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EL HOMBRE HONRADO
EL HOMBRE HONRADO
—TEATRO—
De Humberto Jarrín B.
Obra literaria basada en el cuento homónimo
de Monteiro Lobato
Primera edición: junio de 2014
© Universidad Autónoma de Occidente
© Humberto Jarrín B.
EL HOMBRE HONRADO
—TEATRO—
De Humberto Jarrín B.
Obra literaria basada en el cuento homónimo
de Monteiro Lobato
ISBN:
Ilustraciones: Andrés Fabián Ágredo
Fotografía de carátula: Hernando Rojas
Contenido
Presentación
9
Personajes
11
Escena I
EL LEVANTAMIENTO
13
Escena II
EL HALLAZGO
27
Escena III
LA DEVOLUCIÓN
35
Escena IV
LA EDICIÓN DEL PROGRAMA RADIAL
51
Escena V
LA FAMILIA
63
Escena VI
LA PESADILLA
73
Escena VII
LA OFICINA
81
Presentación
La obra que en este momento está en sus manos, apreciado
lector, nace de un texto literario, el cuento “El hombre honrado” de Monteiro Lobato. La obra que está en sus manos es
también un texto literario. Por cuestiones de ubicación en los
géneros se dice que es una obra de teatro. Sí y no.
En un célebre ensayo de 1985, el maestro Enrique Buenaventura afirmó categóricamente que “El Teatro no es un género
literario”. Como la presente obra pertenece al género literario,
en consecuencia, no es teatro. ¿Y por qué no es teatro? Porque
el Teatro es, según Enrique Buenaventura, “el espectáculo que
organiza diferentes lenguajes sonoros y visuales, uno de los
cuales es el lenguaje verbal (…). Lo que solemos llamar una
obra o una pieza teatral hace, naturalmente, parte de la literatura y hasta podemos hablar de un género dramático, dialogado, o
como se lo quiera llamar, siempre y cuando no lo confundamos
con el espectáculo”.
Establecida esta diferenciación entre el teatro como espectáculo y la pieza teatral hecha de lenguaje verbal, de palabra,
dos discursos diferentes, podemos dedicarnos a la siguiente
idea generalmente aceptada también.
Hoy no se lee teatro, dicen muchos. De ello han hecho eco
las editoriales comerciales que en consecuencia tampoco publican obras de teatro. Tal vez sólo los estudiantes leen algo de
teatro, y eso cuando el pensum escolar los obliga (si acaso el
teatro, como buena parte de la literatura, no ha sido expulsado
de los programas de lengua), y para ello están las obras y autores clásicos: Sófocles, Shakespeare, Moliere, Lorca… Otro
grupo interesado, aunque mucho más reducido, pueden ser los
grupos de teatro cuando están a la caza de una obra expedita
10
Humberto Jarrín B.
para su montaje de turno, esto si no la crean ellos mismos por
diferentes procedimientos. Y por ahí debe haber una que otra
alma que busca las obras dramatúrgicas con agrado.
La razón de este desinterés por la lectura de obras teatrales
–en medio del desinterés de todos los tiempos por la lectura en
general–, argüirán algunos, es que el teatro es para verlo, del
mismo modo como el cine es también para verlo, y por ello
nadie publica y menos lee los guiones verbales de las películas.
De esta manera se asume, pues, el texto literario como un
elemento previo, uno más, un sirviente, sin vida propia, que
en mucho casos, incluso, simplemente se suprime del montaje,
pues se puede hacer teatro sin lenguaje verbal.
Una posible recomendación para obviar este prurito sería,
entonces, que la obra –y en particular ésta, que esperamos siga
en sus manos– sea vista como lo que es, un texto literario, es
decir, una obra para ser leída (lo cual tiene un regalo adicional,
pues cada lector puede montar su propio escenario y decorado
en la mente e imaginar el espectáculo), es más, una obra para
ser leída como un texto narrativo cuyo relato ha reducido al
máximo, en el plano de la narración, la presencia e influencia
del narrador, y en compensación, ha focalizado y privilegiado
su interés en el plano de la historia, es decir, en los personajes (actantes) y sus acciones. Bien podríamos acercarnos a una
obra así, entonces, como a una breve novela dialogada. ¿Atípica? Sí, y quizá sugerente.
Para finalizar, a partir de esta obra literaria se hizo su correspondiente pieza teatral, el montaje estuvo a cargo del grupo
El Taller de Cali y en su momento la obra fue invitada al Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, y presentada en muchos escenarios del país. Posteriormente, apoyada igualmente
en parte de la obra literaria, se hizo una versión audiovisual.
Y ahora sí, que empiece la… lectura.
El hombre honrado
Personajes
Juan Pereira
Inspector
Ayudante
Fotógrafa
Periodista
Carlota
Mesero del sueño
Tiquetero
Secretaria 1
Secretaria 2
Gerente
Candoca
Jefe
Don Hermeregildo
Doctor Mortis
Fernández
Ernestina
11
Escena I
EL LEVANTAMIENTO
Oscuridad. Ruidos incesantes de radio-patrullas, sirenas
que fatigan. Las bocinas metálicas informan de la dirección
donde ocurren los hechos; advierten sobre la necesidad de
mantener alejados a los curiosos, cerrar el lugar, etc. El reflejo
rojizo de las sirenas cada vez más cercanas salpica de manera
intermitente el fondo del escenario.
La luz que aparece poco a poco deja ver un cadáver tirado
en la calle. Entran el Inspector y el Ayudante. La luz se hace
plena.
Inspector:
Ayudante:
Inspector:
Ayudante:
Inspector:
Ayudante:
Inspector:
Ayudante:
Inspector:
Hemos llegado. (El ayudante dibuja con una
línea gruesa blanca el contorno del muerto y
toma algunas medidas) Este trabajo se vuelve
cada vez más rutinario. Sí, tristemente rutinario, siempre lo espera a uno un muerto.
Y qué más podría encontrarse uno tirado en la
calle en este trabajo…
¿Qué refunfuñas?
Nada, que el sombrero a 40 centímetros.
Debía quedarle ajustado, eso explica su cercanía.
El cuerpo fue hallado boca abajo.
(Lo reprende) Eso debiste haberlo visto y dicho desde el principio; salta a la vista y es lo
más evidente.
Estatura aproximada, 1,65 metros.
(Molesto) ¿Y por qué aproximada? Somos pro-
16
Ayudante:
Inspector:
Ayudante:
Inspector:
Ayudante:
Inspector:
Humberto Jarrín B.
fesionales, científicos, trabajamos sobre datos
exactos. Medidas, medidas, datos, datos, cálculos, cálculos, elaboración y ensayo, corrección de errores y luego sí, las conclusiones, las
deducciones, inducciones, inferencias y esas
vainas que nos ofrece el método científico.
El zapato del pie derecho como a… ¡a 20 centímetros exactos!
Eso está mejor, si ves cómo ser científico es
fácil. Pero se nos olvida algo muy importante.
La identidad de la víctima. Revísalo.
Aquí están sus papeles, Inspector.
(Golpeándolo en la cabeza con los papeles) A ver. Ummmjú, Juan Pereira. Cédula
16.002.314, ¿algo más? ¿Dinero? ¿Joyas?
Nada.
Lo dicho, hay gente que no ayuda con nada.
Voces de gente que viene, son los periodistas.
Periodista:
Fotógrafa:
Inspector:
Periodista:
(Fuera de escena) Déjenos pasar, por favor,
somos reporteros de la cadena radial más importante del país y vamos a cubrir en directo
los acontecimientos.
Y yo pertenezco al periódico más popular y
más leído de la región y nuestros lectores no
nos perdonarán que este hecho se quede sin registrar.
(A su ayudante) Bueno, bueno, acomódalo rápido y cúbrelo, para que pasen esos buitres.
(Los periodistas entran en tromba)
Amigos del noticiero “El Urgente”, desde el
mismo lugar de los trágicos acontecimientos,
El hombre honrado
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
17
los saluda su amigo periodista Rogelio Chivas
para preguntarle al famoso investigador, Escolástico Corchuelo, las últimas informaciones
acerca de la muerte de Juan Pereira, el mismo
que tiempo atrás fuera noticia por su extraordinaria acción que, como ustedes recordarán,
consistió en…
(Cortándolo) ¡Un momento, un momento!
¿Últimas, dice usted? ¿Es que acaso tiene
usted primeras? ¿Juan Pereira dijo? ¿Cómo es
que sabe usted la identidad de la víctima antes
que la misma Policía?
Eh… Un pequeño problema técnico se nos ha
presentado, amigos oyentes, pero no se retiren
de la sintonía que ya regresamos. Adelante estudios centrales (Se quita los audífonos, para
la grabadora, y baja el micrófono). Inspector...
Usted sabe…
No, no lo sé… Sabe, es ese sentido soy muy
socrático, nada sé.
La radio de hoy es veloz. Recurre de inmediato
a las fuentes, las busca, rebusca, y revuelca, si
es del caso. En lo instantáneo radica nuestro
éxito, porque de lo contrario la competencia
nos sacaría del mercado.
¡Al diablo ustedes y la competencia! Entorpecen la investigación… ¡Qué hay de la autorregulación a la que se han comprometido!
¡Pero Inspector! ¿Eso no es, pues, para casos
de orden público?
¡Pues considere esto como público! Ocurre en
la vía pública.
18
Ayudante:
Fotógrafa:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Periodista:
Humberto Jarrín B.
(Reaccionando alterado contra la fotógrafa)
¡Hey, pare! ¿Con qué permiso está usted tomando fotografías?
¿Cómo así? ¿No ve que soy periodista? Usted
no me puede prohibir que trabaje honradamente. Además, la Comisión Interamericana de
Periodismo dice claramente que…
(Intercediendo) ¡Al diablo con ésa y otras
comisiones! En todo caso ustedes deben
aguardar hasta que se den las informaciones
oficiales, las únicas válidas y ciertas para estos
casos, lo demás es especulación peligrosa que
ayuda a crear un clima de zozobra, de incertidumbre… Por eso estamos como estamos, ¡carajo!
(Zalamero) Está bien, está bien, Inspector, de
acuerdo, pero usted en su calidad de persona
im-por-tan-te, y protagonista, después del occiso, claro, usted, Inspector, un hombre con
toda su sapiencia y re-puta-ción, no se negará
a que le haga un par de preguntitas, ¿no?
Está bien, pero que sean breves, tengo que llevarme el cadáver. (Se va donde el Ayudante a
ver en qué quedó el jaleo con la Fotógrafa, le
da instrucciones en voz baja)
Permítame un momentito…. Yo… arreglo de
nuevo esto. (Arregla el equipo y restablece
comunicación con estudios para realizar la
transmisión)
Listo. Estudios, estudios. Sí, listo, 1, 2, 3…
probando… probando… So… so… sonido
(Al aire) Regresamos luego de superar nuestra
pequeña falla técnica. Como les decíamos, te-
El hombre honrado
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
19
nemos en nuestros micrófonos al Inspector Escolástico Corchuelo que nos informa oficialmente sobre los hechos acaecidos en la “Calle
del desbarajuste”… ¿Qué tenemos aquí, Inspector?
Un muerto.
Eeeso veo… ¿Y nos podría decir su nombre?
Juan Sevilla (mirando de reojo la cédula del
muerto) Eh, no… Juan Pereira.
¿Y como qué pudo pasarle al muerto para que
se muriera, Inspector?
Nada…
¿Nada?
Nada menos que tirarse de un séptimo piso, ¿le
parece poco?
¡Jíjole!, un piso siete, siempre es que ese
número es de mala suerte, ¿no, Inspector?
Si usted lo dice.
Y como qué más nos puede adelantar, Inspector.
(Amable) Bueno… apenas comienzan las investigaciones, pero podemos adelantar que el
occiso, que respondía al nombre de… (Mira
de reojo la cédula para no volverse a equivocar) Juan Pereira y que cayó del séptimo piso.
¿Bajo qué circunstancias? No lo sabemos aún,
pero el análisis de las pruebas recogidas y el
interrogatorio que haremos a varias personas,
arrojarán seguramente alguna luz sobre estos
hechos…
(Entrometido) …Calamitosos y tristes, más
aun con la situación actual del país…
20
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Humberto Jarrín B.
Sí, sí, sin duda. Pero valga la oportunidad para
reiterar a la opinión pública el compromiso
que tenemos de no sucumbir ni aun en los momentos más difíciles; precisamente en ellos es
cuando demostramos nuestro civismo, nuestro
patrimonio ciudadano, nuestra fe en las instituciones y en los valores que nos inculcaron
nuestros abuelos...
Volviendo a los hechos de esta mañana, Inspector, ¿podemos decirle a nuestra audiencia
que las investigaciones marchan por buen camino?
Sí, sí. Claro que marchamos por buen camino.
Estamos comprometidos con una investigación profunda, científica, echando mano de todas las herramientas que la criminalística moderna nos aporta. No está de más añadir que la
llevaremos hasta las últimas consecuencias. Y
la ciudadanía puede estar segura de que al, o,
a los culpables, les caerá todo el peso de la ley
encima, ¡hasta aplastarlos!
(Entrometido) Con que les cayera al ladito al
menos, estaría bien.
(Molesto) ¿Qué dice?
No, Inspector, lo que muchos dicen, que no hay
culpables, que él solito y por su propia cuenta
se tiró.
¿Usted es un periodista o un coleccionista de
chismes?
Un profesional que oye a todas las fuentes.
¿Fuentes? Reguero de versiones, querrá decir.
¿Ya se le ha olvidado que las únicas versiones
oficiales son las nuestras? (Se retira)
El hombre honrado
Periodista:
21
Eran las palabras del Inspector Escolástico
Corchuelo, entregándonos la versión o-fi-ci-al
de los hechos.
Irrumpe en el escenario Carlota, la mujer de
Juan Pereira, llorando porque se ha enterado
de los acontecimientos.
Carlota:
Periodista:
Carlota:
¡Aaah! No puede ser, si apenas esta mañanita
estaba hablando con él. ¡Buaaaaa! (Tirada
sobre el cadáver) ¡Buaaaaaaa... Bu bu bu bu
aaa! ¡Abuuu…! Juan, mi Juan, no puede ser,
no puede ser, no, no, no, no y no… era cierto
que estábamos bravos… pero no era para tanto, buuuuuuu… (Repentinamente se dirige al
Inspector) ¿O me lo mataron? (Cogiéndolo de
la solapa) ¡Dígame, dígame, dígame! Últimamente tenía muchos enemigos.
(Entrometiéndose en el lamento de la esposa.
Trascendental.) Y ahora, tenemos que pasar, si
se quiere, al lado más duro de la noticia, cuando en el lugar de los acontecimientos se ha hecho presente uno de sus parientes… oigamos el
llanto de una mujer desconsolada… (Casi metiendo el micrófono a la boca de Carlota para
transmitir su llanto; ésta exagera el berrido).
Escenas desgarradoras vivimos. El cuadro patético del dolor de una mujer que era… (Estirando de nuevo el micrófono a Carlota) Para
nuestra audiencia, señora, ¿Qué era usted del
difunto?
Su esposa, su esposa… Buaaaa...
22
Periodista:
Carlota:
Inspector:
Carlota:
Periodista:
Inspector:
Periodista:
Humberto Jarrín B.
Que era su esposa. Sí, claro. Ahora se pueden
imaginar ustedes la odisea que a esta pobre
mujer del pueblo le tocará vivir una vez que se
lleven el cadáver…
¿Llevárselo? No puede ser, no puede ser, no
pueden… ¡a dónde se piensan llevar a mi Juan!
Señora, por favor, entienda, por el amor de
Dios, los muertos tienen sus propias ocupaciones y compromisos, ahora mismo debe ir a la
morgue, luego a los análisis de rigor, más tarde
a la autopsia, porque hay que hacer una autopsia para declararlo muerto.
¿Y es que acaso no está muerto?, ¿hay
posibilidades de que no esté muerto? (Quiere
volver a tirarse sobre el cadáver pero es detenida) ¡Ay, ay! ¡Muerto! ¡Muerto! ¡Muerto!
Dolor, llanto y confusión… La muerte todo lo
confunde, apreciados radioescuchas.
Sí, sí, sí, señora, pero entienda, todo es un procedimiento legal, nada más, de modo que hay
que cumplir con las normas establecidas para
estos casos… Comprenda, mantenga la calma,
más de ahí no puede pasarle, una vez lo abran,
lo hurguen, lo estudien, se lo entregarán bien
remendado y completito, pero en la morgue,
señora, en la morgue, no aquí.
(Patético) …Y luego que los deudos lo reciban
en la morgue comenzará el suplicio de esta pobre gente, con las casas funerarias, con los cementerios, con los que intermedian ante Dios
por su alma… con todos aquellos que alguien
muy acertadamente ha bautizado como el con-
El hombre honrado
Carlota:
Inspector:
Periodista:
Inspector:
Periodista
Carlota:
Periodista:
Carlota:
23
sabido “paseo por la industria de la muerte”.
¡No, no… no se lo lleven, quiero verlo, verlo
por última vez!
Ah, y tiene 48 horas para reclamarlo, señora, si
no, se considerará como propiedad de la morgue, y sus partes serán cedidas a la Liga de Órganos y Trasplantes… Hay muchos aspirantes
a difuntos que esperan turno.
Apreciada audiencia que nos oye con el patrocinio de “Pajarito”, puntos selectos de comidas
en el sur…
(Dirigiéndose al Ayudante) “Hay días en que
somos, tan móviles, tan móviles”, que es mejor aprovecharnos de esa condición y marcharnos... (Salen veloces el Inspector y el Ayudante)
Esta es una escena realmente desgarradora,
pero oigamos su llanto en vivo y en directo
para que ustedes, amable audiencia del noticiero “El Urgente”, que cuenta también con el
patrocinio de “Trapitos Cucos”, pañitos para
toda ocasión, puedan apreciar la angustia de
esta pobre mujer. (Le acerca el micrófono)
¡Aaah… ahhh! Pobre Candoca…
De nuevo para nuestra querida audiencia, señora, ¿quién es Candoca?
…Mi hija… mi hija… Se ha quedado huerfanita, buaaaa… (Repentinamente deja de llorar
y toma el micrófono, exaltada) ¡Las arepas!,
Candoca, si me está escuchando, cuide las arepas que dejé en el fogón, no las deje quemar.
¡Pero rápido!, hágame caso que le está hablando su mamá.
24
Periodista:
Carlota:
Periodista:
Carlota:
Periodista:
Carlota:
Periodista:
Carlota:
Periodista:
Humberto Jarrín B.
(Le arranca el micrófono) La hija… otra víctima más de la desgracia, de seguro una niña
muy bella…
Sí… el próximo mes cumple sus quince…
Ay, qué lindo… (Al público) Una niña, como
decía, para quien el futuro, un futuro sin padre,
tal vez represente un sino de sombras negras…
Como siempre, los niños son los más afectados
con las tragedias de los adultos… (A Carlota)
¿Ya está un poco más calmadita?
Sí, sí… ay, ay… Sí…
Bueno… este… ¿y ahora qué piensa hacer, señora?
No sé… ay… no sé... Con qué voy a pagar sus
funerales…, con qué voy a mandarle a decir
sus misitas… (Intenta recuperar el llanto)
(Comprensivo) Cálmese, cálmese… ¿Y el salario de su esposo? La oficina donde trabaja
comprenderá…
Ay, ese bendito salario no alcanzaba para los
vivos muchos menos para los muertos, que
cada vez se ponen más y más caros… Yo qué
voy a hacer… Y pensar que nada de esto hubiera ocurrido si… Pero, ¡ay!, Juan se pasó de
honrado…
A propósito, señora, ahora que los recuerdos
del pasado vuelven a nuestra memoria, ¿no
recibieron información oficial acerca del requerimiento de la casita sin cuota inicial que
desde estos mismos micrófonos hiciéramos
por iniciativa propia ante el Gobierno, cuando
su esposo se convirtió en personaje digno de
resaltar por lo que había hecho y que nosotros,
El hombre honrado
Carlota:
Periodista:
Carlota:
Periodista:
25
conscientes del valor ejemplarizante de su
acto, lo invitamos orgullosamente a la sección
institucional de nuestro noticiero, “El Hombre
del Mes”?
Nooo… (Desconsolada) Y menos ahora que
se ha muerto ñiiiiiiiiii ¡Muerto! ¡Muerto!
¡Muerto!
Quizás ahora se conduelan. (A su audiencia)
Un pobre hombre muerto, una mujer en la miseria, una niña huérfana y una pensión que de
seguro no aliviará las necesidades económicas. Quizás nosotros podamos ayudar en algo.
Nuestros oyentes tienen un corazón solidario y
comprensivo, siempre están dispuestos a colaborar en las desgracias de las gentes humildes;
ellos han convertido en axioma la norma de la
(enredándose la lengua) solira… soli… sola…
¡solidaridad! Han convertido en una práctica
cotidiana de su vida aquel lema que reza: “hoy
por mí, mañana por ti”.
Sí, sí, sí… Ahhhhhh... (Cae desmayada en
brazos del Periodista)
Lo cierto, amigos que nos escuchan, es que ese
hombre noble, ese hombre que recibiera un
mensaje conmovedor de felicitación de las mismísimas Hermanas Herederas de la Madre Teresa de Calcuta por su acto tan alto de honradez,
ese hombre que fue ejemplo para todos nosotros, ese hombre ya no… (Mira para comprobar que el cadáver ha sido retirado y que todos
se han ido) no está… y nosotros tenemos que
terminar ya esta transmisión para cumplir otros
compromisos. ¡Adelante estudios! Y recuerden
26
Humberto Jarrín B.
que para los desmayos de cada día, ya está en
todas las droguerías del país, “Desmayol”. (Se
zafa de la mujer, ésta recupera el sentido, el
periodista huye, Carlota corre tras él)
Mientras se diluye la escena va entrando la siguiente con el
sonido de un tren en marcha.
Escena II
EL HALLAZGO
Un tren en movimiento. Juan Pereira viaja en uno de los
vagones. El sonido del tren, intermitente y seco, aparece y desaparece.
Juan Pereira: Ah… No hay como la satisfacción del deber
realizado. Y bien realizado. Porque una cosa
es cumplir por obligación, y otra muy distinta
realizar el trabajo como la virtud de la honradez nos lo manda. He realizado el negocio encomendado por la oficina, y ya estoy de vuelta
(Palpa con afecto su maletín lleno de papeles).
Aquí están todos y cada uno de los documentos encargados. No está de más echarles otra
revisadita mientras llego… Ajá, el contrato firmado por el subgerente y aprobado y firmado
por el gerente. Los procesos de cobro aprobados por el delegado del fiscal. Los recibos del
tesorero y confirmados por su secretario. Las
peticiones de la oficina central refrendadas por
la secretaría. ¡Sí! Todo, todo en orden y bien
relacionado… Sólo faltan mi sello y mi firma
que constaten que lo he recibido todo en regla.
(Se pone a firmar y a sellar)
Llevo 30 años trabajando para esta oficina y lo
que en ella logre, será por mis propios méritos,
por mis capacidades. No como el reptil ése del
Fernández, siempre detrás del Jefe, tratando de
lograr algo que no se merece.
30
Humberto Jarrín B.
Termina de revisar todo, cierra el portafolio y
saca del saco unos billetes que cuenta complacido.
Este es el dinerito que logré ahorrarme por haber terminado pronto y bien. En un día he ido
y he regresado; eso es lo que se llama eficacia.
Dineros de viáticos, hotel y las correspondientes comidas; son mis ganancias. Con lo que
debía vivir yo solo por unos días, viviremos
Carlota, Candoca y yo, por varias semanas;
tres por uno… ¡Bendita trinidad!
Ah… (Estira las piernas y los brazos) Creo
que descansaré mientras llego, todavía falta
algo de camino. (Juan Pereira descansa… Súbitamente le cae encima un paquete)
¡Qué! ¿Qué fue? ¿Qué es esto? (Lo recoge, lo
mira por todos los lados, lo palpa, lo sacude y
escucha, lo huele) ¿De quién será? (Busca a alguien en el vagón pero éste al parecer va solo)
Será mejor que lo deje en su sitio, no vaya ser
que venga su dueño, me encuentre con él en la
mano, piense que me lo estoy robando y me
vea envuelto en problemas, que nunca faltan,
bendito Dios.
Coloca el paquete en los altos de la rejilla.
Vuelve a sentarse y descansa. Cuando se queda dormido vuelve a caerle el paquete.
¿Ehhhhhh? Qué pasa ahora… Ah, otra vez
esto, pero ¿qué será? Esto está como raro…
(Lo palpa profundamente, como si pudiera to-
El hombre honrado
31
car su contenido a través de la envoltura) Parece como si tuviera papeles o algo así. (Quiere
abrirlo pero duda) ¿Y si viniera el dueño? Pero
si desde que salí vengo solo. (Se pasea por el
coche, mira a atrás y adelante, casi grita al
preguntar) ¿Alguien ha olvidado un paquete?
(Nadie contesta. Procede a abrirlo)
Oh, oh… ¡Dinero! ¡Señor!, cuánto dinero, cien,
doscientos, trescientos, quinientos, mil…. se me
acaban los números… miles y miles de… ¡dólares! ¡Dólares! (Queda pensativo, como si estuviera siendo tentado por alguna idea. Se pega el
paquete al pecho como diciendo “mío”) No…
(Saca un billete del montón como para quedárselo) Tampoco, ni eso, ¡nada!, ¡Escúchame
Juan Pereira!, nadita de nada. Eres un hombre
honrado, ayer, hoy y siempre… No debes tomar
nada de lo que no es tuyo. Por un sucio billete
no vas a manchar tus manos, tu cara, tu honra y
tu virtud. Lo devolveré, sí… a la primera autoridad que encuentre… a lo mejor en la estación
aparece el dueño.
Vuelve a sentarse. Se queda dormido. Oscuridad. Sueña.
Se escucha el pito del tren. Entre nubes de
humo aparece Carlota muy elegante, con sombrero y piel de zorro. Juan Pereira le ayuda
a sentarse. Ahora son millonarios; viajan en
primera clase. Un Chef refinadísimo les sirve
en copas elegantes champaña que se desborda
y les acerca una bandeja con quesos y dulces
apetitosos.
32
Humberto Jarrín B.
Carlota, aunque trata de comportase como
una dama, bebe en exceso; termina por arrebatarle la botella al Chef, toma del pico de la
botella. Juan Pereira le hace señas de que eso
es incorrecto; ella se enoja y continúa bebiendo; con pésimas maneras coge la comida con
las manos, se chupa los dedos, eructa, le dan
ganas de vomitar, Juan Pereira la reprende
abiertamente, ella se enoja, lo golpea. El Chef
está escandalizado y a punto de salir corriendo.
El ritmo del tren crece, se torna frenético. Carlota se levanta, pierde el equilibrio, cae sobre
Juan Pereira; la piel de zorro que lleva cobra
vida, entonces el zorro ataca agresivo a Juan
y al Chef.
De nuevo se escucha el pito del tren, esta vez
largo… como una bocanada de humo, entre la
que desaparecen Carlota y el Chef.
Tiquetero:
(Voz en off) ¡Lleeeegamos!
Juan Pereira: (Despierta súbitamente, con el recuerdo vivo
del sueño) Ah, eh, oh…
Tiquetero:
(Entra. Junto a Juan Pereira) ¡Tiquete!
Juan Pereira: (Todavía adormilado) ¿El paquete? Sí, señor,
aquí está.
Tiquetero:
(Asustadísimo, como si se trata de una bomba)
“Tiquete”, dije; no “paquete”. ¡Esos paquetes
son peligrosos! El tiquete por favor.
Juan Pereira: Pero es que este paquete…
Tiquetero:
Lléveselo, bótelo, entréguelo en la estación…
haga lo que quiera, yo sólo recibo tiquetes,
nada más, nada más…
El hombre honrado
33
Juan Pereira: (Busca en sus bolsillos y entrega el tiquete)
Aquí está. (Sale, llevándose el paquete)
Tiquetero:
(Al público) Primero bancos y corporaciones,
después buses, taxis, y hasta bicicletas y triciclos, luego aviones, y ahora trenes… mañana
serán barcos y transbordadores espaciales…
¡estos terroristas van a acabar con todos los
medios de transporte!
Oscuro.
Escena III
LA DEVOLUCIÓN
Oficina del ferrocarril. Juan Pereira con el paquete que ha
encontrado se acerca a una de las ventanillas de atención.
Juan Pereira: (Tímido) Buenas tardes, señorita…
Secretaria 1: Buenas tardes, señor, sí, cómo no, cómo está,
qué desea, dígame no más en qué le puedo servir, qué necesita…
Juan Pereira: Señorita, gracias… Necesito, sabe, entregar
este paquete (Sonrisa plena de satisfacción).
Secretaria 1: Bien, caballero, entonces, como decimos aquí,
para comenzar con pie derecho nuestra gestión,
necesito que primero vaya a esa ventanilla de
enfrente, ¿la ve?, sí, sí, esa mismita, bueno, allí
le tomarán unos datos de tipo… administrativo
y estadístico, pues aquí nos encargamos de los
procesos técnicos… Vaya, vaya y vuelve.
Juan Pereira: Sí, señorita, muy amable, gracias.
Juan Pereira: (Toca en la ventanilla) Eh... Señorita, mire, necesito devolver este paquete y de allá me dijeron que viniera a acá…
Secretaria 2: Es correcto, señor, ya está acá. ¿Se trata de
algún reclamo?
Juan Pereira: No, no, señorita. Se trata de este paquete. Lo
encontré en un vagón del tren en que viajaba y
quiero dejarlo aquí, por si aparece su dueño.
Secretaria 2: Ah, ya, entiendo, entiendo. A ver… Formulario
de cosas perdidas… Formulario de cosas ro-
38
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
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Juan Pereira:
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Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Humberto Jarrín B.
badas… Formulario de cosas regaladas… No,
tampoco. Veamos por acá… no, menos… Ajá,
Formulario de cosas encontradas. ¡Lo encontré! Bien, veamos, usted y yo vamos a llenar
este formato, refácil por cierto, que comienza
con los datos personales, ¿correcto, caballero?
(Entusiasmado) Correcto, señorita.
Primera pregunta: ¿nombre y apellido?
(Orgulloso) Juan Pereira.
Juan… Pereira… Qué bonito. ¿Sexo?
(Avergonzado) Eh…
Qué le pasa, caballero, si es lo más normal.
Bueno, pues… (Dicharachero y hasta de buen
humor) De vez en cuando, señorita, usted sabe,
Carlota, mi mujer, a veces…
Señor, señor, aquí no nos interesan ese tipo
de intimidades, señor, cuando le pregunto por
“sexo”, le pregunto por el otro sexo.
(Confundido) ¿Cuál otro?
Que si usted en hombre, mujer u otro.
(Algo exaltado) ¿Cómo así otro?
Pues… L, G, B, T, I…o alguna otra letra…
¡con todas esas escandalosas explosiones sociales de los sexos como hay ahora!
¡Qué me está creyendo, señorita!, ¿acaso no
ve?
(A punto de perder la paciencia) Ay, mire, caballero, sólo responda.
Masculino, señorita, hombre, muy hombre.
Sí ve cómo nos vamos entendiendo, señor Cartago.
Pereira, señorita, ningún Cartago, Pereira.
El hombre honrado
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
39
Ah, sí, pero bueno, estuve cerca. Bien, prosigamos. ¿Documento de identidad?
Cédula, 16.002.313.
¿Estado civil?
Casado, señorita.
¿Nombre de la cónyuge?
Carlota Valarezo de Pereira.
¿Hijos?
No tengo señorita… Oh, no, perdón, señorita,
sí, hay una hija, de nombre Candoca…
Can-do-ca. Negándola, ¿no?
No, no… es que cuando usted dijo “hijos”, yo,
sabe, pensé en un hijo varón, señorita.
Ay, sí, ay, sí, con disculpas a mí.
Ah, ¿no me cree? Por qué tendría que mentirle
a usted, señorita.
¿Por qué? ¿Pregunta por qué? Simple, porque
todos los hombres son iguales, señor Armenia.
Pe-rei-ra…
Con tanta corregidera no vamos a llegar a ningún Pereira… Así que sigamos, sigamos.
Todos podemos tener nuestros lapsus…
Típico. ¿Lugar de trabajo?
Oficina de Trámites y Documentos Públicos.
¡No me diga que usted trabaja en la OTDP!
Fue lo que dije, señorita.
Allí trabaja una vieja amiga mía, Hortensia
Bastidas… «Vestidas», les decimos a ellas, son
tres, todas recataditas, mojigatitas ellas, nadie
sabe por qué no están de monjas…
No, no la conozco, ¿podemos continuar, señorita?
40
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Juan Pereira:
Secretaria 2:
Humberto Jarrín B.
Ay, usted tan odioso. Y yo que pensaba pedirle que ya que trabaja allí por favor me llevara
la Hoja de Vida de un sobrino que tengo, que
sabe…
Ya veremos, señorita, continuemos, señorita,
que se me hace tarde.
(Seca) Dirección de residencia.
Trasversal 192 V.
¿Be larga o corta?
V de Vaca, señorita… Transversal 192V con
calle 258, barrio El retiro.
¡Uy! Y bastante retirado.
Sí, señorita. Algo lejos.
Y del centro más. ¿Tiene usted carro?
No, no…
¿Moto?
No, tampoco.
¿Bicicleta al menos?
No. Ni lo uno ni lo otro ni lo aquello, ni patineta ni patines, por si va a preguntármelo, señorita, ¡viajo en bus, señorita, en bus! Bueno,
de hecho, en varios buses, hasta coger un jeep
que me acerque bastante… Si no llueve…
Listo, usted disculpará todas estas preguntas,
pero son indispensables para llenar el formato
según las reglas que el Gobierno dispone…
Entiendo señorita. ¿Puede ahora sí recibirme
el paquete?
Ojalá pudiera, pero va en contra del Reglamento Interno. En cambio, yo le doy una copia
de estos datos y con ella va al Departamento
Técnico donde le harán la evaluación compu-
El hombre honrado
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
41
tarizada del paquete que quiere devolver, ¿entiende?
Está bien, señorita, gracias, muy amable. (Va a
la ventanilla número 3) Señorita…
Sí, dígame… (Juan Pereira, al reconocer a la
Secretaria 1 mira a la ventanilla 1, en la que
fue atendido al principio y que ahora ve que
está cerrada. No comprende. La Secretaria 1
al notar su perplejidad le explica, casi burlándose) Sí soy yo, la misma de allá, pero ahora
estoy acá, con tantos despidos por cambio de
gerencia, sabe, nos toca desdoblarnos en uno
u otro lugar… Pero veo que ya tan rápido está
de vuelta, eso es bueno. Espere un momentito
y ya.
(Rogando) Pero señorita, es que ya tengo afán,
se me hace muy tarde para llegar a casa.
(Conteniendo la ira) Ah, no me diga, ¿tiene afán? Entonces hagamos esto. Recíbame.
Tome, siéntese, y si usted me colabora, terminaremos más rápido.
(Resignado) Está bien.
Pero antes, el detector de bombas (saca un extraño aparato).
Pero que es que… Esto no es una bomba, de
eso estoy completamente seguro, porque es…
¿No es una bomba?
No.
¿Está seguro?
(Con infinita paciencia) Sí, señorita, estoy seguro.
Pero y no, ¿cómo le parece?
Pero es que...
42
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Juan Pereira:
Secretaria 1:
Humberto Jarrín B.
Pero es que nada, además, eso no lo dice usted ni yo, eso lo dice el detector de bombas,
aquí nos acogemos para todo a la tecnología,
porque sabe usted, los terroristas tienen formas
muy desarrolladas de poner sus bombas, haciéndolas pasar por cualquier cosa, ahí está la
última que le pusieron al exministro, que parecía una insignificante olla.
Será.
Y ahora…. Colóquelo en su mano, a media
altura (prevenida) y alejadito… Eso… por si
acaso, ¿no? (Pasa el aparato por debajo, por
arriba y por los lados del paquete mientras
suena tu, tu tu, tu tu, tu… te, te, te, te, te, te…
ti, ti, ti, ti, ti… ¡tá!) En efecto, marca negativo.
No era ninguna bomba.
(Triunfante) Sí, ve, ya le decía yo, señorita.
No cante victoria, señor Calarcá…
(Mascullando) ¡Pereira!
…que el triunfo no es suyo, sino de nuestro
detector de bombas, y en todo caso, porque así
lo dictan los protocolos de seguridad, es mejor
cerciorarse. Uno nunca sabe. Siempre es mejor prevenir que lamentar. Bueno, ahora continuaremos con la fotografía. Súbase a la silla.
¿Listo? Pero que se vea el paquete, levántelo,
lo que importa es el paquete. El objetivo es el
paquete, y ¡sonría!, no ponga esa cara de amargado, como si no quisiera entregar lo que quiere entregar.
(Molesto ya) Pero si el objetivo es el paquete
¿por qué tengo que salir yo, y además sonreír?
Ay… Señor…
El hombre honrado
43
Juan Pereira: Pereira.
Secretaria 1:
Señor Pereira, cálmese… Por un lado, es para
que todos estos procesos burocráticos que deben quedar registrados fotográficamente tengan al menos algo de estética, y por otro, es
para que el trámite sea más amable y más humano… La empresa está comprometida con la
campaña, “Un país eficiente, bonito y de buen
humor”… Ahora computarizamos el paquete,
ya busco el algoritmo.
Juan Pereira: ¿El qué?
Secretaria 1: No se preocupe, el programa para estos casos
(busca en algún lugar). Aquí está. Tecnología
de punta, amigo. (Muestra un aparato que en
verdad tiene una larga punta) Listo… (La Secretaria 1 repite el sonido que hace la computadora como si fuera una canción de moda)
Pin, pun, pan, pin… Ya viene… ya viene…
Aquí está. (Toma la hoja de papel con el reporte, lee el resultado) Nos dice: 6 columnas
más bien altas y muy compactas de 7 centímetros de ancho y 15 centímetros de lado. Color
verde. Volumen: 12 mil centímetros cúbicos.
Densidad: igual a peso sobre volumen, da:
3,9. Resistencia eléctrica en ohmios, ah, no es
elevada, es decir, no es un elemento conductivo. Coeficiente de rozamiento: 0,5. Quiere
decir que se desliza bien. ¿Tipo de equilibrio
molecular? Los vectores señalan que es estable. Propiedades químicas: su espectro señala
uso frecuente, no perjudicial para la capa de
ozono y de baja toxicidad... Listo. Yo creo que
44
Humberto Jarrín B.
con esto es suficiente. Y ahora, run… Enter…
Todo esto se va a la memoria central y queda
debidamente registrado.
Juan Pereira: (Aliviado) ¡Uf, por fin! Ahora recíbame el
paquete, ya se me hizo tarde. Sólo espero no
encontrar a Carlota como una cacatúa.
Secretaria 1: Ay, señor, si no fuera por este último paso que
exige el Reglamento lo haría con mucho gusto.
Juan Pereira: Pero, pero qué… ¿qué más?
Secretaria 1:
(Saca un montón de cables y va enredando
con ellos a Juan Pereira) Pero venga, pues.
Súbase sobre el asiento, tranquilo que es aislante, péguese bien el paquete al cuerpo, coja
esta punta con una mano y ésta con la otra y
esta más con la boca; no se ponga tenso.
La Secretaria 1 conecta los cables, éstos despiden chispas y luces de colores, Juan Pereira se retuerce y cae
fulminado, como muerto.
Juan Pereira: (Electrocutado, tembloroso, tirado en el piso
y con los ojos desorbitados) Ah… eh… ah…
eh… eh… ah…
Juan Pereira queda tieso. La Secretaria 1 y la Secretaria 2 se
reúnen junto al cuerpo inerme de Juan Pereira. No saben cómo revivir a la víctima.
Secretaria 2:
Secretaria 1:
¿Qué pasó, qué le hiciste?
¿Yo?, nada, ¡cómo se te ocurre! Este señor que
es problemático, no sé por qué se me desmayó.
Yo le puse apenas 30 voltios… ¿o serían 3000?
¡Ay, virgen!, ya ni me acuerdo, pero con lo que
El hombre honrado
45
azaraba también este señor. Señor, señor, vea,
despierte, despierte, señor…
Secretaria 2: (Tapándose la nariz) La verdad, huele a chamusquina.
Secretaria 1: ¡Ya déjese de jueguitos, señor Pereira!
Secretaria 2: ¿Y no es Calarcá que se llama?
Secretaria 1: ¡Ay, yo qué voy saber!, el nombre es lo de menos.
Secretaria 2: Entonces revívalo.
Secretaria 1: ¿Y eso cómo se hace?
Secretaria 2: Bruta, pues dele respiración boca a boca.
Secretaria 1: ¡Guácala! ¿Y yo por qué?
Secretaria 2: Porque usted como que lo mató, mija, sólo por
eso. Al menos muévalo.
Secretaria 1: ¿Para que me electrocute yo también?
Secretaria 2: Tenga (le pasa un palo), muévalo, muévalo
antes de que sea demasiado tarde, y se gana un
muñeco, mija.
Secretaria 1: ¡Señor Calarcá, señor Calarcá!
Juan Pereira: (La sacudida con el palo lo hace revivir) Ah…
¿Qué pasó? (Consciente. Se para veloz) Ah
sí... Ya… ¡Ustedes me querían matar! ¿No es
cierto? ¡Las pillé! Me querían asesinar para
quitarme el paquete…
Secretarias 1 y 2: Señor, cálmese, cálmese…
Juan Pereira: Pero ahora no se los entrego, ¡exijo ver al Gerente!
Secretaria 1: Señor, señor, no grite, el Gerente se enojará si
oye todo este escándalo…
Juan Pereira: Pues que se enoje, porque lo que es yo, quiero
ver al Gerente. (Alzando más la voz) ¡SEÑOR
GERENTEEEE!
46
Secretaria 2:
Humberto Jarrín B.
Ya, señor, venga, le recibimos el paquete y
puede irse, ¿sí?
Juan Pereira: Ni pu’el diablo. No pienso dejar en sus manos
este dinero.
Secretarias 1 y 2: (Mirándose maravilladas) Di.. di… ¿dinero?
(Se lanzan a quitarle el paquete a Juan Pereira)
Juan Pereira: Sí, dinero, desde un principio quise decirles
que quería entregar este dinero… ¡SEÑOR
GERENTE!… pero no han hecho más que
tetearme, que un vuelta aquí, que una vuelta
acá… ¡SEÑOR GERENTE! Y por poco hasta
me matan… ¡SEÑOR GERENTE! Vea, pues,
tampoco este bendito señor que aparece…
Secretaria 1: Cállese, señor, y pásenos el paquete, el dinero…
Secretaria 2: Ahora que recuerdo, el Reglamento dice que el
dinero no pasa por todos estos trámites… (A la
Secretaria 1) ¿Cierto?
Secretaria 1: Cierto, ciertísimo. Ha habido un pequeño error,
no más.
Juan Pereira: Nooo… ¡SEÑOR GERENTE! ¿Dónde está el
Gerente?
Secretaria 1
Venga pues, nosotras se lo entregamos al Gerente… yo que soy la encargada directa…
Juan Pereira intenta irse, las secretarias lo
acorralan y forcejean como gatas con él para
quitarle el paquete; los tres terminan girando
como en un desbocado carrusel.
El hombre honrado
47
Juan Pereira: ¡Que no, viejas brujas!, ¡suéltenme! ¡SEÑORRR… GEREEEN…!
Gerente:
(Irrumpiendo de súbito) ¿Qué pasa? ¿Qué es
todo este jaleo?
Cesa el forcejeo. Por la fuerza centrífuga las
secretarias salen despedidas, ruedan por el
suelo.
Juan Pereira: Señor Gerente, gracias a Dios que aparece…
Soy Juan Pereira, vine a entregar este paquete que encontré abandonado en el tren… Estas
mujeres no me lo querían recibir, intentaron
matarme electrocutándome, y ahora quieren
arrebatármelo cuando saben que…
Secretaria 1: (Se levanta cojeando y mira con odio a Juan
Pereira) Eso no es cierto, señor Gerente. (Busca apoyo de la Secretaria 2) ¿Cierto?
Secretaria 2: Sí, señor, le estábamos tomando los datos reglamentarios…
Secretaria 1: Y este señor de pronto se nos desmayó…
Gerente:
¡Silencio, silencio! Venga señor, no se
preocupe, disculpe todas las molestias, yo le
recibo su paquete. (A la Secretaria 1) Señorita dele su correspondiente recibo. (Recibe de
Juan Pereira el paquete)
Secretaria 1: Sí, señor, en eso estaba precisamente cuando…
Gerente:
No más… (A la Secretaria 2) Y usted, vuelva a
su trabajo.
Secretaria 2: Sí, señor.
Secretaria 1: (De mala gana) Aquí está su recibo, señor Pereira.
Gerente:
¿Todo en regla, entonces, Señor Pereira?
48
Humberto Jarrín B.
Juan Pereira: (Tomando el recibo y guardándolo) No hay
cuidado, señor Gerente… Yo sólo venía a devolver este paquete con dinero, que encontré
en el tren mientras venía…
Gerente:
(Abriendo los ojos) ¿Dinero dice? (Abre por
una punta el paquete y alcanza a ver que son
dólares) ¡Es mucho dinero! Eh, espere un momento. (Se dirige hacia la Secretaria 1, en voz
baja) ¿Ya tomó los datos?
Secretaria 1: (Como si esperara una felicitación) ¡Todos,
señor Gerente!, tal y como usted lo ordenó, y
el señor Cartago… Obando… Pereira, ya tiene
el recibo en sus manos.
Gerente:
¡Mierda! ¿Y los envió ya a la computadora
central?
Secretaria 1: Sí, claro…
Gerente:
¡Mucha bruta! Considérese despedida; perder
una oportunidad así. (Vuelve donde Juan Pereira) Señor, no hay más remedio que entregarlo
al Gobierno.
Juan Pereira: ¿Cómo dice?
Gerente:
No… este… Que no tenga miedo, que nosotros lo entregamos a las autoridades competentes. (Lamentándose, al público) Ay… Es una
pena… ¿Cuándo se le presenta a uno así la Virgen?
Juan Pereira: Sí, es una pena, señor Gerente. En verdad yo
no quería incomodar a nadie. De todo corazón
le pido que me disculpe.
Gerente:
No, no se preocupe caballero, como sea, usted
con su gesto ha dado lustre a esta empresa y es
para nosotros un orgullo que su nombre se vea
El hombre honrado
49
unido al de nuestra querida institución cuando… ¡ayyyy!, sea conocida su acción por todo
el mundo.
Juan Pereira: Gracias, señor, gracias, yo sólo he cumplido
con mi deber ciudadano…
Gerente:
Tenga por seguro que postularé su nombre
para que le sea impuesta la medalla de “Viajero Honorable”. (Al público, en secreto) Y para
nosotros, la de “Soberanos Imbéciles”.
Juan Pereira: (Profundamente halagado) ¡Oh…, gracias, la
verdad no es para tanto, yo solo…
Gerente:
(Ya fastidiado con Juan Pereira) Vaya, vaya
con Dios. (Al público, en secreto) ¡Dios definitivamente le da pan a quien nace mueco! (Con
la mano sobre el hombro de Juan Pereira lo
acompaña a salir) Vaya, venga, que ya no hay
caso: todo está consumado… digo, registrado,
en regla. (A las secretarias que han quedado
cariacontecidas) ¡A trabajar, carajo, a trabajar!
Oscuro.
Escena IV
LA EDICIÓN DEL PROGRAMA RADIAL
Una cabina de edición de radio. El mismo periodista de la
primera escena. Se dirige al Operador de sonido o Sonidista,
que está situado entre el público.
Periodista:
So, so, so-ni-do, 1, 2, 3… probando, probando… Bien, funciona. Entonces editemos la
vaina así…
Hago la introducción, destaco el personaje,
doy algunas de sus características, lo justifico
y alguna otra güevonada, y mientras tanto, vos
me tenés listos los casetes con las entrevistas.
Mejor dicho, ciñámonos al guion que te pasé…
A ver si acabamos rápido esta maricada… Comencemos, pues… 3… 2… 1… ¡Listo!
(Fanfarria que identifica el programa, con una
voz impostada el periodista hace la presentación del programa) Aaaquí comienzaaa… ¡“El
Hombre del Mes”!, un programa dedicado al
rescate de los valores cívicos, morales y cristianos del hombre nacional, por su estación favorita, Radio Lunita. (Continúa la fanfarria)
(En tono más informal) Oyentes que en este
momento están en nuestra sintonía, ¡qué tal!
Como todos los viernes al final del mes, cuando a muchos quizá ya les han pagado su sueldito, estamos en esta cita con “El Hombre del
Mes”, un programa tradicional ya en la radio-
54
Humberto Jarrín B.
difusión nacional, que como dice nuestra presentación, se ha dedicado en todo este tiempo
a resaltar las acciones y valores de los hombres buenos de nuestro país. ¡Porque de que
los hay, los hay! Este programa llega a nombre
del Grupo Financiero “Gran Escape” y el Trust
Transnacional “Pulpito S. A.”
“El Hombre del Mes” para el día de hoy es
todo un acontecimiento, pues nuestro invitado es un hombre humilde y sencillo, pero
que encarna lo mejor de las virtudes cristianas
de nuestro pueblo. Sin más preámbulos, “El
Hombre del Mes” para hoy es… nada más… y
nada menos que… (Suena furiosa una trompeta) ¡JUAAAN PEREEEIIIRA! (Coge aliento)
Este sólo nombre basta para que todos sepan de
quién se trata. Sí, sí… No está usted equivocado, amigo oyente, el mismo que hace poco sorprendió a todo el mundo, óigase bien: a todo el
mundo, y no es una hipérbole, cuando tuvo la
finura, la honestidad, el pundonor de devolver
un paquete –¡y de dinero de los grandes!– que
no era suyo. Dinero al que ahora le han salido
dueños por montón… Pero ojo, ¡ojo, señores!,
que aquí nosotros nos tomaremos el trabajo de
fiscalizar el destino de ese dinerito… No vaya
a ser que se pierda como se pierden, como por
arte de mafia, digo, por arte de magia, muchas
otras cosas en este país.
Aparecen súbitamente en el escenario, por un
lado, Carlota y Candoca con su mesa de trabajo, en la casa; por el otro lado, el Jefe de
El hombre honrado
55
Juan Pereira y Juan Pereira, en la oficina. Se
mueven en cámara rápida y todo suena como
una grabadora cuando se pasa la cinta a toda
velocidad. Al llegar al sitio deseado de la grabación, se detiene todo movimiento.
Periodista:
(Al Sonidista, exaltado) No, no, ¡hombre!, no
te me adelantés tanto, ve; ¿no ves que primero
hay que hacer el perfil de este man?
Salen todos de escena en cámara rápida, simulando el movimiento hacia atrás, tal como
se ve cuando se devuelve una cinta de video.
Periodista:
Eso. Allí. Continuemos. (Tose para afinar la
voz) Como veníamos diciendo, nuestro programa de hoy exalta la figura de Juan Pereira.
¿Pero quién es este Juan Pereira?, preguntarán
algunos que aún no lo conocen. Juan Pereira,
ilustre ciudadano local, estudió en la escuelita
de las Hermanas Carmelitas Descalzas, entre
otras cosas, descalzo, porque ni para un par de
zapatos tenía… Devoto ferviente de La Milagrosa y admirador por siempre de la santa madre Teresa de Calcuta… Padre amoroso, esposo fiel y ejemplar vecino, trabajador honrado,
y además, para completar sus virtudes, hincha
furibundo del Club Deportivo Naranjas Invencibles, que no invisibles, como se burlan algunos porque últimamente le ha ido un poco mal
en la clasificación… (Al Sonidista) Corta. Y
ahora veamos la sección: “El Perfil Laboral”.
56
Humberto Jarrín B.
Entran a escena, en cámara rápida, Juan y el
Jefe. Cuando la cinta está en el punto en el que
el Periodista desea, se detiene. Se ve a Juan
Pereira que trabaja poniendo sellos, mientras
el Jefe se dirige al público, dando su testimonio.
Jefe:
Periodista:
Bueno… yo, en calidad de su Jefe, puedo
testimoniar que Juan Pereira es un empleado
obediente, un servidor eficiente, pulcro en su
trabajo, buen compañero, de lo que nos enorgullecemos quienes hemos trabajado con él…
Además, siempre cumple con su jornada de
trabajo com-ple-ta, porque nunca, nunca llega
tarde… Ah, y menos se va antes de tiempo…
En estos 30 años que lleva Juan Pereira con
nosotros, nunca lo hemos visto como un esclavo, digo… como un empleado, sino más
bien como lo que es, como un hermano, como
un camarada, ¡eso!, porque su bondad y buen
genio (se ve a Juan que sonríe satisfecho) lo
hacen merecedor de la más alta estima y consideración, es así como yo, su Jefe en propiedad,
le cederé la próxima semana, y por toda una
tarde, ¡mi escritorio!, para que nuestro querido pro-hombre pueda trabajar más cómodo…
Porque miren cómo trabaja Juan…
(Al Sonidista) Páralo… (Se apaga la luz que
ilumina la oficina) Bien, con eso ya comprometimos al hijueputa del patrón para que al
menos le dé el escritorio a Juan Pereira. ¿Ah?
Sí, ya sé que es apenas por una tarde, pero algo
en algo, marica.
El hombre honrado
Carlota:
Candoca:
Carlota:
Periodista:
Carlota:
Candoca:
Periodista:
57
Y ahora sí, sigamos con “El Perfil Familiar”
(Le hace señas al Sonidista para que grabe) Y
ahora, apreciados oyentes… ¡El peeerfil familiaaar! Quizá la sección más humana de nuestro programa…
(Al Sonidista) Lárgala, pues… (Entran en escena, en cámara rápida, Carlota, la esposa, y
Candoca, la hija; hablan al público mientras
trabajan en los oficios hogareños)
Oh… (Orgullosa) Mi marido es toda una personota, querido por todos los vecinos, no sólo
ahora que se ha vuelto famoso, sino desde antes…
Desde siempre… Eso sin contar lo cariñoso, lo
buen padre y buen esposo, ¿cierto mamá?
Cierto. Todos dicen que mi marido es muy
honrado (se daña la cinta y Carlota continua
repitiendo), muy honrado… muy honrado…
muy honrado… muy honrado…
(Al Sonidista) Hola, hola eh… Pero en esa cinta sí que salió de tan mala calidad, ¿no? Con
nada se pega. Ah, pero es que también, con
esas porquerías que el administrador de esta
emisorita compra, por lotes traídos de China,
¡cómo no!
(Se arregla la cinta y Carlota continúa) …
muy honrado… y cumplidor de sus deberes…
¡Ay! (Mimada) Yo estoy tan contenta porque
mis amigos me dicen que mi papá es muy honrado, demasiado honrado, y que además…
(Al Sonidista) No, no, no… pará, pará ahí…
Quítame esa parte en que la culicagada dice
“demasiado honrado”, eso se puede prestar
58
Candoca:
Periodista:
Carlota:
Periodista:
Juan:
Humberto Jarrín B.
para suspicacias, tiene, no sé, como con un
doble sentido. Córtalo y empátalo con lo que
sigue… Córtalo porque suena muy chimbo…
…mis amigos me dicen que mi papá es muy
honrado… (Salta) …y que además es muy
chévere porque nunca me pega…
Así está mejor. Ahora que entre la partecita en
que la señora pide cacao. (Al público) La gente cree que los periodistas somos dioses, que
todos sus benditos problemas se los podemos
solucionar.
(Al periodista) Usted debería ayudarnos con
una cuñita de las arepas… Mire… pruebe…
de maíz tierno y natural, no esas masas prefabricadas que venden…
(Recordando el momento en que probó la arepa
y pidiendo que lo graben) ¡Claro, doña Carlota! ¡No faltaba más! En mora estamos de hacer
unas arepas bailables por su cuadra…. Cuente
con nosotros para su difusión, y por qué no,
con algunos patrocinadores, y con nuestra participación, por supuesto, porque allá estaremos
probando esas riquísimas arepas… (Al Sonidista) Ahora busca la grabación que le hicimos
a Juan Pereira, y finalizamos de una buena vez
esta maricada.
(Sin parar de trabajar imprimiendo sellos) El
Club de los Leones me ha honrado otorgándome su “Gran Cachorro Dorado”. El Club Rotario me ha hecho merecedor de un precioso
llavero con el emblema del club (Lo muestra).
Los Ferrocarriles Nacionales, tal como me lo
prometieron, me nombraron “Viajero Honora-
El hombre honrado
Periodista:
Jefe:
59
ble”. El Alcalde me mandó un saludo en una
entrevista que le hicieron, y según me han dicho, el Procurador también me envió un guiño
por la televisora. Las Damas Azules del Voluntariado me han enviado una copia de la oración
de San Francisco de Asís. Los Boys Scouts
me regalaron el “Colmillo de los Lobatos”. El
Club Deportivo Naranjas Invencibles, al conocer mis amores por este equipo, me ha enviado
un pase de cortesía para los Hinchas de Mérito,
para la localidad de sur…, bien arriba. Y por
supuesto… Esta emisora me ha destacado con
el honor de nombrarme “El Hombre del Mes”.
Y al parecer la revista Rider’s Digest publicaría su historia en la famosa sección “Mi personaje favorito”, para lo cual los gringos ya están haciendo contactos con un poeta local. (Al
Sonidista) Sigamos ahora con otro poquito de
“El Perfil Laboral”, pero, búscame esa partecita donde el Jefe se queja.
Este… sí… quiero aprovechar las ondas hertzianas de esta potente emisora para pedir un
pequeño favor: aquellos que quieran saludar a
Juan Pereira, y aunque todos sabemos que se
ha vuelto un personaje célebre, que por favor,
¡por favor!, se abstengan (marca la palabra),
se abs-ten-gan de venir en horas de oficina. El
horario de Juan Pereira, es de 6 de la mañana a
8 de la noche… Después de esta hora pueden
hacer lo que quieran... Tocarlo, abrazarlo, pellizcarlo, matarlo (con inquina), pero no aquí
en esta oficina, porque interrumpen y alteran la
jornada normal de trabajo, por favor…
60
Periodista:
Humberto Jarrín B.
(Transcendental) Ese es el precio de la fama…
Y dentro de todas estas manifestaciones de
apoyo y de reconocimiento a Juan Pereira,
debemos informar que un filántropo del comercio local nos escribió para ofrecernos un
televisorcito ¡a color! Pero por supuesto, de
televisión no se come ni se vive. Juan Pereira es un hombre que durante toda su vida ha
pagado arriendo, una miserable casa, qué digo
casa, ni siquiera apartamento, sino un cuarto,
un cuchitril, señores… (Con tono politiquero)
Señor doctor Londoño del Instituto de Crédito
Territorial: ¿Cómo es que todavía no se le ha
adjudicado una casita sin cuota inicial a Juan
Pereira y en cambio (de manera vehemente)
sí a otros, con sólo presentar una carta de recomendación de tal o cual caudillo muerto de
hambre manzanillo? Y que quede muy claro,
que no estamos pidiendo nada regalado, no…
Ni más faltaba, pues Juan Pereira, como hombre honrado que es, como el que más y a toda
prueba, y capaz, va a pagar la casita que le van
a adjudicar… Pero necesitamos es que se la
adjudiquen (golpea con los nudillos la mesa),
pero eso sí, ¡ya! ¡Qué es esa mamadera de gallo, por Dios!
(En tono dramático) Con estas inquietudes nos
despedimos de nuestra audiencia y los esperamos para una nueva emisión de este su programa “Eeeellll Hoooombre del Messs”, un
programa dedicado al rescate de los valores
cívicos, morales y cristianos del hombre na-
El hombre honrado
61
cional, por su estación favorita, Radio Lunita.
(Suena fanfarria) Que Dios y la Virgen patrona de esta ciudad estén con ustedes.
(Al Sonidista) ¡Bueno, siquiera terminamos
toda esta mierda que me sabe a cacho!
Escena V
LA FAMILIA
Casa de Juan Pereira. La mujer y la hija trabajan en una
misma mesa. Una haciendo arepas, y la otra en la costura. En
la misma mesa, en el colmo de la estrechez, Juan Pereira escucha la radio en un pequeño transistor.
Radio:
(La voz del Periodista sale del aparato) ¿Recuerdan ustedes el sonado caso del paquete de
los millones?
Juan Pereira: (Con ansiedad y orgullo) Sí, sí, sí…
Carlota:
(Lamentándose) Ay, y pensar, Juan Pereira,
que usted tuvo tooodo ese dinero en las manos.
Radio:
Bien, pues fíjense en esta perla: varios son los
empleados de la Contraloría, y algunos de la
Procuraduría, y otros más de la Fiscalía, y hasta una caterva de la Curaduría, en fin, vivarachos que no faltan de las oficinas del Gobierno, que han sido removidos de sus cargos al
comprobárseles…
Juan Pereira: (Completando la frase del Periodista) …Negligencia, ¡eso!, que por negligentes los castiguen.
Radio:
…gencia en los trámites para oficializar esos
dineros, que miles de personas han pretendido
reclamar como suyos sin que hayan podido demostrar su propiedad a lo largo de este año…
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Humberto Jarrín B.
Carlota:
(Con un quedo suspiro) Un año ya…
Juan Pereira: (Como todo un paladín de la justicia) ¿Y seguramente funcionarios de alto rango también
estarán comprometidos!
Radio:
Como usted lo está pensando, querido radioescucha, en efecto, algunos funcionarios de alto
rango también se han visto involucrados, pues
parece que estaban falsificando documentos,
así como lo oyen, y aceptando falsos testigos
para favorecer la propiedad del bendito di-neri-to sobre algunas personas en particular…
Testaferros, que llaman.
Juan Pereira: ¡Deshonestos!
Radio:
Como nuestra vasta audiencia recordará, todo
ese dinero fue encontrado en el tren hace
más de un año por un ciudadano llamado…
llamado…
Carlota:
(Con amargura) Si ve, Juan… Ya ni se acuerdan…
Juan Pereira: (Haciendo fuerza y procurando ayudarle al
Periodista) Juan Pereira… Ay, Carlota, no sea
cizañosa, no ve que las ondas de radio siempre
tardan un poco en llegar…
Radio:
Ah, sí, muchas gracias… Juan Pereira se llamaba el tipo. Lo cierto es que la suerte del bendito paquete millonario continúa rodando de
oficina en oficina, de escritorio en escritorio,
de funcionario en funcionario, y nada extraño
sería que el día de mañana nos digan que el
“tesorito” se perdió, o lo que no es tampoco
de extrañar: que nunca existió el pa-que-te…
Porque cosas se han visto, señores, ya que esas
oficinas son como hoyos negros en las que
El hombre honrado
Carlota:
Radio:
Juan Pereira:
Carlota:
Hermeregildo:
Carlota:
Hermeregildo:
Carlota:
Candoca:
Hermeregildo:
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todo desaparece, todo se lo tragan…
(Empezando a reclamarle) ¿Se da cuenta,
Juan? Un año…. ¡Un año!, y no aparece el
verdadero dueño, ni aparecerá… Y menos la
recompensa que tanto le prometieron.
Lo cierto es que ninguna persona deshonesta
y mal intencionada, mientras existan estos micrófonos fiscalizadores, podrá alzarse con el
famoso y controvertido pa-que-te.
¡Cierto! A los deshonestos hay que tenerlos a
raya. Es que lo que uno no consigue con su
trabajo honrado es mal habido, y trae mala
suerte.
(Irónica) ¡Qué mal habido ni que ocho cuartos! Mal habida esta suerte de perros que tenemos… (Tocan a la puerta) ¿Quién es?
(Tosiendo. Voz en off) ¡El dueño!
¿El dueño de qué?
(Voz en off. Molesto) ¡Pues el dueño de la casa!,
¡quién más va a ser! (Con mala leche) No será
el dueño del paquete millonario, ¿no?
(Exaltada. En voz muy baja) ¡Miércoles, lo
que faltaba! (Pellizca a Juan Pereira para que
busque escondite. A Candoca) Y usted, vaya a
abrir, pero espere a que su papá no se le vea el
rabo…
(Abriendo la puerta) Don Hermeregildo,
¿cómo está?
(Entra. Con lujuria) Ojalá estuviera como usted… (La mira de arriba abajo y trata de tocarla) Qué niña, cada vez más bella, tan bella
que está esta niña…
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Candoca:
Hermeregildo:
Carlota:
Hermeregildo:
Carlota:
Hermeregildo:
Carlota:
Hermeregildo:
Carlota:
Hermeregildo:
Carlota:
Hermeregildo:
Humberto Jarrín B.
(Esquivando la acometida del viejo) Siga, don
Hermeregildo, está en su casa…
(Frustrado en su intento de tocarla) Ya sé que
estoy en mi casa, qué se cree usted que es, jovencita, para recordármelo.
¡Qué milagro lo trae por aquí, don
Hermeregildo!
(Seco) El milagro… o mejor, el suplicio de
cada mes.
¿Cómo así?
¿Cómo que cómo así? No se me haga la
pendeja… ¿o qué cree que me trae por esta pocilga? (Vuelve a mirar a Candoca con los ojos
inyectados de viejo verde) ¿Dónde está el tal
Juan Pereira? (Con profunda sorna) ¡El ilustre! (Seco) Vengo por el arriendo.
Cómo le parece don Hermeregildo que Juan no
está.
Ah, no está. ¿Y se puede saber dónde anda ese
vago?
Vago nooo… Lo que pasa es que está trabajando jornada continua y horas extras, precisamente para poder pagarle…
(Mirando por los rincones de la casa, buscando a Juan Pereira) ¡Por pendejo! Con toda esa
millonada que tuvo en las manos… Otro más
honrado saca de allí al menos para pagar sus
deudas… me debe ya ocho meses de arriendo.
Pero cómo, don Hermeregildo… ¿Todo ese
tiempo?
Sí, todo ese tiempo, ¡cómo le parece!, ¿no le
parece un descaro? Todo ese tiempo, y además, con intereses.
El hombre honrado
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Carlota:
¡Pero cómo así! ¿Y eso por qué?
Hermeregildo: ¿Cómo que por qué? Porque sí. Así de simple,
porque sí. Porque es como si le hubiera prestado toda esa plata al mala paga de su marido.
Carlota:
(Mascullando) Usurero…
Hermeregildo: (Encarándola) ¿Decía?
Carlota:
Pero… pero… Es que todavía no es fin de mes.
Hermeregildo: Déjese de pendejadas, doña Carlota, ¿sí? Venirse a fijar en pequeños detalles técnicos, después de que han pasado tantos fines de mes.
Candoca:
(Tierna) Sea considerado, don Hermeregildo.
Hermeregildo: (Lascivo) ¡Tan cuquita que está esta nena! Yo
le he dicho que vaya a mi casa (Trata de tocarla de nuevo. Candoca, con asco, temblorosa le
hace el quite). Yo tengo por ahí unos calzoncillos por coser…
Carlota:
(Molesta) ¡Pórtese serio con la niña, por favor, don Hermeregildo! Usted es un señor de
edad… Si tiene algo que coser, tráigalo, y aquí
con mucho gusto (enérgica) le metemos aguja…
Hermeregildo: No, pues, ahora me resultaron regañonas y melindrosas… Vengo por lana, no a que me trasquilen… O me pagan ya el arriendo de todos
estos meses o les hecho estos trastos viejos a
la calle. (Desordena con rabia algunos objetos
caseros)
Carlota:
(Cautelosa) Mire don Hermeregildo… Sea
comprensivo. Usted antes siempre nos daba
una esperita… Pero no fue sino que Juan encontrara ese bendito paquete… y usted todavía
cree que lo tenemos aquí, y eso no es cierto…
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Humberto Jarrín B.
Candoca:
(Rogándole) Ay, sí, don Hermeregildo… No
sea malito, espérenos unos diiítas más, ya esperó lo más, qué le cuesta esperar lo menos,
¿ah?
Hermeregildo: (Ablandado por la joven) Bueno… sólo porque usted me lo pide, reinita. (Reincide en su
acoso) Pero no se me porte tan chisquillosa…
(A Carlota, cambiando el tono) Ah, pero eso
sí: dígale a ese vago que desde este mes el
arriendo sube un treinta por ciento.
Carlota:
(Alarmada) Pe… pero cómo así, don Hermeregildo, ¿de nada sirve que seamos sus inquilinos más queridos… y de toda la vida?
Hermeregildo: (Fastidiado) De nada, usted lo ha dicho clarito. Y eso que agradezca, porque el alza según
la ley es de treinta y uno por ciento… (Última
mirada morbosa a Candoca) Eso le pasa a uno
por andar de filántropo. (Al público) Esta gentuza nunca cambia, ¿no? Lo creen a uno una
especie de hermanita de la caridad o quién
sabe qué, ¡vea, pues!
Don Hermeregildo se va. Juan Pereira sale de
su escondite con el radio pegado a la oreja,
atento sólo al aparato.
Carlota:
(Asediándolo) ¿Si ve, si ve? Así cómo ese viejo muchos arman sus paquetes y siempre encuentran “Juanes Honrados” que los devuelven. Mire no más cómo está la niña, dañándose
los ojos y chuzándose a cada rato, trabajando
como burra… Y además, el acoso de ese viejo
verde, ¡guácala!
El hombre honrado
Candoca:
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Sí, y mi mamá soplando y soplando todo el
día ese fogón, llenándose de ceniza los pulmones…
Carlota:
(Persiguiendo a Juan Pereira por todo el
cuarto) Y mire Juan, ¿no ha pensado en esto?
(Juan Pereira con señas le dice que no fastidie
y se pega más al radio transistor) ¿Quién quita, Juan, que la voluntad de Dios haya sido que
usted se encontrara ese dinero, que usted no
le entendiera el milagro que el Señor le quiso
hacer, y hasta haya pecado entonces por obrar
en contra de sus santos designios?
Candoca:
(Ayudando en el acoso) Cierto, papá, muy
cierto… O si al menos hubiera sacado de todo
ese montón un poquito… ¡¿pero quinientos
mil dólares?!
Carlota y candoca: (Repiten hasta el delirio, hasta el paroxismo) ¡Quinientos mil dólares! ¡Quinientos mil
dólares! ¡Quinientos mil dólares!
Juan Pereira: (Al borde de la locura) ¡SIII… LEEEEN…
CIO! ¡BASTA! ¡SILENCIO! Ya no me aguanto más esta pelotera, esta cantaleta de todos los
días, ¡me largo de esta casa! (Juan Pereira comienza a empacar en una bolsa plástica o en
una maleta vieja sus cosas)
Carlota:
(Revisando lo que se lleva) ¡Ese saco es mío!
(Juan se lo tira) Y esa oración es mía, usted me
la regaló, es la de la paz, la de San Francisco de
Asís. (Juan se la tira)
Carlota:
Eso sí, llévese eso y eso y eso… Y llévese también los colmillos de los boyos couts, a ver si
con ellos come… y el tal Cachorro Dorado…
a ver si se pone más furioso… (Solloza hacién-
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Candoca:
Carlota:
Candoca:
Carlota:
Candoca:
Carlota:
Candoca:
Carlota:
Humberto Jarrín B.
dose la mártir. No encuentra respuesta de su
marido a quien da la espalda, cuando voltea
descubre que ya Juan Pereira se ha ido, procura ir a buscarlo, tropieza con Candoca) ¡Y
usted quítese, no estorbe!
Ve, ¿y por qué la va a agarrar conmigo?
Porque por su culpa su papá se fue, por no saber acomodarse…
¿Yo acaso fui?
¡Sí, claro, cómo no!, yo siempre soy la que
tiene la culpa, ¡qué bonito! ¡Qué ingratitud,
Dios mío!
Pero si yo… nada más…
¡Se calló!, ¡Chito! ¡Se calló!
Pero mamá...
¡Se calló!, ¿no le digo? ¡Carajo! Ay… yo lo
que quiero es morirme… morirme… morirme… (Sale)
Oscuro.
Escena VI
LA PESADILLA
Ambiente onírico, brumoso. Juan Pereira va por una calle
oscura. De pronto, se le aparecen las imágenes de su esposa y
de su hija en un rincón. Un chorro de luz las ilumina. Se ven secas, como unas momias a punto de desbaratarse. Juan Pereira
se arrodilla vehemente ante ellas. Recita.
Juan Pereira: Oh, Dios mío, están podridas.
Mi pasado y mi futuro enfermos…
Pero resistan amadas mías,
días peores hemos tenido
y ahora también venceremos.
Carlota, tú eres fuerte,
Candoca, no desfallezcas.
Yo, Juan Pereira ahora mismo
juro sacarlas de su muerte…
Volveré, resistan por favor…
conseguiré otro trabajo,
uno en tiempo nocturno
no importa que sea duro…
La visión de las mujeres se diluye hasta desaparecer. Juan Pereira trata de seguirlas. Les
dice adiós con las manos.
Juan Pereira corre por unas calles laberínticas. Se detiene ante una gran puerta. Un
hombre de aspecto vampiroide, extrañamente
parecido a don Hermeregildo, le entrega un
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Humberto Jarrín B.
paquete del mismo aspecto que Juan Pereira
encontró en el tren. Juan Pereira, extrañado,
y sin que pueda evitarlo, lo recibe. Queda intranquilo.
Doctor Mortis: ¿Problemas… eh, señor?
¿Líos, deudas y sin bienes?
Qué tal si hacemos un contrato
y con parte de su trabajo
me paga lo que me debe…
Para todo hay solución…
Comencemos por este encargo:
lleve este paquete
a la esquina de la Calle Oscura…
Vamos hombre, que no se apura,
¡rápido!, como si le dieran con un fuete,
¡aprisa!, que es asunto de vida o muerte…
El Doctor Mortis desparece de la vista de Juan
Pereira, pero desde un rincón, camuflado, permanece vigilándolo.
Juan Pereira: (Palpa el paquete) Y si… si esta vez me quedara con… ¿Si esta vez pudiera?...
Voces:
Sí, sí, sí, sí, sí…
Juan Pereira: (Resistiéndose) ¡No!, sería un robo…
Voces:
No, no, no, no, no…
Juan Pereira: ¿No? Entonces sería como recuperar…
Voces:
Sí, sí, sí, sí, sí…
Juan Pereira, sin poder resistirse más, abre el
paquete, de él sale una mano ensangrentada
sosteniendo un billete de un dólar. Presa del
pánico, Juan Pereira arroja la extraña mano
El hombre honrado
77
al suelo, ésta salta temblorosa como un pez
ahogándose. En ese preciso momento aparece
el Doctor Mortis, quien recoge la mano y la
acaricia, como si fuera una mascota herida.
Doctor Mortis: (Con voz medio cavernosa) Veooo… que ha…
abierto mi paquete.
Juan Pereira: ¡No, no, señor! Esa mano lo abrió sola.
Doctor Mortis: ¿Sííí? ¿Acaso quería regalarle ese billete?
Juan Pereira: Este… No sé… a lo mejor… quizá… quién
sabe…
Doctor Mortis: Ya me arruinó el encargo.
Juan Pereira: No entiendo, señor.
Doctor Mortis: El aire de la noche le hace mal. Era la mano
de un tipo que nunca trasnochaba, algo tímido,
que nunca saludaba con esa mano, que nunca
robó nada con ella, era una mano sin estrenar.
Ya ve. Lo ha echado todo a perder… Ahora
tendrá que darme la suya…
Juan Pereira: No, no, Doctor…
Doctor Mortis: ¿Quiere acaso quedar como un deshonesto
en la empresa en donde trabajaba entregando
paquetes? Es más, ¿quiere perder su empleo?
¿Negará que usted, abusivamente, abrió mi paquete?
Juan Pereira: Oh, no, no, Doctor, no haga eso, por favor necesito mi empleo.
Doctor Mortis: Tendrá entonces que entregarme su mano….
Y para que vea que soy bueno con usted, le
pago por ella, ¿qué le parece? No mucho, pero
algo es algo, y así quedamos a mano. (Se ríe
perversamente y le coge la mano derecha para
cortársela)
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Humberto Jarrín B.
Juan Pereira: (Resistiéndose) No, Doctor… La derecha no…
Doctor Mortis: (Al público) Todos dicen lo mismo (Remedando ridículamente) No, la derecha no…
Juan Pereira: Sí, es que…
Juan Pereira aprovecha que el Doctor Mortis
lo ha soltado por un momento y echa a correr
perdiéndose en las calles, sin embargo es perseguido por el Doctor Mortis, que parece volar
con su capa de vampiro. Cuando Juan Pereira
cree que ha escapado del monstruo, pero éste,
más adelante, saliendo del escondite lo aborda
de frente. El Doctor Mortis con su capa oscura y densa arropa como una ameba a Juan
Pereira. Ambos forcejean como metidos en un
saco. Al fin, luego de un ridículo baile bajo el
ropaje, ambos quedan al descubierto.
Doctor Mortis: (Retomando la negociación) Como le decía,
debe darme la derecha…
Juan Pereira: No, Doctor, la derecha no, la izquierda, ¿sí?
No sea malito.
Doctor Mortis: La izquierda es problemática, inmanejable,
pero bueno, si no hay de otra. (El Doctor Mortis esta vez es precavido y toma la izquierda
sin soltar la mano derecha de Juan Pereira)
Juan Pereira: ¡Ay, Dios santo!
Doctor Mortis: (Horrorizado) No diga esas cosas… Bueno, ¿y
la sangre?
Juan Pereira: ¿Qué pasa con mi sangre?
Doctor Mortis: Se la compro.
Juan Pereira: ¿Compra también sangre?
Doctor Mortis: Sí, a precio de oro.
El hombre honrado
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Juan Pereira: Pero si mi sangre no es azul.
Doctor Mortis: Roja, azul, no importa, no tengo motivaciones
ideológicas ni políticas.
Juan Pereira: Si usted lo dice.
Doctor Mortis: La de unas mujeres que encontré ya estaba vieja y podrida. Sin vida. En cambio la suya… (A
través de la piel de la mano huele la sangre de
Juan Pereira y la saborea de antemano)
Juan Pereira: (Cuidando de que nadie lo oiga) ¿Y qué más
compra?
Doctor Mortis: Sangre y corazón y ojos, ¡qué tal si me vende
también sus ojos!
Juan Pereira: No… bueno, uno solo… Y hablando de ojos,
¿yo no lo he visto a usted en alguna parte?
Doctor Mortis: Puede ser. ¿Y las orejas?
Juan Pereira: ¿Da buen precio por ellas?
Doctor Mortis: Podemos negociar…
Juan Pereira: (Indeciso) Pero es que yo…
Doctor Mortis: Hágale, que para lo que hay que oír con una
oreja basta… De hecho, de todo lo que tiene de
a dos podría venderme una, ¿no le parece?
Juan Pereira: (Tocándose la entrepierna) Ay, no…
Doctor Mortis: Hummm, deje el melindre, hombre, que cuando uno ya está metido en gastos qué más da
una cosa u otra… ¿Entonces qué? ¿Bajamos?
Bajan a un sótano que parece un centro clandestino de operaciones, un desguazadero de
seres humanos.
Juan Pereira: Está bien negro el panorama, ¿no?… Está tan
oscuro…
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Humberto Jarrín B.
Doctor Mortis: La luz enciende abajo, además yo no la necesito, je, je, je… Ah, señor, déjeme advertirle
que…
Juan Pereira: (Juan Pereira cae de la escalera estrepitosamente) Aaaaahhhh…
Doctor Mortis: …que falta un escalón.
Comienza el desmembramiento de Juan Pereira, en una bandeja van quedando sus miembros y órganos vendidos. Luego el Doctor
Mortis envuelve el dinero del pago en un paquete, Candoca y Carlota, ya lozanas, van a
recogerlo.
Juan Pereira sobre una silla de ruedas, es
un despojo de hombre, sin un brazo, sin una
oreja, sin un ojo, sin una pierna… El Doctor
Mortis hace entrega del paquete –es idéntico
al que Juan Pereira encontró en el tren– de la
transacción comercial del tráfico de órganos a
Carlota. Ésta lo pone sobre el regazo de Juan
Pereira que parece un zombi, mientras lo llevan a casa.
La silla va dejando un ruido lastimero.
Oscuro.
Escena VII
LA OFICINA
Es muy de mañana, no ha salido todavía el sol. En algún
rincón de la oficina. Juan Pereira se levanta sudoroso, la angustia de la pesadilla aún permanece en su rostro. Se pasa la
manos por la cara, como si quisiera alisarla, se mira al espejo
como tratando de desentrañar quién es ese Juan Pereira que ve
reflejado. Se afeita y se acaba de vestir. Camufla su dormitorio,
arregla la oficina y se pone a trabajar. La oficina se ha ido iluminando, lentamente como el paso del tiempo. Ha salido el sol.
Apresurada entra Carlota.
Carlota:
(Casi cariñosa) Buenos, días mijo… Tal como
supuse. Hoy madrugó… porque su buen rato
sí que lo estuve esperando abajo y nada que
lo veía. Y el portero abajo, dale con que nadie podía pasar hasta la hora reglamentaria,
que nadie entraba hasta el horario de oficina…
Si hasta me dijo el muy chistoso que usted ya
no trabajaba aquí, porque no lo había vuelto
ver subir ni bajar… (Cambiando el tono) Pero
mire nada más esa cara que tiene y lo flaco que
anda… (Ya adusta) Mire, Juan… vengo por
algo de plata porque ayer de nuevo nos cayó
don Hermeregildo con su cantaleta de cada
mes. Que si no cancelábamos cualquier cosa
nos echaba… Que si no tiene plata, pues que
venda algunos de sus órganos para pagarle, le
manda a decir, y que ya son dos meses más a
la cuenta vieja. (Juan Pereira revisa a Carlota
84
Humberto Jarrín B.
para comprobar que no es la momia de la pesadilla) ¿Y a usted qué bicho le picó?
Juan Pereira va de un lado para otro de la
oficina solitaria, llevando y trayendo papeles
como si no viera y escuchara a Carlota.
¡Pero póngame atención! Necesito plata para
mercar, ayer vi unos paquetes (Juan Pereira
se estremece) de verduras que estaban en promoción. Ay, ojalá no se hayan acabado… Pero
mijo… ¿Qué le pasa?, póngame atención, que
el asunto es serio… Por la casa las cosas andan
cada vez más de mal a peor. Hasta Candoca,
con todo lo juiciosita como ha sido siempre
esa niña, se ha echado a las petacas desde que
usted, por una bobadita, le dio por irse… (Al
sentirse ignorada Carlota se molesta, lo encara y le grita) ¡Escúcheme Juan Pereira porque
le habla su mujer!, ¡la plata! Hermegildo azarando, Candoca que no quiere trabajar, y yo,
mire no más, con las mismas mechas… (Sollozando) Si no fuera por las arepitas que ayudan
en algo, pero la masa y el queso están recaros,
todo sube… De paso usted, gastando comida,
y dormida, y lavada, y quién sabe qué más en
otro lado… ¿Dónde se está hospedando, Juan?
(Juan Pereira le dice con gestos fuertes de la
mano y de la cara que eso a ella no le importa.
Llorando) Esta vida es dura, la pone a una a
andar rogando… como si no se tratara de su
hija, como si yo no fuera su mujer… (Juan le
tapa la boca con un manojo arrugado de bille-
El hombre honrado
Ernestina:
Fernández:
Ernestina:
Fernández:
Ernestina:
Fernández:
Ernestina:
Fernández:
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tes que ha sacado desesperado de su bolsillo)
¡Ay, mi Diosito, cuándo dispondrás de nosotros para no seguir en este trajín tan cruel…
(Va saliendo)
(Saluda a Carlota que está en la puerta recontando los billetes) Buenos días... (Entra de
lleno a la oficina y se pone a arreglar su escritorio. Juan Pereira busca unos papeles escondido entre una estantería. Ernestina, creyendo
que es Fernández, se aproxima) Fernández,
buenos días… (Detrás de la estantería Juan
Pereira suelta un gruñido seco, Ernestina retrocede, duda de que sea Fernández) ¿Fer…
Fernández? ¿No es usted, Fernández? (Juan
Pereira se asoma, está comiéndose un pedazo
de pan, le ofrece un trozo) ¿No ha llegado Fernández? (Retrocede de espaldas hasta la puerta y mientras llama a Fernández, éste aparece
por detrás asustándola) ¡Aaayyy!
¿Qué le pasó? ¿No preguntaba por mí, pues?
¿O vio a algún diablo?
¡Por qué se aparece así tan de repente, Fernández!
Pero si es usted la que viene caminando como
si tuviera los ojos en la parte de atrás… (Juguetón) ¡Qué!, ¿la asusté mucho?
No…
No, qué va. ¿O el grito era por la emoción de
verme?
No, es que…
(Viendo que Juan Pereira está ahí) Ah… ¿es
por ése? También es que cualquier mico la
asusta.
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Ernestina:
Fernández:
Ernestina:
Fernández:
Ernestina:
Fernández:
Ernestina:
Fernández:
Ernestina:
Humberto Jarrín B.
Deje de hablar…
Ahora verá cómo hay que tratarlos. (Va al lugar donde está Juan Pereira, éste le gruñe fieramente y le infunde miedo; Fernández calma
sus ímpetus) No… este… Venía a saludarlo…
qué tal… qué tal, Juan… Siga, siga no más trabajando, mejor le arreglo el escritorio al Jefe…
Usted si no tiene remedio, ¿no Fernández?
(Mientras arregla el escritorio) No insinúe que
soy un lambón, todo hace parte de una estrategia bien planificada para subir, ¿o acaso cree
que yo me quedaré como ese tonto (señala a
escondidas a Juan Pereira), toda la vida en el
mismo lugar? No, no… (Sube la voz para que
Juan Pereira lo escuche) Yo no me encontraré
paquetes millonarios pero sí hallaré mis mañas para ascender… (Se acomoda en el puesto
como si fuera el Jefe)
Mejor bájese de ahí, Fernández.
Qué va, el Jefe todavía demora, para eso son
los jefes, para entrar más tarde…, mejor dicho,
cuando les dé la gana, como me pasará a mí…
Además, Ernestina, tengo que ir ensayando
para cuando llegue la hora; usted sabe, el Jefe
ya está viejito, en esto lo pensionan o estira la
pata, con lo viejo que está…
¡Fernández!, no hable así del vieji… del Jefe.
(Imitando al Jefe) Señorita Ernestina… Por
favor, páseme la correspondencia de hoy… Y
haga ejercicios de calentamiento que vamos a
redactar unas cartas muy importantes…
(Riéndose) Ay, deje de molestar y bájese…
El hombre honrado
Fernández:
Ernestina:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
Ernestina:
Fernández:
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(Serio) Pórtese bien, Ernestina. Yo sé por qué
se lo digo, porque en poco tiempo voy a estar aquí de verdad… y usted no querrá que la
eche como voy a echar segurito a ese pendejo
que yo no sé qué se ha creído últimamente…
que… (Asustado) huyyy, ahí viene el Jefe…
(Entra el Jefe)
Buenos días, Jefe.
(Impersonal) Bueno días.
Jefecito, buenos días, luce muy saludable el día
de hoy, casualmente les estaba diciendo eso a
mis compañeros… (Solícito) Venga le ayudo
con el abrigo. (Con doble intención y mirando
a Ernestina como cómplice) ¿No se cansó mucho subiendo los siete pisos, Jefecito?
Algo.
Ya va para quince días que no sirve el ascensor… y quién sabe cuándo lo arreglen.
El administrador del edificio se comprometió
conmigo a que este fin de semana lo arreglaban sin falta (Fernández hace mala cara, disgustado por la noticia)
Ojalá.
Sí, porque la subidita por esas escaleras calaveras… todos los días… mata a cualquiera…
hasta un infarto le puede dar a uno.
¡Ay, Dios no lo quiera! (Fernández le pega a
escondidas del Jefe: es como si Ernestina hubiera conjurado una maldición estropeándola
con su deseo)
(Al ver que Pereira está tan absorto en su trabajo) Buenos días, Pereira. ¿Cómo le va con
ese montón de papeles? Procure desocuparse
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Fernández:
Jefe:
Ernestina:
Jefe:
Ernestina:
Jefe:
Ernestina:
Jefe:
Humberto Jarrín B.
antes del medio día porque en la tarde otro paquete le espera. (Juan Pereira se frunce al escuchar de nuevo la palabra “paquete”)
(A Fernández) Y usted, Fernández… Póngase
a trabajar en los sellos finales de los procesos
recientes. Debo firmarlos cuanto antes…
Sí, Jefe, descuide. Yo se los tengo listos de inmediato.
Y usted, Ernestina, revíseme las notificaciones
de ayer, y con los sellos correspondientes, me
las pasa para aprobarlas… Y luego me desempolva los expedientes de hace seis meses
que…
¿Cuáles, Jefe?
¡Cómo que cuáles, Ernestina! Los que le recordé ayer. Me los han pedido y tengo que revisar
algunos… ¿Entendido?
¡Ay!, y en dónde estarán los benditos…
¿Cómo? ¿Se da cuenta de lo que dice, Ernestina? Si no sabe cuáles son y dónde están, ¿cómo
puedo evaluar su trabajo, ah? ¡Eso significa
que ni siquiera los ha empezado a buscar! En
cuanto termine la tarea que tiene va a ese cuarto donde van a parar los expediente viejos, que
allí, en medio de todos esos paquetes (Otro
gruñido molesto de Juan Pereira) amontonados deben estar.
Sí, pero con todo ese desorden que hay en ese
cuarto.
Señorita Ernestina, le recuerdo que ese es su
trabajo… Usted se dará sus mañas para encontrar el paquete correspondiente. (Juan Pereira
gruñe de nuevo)
El hombre honrado
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Todos se ponen a trabajar en sus lugares correspondientes. Ernestina y Fernández cuchichean cosas y se ríen por lo bajo. El Jefe se
pone a leer la prensa. Al rato, Fernández va
para el cuarto de los expedientes, al verlo,
Juan Pereira que está subido en una estantería, salta de ella impidiéndole el paso.
Fernández:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
Fernández:
¿Épale!, cuidado con esos aterrizajes, Superman. (Juan Pereira le pregunta con gestos y de
mala gana “qué necesita”) Ne… necesito revisar varios expedientes viejos para comparar
unos sellos. (Juan Pereira, con señas, le dice
que los trae) ¡Del 36 al 42!
(Al leer algo en el periódico, sacudiéndolo) Ja,
ja, ja, ja, ja…
¿Están buenas las tiras cómicas hoy, Jefecito?
(Juan regresa y le tira los expedientes solicitados)
Je, je, je… no, hombre, es que aquí dicen que
las contrataciones del equipo rival han resultado verdaderos paquetes… (Juan refunfuña y
destroza papeles. Todos lo miran. Juan no se
da por enterado)
¿Cómo así? ¡Ah!, pero es que con esa junta directiva que no sabe ni un comino. Hablando de
pa-que-tes (Juan salta y gruñe enfurecido. Ya
no soporta escuchar esa palabra), ¿se enteró,
Jefecito, de que al doctor del piso 10 le hicieron hace un par de días el… (Se detiene, mira
a Juan, que está engarrotado esperando la terrible palabra. Finalmente Fernández termina
90
Jefe:
Humberto Jarrín B.
la frase moviendo claramente los labios, pero
sin sonido alguno) el pa-que-te chileno?
(Molesto) Fernández, por favor deje los bochinches para después del trabajo. A las cinco
de la tarde necesito tener todo firmado.
Ernestina va a buscar un papel en cercanías
al lugar secreto de Juan Pereira, éste, al verla
que se acerca le clava los ojos para censurarla
y con gestos le pregunta que qué quiere, igual
que lo ha hecho con Fernández.
Ernestina:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
(Temerosa) Unos papeles, Juan… (Juan manoteándole los brazos le dice que no joda, que se
largue. Ernestina le pide por señas a Fernández que le saque los papeles que necesita. Fernández va, pero Juan se lo impide. Forcejean,
el Jefe se da cuenta de la disputa)
¿Qué pasa ahí?
Jefecito, es Pereira que no me deja buscar los
folios 48 y 49 y subsiguientes.
(Casi sin atender el asunto) Juan Pereira, no
interrumpa el trabajo de Fernández. (Pereira
le pasa a Fernández lo que necesita)
Fernández y Ernestina continúan con su trabajo en cadena, cuando terminan le llevan la
tarea hecha al Jefe.
Jefe:
(Revisando el trabajo) ¿Qué es esto? Han
seguido utilizando los mismos sellos. La
semana pasada les dije que éstos ya estaban
caducos… ¿qué pasó con los sellos nuevos,
El hombre honrado
Ernestina:
Jefe:
91
por qué no los utilizan? Esta empresa invierte en recursos modernos, y es como si nada.
¡Aquí vamos a tener que hacer un revolcón de
padre y señor mío!, comenzando por el personal “tan eficiente” que tenemos…
¿Y dónde… están, Jefe?
¡Ineptos!, pues en el paquete (Juan gruñe y
rasga furioso un papel con la boca) de correo que llegó precisamente la semana anterior
cuando les dije que éstos ya no se utilizarían
más… ¡Inútiles!, hemos perdido tiempo como
estúpidos… ¿en qué es que andan últimamente en esta oficina? ¿Es que nadie puede hacer
bien su trabajo? ¡Hasta razón tiene la gente
de quejarse de la burocracia ineficiente! Pero
ahorita mismo me arreglan todo, y pronto, o
nos cogerá la noche en esto tan simple…
Ernestina y Fernández tratan de ir por el paquete que contiene los sellos pero Juan Pereira ya lo ha sacado, arrastrándolo con los pies,
y de una patada y de mala gana, lo tira para
que Fernández lo recoja.
Fernández:
Ernestina:
(A Juan Pereira) Mire, por su culpa estos papeles quedaron mal.
Y éstos también.
Ambos tiran los papeles. Fernández levanta el
paquete pateado por Juan Pereira, lo pone en
la mesa, lo abre y saca los nuevos sellos, al
tiempo que entre los dos murmuran de manera
ininteligible. Fernández va por otros papeles
92
Humberto Jarrín B.
al cuarto prohibido y otra vez Juan Pereira se
le para enfrente, impidiéndole el paso.
Fernández:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
Fernández:
(En voz baja pero amenazante) Mira Pereira,
yo no sé qué mierda te está pasando (Sube la
voz a propósito), pero necesito buscar los originales de los expedientes que me hizo dañar.
(Forcejea con Juan Pereira e intenta pasar a
la fuerza, como no puede, pone la queja) Jefecito, Jefecito, fíjese que…
¿Y ahora qué pasó?, ¡carajo!
Llámele la atención a Pereira que no me deja
entrar por los originales para hacer las copias
con los nuevos sellos.
Pereira, Juan Pereira. ¡Venga de inmediato
para acá! (Juan Pereira se acerca al Jefe. Fernández aprovecha para entrar al fin al cuarto
resguardado por Juan, a ver qué es lo que éste
esconde) Dígame, ¿qué le ocurre a usted, Pereira? ¡Cuál es el jaleo ahí con los demás! Y
no sólo es eso, Pereira, aprovecho para decirle
que en las últimas semanas usted se ha vuelto
muy desordenado…
En verdad eso no se entiende en un trabajador que como usted en más de 30 años ha sido
ejemplo de eficiencia, trato y pulcritud… y
menos esa actitud suya de revoltoso y de cochino… Mire no más cómo tiene su lugar de
trabajo, ¡vuelto un chiquero! ¡Porque en eso es
lo que se ha convertido, en un cerdo, Pereira,
un cerdo!
(Que ha entrado al sitio tan defendido por
Juan Pereira y lo ha descubierto todo) Hua-
El hombre honrado
Ernestina:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
93
gg… (Saca unos trastos, una cobija sucia y
otros cacharros y los tira en medio de la oficina)
¡Huaggg! ¡Fuchi! ¡Ahhggg! ¡Guácala!
¿Qué pasa?
Mire esto, Jefe.
(Levantando con asco la cobija) ¿Y esto qué
es?
Una cobija, Jefe.
No sea estúpido, Fernández, ya sé que es una
cobija… y esto es una bacinilla curtida… y esto
otro unas medias apestosas… y esto más unas
chancletas rotas… ¿Pero qué hacen aquí en una
oficina que más parece una pocilga? ¡Qué es
toda esta porquería! ¡Que alguien me explique,
si es que esto tiene alguna explicación!
Juan Pereira recoge sus cosas y las aprieta
contra su pecho. Parece una fiera herida cuidando sus crías.
Fernández:
Jefe:
No sé, Jefecito, pregúntele a Pereira.
Juan Pereira, ¡explíqueme qué es esto! Estos
aguamaniles con aguas sucias y pelos… estos espejitos, esos trapos sucios… toda esta
porquería. O no… no, mejor no me explique
nada… porque queda despedido, ¡ya! Haga su
pa-que-te y lárguese de inmediato…
La sola palabra “paquete” que ha sido infinitamente repetida hace que al fin Juan Pereira
monte en cólera, y salido de sí intenta ahorcar
al Jefe, el Jefe grita y los otros van a socorrer-
94
Humberto Jarrín B.
lo, a cada uno Juan Pereira los va agarrando por el cuello, zarandea enérgicamente ese
ramo humano, suelta a los sujetos tirándolos
por el suelo, y entonces, enceguecido, comienza a destrozar la oficina, su escritorio primero,
luego el de Fernández…
Ernestina:
Jefe:
Fernández:
Ernestina:
Jefe:
Fernández:
Ernestina:
¡Ayyy! ¡Dios mío!
Contrólese, Juan, ¡se lo ordeno!
Que se controle, ¡Pereira!
Juan, cálmese, por favor. (Juan sube a destrozar el escritorio del Jefe)
(Viendo su escritorio en peligro) No, Juan, no,
mi escritorio no… acuérdese que alguna vez lo
ocupó por toda una tarde…
No vaya a dañar mi futuro escritorio…
Juan, no lo desorganice todo, ¡por el amor de
Dios!
Juan Pereira, se trepa en un asiento y se para
temerariamente en el alféizar de la ventana,
a un paso del vacío; amenaza con tirarse; los
otros al adivinar sus intenciones pretenden impedírselo.
Ernestina:
Jefe:
Fernández:
Jefe:
Ayyy… No, Juan, no se tire, ¡por favor!
¡Son siete pisos, Juan Pereira!
¡No!
Ni siquiera lo intente Juan, es una orden, si lo
hace usted será removido de su cargo, despedido de manera fulminante y sin preaviso… y
sin cesantías… (Juan se lanza al vacío desde
el séptimo piso al pavimento de la calle)
El hombre honrado
Ernestina:
Fernández…
Jefe:
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¡Ayyy!
¡Juan!
¡Pereira!
Los tres se asoman a la ventana y desde allí
ven el cuerpo de Juan Pereira que yace abajo,
descoyuntado. Cada uno con la boca abierta y
los ojos desorbitados vuelve la mirada al público.
Se apagan lentamente las luces.
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de marzo de 2014 en los Talleres Gráficos
de la Universidad Autónoma de Occidente.
Se utilizo la fuente Times New Roman 13 sobre 16.
Cali - Colombia
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