Miedo y piedad - cristinaserna

Anuncio
Miedo y piedad
1 de 2
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Miedo/piedad/elpepiopi/2009...
Versión para imprimir
Imprimir
TRIBUNA: RAFAEL ARGULLOL
Miedo y piedad
El hombre contemporáneo necesita estar anclado en un temor: guerras, catástrofes y
pandemias hacen palidecer a los monstruos medievales. Este afán repercute
negativamente en nuestra capacidad de compasión
RAFAEL ARGULLOL 08/11/2009
Leyendo el libro del helenista Wilhelm Nestle Historia del espíritu griego me he encontrado un pasaje que
parece escrito por un historiador del futuro al considerar nuestra propia época. En este pasaje, alusión al
mundo helénico del siglo VI antes de nuestra era, se hace referencia a una explosión demográfica, a
migraciones masivas, al aumento de comunicación entre países, a un temor sistemático y a "un ambiente
moral caracterizado por la general desaparición de la piedad". Aunque no me entusiasman los paralelismos
históricos, forzados la mayoría de las veces, me ha llamado la atención la insistencia de Nestle en la presencia
del miedo y en la ausencia de la piedad porque, en efecto, creo que ambos fenómenos son simultáneos y se
dan con fuerza también en nuestro tiempo.
En relación al miedo, Nestle opina que los textos procedentes del periodo inmediatamente anterior al Siglo de
Pericles denuncian una atmósfera inquietante de amenazas que no siempre están justificadas por los
acontecimientos que realmente ocurrieron. Esa sociedad que él estudia mediante los escritos de la literatura
épica y de la primera filosofía parece atenazada por signos turbadores pese a que, por lo que sabemos, gozó de
una notable prosperidad y alcanzó una sobresaliente capacidad organizativa, sobre todo en la polis del Asia
Menor. Sin embargo, la riqueza mercantil, el despegue artístico y los prolongados períodos de paz no fueron
suficientes para alejar las señales siniestras que, a juzgar por los testimonios que hemos preservado,
irrumpían en el escenario en forma de malos augurios y oráculos sombríos. Si es cierto lo que han dejado
escrito los poetas, los hombres de ese momento únicamente superaban un temor cuando ya habían abrazado
otro.
Una actitud que, saltados los siglos, resumía muy bien un titular reciente del New York Times: ¿A quién hay
que temer hoy? El periódico neoyorkino se preguntaba si el terrorismo seguía siendo la principal fuente de
nuestro pánico, como lo había sido en los años posteriores al 11 de septiembre de 2001 o si, por el contrario,
habíamos ya identificado otras sólidas pistas por las que avanzar hacia nuestro íntimo temor. La conclusión
del artículo era que, en cierto modo, el hombre contemporáneo necesita estar anclado en un temor, del tipo
que sea, pero no andar a la deriva.
Las oleadas de males augurios y oráculos sombríos de las que se hace eco la poesía griega son recogidos en
nuestros días, puntualmente, por los medios de comunicación, los cuales -como también hacía la antigua
poesía- cuando ya han agotado los inevitables capítulos dedicados a las guerras y las hambrunas, orientan
nuestros ojos y nuestros oídos hacia inesperadas catástrofes que prometen aniquilarnos y cuyos efectos
psicológicos persisten más allá de sus manifestaciones reales. No deja de ser curioso que los principales
pronunciamientos oraculares de nuestros días se presenten, revestidos de un inapelable lenguaje científico, en
los espacios de información sanitaria, cada día más abundantes y cada día más inclinados hacia el
reforzamiento de la intranquilidad de los pobres mortales. Sin dioses y sin sibilas que nos asusten a los
humanos con sus presagios, soportamos, no obstante, la autoridad de los expertos que emplean sus artes -o
malas artes- para confeccionar el catálogo de los inminentes cataclismos. Sólo en la última década los
expertos-videntes han construido a nuestro alrededor, con sus epidemias y pandemias, un bestiario que hace
palidecer a los monstruos medievales: enfermedad de las vacas locas; gripe aviar, o porcina, llamada luego,
bastante absurdamente, nueva. Cuando el monstruo mayor, la serpiente, el terrorismo parece no ser
suficiente para mantener la tensión, surgen en el horizonte estos animales mutantes y terroríficos, cerdos,
vacas, aves; es decir, nuestros alimentos convertidos en veneno masivo. Nadie sabe con exactitud el grado de
veracidad de todas esas noticias. Lo que es seguro es que tras la sombra de una epidemia aparecerá otra, sea
porque alguien está interesado en que así se desarrollen los hechos, sea porque como aquellos hombres del
siglo VI antes de nuestra era, no sabemos, al menos por el momento, vivir sin el morboso estímulo de la
amenaza y, paradójicamente, nos sentimos más seguros cuando podemos preguntar ¿a qué toca temerle hoy?
Es muy posible, por otra parte, que esta obsesión por el temor, convertido en condición para la supervivencia,
08/11/2009 16:30
Miedo y piedad
2 de 2
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Miedo/piedad/elpepiopi/2009...
repercuta negativamente en nuestra capacidad de compasión. El miedo atenaza y acostumbra a disolver la
relación generosa con la existencia a la que está predispuesto el que se siente libre de temor o que se enfrenta
sin falsedades a la propia inseguridad que genera la vida. Es más: el miedo transformado en ciega
cotidianidad, en algo definitivamente asumido e insuperable, puede llegar a borrar la idea misma de piedad,
una suerte de trasto inútil del que no se puede hacer uso alguno en una sociedad milimétrica dibujada para la
producción y la posesión.
Hace poco, un profesor de historia de la medicina me comentó que tenía grandes dificultades para que sus
estudiantes comprendieran el significado del término piedad. Al sospechar que quizá sus oyentes otorgaban a
la palabra una connotación religiosa recurrió a una especie de traducción laica y se refirió a filantropía. Con
el cambio algo ganó, pero no mucho, y el hombre estaba desesperado porque pensaba que sus estudiantes,
precisamente por ser de medicina, tenían que ser los primeros en reconocer el sentido profundo de la piedad.
Era chocante, desde luego, esta ignorancia en buena parte de los futuros médicos, los cuales, muy
probablemente, llegado el momento, no se sentirían demasiado obligados a colgar de la pared de su despacho
el Juramento Hipocrático, juzgado como definitivamente anacrónico en la época de la eficacia y la
funcionalidad.
No es de descartar que esa misma dificultad relatada por el preocupado profesor de historia de la medicina se
pueda extender a todos los ámbitos, a excepción, tal vez, de aquellos que, enfrentados a la pobreza y a la
desigualdad, han convertido la compasión en una pasión. Fuera de estos casos, afortunadamente bien
representados asimismo en nuestra época, no parece que la práctica de la piedad obtenga un sitial relevante
en nuestras escalas de moralidad. El prestigio de que goza entre nosotros la posesión inmediata de las cosas y
el acatamiento del utilitarismo en todos los órdenes deja pocos resquicios para una actividad poco rentable o
cuya rentabilidad se mide a través de esta lentísima acumulación que caracteriza a los procesos espirituales.
No es que estemos dominados por la impiedad, malvados a conciencia, por así decirlo, sino que, para
demasiados, la piedad ha dejado de formar parte del rompecabezas humano. Escuché atentamente, semanas
atrás, al ejecutivo de France Telecom al que se hacía directamente responsable de la epidemia (de nuevo una
epidemia) de suicidios entre trabajadores de la compañía que no habían podido soportar más situaciones de
oprobio e indignidad. Como desconozco el asunto por dentro, me he formado una idea a través de las
informaciones que no me permite juzgar con detalle lo sucedido en la empresa. No obstante, sí puedo emitir
un juicio sobre el alto ejecutivo de acuerdo con sus explicaciones: este hombre, acusado indirectamente de 25
muertes, magnífico especialista en balances y reajustes, brillante con los números, habló tres cuartos de hora
con buenos recursos oratorios sin dedicar un solo segundo a algo parecido a un ejercicio de piedad. Cuando
apagué el televisor pensé que se sentía "un héroe de nuestro tiempo". Acaso con razón.
Pero tampoco es necesario dejarse aplastar por esta percepción. La mezcla de temor y falta de piedad
detectada por Wilhelm Nestle en el siglo VI antes de nuestra era no impidió el advenimiento de una época
espléndida que, pese a muchas penurias, acogió a la democracia, el arte clásico y la filosofía. La tragedia ática
nos lo explica maravillosamente al combatir el temor mediante la catarsis, y al proponer la compasión como
el vínculo más elevado que une a los seres humanos. Sería un consuelo pensar que también en esta actitud
podamos, quizá pronto, encontrar similitudes entre el pasado y nuestro tiempo.
© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
08/11/2009 16:30
Descargar