La oscuridad no era tan mala

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La oscuridad no era tan mala. Me recordaba a una calidez perdida hacía ya
tiempo. Me sentía vagar por ningún lado, pero siendo consciente de todo. A
mi alrededor oía el bullicio de la gente, los llantos de los niños, las risas de
los compañeros de trabajo. Me sentía cómoda. Hacía ya mucho tiempo que no
me había sentido tan bien. La soledad, sin duda, era un factor a tener en
cuenta en la lista de los contras, pero, la verdad, la lista de los pros la
superaba ampliamente. Durante los últimos tiempos había ansiado
desesperadamente olvidar, y ahora, por fin, lo había conseguido. Por fin
podía desconectar de todo, vagar por un estado de profunda relajación sin
ninguna interferencia. ¿Ninguna? No, sí que había interferencias. Entre
todo ese bullicio, era consciente de cómo intentaban llevarme de vuelta.
¿Por qué? Estoy bien aquí. No quiero moverme. Podría estar así por toda la
eternidad. No me importa no estar en ninguna parte, pendida de un hilo.
¿Tanto les cuesta dejarme tranquila? No quiero volver. ¿Para qué? Siempre
anhelaré este lugar. Nunca, en mi corta existencia, he deseado tanto algo.
Este lugar es perfecto, aunque, bien mirado, un poco de compañía no vendría
mal. Pero, ¿Qué más da eso? Siento en lo más hondo de mi ser sus inútiles
intentos de llevarme con ellos. ¿No se dan cuenta de que soy yo la que no
quiero volver? No hay nada que añore del mundo. Si el mundo te da la
espalda, ¿para qué volver?
Poco a poco soy consciente de que no estoy sola. Es poco más que una
pequeña niebla, lejana, pero resplandeciente. Ese blancor destaca sobre
esta apacible oscuridad. Noto como se va acercando a mi, lenta aunque
inexorablemente. El resplandor, pese a que encandila, no provoca en mi
ningún rechazo. Por el contrario, me inunda de una calidez que recorre todo
mi ser. Siento como los intentos de llevarme de vuelta pierden consistencia,
o tal vez sea que me estoy alejando de ellos. Los refulgentes hálitos que
desprende la niebla me envuelven, como protegiéndome. Siento como tira de
mí, como me arrastra hacia delante. Me dejo llevar, aunque con alguna
reticencia. Estoy muy bien aquí, no me apetece irme, aunque la niebla es tan
apacible,... Me percato de que ya no siento nada dentro de mí que trate de
llevarme de vuelta. Eso está bien. Poco a poco voy sintiendo como la
refulgente presencia que me envuelve se introduce dentro de mi,
mezclándose con todo mi ser, diluyendo mis recuerdos. No había tenido
motivos para querer volver, pero ahora, si hubiera habido alguno, ya había
desaparecido. Siento como voy perdiendo la consciencia, sumergiéndome en
ese mar de calma absoluta en el que me introduce. Apenas lo siento como un
bálsamo reparador, sanando todas mis heridas, consiguiendo que me sienta
nueva. Ya estoy completamente sumergida, no siento absolutamente nada,
únicamente al vaho que me ha traído hasta aquí. De repente, se expande,
atravesándome como si yo también fuera aire. Y mi conciencia, libre por fin,
es liberada y vuela libre. Por fin sin ataduras. Libre como el aire, se expande
en todas las direcciones, perdiéndose en ese mar de dicha absoluta en el que
permanecerá...
...hasta que vuelva a ser requerida.
-La hemos perdido - murmuró el doctor. - No hay nada que hacer
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