Luiz Costa Lima
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de la mímesis no tenía idea de adónde iba esto. El desarrollo se ha dado paso a paso, con
saltos, con interrupciones, con diferencias. Creo que elaborando ahora eso que yo llamaba
los dos ejes del lenguaje, que el lenguaje no tiene como su cumbre el concepto sino que
el concepto da cuenta de un tipo de experiencia del mundo y otra parte de la experiencia
del mundo no cabe en el concepto. Al final, no lo había pensado, pero viéndolo así, es
retomar la tesis básica de Kant, lo que él llamaba el juicio determinante que termina en
una formulación científica, el objeto de la primera crítica, la Crítica de la razón pura, pero
la razón se hace preguntas que ella misma no es capaz de contestar. La crítica de la razón
pura, en otras palabras, pretende establecer los límites de la razón y los límites de la razón
dicen respecto a aquel aspecto en que ella hace preguntas que ella puede contestar. Es
decir, el campo de las preguntas y las respuestas posibles es el campo de la ciencia. Pero
hay otro campo en la experiencia humana, desde luego, la pregunta bastante obvia, que
es tan obvia que ya no nos hacemos: ¿qué sentido tenemos? Esta pregunta no puede ser
contestada científicamente, más bien da lugar a lo que Blumenberg va a llamar “metáfora
absoluta”, que son básicamente preguntas que no admiten la mínima posibilidad de una
respuesta científica. Y, sin embargo, son decisivas para nuestras vidas. Así, en lugar de
suponer que el lenguaje tiene una meta, realizada por las técnicas científicas, se considera
que tiene dos metas, la de la conceptualidad y la de la metaforicidad.
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