justicia divina y justicia humana

Anuncio
www.derecho.unam.mx
JUSTICIA DIVINA Y JUSTICIA HUMANA *
Por el Dr. Giorgio DEL VECClllO.Profesor entirito de la Universidad de Rotna.
Traducción y palabros preliminares del
I,ic. L t ~ i sD O R A N T E 5 TAMAYO.
Palabras Prr1iir~i~nrn.r
Hace u n nier apvoriii~odoiir~wfe
qr<rdiinor fir>irirroa In tra<lucciún de
este brme trabajo de! doctor Jorge del l'ecchio, sin que hubiirromos Podido, por una o por otra r<it<sn, cnvio~lno lo direccirín de erto Rcvistu
para su pt~blicución. ,'lela aquí, rii>l>ero,y no dwdamos qrw las leflores
acogeráw con el ben~plálicod< sicnzfire esta riruzu producción del profesor italiano, del qrle tiadie igriorn, eri E! *ircdio jtwidico, que es uno de
!os nrás Prestigiosos trofadisfns de !a 1;ilosojia del Derecho de nriestro
tiempo.
Pero antes de presentar la traducción de que hoblatnor, @quu.iéra~~iur
decir dos pelabrns sobre é.rln. Hentos hecho tina lrnducción rmi literal
del texto prin~itiuo para evilor en lo porible cl dcfeclo que nor señalo
el aforirrno ifeliono: traduttore, traditore ("trnductor, truidor"). Creenius
q i ~ ehoy una gran parte de verdad en tsfo. Y nndn ntejor para evitnr¡o, n ntcestro rriado de ver, que haciendo una traducción h a t o cierto
punto ad littcrani, a riesyo de restar eiegancia a ln formo; de esta trmncra, no nbst<~*ti.esto Ú l f i ~ i ~elo ,pcn.rniiiiento del autor queda rnós o resgzinrdo de lar auriuciortes y defor»iacione.~qxe pued~ sufrir al ser trasld<rdo e otro idionta. Todo esto no quierr decir, sin ewJ,o,nrgo, que no
hayni~mrrc.rpetado los reglas de In sin1o.ri.r rartellsnii, arí COI^ 10
c.rencio1 de los cowectas for~irnr.
Hnreriios pafente nf6estro agradeci>iri~titoa! flrofesor Del Veccltio,
quitit tantas trt<ieitriis de ntcncidn nos prodigó cuando en e! ntrs de di-
* Discurso leida
septiembre de 1955.
cii
el XIII Curso de Estiidios Cristianos en Asís, el 1" ,te
GIORGIO DEL VECCHIO
cienrbrc tiltinzo cstuvi>i~osa verlo, por ~1 co>iscntiritienfoesl>onfán~oque
nos brindó para la tradzrcción de czralqiiiern de sus obras.
Pwis, abril de 1956.
L.D. T.
Tengo el deber de declarar, ante todo, que he aceptado la benévola
invitacihn para tratar un tema tan arduo ("así de fuerte ha sido el afectuoso grito"), sólo después de haber advrrtido que no lile habría sido
posible desenvolverlo en su integridad. Me limitaré, por consiguiente, a
pocas y siinples consideracioiies.
La idea de justicia es ingénita en el alma huinana (pcr natzcranz inzp?cssa mbiirb~cs),aunque el coiiociniiento de ella, como de todas las verdádes eternas, se venxa desenvolviendo sólo por grados. Desde los comienzos 4s la existencia humana (po(1eiiios decir (le la coiivi~~encia,
porque 13 vida humana es cscncialmcnte social) la justicia se expresa en un
cierto ordei:, esto es, eri un conjiinto de nonnas reguladoras y li~iiitadoras
del obrar: nornias no forinuladas en un principio y no tileditadas, pero,
sin embargo, efectivaniente seguidas, así como se siguen iiiconscienteiiicnte l a s d e la siiitaxis y de la gramática hasta por los iletra(1os y los
pueblos, salvajes.
S3mcjaiifé orden jurídico posili\.o rsi!~, no obstante. lejos de satisfacer $le;iainente las itistancias de la humana conciencia, aun cuando, con
el anclar -ilcl tiempo, de las fases primitivas y enibrioiiales aquel orden se
ha elevado a un cierto grado de perfeccihn técnica. Puede decirse, rnás
bien, que .los defectos del sistema positivamente vigente se advierten
mucho m5s en las fases a ~ a n z a d a sde su desenvolvi~nie~ito
que eii las
iniciales! 'pu& en ella lo "justo" se confunde a menudo cori lo "orileiiado". Pcro e11 todos los tieinpos, y máxinie en los momentos de crisis, se
ha oiclo la invocación a las leyes eternas, o sea a la justicia divina, tiobre las mutables imposiciones de los gobernantes y legisladores Iiuinanos. Todos, creo, recuerdan el clásico llamado de la Antigona de SOfocles
a los áyparrra xaáQaii B r i v v;piipa, contra una prohibición de un cruel tirano. Y es superfluo citar otros ejemplos, antiguos y inodernos.
1-Tasta un pensador inclinado al escepticismo, como Renaii, ha reconocido la necesidad de scinejantes llamados. "Dans une de ces sitwl-
tioits tvagiques, Dieu cst en quelqzie sorte le confident et le consolnirur
niccssairc. Que voulez-wous, que fasscnt, si ce n'est levcr les ~ E U X(121
ciel, un2 fentilie pure accusée injustenzent, un innocent 71ictilizc#une cneur
judiiiaire irr6parablc, un homnie qui mrlirt era accow~pIissantun actr de
déz~oueirzent,un sagc rnassacrl. par des solda!.^ barhnrcs! Ozi chcrchcr le
ii:riroi>zurai, si ce :z'est cn haz<!?"l '>
Aquí se plantea el prot>lciiia: ,:c<>riiopoi:ciiiljs r<i:iocir :i I;i ~li\.inidad, o sea lo absoluto? l'uesto qii? el coiii:ciiiiiciito i~iililicauna rclación
(eitlrc uri sujeto y un objeto), cui:«ccr 1ii ;ilisoluto es casi una contra(liccióii e11 los té:-mitios, ya qxe lo ;ibsoluio (se lia dicho), cri cuanto
coiiocido, se torna relativo. N o ocultamr>s la fuerza de esta objccihn;
pcro no creenios que sea insuperable. Hay conocimiento y conocimiento:
I19.y el que se funda en los datos de los sriiiidos y rn las cxperirricias
fisicas. y el que confía a una pura exigencia dc titiestro espíritu, que
iiitigím eesperiinento sensible puede confiriiiar. pero -nOtrseni siquier:i desiiiciitir. ~>recisaiiieiitci>orque Ivrlei!cce a uii orden de verdad superior n los fcnónieuos. Ilay certrzas (por cjcinplo, la de iiurstro lihrc
arbitrio y de nuestra irnpulabili~lad) q u iiingún instrurrier!to mecánico
ha demostrado jtiniás, ni podría deinoslrar, pero que se iinponiii absoiutnmente a nucstra conciexicia, dc t;il suerte que no nos seria posible prcsciii:lir ile ellos. L o iiiisiiio p u ~ d c leci irse de la Ilamacla "voz del <Irber",
qi11. 1:oiisseau llanió iio injusl:iiiieiite "voz celeste".
l-!i tii1t.s certezas <!e orden inetafísico. hay -!o
aílrnitimos- alguiia
cosa ile misterioso (,:iio dijo acaso un gran filósofo que "la libertad es
un misterio?") ; pero tal es preci~airentenuestro destino, dc pertenecer
por uti la¿" al iiiuiido físico, y de cytar, ;il'mismo tiempo, CII ccintacto
coi1 el tiinnclo de los valores absolutos, a los cuales nos atrae una inabolible aspiracióii dc iiucstro espíritu.
Comencemos por respetar el gran inisterio que es& encima dc iiosotros y también en nosotros, puesto quc: cri nuestro fuero interno, si
bien lo escuchamos, oímos su impronta; y cstarcrnos eii 1;i vía dc 1;1
sapiencia y de la :c. Tal es, si no yerro, el signiíic;iilo de la niixiiria
bíblica: Initium sapirrzlac fifnor Domini. No reprinianios, por la orguilos:~
y vana pretensión de saberlo todo y de crcer sólo en lo quc se toca cori
-
1 E. Reii:iri. 1 ; c i i i I l ~ sri<:tnihi:er (P:x.ric, 189?), D. xxvrrr.
a "Eti i ~ ~ i :dc
i
es;is sitiincioiies tránir:is, Dios es. por decirlo >.si, cl ionfideiite
y el coiisoladar iieces:irio. i Q i ~ équerCis que 1iag;iii. sino elevar los ojos al cielo, una
mujer pura acusada itijust.~n>riite.
un inocente viclima de un error judicial irreparable, un hombre que ,muere cunipliendo iin acto de sacrificio, un sabio asesiriado por
soldados bárbaros? iDúii<le buscar el testigo verdadero, sino en la alta?'"'( N o t n del
traductor).
12
GIORGIO DEL VECCHIO
la mano, las aspiraciones y las esperanzas inefables, que a menudo dan
un sentido a la vida y nos permiten soportar los dolores de ésta. Recordemos, más bien, las palabras de Dante: State contenti, umana gentc,
al guia . . .
Si no podemos conocer integralmente en sí misma, por los límites de
nuestro intelecto, la ratio divinac sapientiae que gobierna, al mundo (lex
aeterna), bien podemos y debemos atenernos a la lex naturalis, que es el
reflejo de aquélla, adecuado a nuestra naturaleza (secundum proportionem capacitatis humanae natuyae, corno exactamente se expresa Santo
Tomás). Hay después, en tercer lugar, la le.% humuna (ab hominibns
inventa), que debe ser una especificación más particularizada de la lex
naturalis, pero sin contradecir jamás a ésta, ni mucho menos, a la lex
caeterna.
Mas no sólo la len mfuralis y la lex humana sirven para dirigir el
obrar humano, sino también la lex aeternu (divina), que orienta al hombre hacia un fin Último, sobrenatural.2 Debemos mirar a un supremo
ideal de salvación y de perfección, aunque, por la estrechez de nuestra
mente, no podamos formarnos de él un concepto adecuado. E s -repetimos- una aspiración, una vocación, un anhelo lo que nos atrae hacia
este ideal absoluto, y que vale más que la observación empírica de cualquier objeto tangible.
E s claro que un ideal que trasciende toda experiencia terrena, y se
impone, sin embargo, a nuestro espíritu como meta suprema tiene el carácter de la divinidad, aunque -para no pronunciar el nombre de Dios
en vano- no queramos identificarlo con la divinidad misma. E n esta
suprema idealidad debemos poner de nuevo la síntesis de toda virtud,
por consiguiente también la de la justicia; una justicia, empero, diversa
y más alta que la humana.
Algunos caracteres, que el análisis ha llevado a discernir en la justicia humana, pierden su significado respecto a la justicia divina, y n o
son aplicables a ésta. Así, por ejemplo, mientras en la justicia tal como
nosotros la experimentamos hay siempre una relación bilateral, por la
cual a una obligación corresponde una pretensión, no puede ciertamente
hablarse de obligaciones de la divinidad ni de una pretensión cualquiera
-
2 Véase Satito Toiiiás, Sumntn Theol., l a , 2".. q. 91.. art. 4, ad I, 1. Véase
tambiéii q. 93, art. Zc, donde se explica como de la l e s aetenra se tenia un cierto
conocimiento, no sect:wdu>nquod in se ipsa est. sino sencfiduriz oliquoni ejus irradiafionwn.
hacia ella. Asi también si se diitin;ue la justicia en dirtribi~tiaa y cunmz~tatizfa,es fácil advertir que iiirijiuiia cotitnutacióii, o cambio de bienes
equivalcrrti.~,es posible entre la diriiiidad y cl hombre; por cl contrario,
también la distril>ución o reparticióri de los bienes debe concebirse dr
modo divcrso, scgún que se realice por justicia divina o humana. Las
disputas leológicas cri torno a esto son tan numerosas, quc no seria posible resiiniirlas aquí; recordeiiios sólo, coirio índice de la dificultad y delicadeza dcl argumento, que uii teólcgo j>ortugués, Rebelo !Rebellus),
queriendo aplicar los esqncinas aristotélicos de la justicia a la justicia
divina, propuso las fórmulas: j~dstitia sirpcrconmt<tativo, szip<.rn'istrihzitiza,
superlegalis y superpzmitiva. "
M i s importatite es notar que en la justicia divina, según el coricrpto cristiano, la justicia se acomparia con la misericordia; ~nirntrasentre
los hombres estas dos virtuiles estin separa<las y a ineiiudo aparecen en
contraste entre si. De esta manera obscrvabi~San Juan Cris<istorno, coiiientando el salmo de David: ~ o n z i i z e ,rxaudi ~ i i cin taca justitia. A,bild ho-
~ n i n c sjustiiia privat~w ~riiscricordia; aptid D c u m autair non item, sed
jristitiac qnoque admixta cst ntiscricordia.. et tanta, u t ipsa ctianz j~rstitia
vocctztr clctncntia. '
Lluchos intérpretes (también a propósito del verso de Darite: "Misericordia y justici:~ se les desdeña", Inf., 111, 50) entendieron aquellos
dos atributos en senliilo alternativo, de niodo que la divinidad sería algunas veces justa y :ilgunas veces iriisericordiosa. Pero la interpretación
i r á s correcta parece ser, por el contrario, que las dos cualidades se uncn
e11 el concepto de una superior, perfecta virtuil, cual la que sv aviene
precisanieiite a la divinida<l." Esto no impide qirc uno ir otro aspecto
de esa misma virtud pueda parecernos ~>reiIomiiiante,según sus varias
aplicaciones. Así, la severidad parecería prevalecer en el Viejo Testamento, y la ternperaricia, por el contr:rrio, en el Nuevo. Pero ya en aquél
los dos atributos son afirmados como estrechainente unidos, al grado de
-
3 T. Rebelliis, LJc obligationibrcr justitinc, religionis et cli<iritiiti.~~
((Veiieiiis,
1610), ,>p. 26-38.
4 En M i ~ e I'iifl.ol.
,
oraera, t.
LV, p. 448.
í Viase especialincnte Santo Toiliis, Stonrna Theol., 18, q. 21, art. 4. Cfr.
R. <!e Mattei, Misericndio e gitüti.cla nrlla Pnfrirtice r n e l Donte (en "Giornale
sloriro delln letteralura italiana", vol. cix. 1937). Sobrc el concepto de jusiifia Dei,
véase también Gonelln, Aspetti teolopici del problema della giwiz.3i.in (en "Archiuio
d i Filosofia"', aíio VIII, 1938, fasc. 1 1 ) .
14
GIOXGIO DEL VECCHIO
formar una sola cosa (por ejemplo, en Salw. cxrv, 5 : Misericors Dominus
et justus, etc.) ; y afirmaciones no diversas se encuentran entre los padres de la Iglesia, como en Origenes, San Airibrosio, etc.
La superioridad de la justicia divina en comparación con la humana depende principalmente de su síntesis con la iiiisericordia; por esto,
en el más elevado concepto cristiaiio, comprende también el don de la
gracia y el misterio de la redención. No es iiiaravilla que, frente a tanta
alteza, la justicia liuinana parezca una muy pobre cosa, hasta ser considerada algunas veces como injusticia. N o n ergo Deum nostrae justitiae
similem cogitemus (escribía, por ejemplo, San Agustín) ; quoniam lumen
quod illuminat, incontparabiliter cxcellentizu est illo quod i l l ~ n z i n a t u r . ~
Y San Gregorio Magno: IIumann justitia divinae justitiae comparata, iniustitia est. *
E n este punto podemos, cmpero, poner la cuestión de si no sería
posible que la justicia humana, inspirándose en aquel más alto coriceplo,
acogiese -tainbiéii en los propios limites y en las propias formas- las
instancias de la caridad y de la misericordia, junto con la del dereciio.
A tal cuestión no dudamos eii dar respuesta afirniativa. Bien puede observarse que esto está y ya, en pequeña medida, realizado cii el caiiipo
de la llamada legislación social (providencias para los trabajadores, para
las familias desacomodadas, etc.), y alguna mínima traza de ello puede
encontrarse en recientes reformas del Derecho penal (por ejemplo, en
la institución del perdón judicial). Mas si se considera el problema en
su generalidad, debe admitirse que muchas otras y inás radicales reformas serían necesarias.
U n antiguo escritor ha distinguido tres especies de justicia: jzutitia
Dei, justitia hominis, justitia diaboli. lustitia Dei cst reddcrc bonunz pro
malo; justitia hominis est reddere bonum pro bono, maluln pro malo;
justitia diaboli est semper reddere malum pro bono. Efecti\wneiitc, el
concepto de redderc m d u m pro malo es todavía la base de iiucstros sistemas penales; con más precisión, según la fórmula de Grocio, malum passio+zis quod infligitur ob malum action,is. E s evidente, enipero, que tal
6 San Agustín, Epist.
cxx, cap. IV, §§
19-20 (en Migne, Pnfrol. lat., t. x:;uiri,
p. 461).
7 San Gregorio Magno, Moraliuln, L.
lat, t. LXXV, P. 716).
V, cap. XXXVII,
67 (en Migiie, Pofi 01,
8 Godefridus abbas Admontensis, IIo+iiilia domin. LII (en h l i ~ q e ,Palrol. l a t .
t. CLXXIV,p.
350).
concepto contrasta con la jusfitia Dei, o sea con la verdadera justicia,
no sólo según el pasaje poco antes cita~lo,sini] ta~ribiéiisegún otros n u cho niás iiiiportaiitcs y esti~iia<los.Rccordetiio, por ejerriplo, las pslabras de San I'ablo: Noli zgiv~cia malo, scd viiicc in bolzo +&ns. ( K o ~ n . ,
X I I , 21), y aquellas de Sati P t ~ l r o i\'oii
:
rc~tdc~ites
malum pro nulo, ?lec
rrwledictun~ pro n~aledictu, sc(I c contrario bcnedicentcs . . . Meliits es1
eniin brncfncioifcs, si ?!oli~wtas1)i.i ?l€/it, jiati, ([unni nwlefacientes. (Episf.
r, 111, 9, 17.) Y podrkiiiios r~corilartambiiii, en un sentido niAs atnplio,
aquellas máxinias del Evarigelio que rios iiiiljoneii aniar a Iiuestros enemigos. (Mateo, v, 20, 43 y sig.)
1.a opinión dc que sea licito infligir sufriniientos a los autores de
(lelitos está, sin ernbargo, tan arraigada, que la f6rmula s u s ~ l i c h a (correspondiciiic, en sustaiicia, a la lcy del Talión) es acogida sin discusión
en todos o casi todos los tratados de Derecho penal, al niisnio tieinpu
ciuc encucritra aplicación coricreta en la dureza de los actuales sistcirias
carcelarios.
Si, por el contrario, partiiiios drl concrpto de que el mal *e reyani
ver11adcr:~metitesólo con el bien, debemos sustitiiir aquella formula r o e
otra: boizifm aciiorris proptcr itlailrn~artiorbis. N o se crea que esta fórma1.1 signifique una rrriuncia a la liiclia contra c1 ~lelito;antes bicri, abre el
acceso a uiia acsibn iiiiicho iiiis eficaz contra nquí.1, corno trataremos de
demostrar brevemciite.
1:uera de duda ?.<ti, ante todo, que debe qucclar integro el derecho
<le lc.:.ítiiria dcfetisri, c1 cual, sin embargo, no tierie de ningbn modo la
iiiir;i (le infligir sufriniientos. sino sólo de iinpedir cl entuerto. Y la legitiinn dcivnsa -1iOti.scpuede coinprender restricciones aun graves de
1;i libcrta;l persoii;il (le i:icli\~i<lu«s
prligrosos, como las que se aplican, por
ejemplo, a los locos. a quicricn iiadie tampoco se propone hacerlos sufrir.
Otro principio racional indiscutible es el de rjue cualquier clelito iriiplica la oLilig;iiibii <Ic resarcir el daño; principio reconocido generalrnciiti:
en trorin, más ~lescui~lado
casi del tod80en la práctica. 2Quii.n poclríü sustciier que los his:ci~ias penales hoy en uso facilitan el cumplimiento de
csta obligaciriii? i N o es iiiás bien cierto que lo impiden, quitando casi
sieiiiprc rt los pen;i~losla posibililla(1 <le un pro\.echoso trabajo? Agri.griise
que las I X I I R S , conlo hoy se practican, constriñen a los conden;\dos a extinguir sus oblignciones <Ir :isi?tt,ncia fainiliar; mientras ocasionan crueles
sufriinientos jespecialincnte en los casos dc reclusiijn por largo tiempo
o por toda 1;i >-ida) n los faiiiiliarcs inocentes de los condena<los. Creo
16
GIORGIO DEL VECCHIO
que bastaría esta última consideración, para hacer surgir en toda recta
conciencia- una duda al menos sobre la justicia de los vigentes sistemas
penales.
Queestos sistemas no alcancen ni siquiera el fin de inducir a los
reos a ~nmcndarsey redimirse espiritualmente, es desgraciadamente civrto. Muy frecuentes son los casos de reos liberados de la cárcel que
cometen nuevos delitos, quizás meditados o aprendidos de los companeros
de pena en la cárcel misma. La reeducación moral de los deliticuentes debería realizirse con medios y en ambientes del todo diversos.
Que la duración de las penas carcelarias para los distintos <lelincuentes se fije por las leyes positivas de manera empírica y siti base alguna
científifa, es del mismo modo evidente. Sólo por una vana ilusión se
puede pensar que la turbación del orden jurídico causado por un delito.
sea reparada porque el autor de éste sea tenido en la cárcel por un cierto
número de días, o de meses, o de años; mientras el daño producido por
el delito a personas particulares y a la sociedad entera no lia sido con
esto, ni en algún otro modo resarcido. Adviértase que los actuales sistemas no sólo dejan insatisfecha, en la inmensa mayoría de los casos, la
elemental exigencia del resarcimiento del daño (afirmada, sin embargo,
e11 algún articulo de la ley, que permanece casi siempre letra muerta),
sino que ni siquiera se preocupan de proceder a una verdadera determinación del daño mismo, cuando precisamente éste debería ser el primer
deber de la justicia.
Para obtener el justo resarcimiento debería, en mi opinión, instituirse
un sistenia de vigilancia sobre el género de vida de los deudores ex delicto, los cuales habrían de ser obligados al trabajo; un sistema susceptible de varios grados, como poner a prueba, ante todo, la buena voluntad del deudor y recurriendo sólo en las casos más graves a formas
directas de coerción; excluyendo, sin embargo, siempre las vejatorias e
inhumanas, propias de regímenes juridicos superados.
No olvidemos, sobre todo, que la espiranza de vencer e11 la baiall:i
contra el delito debe fundarse, mucho más que en los medios aflictivo.;
(de los cuales la historia misma ha deinostrado y mueqtra cada día 1:i
ineficacia), en la obra de saneamiento de la sociedad, tiiedintite la clevación moral y material de las clases más necesitadas, a la luz de los
principios cristianos de justicia y de caridad. Séame lícito repetir aquí
las bellas y nobles palabras de Settembrini: "Oh, vosotros que hacéis las
leyes y que juzgáis a los hombres, respondrdme y decid: Antes que és-
17
JLFSTICIA DIVILVA Y JUSTICIA HliMA.VA
tos hubieran caido en cl delito, iqué habéis hecho por ellos? ;Iinhéis ccluc:ido su infancia y aconsejado su juventud? zhahí-is alivinilo su miseria?
210s habéis educado con el trabajo? éles habéis euseña<lo l«s deberes (le
su coridición? ;les habéis explicado las leyes? Vosotros que « S 1l;imais
Iáinpai-as del iu~iiiclo, ¿habéis iluminado a éstos que caminaban cii las
tinieblas de la ignorancia? Y si no habéis hecho esto, que era vuestro
debrr, ¿no tenéis entoiices culpa de sus delitos? Ahora, icjuién os da
el derecho de castigarlos? Pues bien, vosotros que los castigáis según
vuestra ley y vuistra juslicia, seréis juzgados según otra ley y otra
justicia."
Todavía dos reflexiones son quizás oportuiias, para cerrar cstc breve
discurso. La coinparaci6n entre la justicia divina y la humana hasta <le
por sí para amonestarnos que nuestros juicios son falibles; por lo que dehzmos ser cautos, especialmente al pronunciar condenas. A esto se refiercii
las senteiicias evangélicas: Nolite judicarc, ut non judicentini. (Mateo, vil,
1 ) ; Nolite condcmnare et non condemnabimini. nimittite, ct <ilntitteiniiti.
(Lucas, VI, 37.) No olvidemos jamás que riosotros inisinos estamos sujetos a ser juzgados, y no podemos presumir de ser inmunes a las
culpas y pecados que, si tuviésemos tal presunción, cometeríamos por csto
mismo el pecado de soberbia. IZecordeinos aún la tremenda pregunta:
iQltid autcrn vides fcstucam in oculo fratis tui, et trabem i n oculo tuo
non uides? (Mateo, vri, 3 ) . De esto deberíamos sacar, por lo menos, la
conclusión de que las condenas niás seviras son casi siempre las menos
justas, y que debería ser admitida en todo caso la revisión de ellas.
Ile otro error d'ebemos guardarnos: y es el de considerar el Derecho
cunio la úiiica regla de la vida. E n la suprema justicia, ya lo hemos hecho notar, la juridicidad se une con la misericordia. Por lo cual nosotros,
<lucrieiido mirartios en aquélla, deberemos tener presente que el derecho
secala sólo un limite, mas dentro de este limite debe ejercitarse la caridad, ia cual puede también imponernos, en ciertos casos, renunci:ir ;i
nuestros derechos, que no por ello es negado, sino reafirinado (puesto
cjuc se retnuncia sólo a lo que se tiene). Así podemos, por ejeinplo, condonar una deuda y perdonar una ofensa, sin que esto signifique alguna
violacióii a la justicia. como advertía ya Santo Tomás.
Erraría, por tanto, quien creyese cuiiiplir todo deber y ser plenatncnte "justo" absteniéndose sólo de violar las leyes jurídicas positivas,
9 L. Settcmbriiii. Ricordi d d l n lnia viin (ed. de Bari, 1934), vol.
10 Véase Santo Tom5s. Slimnu TIieol., 3'. q. 46, arts. 2-3.
11,
p. 41.
y apoyándose en ellas para sacar el mayor provecho posiblc. Estas lryes
son a menudo rígidas y angostas, y en ningún caso bastan por si solas
para señalarnos la vía que conduce al bien supremo. Adeinás de la
justicia terrena, miremos a la eterna, y de ella tomenios norrna: s61o así
salvaremos nuestras almas.
Descargar