Gutierrez Carlos - Comisión Económica para América Latina y el

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“ANÄLISIS DE LA DISCUSIÓN CONCEPTUAL EN TORNO A LOS CONTENIDOS
DE LA RESOLUCION 1325 Y A LOS DESAFIOS ENFRENTADOS EN SU
IMPLEMENTACION EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: GÉNERO Y CONFLICTO
A LA LUZ DE LA SEGURIDAD MULTIDIMENSIONAL”
Carlos Gutiérrez P.
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I.-
ACERCAMIENTOS CONCEPTUALES.
En octubre del año 2003 en Ciudad de México, se realizó una conferencia
especial de la Organización de Estados Americanos (OEA) relativa a la seguridad en
nuestra región, en la que se desarrolló un debate muy interesante a la luz de una
perspectiva actualizada e integral, teniendo como escenario las nuevas condiciones
políticas mundiales y regionales que abrían una nueva problematizaban sobre el
conflicto y sus expresiones concretas.
Las conclusiones de esta conferencia reconocieron que los desafíos que
enfrenta nuestra región en materia de seguridad son de naturaleza diversa y alcance
multidimensional, por lo que el concepto tradicional ya no daba cuenta a cabalidad de
la actual realidad y que se requería una nueva significación conceptual que permitiese
abarcar nuevas amenazas, riesgos y peligros que denotara los ámbitos políticos,
económicos, sociales, de salud y ambientales (OEA, 2003).
La expresión concreta se sintetizó de esta forma:
“Nuestra concepción de la seguridad en el Hemisferio es de alcance
multidimensional, incluye las amenazas tradicionales y las nuevas amenazas,
preocupaciones y otros desafíos a la seguridad de los Estados del Hemisferio,
incorpora las prioridades de cada Estado, contribuye a la consolidación de la paz, al
desarrollo integral y a la justicia social, y se basa en valores democráticos, el respeto,
la promoción y defensa de los derechos humanos, la solidaridad, la cooperación y el
respeto a la soberanía popular” (OEA, 2003, pág.2).
Se afirma como postulado esencial la concepción de que la razón de ser de la
seguridad es la protección de la persona humana, la que mejora en la medida que se
ejerce el pleno respeto a la dignidad, los derechos humanos y las libertades
fundamentales de las personas, asumidas en el despliegue de las dimensiones
económicas, sociales, políticas, culturales, educacionales y de salud.
La taxonomía de las inseguridades abarcan desde la clásica y tradicional
preocupación por la soberanía nacional y la defensa territorial de las fronteras
nacionales, hasta las nuevas preocupaciones que generan los avances de la
criminalidad organizada, el narcotráfico, el tráfico ilícito de armas pequeñas y livianas,
la trata de personas, el terrorismo, las pandemias, la pobreza extrema, inequidad y
exclusión social, los desastres naturales, el deterioro del medio ambiente y otros.
La concepción multidimensional encajaba perfectamente con la discusión que
se estaba produciendo acerca del carácter del conflicto, realizando un giro importante
en dos niveles.
La reflexión contemporánea ya había instalado una nueva conceptualización
del conflicto a partir del carácter que éstos habían asumido a partir del término de la
Guerra Fría, particularmente por lo que se observó sobre la violencia contemporánea,
las causas que la hacían nacer y la incapacidad real de controlarla, lo que llevó a
afirmar a muchos especialistas la idea sobre una metamorfosis de la violencia.
2
La primera causa de ésta reside en la emergencia y persistencia de la crisis,
una inestabilidad propia del movimiento; y la segunda causa está es una derivación
que impacta en la mutación de las amenazas y riesgos, caracterizada esencialmente
por el desuso de las conquistas territoriales en beneficio de otras formas de poder
(Maissoneuve, 1998).
La base esencial radica en que los actuales conflictos han superado la
confrontación clásica de la guerra entre dos Estados, que mantenía a ésta dentro de
ciertas reglas universales (aunque en los hechos fuesen violentadas); con una
configuración de los contendientes que era reconocible y aceptada, que hacía explícita
la diferencia con los civiles; que los objetivos estaban supeditados a los intereses
políticos, y con un protocolo verosímil del término del conflicto, que inauguraba una
etapa de paz.
En cambio, actualmente el conflicto bélico se ha instalado al interior de los
Estados, con características de conflictos armados, enfrentamiento entre fuerzas
regulares y/o irregulares, con un fuerte protagonismo de la población civil que es
objeto de acciones de genocidio, violaciones de los derechos humanos y usados
permanentemente como rehenes de las fuerzas en pugna, lo que ha asignado una
centralidad a los ámbitos humanitarios y responsabilidad de proteger (Kaldor, 2010).
Pero la actualidad también ha demostrado que el concepto de conflicto se ha
extendido; manteniendo su núcleo de oposición de intereses, la diferencia está en los
actores en juego, que ya no corresponden solo a institucionales y estatales, sino que
cada vez más a informales y no estatales, aunque con una poderosa organicidad. Son
actores que asumen connotaciones de autonomía, en muchos casos transnacionales,
heterogéneos, con mayor importancia en el estatus y valor simbólico que en el
estrictamente material (David, 2000).
A estas nuevas adquisiciones conceptuales sobre el conflicto, se debe agregar
que simultáneamente se fue modificando el concepto de seguridad, haciéndolo más
coherente con los mismos cambios en la escena real de un mundo globalizado, con la
entrada en escena de nuevos actores no gubernamentales, con el carácter que fueron
asumiendo los conflictos reales y concretos, y una nueva sensibilidad de algunos
Estados en relación a la centralidad de la persona humana como singular genérico
universal, dando inicio a una concepción de seguridad que instaló a los derechos
humanos como la piedra angular de toda la arquitectura política relativa a la seguridad.
Esto permitió un salto cualitativo importantísimo, relacionado con la ruptura del
enlace unívoco entre seguridad y defensa, que se había transformado en un sinónimo
que encauzaba la preocupación y satisfacción de los Estados por la seguridad a partir
exclusivamente de la construcción de políticas de defensa y el fortalecimiento de sus
respectivas fuerzas armadas. Entraron en escena un conjunto de políticas públicas
como satisfactores de las nuevas demandas en seguridad, haciendo realidad la
multidimensionalidad y la integralidad de los enfoques políticos para el abordaje global
y local de las amenazas y riesgos que se ciernen sobre sus poblaciones.
II.-
LA REALIDAD REGIONAL.
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La región latinoamericana muestra hoy día una actualidad contradictoria que
debe resolverse con prontitud y profundidad. Por una parte se celebra con cierta razón
ser una zona de paz, asumiendo en esta aseveración la ausencia del conflicto bélico y
tensiones clásicas entre Estados soberanos por una disputa territorial fronteriza, las
que tradicionalmente facilitaron las condiciones para el inicio de una guerra. Los
actuales diferendos entre Nicaragua y Costa Rica, de Chile con Perú y Bolivia, no
tienen las dimensiones que puedan revertir la anterior aseveración, además de que no
existe el ambiente político en el marco multilateral para que se generen explosiones de
este tipo y por el contrario han optado por ser canalizadas en el marco jurídico
internacional.
Por otra parte, aparece el lado oscuro y peligroso de ser una región
extremadamente violenta, con la tensión generada por nuevos tipos de conflictos, con
múltiples problemas de seguridad en su acepción multidimensional, y con espacios
locales donde se han prolongado los efectos negativos de situaciones post conflictos
armados que no han sido resueltos en su integridad.
Los nodos problemáticos -que implican y afectan a grandes grupos de
poblaciones, por lo general de los sectores más vulnerables y marginalizados, y que
tienen al sujeto femenino en el centro de la conflictividad, en la mayor parte de ellos
siendo una víctima, y en consecuencia abre importantes expectativas de ser a su vez
un sujeto activo en su control y solución- se pueden agrupar en la siguiente
enumeración y caracterización:
1) La violencia urbana
La tasa de violencia urbana ha corrido de parejas con las tasas de
urbanización, con la concentración de población de estratos socio-económicos bajos
en los cascos marginales de las grandes urbes, reproduciendo el círculo negativo de
discriminación y violencia.
Un dato muy interesante de los estudios de campo revela que las mujeres en
este escenario corren riesgos adicionales por el hecho de vivir solas y ser cabezas de
familia. Estas últimas no solo están en situación económica y social precaria, sino que
enfrentan un peligro directo de sufrir mayores niveles de violencia delictiva.
Uno de los sucesos más significativos ha sido la violencia de género en ciertas
ciudades mexicanas (siendo Ciudad Juárez el caso más destacado), que no tiene un
carácter de violencia intrafamiliar, sino de reproducción de esferas de poder
masculino, abuso y control, amparados en un sustrato cultural e institucional que lo
permite y facilita.
Esta misma situación se ve agravada puesto que sufren una doble presión, por
un lado la de los delincuentes y por otro de la policía que las asocian a una red de
relaciones de protección de los delincuentes y sobre las cuales quieren ejercer
acciones simbólicas dirigidas a un fondo cultural masculino propio de la organización
pandillista.
4
Un ejemplo claro de los sostenidos aumentos en las tasas de violencia que
involucran a mujeres se da en Brasil, que aumentó de 2,3 a 4,3 mujeres asesinadas
por cada 100.000 mujeres, entre los años 1980 y 2000, y la tendencia sigue en
aumento. El caso más notorio se vive en el Estado de Pernambuco, que en el mismo
período pasó de 3,8 a 6,4 por cada 100.000 mujeres (AI, 2008).
La gran mayoría de estos homicidios ocurrieron en el espacio público, y aún así
han tenido escasa repercusión mediática y acogida en los aparatos estatales de
investigación y sanción, porque allí concurren los procesos de invisibilidad y
estigmatización de las mujeres. En Brasil, recién en 2007 se creó la Secretaría
Especial de la Mujer que puso en marcha dos planes estatales: uno relativo a la
seguridad pública denominado Pacto por la vida y el Pacto Estatal para hacer frente a
la violencia contra la mujer.
2) El Narcotráfico
Es indudable que el avance del narcotráfico en nuestra región es una de las
principales amenazas que enfrentamos, con un aumento de la producción ilegal de
coca, con un asentamiento de las organizaciones criminales, con un desplazamiento y
copamiento de nuevos territorios (como son actualmente Perú y el Estado
Plurinacional de Bolivia), con incremento de los niveles de violencia, la corrupción de
las instituciones públicas involucradas en su lucha, y con mayores impactos en nuevos
contingentes poblacionales que se ven involucrados como parte del engranaje
productivo y comercializador.
La relación entre las bandas de narcotráfico y las mujeres es muy compleja, a
partir de los niveles de control que estas bandas tienen sobre las personas y los
territorios que controlan, donde las mujeres se transforman en objeto de abusos, y un
medio para adquirir posición social a través de la iconografía del trofeo, así como
instrumentos de negociación. A su vez en toda la cultura dominante de esa
marginalidad, reina una imagen deshumanizada de la mujer a partir del concepto de
posesión personal.
Las parejas de los narcotraficantes son parte del engranaje delictivo siendo
atrapadas por ese estilo de vida, como cuidadoras, objetos de cambio para saldar
deudas, esperando la salida de la pareja, etc.
Las mujeres son usadas para ocultar armas, producción de la droga y
transporte, siendo muy útiles para las bandas porque aparecen más inmunes a la
vigilancia y control policial y porque aparecen como desechables, estando en el
eslabón más bajo de la cadena del crimen, puesto que por lo general son usadas para
pequeños transportes que desvían la atención de las grandes operaciones. En Brasil,
según datos del Ministerio de Justicia, en 1998 el 36 % de las mujeres detenidas
estaban por cargo de drogas, lo que en 2000 aumentó al 56 % (AI, 2008).
Existe prácticamente una línea dedicada con las mujeres para el transporte de
drogas en pequeña escala, las que son ocultadas en su propio cuerpo, realizando con
ello una lectura simbólica muy específica que prolonga el uso y dominio que el hombre
tiene sobre el cuerpo femenino. Cada vez son más las mujeres que pueblan las
5
cárceles de nuestros países con severas penas por tráfico, a pesar de ser parte de un
eslabón marginal de la cadena económica del crimen asociado al narcotráfico.
3) Los desplazamientos forzados
Las cifras de mujeres que migran en el marco regional son cada vez mayores,
debido a los efectos de los conflictos armados internos, las condiciones de pobreza y
la falta de empleos, problemas familiares, de violencia intrafamiliar y social. Pero los
peligros para ellas se mantienen, porque las propias travesías no están exentas de
riesgos de abusos, violaciones y extorsiones sexuales, prostitución forzada y
enfermedades de transmisión sexual. Dentro de este sector son las mujeres jóvenes
las más expuestas, por encontrase solas, sin redes familiares o sociales que las
apoyen (ACNUR, 2007).
Según la ACNUR, de los principales países que producen refugiados y
desplazados internos, 5 de ellos son de nuestra región. En cuanto a los refugiados la
cantidad de personas es la siguiente:
Colombia
395.577
El Salvador
4.976
Guatemala
5.679
Haití
Nicaragua
25.892
1.431
Y en cuanto a los desplazados internos la mayor cifra la concentra Colombia
con 3.672.054 personas. De los refugiados el porcentaje de mujeres fluctúa entre 30 y
40 % (ACNUR, 2010).
Según muchos especialistas y representantes de organismos internacionales
las causas son muy específicas y están absolutamente relacionadas con el conflicto
político de larga duración que se vive en el país. “Subsisten causas estructurales que
provocan el desplazamiento forzado en algunas zonas de Colombia, debido a
enfrentamientos entre las fuerzas militares y grupos armados, a choques entre los
mismos grupos y al reclutamiento forzado de menores” (BBC, 2009).
A estas condiciones se agregan otras relacionadas con políticas estatales
relacionadas con la fumigación y erradicación de cultivos de coca, así como la
instalación de grandes proyectos económicos, calculando que los desplazados han
perdido alrededor de 4 millones de hectáreas.
4) La trata de personas y el tráfico ilícito de inmigrantes
La trata de personas se realiza principalmente trasladando personas hacia los
países de mayores estándares de vida y los puntos esenciales de reclutamiento en
nuestra región son Colombia para las redes de Asia y Europa; y Centroamérica con
6
una ruta que se extiende entre Nicaragua, Salvador, Guatemala y Honduras
dirigiéndose hacia México y Estados Unidos. En Nicaragua también se reciben las
corrientes que provienen de otros países de América del Sur.
A nivel mundial, La República Dominicana es uno de los cuatro países con la
mayor cantidad de mujeres traficadas con fines de explotación sexual, estimándose en
alrededor de 50.000 trabajando en la industria del sexto, sobre todo en Europa
(CEPAL, 2007).
Los procesos migratorios ilegales son una fuente fecunda de violencia de
género, especialmente contra ellas por sus condiciones de vulnerabilidad, explicados
por su origen rural, indocumentadas, sin redes de apoyo, lo que genera una actividad
habitual de transacciones de abuso sexual a cambio de la protección.
En la frontera sur de México, un 70 % de las migrantes es víctima de violencia
(sexual, prostitución forzada, trata y feminicidio).
Sin ser una actividad ilegal, también es necesario considerar el aumento en las
tasas de migración, particularmente la que tiene objetivos laborales, donde apreciamos
una tendencia hacia la feminización, con un aumento de la representación de la mujer
del 44.2 % en 1960 a 50.1 % en 2010. En nuestra región, los países que más aportan
a la emigración están México con 10.141.000; Colombia con 1.647.000; El Salvador
con 999.000; Haití con 751.000 y Perú con 740.000 (OIM, 2010).
5) Los post conflictos.
Por lo menos podemos identificar tres espacios locales que sufren los efectos
de mediano y largo plazo de vivir o haber vivido conflictos armados internos, donde
existen contundentes diagnósticos que han consagrado una verdad posible, pero que
no han concitado una política pública estable, consistente y duradera para poder
enfrentar las consecuencias en el tiempo y en las localidades donde se asientan los
grupos de población que han sido afectados por la violencia política o criminal.
5.1.-
El caso Colombiano
El conflicto colombiano es el de más larga data en nuestra región, iniciada a
mediados de los años sesenta del siglo XX, y a pesar de los avances en la baja de
niveles de confrontación e intensidad de la guerra interna, aún sigue muy vigente en
zonas rurales, pero por sobre todo en la amplia gama de consecuencias que ha
generado sobre la población en su conjunto, pero particularmente sobre las mujeres
colombianas y aún más específicamente indígenas y afrodescendientes.
En un informe de Amnistía Internacional del año 2004 se reconoce que una de
las características de la violencia en el conflicto está dirigida hacia las mujeres bajo las
formas de violación sexual, mutilación genital y otras formas brutales, que son usadas
por los dos bandos en disputa, los agentes del Estado y las organizaciones
subversivas.
7
Según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses las cifras de violencia
homicida contra las mujeres se pueden entender dentro del marco de militarización y
condición de conflicto de la sociedad colombiana.
Para el año 2008, 1.139 mujeres fueron asesinadas, el 8 % obedecen a casos
de violencia socio-política, es decir 100 casos, pero se debe considerar a su vez que
sobre el 70 % de los casos no se tiene información. De estas, 10 en acción guerrillera,
43 en acción militar, 2 en acción paramilitar, 29 en enfrentamientos armados, 2 en
secuestro y 4 en acto terrorista (ACNUR, 2009).
En relación a las ejecuciones extrajudiciales, cometidas esencialmente por
unidades militares a lo largo del país, al año 2009 se investigaron 716 casos, donde de
manera frecuente las mujeres fueron víctimas al ser identificadas como compañeras
sentimentales de miembros de grupos armados ilegales (según el Informe de la
Unidad Nacional de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la
Fiscalía General de la Nación).
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada dos días
moría una mujer como consecuencia del conflicto armado en el año 2002.
De los 150.951 casos de hechos de violencia atribuibles a grupos organizados
al margen de la ley, en 25.324 aparecen mujeres, que es un 17 % del total. Por
desplazamiento forzado 12.142; desaparición forzada 1.420; genocidio 1; Homicidios
8.147; delitos sexuales 133.
Según la relatoría de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del
año 2005 se identifican 4 ámbitos fundamentales de violencia contra las mujeres:
“En primer término, los actores del conflicto armado emplean distintas formas
de violencia física, sicológica y sexual para lesionar al enemigo. Ya sea
deshumanizando a la víctima, vulnerando su núcleo familiar y/o impartiendo terror en
su comunidad, con el fin de avanzar en el control de territorios y recursos.
En segundo término, la violencia destinada a causar el desplazamiento forzado
del territorio y el consecuente desarraigo de su hogar, vida cotidiana, comunidad y
familia.
En tercer término, la violencia sexual que puede acompañar el reclutamiento
forzado de las mujeres, destinado a hacerlas rendir servicios sexuales a miembros de
la guerrilla o las fuerzas paramilitares.
En cuarto término, la violencia destinada a hacerlas objeto constante de pautas
de control social impuestas por grupos armados ilegales en poblaciones o territorios
bajo su control” (CIDH, 2005, pág. 48).
El tema de la violencia sexual contra las mujeres es una práctica habitual,
extendida y sistemática en la marco del conflicto colombiano y frente a esto no existen
políticas profundas desde el Estado para corregir y asumir sus consecuencia, porque
además está asociada a los desplazamientos forzados y abandono de sus tierras
(alrededor del 70 % de mujeres violentadas sexualmente) con los efectos sicológicos,
materiales y familiares aunados. Por eso uno de los puntos tiene que ver con las
políticas de reparación y el enfoque de género en ellas.
8
A propósito de las consecuencias permanentes de los abusos sexuales, el 32,6
% quedaron embarazadas, muchas de las cuales tuvieron sus hijos; el 46 % quedaron
con secuelas físicas permanentes.
En relación a la mujer indígena, su situación es aún más compleja puesto que
tiene una triple condición de exclusión: mujer, indígena y pobre.
Parte de su realidad lo muestra el siguiente cuadro de datos (ONU, 2009):
Descriptor
Desplazamiento forzado
1998-2002
1998-2002
2002-2009
20022009
Mujeres
Niñas
Mujeres
Niñas
5.983
8.344
11.878
8.280
Acciones Bélicas
125
76
1.968
970
Amenazas colectivas
517
460
953
736
Asesinatos políticos
57
2
97
11
Detenciones arbitrarias
35
2
30
0
Heridos
38
2
155
11
Amenazas individuales
11
0
22
2
Desaparición forzada
14
0
14
4
Tortura
7
2
20
1
Secuestro
4
0
7
0
Violencia sexual
4
1
7
3
6.795
8.889
15.151
10.018
20 %
26 %
26 %
17 %
Total
Fuente: ONIC-CECOIN
Uno de los indicadores más relevantes de la dinámica del conflicto tiene
que ver con las poblaciones desplazadas forzadamente, que para el año 2004, del
total de población en esas condiciones, el 50.2 % eran mujeres. Se estima que cuatro
de cada diez familias desplazadas tienen a las mujeres como jefa de hogar, cifra que
aumenta notablemente en casos de mujeres indígenas y afrodescendientes (49 % y 47
%) (ACNUR, 2006).
Durante el año 2010 hubo 280.000 nuevos desplazados, que sumados a los ya
existentes da un total de 5.200.000 desplazados internos. El 52 % son mujeres y
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niñas, el 45 % de las familias estaban encabezadas por una mujer no acompañada, y
los menores de edad representan más del 50 % del total de desplazados.
En junio de 2011 se aprobó un programa de devolución de aproximadamente 2
millones de hectáreas de tierras a desplazados internos, como parte de un esquema
de reparación más amplia para las víctimas del conflicto, reconociendo por primera vez
que Colombia sufre un conflicto armado interno (IDMC, 2005).
Pero la implementación de este programa llevará mucho tiempo y enfrentará
múltiples problemas, entre otras cosas porque todavía persiste el conflicto.
El apoyo a las personas en el ámbito de vivienda e ingresos estables ha sido
insignificante, y ha tenido pequeños logros en educación, salud y seguridad
alimentaria.
Las mujeres, indígenas y afrodescendientes se encuentran en una situación
más precaria a la hora de recibir los aportes, beneficios o acceso a las políticas y
condiciones básicas.
Las mujeres tienen mayores problemas para acceder al mercado laboral, solo
el 32 % de las mujeres desplazadas trabajan (en comparación con el 56 % de los
hombres) y de éstas el 60 % en el mercado informal y el 20 % en el servicio
doméstico, con remuneraciones más bajas y horarios más extensos. Por lo tanto una
estrategia fundamental debiera tender hacia el fomento y acceso de las mujeres al
mercado del trabajo con mayores garantías y de mejor calidad.
Una información interesante es la que aparece en relación con la vivienda. Si
bien la seguridad del título de propiedad es un porcentaje bajo en las personas
desplazadas, las que mejor se desempeñan en este ámbito son las mujeres, ya que
aproximadamente la mitad de las viviendas de desplazados internos con título de
propiedad estaban registrados a nombre de una mujer sola, y el 20 % registradas a
nombre de un hombre y una mujer.
5.2.-
El caso Peruano
Entre el año 1980 y mediados de los noventa se vivió un conflicto
armado interno entre el Estado y las fuerzas insurgentes Sendero Luminoso y Tupac
Amaru, habiendo sido el más intenso y prolongado en la vida republicana peruana, y el
que involucró al grupo armado Sendero Luminoso como el de mayores connotaciones
de violencia y consecuencias en el largo plazo, habiendo cubierto una vasta zona
territorial en el espacio sur andino.
Según la Comisión de Verdad y Reconciliación en su Informe Final del año
2003, las mujeres peruanas fueron víctimas sistemáticas de violación a sus derechos
humanos, particularmente vinculados a la violencia sexual como violaciones,
desnudos, prostitución, esclavitud sexual, embarazos, abortos forzados,
estableciéndose que alrededor de un 83 % fueron realizados por agentes del Estado y
no han sido objeto de persecución judicial, entre otras razones porque existió una falta
de denuncias formales que se explican por las lógicas del miedo y la vergüenza,
10
sumadas a la indolencia de las autoridades locales e institucionales responsables de la
investigación que no prestaron los apoyos correspondientes (Perú, 2003).
En la actualidad, el gobierno peruano ha establecido una zona especial de
enfoque de política atendiendo a las consecuencias y resabios que quedaron del largo
conflicto interno (la llamada zona del VRAE), que hoy se ve agravado por la
persistencia de pequeños grupos insurgentes y la nueva presencia de organizaciones
de narcotraficantes, que han explotado con mucha facilidad un nuevo mercado de
producción de cocaína.
En la zona del VRAE (Ayacucho, Apurimac, Cusco, Huancavelica y Junín)
viven alrededor de 1.800.000 habitantes, un 71 % vive en zona rural, las familias en
situación de pobreza es de 54.3 % y de extrema pobreza es de 44.8 %, el 51 % de los
niños menores de 5 años presenta desnutrición crónica. Una zona desabastecida de
energía, falta de líneas telefónicas y carreteras.
Se cultivan 17.486 hectáreas de hoja de coca, de los cuales un 97 % se utiliza
como ingrediente para producir cocaína. Si bien el período inmediatamente posterior al
término formal del conflicto hubo una importante disminución de la producción de coca,
a partir de la década del 2000 se ha presenciado un aumento sostenido, que ha sido
parte de una estrategia de sobrevivencia de las poblaciones impulsada por los
remanentes de los grupos armados en una sociedad con el desplazamiento de los
grupos criminales provenientes de Colombia.
Año
Toneladas métricas
1997
325
1998
240
1999
175
2000
141
2001
150
2002
160
2003
230
2004
270
2005
260
2006
280
2007
290
Fuente: Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito
Un ejemplo de las consecuencias del conflicto que no han sido asumidas por
los gobiernos es el rechazo del Ministerio de Justicia frente al Proyecto de Ley 29062005/CR que busca ampliar el plan de reparaciones proponiendo que se incluya como
víctimas y beneficiarias a las personas que hayan sufrido otras formas de violencia
sexual durante el conflicto armado, como embarazo forzado, aborto forzado, esclavitud
sexual y prostitución forzada. Según el Gobierno, la violencia sexual a diferencia de la
violación no se encuentra prevista y sancionada como delito en la legislación peruana.
La situación de las mujeres desplazadas durante el conflicto armado entre el
Estado y el grupo armado Sendero Luminoso continúa siendo grave, se encontraron
11
indicadores de altos niveles de desnutrición, deterioro de la salud reproductiva y daños
producidos por la violación y agresiones sexuales.
5.3.- El caso Centroamericano
La situación centroamericana actualmente es muy explosiva, porque allí se
concentran los más altos niveles de violencia (urbana y rural), una potente
organización criminal y de pandillas que se disputan en forma feroz los territorios de su
propia colonización, una profunda corrupción de los organismos estatales
(particularmente la policía y las instancias judiciales), condiciones extremas de
pobreza, y continuas corrientes migratorias legales e ilegales, lo que genera un
panorama de graves consecuencias para la población más vulnerable.
Hay que asumir que las largas y cruentas guerras civiles que vivieron la
mayoría de sus países (Guatemala, Nicaragua y El Salvador) y el delicado proceso de
paz posterior han dejado secuelas que aún permanecen e impactos que
lamentablemente se han profundizado en su aspecto más negativo. Quizás el caso
más grave es el de Guatemala, que ha llevado incluso a muchos analistas a plantear
que estamos en las puertas de un Estado fallido.
La violencia en Guatemala se mantiene en toda su magnitud y drama. Iniciada
con un conflicto socio-político interno en el año 1960 y concluido formalmente en 1996
tras los acuerdos de Paz en Centroamérica, aún mantiene índices de 500 mujeres
asesinadas anualmente, en formatos de brutalidad extrema que indica la actuación de
grupos de hombres con infraestructura para secuestrar, violar, mutilar, torturar y hacer
desaparecer sus cuerpos. Es parte de una continuidad en la violencia extrema contra
mujeres indígenas que se llevó a cabo por agentes estatales y paramilitares durante el
largo conflicto interno, donde la violencia sexual fue usada como mecanismo de
control de las mujeres organizadas o de perfil de “enemiga o subversiva”.
Como lo registra el Informe Recuperación de la Memoria Histórica Guatemala,
la connotación más violenta del conflicto se dio a través de los abusos hacia mujeres,
donde se registran al menos 1.465 casos de violaciones, siendo un patrón utilizado por
las fuerzas armadas en las operaciones realizadas en los sectores rurales, base de los
movimientos insurgentes.
También es importante hacer notar que si bien el 93 % de los casos de
crímenes cometidos durante el conflicto fueron realizados por aparatos relacionados
con el Estado, en el porcentaje de las acciones realizadas por las fuerzas insurgentes
también se reconocen actos de violación sexual, incluso contra las mismas
compañeras de la fuerza guerrillera.
La situación de violencia está aún muy presente en la sociedad guatemalteca,
en 2010 hubo 4.925 muertes violentas, 8.457 personas heridas o muertas por bala,
encontrándose muchos de estos casos en condición de impunidad (ACNUR, 2011).
El 32 % de las mujeres y el 40 % de la población indígena siguen siendo
analfabetos al año 2006, y las tasas más duras de pobreza siguen concentradas en
estos segmentos de población.
12
El desplazamiento interno fue fruto de la enorme violencia que adquirió el
conflicto interno en las zonas rurales, donde el 90 % de la población desplazada fue
producto de la acción ejercida por las fuerzas de seguridad estatales.
La violencia MARA es una muestra de la deficiencia estatal para asegurar la
protección de su población y una consecuencia directa de los aspectos no resueltos de
la situación de conflicto armado interno que se vivió por tan largo período. Estos
carteles de la droga controlan territorios que se extiende desde la frontera mexicana
hasta el Caribe y luchan constantemente por el control del narcotráfico en pequeña
escala, la protección de barrios marginales.
Una situación surgida también de las largas y pesadas herencias históricas de
discriminación y marginalidad fue la vivida al calor del levantamiento indígena en
Chiapas, que tuvo su particular conflicto armado interno, con una feroz represión
militar, donde las mujeres se transformaron en objetivo de guerra, particularmente las
mujeres y adolescentes indígenas, a través de violencia, genocidio, esterilización
forzada, violaciones, desplazamientos forzados. Muchas de las consecuencias se
siguen viviendo en una zona que también repite las condiciones de pobreza,
marginalidad y violencia institucional permanente y que es foco de migraciones,
desplazamientos forzados y sobre todo también reclutamiento para las organizaciones
criminales transnacionales.
6) Las Operaciones de Paz.
Los países latinoamericanos han vivido una experiencia inédita en aunar
esfuerzos conjuntos para concurrir a una operación de paz en el marco de Naciones
Unidas, en un país de la propia región. Ha sido Haití, desde el año 2004, el que ha
concentrado los esfuerzos y la iniciativa regional.
Hasta ahora su evaluación es contradictoria. Es indudable que ha
habido logros importantes en su externalidad, particularmente en los niveles de
coordinación entre los países participantes, el consenso y distribución de tareas y
otros, pero estamos muy lejos después de siete años en mostrar éxitos de carácter
estructural y de legitimación de la intervención, como lo han demostrado
movilizaciones y reivindicaciones exigiendo la salida de las tropas de MINUSTAH. Una
de las más agudas crisis relacionadas con las tropas desplegadas en Haití, tuvo
relación con la epidemia de cólera del año pasado, en que se culpó a las fuerzas
nepalíes de haber sido los portadores de ella, con 6.000 muertos y medio millón de
afectados.
En este último año Haití ha debido enfrentar un terremoto grado 7, un huracán
potentísimo, una epidemia de cólera, un proceso eleccionario discutido y complejo,
manifestaciones violentas contra la MINUSTAH en noviembre de 2010, todo lo que ha
redundado en situaciones de mayor precariedad. Solo tomando como dato los
desplazados internos producto del terremoto, podemos apreciar que éstos se
incrementaron a 2,3 millones de personas, distribuidos en más de 1.000
campamentos.
13
En relación a la violencia hacia mujeres, la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) ya ha manifestado su preocupación por el creciente
número de actos de violencia sexual desde el año 2004, perpetrados por pandillas o
grupos armados. Después del terremoto de 2010, la situación se ha agravado por la
violencia que se ha desarrollado en los campamentos de desplazados internos, donde
se han recopilado informes de mujeres violadas por dos o más individuos, casi
siempre armados y durante la noche (CIDH, 2010).
El hacinamiento, la falta de privacidad y de iluminación, son condiciones que
han agravado la inseguridad y deja a las mujeres y niñas más vulnerables a la
violencia sexual. Esto se complementa con una falta de respuesta estatal, tanto a nivel
policial, como de las instancias de denuncia y justicia, persecución y castigo.
Lamentablemente ciertas descoordinaciones y faltas de criterio a nivel de la Misión
tampoco ayudan a resolver el problema, como ha sido el nulo efecto del batallón de
mujeres de Bangladesh.
El espectro de discriminaciones y violencias sufridas por las mujeres es amplio,
como por ejemplo el que no tienen igual acceso que los hombres a los cupones de
alimentación; aumento de la prostitución forzada a cambio de alimentos; en el Hospital
General de Puerto Príncipe se dejó de emitir certificados a mujeres víctimas de
violencia sexual bajo pretexto que ello no constituía un “servicio esencial” (CIDH,
2010).
Otro de los problemas que se ha agudizado con la instalación de los
campamentos para los desplazados internos han sido los desalojos ilegales
perpetrados por funcionarios públicos corruptos, acompañados de policías e incluso
bandas criminales. Desde mayo de 2010 alrededor de 30.000 personas han sido
expulsadas de más de 200 campamentos y 144.000 desplazados han sido
amenazados de expulsión. En todos estos actos irregulares las personas son objeto
de violencia verbal, física y sexual.
Otro capítulo preocupante es el relacionado con las situaciones de los niños,
niñas y adolescentes. En Haití casi la mitad de la población es menor de 18 años, y el
40 % es menor de 15. Después del terremoto sus condiciones se han agravado dada
la proliferación de armas y pandillas criminales que se dedican a reclutar jóvenes, que
usan a los niños y niñas como escudos humanos, carnadas, en trabajos de todo tipo,
entre ellos los ligados a los abusos sexuales. Se estima que la mitad de las víctimas
de violencia sexual son menores de 18 años.
Durante los primeros días de septiembre de este año, se supo de un posible
caso de violación a un adolescente haitiano por parte de fuerzas de paz (en este caso
uruguayas), que ha significado la detención de 5 soldados y el comandante de la
unidad despedido.
De los afectados por el terremoto, 1,5 millones de personas son menores de 18
años y 300.000 niñas, niños y adolescentes han debido desplazarse a otros
14
departamentos del país, quedando una gran cantidad de menores no acompañados o
viviendo con otras familias.
También fueron detectados casos de trata de personas (niños y adolescentes)
en la frontera con República Dominicana. Según datos de UNICEF, al año 2007
alrededor de 102.000 niñas trabajaban en el servicio doméstico, desarraigadas de sus
hogares y solo por transacciones de casa y comida (AI, 2009).
La violencia contra la mujer en Haití sigue siendo un flagelo constante. Las
actuales líderes de organizaciones de mujeres insisten en que casi la mitad de las
familias del país tienen a una mujer como jefa de hogar y siguen siendo
extremadamente vulnerables, por ausencia de sus compañeros, por asumir
completamente la mantención de sus hijos, viviendo hacinadas, sin encontrar fuentes
laborales y con escasa protección policial (UNFPA, 2010).
Todavía están luchando por la tipificación de la violación sexual como acto
criminal y sobre todo trabajar porque las instituciones policiales y judiciales cambien su
paradigma en relación a la violencia contra la mujer, abandonando la tesis continua de
que en la presencia de estos crímenes, la niña o la mujer son las culpables.
Lo extraño es que los contingentes policiales aportados por Bangladesh e
India, integrados totalmente por mujeres, no han tenido los resultados esperados, lo
que demuestra que estas medidas si no van acompañadas de cambios profundos en
los modelos institucionales, solo se convierten en aspectos decorativos.
Tal como se puede apreciar, los datos significativos hablan del impacto que los
problemas estructurales tienen en las mujeres, pero a su vez cómo ellas son parte
insustituible de una arquitectura social, política y económica fundamental para su
proceso de reconstrucción. Pero aún así todavía no logran visualizarse medidas de
fondo y de largo plazo para situar a las mujeres como objeto y sujeto del proceso de
reconstrucción post conflicto.
III.-
LA PERSPECTIVA DE LA RESOLUCION 1325
Hacia mediados del año 2010, solo 18 de los 192 Estados miembros de
Naciones Unidas habían preparado sus respectivos planes nacionales de acción como
parte del compromiso en la suscripción de la Resolución 1325. De América Latina
contamos con solo 1 Plan que fue elaborado por Chile; de África 4; de Asia 1; de
Europa 12.
Jordan Ryan, Director de Prevención de crisis y recuperación en el Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo dijo:
“No se trata solamente de aumentar el número de mujeres que se sientan a la
mesa, también se trata de asegurar que la agenda de género sea integral y que la
mesa –las estructuras de gobernabilidad, incluido el liderazgo masculino- posibilite que
surja una perspectiva de género.
15
Una fuerza policial integrada exclusivamente por mujeres puede hacer muy
poco en cuanto a proteger a la mujer si esto no figura en su mandato o si no hay una
seguridad funcional, ni instituciones judiciales.
Pese a toda la promoción en torno al liderazgo de la mujer, aún no se ha
elaborado ni expresado claramente una agenda integral de cuestiones de género en
situaciones posteriores a conflictos. Si bien se presta una atención a cuestiones de
representación y de violencia sexual, es mucho menos la atención prestada a las
dimensiones de género de la reforma agraria, de la descentralización gubernamental y
de la privatización.
Para apoyar una significativa participación de las mujeres en la consolidación
de la paz después de los conflictos, es necesario efectuar una triple inversión: en
capacidad humana; en instituciones para la mujer y en ámbitos propicios que faciliten
las activas contribuciones de la mujer” (UNFPA, 2010, pág. 81).
En la Conferencia especial de seguridad de la OEA hay un capítulo específico
que reafirma la importancia de mejorar la participación de la mujer en la perspectiva de
la paz:
“… para la promoción de la paz y la seguridad, la necesidad de aumentar su
papel en la adopción de decisiones en todos los niveles con respecto a la prevención,
gestión y resolución de conflictos, e integrar una perspectiva de género en todas las
políticas, programas y actividades de todos órganos interamericanos, organismos,
entidades, conferencias y procesos que traten asuntos de seguridad hemisférica”
(OEA, 2003).
En esta misma dirección, se tomó un acuerdo específico para reforzar la
participación de la sociedad civil en la consideración, elaboración y aplicación de
enfoques multidimensionales de seguridad, considerando el papel protagónico que en
ella tiene la persona humana y asumiendo la globalidad de los intereses y
repercusiones en el conjunto del cuerpo social.
Como se puede apreciar, es un lugar ya conquistado el hecho que las
organizaciones internacionales multilaterales aborden y resuelvan en torno al papel de
la mujer en la promoción de sus derechos e igualdad, y el rol en las materias de
seguridad, conflicto y conquista de la paz.
El problema está dado en la verdadera penetración que estas resoluciones
tienen en el sustrato cultural y socio-político de los respectivos Estados, donde reside
un aspecto sustancial en la lógica del cambio de perspectiva para enfrentar una
estrategia de protección y seguridad de las mujeres. Un ejemplo lo tenemos en
nuestro propio país, donde se logró un importante documento conocido como Plan de
Acción, pero del cual no hemos logrado hacerle seguimiento para su pleno
cumplimiento justamente por la volatilidad institucional de los Estados en estas
materias.
Por esto, para continuar buscando espacios, fórmulas y compromisos relativos
al cumplimiento de la Resolución 1325 de Naciones Unidas, creo necesario abordar
las siguientes dimensiones:
16
1. Medidas de Aplicación.
a) Es necesario realizar una nueva ofensiva diplomática para el diseño de los
Planes de Acción por país.
b) Se debiera promover un campo de asesorías internacionales para la
construcción de los Planes de Acción en base a las lecciones aprendidas, las
experiencias realizadas y las buenas prácticas. Como prioridad debiera
hacerse un énfasis en aquellos países que tienen severos problemas de
seguridad relacionada con la perspectiva de género.
c) Es fundamental la constitución de mesas público-privadas para la construcción
de los Planes de Acción, pero por sobre todo para que la sociedad civil tenga
un espacio de reconocimiento y de interlocución para seguir y hacer cumplir
dicho plan. En esta dirección, la metodología de Observatorios pudiera ser un
vehículo que canalizara el trabajo conjunto.
d) Promover con mayor énfasis el rol de las organizaciones civiles de promoción
de los derechos humanos y de género, de las instituciones dedicadas a la
generación de conocimiento, para que se articulen en su mérito propio en base
a una agenda específica sobre conflictos y actores sociales.
2. Medidas de Capacitación.
e) La generación de programas de formación sistemática y permanente y de
capacitación de actores institucionales, actores sociales y voluntariado en las
materias respectivas, abarcando ámbitos del derecho internacional, los
conflictos modernos, estrategias de cooperación, protección y difusión de
derechos, abordaje de prevención y resolución de conflictos, tratamiento de
víctimas, entre otros.
Debiera confeccionarse una Malla Curricular interdisciplinaria con tres niveles
de formación: Formación General, Formación Específica y Atención de
Víctimas.
3. Medidas de Coordinación.
f) Es necesario instalar con más fuerza esta temática en las nuevas instancias
que han surgido de la arquitectura de seguridad regional: el Consejo de
Defensa Suramericano, la instancia de Seguridad Centroamericana, así como
en las estructuras políticas como MERCOSUR, Comunidad Andina de
Naciones, CARICOM y otros.
g) Se podría articular una alianza subregional con el Centro de Estudios
Estratégicos del CDS para fomentar, investigar y asesorar en los temas
relacionados con la Resolución 1325.
4. Medidas de Control.
h) Se podría instalar una reunión bianual, en el marco de la OEA, para evaluar los
avances de la implementación de las resoluciones de la Conferencia
Hemisférica de Seguridad, de la Resolución 1325, con una participación mixta
de las instancias gubernamentales y la sociedad civil.
i) Se debiera avanzar en construir indicadores de cumplimiento de los Planes de
Acción Nacionales en conjunto entre las agencias gubernamentales y la
sociedad civil.
17
j)
La MINUSTAH debiera entregar un Informe específico sobre la Resolución
1325 como parte de los informes nacionales para que los respectivos
congresos aprobaran una extensión de la misión, de carácter público y
vinculante.
5. Medidas de generación de conocimiento.
k) Se debiera fomentar un amplio abanico de alianzas entre las innumerables
organizaciones no gubernamentales del campo de los derechos humanos y los
estudios estratégicos de la región, para promover y difundir investigaciones de
campo, estudios regionales comparados y de casos e iniciativas específicas
orientadas a la implementación de la Resolución 1325.
IV.-
CONCLUSIONES
Es necesario hacer una relectura de la Resolución 1325 al calor de dos
variables: por una parte el debate que se ha ido instalando sobre el carácter del
conflicto contemporáneo y por lo tanto los ámbitos de seguridad, y por la otra el real
concreto que los problemas de seguridad han adquirido en nuestra región, de la cual
ya se ha hecho cargo a través de un conjunto de definiciones la máxima institución
hemisférica multilateral.
Los debates de género y seguridad que se han suscitado a partir de esta
Resolución no pueden solo constreñirse a las discusiones de cuotas en las
instituciones castrenses y policiales y a las operaciones de paz, puesto que la cuestión
de fondo es acerca de la perspectiva de género que debiéramos orientar para analizar
el carácter del conflicto y sus consecuencias, así como los espacios de igualdad de
género.
La realidad regional muestra que el conflicto dominante está dado por graves
amenazas y riesgos de carácter interno, entre organizaciones no estatales y el Estado,
que tiene influencia y repercusiones en enormes contingentes de personas, ya sea a
través de combatientes forzados, transportistas a pequeña escala de drogas,
miembros de las pandillas territoriales, y otros. También son vastos sectores de seres
humanos los que sufren los efectos de esta confrontación, a través de los
desplazamientos forzados, las migraciones ilegales, el abuso, la violencia, la
discriminación, el homicidio y el genocidio.
En este marco, las mujeres, niños, niñas y adolescentes son las víctimas
mayoritarias, justamente por su condición de vulnerabilidad, sometimiento histórico, su
invisibilidad ante las estructuras gubernamentales y ciertos patrones culturales que
siguen siendo usados como explicación justificadora ante los crímenes de género.
Lo contundente de los datos y realidades obligan a hacer un giro a que
resoluciones como la 1325 de Naciones Unidas, para efectos de la región, se
enfoquen más en la cotidianidad y vigencia de conflictos no armados, que si bien
asoman como de menores impactos de violencia concentrada, no por ello dejan de
tener mayor profundidad y consecuencias en el corto, mediano y largo plazo en las
18
estructuras sociales de América Latina y el Caribe. Algunos de ellos como son el
narcotráfico, la violencia urbana y el crimen organizado en torno a la trata de personas
y el tráfico ilícito de migrantes, ya son una realidad demasiado abrumadora.
Aún así, incluso ya se hace pertinente debatir si algunas de las experiencias
más traumáticas de violencia y crisis de seguridad pública, como parte de la
confrontación entre el Estado y organizaciones criminales, se puedan catalogar como
conflicto armado interno, y encarar el conjunto de impactos que esto tendría en el
Derecho y el uso de la fuerza.
Por otro lado, aún queda una tarea pendiente en torno a la situación de los post
conflictos, tal cual se ha repasado en los tres espacios locales fundamentales, como
son Colombia, Perú y Centroamérica. Las tareas adeudadas son muchas, no existe la
plena convicción a nivel de las estructuras gubernamentales, en muchos casos son
procesos invisibles ante la opinión pública, porque se tienden a confundir con los
problemas de largo arrastre y no se atacan las condiciones que propiciaron y que
generaron el conflicto, pero tampoco las que de éstas emanaron y hoy son fuente de
nuevas escaladas de violencia.
Es bueno poner en el debate el concepto de Paz expresado en la Resolución
1325, no solo como la ausencia del conflicto (Paz negativa), sino esencialmente como
condiciones estructurales de un bienestar (Paz positiva), la que se ha puesto en el
centro del debate a propósito de la medición de los logros de las Operaciones de Paz.
Una vigencia fundamental de la Resolución 1325 es justamente su carácter de
centralidad en los derechos de la mujer y el papel que puede cumplir en la
consecución de la paz y estabilidad. Como hemos podido ver en una mirada
panorámica, el rol de sujeto activo de la mujer en la estructuración social y el abordaje
de temas estructurales, hace imprescindible su mayor protagonismo, concentrar más
esfuerzos en la participación para la construcción de planes y programas, y persistir en
el esfuerzo principal de las conquistas por sus derechos y espacios de igualdad.
19
V.-
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