“ANÄLISIS DE LA DISCUSIÓN CONCEPTUAL EN TORNO A LOS CONTENIDOS DE LA RESOLUCION 1325 Y A LOS DESAFIOS ENFRENTADOS EN SU IMPLEMENTACION EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: GÉNERO Y CONFLICTO A LA LUZ DE LA SEGURIDAD MULTIDIMENSIONAL” Carlos Gutiérrez P. 1 I.- ACERCAMIENTOS CONCEPTUALES. En octubre del año 2003 en Ciudad de México, se realizó una conferencia especial de la Organización de Estados Americanos (OEA) relativa a la seguridad en nuestra región, en la que se desarrolló un debate muy interesante a la luz de una perspectiva actualizada e integral, teniendo como escenario las nuevas condiciones políticas mundiales y regionales que abrían una nueva problematizaban sobre el conflicto y sus expresiones concretas. Las conclusiones de esta conferencia reconocieron que los desafíos que enfrenta nuestra región en materia de seguridad son de naturaleza diversa y alcance multidimensional, por lo que el concepto tradicional ya no daba cuenta a cabalidad de la actual realidad y que se requería una nueva significación conceptual que permitiese abarcar nuevas amenazas, riesgos y peligros que denotara los ámbitos políticos, económicos, sociales, de salud y ambientales (OEA, 2003). La expresión concreta se sintetizó de esta forma: “Nuestra concepción de la seguridad en el Hemisferio es de alcance multidimensional, incluye las amenazas tradicionales y las nuevas amenazas, preocupaciones y otros desafíos a la seguridad de los Estados del Hemisferio, incorpora las prioridades de cada Estado, contribuye a la consolidación de la paz, al desarrollo integral y a la justicia social, y se basa en valores democráticos, el respeto, la promoción y defensa de los derechos humanos, la solidaridad, la cooperación y el respeto a la soberanía popular” (OEA, 2003, pág.2). Se afirma como postulado esencial la concepción de que la razón de ser de la seguridad es la protección de la persona humana, la que mejora en la medida que se ejerce el pleno respeto a la dignidad, los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas, asumidas en el despliegue de las dimensiones económicas, sociales, políticas, culturales, educacionales y de salud. La taxonomía de las inseguridades abarcan desde la clásica y tradicional preocupación por la soberanía nacional y la defensa territorial de las fronteras nacionales, hasta las nuevas preocupaciones que generan los avances de la criminalidad organizada, el narcotráfico, el tráfico ilícito de armas pequeñas y livianas, la trata de personas, el terrorismo, las pandemias, la pobreza extrema, inequidad y exclusión social, los desastres naturales, el deterioro del medio ambiente y otros. La concepción multidimensional encajaba perfectamente con la discusión que se estaba produciendo acerca del carácter del conflicto, realizando un giro importante en dos niveles. La reflexión contemporánea ya había instalado una nueva conceptualización del conflicto a partir del carácter que éstos habían asumido a partir del término de la Guerra Fría, particularmente por lo que se observó sobre la violencia contemporánea, las causas que la hacían nacer y la incapacidad real de controlarla, lo que llevó a afirmar a muchos especialistas la idea sobre una metamorfosis de la violencia. 2 La primera causa de ésta reside en la emergencia y persistencia de la crisis, una inestabilidad propia del movimiento; y la segunda causa está es una derivación que impacta en la mutación de las amenazas y riesgos, caracterizada esencialmente por el desuso de las conquistas territoriales en beneficio de otras formas de poder (Maissoneuve, 1998). La base esencial radica en que los actuales conflictos han superado la confrontación clásica de la guerra entre dos Estados, que mantenía a ésta dentro de ciertas reglas universales (aunque en los hechos fuesen violentadas); con una configuración de los contendientes que era reconocible y aceptada, que hacía explícita la diferencia con los civiles; que los objetivos estaban supeditados a los intereses políticos, y con un protocolo verosímil del término del conflicto, que inauguraba una etapa de paz. En cambio, actualmente el conflicto bélico se ha instalado al interior de los Estados, con características de conflictos armados, enfrentamiento entre fuerzas regulares y/o irregulares, con un fuerte protagonismo de la población civil que es objeto de acciones de genocidio, violaciones de los derechos humanos y usados permanentemente como rehenes de las fuerzas en pugna, lo que ha asignado una centralidad a los ámbitos humanitarios y responsabilidad de proteger (Kaldor, 2010). Pero la actualidad también ha demostrado que el concepto de conflicto se ha extendido; manteniendo su núcleo de oposición de intereses, la diferencia está en los actores en juego, que ya no corresponden solo a institucionales y estatales, sino que cada vez más a informales y no estatales, aunque con una poderosa organicidad. Son actores que asumen connotaciones de autonomía, en muchos casos transnacionales, heterogéneos, con mayor importancia en el estatus y valor simbólico que en el estrictamente material (David, 2000). A estas nuevas adquisiciones conceptuales sobre el conflicto, se debe agregar que simultáneamente se fue modificando el concepto de seguridad, haciéndolo más coherente con los mismos cambios en la escena real de un mundo globalizado, con la entrada en escena de nuevos actores no gubernamentales, con el carácter que fueron asumiendo los conflictos reales y concretos, y una nueva sensibilidad de algunos Estados en relación a la centralidad de la persona humana como singular genérico universal, dando inicio a una concepción de seguridad que instaló a los derechos humanos como la piedra angular de toda la arquitectura política relativa a la seguridad. Esto permitió un salto cualitativo importantísimo, relacionado con la ruptura del enlace unívoco entre seguridad y defensa, que se había transformado en un sinónimo que encauzaba la preocupación y satisfacción de los Estados por la seguridad a partir exclusivamente de la construcción de políticas de defensa y el fortalecimiento de sus respectivas fuerzas armadas. Entraron en escena un conjunto de políticas públicas como satisfactores de las nuevas demandas en seguridad, haciendo realidad la multidimensionalidad y la integralidad de los enfoques políticos para el abordaje global y local de las amenazas y riesgos que se ciernen sobre sus poblaciones. II.- LA REALIDAD REGIONAL. 3 La región latinoamericana muestra hoy día una actualidad contradictoria que debe resolverse con prontitud y profundidad. Por una parte se celebra con cierta razón ser una zona de paz, asumiendo en esta aseveración la ausencia del conflicto bélico y tensiones clásicas entre Estados soberanos por una disputa territorial fronteriza, las que tradicionalmente facilitaron las condiciones para el inicio de una guerra. Los actuales diferendos entre Nicaragua y Costa Rica, de Chile con Perú y Bolivia, no tienen las dimensiones que puedan revertir la anterior aseveración, además de que no existe el ambiente político en el marco multilateral para que se generen explosiones de este tipo y por el contrario han optado por ser canalizadas en el marco jurídico internacional. Por otra parte, aparece el lado oscuro y peligroso de ser una región extremadamente violenta, con la tensión generada por nuevos tipos de conflictos, con múltiples problemas de seguridad en su acepción multidimensional, y con espacios locales donde se han prolongado los efectos negativos de situaciones post conflictos armados que no han sido resueltos en su integridad. Los nodos problemáticos -que implican y afectan a grandes grupos de poblaciones, por lo general de los sectores más vulnerables y marginalizados, y que tienen al sujeto femenino en el centro de la conflictividad, en la mayor parte de ellos siendo una víctima, y en consecuencia abre importantes expectativas de ser a su vez un sujeto activo en su control y solución- se pueden agrupar en la siguiente enumeración y caracterización: 1) La violencia urbana La tasa de violencia urbana ha corrido de parejas con las tasas de urbanización, con la concentración de población de estratos socio-económicos bajos en los cascos marginales de las grandes urbes, reproduciendo el círculo negativo de discriminación y violencia. Un dato muy interesante de los estudios de campo revela que las mujeres en este escenario corren riesgos adicionales por el hecho de vivir solas y ser cabezas de familia. Estas últimas no solo están en situación económica y social precaria, sino que enfrentan un peligro directo de sufrir mayores niveles de violencia delictiva. Uno de los sucesos más significativos ha sido la violencia de género en ciertas ciudades mexicanas (siendo Ciudad Juárez el caso más destacado), que no tiene un carácter de violencia intrafamiliar, sino de reproducción de esferas de poder masculino, abuso y control, amparados en un sustrato cultural e institucional que lo permite y facilita. Esta misma situación se ve agravada puesto que sufren una doble presión, por un lado la de los delincuentes y por otro de la policía que las asocian a una red de relaciones de protección de los delincuentes y sobre las cuales quieren ejercer acciones simbólicas dirigidas a un fondo cultural masculino propio de la organización pandillista. 4 Un ejemplo claro de los sostenidos aumentos en las tasas de violencia que involucran a mujeres se da en Brasil, que aumentó de 2,3 a 4,3 mujeres asesinadas por cada 100.000 mujeres, entre los años 1980 y 2000, y la tendencia sigue en aumento. El caso más notorio se vive en el Estado de Pernambuco, que en el mismo período pasó de 3,8 a 6,4 por cada 100.000 mujeres (AI, 2008). La gran mayoría de estos homicidios ocurrieron en el espacio público, y aún así han tenido escasa repercusión mediática y acogida en los aparatos estatales de investigación y sanción, porque allí concurren los procesos de invisibilidad y estigmatización de las mujeres. En Brasil, recién en 2007 se creó la Secretaría Especial de la Mujer que puso en marcha dos planes estatales: uno relativo a la seguridad pública denominado Pacto por la vida y el Pacto Estatal para hacer frente a la violencia contra la mujer. 2) El Narcotráfico Es indudable que el avance del narcotráfico en nuestra región es una de las principales amenazas que enfrentamos, con un aumento de la producción ilegal de coca, con un asentamiento de las organizaciones criminales, con un desplazamiento y copamiento de nuevos territorios (como son actualmente Perú y el Estado Plurinacional de Bolivia), con incremento de los niveles de violencia, la corrupción de las instituciones públicas involucradas en su lucha, y con mayores impactos en nuevos contingentes poblacionales que se ven involucrados como parte del engranaje productivo y comercializador. La relación entre las bandas de narcotráfico y las mujeres es muy compleja, a partir de los niveles de control que estas bandas tienen sobre las personas y los territorios que controlan, donde las mujeres se transforman en objeto de abusos, y un medio para adquirir posición social a través de la iconografía del trofeo, así como instrumentos de negociación. A su vez en toda la cultura dominante de esa marginalidad, reina una imagen deshumanizada de la mujer a partir del concepto de posesión personal. Las parejas de los narcotraficantes son parte del engranaje delictivo siendo atrapadas por ese estilo de vida, como cuidadoras, objetos de cambio para saldar deudas, esperando la salida de la pareja, etc. Las mujeres son usadas para ocultar armas, producción de la droga y transporte, siendo muy útiles para las bandas porque aparecen más inmunes a la vigilancia y control policial y porque aparecen como desechables, estando en el eslabón más bajo de la cadena del crimen, puesto que por lo general son usadas para pequeños transportes que desvían la atención de las grandes operaciones. En Brasil, según datos del Ministerio de Justicia, en 1998 el 36 % de las mujeres detenidas estaban por cargo de drogas, lo que en 2000 aumentó al 56 % (AI, 2008). Existe prácticamente una línea dedicada con las mujeres para el transporte de drogas en pequeña escala, las que son ocultadas en su propio cuerpo, realizando con ello una lectura simbólica muy específica que prolonga el uso y dominio que el hombre tiene sobre el cuerpo femenino. Cada vez son más las mujeres que pueblan las 5 cárceles de nuestros países con severas penas por tráfico, a pesar de ser parte de un eslabón marginal de la cadena económica del crimen asociado al narcotráfico. 3) Los desplazamientos forzados Las cifras de mujeres que migran en el marco regional son cada vez mayores, debido a los efectos de los conflictos armados internos, las condiciones de pobreza y la falta de empleos, problemas familiares, de violencia intrafamiliar y social. Pero los peligros para ellas se mantienen, porque las propias travesías no están exentas de riesgos de abusos, violaciones y extorsiones sexuales, prostitución forzada y enfermedades de transmisión sexual. Dentro de este sector son las mujeres jóvenes las más expuestas, por encontrase solas, sin redes familiares o sociales que las apoyen (ACNUR, 2007). Según la ACNUR, de los principales países que producen refugiados y desplazados internos, 5 de ellos son de nuestra región. En cuanto a los refugiados la cantidad de personas es la siguiente: Colombia 395.577 El Salvador 4.976 Guatemala 5.679 Haití Nicaragua 25.892 1.431 Y en cuanto a los desplazados internos la mayor cifra la concentra Colombia con 3.672.054 personas. De los refugiados el porcentaje de mujeres fluctúa entre 30 y 40 % (ACNUR, 2010). Según muchos especialistas y representantes de organismos internacionales las causas son muy específicas y están absolutamente relacionadas con el conflicto político de larga duración que se vive en el país. “Subsisten causas estructurales que provocan el desplazamiento forzado en algunas zonas de Colombia, debido a enfrentamientos entre las fuerzas militares y grupos armados, a choques entre los mismos grupos y al reclutamiento forzado de menores” (BBC, 2009). A estas condiciones se agregan otras relacionadas con políticas estatales relacionadas con la fumigación y erradicación de cultivos de coca, así como la instalación de grandes proyectos económicos, calculando que los desplazados han perdido alrededor de 4 millones de hectáreas. 4) La trata de personas y el tráfico ilícito de inmigrantes La trata de personas se realiza principalmente trasladando personas hacia los países de mayores estándares de vida y los puntos esenciales de reclutamiento en nuestra región son Colombia para las redes de Asia y Europa; y Centroamérica con 6 una ruta que se extiende entre Nicaragua, Salvador, Guatemala y Honduras dirigiéndose hacia México y Estados Unidos. En Nicaragua también se reciben las corrientes que provienen de otros países de América del Sur. A nivel mundial, La República Dominicana es uno de los cuatro países con la mayor cantidad de mujeres traficadas con fines de explotación sexual, estimándose en alrededor de 50.000 trabajando en la industria del sexto, sobre todo en Europa (CEPAL, 2007). Los procesos migratorios ilegales son una fuente fecunda de violencia de género, especialmente contra ellas por sus condiciones de vulnerabilidad, explicados por su origen rural, indocumentadas, sin redes de apoyo, lo que genera una actividad habitual de transacciones de abuso sexual a cambio de la protección. En la frontera sur de México, un 70 % de las migrantes es víctima de violencia (sexual, prostitución forzada, trata y feminicidio). Sin ser una actividad ilegal, también es necesario considerar el aumento en las tasas de migración, particularmente la que tiene objetivos laborales, donde apreciamos una tendencia hacia la feminización, con un aumento de la representación de la mujer del 44.2 % en 1960 a 50.1 % en 2010. En nuestra región, los países que más aportan a la emigración están México con 10.141.000; Colombia con 1.647.000; El Salvador con 999.000; Haití con 751.000 y Perú con 740.000 (OIM, 2010). 5) Los post conflictos. Por lo menos podemos identificar tres espacios locales que sufren los efectos de mediano y largo plazo de vivir o haber vivido conflictos armados internos, donde existen contundentes diagnósticos que han consagrado una verdad posible, pero que no han concitado una política pública estable, consistente y duradera para poder enfrentar las consecuencias en el tiempo y en las localidades donde se asientan los grupos de población que han sido afectados por la violencia política o criminal. 5.1.- El caso Colombiano El conflicto colombiano es el de más larga data en nuestra región, iniciada a mediados de los años sesenta del siglo XX, y a pesar de los avances en la baja de niveles de confrontación e intensidad de la guerra interna, aún sigue muy vigente en zonas rurales, pero por sobre todo en la amplia gama de consecuencias que ha generado sobre la población en su conjunto, pero particularmente sobre las mujeres colombianas y aún más específicamente indígenas y afrodescendientes. En un informe de Amnistía Internacional del año 2004 se reconoce que una de las características de la violencia en el conflicto está dirigida hacia las mujeres bajo las formas de violación sexual, mutilación genital y otras formas brutales, que son usadas por los dos bandos en disputa, los agentes del Estado y las organizaciones subversivas. 7 Según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses las cifras de violencia homicida contra las mujeres se pueden entender dentro del marco de militarización y condición de conflicto de la sociedad colombiana. Para el año 2008, 1.139 mujeres fueron asesinadas, el 8 % obedecen a casos de violencia socio-política, es decir 100 casos, pero se debe considerar a su vez que sobre el 70 % de los casos no se tiene información. De estas, 10 en acción guerrillera, 43 en acción militar, 2 en acción paramilitar, 29 en enfrentamientos armados, 2 en secuestro y 4 en acto terrorista (ACNUR, 2009). En relación a las ejecuciones extrajudiciales, cometidas esencialmente por unidades militares a lo largo del país, al año 2009 se investigaron 716 casos, donde de manera frecuente las mujeres fueron víctimas al ser identificadas como compañeras sentimentales de miembros de grupos armados ilegales (según el Informe de la Unidad Nacional de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Fiscalía General de la Nación). Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada dos días moría una mujer como consecuencia del conflicto armado en el año 2002. De los 150.951 casos de hechos de violencia atribuibles a grupos organizados al margen de la ley, en 25.324 aparecen mujeres, que es un 17 % del total. Por desplazamiento forzado 12.142; desaparición forzada 1.420; genocidio 1; Homicidios 8.147; delitos sexuales 133. Según la relatoría de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del año 2005 se identifican 4 ámbitos fundamentales de violencia contra las mujeres: “En primer término, los actores del conflicto armado emplean distintas formas de violencia física, sicológica y sexual para lesionar al enemigo. Ya sea deshumanizando a la víctima, vulnerando su núcleo familiar y/o impartiendo terror en su comunidad, con el fin de avanzar en el control de territorios y recursos. En segundo término, la violencia destinada a causar el desplazamiento forzado del territorio y el consecuente desarraigo de su hogar, vida cotidiana, comunidad y familia. En tercer término, la violencia sexual que puede acompañar el reclutamiento forzado de las mujeres, destinado a hacerlas rendir servicios sexuales a miembros de la guerrilla o las fuerzas paramilitares. En cuarto término, la violencia destinada a hacerlas objeto constante de pautas de control social impuestas por grupos armados ilegales en poblaciones o territorios bajo su control” (CIDH, 2005, pág. 48). El tema de la violencia sexual contra las mujeres es una práctica habitual, extendida y sistemática en la marco del conflicto colombiano y frente a esto no existen políticas profundas desde el Estado para corregir y asumir sus consecuencia, porque además está asociada a los desplazamientos forzados y abandono de sus tierras (alrededor del 70 % de mujeres violentadas sexualmente) con los efectos sicológicos, materiales y familiares aunados. Por eso uno de los puntos tiene que ver con las políticas de reparación y el enfoque de género en ellas. 8 A propósito de las consecuencias permanentes de los abusos sexuales, el 32,6 % quedaron embarazadas, muchas de las cuales tuvieron sus hijos; el 46 % quedaron con secuelas físicas permanentes. En relación a la mujer indígena, su situación es aún más compleja puesto que tiene una triple condición de exclusión: mujer, indígena y pobre. Parte de su realidad lo muestra el siguiente cuadro de datos (ONU, 2009): Descriptor Desplazamiento forzado 1998-2002 1998-2002 2002-2009 20022009 Mujeres Niñas Mujeres Niñas 5.983 8.344 11.878 8.280 Acciones Bélicas 125 76 1.968 970 Amenazas colectivas 517 460 953 736 Asesinatos políticos 57 2 97 11 Detenciones arbitrarias 35 2 30 0 Heridos 38 2 155 11 Amenazas individuales 11 0 22 2 Desaparición forzada 14 0 14 4 Tortura 7 2 20 1 Secuestro 4 0 7 0 Violencia sexual 4 1 7 3 6.795 8.889 15.151 10.018 20 % 26 % 26 % 17 % Total Fuente: ONIC-CECOIN Uno de los indicadores más relevantes de la dinámica del conflicto tiene que ver con las poblaciones desplazadas forzadamente, que para el año 2004, del total de población en esas condiciones, el 50.2 % eran mujeres. Se estima que cuatro de cada diez familias desplazadas tienen a las mujeres como jefa de hogar, cifra que aumenta notablemente en casos de mujeres indígenas y afrodescendientes (49 % y 47 %) (ACNUR, 2006). Durante el año 2010 hubo 280.000 nuevos desplazados, que sumados a los ya existentes da un total de 5.200.000 desplazados internos. El 52 % son mujeres y 9 niñas, el 45 % de las familias estaban encabezadas por una mujer no acompañada, y los menores de edad representan más del 50 % del total de desplazados. En junio de 2011 se aprobó un programa de devolución de aproximadamente 2 millones de hectáreas de tierras a desplazados internos, como parte de un esquema de reparación más amplia para las víctimas del conflicto, reconociendo por primera vez que Colombia sufre un conflicto armado interno (IDMC, 2005). Pero la implementación de este programa llevará mucho tiempo y enfrentará múltiples problemas, entre otras cosas porque todavía persiste el conflicto. El apoyo a las personas en el ámbito de vivienda e ingresos estables ha sido insignificante, y ha tenido pequeños logros en educación, salud y seguridad alimentaria. Las mujeres, indígenas y afrodescendientes se encuentran en una situación más precaria a la hora de recibir los aportes, beneficios o acceso a las políticas y condiciones básicas. Las mujeres tienen mayores problemas para acceder al mercado laboral, solo el 32 % de las mujeres desplazadas trabajan (en comparación con el 56 % de los hombres) y de éstas el 60 % en el mercado informal y el 20 % en el servicio doméstico, con remuneraciones más bajas y horarios más extensos. Por lo tanto una estrategia fundamental debiera tender hacia el fomento y acceso de las mujeres al mercado del trabajo con mayores garantías y de mejor calidad. Una información interesante es la que aparece en relación con la vivienda. Si bien la seguridad del título de propiedad es un porcentaje bajo en las personas desplazadas, las que mejor se desempeñan en este ámbito son las mujeres, ya que aproximadamente la mitad de las viviendas de desplazados internos con título de propiedad estaban registrados a nombre de una mujer sola, y el 20 % registradas a nombre de un hombre y una mujer. 5.2.- El caso Peruano Entre el año 1980 y mediados de los noventa se vivió un conflicto armado interno entre el Estado y las fuerzas insurgentes Sendero Luminoso y Tupac Amaru, habiendo sido el más intenso y prolongado en la vida republicana peruana, y el que involucró al grupo armado Sendero Luminoso como el de mayores connotaciones de violencia y consecuencias en el largo plazo, habiendo cubierto una vasta zona territorial en el espacio sur andino. Según la Comisión de Verdad y Reconciliación en su Informe Final del año 2003, las mujeres peruanas fueron víctimas sistemáticas de violación a sus derechos humanos, particularmente vinculados a la violencia sexual como violaciones, desnudos, prostitución, esclavitud sexual, embarazos, abortos forzados, estableciéndose que alrededor de un 83 % fueron realizados por agentes del Estado y no han sido objeto de persecución judicial, entre otras razones porque existió una falta de denuncias formales que se explican por las lógicas del miedo y la vergüenza, 10 sumadas a la indolencia de las autoridades locales e institucionales responsables de la investigación que no prestaron los apoyos correspondientes (Perú, 2003). En la actualidad, el gobierno peruano ha establecido una zona especial de enfoque de política atendiendo a las consecuencias y resabios que quedaron del largo conflicto interno (la llamada zona del VRAE), que hoy se ve agravado por la persistencia de pequeños grupos insurgentes y la nueva presencia de organizaciones de narcotraficantes, que han explotado con mucha facilidad un nuevo mercado de producción de cocaína. En la zona del VRAE (Ayacucho, Apurimac, Cusco, Huancavelica y Junín) viven alrededor de 1.800.000 habitantes, un 71 % vive en zona rural, las familias en situación de pobreza es de 54.3 % y de extrema pobreza es de 44.8 %, el 51 % de los niños menores de 5 años presenta desnutrición crónica. Una zona desabastecida de energía, falta de líneas telefónicas y carreteras. Se cultivan 17.486 hectáreas de hoja de coca, de los cuales un 97 % se utiliza como ingrediente para producir cocaína. Si bien el período inmediatamente posterior al término formal del conflicto hubo una importante disminución de la producción de coca, a partir de la década del 2000 se ha presenciado un aumento sostenido, que ha sido parte de una estrategia de sobrevivencia de las poblaciones impulsada por los remanentes de los grupos armados en una sociedad con el desplazamiento de los grupos criminales provenientes de Colombia. Año Toneladas métricas 1997 325 1998 240 1999 175 2000 141 2001 150 2002 160 2003 230 2004 270 2005 260 2006 280 2007 290 Fuente: Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito Un ejemplo de las consecuencias del conflicto que no han sido asumidas por los gobiernos es el rechazo del Ministerio de Justicia frente al Proyecto de Ley 29062005/CR que busca ampliar el plan de reparaciones proponiendo que se incluya como víctimas y beneficiarias a las personas que hayan sufrido otras formas de violencia sexual durante el conflicto armado, como embarazo forzado, aborto forzado, esclavitud sexual y prostitución forzada. Según el Gobierno, la violencia sexual a diferencia de la violación no se encuentra prevista y sancionada como delito en la legislación peruana. La situación de las mujeres desplazadas durante el conflicto armado entre el Estado y el grupo armado Sendero Luminoso continúa siendo grave, se encontraron 11 indicadores de altos niveles de desnutrición, deterioro de la salud reproductiva y daños producidos por la violación y agresiones sexuales. 5.3.- El caso Centroamericano La situación centroamericana actualmente es muy explosiva, porque allí se concentran los más altos niveles de violencia (urbana y rural), una potente organización criminal y de pandillas que se disputan en forma feroz los territorios de su propia colonización, una profunda corrupción de los organismos estatales (particularmente la policía y las instancias judiciales), condiciones extremas de pobreza, y continuas corrientes migratorias legales e ilegales, lo que genera un panorama de graves consecuencias para la población más vulnerable. Hay que asumir que las largas y cruentas guerras civiles que vivieron la mayoría de sus países (Guatemala, Nicaragua y El Salvador) y el delicado proceso de paz posterior han dejado secuelas que aún permanecen e impactos que lamentablemente se han profundizado en su aspecto más negativo. Quizás el caso más grave es el de Guatemala, que ha llevado incluso a muchos analistas a plantear que estamos en las puertas de un Estado fallido. La violencia en Guatemala se mantiene en toda su magnitud y drama. Iniciada con un conflicto socio-político interno en el año 1960 y concluido formalmente en 1996 tras los acuerdos de Paz en Centroamérica, aún mantiene índices de 500 mujeres asesinadas anualmente, en formatos de brutalidad extrema que indica la actuación de grupos de hombres con infraestructura para secuestrar, violar, mutilar, torturar y hacer desaparecer sus cuerpos. Es parte de una continuidad en la violencia extrema contra mujeres indígenas que se llevó a cabo por agentes estatales y paramilitares durante el largo conflicto interno, donde la violencia sexual fue usada como mecanismo de control de las mujeres organizadas o de perfil de “enemiga o subversiva”. Como lo registra el Informe Recuperación de la Memoria Histórica Guatemala, la connotación más violenta del conflicto se dio a través de los abusos hacia mujeres, donde se registran al menos 1.465 casos de violaciones, siendo un patrón utilizado por las fuerzas armadas en las operaciones realizadas en los sectores rurales, base de los movimientos insurgentes. También es importante hacer notar que si bien el 93 % de los casos de crímenes cometidos durante el conflicto fueron realizados por aparatos relacionados con el Estado, en el porcentaje de las acciones realizadas por las fuerzas insurgentes también se reconocen actos de violación sexual, incluso contra las mismas compañeras de la fuerza guerrillera. La situación de violencia está aún muy presente en la sociedad guatemalteca, en 2010 hubo 4.925 muertes violentas, 8.457 personas heridas o muertas por bala, encontrándose muchos de estos casos en condición de impunidad (ACNUR, 2011). El 32 % de las mujeres y el 40 % de la población indígena siguen siendo analfabetos al año 2006, y las tasas más duras de pobreza siguen concentradas en estos segmentos de población. 12 El desplazamiento interno fue fruto de la enorme violencia que adquirió el conflicto interno en las zonas rurales, donde el 90 % de la población desplazada fue producto de la acción ejercida por las fuerzas de seguridad estatales. La violencia MARA es una muestra de la deficiencia estatal para asegurar la protección de su población y una consecuencia directa de los aspectos no resueltos de la situación de conflicto armado interno que se vivió por tan largo período. Estos carteles de la droga controlan territorios que se extiende desde la frontera mexicana hasta el Caribe y luchan constantemente por el control del narcotráfico en pequeña escala, la protección de barrios marginales. Una situación surgida también de las largas y pesadas herencias históricas de discriminación y marginalidad fue la vivida al calor del levantamiento indígena en Chiapas, que tuvo su particular conflicto armado interno, con una feroz represión militar, donde las mujeres se transformaron en objetivo de guerra, particularmente las mujeres y adolescentes indígenas, a través de violencia, genocidio, esterilización forzada, violaciones, desplazamientos forzados. Muchas de las consecuencias se siguen viviendo en una zona que también repite las condiciones de pobreza, marginalidad y violencia institucional permanente y que es foco de migraciones, desplazamientos forzados y sobre todo también reclutamiento para las organizaciones criminales transnacionales. 6) Las Operaciones de Paz. Los países latinoamericanos han vivido una experiencia inédita en aunar esfuerzos conjuntos para concurrir a una operación de paz en el marco de Naciones Unidas, en un país de la propia región. Ha sido Haití, desde el año 2004, el que ha concentrado los esfuerzos y la iniciativa regional. Hasta ahora su evaluación es contradictoria. Es indudable que ha habido logros importantes en su externalidad, particularmente en los niveles de coordinación entre los países participantes, el consenso y distribución de tareas y otros, pero estamos muy lejos después de siete años en mostrar éxitos de carácter estructural y de legitimación de la intervención, como lo han demostrado movilizaciones y reivindicaciones exigiendo la salida de las tropas de MINUSTAH. Una de las más agudas crisis relacionadas con las tropas desplegadas en Haití, tuvo relación con la epidemia de cólera del año pasado, en que se culpó a las fuerzas nepalíes de haber sido los portadores de ella, con 6.000 muertos y medio millón de afectados. En este último año Haití ha debido enfrentar un terremoto grado 7, un huracán potentísimo, una epidemia de cólera, un proceso eleccionario discutido y complejo, manifestaciones violentas contra la MINUSTAH en noviembre de 2010, todo lo que ha redundado en situaciones de mayor precariedad. Solo tomando como dato los desplazados internos producto del terremoto, podemos apreciar que éstos se incrementaron a 2,3 millones de personas, distribuidos en más de 1.000 campamentos. 13 En relación a la violencia hacia mujeres, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ya ha manifestado su preocupación por el creciente número de actos de violencia sexual desde el año 2004, perpetrados por pandillas o grupos armados. Después del terremoto de 2010, la situación se ha agravado por la violencia que se ha desarrollado en los campamentos de desplazados internos, donde se han recopilado informes de mujeres violadas por dos o más individuos, casi siempre armados y durante la noche (CIDH, 2010). El hacinamiento, la falta de privacidad y de iluminación, son condiciones que han agravado la inseguridad y deja a las mujeres y niñas más vulnerables a la violencia sexual. Esto se complementa con una falta de respuesta estatal, tanto a nivel policial, como de las instancias de denuncia y justicia, persecución y castigo. Lamentablemente ciertas descoordinaciones y faltas de criterio a nivel de la Misión tampoco ayudan a resolver el problema, como ha sido el nulo efecto del batallón de mujeres de Bangladesh. El espectro de discriminaciones y violencias sufridas por las mujeres es amplio, como por ejemplo el que no tienen igual acceso que los hombres a los cupones de alimentación; aumento de la prostitución forzada a cambio de alimentos; en el Hospital General de Puerto Príncipe se dejó de emitir certificados a mujeres víctimas de violencia sexual bajo pretexto que ello no constituía un “servicio esencial” (CIDH, 2010). Otro de los problemas que se ha agudizado con la instalación de los campamentos para los desplazados internos han sido los desalojos ilegales perpetrados por funcionarios públicos corruptos, acompañados de policías e incluso bandas criminales. Desde mayo de 2010 alrededor de 30.000 personas han sido expulsadas de más de 200 campamentos y 144.000 desplazados han sido amenazados de expulsión. En todos estos actos irregulares las personas son objeto de violencia verbal, física y sexual. Otro capítulo preocupante es el relacionado con las situaciones de los niños, niñas y adolescentes. En Haití casi la mitad de la población es menor de 18 años, y el 40 % es menor de 15. Después del terremoto sus condiciones se han agravado dada la proliferación de armas y pandillas criminales que se dedican a reclutar jóvenes, que usan a los niños y niñas como escudos humanos, carnadas, en trabajos de todo tipo, entre ellos los ligados a los abusos sexuales. Se estima que la mitad de las víctimas de violencia sexual son menores de 18 años. Durante los primeros días de septiembre de este año, se supo de un posible caso de violación a un adolescente haitiano por parte de fuerzas de paz (en este caso uruguayas), que ha significado la detención de 5 soldados y el comandante de la unidad despedido. De los afectados por el terremoto, 1,5 millones de personas son menores de 18 años y 300.000 niñas, niños y adolescentes han debido desplazarse a otros 14 departamentos del país, quedando una gran cantidad de menores no acompañados o viviendo con otras familias. También fueron detectados casos de trata de personas (niños y adolescentes) en la frontera con República Dominicana. Según datos de UNICEF, al año 2007 alrededor de 102.000 niñas trabajaban en el servicio doméstico, desarraigadas de sus hogares y solo por transacciones de casa y comida (AI, 2009). La violencia contra la mujer en Haití sigue siendo un flagelo constante. Las actuales líderes de organizaciones de mujeres insisten en que casi la mitad de las familias del país tienen a una mujer como jefa de hogar y siguen siendo extremadamente vulnerables, por ausencia de sus compañeros, por asumir completamente la mantención de sus hijos, viviendo hacinadas, sin encontrar fuentes laborales y con escasa protección policial (UNFPA, 2010). Todavía están luchando por la tipificación de la violación sexual como acto criminal y sobre todo trabajar porque las instituciones policiales y judiciales cambien su paradigma en relación a la violencia contra la mujer, abandonando la tesis continua de que en la presencia de estos crímenes, la niña o la mujer son las culpables. Lo extraño es que los contingentes policiales aportados por Bangladesh e India, integrados totalmente por mujeres, no han tenido los resultados esperados, lo que demuestra que estas medidas si no van acompañadas de cambios profundos en los modelos institucionales, solo se convierten en aspectos decorativos. Tal como se puede apreciar, los datos significativos hablan del impacto que los problemas estructurales tienen en las mujeres, pero a su vez cómo ellas son parte insustituible de una arquitectura social, política y económica fundamental para su proceso de reconstrucción. Pero aún así todavía no logran visualizarse medidas de fondo y de largo plazo para situar a las mujeres como objeto y sujeto del proceso de reconstrucción post conflicto. III.- LA PERSPECTIVA DE LA RESOLUCION 1325 Hacia mediados del año 2010, solo 18 de los 192 Estados miembros de Naciones Unidas habían preparado sus respectivos planes nacionales de acción como parte del compromiso en la suscripción de la Resolución 1325. De América Latina contamos con solo 1 Plan que fue elaborado por Chile; de África 4; de Asia 1; de Europa 12. Jordan Ryan, Director de Prevención de crisis y recuperación en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo dijo: “No se trata solamente de aumentar el número de mujeres que se sientan a la mesa, también se trata de asegurar que la agenda de género sea integral y que la mesa –las estructuras de gobernabilidad, incluido el liderazgo masculino- posibilite que surja una perspectiva de género. 15 Una fuerza policial integrada exclusivamente por mujeres puede hacer muy poco en cuanto a proteger a la mujer si esto no figura en su mandato o si no hay una seguridad funcional, ni instituciones judiciales. Pese a toda la promoción en torno al liderazgo de la mujer, aún no se ha elaborado ni expresado claramente una agenda integral de cuestiones de género en situaciones posteriores a conflictos. Si bien se presta una atención a cuestiones de representación y de violencia sexual, es mucho menos la atención prestada a las dimensiones de género de la reforma agraria, de la descentralización gubernamental y de la privatización. Para apoyar una significativa participación de las mujeres en la consolidación de la paz después de los conflictos, es necesario efectuar una triple inversión: en capacidad humana; en instituciones para la mujer y en ámbitos propicios que faciliten las activas contribuciones de la mujer” (UNFPA, 2010, pág. 81). En la Conferencia especial de seguridad de la OEA hay un capítulo específico que reafirma la importancia de mejorar la participación de la mujer en la perspectiva de la paz: “… para la promoción de la paz y la seguridad, la necesidad de aumentar su papel en la adopción de decisiones en todos los niveles con respecto a la prevención, gestión y resolución de conflictos, e integrar una perspectiva de género en todas las políticas, programas y actividades de todos órganos interamericanos, organismos, entidades, conferencias y procesos que traten asuntos de seguridad hemisférica” (OEA, 2003). En esta misma dirección, se tomó un acuerdo específico para reforzar la participación de la sociedad civil en la consideración, elaboración y aplicación de enfoques multidimensionales de seguridad, considerando el papel protagónico que en ella tiene la persona humana y asumiendo la globalidad de los intereses y repercusiones en el conjunto del cuerpo social. Como se puede apreciar, es un lugar ya conquistado el hecho que las organizaciones internacionales multilaterales aborden y resuelvan en torno al papel de la mujer en la promoción de sus derechos e igualdad, y el rol en las materias de seguridad, conflicto y conquista de la paz. El problema está dado en la verdadera penetración que estas resoluciones tienen en el sustrato cultural y socio-político de los respectivos Estados, donde reside un aspecto sustancial en la lógica del cambio de perspectiva para enfrentar una estrategia de protección y seguridad de las mujeres. Un ejemplo lo tenemos en nuestro propio país, donde se logró un importante documento conocido como Plan de Acción, pero del cual no hemos logrado hacerle seguimiento para su pleno cumplimiento justamente por la volatilidad institucional de los Estados en estas materias. Por esto, para continuar buscando espacios, fórmulas y compromisos relativos al cumplimiento de la Resolución 1325 de Naciones Unidas, creo necesario abordar las siguientes dimensiones: 16 1. Medidas de Aplicación. a) Es necesario realizar una nueva ofensiva diplomática para el diseño de los Planes de Acción por país. b) Se debiera promover un campo de asesorías internacionales para la construcción de los Planes de Acción en base a las lecciones aprendidas, las experiencias realizadas y las buenas prácticas. Como prioridad debiera hacerse un énfasis en aquellos países que tienen severos problemas de seguridad relacionada con la perspectiva de género. c) Es fundamental la constitución de mesas público-privadas para la construcción de los Planes de Acción, pero por sobre todo para que la sociedad civil tenga un espacio de reconocimiento y de interlocución para seguir y hacer cumplir dicho plan. En esta dirección, la metodología de Observatorios pudiera ser un vehículo que canalizara el trabajo conjunto. d) Promover con mayor énfasis el rol de las organizaciones civiles de promoción de los derechos humanos y de género, de las instituciones dedicadas a la generación de conocimiento, para que se articulen en su mérito propio en base a una agenda específica sobre conflictos y actores sociales. 2. Medidas de Capacitación. e) La generación de programas de formación sistemática y permanente y de capacitación de actores institucionales, actores sociales y voluntariado en las materias respectivas, abarcando ámbitos del derecho internacional, los conflictos modernos, estrategias de cooperación, protección y difusión de derechos, abordaje de prevención y resolución de conflictos, tratamiento de víctimas, entre otros. Debiera confeccionarse una Malla Curricular interdisciplinaria con tres niveles de formación: Formación General, Formación Específica y Atención de Víctimas. 3. Medidas de Coordinación. f) Es necesario instalar con más fuerza esta temática en las nuevas instancias que han surgido de la arquitectura de seguridad regional: el Consejo de Defensa Suramericano, la instancia de Seguridad Centroamericana, así como en las estructuras políticas como MERCOSUR, Comunidad Andina de Naciones, CARICOM y otros. g) Se podría articular una alianza subregional con el Centro de Estudios Estratégicos del CDS para fomentar, investigar y asesorar en los temas relacionados con la Resolución 1325. 4. Medidas de Control. h) Se podría instalar una reunión bianual, en el marco de la OEA, para evaluar los avances de la implementación de las resoluciones de la Conferencia Hemisférica de Seguridad, de la Resolución 1325, con una participación mixta de las instancias gubernamentales y la sociedad civil. i) Se debiera avanzar en construir indicadores de cumplimiento de los Planes de Acción Nacionales en conjunto entre las agencias gubernamentales y la sociedad civil. 17 j) La MINUSTAH debiera entregar un Informe específico sobre la Resolución 1325 como parte de los informes nacionales para que los respectivos congresos aprobaran una extensión de la misión, de carácter público y vinculante. 5. Medidas de generación de conocimiento. k) Se debiera fomentar un amplio abanico de alianzas entre las innumerables organizaciones no gubernamentales del campo de los derechos humanos y los estudios estratégicos de la región, para promover y difundir investigaciones de campo, estudios regionales comparados y de casos e iniciativas específicas orientadas a la implementación de la Resolución 1325. IV.- CONCLUSIONES Es necesario hacer una relectura de la Resolución 1325 al calor de dos variables: por una parte el debate que se ha ido instalando sobre el carácter del conflicto contemporáneo y por lo tanto los ámbitos de seguridad, y por la otra el real concreto que los problemas de seguridad han adquirido en nuestra región, de la cual ya se ha hecho cargo a través de un conjunto de definiciones la máxima institución hemisférica multilateral. Los debates de género y seguridad que se han suscitado a partir de esta Resolución no pueden solo constreñirse a las discusiones de cuotas en las instituciones castrenses y policiales y a las operaciones de paz, puesto que la cuestión de fondo es acerca de la perspectiva de género que debiéramos orientar para analizar el carácter del conflicto y sus consecuencias, así como los espacios de igualdad de género. La realidad regional muestra que el conflicto dominante está dado por graves amenazas y riesgos de carácter interno, entre organizaciones no estatales y el Estado, que tiene influencia y repercusiones en enormes contingentes de personas, ya sea a través de combatientes forzados, transportistas a pequeña escala de drogas, miembros de las pandillas territoriales, y otros. También son vastos sectores de seres humanos los que sufren los efectos de esta confrontación, a través de los desplazamientos forzados, las migraciones ilegales, el abuso, la violencia, la discriminación, el homicidio y el genocidio. En este marco, las mujeres, niños, niñas y adolescentes son las víctimas mayoritarias, justamente por su condición de vulnerabilidad, sometimiento histórico, su invisibilidad ante las estructuras gubernamentales y ciertos patrones culturales que siguen siendo usados como explicación justificadora ante los crímenes de género. Lo contundente de los datos y realidades obligan a hacer un giro a que resoluciones como la 1325 de Naciones Unidas, para efectos de la región, se enfoquen más en la cotidianidad y vigencia de conflictos no armados, que si bien asoman como de menores impactos de violencia concentrada, no por ello dejan de tener mayor profundidad y consecuencias en el corto, mediano y largo plazo en las 18 estructuras sociales de América Latina y el Caribe. Algunos de ellos como son el narcotráfico, la violencia urbana y el crimen organizado en torno a la trata de personas y el tráfico ilícito de migrantes, ya son una realidad demasiado abrumadora. Aún así, incluso ya se hace pertinente debatir si algunas de las experiencias más traumáticas de violencia y crisis de seguridad pública, como parte de la confrontación entre el Estado y organizaciones criminales, se puedan catalogar como conflicto armado interno, y encarar el conjunto de impactos que esto tendría en el Derecho y el uso de la fuerza. Por otro lado, aún queda una tarea pendiente en torno a la situación de los post conflictos, tal cual se ha repasado en los tres espacios locales fundamentales, como son Colombia, Perú y Centroamérica. Las tareas adeudadas son muchas, no existe la plena convicción a nivel de las estructuras gubernamentales, en muchos casos son procesos invisibles ante la opinión pública, porque se tienden a confundir con los problemas de largo arrastre y no se atacan las condiciones que propiciaron y que generaron el conflicto, pero tampoco las que de éstas emanaron y hoy son fuente de nuevas escaladas de violencia. Es bueno poner en el debate el concepto de Paz expresado en la Resolución 1325, no solo como la ausencia del conflicto (Paz negativa), sino esencialmente como condiciones estructurales de un bienestar (Paz positiva), la que se ha puesto en el centro del debate a propósito de la medición de los logros de las Operaciones de Paz. Una vigencia fundamental de la Resolución 1325 es justamente su carácter de centralidad en los derechos de la mujer y el papel que puede cumplir en la consecución de la paz y estabilidad. Como hemos podido ver en una mirada panorámica, el rol de sujeto activo de la mujer en la estructuración social y el abordaje de temas estructurales, hace imprescindible su mayor protagonismo, concentrar más esfuerzos en la participación para la construcción de planes y programas, y persistir en el esfuerzo principal de las conquistas por sus derechos y espacios de igualdad. 19 V.- BIBLIOGRAFIA ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) (2007), Seminario Mujer y Migración. San Salvador, 19-20 de julio. ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) (2006), Impunidad, pongámosle fin. Violencia sexual contra las mujeres en conflicto armado y post conflictos en América Latina. Publicación de la Consejería de Proyectos. 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