Triunfo mundano y elevación espiritual - AMORC

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Triunfo mundano y elevación espiritual
Por el Dr. H. Spencer Lewis, F.R.C.
Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.
La medida en que el triunfo y las riquezas del mundo material han obstaculizado el
desarrollo espiritual del hombre, es una cuestión discutible, pudiendo presentarse
argumentos en pro y en contra del tema. A veces podría parecer que la súbita adquisición
de bienes y riquezas por parte de aquellos que están inclinados a la espiritualidad, ha
propendido a detener el ulterior desarrollo de este atributo; pero por otra parte, existen
casos notables en los que la riqueza ha permitido a ciertas personas proseguir un camino de
armonización con las cosas espirituales, con mayor devoción y satisfacción.
En muchos de los argumentos y razones que se alegan con referencia a esta cuestión, el
punto más importante ha sido descuidado: Aquellos que emprenden su paso por el sendero
del misticismo o del desarrollo espiritual oyen continuamente decir que es necesario ser
humilde, pobre de espíritu y de baja condición social, para poder alcanzar algún grado de
espiritualidad. El hecho de que este argumento sea antiguo y aceptado generalmente, no
quiere decir que sea cierto.
Es cierto que los antiguos sostenían que las grandes riquezas y poderes políticos impedían
el desarrollo del interés por las cosas espirituales. Vemos que semejante idea se hallaba
basada en el sentido común, cuando contemplamos las vidas de los personajes poderosos
por sus riquezas y su posición política en los tiempos antiguos.
Esas personas notables, bajo cuya férula despótica e inconsiderado trato tenía que vivir el
pueblo, nacieron sin ningún interés por las cosas espirituales, y desde sus primeros días
fueran imbuidos con la idea de que el poder político y la riqueza material era só1o de lo que
había que depender y temer.
Sin embargo, si escudriñamos las páginas de la Historia, hallaremos que muchos hombres y
mujeres ilustres que poseían, bien congénito o adquirido, el deseo de conocer el aspecto
espiritual de la vida, ni la perdieron ni lo dejaron cuando la prosperidad les favoreció.
Existen muchos ejemplos notables de directores y guías espirituales, místicos devotos y
pensadores sinceros que alcanzaron la riqueza y el triunfo mundano, al mismo tiempo que
un éxito notable en sus campañas espirituales. En muchos casos, encontraron que la riqueza
material y el poder mundano podían servirles para llevar adelante sus anhelos espirituales.
Existe una enorme diferencia entre el hombre que nunca jamás se ha puesto en contacto
con el mundo espiritual, y se halla completamente satisfecho (bien por ignorancia o por
inclinación) con los placeres de la vida que puede comprar o exigir, y el hombre que,
habiéndose puesto en contacto con las cosas superiores de la vida, en aquellos momentos
en que solamente ellas podían proporcionarle alegría, las desea y es fiel a ellas también en
la prosperidad. En el primer caso, tenemos ejemplos de cómo la riqueza es incompatible
con el desarrollo espiritual; en el segundo, de cómo se refutan los mal entendidos preceptos
de los antiguos.
El mundo de la naturaleza es generoso, dando libremente toda clase de riqueza, tanto
material como espiritual. Todo está destinado para el uso del hombre. Decir que éste debe
plantar semillas en la tierra, para lograr cosechas de granos para su alimentación física,
pero que no debe cavar la tierra, para obtener oro, plata, cobre, hierro y platino, es ofrecer
un argumento poco sólido. Asimismo, es idea poco só1ida creer que el hombre debe
trabajar diligentemente, tan só1o por obtener lo necesario para mantener su ser físico, sin
asegurar un sobrante contra las necesidades imprevistas.
La finalidad de nuestra existencia aquí, sobre la tierra, no debe ser la adquisición de
riquezas materiales y poderes mundanos, sino la salud, la consciencia cósmica y alcanzar un
grado de despertamiento espiritual que conduzca a la armonía con Dios y a la paz. Pero,
¿puede el hombre estar sano, en paz y mentalmente alerta, sin satisfacer las necesidades de
la vida?
Además, ¿podemos trazar con seguridad una línea divisoria entre las necesidades reales y
las que rayan en el lujo y lo superfluo? Lo que constituye una gran riqueza en la vida de una
persona, puede que en la vida de otra no sea más que posesiones normales, dependiendo
del vivir de cada quién.
El miserable que vive con cinco centavos al día, podría considerarse dueño de una gran
riqueza, si llegara a obtener mil dólares, en monedas de oro. La misma cantidad, para un
hombre o una mujer que emplea cien dólares al mes en fines humanitarios, y que vive en
condiciones de abundancia y de buena posición social, seria demasiado pequeña para
llamarse riqueza.
El trabajo de misión tiene que llevarse a cabo, tanto en las altas esferas sociales como en las
bajas. Un hombre que no disfruta más que de un salario mezquino y vive en circunstancias
muy humildes, puede predicar grandes sermones al pobre y al humilde, así como vivir una
vida que conduzca a una gran iluminaci6n espiritual.
Pero es necesario también llegar al rico, al opulento, al poderoso del mundo. Para ponerse
en contacto con éstos, ganar su confianza e incluso obtener de vez en cuando una audiencia
con ellos, es necesario llegar hasta su posición en la vida. Esto precisa medios materiales;
hace necesario vivir con éxito y prosperidad, al mismo tiempo que estar inclinados a la
espiritualidad.
Tenemos como ejemplo a Louis Claude de Saint-Martin, el famoso Rosacruz francés.
Después de haber sido iniciado, creyó que debía desechar sus títulos nobiliarios, sus
palacios y sus riquezas. Mas se dio cuenta en seguida de que en la alta sociedad de Europa,
para la cual había sido él un ídolo, existía tanta necesidad de salvación como entre los
pobres.
Recuperó entonces sus títulos mundanos, sus palacios, servidores y su ambiente de riqueza,
y penetró en los alegres y frívolos círculos sociales de Inglaterra, Francia, Rusia y Alemania.
A medida que iba poniéndose en contacto con personas hastiadas de la vida, o que buscaban
nuevas emociones o nuevos intereses, iba dejando caer unas cuantas palabras, sembraba
nuevos pensamientos, y a veces daba el ejemplo actuando personalmente. Durante años
procedió de esta manera; después, súbitamente desapareció y se supo que había pasado al
más allá.
Fue entonces cuando se descubrió el bien que había hecho, la ayuda que había sido para
muchos, y el fruto que habían producido sus silenciosos y velados esfuerzos. Toda Europa le
rindió, entonces, homenaje; y hasta nuestros días, su memoria es honrada, no solamente
como místico Rosacruz, sino como un misionero de un modo de vivir y pensar de orden
superior.
El místico tiene todo derecho, como tiene todo el mundo, de pensar en sus diarias
necesidades y exigencias materiales. El buscar comodidades materiales, algunos lujos, o
quizás todos ellos, así como también medios financieros suficientes para asegurar la salud,
la felicidad y la paz (tanto en las cosas materiales, como en las espirituales) no es
incompatible con los ideales de los verdaderos místicos de todos los tiempos.
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