La prensa satírica en la guerra civil de 1891

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El Clarí-n de Chile
La prensa satírica en la guerra civil de 1891
autor Rafael Luis Gumucio Rivas
2008-02-05 23:36:51
Existen diversas interpretaciones sobre la Guerra Civil de 1891. Como todo acontecimiento que ha marcado huellas, su
origen y consecuencias es multicausal: para Francisco Antonio Encina, Gonzalo Vial, Alberto Edwards, Mario Góngora
y Julio Heise, se trató de un conflicto fundamentalmente polÃ-tico entre el congreso y el Presidente de la República; por
el contrario, Hernán RamÃ-rez Necochea, Julio César Jobet, Alejandro Venegas, y otros, exploran las causas
económicas del conflicto, fundadas en el poder corruptor del salitre, Thomas North.
Un aspecto aún no bien explorado es el papel del Partido Demócrata, los sindicatos obreros, los rotos, (el general
Pililo), en la Guerra Civil.
Hay diversas formas de acercarse a la historia: la primera se basa en documentos oficiales, Diarios serios- es decir, “la
prensa tonta―, como la llamaba Juan Rafael Allende; la segunda es por medio de la crónica, la novela y la Prensa
satÃ-rica. Maximiliano Salinas, Tomás Cornejo y Catalina Saldaña, en su libro, Quiénes fueron los vencedores, élite,
pueblo y prensa humorÃ-stica en la Guerra de 1891, (Lom, 2005), exploran este segundo aspecto, bastante desconocido
por la historiografÃ-a clásica.
Juan Rafael Allende y Eduardo Phillips Huneeus son las caras de la prensa humorÃ-stica de la época. Los autores del
libro que comento agregan una serie de periódicos desconocidos para el gran público, como El AjÃ-, La Pimienta, La
culebra, el zancudo y la Escoba.
La Prensa humorÃ-stica fue implacable tanto con el bando congresista y los partidarios de José Manuel Balmaceda; por
ejemplo, Julio Zegers, el abogado de North, era el huacho Zegers; Eduardo Matte, un despachero (almacenero);
Altamirano era un sanguijuela; Enrique Salvador Sanfuentes, corredor de Bolsa y falsificador de cheques; BañadosÂ
Espinoza, un suche y un siuticón; AgustÃ-n Edwards y Eduardo Matte eran los especuladores judÃ-os, de la calle
Huérfanos; los dirigentes cuadrilátero, (radicales, nacionales y dos grupos liberales), mamaban de la teta del Cucho
Edwards.
Para la prensa humorÃ-stica del lado de los rotos, el cuadrilátero era una amalgama de beatos, Montt-varistas y algunos
corruptos liberales. Carlos Walker, el lÃ-der conservador, era el cobarde gerente de los saqueos del 29 de agosto de
1891. El AjÃ- y La Pimienta, que sostienen famosos diálogos, eran los voceros del Partido Demócrata. Según estos
periódicos, “la revolución de 1891 fue obra exclusiva de los sotanudos, de manteo y de levita. El pueblo ignorante fue
engañado por estos que no creen ni en Dios ni en el diablo, lo único que adoran es el oro―. Según los mismos diarios, “
parlamento era una cueva de ladrones― y los diputados habÃ-an sido comprados por el oro de Edwards, Matte y North.
Los liberales habÃ-an traicionado los ideales libertarios de la Guerra Civil de 1851 y se aliaron con sus enemigos Monttvaristas.
El conflicto polÃ-tico era una pelea entre caballeros, pues los rotos sólo tenÃ-an que mirar desde el balcón: “los eternos
chupadores del presupuesto, las treinta familias de sangre azul están divididas... Tanto el gobierno como el cuadrilátero
no tienen el más pequeño patriotismo porque se empeñan en destruir el paÃ-s obligando al pobre a morir de hambre―,
decÃ-a El AjÃ-. El alejamiento del Partido Demócrata respecto a Balmaceda aumentó a causa de la prisión de sus
dirigentes, por parte del gobierno, después de la huelga de 1888, provocada por el alza del precio de los boletos de los
carros de sangre (carros conducidos por caballos). Esta actitud cambió cuando Balmaceda se decidió a combatir a la
aristocracia, sin embargo, los demócratas se mantuvieron siempre escépticos respecto de la Guerra Civil; después de
Concón y Placilla, quedaron 10.000 rotos muertos en los campos de batalla y para nada les sirvió a los pililos el triunfo
de los prostitucionales –forma en que los periódicos satÃ-ricos llamaban a los constitucionales El otro lado de la moneda: El odio de los oligarcas
El principal periodista, partidario de la causa congresista, era Eduardo Phillips Huneeus que publicaba El FÃ-garo,
 vomitaba odio oligárquico contra siúticos y rotos que consideraba aliados de Balmaceda: “En vez de un caballero, sin
tacha, digno y honrado, el presidente está rodeado por bandoleros―. El FÃ-garo no ahorró insultos al presidente, por
ejemplo, era “Su demencia― y no Su Excelencia, haciéndose eco de la acusación de locura, lanzado por Julio Zegers, e
el Congreso; era el “Balmasiútico, un sultán amanerado y un tanto amariconado―. Sus caricaturas lo presentaban en la
cárcel, ahorcado junto a sus ministros y, en el hospicio.
Balmaceda era acusado de realizar orgÃ-as en palacio y, en esas bacanales, sus ministros eran presentados como
travestis, “Viva, viva el placer, vivan las niñas bonitas― cantaba Bañados Espinoza, un siuticón de la peor especie,
según Phillips, quien agregaba que los balmacedistas eran farreros, sinvergüenzas y afeminados.
Juan Rafael Allende: El periodista a favor de los rotos
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Este periodista es el más citado por los historiadores. En un comienzo fue un furibundo antibalmacedista que, para él
era el gobierno de los canallas: el Presidente habÃ-a traicionado los ideales liberales que lo habÃ-an llevado al poder y
coqueteaba, como buen bailarÃ-n, con los judÃ-os Matte y Edwards, y los autoritarios Pedro Montt y Beza; para más
remate, una vez abandonado por ellos, buscó la alianza con los “pechoños―: los conservadores y el obispo Mariano
Casanova.
Posteriormente cambió de posición y se hizo balmacedista al descubrir la barbaridad oligárquica del cuadrilátero. Son
famosas las comparaciones religiosas de Allende: en los “diez mandamientos― dice: “1. Amar el oro sobre todas las co
2. No dar cobre en vano. 3. Hacerle fiesta a los ricos. 4. Heredar padre y madre. 5. Matar. 6. Robar. 7. Levantar falso
testimonio y mentir. 8. Vender. 9. Robar la fortuna del prójimo. 10. Apropiarse de los bienes ajenos―. En una caricatura
famosa, aparece Balmaceda crucificado junto a los dos ladrones: Cucho Edwards y Julio Zegers. Juan Rafael Allende
estuvo a punto de ser fusilado después del triunfo de los constitucionales; cuenta que en la penitenciarÃ-a, desde celda,
preguntó ¿quién es usted? Otro preso le respondió “me llamo Treste Stephen― y ¿“quién es usted? Juan Rafa
Mi vecino de celda, con inocencia alemana, “tornó a preguntarme, ¿por qué no lo han fusilado?, sospecho que no,
contesté―.
Allende publicó, sucesivamente, diversos Diarios: El padre Padilla, Pedro Urdemales, el Recluta y, en todos ellos ataca,
fundamentalmente, a los Edwards, los Montt, los Matte, además de los curas y beatas; “estas últimas son viejas en
conserva, con cruces y rosarios―. Se burla del presbÃ-tero porteño Salvador Donoso, que fue descubierto por la policÃ-a
balmacedista escondido, debajo de la cama de una dama, salvándose de ser fusilado. En el Pedro Urdemales se mofa
del pavo real, Luis Barros Borgoño, posteriormente de la derecha, contra don Arturo Alessandri:
           “Traicionaste a tu paÃ-s,
                                       Luis,
           Te arrancaste con los tarros
                                              Barros,
           Y al fin te hiciste pechoño!
                                              Borgoño!―
La obra de Maximiliano Salinas, Tomás Cornejo y Catalina Saldaña nos permite conocer un aspecto, hasta ahora
oscurecido, de la Guerra Civil de 1891: la lucha entre caballeros plutocráticos y los rotos, que en toda guerra, han
servido de carne de cañón.
Rafael Luis Gumucio Rivas            Â
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