TRIDUO PASCUAL - Diócesis de Asidonia

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Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez
CELEBREMOS EL
MISTERIO PASCUAL
CARTA PASTORAL CON MOTIVO DEL AÑO DE
LA EUCARISTÍA Y DEL XXV ANIVERSARIO DE
LA CREACIÓN DE LA DIÓCESIS
“Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es
el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida
eclesial...Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día
resucitó de entre los muertos. A estas palabras de la profesión de fe hacen eco las
palabras de la contemplación y la proclamación: Ecce lignum crucis in quo salus
mundi pependit. Venite adoremus. Ésta es la invitación que la Iglesia hace a todos en
la tarde del Viernes Santo. Y hará de nuevo uso del canto durante el tiempo pascual
para proclamar: Surrexit Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in ligno.
Aleluya”. (Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, nnº 3-4).
2
INTRODUCCIÓN
A los muy queridos en el Señor
Sacerdotes y diáconos,
religiosos y religiosas,
y fieles seglares de nuestra Diócesis:
Salud y gracia en Nuestro Señor Jesucristo.
1. Al decidir celebrar el XXV Aniversario de la creación de nuestra Diócesis
Asidonense-Jerezana, nos propusimos sobre todo la renovación de la vida espiritual
de todos los miembros de la misma, reafirmando nuestro deseo de ser fieles al Señor
y de vivir con mayor plenitud la vida de la gracia recibida en el santo bautismo. Con
esta finalidad os dirigí, queridos diocesanos, el pasado 1 de noviembre, la carta
pastoral “La Alegría de Ser Cristiano”, en la que os invitaba a volver a reflexionar
sobre la fe, la esperanza y la caridad como fundamento inmediato de la vida
sobrenatural cristiana y fuente de la alegría evangélica. Ahora, quisiera recordar
cuánto ayuda la Sagrada Liturgia a esa vivencia y crecimiento en las virtudes
cristianas en orden a nuestra santificación. Es por ello que os exhorto a celebrar
dignamente el “fundamento y hontanar” donde se dio la institución de la Eucaristía,
que es el Triduum paschale 1 .
2. Las Bodas de Plata de nuestra diócesis las estamos celebrando en comunión
con la celebración universal del Año de la Eucaristía (octubre 2004 a octubre de
2005), declarado por Juan Pablo II el pasado 17 de octubre mediante la Carta
Apostólica Mane Nobiscum Domine. Varios acontecimientos eclesiales han brindado
la ocasión para que toda la Iglesia se centre más en la “fuente y cumbre de la vida y
de la misión de la Iglesia”. Así, mientras la apertura de este año venía dada por la
celebración del Congreso Eucarístico Internacional en Guadalajara (México), su
clausura tendrá lugar cuando se celebre en el Vaticano del 2 al 29 de octubre del
presente año el Sínodo de Obispos sobre este mismo tema. Pero además, en el centro
de este año eucarístico tendrá lugar la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia del
16 al 21 de agosto y la Eucaristía será el eje vital en torno al cual se reunirán jóvenes
de todas las partes del mundo, acontecimiento en el cual ya está trabajando nuestra
Delegación Diocesana de Juventud para que no falte una nutrida representación de
nuestros jóvenes en el encuentro con el Papa en Alemania. Como podemos ver, son
eventos pastorales encaminados a que mayores y jóvenes, niños y adultos,
encontremos en la participación asidua en la Eucaristía el alimento que robustece la
vida espiritual y nos empuja a la evangelización del mundo.
3. Todos los actos y celebraciones del Año Jubilar Diocesano tienen como único
fin el acrecentamiento de la vida cristiana entre nosotros. Es ocasión propicia para
que, personal y comunitariamente, nos preguntemos: ¿cómo celebra nuestro pueblo el
Año Litúrgico? ¿Qué hay de nuestras Eucaristías dominicales? ¿Cómo se cuida las
1
Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, Roma 2003, nº 5.En adelante la citaremos como EdE.
3
celebraciones del Triduo Pascual? Las celebraciones de la Semana Santa no
pueden quedarse reducidas a las manifestaciones de la religiosidad popular; es
necesario que los fieles redescubran la inagotable riqueza del Misterio Pascual, de
donde dimana la espiritualidad litúrgica que sustenta la vida apostólica. Porque
siendo importantes y respetables las expresiones de la piedad popular, no deben
suplantar o bloquear las celebraciones litúrgicas y, por lo tanto, de la vivencia de
Cristo y de su misterio. Es preciso advertir que allí donde se dieran esas
circunstancias se estaría operando una reducción ruinosa de la misma fe. Todos
debemos, pues, esforzarnos para que en nuestra diócesis crezca la participación de los
fieles en el Triduo Sacro. Creemos que hay que recuperar la actitud profunda de
abrirse al misterio y tenemos el deber de ofrecer al pueblo llano motivaciones
teológicas, espirituales y apostólicas en los diversos niveles catequéticos, homiléticos
y pastorales, para que sea toda una acción conjunta la que ayude a poner en el centro
de nuestras parroquias, comunidades, movimientos y hermandades las celebraciones
del Misterio Pascual, fuente y luz para toda la Iglesia.
4. Son de todos conocidas las muchas carencias que se dan en algunas
parroquias e iglesias de nuestra diócesis en relación con las celebraciones
dominicales y pascuales. En ocasiones, sucede que hay celebraciones litúrgicas que
son una verborrea de palabras que no dejan paso al canto, al silencio y a la
meditación. Hemos hablado tanto de comunidad, que se ha olvidado que está
compuesta por personas que necesitan del encuentro personal con el misterio
eucarístico. Se ha acentuado tanto la fiesta, el banquete, que, en algunos casos, ni se
menciona que se trata del sacrificio de Cristo en la cruz. Nuestras Iglesias, más que
casas de oración, son lugares para el encuentro, charlas y conciertos, siendo el
sagrario el sitio menos visitado y más desconocido para las nuevas generaciones.
Pero frente a estos aspectos empobrecedores, hay que poner también en la balanza los
muchos esfuerzos positivos por llevar adelante el verdadero espíritu de la Liturgia del
Vaticano II en numerosos grupos, comunidades y parroquias de ciudades y pueblos
de la diócesis, en los cuales hemos podido percatarnos de la dignidad con que se
celebran los sacramentos. Sin embargo, aprovechando la llamada de Juan Pablo II en
este Año de la Eucaristía, no vendría mal que en estos momentos en que nuestra
diócesis da gracias a Dios por sus primeros XXV años, hagamos todos una auténtica
revisión a fondo de lo que está pasando con nuestras celebraciones, empezando por
aquella que es el eje de la existencia cristiana: el Misterio Pascual.
I
RENOVACIÓN ESPIRITUAL Y PASTORAL POR MEDIO DE LA
SAGRADA LITURGIA
Naturaleza de la Liturgia cristiana.
5. Sería sumamente lamentable que, después de las claras enseñanzas del
Concilio Vaticano II, que reafirman la naturaleza teológica de la Sagrada Liturgia,
4
alguien siguiera considerando la Liturgia como el conjunto de las disposiciones
de la Iglesia que reglamentan la celebración de las funciones sagradas, algo así como
unas normas de protocolo religioso, dirigidas ante todo al buen orden y a la estética y,
más aún, al esplendor de las ceremonias religiosas. Este concepto tan pobre y
materialista de lo que es la Liturgia lo podemos aún encontrar en quienes, en vez de ir
a la sustancia de lo que es la celebración cultual cristiana, lo que desean es el
barroquismo exterior de las celebraciones, como si la acumulación de vasos sagrados
preciosos, ornamentos, luces, flores, alfombras etc., hiciera más litúrgica una
celebración. Para desprenderse de este concepto y para no caer nunca en él, bien vale
la pena que recordemos qué es la Sagrada Liturgia según la definición del Concilio
Vaticano II:
“Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de
Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realiza la
santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir la Cabeza y
los miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración
litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción
sagrada por excelencia, cuya eficacia no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” 2.
Así pues, del texto conciliar Sacrosanctum Concilium, cabe destacar los
siguientes aspectos: 1º. La Liturgia es obra del Cristo total, Cabeza y Cuerpo.
2º.Tiene como finalidad la santificación de los hombres y el culto al Padre. 3º. La
Liturgia pertenece a todo el pueblo de Dios. 4º. Ella misma es acontecimiento en que
se expresa la Iglesia como sacramento del Verbo encarnado. 5º. A la vez configura y
determina el tiempo de la Iglesia. 6º. Ella es “fuente y cumbre de la vida de la
Iglesia”. 7º. Los aspectos antropológicos aparecen en íntima dependencia con el
misterio del Verbo encarnado y con la Iglesia. Por ello, la Liturgia, según el Vaticano
II, es “la función santificadora y cultual de la Iglesia, esposa y cuerpo sacerdotal del
Verbo encarnado, para continuar en el tiempo la obra de Cristo por medio de los
signos que lo hacen presente hasta su venida”3. En definitiva, diríamos que el culto
cristiano es ahora la participación en la “Pascua” de Cristo, en ese “paso” de la
muerte a la vida o “presencia activa” de lo divino en lo humano. Vehículo hacia la
unidad de Dios y el hombre. Es el cumplimiento y la realización concretas de las
palabras que Jesús pronunció el Domingo de Ramos en el templo de Jerusalén:
“Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). De ahí
que el Triduo Pascual sea el núcleo de toda la celebración litúrgica de la Iglesia.4
Evangelizar y santificar
6. La Liturgia no agota la acción de la Iglesia, que debe ser precedida por la
evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los
fieles5. Además, únicamente siguiendo este camino, la Liturgia se descubrirá como
verdadera “obra de la Trinidad”: en la cruz y resurrección del Hijo se experimenta el
2
Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium nº 7, En adelante lo citaremos como
SC.
3
J. LOPEZ MARTÍN, La Liturgia de la Iglesia, Madrid 1994, p. 39-40.
4
J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia. Una introducción, Madrid 2001, p.55.
5
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA nº 1072. En adelante lo citaremos como CCE.
5
6
amor del Padre por el Espíritu . Cristo es, desde su encarnación, por su vida y
su muerte y resurrección, el verdadero Redentor, Mediador y Sacerdote de la Nueva
Alianza. En cuanto el Verbo se hizo carne en el seno purísimo de la Virgen María,
desde su humanidad elevó al Padre un ofrecimiento: “Aquí estoy para hacer tu
voluntad” (Hb 10, 9). Acepta realizar la obra que el Padre le encomienda, aquella
obra de glorificación de Dios y salvación de los hombres, que lleva adelante a lo
largo de toda su vida y que incluye la pobreza y humildad de su nacimiento, los
oscuros años de trabajo, oración y convivencia familiar en Nazaret, el anuncio del
Reino de Dios y los signos de salvación que lo acompañaron, la llamada de discípulos
en torno a sí y, sobre todo, su misterio pascual. Con obediencia perfecta, con
fidelidad radical, con entrega plena, Cristo realiza la tarea que el Padre le confía, y
podrá decir al final de su vida: “He consumado la obra que me encomendaste” (Jn
17, 4). De esta obra de Cristo nace la Iglesia, “pues del costado de Cristo dormido en
la cruz nació el admirable sacramento de la Iglesia entera”7. Y esta Iglesia es
sacramento de Cristo por cuanto lo hace visiblemente presente, pues quien ve a la
Iglesia, ve a Cristo, del mismo modo como quien ve a Cristo ve al Padre (Jn 14, 9).
7. La obra de la salvación, realizada por Jesucristo, se continúa en la Iglesia y se
realiza en la Liturgia. Pues cuando Jesucristo el Señor, así como había sido enviado
por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles y los llenó del Espíritu Santo, no les
encargó la misión sólo de predicar el evangelio de la salvación, sino de realizar
también la obra de la salvación mediante el sacrificio eucarístico y los sacramentos,
en torno a los cuales gira –recuerda el Concilio– la vida litúrgica. Y por ello, igual
que hay que decir que la tarea litúrgica no agota la obra de la Iglesia, porque está
también la predicación8, cabe igualmente afirmar que la predicación no agota la tarea
de la Iglesia porque ha sido enviada no sólo a predicar sino a bautizar (Mt 28, 19), es
decir tiene como uno de sus fines la acción litúrgica. La Liturgia pertenece al diseño
constitucional de la Iglesia; no es meramente la respuesta humana a la fe divina
recibida por la predicación y que, por ser recibida con entusiasmo, se celebra. La
iniciativa de la celebración litúrgica pertenece al propio Fundador de la Iglesia, que
envía a sus discípulos a predicar y a bautizar, a anunciar el evangelio y a santificar
mediante los signos sacramentales, dando así con ello gloria a Dios, quien se gloría
de que el hombre viva y quiere la santificación de todos los hombres (1 Tim 2, 4)9.
La Iglesia, asociada a la obra por la que Cristo glorifica al Padre y santifica a los
hombres, al recibir de Cristo el Espíritu Santo, queda convertida en instrumento apto
para que por ella Cristo resucitado siga ejerciendo su obra. Y así como Cristo es
concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18), es impulsado al desierto por el
mismo Espíritu (Mt 4, 1), predica y hace milagros por el mismo Espíritu (Lc 4, 14;
Mt 12, 28; Hch 10, 38), reúne discípulos por el propio Espíritu (Hch 1, 2) y se ofrece
como víctima de salvación por el Espíritu eterno (Hb 9, 14), siendo resucitado en el
Espíritu ( 1 Pe 3, 18), así también la Iglesia es capaz de evangelizar y santificar a los
hombres en cuanto que recibe de Cristo el Espíritu que la hace instrumento eficaz de
6
D. BOROBIO, Celebrar para vivir. Liturgia y Sacramentos de la Iglesia, Salamanca 2003, p.4142.
7
SC nº 5.
8
SC nº 9.
9
Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, nº 18. En adelante lo citaremos como GS.
6
la obra salvadora. Y de este modo, la divina Liturgia, lo mismo que la sagrada
predicación de la Palabra, tiene su fuerza, dinamismo y eficacia en la acción del
Espíritu Santo presente en la Iglesia. Sin Espíritu Santo no habría Liturgia; habría
rito, ceremonia, celebración, reunión, pero no Liturgia, es decir, no se ejercería el
sacerdocio de Jesucristo.
8. No puede por ello olvidarse nunca el profundo sentido trinitario de la
Liturgia, como presencia activa del amor salvador del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. La oración litúrgica se dirige de suyo al Padre que nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales en Cristo (Ef 1, 3; 2 Cor 1, 3) y que es el término
natural de toda alabanza y de toda acción de gracias. El hombre, creado y redimido
por Dios, en nombre de la creación entera, alaba al Padre de Nuestro Señor Jesucristo
en la Liturgia y reconoce su absoluta soberanía y su inefable amor al hombre. Esta
glorificación de Dios, que redunda en santificación de los hombres, tiene por
mediador a Cristo, entrado de una vez para siempre en el cielo y perenne intercesor
por nosotros (Hb 7, 25 ), el Sacerdote de la Nueva Alianza, por cuya sangre
recibimos el perdón de los pecados y la vida nueva (Ef 1, 7; Col 1, 14 ). Como
Cabeza de la humanidad, Él preside la alabanza de toda la Iglesia y, como hermano
mayor nuestro, Él nos toma de la mano y nos presenta ante el Padre (Hb 2, 13). Para
Pío XII el año litúrgico “no es una fría e inerte representación de hechos que
pertenecen al pasado o una simple y desnuda evocación de hechos de otros tiempos.
Es, más bien, Cristo mismo, que vive en la Iglesia siempre y que prosigue el camino
de inmensa misericordia iniciado por él en la vida mortal, cuando pasó haciendo el
bien, a fin de poner a los hombres en contacto con sus misterios y hacerles vivir por
ellos; misterios que están perennemente presentes y operantes”10. Esta presencia
eficaz de Cristo en los actos litúrgicos hace de ellos acontecimientos de salvación11. Y
es que Cristo, a través de los actos litúrgicos, sigue dando el don pascual del Espíritu,
el cual reúne a la Iglesia en unidad, una unidad que brota de la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu y que es precisamente a través del don del Espíritu como se
comunica a la comunidad creyente.12 El Espíritu habilita a los hombres para recibir y
acoger la Palabra divina en los corazones y para ser no meros oyentes de la misma
sino cumplidores de ella (Mt 7, 21; Sant 1, 22); ese mismo Espíritu es el que capacita
para orar, ya que nosotros, por nosotros mismos, no sabemos qué pedir, pero el
Espíritu mismo intercede con gemidos inenarrables (Rom 8, 26).
9. De esta fuente trinitaria brota la eficacia de la Liturgia, la cual, como dice el
Concilio, “es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia por el mismo título y en el
mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”13. Por eso la Liturgia es,
junto con la Palabra divina, en tanta medida incluida en la propia Liturgia como
elemento principalísimo, el medio fundamental de santificación. Hay que
convencerse de esto, y los pastores deben esforzarse en convencer a los fieles: el
medio principal de santificación, el más eficaz, no está en los ejercicios privados de
devoción, que sin duda pueden contribuir y mucho a la santificación personal, sino
10
Carta Encíclica Mediator Dei, nº 205.
Cf. J. LOPEZ MARTÍN, El Año Litúrgico, Madrid 1997.
12
Concilio Vaticano II, Decreto Unitattis Redintegratio nº 2. En adelante lo citaremos como UR.
13
SC nº7.
11
7
14
que está en la sagrada Liturgia . A esta convicción contribuirá no poco el que
los fieles sepan, y los pastores lo expongan, que, como señala el Concilio 15, en la
liturgia terrena se gusta de antemano y, de alguna manera, se participa ya de forma
auténtica en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de la Jerusalén
celestial, donde ya ha entrado Cristo y está sentado a la derecha del Padre, seguido
también de su Madre y mejor seguidora, la Virgen María, asunta al cielo en cuerpo y
en alma, y en donde ya están también los espíritus de los justos perfectos (Hb 12, 23),
los bienaventurados, los cuales ofrecen a Dios el incienso de sus oraciones (Ap 8, 34), y que, junto con los ángeles y arcángeles y todos los coros celestiales, por Cristo,
con Él y en Él dan al Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor
y toda gloria eternamente16. La liturgia que celebramos en la tierra, unida con la
liturgia que se celebra en el cielo, dispone los corazones hacia aquella bienaventurada
esperanza (Ti 2, 13) que se consumará con la venida y aparición de Nuestro Señor
Jesucristo cuando, depuesta esta mortalidad, todos nos integremos en la Casa del
Padre, adonde Jesús ha prometido llevarnos (Jn 14, 2-3). La esperanza en esta venida
final de Cristo y en los cielos nuevos y la tierra nueva, que se inaugurarán con ella,
late en toda la celebración del Misterio de Cristo, y la Iglesia muy expresamente la
alienta en el Adviento y la fiesta de Cristo, Rey del Universo.
10. La eficacia santificadora de la Liturgia brota, pues, de su propia naturaleza,
de ser acción de Cristo y de la Iglesia, de la presencia en ella de la virtud del Espíritu
Santo. Pero esta eficacia, de suyo, no quiere decir que se logre sin las debidas
disposiciones por parte de los fieles. Pues, como enseña el Concilio17, esta plena
eficacia se asegura por el acercamiento a la sagrada Liturgia con recta disposición de
ánimo. Ambos aspectos, la llamada santificación objetiva y la subjetiva, son
absolutamente importantes en la consideración de la Liturgia. Como recuerda el
prestigioso autor A.G. Martimort18, las acciones litúrgicas es de la virtud divina y no
de la nuestra de donde reciben su eficacia para unir la piedad de los miembros a la de
la cabeza, haciendo de ella una verdadera acción de toda la comunidad. Pero al
insistir en este aspecto no hay que olvidar que el fiel, beneficiario de esta gracia, debe
prepararse a ella, aportar las disposiciones necesarias y luego corresponder a ella.
Porque la liturgia no es una acción mágica. Y para que el esfuerzo interior o subjetivo
acontezca, la misma Liturgia presta su ayuda: excita, ilumina y desarrolla la fe,
expresa en la oración el amor a Dios y, al reunir a todos los fieles en asamblea
comunitaria, les impulsa a la caridad fraterna, a sentirse hermanos y, además, esta
misma Liturgia continuamente pone ante los ojos de los fieles los estimulantes
ejemplos sobre todo de Jesucristo el Señor, pero también de la Virgen María y de
todos los Santos. Como recordaba Romano Guardini19, la Liturgia se propone de
modo preferente crear la disposición característica y fundamental para la vida
cristiana. Su ideal consiste en conquistar al hombre para situarle en el orden justo y
en la relación esencial con Dios, para que, por medio de la adoración y del culto
14
SC nº 12.
SC nº 8.
16
MISAL ROMANO, Doxología final de la Plegaria Eucarística.
17
SC nº11.
18
Cf. A.G. MARTIMORT, La Oración en la Iglesia, Barcelona 1964.
19
Cf. R. GUARDINI, El espíritu de la Liturgia, Barcelona 1945, p. 181ss.
15
8
tributado a Dios, por la fe y el amor, por la penitencia y el sacrificio, adquiera
su rectitud interior, de suerte que en el momento en que tenga que resolverse a obrar
o se presente el cumplimiento de un deber, obre en conformidad con ese estado de
espíritu, es decir con rectitud y justicia. Concluyamos que el que se acerca a la
Liturgia con la debida disposición abre su alma a un torrente de bienes espirituales y
progresa continuamente en su propia santificación.
La reforma litúrgica a examen
11. El Concilio20 concluye que es absolutamente necesario fomentar en los fieles
una participación consciente, activa y fructuosa en la Liturgia. Por eso el mismo
Concilio, luego de haber señalado la necesaria formación litúrgica de los pastores21
insiste en la necesidad de la formación litúrgica de los fieles y en llevarlos a una
participación activa, interna y externa22.
No puede haber, por tanto, una verdadera renovación espiritual de una
comunidad cristiana, diocesana en nuestro caso, sin una verdadera vivencia de la
Liturgia en la línea señalada por la Iglesia. Eso nos obliga a que nosotros, como tal
diócesis, nos hagamos las preguntas que se hace el Santo Padre Juan Pablo II en su
Carta Apostólica con motivo del XL aniversario de la Sacrosanctum Concilium:
“A distancia de cuarenta años conviene verificar el camino realizado. Ya en
otras ocasiones he sugerido una especie de examen de conciencia a propósito de la
recepción del Concilio Vaticano II (cf. Tertio Millenio adveniente, 36). Este examen
no puede menos que incluir también la vida litúrgico-sacramental: ¿Se vive la
Liturgia como cumbre y fuente de la vida eclesial, según las enseñanzas de la
Sacrosanctum Concilium (Ibid.)? El redescubrimiento del valor de la Palabra de
Dios, que la reforma litúrgica ha realizado ¿ha encontrado un eco positivo en nuestras
celebraciones? ¿Hasta qué punto la Liturgia ha entrado en la vida concreta de los
fieles y marca el ritmo de cada comunidad? ¿Se entiende como camino de santidad,
fuerza interior del dinamismo apostólico y del espíritu misionero eclesial?”23.
Que no os quepa la menor duda: Si la Liturgia fuera vivida con mayor
intensidad, si el empeño en vivirla los pastores y hacerla vivir a los fieles fuera aún
mayor, los frutos de santificación y de renovación espiritual serían más numerosos y
más evidentes. Una Liturgia realizada de forma rutinaria, desmayada, anodina, crea
comunidades sin impulso, tibias e inactivas. En cambio, comunidades que vivan la
Liturgia con empeño y se empapen del espíritu de la Iglesia en ella serán
comunidades dinámicas, activas y fructuosas, apostólicas y misioneras. La Liturgia es
el caldo de cultivo de la santificación personal, del despertar de las vocaciones
religiosas y sacerdotales, de la aparición de verdaderos cristianos, adultos y
apostólicos.
II
20
SC nº 11.
SC nnº 16-18.
22
SC nº19.
23
Carta Apostólica con motivo del XL aniversario de la Constitución Conciliar Sacrosanctum
Concilium, en L’Osservatore Romano, ed. semanal en español, 12.10.2003, nº 50, p. (643)7.
21
9
LA LITURGIA DE LA IGLESIA TIENE COMO BASE LA FIDELIDAD
Y LA COMUNIÓN
Unidad y creatividad.
12. El Concilio Vaticano II quiso adelantarse a posibles problemas cuando
afirmó que nadie, aunque sea sacerdote, puede por iniciativa propia añadir, quitar o
cambiar cosa alguna en la Liturgia24. Y no se limitó a dar una norma, sino que dio las
razones de la misma, cuando dijo que las acciones litúrgicas no son acciones privadas
sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es decir pueblo santo
congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos; pertenecen por ello a todo el
cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican25. Pero ocurre que algunos ven un
antagonismo entre “unidad” y “creatividad” y muestran un gran desconocimiento de
los elementos fundamentales y estructurales de la Liturgia cristiana. Para estos, la
unidad celebrativa no es un don y expresión de comunión eclesial, sino que es más
bien un frío y estéril uniformismo que aleja al pueblo de las acciones litúrgicas. En
cambio, la llamada “creatividad” mediría el grado de entretenimiento de una
celebración, mientras que la forma y la actitud espiritual de la Liturgia pasan a ser la
que comúnmente se lleva en la vida ordinaria, con el objetivo de hacernos “cercanos
al pueblo”26, olvidando el significado de los signos y símbolos cristianos y su valor en
la comunicación de la gracia y de la creación nueva en Jesucristo27.
Sin embargo, la doctrina del Concilio conjuga perfectamente el valor de la
unidad y de la creatividad. En el Catecismo de la Iglesia Católica encontramos
claramente explicado el quién, el cómo, el cuándo, el dónde celebrar la Liturgia de la
Iglesia28. El Código de Derecho Canónico nos recuerda que nadie debe añadir,
suprimir o cambiar nada por propia iniciativa en la celebración de los sacramentos29.
Más recientemente la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, en la Instrucción Redemptionis Sacramentum del 25 de marzo de 2004,
afirma que “no hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes
ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el
santo Sacrificio del altar. Así, no se puede callar ante los abusos, incluso gravísimos,
contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también contra la tradición y
la autoridad de la Iglesia...La misma Iglesia no tiene potestad sobre aquello que ha
sido establecido por Cristo, y que constituye la parte inmutable de la Liturgia...De
hecho, la sagrada Liturgia está estrechamente ligada con los principios doctrinales,
por lo que el uso de textos y ritos que no han sido aprobados lleva a que disminuya o
desaparezca el nexo necesario entre la lex orandi y la lex credendi...También se debe
recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los
ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que
se celebra” (nnº 5.10.39).
24
SC nº 22, 3.
SC nº 26.
26
J. RATZINGER, La fiesta de la fe: Ensayo de Teología Litúrgica, Bilbao 1999, p. 84.
27
J. ALDAZÁBAL, Gestos y símbolos, Barcelona 2003, p. 31.
28
CCE, nº 1135-1206.
29
CIC c. 846, 1.
25
10
13. Bajo los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II se han promulgado
o revisado los libros litúrgicos donde se describen el modo como deben ser
celebrados los ritos sagrados. A ellos debe acomodarse toda celebración litúrgica, sin
que, apelando a una mal llamada creatividad, cada parroquia, comunidad cristiana o
casa religiosa modifique a su gusto la celebración litúrgica en algún aspecto. Los
libros litúrgicos no establecen una férrea uniformidad en todos los casos, sino que
dan cauces para que determinadas partes de los ritos puedan celebrarse de una manera
o de otra, con unas oraciones o con otras, con unas lecturas o con otras, intercalando
moniciones etc, según las circunstancias y los fieles presentes. En estas posibles
variedades, contempladas en los propios libros litúrgicos, es donde cabe la llamada
creatividad, es decir, la capacidad de acomodar la celebración a una comunidad
concreta. De ahí que, más que a cambiar cosas por satisfacer gustos propios, a donde
debe dirigirse la atención de los fieles es a lo que el Santo Padre Juan Pablo II llama
“plena fidelidad”. En la ya citada Carta Apostólica sobre el XL aniversario de la
Constitución sobre la Liturgia se afirma: “La renovación conciliar de la Liturgia tiene
como expresión más evidente la publicación de los libros litúrgicos. Después de un
primer período en el que se llevó a cabo una inserción gradual de los textos
renovados en las celebraciones litúrgicas, es necesario profundizar en las riquezas y
las potencialidades que encierran. Esa profundización debe basarse en un principio de
plena fidelidad a la Sagrada Escritura y a la Tradición, interpretadas de forma
autorizada en especial por el Concilio Vaticano II, cuyas enseñanzas han sido
reafirmadas y desarrolladas por el Magisterio sucesivo. Esa fidelidad obliga en
primer lugar a los que con el oficio episcopal tienen “la tarea de ofrecer a la divina
Majestad el culto cristiano y de regularlo según los mandamientos del Señor y las
leyes de la Iglesia” (Lumen Gentium, 26); en esa tarea debe comprometerse, al
mismo tiempo, toda la comunidad “según la diversidad de órdenes, funciones y
participación actual (Sacrosanctum Concilium, 26).”(nº 7).
Sobriedad, sencillez y claridad.
14. Ninguna norma de la Liturgia posconciliar es caprichosa o ha sido
promulgada sin serias razones. Un profundo trabajo de revisión y reforma de todos
los ritos fue llevado a cabo tras el Concilio, de modo que ahora ya no queda ninguna
norma de la que se pueda decir que permanece por inercia histórica. Cada norma
tiene detrás un razonamiento, siempre teológico, siempre en conexión con la fe,
siempre en adecuación a la naturaleza del sacramento o del rito que se celebra,
habiéndose tenido “la precaución de que las nuevas formas se desarrollen
orgánicamente a partir de las ya existentes”30. Se cumplió lo acordado por el Concilio
de que, para conservar la sana tradición y abrir, con todo, el camino a un progreso
legítimo, debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y
pastoral acerca de cada una de las partes a revisar31. Es verdad que las cosas se
podrían haber organizado quizás en determinados aspectos de otra manera, pero toda
la renovación posconciliar del rito romano no ha hecho sino abundar en el espíritu de
sobriedad, sencillez y claridad que quería el Concilio y que es característico de
30
31
SC nº 23.
Id.,
11
32
nuestro rito romano, el más extendido de todos . En las normas litúrgicas se
expresa el pensamiento y el criterio de la Iglesia, y este pensamiento y criterio no
debe ser alterado por nadie como si estuviera sujeto a la revisión de cada pastor, cada
fiel o cada comunidad. La fidelidad a los ritos establecidos por la Iglesia significa
nuestra comunión con la Iglesia, evita el particularismo y hace de la Liturgia un
ámbito de unidad eclesial. Aunque es posible la coexistencia de varios ritos litúrgicos
en un mismo territorio, el Concilio no dejó de decir y expresar la conveniencia de que
“se eviten las diferencias notables de ritos entre territorios contiguos”33.
Mantengamos, pues, con todo empeño la unidad del rito romano, apartémonos de
introducir variantes caprichosas y abrámonos a ese espíritu de fidelidad al que con
tanta razón nos estimula el Santo Padre. Porque no debería olvidarse que los actos
arbitrarios no benefician a la auténtica renovación, “sino que lesionan el verdadero
derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia,
según su tradición y disciplina”34.
III.
SENTIDO PASTORAL DEL AÑO LITÚRGICO
Es un recorrido pedagógico.
15. Dentro de las instituciones litúrgicas que, para provecho espiritual de los
fieles están establecidas desde hace tantos siglos en la Iglesia, está el llamado Año
Litúrgico, que puede llamarse también Año del Señor por cuanto tiene a Cristo como
centro. Aunque los estudiosos nos dicen que en la Iglesia de los primeros siglos no se
conocía otra estructura organizativa de la celebración del misterio de Cristo a lo largo
del tiempo que el domingo y la solemnidad de la Pascua35, hoy la Iglesia considera la
celebración del Año Litúrgico un deber. He aquí las palabras exactas del Concilio:
“La Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en
días determinados, a través del año, la obra salvífica de su divino
Esposo”36.Menciona a continuación el domingo y la Pascua, pero para añadir que:
“Además, en el círculo del año, desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la
Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la
dichosa esperanza y venida del Señor”37. Seguidamente hace ver cómo en esa
celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo se ha introducido la
memoria de la Virgen María, de los Mártires y de los demás Santos.
Como el propio Concilio dice38, la formación de los fieles es la finalidad del Año
Litúrgico, al que podríamos llamar la escuela en la que la Iglesia, Madre y Maestra,
educa a sus hijos. Pues a partir de la plataforma inicial del domingo y la Pascua, la
Iglesia fue dando forma y ordenando la vivencia y el recuerdo y la celebración de la
32
SC nº 34.
SC nº23.
34
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS
SACRAMENTOS, .Instrucción Redemptionis Sacramentum, Roma 2004, nº 11.
35
J. LÓPEZ MATÍN, El Año..., p. 62.
36
SC nº 102.
37
SC nº 103-104.
38
SC nº 105.
33
12
obra de la salvación cumplida en Cristo, la cual halla su adecuada expresión y
actualización en la Liturgia y en la vida de los creyentes. El Año Litúrgico – se ha
dicho con razón39– es una de las formas, seguramente la más importante, de insertar
la presencia salvadora de Cristo en el tiempo, en la historia de los hombres, haciendo
que el creyente entre de forma progresiva y planificada en contacto con los
acontecimientos salvadores de la vida, la pasión, la muerte y la resurrección del
Señor. De esta forma Cristo, protagonista del Año Litúrgico, reproduce en los
hombres el misterio de la salvación y los incorpora a su eficacia salvífica. Porque,
como subrayó el Concilio40, los misterios de la Redención no son sólo
conmemorados, sino que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo, y así se
abre para los fieles el tesoro de los méritos del Señor y su poder santificador,
llenándose los mismos de la gracia de la salvación. Decía a este propósito san León
Magno: “Todo lo que hizo y enseñó el Hijo de Dios para la reconciliación del mundo,
no lo conocemos sólo por el relato de las acciones pasadas, sino que lo sentimos
también por la virtud de las obras presentes”41. Por ello mandó el Concilio que, en la
revisión del Año Litúrgico, se mantuviese su índole primitiva para que se alimentase
debidamente la piedad de los fieles en la celebración de los misterios de la Redención
cristiana, muy especialmente del misterio pascual. No insistiremos nunca
suficientemente en este importantísimo aspecto: el Año Litúrgico, además de recorrer
y celebrar la vida histórica de Jesús con cada uno de sus acontecimientos, hechos y
palabras, portadores de salvación para el hombre, busca incorporar a los hombres al
misterio de la salvación haciéndoles imitar al Señor hasta que se reproduzca
plenamente y moralmente en ellos la imagen de Cristo (Rom 8, 29), que ya recibieron
sacramentalmente por el bautismo y que se consolida en el creyente mediante los
demás sacramentos. Los misterios de la vida de Cristo que se despliegan ante la
comunidad cristiana y ante cada creyente en el curso del Año Litúrgico y que, como
queda dicho, están de algún modo presentes y operantes en la Liturgia, son el
prototipo y el modelo de cuanto acontece en el nacimiento, desarrollo y perfección
del ser cristiano recibido en el bautismo. Al evocar los misterios de Cristo, el Año
Litúrgico los hace de nuevo presentes y los sitúa de nuevo en el tiempo, no ya en la
carne física de Cristo, ahora glorificado, sino en su cuerpo místico que somos
nosotros. De esta forma el cristiano “completa” en su cuerpo la pasión de Cristo (Col
1, 24) y vive la vida de Cristo en sí mismo (Gal 2, 20). Lo moral y lo sacramental se
unen en el Año Litúrgico en orden a la perfección del cristiano 42 .
A través de la predicación y la plegaria.
16. En esta educación de sus hijos hacia la perfección cristiana que hace la
Iglesia en la Liturgia tiene una parte fundamental la proclamación y aplicación a la
comunidad cristiana de la Palabra de Dios. Ésta es proclamada de manera ordenada y
gradual y su compilación se llama Leccionario. Con razón se ha dicho que esta
proclamación de la Palabra en el Año Cristiano es una lectura selectiva, cristológica y
39
J. LÓPEZ MARTÍN, El Año..., p. 63.
SC nº 102.
41
SAN LEÓN MAGNO, Homilía 12ª sobre la Pasión del Señor, en: Homilías sobre el Año
Litúrgico, Madrid 1969, p. 260-261.
42
F. MARTÍNEZ GARCÍA, Vivir el Año Litúrgico, Barcelona 2002, p. 112.
40
13
espiritual de la Sagrada Escritura y, al mismo tiempo, sintética y
globalizadora de los diferentes aspectos de los misterios de la salvación 43. El eje en
torno al cual se hace la selección es el misterio de Cristo desarrollado en el tiempo,
anunciado por los profetas y escritores del Antiguo Testamento, y cumplido cuando
llegó la plenitud de los tiempos, y cuya noticia nos llega por los santos evangelios. Y
en torno a los acontecimientos del misterio de Cristo se articula la selección de textos
del Antiguo y del Nuevo Testamento. La Iglesia tiene la convicción de que en todo el
Antiguo Testamento se habla de Cristo (Lc 24, 27) y sabe que ha recibido de Jesús la
inteligencia espiritual para comprender las Escrituras (Lc 24, 44-45), sobre todo
porque ha recibido el Espíritu Santo que, en cumplimiento de la promesa de Jesús,
trae a la memoria de los discípulos todo cuanto Cristo ha enseñado (Jn 14, 26). El
Antiguo Testamento es así leído en la Liturgia como el registro de la larga marcha de
la historia de la salvación hacia su meta objetiva que es Cristo, larga marcha en la que
cumplieron su papel los acontecimientos, las profecías y la inestimable reflexión
sapiencial que acompañó la recepción de los hechos sucedidos por providencia
divina. A la proclamación de la Palabra divina se une en la Liturgia su aplicación a la
comunidad cristiana por medio de la homilía, tarea muy principal de los pastores de
la Iglesia, como nos mostraron los Santos Padres. La homilía explica la Palabra,
como ya hizo Jesús (Mt 13, 18-23), la aplica a las necesidades espirituales de la
comunidad presente, comunidad que el pastor conoce (Jn 10, 14), e implica a los
fieles en el seguimiento de esa Palabra y de su puesta por obra (Mt 7, 21).
17. En la Liturgia se pasa de la Palabra a la plegaria, ya que toda liturgia es
oración, que completa el diálogo de Dios con su pueblo: Dios nos habla por su
Palabra y nosotros le respondemos en la fe de la oración comunitaria. La Iglesia ora
según ha aprendido de Cristo, que enseñó a orar a sus discípulos (Lc 11, 1-4); en el
espíritu y el clima de la oración dominical, a lo largo del Año Litúrgico, esta oración
se traduce en variedad de pensamientos y sentimientos que el misterio concreto que
se celebra despierta en el corazón de la Iglesia y que los fieles hacen suyos por su
atención fervorosa y su participación consciente. El Misal Romano está lleno de
espléndidas oraciones, con las que en cada tiempo la comunidad pide lo que tiene que
pedir y se dirige a Dios de forma unánime y apropiada. De entre todas estas oraciones
la central es, sin duda, la Plegaria eucarística, que durante siglos en el rito romano se
expresaba de una sola manera, con el llamado Canon Romano, pero que ahora, tras la
renovación litúrgica conciliar, ha sido enriquecida con nuevas y magníficas fórmulas.
Escuela de oración, el Año Litúrgico nos va enseñando qué debemos pedir, cómo
debemos hacerlo y con qué sentimientos debemos acompañar nuestras peticiones,
acciones de gracias y alabanzas a Dios, nuestro Padre.
18. Es muy importante que no pensemos que, porque se repite incesantemente el
Año Litúrgico, se trata de un círculo cerrado en sí mismo que da vueltas y vueltas sin
salir del mismo sitio. Como ya se dijo arriba, la celebración del Misterio de Cristo
está transida de la esperanza de la felicidad que nos aguarda en el reino de Dios: la
celebración de cada Año Litúrgico es un hito de la peregrinación de la Iglesia que
43
J. LÓPEZ MARTÍN, El Año...., p.76.
14
camina hacia el encuentro definitivo con Dios. El Año Litúrgico es la
celebración de una Iglesia peregrina.
IV
EL TRIDUO PASCUAL: CENTRO Y CULMEN DEL AÑO LITÚRGICO
Un único Misterio: muerte, sepultura y resurrección del Señor.
19. La Iglesia enseña que el Triduo Pascual es el punto culminante del Año
Litúrgico y que la preeminencia que tiene en la semana el domingo la tiene en el Año
Litúrgico la solemnidad de la Pascua44. Esto no podía ser de otro modo, pues si el
Año Litúrgico conmemora y celebra los acontecimientos de la vida de Jesús, es
lógico entonces que, así como ésta se dirigía desde el principio hacia el Misterio
Pascual, así también ahora su recuerdo y celebración tenga su punto culminante en
este mismo Misterio. Toda la vida terrena de Jesús fue un camino hacia la Pascua; del
mismo modo ahora todo el Año Cristiano tiene en la Pascua su meta.
Cuando Pío XII el 30 de noviembre de 1955 instauraba un nuevo Orden para la
Semana Santa, la renovación litúrgica estaba dando un firme paso adelante, que luego
el Concilio Vaticano II reafirmaría y ampliaría. Y es que la celebración de la Muerte
y Resurrección de Cristo está en el origen de todo el desarrollo posterior del Año
Litúrgico. Como señala el ya citado A.G. Martimort45, los cristianos de los tres
primeros siglos, apoyándose en el texto paulino de 1 Corintios 5, 7 (“Nuestra Pascua,
Cristo, ya ha sido inmolada”), llamaban pascha a la conmemoración anual de la
pasión y muerte de Cristo. Es a partir del siglo IV cuando la palabra pascha engloba
también la que ahora llamamos vigilia pascual. No podemos aquí hacer una historia
del desarrollo del Año Litúrgico a través de los tiempos, pero nos basta saber que ya
los grandes Santos Padres de los s. IV-V son testigos de la principalidad del triduo
sacro. Recordemos p. e. a san Ambrosio cuando decía que “es preciso que
observemos no sólo el día de la pasión sino también el de la resurrección. En esto
consiste el triduo sacro, en el que Cristo padece, reposa en el sepulcro y resucita”46 e
igualmente a san Agustín, cuando llama a estos tres días “el sagrado triduo de Cristo
crucificado, muerto y resucitado”47. Pueden repasarse las admirables homilías de san
León Magno sobre la muerte y la resurrección de Cristo para ver que, al celebrarlas la
comunidad cristiana, estaba persuadida de estar celebrando su misterio principal:
“Continuamente debemos venerar en nuestros corazones, con todo el honor que sea
posible, este misterio de la misericordia divina, el más grande y el más poderoso; sin
embargo ahora, con un sentimiento más vivo del alma y una mirada más pura del
espíritu, pues no sólo el ciclo del año litúrgico, sino también la lectura del texto
evangélico, nos presenta toda la obra de nuestra salvación”48.
La Cuaresma, un camino hacia la Pascua.
44
Normas Litúrgicas Universales sobre el Año Litúrgico, Tit. II, nº 18.
A. G. MARTIMORT, La Iglesia..., p. 740-741.
46
SAN AMBROSIO, Ep. 23,12-13; PL 16,1030.
47
SAN AGUSTÍN, Ep. 54,14; PL 38, 215.
48
SAN LEÓN MAGNO, Homilía 5ª sobre la Pasión del Señor, en: Homilías..., p 229.
45
15
20. La principalidad del Triduo Pascual en el desarrollo del Año Litúrgico queda
de manifiesto cuando se ve el largo período de preparación al mismo que la Iglesia le
antepone: la santa Cuaresma. Todo este tiempo de oración y penitencia, de escucha
atenta de la palabra de Dios y de empeño en las obras de piedad y misericordia, tiene
como fin preparar adecuadamente al pueblo creyente para que celebre con plenitud de
fervor el Triduo Pascual: “El tiempo de Cuaresma está ordenado a la preparación de
la celebración de la Pascua: la liturgia cuaresmal prepara para la celebración del
misterio pascual tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los diversos grados
de la iniciación cristiana, como a los fieles que recuerdan el bautismo y hacen
penitencia”49. La Cuaresma es una ascensión comunitaria hacia el Misterio Pascual,
inspirada sin duda en aquella ascensión desde Galilea a Jerusalén que hicieron Jesús y
sus discípulos y de la que el evangelio nos deja constancia, y que era una ascensión
hacia la muerte y resurrección de Cristo: “Subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a
los doce discípulos y les dijo por el camino: He aquí que subimos a Jerusalén, y el
Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que
lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que lo escarnezcan, azoten
y crucifiquen, pero al tercer día resucitará (Mt 20, 18-19)”50. Ascender no tuvo,
obviamente, un mero sentido geográfico sino un sentido místico, pues Jesús subía
hacia la meta de su vida, hacia su sacrificio redentor, con el que saldaría la deuda de
Adán y que le abriría las puertas de la gloria (Lc 24, 26). En la Cuaresma recorre la
Iglesia de nuevo este camino místico y se acerca, preparándose mediante la escucha
de la Palabra, la oración y la penitencia, al misterio de Cristo redentor. La Pascua es
la meta, la Cuaresma es el camino, un camino que subraya la principalidad del
Misterio Pascual. Así lo recuerda el Ceremonial de Obispos: “La observancia anual
de la Cuaresma es un tiempo favorable por el cual se asciende al monte santo de la
Pascua”51.
V
CELEBREMOS LA PASCUA DEL SEÑOR CON LA PERFECCIÓN QUE
CONVIENE52
El Triduo por dentro.
21. El Triduo Pascual comienza en la tarde del Jueves Santo y se extiende hasta
las vísperas del Domingo de Resurrección. La mañana del Jueves Santo no pertenece
al Triduo Pascual y está de suyo destinada a la Misa Crismal como última
celebración de la Cuaresma que, por razones pastorales, puede adelantarse al martes o
miércoles anterior. En nuestra diócesis tenemos la costumbre de celebrarla la mañana
del martes. En este Año de la Eucaristía el Señor nos invita a una mayor
profundización en su significado y a saber vivenciar intensamente el misterio de
vinculación a Cristo por el ministerio del obispo y de los sacerdotes, la iniciación al
camino de la fe expresada en el crisma y en el óleo de los catecúmenos, la lucha
49
Normas Litúrgicas Universales sobre el Año Litúrgico. Tit. II, nº 18.
MISAL ROMANO, Pregón Pascual.
51
Ceremonial de Obispos, nº 249.
52
SAN LEÓN MAGNO, Homilía 4ª sobre la Pasión del Señor, en: Homilía...p. 225.
50
16
contra le enfermedad, el pecado y la muerte expresada en el óleo de los
enfermos. Esta consagración de los óleos es hecha por el Pastor diocesano, con quien
concelebran todos los sacerdotes de la diócesis. De esta manera, se manifiesta la
plenitud sacerdotal del obispo y hay un signo de unión estrecha de los presbíteros con
él, de quien dependen en el ejercicio de su ministerio. En el transcurso de la
celebración, los sacerdotes renuevan los compromisos de servicio a Dios y a los
hermanos, que contrajeron el día en que fueron ordenados de sacerdote. En este XXV
aniversario de la creación de nuestra diócesis de Asidonia-Jerez, ese día hemos de
expresar al máximo nuestro sentido de Iglesia particular, que reunida en torno al
Obispo, se siente interpelada por la misión de evangelización que Nuestro Señor
Jesucristo, “el Ungido”, encargó a sus discípulos. Por ello, sería bueno y conveniente
que los sacerdotes viniesen a la catedral con una amplia representación de sus
parroquias y comunidades para que, de esta manera, la mayor participación de los
fieles favorezca una mejor vivencia de la Iglesia como comunión y misión, cosa que
se hace tan patente en estos días del Triduo Sacro.
La tarde del Jueves Santo es pórtico del Triduo Pascual, y se tiene en ella la
Misa de la Cena del Señor, recordando que esta Cena, celebrada por Jesús con sus
discípulos, fue el verdadero atrio de su pasión salvadora. La Iglesia se fija en la
institución del sacramento de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal y en la
promulgación del Mandamiento nuevo, y prolonga ante el monumento o reserva de la
Eucaristía la adoración prestada en la celebración eucarística.
El Viernes Santo está dedicado a la meditación y celebración de la Muerte
redentora de Cristo. Después del mediodía y cerca de las tres de la tarde, se tiene la
celebración de la Pasión del Señor con su peculiar liturgia que recordaremos.
El Sábado Santo está dedicado a la meditación de la sepultura del Señor; la
Iglesia se limita a la Liturgia de las Horas, no celebrándose la eucaristía ni los otros
sacramentos, salvo la Penitencia y la Unción de enfermos. Es un día de meditación y
silencio.
El Domingo de Resurrección, en el que la Iglesia conmemora y celebra este
misterio, tiene una doble celebración: La Vigilia Pascual, que no puede empezar
hasta no haber anochecido el sábado santo, y que desemboca en la eucaristía, y la
Misa del día con toda solemnidad. El Triduo Pascual se completa con las Vísperas
solemnes del Domingo.
Jueves Santo: un preámbulo magnífico.
22. ¿Qué quiere conmemorar y celebrar la Iglesia en la tarde del Jueves Santo?
La respuesta la tenemos en el Ceremonial de Obispos, que dice con toda claridad:
“Con la Misa que tiene lugar en las horas vespertinas del jueves de la Semana Santa,
la Iglesia comienza el Triduo Pascual y evoca aquella última Cena, en la cual el
Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, habiendo amado hasta el extremo
a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre
bajo las especies del pan y el vino y los entregó a los Apóstoles para que los
sumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también los
ofreciesen”53.
53
Ceremonial de los Obispos, nº 297.
17
Antes del siglo V no se encuentra vestigio de este día, que era el último
de la Cuaresma. Aunque no en todas partes, el recuerdo de la Cena se celebró, hasta
bien entrado el siglo VIII, en miércoles. Pero consta que, en tiempo de San Agustín,
se comenzó una costumbre de celebrar la Misa vespertina después de la cena del
jueves, para realizar más exactamente lo que hizo el Señor. Por la mañana temprano,
se tenía la misa de reconciliación de los penitentes, donde al final el obispo daba una
especie de bula que levantaba a todos los pecadores arrepentidos las censuras y penas
que sus pecados les habían ganado. Más tarde aparecería la Misa crismal, aunque
primitivamente se consagraba el mismo Sábado Santo. Independientemente de la
complejidad de la evolución de los ritos del Jueves Santo, lo que en definitiva
extraemos de la historia de la liturgia es la idea profunda de unidad que caracteriza a
este día. Todos los sacramentos se derivan o conducen a la Eucaristía, recordada
especialmente en la tarde del jueves, pórtico del Triduo Pascual54.
23. Son, pues, tres los puntos de atención de la Iglesia en esta celebración de la
misa vespertina del jueves:
1º. La Eucaristía, por su íntima relación con el acontecimiento del Calvario, es
“sacrificio en sentido propio” y no sólo en sentido genérico, como si se tratara del
mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento espiritual. Pero también la
Eucaristía es verdadero banquete, en la cual Cristo se ofrece como alimento. No se
trata de un alimento metafórico: “mi carne es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida”(Jn 6,55). Esta doble dimensión debe ser rectamente meditada y
explicada a los fieles para una mayor participación en este gran Sacramento55.
2º. La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en
continuidad con la acción de los apóstoles, obedientes al mandato del Señor. La
institución de la Eucaristía, reclama la institución del Orden sacerdotal mediante el
cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia
hasta el fin de los tiempos56.
3º. Lo que el Evangelio ha proclamado sobre el servicio (cf. Jn 13,1-15) se
realiza de forma plástica en el lavatorio de pies. Es, pues, este gesto una catequesis
sobre la Eucaristía. Una palabra de acción. El mandamiento nuevo de la caridad
fraterna lo ilustra Jesús con este rito. Por eso, en este Año de la Eucaristía nos
recuerda Juan Pablo II que: “no podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en
particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos
discípulos de Cristo. En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras
celebraciones eucarísticas”57.
Estos tres puntos deben ser explicados en la homilía y cada uno de ellos debe ser
motivo para una serena y fervorosa meditación a los fieles, que son llamados a pasar
un rato de oración personal ante la reserva del Sacramento que se hace después de la
misa.
54
A.G. MARTIMORT, La Iglesia…, p. 763.
EdE nº 13.16.
56
EdE nº 27; CCE nº 1536.
57
Carta Apostólica, Mane Nobiscum Domine, Roma 2004, nº 28. En adelante la citaremos como
MND.
55
18
24. La Iglesia invita a que ésta sea una celebración verdaderamente
comunitaria: en cada iglesia debe haber una sola misa y a ella deben concurrir todos,
concelebrando los varios sacerdotes de la comunidad, si les es posible. La celebración
de una segunda misa en cualquier iglesia requiere un permiso especial del Obispo y,
por tanto, no puede decidirla ningún sacerdote por su propio criterio. Ese día no se
permite la misa sin pueblo.
La misa vespertina del Jueves Santo se celebre en cada iglesia con solemnidad.
Que no falten los cantos comunitarios, la participación activa de los fieles, el número
conveniente de ministros, la homilía adecuada del sacerdote, el sonido de las
campanas mientras se canta el Gloria. Recomiendo vivamente que, dentro de la santa
misa y terminada la homilía, se tenga el acto del lavatorio de los pies: a doce varones
en representación de los doce apóstoles, les lava los pies el sacerdote, que representa
a Jesús; así este gesto del Señor vuelve a predicarle a la comunidad asistente que la
caridad cristiana es humilde y servicial como lo era Jesús, el cual nos dio ejemplo
para que nosotros hiciésemos lo mismo (Jn 13, 15). Me importa mucho que se
cumplan normas muy sabias de la Iglesia: si hay sagrario en el presbiterio, éste estará
vacío. De ningún modo se dará la comunión con formas consagradas en alguna misa
anterior, sino con formas consagradas en esa misma misa del Jueves Santo y
conságrense formas suficientes para que, al día siguiente, Viernes Santo, en la
celebración de la Pasión del Señor, sea con estas formas consagradas en la misa del
Jueves y no con otras consagradas en otras misas como se dé la sagrada comunión.
Para la reserva del Santísimo Sacramento insisto en que se cumplan las normas
de la Iglesia. Que se prepare una capilla convenientemente adornada, pero este
adorno ajústese a esta indicación: “no perder de vista la sobriedad y la austeridad que
corresponden a la Liturgia de estos días”58. Por tanto, no puede aprobarse que el
monumento se ponga en el presbiterio. Si no hay una capilla, póngase en un lado de
la iglesia. La procesión organícese llevando la cruz, los cirios y el incienso y
cantándose cánticos eucarísticos. Para que el monumento nunca esté solo, sería
conveniente que se organizara un turno de fieles. La Iglesia recomienda la lectura de
los capítulos 13-17 del evangelio de San Juan. Y pasada la medianoche, el criterio es
que la reserva se tenga sin solemnidad.
Terminada la misa, el altar donde se ha celebrado la eucaristía será despojado de
sus manteles, y las cruces de la iglesia a ser posible se cubrirán con un velo. Ante las
imágenes de los santos no se enciendan este día lámparas o velas. Toda la atención se
dirija al Santísimo Sacramento.
No deje de llevarse la sagrada comunión a los enfermos. Si fuesen muchos y el
párroco no pudiera llevársela a todos, está previsto que puedan llevarla ministros
extraordinarios. En cualquier caso, no deje de procurarse a los enfermos la comunión.
Viernes Santo: pasión y muerte del Señor.
25. De la “hora” de Jesús (Jueves Santo) pasamos a la hora de las tinieblas
(Viernes Santo). La muerte es el acto definitivo del hombre. La muerte de Cristo,
Hijo de Dios, es la muerte victoriosa, la que vence la misma muerte en su propio
58
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS
SACRAMENTOS, Carta circular sobre , Preparación y celebración de las fiestas pascuales, Roma
16 de enero de 1988, nº 49.
19
terreno. El misterio del Viernes Santo, celebrado en las perspectiva de la fe de
la Iglesia, se resume en estas palabras rituales que invitan a adorar la cruz: “Mirad el
árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Por eso mismo, este
día no es de luto, sino de contemplación fervorosa del misterio del sacrificio del
Redentor. Cristo nos redime con la sangre de su cruz (Col 1, 20) y la Iglesia se siente
redimida con esa preciosa sangre que él derramó. Sus dolores y su muerte son para
nosotros causa de salvación.
26. En la celebración de la Pasión del Señor no se incluye la misa, sino que se
celebra según un antiquísimo rito de Liturgia de la Palabra, a la que se ha añadido la
adoración de la cruz y la sagrada comunión. Toda la celebración tiene un ritmo
progresivo, lleno de unción religiosa y espiritualidad. Es muy importante prepararla
bien para que surta en todos los participantes su efecto santificador, es decir, de unión
con Dios. La Iglesia insiste en sus normas en que, como estamos ante una celebración
que llega a nosotros por una tradición antiquísima, este rito “ha de ser conservado con
toda fidelidad sin que nadie pueda arrogarse el derecho a introducir cambios”59.
La falta de ministros o su falta de preparación, la ausencia de cánticos, el
descuido en los detalles, y cualquier cosa que pueda quitarle a esta celebración su
seriedad y su majestad son cosa muy lamentable. Respétese su horario: entre el
mediodía y el atardecer, nunca pasadas las 9 de la noche. Respétese su sobriedad y su
dinamismo interno. Cuiden los sacerdotes la homilía, en la que expongan el valor
redentor de la muerte de Cristo, ofrecida al Padre como sacrificio de valor infinito
(Hbr 9, 14), y exhorten a los fieles a tener los mismos sentimientos de adhesión fiel y
religiosa a Cristo que tuvo la Virgen María cuando estuvo al pie de la cruz, desde la
que Cristo nos la dio como Madre (Jn 19, 27). Insistan los sacerdotes en que los fieles
sintonicen con los sentimientos del Corazón de Cristo en su sagrada Pasión,
sentimientos de obediencia y amor al Padre y de caridad inmensa hacia nosotros, y no
dejen de subrayar cómo del costado abierto de Cristo en la cruz salió el misterio de su
Iglesia, según expusieron los Santos Padres (47). Inviten a todos a acogerse a la
misericordia infinita de Dios, “que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros” (Rom 8, 32).
Cuídese que resulte expresiva la postración silenciosa con que comienza, por
parte del sacerdote, la celebración, mientras los fieles están de rodillas. En cuanto a la
lectura de la Pasión del Señor, véase la mejor forma de hacerla de entre las varias
permitidas. La oración universal, tan importante en este día, hágase en un clima de
oración profunda. No tengan prisa en la adoración de la cruz, permitiendo que cada
fiel pueda llegar hasta el Crucifijo y depositar con fervor, según es nuestra costumbre,
un beso en los pies de la sagrada imagen: “Cada uno de los presentes del clero y del
pueblo se acercará a la Cruz para adorarla, dado que la adoración personal de la Cruz
es un elemento muy importante en esta celebración, y únicamente en el caso de una
extraordinaria presencia de fieles se usará el modo de la adoración por todos a la
vez”60. Terminada la celebración despójese el altar, dejando la cruz con cuatro
candeleros, según la norma61.
59
Id., nº 64.
Id., nº 69.
61
Id., nº 71.
60
20
Quiero recordar, por fin, que está permitido llevar la sagrada comunión a
los enfermos, a los que, en caso de necesidad, se puede dar también la unción de
enfermos. Igualmente se puede administrar el sacramento de la penitencia. No es día
apropiado para la administración de los otros sacramentos.
27. Sin duda el Viernes Santo, terminada la celebración de la Pasión del Señor y
sin restarle a ésta su principalidad, es el día más apropiado para las procesiones con
las sagradas imágenes que representan los pasos de la Sagrada Pasión del Señor y de
la Virgen Dolorosa. Donde no haya procesión en este día, se recomiendan aquellos
ejercicios piadosos que se hacen en recuerdo y veneración de la Pasión del Señor,
entre los cuales sobresale el Viacrucis, y aun donde haya procesión es absolutamente
recomendable que se celebre este antiquísimo ejercicio de piedad cristiana.
28. Conociendo la gran riqueza teológica, espiritual y litúrgica que encierra la
Celebración de la Pasión del Señor, exhorto a los pastores a redoblar sus esfuerzos
pastorales para sembrar en los corazones de la grey encomendada las muchas
motivaciones que revelan la importancia y significación de este día. Sabemos que la
mentalidad de “fin de semana” como tiempo de ocio impide a muchos el tomarse en
serio la participación en el Triduo Sacro, quedándose encerrados en el horizonte
lúdico-festivo de la sociedad de consumo, obstáculo para gozar de los sagrados
misterios62. En cambio, otros sectores ponen como excusa para no asistir al Oficio del
Viernes Santo el haber participado o haber presenciado las procesiones de la
madrugada. A estos hay que recordarles que ningún ejercicio de piedad o devoción
puede ser pretexto para la dejar de participar en la Celebración de la Pasión del
Señor. Un signo de que el Año Jubilar diocesano está siendo ocasión para la
renovación interior sería que nuestros diocesanos llenaran masivamente nuestras
parroquias y conventos en estos días santos de la Semana Mayor y participaran
activamente en la Sagrada Liturgia del Triduo Pascual.
Sábado Santo: el silencio ante el sepulcro.
29. Insiste la Iglesia en que “los fieles han de ser instruidos sobre la naturaleza
peculiar del sábado santo”63. Este día no es un día más de la semana santa. Su
peculiaridad consiste en que durante esta jornada la Iglesia “permanece junto al
sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y
esperando, en la oración y el ayuno, la resurrección”64. “Todo está cumplido”. El
silencio envuelve a la Iglesia. En este día, a los cristianos que iban a ser bautizados
por la noche en la Vigilia Pascual se les entregaba en la mañana de este mismo día la
oración máxima de los cristianos: el padrenuestro.
30. La Iglesia sólo tiene en este día la celebración de la Liturgia de las Horas. Ni
celebra la eucaristía ni administra otros sacramentos que no sean el viático, la
penitencia y la unción de enfermos. No puede, pues, en este día celebrarse ni el
62
JUAN PABLO II, Carta Apostólica, Dies Domini, Roma 1998, nº 4. En adelante la citaremos
como DD.
63
Id., nº 76.
64
Id., nº 73.
21
matrimonio ni el bautismo, salvo el de urgencia. Nada impide que pueda
tenerse una Liturgia de la Palabra en torno al misterio del día, como queda señalado,
o que se expongan en las iglesias las imágenes de Cristo crucificado o en el sepulcro
y de la Virgen Dolorosa para que los fieles puedan rezar delante de ellas.
31. Es muy importante recordar aquí lo que dice el Vaticano II acerca de cómo
la Liturgia es, por naturaleza y con creces, muy superior a los ejercicios de piedad65,
por lo cual en la praxis pastoral hay que respetar y dar preeminencia a la Liturgia
sobre las manifestaciones de la piedad popular. Por lo tanto, por lo que respecta al
Sábado Santo, debe observarse la peculiaridad de este “gran silencio de la Iglesia”.
Así pues, “las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día, en el que
durante una época se anticipaba la celebración pascual, se deben reservar para la
noche y el día de Pascua”66. Teniendo todo esto presente, debo reconocer lo acertado
que ha sido el criterio de mi antecesor, el querido y recordado Mons. Rafael Bellido
Caro, de que en este día no se celebrara ninguna procesión, una sabia determinación
acorde con el “sentir litúrgico del día”, que ha redundado en una mayor centralidad
de la celebración de la Vigilia Pascual en nuestra diócesis. Ruego, pues,
encarecidamente a todas las Parroquias, Comunidades de Vida Consagrada,
Sociedades de Vida Apostólica, Asociaciones, Movimientos y Hermandades y
Cofradías, se abstengan este día de realizar cualquier salida procesional.
De “la madre de todas las vigilias” a la solemnidad pascual.
32. Como se concluye por lo que acabo de decir, mi interés como Obispo en que
todos los fieles asistan y participen en la Vigilia Pascual es absoluto. Deseo de
corazón que todos los fieles dediquen en la noche santa de Pascua unas horas a la
celebración de la “gran Vigilia” de la Iglesia, en la que “espera la resurrección del
Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana”67. Es muy
importante que en todas las parroquias así como en las demás iglesias en que vaya a
celebrarse la Vigilia Pascual se prepare todo convenientemente, e insisto en la
necesidad de preparar lectores y acólitos, tarea en la que el propio párroco y el rector
de la iglesia deberá gastar su tiempo con gusto. Invito a todos los miembros de las
distintas asociaciones y comunidades existentes en cada parroquia, a todos los
cofrades de las hermandades, a las comunidades religiosas de vida activa, a que
asistan y participen en la Vigilia Pascual de su respectiva parroquia.
33. Transcribo aquí dos normas muy sabias de la Iglesia, de las que todos, con
sólo leerlas, pueden sacar las evidentes consecuencias:
“Es de desear que, según las circunstancias, se plantee la posibilidad de reunir
en una misma iglesia diversas comunidades, cuando por razón de la cercanía de las
iglesias o del reducido número de participantes, no es posible asegurar para cada una
separadamente una celebración plena y festiva.
65
SC nº 7.
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Directorio sobre la piedad popular y la
liturgia. Principios y orientaciones Roma,17/12/2001, nº 146
67
CONGREGACIÓN PARA EL CUTO DIVINO... Preparación..., nº 77.
66
22
Hay que favorecer el hecho de que los grupos particulares tomen parte
en la celebración común de la Vigilia Pascual de suerte que todos los fieles, formando
una única asamblea, puedan experimentar más profundamente el sentido de
pertenencia a la comunidad eclesial”68.
Ya en 1988 la Sagrada Congregación del Culto Divino avisó de algunos abusos
introducidos en la celebración del Triduo Pascual y señaló como el primero que “en
algunos países se ha ido atenuando con el pasar del tiempo el entusiasmo y el fervor
con que se recibió la instauración de la Vigilia Pascual. En algunas partes se ha
llegado a perder la misma noción de vigilia, hasta el punto de haber reducido su
celebración a una mera misa vespertina en cuanto al tiempo y al modo como se suele
celebrar la misa del domingo en la tarde del sábado precedente”69.
Este abuso se da entre nosotros, y quiero que su corrección sea uno de los frutos
de la celebración del año del XXV Aniversario. Y por ello invito a todos los párrocos
y rectores de iglesias a que se atengan al criterio de la Iglesia, según el cual la Vigilia
Pascual se celebra de noche: ni puede empezar antes de que haya anochecido ni
puede acabar cuando ya amanecido el domingo70. Concretando más, para evitar
cualquier confusión, establezco que en nuestra diócesis no pueda empezar ninguna
vigilia pascual antes de las nueve y media de la noche. Esta norma no tendrá
excepción alguna, y no se alegue contra ella que hay ya una costumbre antigua,
porque esa costumbre queda expresamente reprobada71.
34. Para que este carácter nocturno que lógicamente tiene la Vigilia Pascual se
entienda, expliquen los sacerdotes a los fieles las razones teológicas que mueven a la
Iglesia a esta celebración, y que podemos resumir en éstas: la vigilia pascual nocturna
durante la cual los hebreos esperaron el paso del Señor que debía liberarlos de la
esclavitud del faraón, fue desde entonces celebrada cada año por ellos como un
memorial; esta vigilia sería figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la
verdadera liberación, en la cual, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende
victorioso del abismo. Además, ya desde el principio la Iglesia ha celebrado con una
solemne vigilia nocturna la Pascua anual, solemnidad de solemnidades. Y es que la
resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y nuestra esperanza, y por
medio del bautismo y la confirmación somos injertados en el misterio pascual de
Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitados con Él, para reinar
con Él para siempre. Finalmente, esta Vigilia es también espera de la segunda venida
del Señor 72.
35. La Vigilia comienza con el Lucernario, en el que debe cuidarse cada detalle:
la bendición del fuego, la bendición y encendido del Cirio Pascual, imagen de Cristo
resucitado, la procesión y el encendido de las velas de los fieles, y sobre todo el canto
o proclamación del Pregón pascual. Recomiendo que se cante o lea el texto largo, por
la riqueza de su contenido.
68
Id., nº 80.
Id., nº 3.
70
MISAL ROMANO, Vigilia Pascual nº3.
71
CIC c. 24,2.
72
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO..., Preparación.., nº 80.
69
23
Sigue luego la Liturgia de la Palabra, que esta noche, dedicada a la
contemplación de las maravillas de Dios, tiene nueve lecturas: siete del Antiguo y dos
del Nuevo Testamento. Aunque por razones pastorales –y no es razón pastoral el
simple amor a la brevedad– puede abreviarse este número, aconsejo encarecidamente
a todas las parroquias e iglesias que se hagan las nueve lecturas, que han de ser
proclamadas por fieles que verdaderamente sepan leer con claridad y entonación.
Respétese el orden de lectura, salmo y oración, y no deje de apreciarse la
conveniencia de que haya una monición introductoria, breve y por escrito, que
indique el sentido tipológico de los textos del Antiguo Testamento, anuncio y
preparación del Nuevo. Al término de las lecturas del Antiguo Testamento se canta el
Gloria y se tocan las campanas. Sería muy de desear que el Gloria se cante en todas
partes, que no se haga meramente rezado. Désele el relieve debido al canto del
Aleluya después de la epístola, y no se omita la homilía después del evangelio,
homilía que puede ser breve.
Piénsese bien en el valor de la Liturgia Bautismal que viene a continuación de la
homilía. La Pascua de Cristo y la nuestra se celebran ahora en el sacramento, lo que
se manifiesta mejor si se administra en la Vigilia el bautismo y, en su caso, a tenor
del derecho73, la confirmación. Pero, aun cuando no haya bautismo, la comunidad
presente es invitada a renovar las promesas del bautismo, para lo que se bendice y se
asperje el agua bendita en recuerdo del bautismo. Es la meta de la penitencia
cuaresmal: renovar en nosotros la gracia del bautismo. Cuídense todos los detalles de
este rito según se expresa en el Misal.
La cuarta parte de la Vigilia es la celebración de la Eucaristía. Dice la Iglesia:
“Hay que poner mucho cuidado para que la liturgia eucarística no se haga con
prisa”74. La prisa es una tentación fácil cuando ya se lleva un tiempo en la
celebración. Pero la Eucaristía debe celebrarse con plena dedicación por parte de
todos, poniendo mucho fervor y con una gran religiosidad, alimentada con la Palabra
de Dios que tan abundantemente ha sido proclamada. Se recomienda la comunión con
las dos especies. Vuelvo a indicar – como dije respecto a la misa del Jueves Santo que en esta misa de la Vigilia Pascual se consagren las formas para la comunión de
los fieles y no se dé la comunión con formas consagradas en misas anteriores.
36. Hágase todo con la dignidad y expresividad que conviene y de forma que
pueda ser adecuadamente percibido por los fieles. Hágase todo con calma y con
profundidad, intentando conseguir que la Vigilia Pascual sea una experiencia
religiosa de primer orden. No se cambie nada de cuanto está establecido en el Misal
Romano, porque todo está determinado con gran acierto y sabiduría, coherencia y
eficacia.
37. La misa del día de la Pascua manda la Iglesia que se haga con la máxima
solemnidad75. Así lo procuramos en la Iglesia Catedral y mucho deseo que del mismo
modo se haga en todas las parroquias e iglesias, no cediendo a un cierto cansancio
73
CIC cc. 866.883. cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Orientaciones Pastorales para
la iniciación cristiana de niños no bautizados en su infancia, (26/11/2004), en Ecclesia 3236-39
(1y 8 de enero de 2005) p.10ss
74
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO..., Preparación..., nº 91.
75
Id., nº 97.
24
que puede haberse acumulado de la semana santa. Hágase la aspersión con
agua bendecida en la Vigilia Pascual en lugar del acto penitencial y no deje de tenerse
junto al ambón el Cirio Pascual, encendido durante la celebración. En la homilía
insista el sacerdote en la centralidad del Misterio Pascual e invite a todos los fieles a
vivirlo a lo largo de la cincuentena pascual con la mayor intensidad.
Conclusión.
Queridos diocesanos: la convicción profunda del valor santificador de la
Sagrada Liturgia y el cumplimiento de mi propio deber como obispo me han llevado
a compartir con vosotros estas reflexiones y a pediros la guarda fiel de estas normas.
Pues, como dice el Código de Derecho Canónico, el Obispo, “por ser el dispensador
principal de los misterios de Dios, ha de cuidar incesantemente de que los fieles que
le están encomendados crezcan en la gracia de Dios por la celebración de los
sacramentos y conozcan y vivan el misterio pascual”76. La Sagrada Liturgia es, como
queda dicho, aquella escuela en que la Iglesia, Madre y Maestra, enseña a conocer y
vivir el Misterio Pascual, singularmente en el Triduo de la Muerte, Sepultura y
Resurrección del Señor. Por ello, como obispo, pongo mi mayor interés en que sea
participada y vivida por todos los fieles.
Os ruego que recibáis esta exhortación con el espíritu de fraternidad y servicio
con que ha sido escrita. Os ruego igualmente a vosotros los sacerdotes que la deis a
conocer a los fieles, y repito lo dicho al principio: desearía que una renovación
adecuada de la celebración del Triduo Pascual sirviera para renovación espiritual de
toda la comunidad cristiana.
Con el mayor afecto en el Señor os imparto mi bendición pastoral.
+ JUAN DEL RÍO MARTÍN
Obispo de Asidonia-Jerez
Jerez de la Frontera, 2 de febrero de 2005
Fiesta de la Presentación del Señor.
76
CIC c. 387.
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