1 EVANGELIO Y CRECIMIENTO EN EL MATRIMONIO (1 Cor. 9:19

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EVANGELIO Y CRECIMIENTO EN EL MATRIMONIO
(1 Cor. 9:19; 7:21-23; Ef. 5:21-25)
INTRODUCCIÓN.El día anterior estuvimos hablando sobre el texto de Hech. 20:32 que dice: “Ahora os encomiendo a
Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificaros y daros herencia entre los
santificados”. E insistimos en que lo que tiene poder para edificar, para hacer crecer nuestra vida en
las distintas áreas de la existencia es el mensaje de la gracia de Dios, o sea, el Evangelio.
Hoy queremos centrar este crecimiento en el área matrimonial, en la relación hombre-mujer, en ese
vínculo tan próximo que llamamos matrimonio.
En primer lugar trataremos de ver cuáles serían las características de un matrimonio que es
edificado, que crece, que madura por el poder del evangelio.
I.- CARACTERÍSTICAS DE UN MATRIMONIO QUE ESTÁ SIENDO EDIFICADO.Sabemos que mientras estamos en este mundo el crecimiento, el desarrollo de cualquier área de la
vida es solamente parcial. La perfección completa no se da aquí. Pero supongo que todos tenemos
una idea más o menos hecha, procedente de la Biblia, de lo que es un matrimonio bien desarrollado.
Y los más jóvenes, que aún no han entrado en ese mundo del matrimonio, seguro que también
tienen una idea de lo que les gustaría que fuese, en su caso.
Con mucho atrevimiento diremos que, un matrimonio bien edificado incluiría una serie de
características que, sin ser exhaustiva ni necesariamente por este orden, podríamos enumerar de la
forma siguiente:
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Tiene un proyecto común de vida y de servicio. Aunque dentro de ese proyecto común hay,
naturalmente, lugar para la individualidad, para la singularidad, en los cónyuges.
Tienen libertad y al mismo tiempo sujeción del uno al otro. (hablaremos más de esto)
Tienen amor, no sólo de sentimientos, sino de entrega, de servicio del uno al otro en todo lo
que es bueno.
Es un lugar de seguridad y de confianza. No porque piensen que no habrá fallos, sino porque
cada uno sabe de la sinceridad e integridad del otro. Y por tanto, aún en los fallos, habrá
arrepentimiento y confesión, lo que hará crecer la seguridad y la confianza.
Es, por lo dicho en el punto anterior, un lugar para recibir y dar perdón. Un refugio de
conocimiento mutuo, de amor y compasión.
Es un lugar para la ayuda mutua, en el terreno práctico pero también en el emocional. Es por
tanto un entorno adecuado para crecer como personas; para curar las heridas emocionales
que cada uno traemos de la infancia o de la juventud.
Es un lugar donde se disfruta de la atracción física y del regalo del sexo, como un anticipo,
aunque limitado, del gozo que será nuestra unión eterna con el Señor.
Es un lugar de respeto, donde ninguno aplasta al otro.
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Creo que, en un matrimonio que está creciendo en el Señor veremos, en mayor o menor medida,
muchos de los rasgos que acabamos de mencionar.
Antes de entrar en cómo el evangelio produce todo eso en la vida matrimonial es necesario hablar de
un punto esencial. Se trata de que el Evangelio incluye dos movimientos: libertad y entrega o
sometimiento.
II.- LIBERTAD Y ENTREGA, DOS MOVIMIENTOS DEL EVANGELIO.Este asunto de la libertad y sometimiento no es fácil de entender y menos de explicar. Porque
generalmente se suelen ver como dos cosas opuestas. Pero la verdad es que son dos movimientos
que están implícitos en el Evangelio. Además funcionan por ese orden. Primero la libertad y después
viene el sometimiento voluntario. La entrega es consecuencia de la libertad con que hemos sido
hechos libres, no al revés.
Cuando se ensalza el sometimiento tenemos una religión moralista. Cuando se exalta la libertad sin
ninguna consecuencia tenemos el hedonismo, con toda su secuela modernista que vemos en la
sociedad actual. Por ejemplo: soy libre y dueña de mi cuerpo, por lo tanto decido abortar, porque
tener un hijo mermaría mi realización personal en este momento.
La religión tradicional exalta el sometimiento. Gran parte de la Cristiandad ha hecho y hace eso
mismo. Recuerdo que hace años, un buen amigo, gerente de otra empresa ubicada en el mismo
edificio, me invitó a unas reuniones que tenían varios matrimonios con un sacerdote salesiano.
Teníamos y tenemos buena amistad y yo había hablado con él en varias ocasiones del evangelio y de
mi fe. Así que, naturalmente, fuimos Paqui y yo a aquella reunión. Recuerdo que un matrimonio más
joven estableció una discusión con el cura, porque éste les insistía en que tenían que obedecer, no se
qué precepto eclesiástico. La chica le decía que ni podía ni le veía ningún sentido a aquello. Y el
sacerdote le insistía en que daba igual si lo sentía o no, que tenía que obedecer el precepto, y punto.
Esto es justamente lo que pasa con toda la religiosidad moralista: lo importante es obedecer, sin
tener en cuenta cómo esté el interior de la persona. No se percibe que lo primero que necesitamos
es ser liberados; y que sin ello no hay verdadera y libre entrega. Con este enfoque, los voluntariosos
cumplen algunas cosas y se engríen; y los que no las cumplen asumen una culpabilidad falsa y
destructiva.
Pero el evangelio es, prioritariamente, liberador. Como hemos enunciado antes el Evangelio encierra
dos movimientos: libertad primero y entrega después. Veamos algunos textos bíblicos sobre esto.
“Aunque soy libre respecto a todos, de todos me he hecho esclavo para ganar a tantos como sea
posible”. (1 Cor. 9:19 ss).
Cuando el hombre moralista lee este pasaje se fijará, sobre todo, en la entrega de Pablo a todos los
grupos sociales para salvar a los más posibles. Pero eso no pasaría de ser un esfuerzo humano si,
primeramente, Pablo no supiera muy claramente que “es libre con respecto a todos”.
Es decir, la obra de Cristo: su vida, muerte y resurrección ha ganado para Pablo todo. Él no tiene que
hacer nada para ganar algo; no necesita más. Se le ha imputado su justicia perfecta sin que Pablo
tenga que hacer nada más que creer y recibirla de forma gratuita. Además sabe que él tampoco
puede salvar a nadie, sino que es Dios mediante su Espíritu que lo hace. Así que Pablo ha sido
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liberado de la necesidad de hacer esfuerzo alguno para ganar algo, porque ya lo ha recibido todo
gratuitamente. En un sentido podría ‘tirarse a la bartola’, ‘no dar un palo al agua’. Es libre de todos y
de todo.
Espero que no penséis que estoy diciendo un disparate, porque realmente es muy importante
experimentar esta libertad con que Cristo nos ha hecho libres. Ello significa, ni más ni menos, el
descubrimiento de la asombrosa gracia de Dios.
En bastantes sitios en la Biblia hay pasajes que no podríamos entender si no comprendemos estos
dos movimientos (libertad y entrega) que el Evangelio incluye.
Veamos el texto de 1 Cor. 7:21-23 que se leyó al principio. (Leedlo). Habla aquí de la situación social
que existía en aquel tiempo referida a la esclavitud. Dice primero que, si uno puede liberarse del
estatus social de esclavo, estupendo. Pero que aunque no pueda librarse, Cristo lo ha hecho libre. Así
que no tiene que vivir interiormente como esclavo, sino como libre. En cambio, a los que tienen
libertad se les dice que son esclavos del Señor.
Hablando de esto con Paqui me recordaba ella como en “La cabaña del tío Tom”, el viejo esclavo
hablaba con tal autoridad y libertad a sus dueños, que parecía, a veces, que él era el dueño y los
propietarios los sirvientes. Y era porque aquel hombre esclavo había entendido y experimentado la
libertad con que Cristo nos hizo libres.
De forma superficial, porque entrar en cada uno de estos asuntos nos llevaría mucho tiempo,
enunciaremos alguna de las cosas de las que Cristo nos ha hecho libres.
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De la Ley. Leed Rom. 7:1-6
Del poder del pecado. Leed Rom. 8:2
Del poder de la muerte. Leed Heb. 2:15
Pero cómo consecuencia de todo esto nos libra del temor de los hombres, de sus críticas o de
sus aplausos, y de los miedos de otros muchos tipos.
Si un esclavo puede y debe sentirse libre, ¿cómo podemos nosotros sentirnos esclavizados,
disminuidos, o inferiores si tenemos poco dinero, o nos faltan algunas de las muchas cosas que los
medios de comunicación nos insisten que son absolutamente necesarias para estar bien?
Pablo nos escribe que “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por tanto, manteneos firmes y
no os sometáis nuevamente al yugo de esclavitud”. (Gal. 5:1) Y en el v. 13 del mismo capítulo: “Os
hablo así, hermanos, porque habéis sido llamados a ser libres; pero no os valgáis de esa libertad
para dar rienda suelta a vuestras pasiones”.
Y aquí vemos el segundo movimiento. Cuando me doy cuenta cómo y de qué me ha librado el Señor
surge la gratitud, la devoción, la reverencia; entonces el Espíritu Santo nos lleva a vivir para Él y para
lo que Él nos guía a hacer en nuestra vida. “Aunque soy libre respecto a todos, de todos me he hecho
esclavo…”
III.- ESTOS DOS MOVIMIENTOS Y EL MATRIMONIO.El conocido pasaje de Ef. 5: 21 ss, que suele leerse en las bodas, frecuentemente se ve desde el
moralismo. Tú, esposa, tienes que someterte a tu marido; y la esposa dice sí, bueno, ya veremos. Y
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tú, marido, tienes que amar a tu esposa lo mismo que el Señor amó a su iglesia, y dar tu vida para
que ella crezca; y el esposo piensa, bueno, ya veremos.
Este texto, tanto hombres como mujeres, hemos de leerlo desde la libertad con Cristo nos ha hecho
libres; si no parecerá una locura. Y tanto el contexto como el versículo 21, que es introductorio, nos
enseñan que es desde esa posición de libertad previa que tiene sentido todo el texto. “Someteos
unos a otros, por reverencia a Cristo” (v. 21). Por reverencia a Cristo es por lo que hemos de
someternos unos a otros. No porque uno sea superior a otro. Por reverencia quiere decir que
previamente he descubierto lo que Cristo ha hecho por mí. Descubro la libertad total que Cristo me
ha dado y entonces, solo entonces, por gratitud a Él, por la reverencia que nace del asombro de su
gracia hacia mí, respondo con una entrega voluntaria a unos y a otros. Entonces comprendo que he
de servir a mi esposa, a mi vecino, y al creyente pequeño o grande.
Con la libertad de Cristo viene el sometimiento y el crecimiento en la relación matrimonial y en
cualquier otra.
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