Básico I - Centro Ser

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Trastorno de Pánico-Agorafobia
“De manera súbita y totalmente inesperada, me sentí atacado por una sensación de falta de
aire, palpitaciones, opresión en el pecho, un nudo en la garganta y un sudor frío recorrió todo mi
cuerpo. Aterrorizado, pensé que iba a desmayarme, a perder el control o quizás morir. El ataque
duró unos cuantos minutos, que me parecieron un siglo. Fui a un servicio de guardia, suponiendo
que sufría un ataque al corazón. Me hicieron varios exámenes y estudios, pero no descubrieron
nada. Los días siguientes volví a tener nuevas crisis y mi miedo era cada vez mayor. Comencé a
sentirme inseguro, ansioso por lo que me podría pasar y totalmente desamparado ante la posibilidad
de sufrir un nuevo ataque. Dejé de hacer las actividades que hasta ese momento consideraba
normales, me volví dependiente de mis familiares para desplazarme...”
Llamamos crisis o ataque de pánico a la aparición repentina de un miedo intenso seguido de
una serie de síntomas entre los que se cuentan:
1. Palpitaciones o taquicardia.
2. Sudoración.
3. Temblores o sacudidas.
4. Sensación de ahogo.
5. Sensación de atragantamiento.
6. Opresión o malestar torácico.
7. Náuseas o molestias abdominales.
8. Inestabilidad, mareo o sensación de desmayo.
9. Desrealización o despersonalización.
10. Miedo a volverse loco o descontrolarse.
11. Miedo a morir.
12. Parestesias (hormigueos o entumecimientos).
13. Escalofríos o sofocaciones.
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Es la presencia de repetidos e inesperados ataques de pánico que impactan y conmueven al
individuo, debido a lo cual desarrolla una intensa preocupación, temor o inquietud ante la sola
posibilidad de volver a experimentarlos. Durante estas crisis, la reacción física es similar a la que
ocurre en una respuesta de alarma ante un peligro real, con la diferencia de que en este caso, es
desencadenada en ausencia de una amenaza concreta.
El Trastorno de Pánico es una enfermedad muy frecuente que afecta a una de cada treinta
personas, o sea, más de un millón de personas en nuestro país. Su origen tiene una base
neurobiológica y genética, pero influyen también factores psicológicos como el aprendizaje infantil,
la manera que se posiciona ante las situaciones vitales y el estrés acumulado en los meses previos a
su aparición. Se inicia generalmente entre los 20 y 30 años de edad.
Actualmente, en la mayoría de los casos puede lograrse la recuperación de este trastorno, mediante
un tratamiento farmacológico específico y un abordaje psicológico como la terapia cognitivaconductual.
Los seres humanos constantemente necesitamos e intentamos comprender qué ocurre a
nuestro alrededor y en el mundo. En la medida en que rápidamente logremos hacer una lectura
correcta de nuestro ambiente mayores posibilidades de supervivencia tendremos. Si ignoramos qué
nos está pasando, tenderemos pues a permanecer hiperalertas o muy atentos. Si experimentamos
una serie de sensaciones físicas intensas y no logramos atribuirlas a respuestas fisiológicas normales
tenderemos a interpretar a las mismas como indicadoras una pérdida del funcionamiento normal o
de una enfermedad.
Durante las crisis de pánico, la persona que padece un Trastorno de Pánico, siente que se va
a morir, desmayar, descontrolar o enloquecer, dado que el ataque es realmente dramático y no le
encuentra una explicación valedera a su aparición. Es entonces cuando el afectado comienza a
generar pensamientos e interpretaciones negativas o catastróficas. Comienza a consultar
repetidamente a salas de guardia y emergencias, a cardiólogos o clínicos, buscando una explicación.
Empieza a estar preocupado por las consecuencias de estas crisis: “puedo morir de un ataque al
corazón”, “puedo enloquecer”, “puedo descontrolarme o desmayarme”. El componente conductual
se manifiesta mediante cambios en sus hábitos, ya que la persona trata de evitar las situaciones o
lugares en los cuales ocurrieron los primeros ataques y adonde se pueda sentir atrapado o
desamparado. Es habitual que no se anime a contarle a los demás lo que le ocurre, por temor a ser
juzgado como loco y porque su aspecto exterior no evidencia ningún cambio.
Además, cuando consulta a un médico clínico, muchas veces éste lo examina en detalle y le
dice que “todo está normal”, “que son sus nervios”, o “es el estrés”. Esto se debe, al
desconocimiento que aún existe en algunos profesionales (cada vez menor, afortunadamente) acerca
de los Trastornos de Ansiedad.
Actualmente se considera que es un problema neurobiológico, que puede traer severas
consecuencias psicológicas, si no se lo trata. Hay estudios que señalan la existencia de una
tendencia familiar, tanto genético-hereditaria como debida a factores de crianza.
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Cuatro preguntas clave para hacer un diagnostico de Trastorno de pánico:
1. ¿Tuvo Ud. episodios repentinos de palpitaciones, temblores, dolor u opresión en el pecho,
mareos o falta de aire, que duraron varios minutos, con un pico de intensidad y sin una causa
aparente?
2. ¿Cuántos fueron?
3. ¿Qué idea, preocupaciones o temores tiene acerca de los mismos?
4. ¿Cambió en algo su vida desde que los tuvo, en el sentido de restringir o evitar ciertos
desplazamientos?
La agorafobia es una patología asociada con altísima frecuencia al pánico, y en la mayoría
de los casos se desarrolla como consecuencia del mismo. Con origen en la palabra griega “Ágora”,
que significa plaza o feria pública, hoy se la define como: el miedo a sentirse solo, desamparado, sin
escape e imposibilitado de recibir asistencia en caso de tener una crisis de pánico. Por lo tanto, el
sujeto agorafóbico tiende a evitar alejarse de los lugares que considera seguros, como por ejemplo
su hogar, aunque en algunos casos muy severos tampoco puede quedarse solo en casa. Si se aleja, es
probable que necesite de la compañía de alguien que considera protector.
Muchas personas evitan el lugar donde ocurrió su primera crisis de pánico. En estos casos, el
temor a ese lugar o a alguna actividad ocurre por condicionamiento (una experiencia aterrorizante
como el pánico se asocia a un evento neutral, por ejemplo, viajar en ómnibus y a partir de entonces
se evita este medio de transporte). Posteriormente, el temor suele generalizarse a otros medios de
transporte. Los medios y lugares usualmente más temidos son aquellos de los que resulta más difícil
escapar, en caso de sentirse mal o de tener una crisis, tales como: subterráneo, tren, barco, ferry,
avión, puentes, túneles, autopistas, teatros, estadios, shoppings, etc.
El enfermo suele preferir aquellos vehículos en los que pueda controlar o modificar el trayecto (auto
propio, taxi, motocicleta, etc.) o lugares de fácil salida para poder acceder más fácilmente a un lugar
seguro si se descompone.
La agorafobia puede clasificarse, según su severidad, en:
Leve: El sujeto presenta algún tipo de evitación o resistencia a las situaciones que le
producen malestar, llevando una vida relativamente normal. Por ejemplo, puede ir al trabajo o de
compras sin compañía si es necesario, aunque por lo general evita desplazarse solo.
Moderada: La evitación da lugar a un tipo de vida bastante restringida. El individuo es
capaz de salir solo de su casa, pero no puede desplazarse más allá de algunos kilómetros sin
compañía.
Grave: La evitación obliga a estar casi por completo dentro de casa, o hace al individuo
incapaz de quedarse solo en su hogar o de salir, si no es acompañado.
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Anticipatoria
Estudios clínicos y poblacionales demuestran que el Trastorno de Pánico está asociado con:
Disminución en la calidad de vida proporcional a la severidad de los síntomas;
Disfunción sustancial en el desempeño de roles (de pareja, familia, trabajo, etc.);
Incremento importante del uso de los servicios de salud, antes de ser diagnosticado correctamente;
Utilización innecesaria e inapropiada de estudios o servicios complementarios de costo elevado, que
podrían evitarse con una detección precoz de la enfermedad.
Se basa en la administración racional de diferentes clases de fármacos específicos, entre los
cuales los considerados actualmente de primera elección son los ISRSs o Inhibidores Selectivos de
la Recaptación de Serotonina, por presentar un perfil más favorable de eficacia, menores efectos
adversos y mayor margen de seguridad en sobredosis que los antidepresivos clásicos utilizados para
el pánico (tricíclicos e IMAOs).
Las benzodiacepinas de alta potencia, pueden ser utilizadas al comienzo o en situaciones en
las cuales es crítico el control rápido de los síntomas. Sin embargo, deberán tenerse en cuenta los
riesgos que implica su uso prolongado, incluyendo la dependencia fisiológica y el riesgo en
pacientes con antecedentes de abuso de sustancias.
El consenso internacional recomienda mantener el tratamiento, por lo menos durante un año
e intentar una prueba de discontinuación gradual después de 12-18 meses, si el paciente ha
experimentado una mejoría significativa o total. Muchos pacientes presentan recaídas algún tiempo
después de haber discontinuado el medicamento, sobre todo si este ha sido su único tratamiento. En
estos casos es conveniente volver a suministrar el fármaco antes prescripto, con lo cual pueden
volver a controlarse los síntomas.
La presencia simultánea de otras enfermedades psiquiátricas o médicas generales o factores de
estrés psicosocial, así como de trastornos de personalidad o abuso de sustancias, pueden complicar
el tratamiento y disminuir la respuesta terapéutica.
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Los procedimientos de la TCC para el Trastorno de Pánico son:
Registro diario del pánico y ansiedad.
Psicoeducación, del paciente y su familia.
Reestructuración cognitiva.
Detectar y desafiar las interpretaciones catastróficas.
Diferentes modalidades de exposición:
>> Interoceptiva (generando sensaciones / síntomas).
>> En vivo (a situaciones y lugares evitados por la agorafobia).
Entrenamiento en:
>> Reducción de la ansiedad y del estado hiperalerta.
>> Relajación.
>> Re-entrenamiento respiratorio
Fuente http://www.aata.org.ar/tr_panico.htm
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