biar las velas blancas de su birreme por yelas de color de púr

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ACTEA
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biar las velas blancas de su birreme por yelas de color de púrpura, y ordenó izar en el mástil una r a m a de laurel; sin duda
era una señal convenida y anunciaba la victoria, porque, apenas fue distinguida, se notó en la orilla un gran movimiento
y se vio que las gentes se precipitaban á recibir al navio olímpico, el cual entró en la rada entre el ruido de los instrumentos, los cantos de los marineros, los aplausos de la multitud.
U n carro tirado por cuatro caballos blancos esperaba á Lucio;
subió en él, revestido con una túnica de púrpura y una clámide azul con estrellas de oro, llevando en la frente la corona
olímpica, que era de olivo, y en la mano la corona pitia, que
era de laurel. Después abrieron una brecba en los muros de la
ciudad, y el triunfador entró como conquistador en ella.
D u r a n t e todo el camino fue objeto de análogos honores ó
idénticas manifestaciones. E n Fondi, un anciano de sesenta y
cinco años, cuya familia era t a n antigua como Roma, y que
después de la guerra de África obtuvo la ovación y tres sacerdocios, había preparado juegos espléndidos, y venía él mismo al encuentro de Lucio para ofrecérselos; tal homenaje tributado por u n hombre t a n importante pareció causar g r a n
sensación entre los acompañantes de Lucio, que aumentaban
incesantemente: es que se contaban cosas extraordinarias
acerca de aquel anciano. Uno de sus antepasados estaba haciendo u n sacrificio cuando un águila descendió sobre la victima, le arrancó las entrañas y se las llevó á una encina. P r e dijo entonces el sacrificador que uno de sus descendientes sería emperador, y este descendiente era Gralba; porque u n día
que fue con varios jóvenes de su edad á saludar á Octavio,
éste, experimentando momentáneamente una especie de doble
vista, le pasó la mano por la mejilla, diciendo:—Tú también,
hijo mío, probarás nuestro poder.—Livia le amaba hasta el
p u n t o de que le dejó al morir cincuenta millones de sextercios; pero como la suma estaba en cifras. Tiberio la redujo á
quinientos mil; y tal vez no se hubiera limitado á esto el odio
del viejo emperador que conocía la predicción del oráculo, si
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