2. La disolución del régimen señorial o el mantenimiento del

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2. La disolución del régimen señorial o el
mantenimiento del latifundio nobiliario
Como escribe Bernal, «el periodo comprendido por el proceso de disolución del Régimen Señorial en España es el mejor conocido, gracias a los trabajos monográficos y de síntesis
que se han ocupado de él» (46). Supera, consiguientemente,
nuestros objetivos el plantear siquiera una síntesis bibliográfica sobre la cuestión, y centra, por el contrario, nuestra atención la necesidad de constatar con referencias explícitas el mantenimiento del latifundio nobiliario en los decenios posteriores
a la disolución, como paso previo para comprender las características de la gran propiedad campiñesa a comienzos del último tercio del siglo XIX, y para analizar a partir de ahí la compleja y variada dinámica seguida por las tierras nobiliarias en
los últimos cien años.
La perpetuación en manos de la alta nobleza andaluza de
su ping^e patrimonio inmobiliario de siglos pasados encuentra explicación en el controvertido y hasta erróneo tratamien(46) La obra citada de Bernal contiene amplia referencia bibliográfica
sobre el tema, especialmente en lo que respecta a obras generales; para nosotros ha sido especialmente útil la consulta, entre otros, de S. de Moxó,
La d^olución del régimen señorial en España, Madrid, 1965; del mismo autor,
«.Los señoríos», en H^pania, n. ° 94, 1964; C. Sánchez Albornoz, La Reforma
Agraria ante la Historia, Madrid, 1932; R. García Ormaechea, Supervivencias
feudales en España, Madrid, 1932; M. Artola, Los orígenes de la España contemporánea, Madrid, 1969, 2 vols., del mismo autor, La burguesía revolucionaria,
Madrid, 1973; J. Fontana, La quiebra de la monarquía absoluta, Barcelona, 1971;
la tesis de A. M. Bernal constituye la aportación más relevante al conocimiento de ese periodo en Andalucía, y en concreto de la pmblemática y consecuencias de la disolución del Régimen Señorial en la región; centrados en
el «caso valenciano^>, aunque con referencias al conjunto nacional, los trabajos de A. Gil Olcina «Crisis y transferencia de las propiedades estamental
y pública^>, en La prop ^dad de la tierra en España, Dpto. Geografia, Univ. Alicante, 1981, págs. 11-38; «Evolución de la propiedad agraria^>, en Geografía
de la provincia de Al^ante, dirigida por A. López y V. M. Roselló Verger, Alicante, 1979, págs. 241-251; La prop ^dad señorial en tierras valencianas. Valencia, del Cenia al Segura, 1979.
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to -en opinión de algunos (47)- que la cuestión señorial recibe en los distintos preceptos jurídicos que jalonan los cuatro
primeros decenios del siglo XIX. En el comentario del decreto
del 6 de agosto de 1811, García Ormaechea señala que «la división de los señoríos en jurisdiccionales, territoriales, y solariegos es un error histórico y jurídico... Esta aparente claridad
-añade- ha engendrado en la aplicación de la Ley múltiples
equivocaciones». Efectivamente, la ambigiiedad y diversas posibilidades interpretativas del texto resultan innegables: el artículo 5.°, el más trascendente de todos los preceptos de la Ley,
establece que los «señoríos territoriales y solariegos quedan, desde ahora, en la clase de los demás derechos de propiedad particular, y no son de aquéllos que, por su naturaleza, deban incorporarse a la Nación, o de los que no hayan cumplido las
condiciones con que se concedieron, lo que resultará de los títulos de adquisición».
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Por su parte, el artículo 1. ° establece que «desde ahora quedan incorporados a la Nación todos los señoríos jurisdiccionales de cualquier clase y condición que sean».
La distinción marcada y, más concretamente, la conceptuación de los solariegos o territoriales lleva, con razón, a García
Ormaechea a preguntarse cuáles son estos últimos. Su respuesta
es, en buena medida, válida para todos los señoríos bajomedievales andaluces, aunque, ciertamente, olvide consciente o
inconscientemene todos aquellos nacidos por compra entre los
siglos XVI y XVIII, afectando en muchos casos a propiedades
territoriales anteriores (48): «En España todos los señorios eran
jurisdiccionales, ya perteneciesen al rey, ya a señores laicos,
ya a comunidades o personas eclesiásticas..., todos esos señoríos son a la vez jurisdiccionales y territoriales. la sociedad de
(47) R. García Ormaechea, ofi. cit., pág. 26.
(48) Me refiero a los señoríos enajenados por compra durante la etapa
mencionada, de contenido estrictamente jurisdiccional en la región, y que
venían a recaer sobre lugares, aldeas o villas de realengo, o sobre simple ^
cortijos y heredades propiedad de los compradores del señorío.
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la Baja Edad Media se organizó a base de la tierra. Y de los
derechos sobre ella surgió la jerarquía rural. El poder sobre
la tierra integrada por la jurisdicción es precisamente el rasgo
más característico del feudalismo» (49).
La respuesta de García de Ormaechea está obviamente en
la línea de favorecer una interpretación amplia del texto, proclive, consiguientemente, a la abolición conjunta del elemento
jurisdiccional y solariego, de consecuencias sociales inconmesurables en una región como la andaluza.
Pero esta incógnita abierta por la ley de 1811, unida asismismo al controvertido tema de la presentación de títulos legitimadores, fue resuelta en los decenios posteriores tanto por
las leyes de 3 de mayo de.1823 y de 26 de agosto de 1837, como por las numerosas sentencias del Tribunal Supremo hasta
fines del siglo. En último término, la decisiva sentencia de 8
de julio de 1868 reconociendo explícitamente la frecuente combinación de los elementos jurisdiccional y solariego, pero abogando por la propiedad privada de los señores, no deja lugar
a dudas de cuáles habían venido siendo los deseos del legislador a lo largo de buena parte del proceso: la incorporación de
lo exclusivamente jurisdiccional, y la privatización de todo componente territorial, al margen de que este elemento se hubiese
gestado y desarrollado al amparo de la jurisdicción o de la capacidad coactiva derivada del propio señorío (50).
Más de cien años después de las primeras disposiciones abolicionistas, la Ley de Bases para la Reforma Agraria de 1932
volvería a ocuparse del tema, pero en esta ocasión de forma
inequívocamente favorable a«la tesis de la extinción conjunta
de los elementos jurisdiccional y solariego, contra la doctrina
(49) R. García Ormaechea, op. cil., págs. 26-27.
(50) El párrafo más elocuente de la Sentencia, reproducida por Artola
en La bus,quesía reaolucionaria, pág. 134, dice así: <^Emanando los señoríos de
una época en que era muy frecuente la unión de la propiedad con la jurisdicción, el haber ejercido ésta no prueba que el señorío sea jurisdiccional,
porque puede existir éste con independencia del territorial.»
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mantenida en reiteradas ocasiones por el Tribunal Supremo,
cuyas sentencias se declaraban sin efecto» (51).
En la Campiña andaluza, por más que los pleitos de pueblos contra señores sobre usurpaciones de propios o sobre el
mismo contenido territorial de los señoríos (52) contaran con
fuerza y tradición, la Ley de 26 de agosto. de 1837 deja el campo prácticamente expedito a los intereses nobiliarios. Según el
artículo 1. ° de dicha Ley, los señores quedaban únicamente
obligados a presentar los títulos de adquisición de los pueblos
en que habían tenido señoríos jurisdiccionales y donde radicaban, por lo general, sus más grandes propiedades. Como indica García Ormaechea, «todos los territorios de señoríos, aún
de los incorporados de propiedad particular»; y añade agudamente: «... Y esto a la vista de los títulos puramente feudales..., documentos sobre los cuales no era admitida discusión
en los pleitos, porque se había declarado con valor de ejecutiva en juicio sumario y posesorio, sin intervención de los pueblos interesados, el derecho de propiedad privada de los señores, libre ya de toda prueba, la cual habían de suministrar los
(51) A. Gil Olcina, <^Crisis y transferencias de las propiedades estamental y pública», en La propiedad de la tierra en España, pág. 37.
(52) A. M. Bernal, ofi. cit., págs. 63-123; en este sentido conviene, sin
embargo, marcar nítidamente las diferencias entre los pleitos emprendidos
por la usurpación de tierras de propios y baldíos, y las iniciativas seguidas
contra el carácter no solariego de los señoríos. Y ello porque mientras los
primeros reivindican sólo una parte, a veces mínima, de las tierras señoriales, los segundos ponen en crisis el basameto de la propiedad altonobiliaria
en su conjunto. Somos de la opinión, contrastada con el estudio de los municipios campiñeses de la Casa de Arcos (Marchena, Paradas, Mairena y
Bailén), de que mientras el primer tipo de pleitos proliferó a lo largo de los
siglos, los segundos fueron escasos e incluso, cuando llegaron a plantearse,
como en el caso de Mairena, mediocremente defendidos por los concejos;
en alguna medida los pueblos de señorío bajomedieval, exceptuando las ocupaciones flagrantes de propios y comunales, reconocieron tradicionalmente
como propiedad particular de los señores aquélla que, como recoge el artículo 5.° de la Ley de 1823, estaba enclavada en el señorío, tomada desde
un principio por puro derecho y al amparo -comenta García Ormaechea«del mismo privilegio feudal».
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pueblos que carecían de ella. De ese modo unos títulos políticos de jurisdicción territorial se transformaron en títulos de derecho civil.»
Privilegios rodados, cartas de donación, de compra, etc.,
fueron presentados puntualmente por los señores en el plazo
de tres meses que recogía la Ley ante los Juzgados de Primera
Instancia, como acreditativos del carácter solariego, a más de
jurisdiccional, de sus señoríos. Los autos, favorables a los señores, se dictaron con prontitud en el mismo 1837 o en 1838;
los pueblos en unos, ca_ sos abandonaron los litigios y en otros
impugnaron los autos dt: los Juzgados ante la Audiencia (53),
pero lo cierto es que a comienzos de la década de los cuarenta
la situación estaba ya plenamente consolidada en absoluto beneficio de los intereses de la alta nobleza.
E1 cuadro 42 recoge con nitidez el mantenimiento del latifundio altonobiliario en diversos municipios integrantes decenios atrás de los estados de Osuna, Arcos, Medinaceli y Fernán Núñez. Aunque las diferencias entre 1750 y 1860-70 son
en ocasiones apreciables, tanto en sentido positivo como negativo, somos de la opinión que las mismas obedecen más a la
diversidad de las fuentes comparadas que a cambios sustanciales en la evolución de los patrimonios. El análisis de las compraventas de la Casa de Arcos y de las de Medinaceli en los
municipios de la Alta Campiña cordobesa pone de manifiesto
cómo a lo largo de dicho periodo los contratos realizados fueron muy escasos, afectando a muy cortas superficies, por lo
(53) Según consta en el expediente 10 del legajo 4.728 de la Sec. de Osuna
del A.H.N., citado también por A. M. Bernal, págs. 102-103, no hubo apelación a la sentencia de diversos pueblos de la Casa de Arcos (Paradas, Los
Palacios, Marchena y Bailén). Algo similar aconteció en otros municipios
de la Casa de Osuna (Puebla de Cazalla, Arahal y Osuna). Carecemos de
información similar referida a los municipios de la Casa de Aguilar en la
Campiña de Córdoba; el reciente cierre del Archivo de la Casa Ducal de
Medinaceli no nos ha impedido recopilar la documentación que sobre el tema obra, como sabemos, en los fondos de dicho Archivo.
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que hay que reafirmar la estabilidad de la propiedad, más aún
si se tiene presente que la legislación desvinculadora había afectado poco o nada todavía a las casas mencionadas, bien por
no haberse producido en el periodo cambios sucesorios, bien,
en cualquier caso, porque el poderío patrimonial de esos linajes posibilitaba un alto nivel de acumulación en las primeras
generaciones de herederos.
Los ejemplos reseñados, testigos de la estabilidad patrimonial de la Grandeza casi 30 años después de la disolución del
régimen señorial, no niegan, por supuesto, que algunas «Casas» hubieran iniciado con anterioridad el proceso de desmantelamiento por venta de sus propiedades rústicas; Bernal cita,
por ejemplo, el cuantioso volumen de tierras enajenadas por
el Ducado de Alcalá entre 1814 y 1853 en la Campiña sevillana, que superó las 23.000 fanegas de tierra.
En cualquier caso, el proceso de tierras nobiliarias más importante que haya conocido Andalucía en toda su historia, generado por la quiebra de la casa Osuna y del que posteriormente nos ocuparemos, no se iniciará hasta mediada la década de los sesenta; y aún después permanecen estables y trasformados, por lo que al sistema de explotación respecta, los
amplios dominios de las Casas de Alba, Infantado y Medinaceli, algunos de los cuales, ciertamente recortados pero a la vez
intensificados productivamente como veremos, siguen encabezando hoy los listados de contribuyentes rústicos de las provincias de Córdoba y Jaén.
Es significativo señalar por último cómo los títulos acreditados de la propiedad territorial de la alta nobleza, tanto en
los Registros de la Propiedad como en los protocolos hipotecarios o interventarios de bienes, no fueron otros que los privilegios bajomedievales de compra o merced de señorío; de esta
forma, el Registro, «sancta sanctorum» del inviolable y sagrado derecho de propiedad burgués, refrendaba de manera irreversible la privatización de la propiedad señorial. Algunos ejemplos, procedentes de la escritura de empréstito hipotecario de
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noventa millones de reales al Duque de Osuna (54), copias literales de las primeras inscripciones registrales de las fincas del
Ducado, constituye la más expresiva prueba de la confirmación y mantenimiento del latifundio señorial:
- Título de propiedad del Ducado de Arcos de las tierras
de Bailén.
«... Privilegio rodado del señor Rey Don Alfonso,
dado en Gibraleón en 26 de diciembre de 1837, por venta en 140.000 maravedises de Bailén, con su término,
señorío y jurisdicción.»
- Título de propiedad de las tierras de Villafranca y Los
Palacios (2.910 fanegas).
«Escritura de venta otorgada en Sevilla el 2 de mayo de 1432 por Teresa González, que vendió a Don Pedro Ponce de León la mitad del pueblo de Los Palacios, y la otorgada en 30 de diciembre de 1427 por Pedro Barba y su mujer, Leonor Núñez, por la que vendió al mismo la otra mitad del término de Los Palacios..., así lo aseguran el señor Apodérado general del
señor Duque..., y está conforme el señor Urquijo que
ha hecho examinar las indicadas escrituras.»
- Títulos de propiedad de las tierras de Marchena y Paradas.
«Los títulos originarios de adquisición de los bienes
comprendidos en esta Administración son el Real Privilegio del rey Don Ferndando IV estando en el cerco
^
de Algeciras, por el cual donó a Juan Pérez Ponce, en
18 de junio de 1347 la villa de Marchena, con su pueblo y tierras, cuya donación fue confirmada por los reyes que le siguieron en 6 de abril de 1379 y 22 de julio
de 1388, y un Privilegio Rodado por el que su Majes(54) Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Escrituras públicas de
Claudio Sanz Barea, escrituras de 31-X-1863 y 15-II-1864, protocolo
n.° 27.468.
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tad el rey Don Fernando hizo merced y donación a Don
Fernando Pérez Ponce de la villa de Paradas con sus
pertenencias y aldeas.»
Títulós de las tierras de Osuna.
«Privilegio Rodado de Don Enrique, rey de Castilla, haciendo merced en 25 de mayo de 1464 a Don Alfonso Tellez Girón de la villa de Osuna, con sus fortalecas y castillos de Caza, con todos sus bienes y heredamientos.»
De esta forma, el prestamista Urquijo, a la vez que por vía
del crédito hipotecario introducía buena parte del patrimonio
inmobiliario ducal en el círculo de la burguesía especuladora,
reconocía explícitamente también el valor de donaciones y mercedes feudales. El Duque de Osuna, como tantos otros miembros de la aristocracia tradicional, accedía al crédito ofreciendo como garantía una propiedad en gran medida acumulada
al amparo del señorío, pero ponía en circulación en ese mismo
momento una fortuna de la que terminaría beneficiándose la
burguesía financiera que le ofrecía «socorro».
3. La gran propiedad rústica a mediados del
siglo xix
3.1. Los mayores hacendados campiñeses: los aiejos
y los nueaos titulares; su implantación territorial
No hay para mediados del siglo XIX una fuente similar a
los Libros del Mayor Hacendado del Catastro de Ensenada que
permita conocer la titularidad y riqueza de los mayores propietarios locales, junto con las características territoriales de
sus patrimonios. Este vacío documental es tanto más lamentable si se tiene presente la importancia del conocimiento de la
nueva oligarquía rural regional una vez consolidados los logros de la política liberal que más directamente afectaron a la
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