crisis de angustia o pánico

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CRISIS DE ANGUSTIA O PÁNICO
Angeles Berlanga Adell
Psicóloga y Diplomada en Estudios Avanzados
Instituto Valenciano de Psicología
Los ataques de pánico o crisis de angustia constituyen un trastorno bastante frecuente
que afecta con más frecuencia a las mujeres. Se calcula que hasta un 9,3 % de la
población general puede presentar alguna crisis aislada a lo largo de la vida. Durante un
mismo año lo sufrirá 1 o 2 de cada 100 habitantes. Entre un tercio y la mitad de ellos
presentará además síntomas agorafóbicos (respuestas de ansiedad y miedos específicos
a situaciones concretas, como puede ser el temor a sufrir un ataque de pánico esperando
el autobús, haciendo cola en una tienda, atendiendo a un cliente, caminando por una
calle muy transitada por viandantes, etc). La mayor parte de personas que lo sufren
pueden tener una vida relativamente normal a pesar de mantenerse las crisis. En otras, la
sucesión de repetidas crisis puede llegar a alterar al individuo y modificar de manera
significativa sus hábitos cotidianos, pudiéndolo vivir como experiencias incontrolables,
impredecibles e inmanejables. Entre las características comunes del trastorno se
encuentra la preocupación sobre las consecuencias que las crisis pueden tener sobre la
salud física (por ej. pueden aparecer temores a sufrir enfermedades cardíacas, a volverse
loco, a desmayarse, a sufrir un tumor cerebral, etc).
Las crisis de angustia pueden aparecer de forma aislada sin otra sintomatología
asociada, pero también pueden coexistir con otros problemas emocionales como pueden
ser la depresión, fobias (miedos extremos a situaciones normales), u otros. Estas, ya
sean espontáneas o asociadas a un estímulo externo, surgen de una interpretación falsa y
equivocada de tipo catastrófico de algunas sensaciones corporales que no son más que
respuestas más o menos normales a la ansiedad. Son frecuentes las interpretaciones del
aumento de las pulsaciones del corazón como un infarto inminente, o entender que la
sensación de ahogo o dificultad respiratoria desembocarán sin duda en la muerte por
asfixia o un infarto. Es decir, un estímulo corporal se asocia a un pensamiento
catastrofista de forma automática. Las situaciones en que pueden aparecer son variadas,
y hay estímulos internos, como algunas sensaciones corporales, imágenes o
pensamientos, que se perciben con miedo, lo que hace que aumente el nivel de ansiedad
y aparezcan nuevas sensaciones corporales, que se interpretan como la confirmación e
inminencia de la catástrofe, desencadenándose el ataque de pánico. Las respuestas
fisiológicas más alteradas suelen ser mareo, aumento de ritmo respiratorio, sensación de
asfixia, visión borrosa, tensión muscular, dolor o pinchazos en el pecho, sensación de
ireralidad, sudor, ráfagas de calor/frío, hormigueo, entumecimiento y pérdida de
sensibilidad en partes periféricas del organismo, calambres, flojedad en las piernas,
sensaciones en el estómago y sequedad de boca. Estas sensaciones no son únicas ni
siempre las mismas. Durante el ataque de pánico la intensidad es muy elevada, y
aparece bruscamente. A medida que el problema crece y el miedo aumenta, aparte de las
conductas de escape, aparecen las conductas de evitación (se esquivan las actividades o
situaciones que se percibe que puedan producir pánico), con el objetivo de reducir la
posibilidad de sufrir otro ataque de pánico o de buscar situaciones seguras. Suelen
evitarse situaciones como conducir, estar a solas en casa, salir a la calle, alejarse de
casa, entrar en cines, restaurantes o locales públicos, utilizar transportes públicos, etc.
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