EL DESGASTE EMOCIONAL EN LAS RELACIONES DE PAREJA COMO FACTOR DE MAL PRONÓSTICO PARA LA SALUD DE MAS MUJERES1 Autoras: Esperanza Bosch Fiol y Victoria Ferrer Pérez Grupo de investigación de Estudios de Género. Universidad de las Islas Baleares. Ctra. Valdemossa, km. 7’5. 07122 Palma de Mallorca. Baleares. España. Tel. 971173440. Mail: [email protected] Resumen Los informes, estudios y encuestas sobre salud muestran que las mujeres tienen peor salud física y mental y padecen trastornos psicoafectivos en mayor medida que los varones (Observatorio de Salud de las Mujeres, 2004-2007). Los factores que explican esta situación son muchos y de diversa naturaleza, incluyendo factores de tipo biológico, psicológico o social (Lasheras, Pires y Rodríguez, 2004). Diferentes estudios y trabajos muestran como la violencia de género, pero también las denominadas micro violencias o, incluso, los meros conflictos conyugales tienen efectos sobre la salud de las mujeres. Este trabajo pretende contribuir a la reflexión sobre esta cuestión, partiendo de la consideración de que los mandatos de género en cuanto a la centralidad de la relación de pareja para las mujeres tendría alguna efecto sobre estos resultados y proponiendo algunas líneas de investigación futuras al respecto. Palabras clave: mandatos de género, desgaste emocional, consecuencias sobre la salud. Abstract The reports, studies and health surveys show that women have worse physical and mental health than men and also women have more psycho disorders than men (Observatory of Women's Health, 2004-2007). The factors behind this situation are many types, including biological, psychological or social factos (Lasheras, Pires and Rodriguez, 2004). Different studies show that violence, but also called micro violence or even marital conflicts have an impact on the health of women. This paper aims to contribute to the debate on this issue, based on the consideration of gender mandates regarding the centrality of the relationship for females would have any effect on these results, and suggests some future research lines about. Keywords: gender mandates, emotional distress, impact on health. Introducción Al hablar de relaciones de pareja y su papel en la salud de las mujeres, resulta inevitable empezar por recordar el concepto de amor romántico y toda la mitología (antigua y moderna) que va ligada a él. Un mito es una creencia, aunque se halla formulada de manera que aparece como una verdad y es expresada de forma absoluta y poco flexible. Estas creencias suelen poseer una gran carga emotiva, concentran muchos sentimientos, y suelen contribuir a crear y 1 Este trabajo se realizó en el marco de un proyecto de investigación financiado por el Instituto de la Mujer del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad (INMU 67/07). 1 mantener la ideología del grupo y, por ello, suelen ser resistentes al cambio y al razonamiento (Bosch y Ferrer, 2002). En el caso del amor, al igual que en muchos otros temas de interés o relevancia social, no sólo cabe considerar las explicaciones o realidades científicas, si no también los mitos al respecto. De hecho, no es infrecuente que los tratados especializados y la opinión común coincidan en ocasiones en reflejar esos mismos tópicos (Lis, 2005). Como señala Carlos Yela (2003), podemos considerar que los mitos románticos son el conjunto de creencias socialmente compartidas sobre la supuesta “verdadera naturaleza” del amor (p. 264). En trabajos anteriores hemos ido revisando estos mitos así como proponiendo una clasificación jerarquizada de los mismos (Bosch y Ferrer, 2011; Ferrer, Bosch, Navarro y Ferreiro, 2010). Sin embargo hemos querido dar un paso más y, manteniéndonos en el mismo marco conceptual, indagar sobre los posibles efectos en la salud de las mujeres de todo este entramado de dedicación y renuncias que, en muchos casos, van ligados a la idea de la “entrega amorosa” el “amor para toda la vida” o el “te quiero más que a mi vida”, por citar sólo algunos de los tópicos más comunes. Si bien es cierto que en nuestras investigaciones más recientes no hemos evaluado esta cuestión de una manera directa, sí creemos que los resultados disponibles ofrecen suficiente información indirecta como para adentrarnos en este nuevo territorio, abriendo así vías para futuras investigaciones. Amor y desgaste emocional: diferencias de género El amor romántico es una experiencia fuertemente generizada (Burns, 2000; Denmark et al., 2005; Duncombe y Marsden, 1995; Redman, 2002; Schäfer, 2008) y vinculada a los mandatos de género tradicionales (Antunes Das Neves, 2007; Jonásdóttir, 1993; Romero, 2004; Távora, 2007). Si para las mujeres es espera, pasividad, cuidado, renuncia,… para los hombres tie ne mucho más que ver con el héroe y el conquistador, con el que logra alcanzar imposibles, seducir, quebrar las normas y resistencias. Estaríamos quizás frente al mito de Cenicienta / Bella Durmiente y el príncipe azul, todo ello, recordémoslo, todavía muy presente en series juveniles, películas románticas, canciones, cuentos infantiles, etc. En este sentido, es fácil imaginar cómo este modelo de amor romántico idealizado y generizado, al que hemos sugerido llamar amor cautivo, crearía falsas expectativas y conduciría, con cierta facilidad, a la frustración y al sentimiento de fracaso afectivo y, al fundamentarse, en gran medida, en la anulación a través de la renuncia de una misma, podría estar, en cierto modo, en el origen de la violencia de género, aunque ésta es otra cuestión. Volviendo al tema del presente trabajo, hemos de recordar como desde nuestros primeros trabajos hemos ido abordando el tema de la socialización y, particularmente de la socialización diferencial. Recordemos, por citar sólo algunos, “Historia de la misoginia” (Bosch, Ferrer y Gili, 1999), “La voz de las invisibles” (Bosch y Ferrer, 2002) o “El laberinto patriarcal” (Bosch, Ferrer y Alzamora, 2006). Sin embargo, y a pesar de esta recurrencia, entendemos que es una cuestión tan crucial para encuadrar adecuadamente el tema que nos ocupa que no podemos si no volver a tratarla aunque sea de modo necesariamente breve. Recordemos que la socialización es el proceso, que se inicia en el momento del nacimiento y perdura durante toda la vida, a través del cual las personas, en interacción con otras personas, aprendemos e interiorizamos los valores, las actitudes, las expectativas y los comportamientos característicos de la sociedad en la que hemos 2 nacido y que nos permiten desenvolvernos (exitosamente) en ella (Giddens, 2001). Es decir, es el proceso por el que las personas aprendemos y hacemos nuestras las pautas de comportamiento social de nuestro entorno. En el caso de que una persona no siga las pautas de comportamiento social establecidas se habla de desviación social. De acuerdo con la teoría de la socialización diferencial, las personas, en nuestro proceso de iniciación a la vida social y cultural, y a partir de la influencia de los agentes socializadores, adquirimos identidades diferenciadas de género que conllevan estilos cognitivos, actitudinales y conductuales, códigos axiológicos y morales y normas estereotípicas de la conducta asignada a cada género (Walker y Barton, 1983). La socialización diferencial entre mujeres y hombres implica la consideración social de que niños y niñas son en esencia diferentes y están llamados/as a desempeñar papeles también diferentes en su vida adulta. Así, los diferentes agentes socializadores (el sistema educativo, la familia, los medios de comunicación, la religión,…) tienden a asociar tradicionalmente la masculinidad con el poder, la racionalidad y aspectos de la vida social pública, como el trabajo remunerado o la política (tareas productivas que responsabilizan a los varones de los bienes materiales) y la feminidad con la pasividad, la dependencia, la obediencia y aspectos de la vida privada, como el cuidado o la afectividad (tareas de reproducción que responsabilizan a las mujeres de los bienes emocionales) (Alcántara, 2002; Pastor, 1996; Rebollo, 2010). Para lograr este fin se fomentan aprendizajes diferenciados en cuanto a responsabilidades, habilidades y destrezas. Es, por tanto, un proceso que perpetúa las desigualdades entre mujeres y hombres y la división sexual del trabajo. Una de las claves de la fuerza del proceso de socialización diferencial tradicional radica, precisamente, en la congruencia de los mensajes emitidos por los diferentes agentes socializadores. En el caso del amor y las relaciones de pareja, como señala, por ejemplo, Coral Herrera (2011) y como hemos mencionado antes, las narraciones de los cuentos, las películas o las canciones y producciones culturales en general influyen sobre nuestras expectativas y creencias mediante un sistema de “seducción” (muy ligado al consumo) que aumenta aún más la influencia y penetración de los mensajes que contienen (frente, por ejemplo, a la imposición o los imperativos en otro tipo de mensajes). Esos mensajes repetidos, recibidos durante la socialización y diferentes para uno y otro sexo llegan en muchas ocasiones a ser interiorizados por cada persona que 'los hace suyos' y acaba pensando y comportándose en consecuencia. Vemos, pues, que los procesos de socialización han sido y aún hoy son diferentes para mujeres y hombres. En el caso de las mujeres, y a pesar de los indudables cambios acaecidos en las últimas décadas (al menos en las sociedades occidentales), todo lo que tiene que ver con el amor (las creencias, los mitos,…) sigue apareciendo, como ya hemos comentado, con particular fuerza en su socialización, convirtiéndose en eje vertebrador y en parte prioritaria de su proyecto vital (Altable, 1998; Ferreira, 1995; Lagarde, 2005; Sanpedro, 2005). Así, la consecución del amor y su desarrollo (el enamoramiento, la relación de pareja, el matrimonio, el cuidado del otro,…) siguen siendo el eje en torno al cual gira de modo completo o casi completo la vida de muchas mujeres (hasta el punto de que “sin él la vida carece de sentido”), mientras que en la vida de los varones lo prioritario sigue siendo el reconocimiento social y, en todo caso, el amor o la relación de pareja suele ocupar un segundo plano. Como señala Aurora Leal (2007): “De forma esquemática se dice que en las chicas el amor romántico viene a ser el romance de la búsqueda, entrega, fusión con la otra persona, ansiedad, compromiso. En los chicos el amor implica cierta ganancia pero no compromete 3 aspectos nucleares del yo personal. En las chicas el amor romántico sería una forma de organizar el futuro y una construcción de la identidad personal. En los chicos el amor romántico se relaciona con la seducción, con el acceso a las muchachas” (p. 63). Plusvalía emocional La investigadora feminista sueca Ana Jonásdóttir (1993) abundaba en esta idea cuando señalaba que el amor, con su extraordinario poder de manipulación, se ha convertido en la más eficaz herramienta de subyugación de las mujeres, una vez abandonadas las coerciones materiales, de modo que las mujeres son puestas al servicio del patriarcado cuando son educadas para proyectar sus más altas aspiraciones en el amor y la dedicación al otro (el “ser-para-otro” al que se refiere Marcela Lagarde (2000). Recordemos, aunque sea brevemente que el patriarcado es un orden social que impone un sistema de roles jerarquizado, donde los varones desempeñan un rol social de poder (y ocupan posiciones de dominio) y las mujeres desempeñan un rol social de sumisión (y ocupan posiciones de subordinación) que está vigente tanto en el ámbito social como en privado y tiene consecuencias como la presencia / ausencia de varones / mujeres del mundo de la política o la economía, la división sexual del trabajo y, por supuesto, el tipo y características de las relaciones en la familia y pareja. Continuando con el análisis, para esta autora nórdica, el amor, entendido como “prácticas de relación sociosexuales y no sólo como emociones subjetivas” (Jonásdóttir, 1993, p. 21), sería una de las claves explicativas del patriarcado puesto que, en su opinión, en este contexto los varones se apropian del control de la fuerza laboral de las mujeres, de su amor y del “poder vital” y la plusvalía que resulta de éste (en forma de tiempo y de cuidados que las mujeres les dedican a ellos y en forma de ahorro al no sufrir mayores desgastes por lo que no les ofrecen a ellas). En este contexto, el amor estaría “apuntalando” al patriarcado y manteniéndolo incluso a pesar de los cambios legislativos que se han ido produciendo. Pero no es sólo esta autora quien propone planteamientos de este tipo. Otras voces se unen para considerar que el amor y, particularmente al amor romántico, es uno de los factores de reproducción de la desigualdad, como señala Ana de Miguel (2008), recordando, entre otras a Amalia González (2006) o M. Luz Esteban y Ana Távora (2008). Desde este punto de vista, el amor romántico y el miedo a no tener pareja se convertirían en mecanismos de reproducción de la subordinación en los términos descritos. Por otra parte, la psicóloga argentina Clara Coria (2005) resume esta idea en los términos siguientes: “La organización de nuestra sociedad patriarcal ha preparado durante siglos al género femenino para transitar por la vida al servicio de las necesidades ajenas. Desde pequeñas, las mujeres aprenden a entrenarse para descifrar los deseos de quienes las rodean, primero los padres y las personas de su entorno, luego sus compañeros amorosos y finalmente sus hijos/as. De tanto profundizar en los deseos ajenos, suelen perder la habilidad para descifrar los propios y, de tanto acomodarse para satisfacer aquellos, terminan haciendo propios los deseos de otros (…) no son pocas las mujeres que ven desplegarse ante sí un enorme desierto intransitable a la hora de buscar los deseos dentro de ellas” (p. 29). Así pues, la consideración social de que ser y sentirse mujer viene determinada, entre otros rasgos, por dar una enorme importancia a las emociones, los afectos, el cuidado o las relaciones interpersonales, y ello tanto en lo relativo a la atribución de 4 responsabilidad en la creación y mantenimiento de esos vínculos como en la consideración de esas relaciones como esenciales para la felicidad, supone una sobredimensionalización de las relaciones, del amor y, en su caso, de su pérdida (Antunes Das Neves, 2007; Jonásdóttir, 1993; Romero, 2004; Távora, 2007). Ante todo ello, creemos que es aceptable la utilización del término “desgaste emocional” para referirnos a las consecuencias de esta fuerte inversión como un factor de mal pronóstico para la salud y la calidad de vida un importante número de mujeres de todas las edades, que se ven atrapadas en esta tupida red de exigencias, renuncias y dedicaciones a la que llaman amor. Desgaste emocional y salud de las mujeres: las microviolencias De modo reiterado, los informes, estudios y encuestas sobre salud vienen mostrando que las mujeres tienen peor salud física y mental y padecen trastornos psicoafectivos en mayor medida que los varones (Observatorio de Salud de las Mujeres, 2004-2007). Los factores que explican esta situación son muchos y de diversa naturaleza, incluyendo factores de tipo biológico, psicológico o social (Lasheras, Pires y Rodríguez, 2004). Tradicionalmente, estos factores han sido analizados desde una supuesta neutralidad que ha dado origen a importantes sesgos androcéntricos (Sen, George y Ostlin, 2005). El punto de vista feminista ha aportado, en este sentido, un análisis integrador que, no sólo incorpora el género como determinante de la salud, si no que cuestiona el orden social patriarcal que, en última instancia, explicaría las desigualdades subyacentes. En este marco, y tomando como base lo anterior, desde hace algunos años venimos desarrollando una serie de investigaciones (tanto cualitativas como cualitativas) que han ido analizando no sólo la violencia de género (o violencia contra las mujeres en el marco de la pareja) si no también, poniendo de manifiesto micro violencias de los varones hacia las mujeres, como la invasión de sus espacios físicos y simbólicos, la generación de inseguridad y temor, su postergación al rol femenino tradicional o las maniobras de infravaloración y control (Ferrer et al., 2008), que ocurren en un número considerable de relaciones de parejas, y sus consecuencias. Entre dichas consecuencias estaría, por ejemplo, la pérdida de capacidad de reacción de las mujeres para salir de esa relación (en general y/o cuando ésta alcanza cotas de violencia explícita), que analizamos y desarrollamos en nuestro modelo del laberinto patriarcal (Bosch, Ferrer y Alzamora, 2006). Otra posible consecuencia sería el efecto debilitante sobre la salud de las mujeres, traducido no sólo en patologías específicas sino en lo que autoras como Carme Valls (2006) han denominado el malestar de las mujeres. En este sentido, existe mucha y variada literatura científica que analiza los efectos de la violencia de género sobre la salud física y mental de las mujeres que la padecen (Amor et al., 2002; Domínguez, García – Leiva y Cuberos, 208; García – Moreno, 2005; Labrador, Fernández – Velasco y Rincón, 2010; Matud, 2004; Villavicencio y Sebastián, 1999). Igualmente, las denominadas macroencuestas del Instituto de la Mujer (2000, 2006), realizadas con objeto de conocer el alcance y características de la violencia de género en nuestro país, han ido incorporando en sus diferentes oleadas el análisis específico de esta cuestión. Pero, como decíamos, no sólo la violencia propiamente dicha provoca efectos sobre la salud. El análisis de Kielcot-Glaser y Newton (2001), realizado sobre 64 estudios ya publicados, mostró que ante los conflictos conyugales, las mujeres presentaban reacciones fisiológicas más intensas y persistentes, llegando incluso en algunos de ellos a detectarse una disminución en la salud física de ellas (pero no de ellos), con la presencia de problemas como ansiedad, tensión arterial elevada, con disminución de la 5 función inmunitaria, etc. De hecho, en términos generales las tasas de felicidad y satisfacción vital de los hombres tienden a correlacionar positivamente con el hecho de estar casados, cosa que no ocurre en el caso de las mujeres (Sheaar, Halmi, Widiger y Boyce, 2007). En este mismo sentido, nuestra propia investigación muestra también algunos indicios sobre los efectos de las micro violencias sobre la salud, particularmente sobre la salud mental y el bienestar de las mujeres (Bosch et al., 2010). Pero resulta cuando menos curioso que los intentos de aportar una mirada de género sobre la salud de las mujeres en nuestro país no incluyan el análisis de esta posible influencia. A modo de ejemplo cabe citar el informe del Instituto de la Mujer (2010) que analiza la salud de las mujeres, las desigualdad de género en salud y los determinantes de género de la salud a partir de la explotación de los datos de la Encuesta Nacional de Salud de 2006, profundizando en el estudio de la esperanza de vida y la mortalidad, la morbilidad, los hábitos y estilos de vida, las prácticas preventivas, el trabajo reproductivo y la utilización de los servicios sanitarios. Concretamente, se desagrega por sexo toda la información y se analiza y comparan los datos de las mujeres por edad, clase social, estudios y situación laboral. Sin embargo, no se incluye el análisis del efecto de estado civil aspecto éste que, dada la centralidad de la pareja en el mandato de género femenino a la que hemos hecho referencia anteriormente, parecería cuando menos relevante para conocer algo más sobre la salud de las mujeres desde un punto de vista de género. En el informe también auspiciado por el Instituto de la Mujer a principios de la década de 1990, sí se incluyó un capítulo, elaborado por M. Jesús Izquierdo y O. Martí (1992) en el que se abordaban los factores socioculturales condicionantes de la salud, y dentro de ellos, específicamente el estado civil. Sin embargo, dicho análisis hacía referencia a los cambios en la estructura de la población por edades y a los efectos del aumento de la esperanza de vida sobre el incremento de viudas, sin abordar los posibles efectos diferenciales sobre la salud del estado civil y/o del apoyo social derivado para hombres y mujeres. Conclusiones A la vista de todo lo anterior, y a modo de conclusión, nos parece interesante observar como diferentes análisis y apreciaciones señalan como una parte importante de los ingredientes unidos a los mitos sobre el amor romántico así como la persistencia de violencias llamadas de baja intensidad (por cuanto son a menudo casi imperceptibles por parte de observadores externos y difíciles de identificar y valorar por parte de la propia víctima) actúan o pueden actuar de manera negativa sobre la salud (tanto física como mental) de las mujeres que las sufren, produciendo toda una serie de síntomas que no siempre son fácilmente comprendidos e interpretados por los/las profesionales de la salud a que finalmente acuden (Valls, 2006). Así, el desgaste emocional, resultado de esas relaciones de pareja en las que tanto se ha invertido y en las que en (muchas) ocasiones se hallan presentes esas micro violencias actuaría negativamente sobre la autoestima o autovaloración, produciría cansancio generalizado, dolores inespecíficos, trastornos del sueño, sentimientos de tristeza y, a la vez, de culpabilidad al creer que no se está a la altura de las circunstancias, entre otros síntomas. Una vez más la clave estaría en la redefinición del concepto de amor y en la reorganización de las relaciones de pareja. Mientras los niveles de exigencia sean tan elevados y a la vez tan diferenciados para hombres y mujeres será muy difícil encontrar 6 el equilibrio. Mientras esto no sea posible la experiencia amorosa seguirá siendo para un número importante de mujeres un riesgo para su salud. Pero, como ya hemos ido comentando, por el momento, la relación de pareja (y los términos en los que ésta se da) no aparece como un factor relevante en los análisis sobre la salud de las mujeres. El paso siguiente, en nuestra opinión, es completar los análisis que se están desarrollando (y en los cuáles ya se han introducido de modo decidido otros elementos como, por ejemplo, los efectos del cuidado de niños/as o de personas mayores) con una medición cuantitativa y cualitativa sistemática. Obviamente, la incorporación del análisis por estado civil puede contribuir a añadir información relevante pero dado que estamos hablando no sólo de la existencia de una relación de pareja si no de las características de ésta, cabe anticipar que será necesario complementar esta información con datos de tipo mas valorativo. Precisamente, en este sentido, en el momento actual estamos trabajando en el desarrollado de un instrumento de screening o cribado que nos ayude a alcanzar este objetivo. En definitiva, como señalan Catherine Shear y cols.(2007), entre los retos pendientes en la investigación se halla el diseñar estudios para evaluar el mecanismo a través del cual pueden aparecer diferencias de género en salud en respuesta a las características de la relación de pareja y los conflictos conyugales. Referencias. ALCÁNTARA, M. Dolores (2002): “De abnegada a maltratada: la socialización en la violencia de género”. En LÓPEZ, M. Teresa, JIMÉNEZ, M. José, GIL, Eva M. (Eds.), Violencia y género I. Màlaga, Servicio de Publicaciones del Centro de Ediciones de la Diputación de Màlaga, pp. 515-520. ALTABLE, Charo (1998): Penélope o las trampas del amor. Valencia, Nau. AMOR, Pedro J., ECHEBURÚA, Enrique, CORRAL, Paz ZUBIZARRETA, Irene y SARASÚA, Belén (2002): “Repercusiones psicopatológicas de la violencia doméstica en la mujer en función de las circunstancias del maltrato”. Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, 2, 227-246. 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