consecratio mundi

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M. D. CHENU, O. P.
«CONSECRATIO MUNDI»
Consecratio mundi, Nouvelle Revue Théologique, 86 (1964) 608-618.
La expresión Consecratio mundi posee hoy una densidad teológica seria, debido a la
toma de conciencia de la Iglesia como Comunidad de cristianos comprometidos en el
mundo, enraizados en las estructuras de la sociedad civil.
Se refiere directamente al papel de los laicos en la construcción de la Iglesia y a la
"presencia" de la Iglesia en el mundo.
Recordemos cómo fue acuñada por Pío XII al anunciar la tarea del laico, en el segundo
Congreso mundial de apostolado seglar (1957). En 1962 el entonces Cardenal Montini,
explicitaba su contenido: "Consecratio mundi... es decir impregnar de principios
cristianos y de fuertes virtudes naturales y sobrenaturales la inmensa esfera del mundo
profano".
De la copiosa literatura sobre la consecratio mundi nos ha quedado un sentido vago e
impreciso por la plurivalente acepción en que se ha tomado desde conceptualismos
teóricos hasta amplias formulaciones retóricas de sentido analógico. Las leyes del
lenguaje nos recuerdan la evolución de los vocablos y sus significados respectivos.
Busquemos el sentido "formal" y preciso de la expresión que nos ocupa para precisar su
significación.
Primer análisis del significado
De acuerdo con Pío XII y el Card. Montini, adoptemos, en principio, la expresión para
designar el papel efectivo de los fieles situados en un mundo profano, como tierra del
Reino de Dios, como lugar de encarnación de la vida divina entre los hombres. ¿Cuál es
exactamente la eficacia de la acción que ejerce sobre el mundo un hombre que
contempla la realidad bajo la luz de su fe, y que se compromete, con los recursos de la
gracia, en su construcción?
El problema se agudiza por nuestra propia coyuntura histórica en la que el mundo, a
medida que avanza la civilización con el desarrollo de las estructuras humanas, toma
mayor conciencia de sus valores terrestres, en tanto que la comunidad cristiana persigue
el impacto de su fe sobre estos valores profanos en un mundo que se desacraliza, y se
interroga sobre el modo de ayudar a los hombres y de construir el Reino de Dios en el
presente momento histórico.
En este nudo vital, la Iglesia escribe uno de sus más serios capítulos sobre la relación
naturaleza-gracia, tanto en su acción apostólica como en su doctrina cristológica.
El Concilio Vaticano II refrenda solemnemente que la Iglesia no es una sociedad
levítica, "clerical ",. sino una comunidad de creyentes, presente en el mundo, que está
estructurada por una jerarquía apostólica.
¿Podemos pensar que esta "presencia" tiende a una consecratio?.
M. D. CHENU, O. P.
Consecratio
Consagración es la operación por la que el hombre, en nombre propio o como
mandatario de una institución, retira un objeto de su uso corriente o aparta a una persona
de su primigenia disponibilidad para reservarla a la Divinidad a fin de rendir pleno
homenaje al señorío de Dios sobre sus criaturas. Se aparta, pues, el objeto o la persona
de su propia finalidad, se aliena en el mejor (o en el peor) sentido de la palabra para
transferirla al Soberano supremo, origen de todo ser y fuente de toda perfección.
El objeto sagrado ha venido así a ser intocable, ya que en adelante sólo será manejado
por ademanes convenidos - "ritos"- que manifiestan este apartamiento. Un lugar sagrado,
por ejemplo, no puede ser ocupado para las necesidades ordinarias de la vida, bajo pena
de sacrilegio contra los poderes divinos. Una persona sagrada debe estar separada -por
lo menos en el ámbito de su consagración -de los demás hombres en su espíritu y en su
cuerpo, incluido el vestido- Puede haber distintos niveles en cuanto a la intensidad y a la
aplicación de esta sacralización. El mínimo grado es la "bendición" que solamente
recaba la protección de la divinidad para el ser bendito, el cual sigue conservando su
propio uso y finalidad: así, el pan bendito que se respeta, pero se come.
Se concreta el sentido de lo sagrado al compararlo con lo santo. A pesar de las
interferencias de sentido y frecuentes sinonimias de lenguaje, ambas nociones tienen
propiedades distintas: Dios es "santo", el Santo por excelencia; pero Dios no es
propiamente "sagrado". La santidad es la dignidad eminente de Dios que puede ser
parcialmente poseída por otros seres con una cierta participación de la vida divina. Mas
esta participación - la santidad- no supone separación de la intrínseca naturaleza
constituyente del ser, de su propia realidad profana. Lo profano, al hacerse sagrado, deja
de ser profano; lo profano, al hacerse santo, permanece profano.
Un mundo profano
Frente al concepto de sagrado, profano es todo aquello que conserva, en su actividad y
en sus fines, su propia naturaleza en plena consistencia. En el caso de los seres
conscientes de sus acciones e intenciones, la conciencia responsable de estas acciones e
intenciones sigue en su valor primero y como propia norma de perfección. Así, el trigo
tratado, en todo su proceso de sementera y recolección, con un ideal de gloria de Dios,
seguirá profano; de la misma forma, el ingeniero agrónomo que planifica la reforma
agraria; e incluso podemos decir que una estructura política-social explícitamente
penetrada de valores cristianos, permanece una sociedad político-social, autónoma en su
orden, profana.
La gracia no "sacraliza" la naturaleza cristiana; sino que, haciéndola participar de la
vida divina, la revierte más sobre sí misma, la hace más conforme a su propia esencia.
Ahora bien, a medida que el hombre descubre científicamente las fuerzas de la
naturaleza, se siente menos vinculado al misterio de estas fuerzas naturales y desacraliza
la naturaleza mientras la convierte en su propio dominio soberano. En una civilización
del trabajo, el hombre humaniza la naturaleza. Este fenómeno, que podría turbar
conciencias religiosas, es normal en su proceso y en su alcance cósmico, durante
nuestro siglo XX.
M. D. CHENU, O. P.
Más aún, para contrarrestar el pánico de lo que se ha llamado ateísmo de la civilización
industrial, es preciso recordar que la ley profunda del cristianismo consiste
expresamente en desacralizar el mundo, librándole de dioses y demonios inmanentes
haciéndole objeto de la creación exterior de Dios. El hinduismo, el budismo, e incluso el
islamismo, acaso puedan temer la invasión de la mentalidad científica e industrial; el
cristianismos en cambio, puede darle abierto paso porque es la Palabra de Dios a los
hombre, y no una emanación de la referencia (religatio) de la naturaleza a Dios. "La
verdadera ciencia, como ha dicho Pablo VI, ha desmitizado, ha desacralizado los
fenómenos de la naturaleza, con lo que ha contribuido a purificar la fe de sus escorias,
de ciertas supersticiones, de ciertos complejos de temor y de inseguridad".
Una Iglesia misionera
Iglesia y mundo: una relación clave en nuestro siglo XX. En frase conciliar: Ecelesia ad
intra, Eeclesia ad extra. No se trata ya de las relaciones fe-ciencia, como en el Vaticano
I, ni siquiera de Iglesia-Estado; sino radicalmente de las relaciones entre civilización
(como construcción del mundo) y evangelización.
Anotamos como primera característica de este mundo, la mayoría de edad de las
comunidades político-económicas, que aceptan y buscan la intervención en las
necesidades humanas básicas (alimentación, enseñanza y cultura, seguridad social de
enfermos y ancianos, socorros públicos, aspiración a la justicia social, a la paz dentro
de, una solidaridad universal, etc.). Muchos de estos cometidos habían estado, en
Occidente, bajo los auspicios de la Iglesia. Hoy comprendemos cómo esta función era
subsidiaria, de suplencia, y tiene que pasar a los grupos humanos quienes poseen valor
y categoría de fin, fin secundario ciertamente, pero no de simple medio.
En otras épocas, la sacralización de las instituciones y de las costumbres pudo acaso ser
el modo de una santificación colectiva y personal. Hoy superamos la idea de
"Cristiandad" dotada de poderes temporales utilizados para la difusión del Evangelio.
La Iglesia, en el siglo xx, sabe que su misión no está en conducir las civilizaciones de la
mano y guiar la promoción de los pueblos, sino en insertar en estas civilizaciones y
estructuras el fermento evangelizador. No se trata de establecer planes económicos ni
reformas agrarias, sino de comprometer nuestra propia fe, esperanza y caridad, "caridad
política" (Pío XI) al servicio de la construcción de una humanidad fraternal. No tanto
construir un "mundo cristiano", sino cristianizar un mundo que se construye. La Iglesia
debe, por tanto, salir de sí misma, ser una "Iglesia misionera".
Por esta misma razón, el compromiso del laico en la construcción del Reino de Dios no
es, de ningún modo, un papel subsidiario al servicio y complemento de los clérigos,
titulares de la operación; es un papel constitutivo en un régimen de verdadera
responsabilidad evangélica de todo el cuerpo eclesial. Ni el imperialismo teocrático, ni
una sacralización prematura, ni un mandato clerical pueden condicionar la universal
empresa de la gracia de Cristo.
M. D. CHENU, O. P.
Dimensión cósmica del Evangelio
¿Cómo realizar esta empresa divina sobre toda la realidad humana, sin "apartar seres
para Dios", como las religiones de la naturaleza?
Por la encarnación, Cristo "recapitula" toda la Creación (Rom 8,17-23). El Logos
encarnado y redentor culmina la obra del Logos creador. En cierto sentido, pues, para el
cristiano no existe nada profano. La diferencia entre profano y sagrado ha desaparecido.
Permanecen dos peligros de error: 1) Una especie de monofisismo, herencia de un
"idealismo" que no considera lo profano más que como materia de lo sagrado,
despreciando la creación como tal. 2) Un sentido demasiado vago de la palabra
"consagración", que podría llevar a un teocratismo o clericalismo, v. gr. cierta devoción
a Cristo Rey más próxima a la Antigua Alianza que al Evangelio.
Oportunidad del vocablo
El uso de la consagración es una de las categorías cultuales para expresar y realizar el
misterio cristiano. Es necesario un culto a Dios en el cual la fe en el misterio encuentre
una expresión sensible, humana. Más aún, el misterio de la Encarnación se continúa -en
orden a una incorporación del fiel a Cristo- en los sacramentos, que toman la forma de
"consagraciones". Pero, en éste caso, la ex presión tiene un sentido propiamente
cristiano, directamente referido a la vida misma de Cristo, por quien y en quien la
creación entera glorifica al Padre. Luego, finalmente, el vocabulario cultual de la Nueva
Alianza se ha referido más ampliamente a la santificación de lo profano por la gracia de
Cristo.
La expresión consecratio mundi es, pues, válida y sugerente, con tal que sea
atentamente. revisada y, si es preciso, oportunamente rectificada para evitar tantos
serios escollos doctrinales y prácticos como serían los que envuelven el desprecio de las
ciencias "profanas" por parte de una "Cristiandad" que había sacralizado todas las
estructuras civiles. La inmediata consecuencia de este desprecio era una concepción
negativa o marginal de las actividades "profanas" del laico cristiano.
Hoy vuelve el laico a su puesto constitucional dentro de la Iglesia, por la participación
del misterio en la fe, la esperanza y la caridad. Todas sus obras y acciones se hacen
"santas" en el Cristo "recapitulador", sin ninguna necesidad de sacralizar ni
institucionalizar clericalmente las estructuras. La Consagración del mundo es, pues, la
santificación de los hombres. El carácter escatológico del cristiano no reduce las causas
segundas, a la mera condición de "medios", sino que permanecen en la condición de
"fines", subordinados naturalmente al fin último. La esperanza no hace al cristiano
extraño al mundo.
El laico cristiano, comprometido en el mundo, no se siente "apartado". Claro está que
como hijo de Dios no es "del mundo", pero la profunda espiritualidad del exilio, del
contemptus mundi, del viotor no es verdadera más que dentro del misterio total de una
recapitulación de toda bondad y de toda verdad por Cristo, en quien la creación entera
encuentra de nuevo su unidad.
M. D. CHENU, O. P.
Así pues, si bien el tema de la consecratio mundi encierra tanta verdad,¿ enjundia, no
parece oportuno dar a su expresión un valor de definición doctrinal a partir del sentido
específico de la palabra "consagración". Corre peligro de caer en ambigüedad tanto la
definición positiva del laico, como la exacta determinación de la relación entre Iglesia y
mundo.
Tradujo y extractó: LUIS RIERA
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