lo propio e irrenunciable de la esperanza cristiana

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JUAN LUIS RUIZ DE LA PEÑA
LO PROPIO E IRRENUNCIABLE DE LA
ESPERANZA CRISTIANA
Lo propio e irrenunciable de la esperanza cristiana, Sal Terrae, 75 (1987) 793-806
Al leer el título del tema que se me ha encomendado, se me ocurrió el siguiente texto
telegráfico: lo propio e irreductible de la esperanza cristiana es un tú: Jesucristo. El es la
razón y contenido a la vez de nuestra espera y nuestra esperanza.
Con esto ya estaría todo dicho. Pero hay que desglosar el teorema propuesto, según el
cual la escatología cristiana es una cristología desarrollada.
No resulta fácil discernir el núcleo original de la esperanza específicamente cristiana. La
permanente relación cristianismo-cultura hace que cueste decir lo que pertenece a la fe y
lo que es el revestimiento cultural de dicha fe.
Este intercambio es más intenso en lo tocante a nuestro tema, ya que acerca de la
esperanza todas las culturas, todas las formas de pensamiento filosófico o religioso
tienen algo que decir.
Así este patrimonio común ha gravitado sobre las mismas fuentes de la esperanza
cristiana y las sucesivas elaboraciones de la misma.
Me propongo en esta exposición un agrupamiento de los materiales disponibles en dos
cuadros: uno con lo que, a mi juicio, no es propio de la esperanza cristiana; otro, con lo
que sí lo es.
1. Lo que no es propio de la esperanza cristiana
a) La apertura a la trascendencia
Es algo propio de toda esperanza, sea religiosa o laica. Laín ha escrito: "el hombre
espera por naturaleza algo que trasciende su naturaleza". Ideas semejantes se encuentran
en Jaspers y en los frankfurtianos; Horkheimer ha popularizado "la nostalgia de lo
absolutamente Otro", y Adorno dice: "el pensamiento que no se decapita desemboca en
la trascendencia" y "no hay luz sobre los hombres y las cosas en que no se refleje la
trascendencia".
En este punto se registra hoy una novedad: la idea de trascendencia excluye lo
transnatural o transmundano.
La apertura a la trascendencia no es, pues, propia de la esperanza cristiana, que, sin
embargo, la comparte con otras versiones esperanzadas de lo real. En cambio, lo que ni
es propio ni es compartido por la esperanza cristiana es el trascendentalismo unilateral.
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b) El elemento proyectivo
Es otro de los rasgos no propios de la esperanza cristiana. Feuerbach intenta demostrar
que el cielo de la fe es una proyección y por tanto ilusorio. Esta concepción olvida que
toda especulación esperanzada tiene que operar necesariamente con el elemento de
proyección. Si Feuerbach tuviese razón habría que declarar racionalmente ilegítimo
cualquier proyecto de futuro, ya que todos comportan una dosis de proyección. Por
tanto, o el hombre renuncia pura y simplemente a proyectar, lo que equivale a renunciar
al futuro, o deberá acoger sin mala conciencia la carga de proyección albergada en la
definición misma de proyecto. Así, pues, la esperanza cristiana participa, junto con otras
esperanzas laicas o religiosas, de la índole proyectiva de sus contenidos.
c) El carácter futuro de los contenidos
El cristianismo admite esa futuridad, pero sólo en lo tocante a la forma definitiva de los
contenidos. Y ello porque cree que tales contenidos se nos dan ya realmente anticipados
en el presente: el cristianismo no profesa una escatología exclusivamente futurista. Se
distancia tanto de la estructura de otras esperanzas religiosas puramente futuristas, como
de la común a todos los proyectos de esperanza intramundana acuñados por las utopías
laicas.
La fe cristiana cree que la salvación es don de Dios y no fabricación del hombre. En
cuanto tal don, preexiste a la historia, coexiste con ella, y a ella adviene en todos y cada
uno de sus tramos. Cada segmento del tiempo histórico puede ser tiempo de gracia y de
salvación. Del futuro hay que esperar la consumación del don, pero no el don mismo,
que es ya alcanzable realmente en el ahora de cada generación y cada existencia
personal.
d) La inmortalidad del alma
Ha sido objeto de una definición del magisterio eclesial extraordinario, pero no se
cuenta entre los contenidos propios de la esperanza cristiana. Para ésta, la categoría que
expresa el futuro absoluto del hombre y de la victoria sobre la muerte es "resurrección",
no "inmortalidad". Gilson decía: "un cristianismo sin inmortalidad sería concebible, y la
prueba es que ha sido concebido. Lo que por el contrario, sería absolutamente
inconcebible es un cristianismo sin resurrección del hombre".
Otra cosa es que, para poder tutelar la verdad de la resurrección, sea ineludible apelar a
la inmortalidad.
e) El individualismo acósmico y desencarnado
En relación con el punto anterior está el rechazo, por parte cristiana, de un modelo de
esperanza individualista, acósmica y desencarnada. La esperanza bíblica ha unido
siempre el destino del individuo al de la comunidad, y el de ésta al del resto de la
realidad creada. Aunque el objetivo último de la promesa es metahistórico y
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trascendente, no ha desdeñado nunca las mediaciones históricas y la configuración
"materialista" de sus contenidos complexivos.
Cuando Feuerbach arremete contra las imágenes cristianas del futuro, viendo en la
afirmación del cielo la negación de la tierra, no está inventando nada; desdichadamente,
ha sido la teología de su tiempo la que le ha suministrado los materiales de su crítica.
f) La divinización del hombre
El hombre ha soñado siempre con traspasar su continge ncia: el "seréis como dioses" es
una de las invariantes de la condición humana. El hombre quiere que se alce la barrera
impuesta a su naturaleza, para poder así acceder a la transnaturaleza, a la participación
de lo divino.
Al "seréis como dioses" del antiguo testamento responde la esperanza cristiana con el
"seremos semejantes a El" del nuevo testamento.
2. Lo propio de la esperanza cristiana
¿Cuáles serían los rasgos peculiares del esperar cristiano? El más característico de todos
es el que formula Pablo con la paradójica expresión "esperanza contra toda esperanza".
Abraham es el prototipo: el despojamiento que la llamada de Dios opera en él, es la
condición de posibilidad del futuro más prometedor; la tasa de futuro y esperanza crece
para el hombre en proporción directa a su indigencia. Dios es, en exclusiva, el
fundamento de la auténtica esperanza humana.
Esta misma dialéctica de una esperanza contra toda esperanza vuelve a resonar en la
gesta del éxodo: Moisés y su pueblo deben aguardar con confianza lo naturalmente
imposible.
En fin, la esperanza de Jesús el Siervo se afirma contra la facticidad del poder y el rigor
destructivo de la muerte. La biblia patrocina una esperanza cuando no hay esperanza,
que es en realidad un esperar lo imposible.
A partir de aquí, puede servirnos de guión el esquema del cuadro anterior; un recorrido
por las rúbricas allí reseñadas, completadas ahora desde la óptica cristiana, nos deparará
una idea bastante aproximada de lo propio de nuestra esperanza de creyentes en
Jesucristo.
a) La apertura a la trascendencia
Se entiende en el cristianismo como necesariamente mediada por la inmanencia. "En el
principio creó Dios el cielo y la tierra"; con esta frase se anuncia ya en el punto de
arranque de la biblia la comprensión de una trascendencia que opera dialécticamente
con la inmanencia. Expresiones de esta dialéctica son los binomios naturaleza-gracia,
historia profana-historia sagrada, libertad humana-soberanía divina.
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El elemento de ruptura se da siempre sobre un fondo de continuidad: el hombre
resucitado será el mismo de la existencia histórica, sólo que transfigurado; los cielos y
la tierra nuevos no son otra creación, sino ésta transformada; no hay dos vidas, ésta y la
otra, sino dos formas de vivir la misma y única vida.
En ningún lugar aparece la espera de un más allá supraterreno o espiritual como
alternativa al más acá terreno y material. Lo que se espera es la trasmutación de las
realidades terrestres por obra de la instauración del Reino, el vuelco decisivo de la
historia por la irrupción de la salvación. El mundo en sí podría seguir siendo el mismo:
más acá del límite hay una situación de pecado, de déficit existencial; más allá se
implanta la nueva situación de justicia, fraternidad, plenitud vital.
Muchas veces el cristianismo ha incurrido en el error de pretender prestigiar la
trascendencia desprestigiando la inmanencia, sin percatarse de que ésta es el único
vehículo disponible para llegar a aquélla. Se ha hablado mucho de cielo e infierno y
poco de la tierra, siendo así que la realidad creada por Dios es a la vez cielo y tierra.
Una tierra sin cielo sería el infierno; un cielo sin tierra podrá ser el empíreo platónico,
pero no la morada de Dios ni el futuro del hombre.
b) El elemento proyectivo
La escatología cristiana no es ni sólo futurista ni sólo presentista. Opera con la paradoja
del ya-todavía no. El Reino está ya presente aunque no está consumado. No es una mera
proyección; es la forma definitiva de lo ya realmente incoado.
Declarar realizada la esperanza equivale a cerrar los ojos ante las indignidades de la
existencia, dar el visto bueno a las plurales formas de inhumanismo aún vigentes,
convalidar situaciones de clamorosa injusticia.
Una escatología futurista ignorará la significatividad de Jesucristo, reabsorberá el nuevo
testamento en el antiguo y, sobre todo, no concederá salvación sino a un presunto
último tramo de la historia. Para salvar la esperanza del futuro se despoja de esperanza
al presente.
Frente a estas lecturas la esperanza cristiana apunta a la mutua complementariedad de
sus de polos. El polo "todavía no" representa su condición de posibilidad e impide
arrogantes euforias del que se cree en posesión del secreto de la utopía. El polo "ya"
faculta a la esperanza para movilizarse en la dirección de lo esperado. Mas, para ello, es
preciso que la salvación haya acontecido "ya" en algo más que en una figura o un
anuncio: en la realidad de su virtud transformante. Parafraseando una frase de Agustín
cabría decir: ¿cómo podríamos esperar si no nos fuese dado lo esperado?
Para la esperanza cristiana las categorías espaciales (más acá- más allá) son mucho
menos significativas que las temporales (antes-después; ya-todavía no); lo cronológico
ha sido desplazado por lo histórico. La esperanza cristiana mantiene el primado del
futuro pero sin devaluar el pasado y el presente.
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c) El carácter futuro de los continuos: resurrección
El cristianismo emplea la categoría "resurrección" y al hablar de ella no habla de una
salvación del alma sola, del individuo sólo o de la humanidad sola. Se está hablando de
una salvación del hombre entero, de la comunidad humana, de la entera realidad.
Nada hay más opuesto a una salvación individualista, acósmica y descarnada que la
esperanza en la resurrección. No se olvide qué el acto de nacimiento de la fe
resurreccionista se extiende en un contexto de persecución y martirio; la idea de
resurrección está emparentada con las de reinvindicación de la causa perdida y
rehabilitación del justo inicuamente ejecutado. La resurrección viene a ser el desenlace
del clamor utópico por una justicia y una libertad universales.
d) El sentido cristiano de la divinización
La esperanza cristiana también aspira a una "divinización del hombre"! Pero no con una
pérdida del yo por inmersión en la divinidad. La divinización acontece en una relación
interpersonal, en un intercambio vital entre el yo humano y el tú divino. El tú divino es
la segunda persona de la Trinidad; la categoría de visión de Dios se resuelve en la
categoría "ser con Cristo". El Dios a quien veremos, en cuya vida participaremos, es el
Dios-Hijo: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre". No hay otro modo de ver a Dios
que ver al Hijo de Dios. El cuerpo es el mediador de todo encuentro interpersonal; en
este caso, el cuerpo glorioso de Cristo.
Es claro que divinización no es endiosamiento. No es el hombre el que deviene Dios por
su propia virtud, es Dios quien se ha humanado para que el hombre pueda ser
divinizado. Y entonces tal divinización lejos de ser una alienación del ser propio será la
cabal consecución de la plena humanidad. La divinización a la que aspira la esperanza
cristiana es la consumación de lo humano en cuanto humano.
e) La superación del individualismo desencarnado
La fe en la parusía es inseparable del compromiso militante por los valores del Reino:
justicia, verdad, paz, fraternidad, vida. La esperanza en la resurrección es la condición
de posibilidad de una justicia para todos, de una liberación de todos y de todas las
alienaciones.
Porque todo esto que se cree en esperanza no sólo será verdad algún día, sino que es ya
realidad incoada y eficiente, la praxis cristiana, debería transparentar su presencia real,
única garantía la plausibilidad de su futuro real. El esperante cristiano ha de ser el
operante en la dirección de lo esperado. Hay que convenir con Bloch cuando dice que es
difícil hacer la revolución sin tener la biblia en la mano; y se puede añadir que es más
difícil todavía tener la biblia en la mano y no hacer la revolución.
Además la esperanza cristiana se orienta a una salvación extensiva a la entera creación.
El hombre es constitutiva e indisolublemente ser personal, ser social y ser mundano. La
salvación alcanza a estas tres dimensiones: el yo personal es divinizado, la sociedad
humana deviene comunión de los santos, el mundo se torna nueva creación. "¿Quién
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espera? Inmediatamente la entera realidad psicoorgánica del esperante; mediatamente la
humanidad entera; últimamente el todo de la realidad cósmica". Así se pregunta y
responde Laín Entralgo.
3. Conclusión
Termino por donde había comenzado: lo propio de la esperanza cristina no es algo, sino
Alguien; Cristo es, en verdad, nuestra esperanza; y ello en un doble sentido: él es el
fundamento y la meta del esperar cristiano. Porque Cristo es el misterio de la
trascendencia encarnada, para los cristianos dicha trascendencia sólo puede ofrecerse y
captarse revestida de inmanencia. Porque Cristo ha venido, sabemos de un "ya" de la
salvación; porque Cristo vendrá, estamos abiertos al futuro de la consumación. Porque
Cristo ha resucitado estamos persuadidos de nuestra resurrección. Porque en Cristo lo
humano ha sido irrevocablemente asumido en el ser personal de Dios, esperamos
nuestra divinización.
Y todo ello, lejos de propiciar un desentendimiento del mundo y del compromiso
histórico, más bien apoya su cumplimiento en nuevos motivos. Pues si la esperanza
escatológica relativiza las esperas intramundanas, no es menos cierto que el creyente no
puede ejercitar su temple de esperante en otro lugar que no sea el de la participación
comprometida en los proyectos de construcción de este mundo. El cristiano no cree que
la utopía sea "posible"; su esperanza le hace creer que será realidad mañana y que,
justamente por eso, puede y debe ser "factible" (no sólo posible) hoy.
Extractó: EDUARD POU
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