De la biografía y la música

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De la biografía y la música
Para aquellos que nacimos en los 60s —esos que para los adolescentes de hoy no son ni
viejos ni jóvenes— la música con que nos entusiasmamos por el placer de los sonidos no
fue la de los Beatles, la de los Rolling Stones o la de Bob Dylan, como algunos suelen creer.
En esa década éramos pequeños, y para los pequeños, en general, la música tiene escasa
importancia, aunque la disfruten; no es algo en lo que se les va la vida, ni están pendientes
de lo que es moda en su tiempo. De allí que a aquellos de que hablo lo primero que nos
gustó no fue lo que estaba de moda por entonces, sino lo que sus personas mayores
escuchaban (que quizás era la música que estaba de moda). De allí también que a muchos
representantes de esa generación les encante la “música orquestal” (esa que no dice nada y
que sirve de fondo tedioso en consultorios, fábricas, centros comerciales de no hace
mucho…). Y es que a la gente mayor de aquellos años gustaban mucho algunos de ellos:
Ray Connif y Mantovani son nombres más o menos familiares para muchos de ellos, y
Aldrich, y mucha música publicada en los discos de Phase 4.
A muchos de ellos, quizás porque despertaban a las pasiones más intensas con la llegada
de la adolescencia, los atrajo poco después aquella música que oían los hermanos mayores,
o la de aquellos grupos de los que ya presentaban videos en TV: Bee Gees, Queen, Electric
Light Orchestra, Abba… Creo que quizás muchos de ellos encontraron esos discos que sus
hermanos mayores ya no escuchaban, y —despertando la música guardada allí
inconscientemente— creyeron que era buenos, tal vez porque lo eran: Beatles, Carpenters,
Carol King, Cat Stevens, Peter, Paul and Mary, Seals and Crofts… y un no pequeño etcétera. Pero
fue a fines de los 70s y comienzos de los 80s cuando esos nuevos jóvenes empezaron a
sentir caliente la sangre con la música dura: recuerdo a alguien que a los 13 ó 14 escuchaba
muchas veces, antes de salir hacia el colegio, una de esas canciones “pesadas” de los Beatles:
“Come together”, y también que empezó a gozar con “Revolution”, y con “Back to the
U.S.S.R”. Fue por entonces cuando se “encendió” con la dureza de Kiss, y sobre todo con
Queen, con sus coros, con sus melodías deliciosas, con sus “descrestes” sonoros. Y, aunque
menos, con ELO, y Van Halen, y Peter Frampton… Y luego con toda la música de finales de
los 80s y comienzos de los 90s; esa música que parece responder al mundo interior de
quien desea lo intenso, lo más fuerte, lo más vivo; a lo que ve en el cine y en la TV, al tipo
de ropa, de motos y de carros de ese entonces. Música con batería, con guitarra acústica o
eléctrica tocada con potencia, con un bajo notable. Es la música que le dice algo, o que le
dice todo lo que él está buscando: pasión, ardor, vitalidad, ruido, un poco del caos que es
su mundo tanto exterior como interior.
Pero ya para ese entonces nuestro personaje, aquel nacido por los 60s, deja de estar a
gusto con lo que está de moda: Guns and Roses y Metallica no lo tocan tanto como lo toca lo
que ya es muy familiar para él; le parecen demasiado “duros”; y si de verdad ha estado
metido en el mundo de la música ya puede decir que ha escuchado muchas cosas, ha
bailado con muchos grupos, ha grabado muchos casetes. Está “de vuelta” de mucha música
(ya sabe que la gran mayoría de cosas ni están mucho tiempo de moda ni le gustan a la
vuelta de pocos años, cuando no lo aburren o lo avergüenzan a los pocos meses) y no se
deja “descrestar” con la novedad como le pasó hasta ese momento. O por lo menos no le
pasa con cierto tipo de música: “se la deja” a los más jóvenes. Entre otras cosas, quizás
porque los primeros amores “serios” lo llevaron a estados de ánimo que no cuadraban con
el rock pesado y más bien lo invitaron hacia la balada, hacia la instrumentación melódica —
que acentuaba menos el ritmo porque daba primacía a las letras—; sobre todo a las que
dicen cosas más profundas.
Es la época de la universidad y allí quizás descubre o “redescubre” a los cantautores que
responden a ese nuevo tipo de sensibilidad (letra, sentimiento, menos ruido): Cabrel,
Cabral, Serrat, Silvio, Pablo… y se mete por los caminos de ese tono sean o no
“comerciales”.
Hay una posible variante para un personaje nacido en los 60. Si de veras ama la música
(no lo que evoca momentos, personas, niñez, ni lo que despierta o acompaña pasiones,
deseos, estados de ánimo) y tuvo suerte en su niñez, y sus padres lo llevaron a conciertos,
óperas, zarzuelas, etc., es muy posible que se haya encontrado con viejos discos “de esos” y
se haya quedado encantado; mucho más encantado que al volver a escuchar a Queen y a Kiss.
Y si algún curso de apreciación de música lo orientó tal vez haya podido descubrir algo
sorprendente: los llamados grandes compositores también estuvieron vivos, también
fueron jóvenes, también fueron apasionados, y quizás más que él y muchos más que la
gente de su época. Incluso puede haber entendido que la música que más hondo le llega, la
que más cosas le dice, la que más tiene que ver con el noviazgo o el amor para siempre, y
con el dolor y la muerte, y con las grandes películas, y con las olimpíadas, y con el gran
mundo de la inteligencia, del saber y de la ciencia, es decir, con las grandes cosas de la vida
de los hombres, no es la música de las bandas y los grupos, ni siquiera el jazz —que
también ha sabido mostrarle sus buenas facetas—, sino esa otra poderosa, profunda,
duradera, seria y a la vez sumamente gozosa: la llamada música clásica (que no solo incluye,
bien entendida, la música sinfónica y la de cámara).
Sus nombres no “suenan”, no atraen, no invitan, no están propiamente de moda, pero
para quienes ya los conocen son “los grandes”, los más poderosos, los que de veras son
terribles en su magnitud y en todo lo que logran decir: Bach, Händel, Mozart, Beethoven,
Chopin, Liszt, Brahms, Bruckner, Bizet, Orf, Falla, Sibelius, etc., etc., etc.: esos son los que
a nuestro personaje imaginario le parecen grandes músicos aunque no sean o no hayan sido
grandes vendedores, gente alocada, gente de su época, “modernos”. Él ya sabe que todo
esto, que sirve para defender ciertos gustos, un estilo de vida, el enfrentamiento
generacional, no sirve como criterio musical, no ayuda a establecer qué es buena música y
qué no lo es, cómo encontrar aquello que deparará los más fuertes y serios y magníficos
placeres para el oído.
Un personaje al que ocurra esto no deja de disfrutar sus viejos discos, o cosas nuevas, o
música folclórica de su país o de otros países, o la música del cine. Nada de eso. Pues con
los platos fuertes siempre en su interior disfruta aún más con todo, aunque ya no acepte
“todo”. Alguien que vive intensamente la música se vuelve un catador y “prueba” la
historia, escucha hacia atrás y entiende de dónde procede eso que le ha gustado a lo largo
de su vida, sabe seleccionar, atesora lo amado o lo desecha por amor flojo. Quizás sin ese
amor que lo ha llevado a tanta cosa buena del mundo de los sonidos no sabría, nunca, ni de
lejos, qué es lo que le gusta, por qué, qué es bueno y qué no, qué vale la pena y qué no, qué
música le gustará siempre y cuál le parecerá tonta a la vuelta de pocos años. Haber probado
a fondo de mucho le sirvió para llegar a apreciar lo mejor, pero hacerlo bien fue lo que lo
llevó a saberlo por sí mismo, al convencimiento que da la propia experiencia.
Esa es una historia, una de las millones de las historias posibles. Quizás es una que
muestra un buen camino, y quien logra seguirlo se sabe afortunado, regalado, enriquecido
con algo que no se puede pagar a ningún precio.
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