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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
CRÓNICAS DE
LA TOMA
Por una UNLaR democrática
Crónicas de La Toma. Por una UNLaR democrática. 2013
Primera Edición. 2013
Editado por Imprenta de la Universidad Nacional de La Rioja y Proyecto Libro
–E
Universidad Nacional de La Rioja
Argentina
Diseño de portada: Lic. Rodolfo Varela
Diseño y diagramación: Lic. Rodolfo Varela y Lic. Alfredo Parada Larrosa
Foto de portada: Julieta Herrera
La edición imprensa de este libro se imprimió en los talleres de la Imprenta de la Universidad
Nacional de La Rioja, en la ciudad de La Rioja, provincia de La Rioja, en el mes de diciembre de
2013.
Moreno Castro, Leila Mabel
Crónicas de la Toma. Por una UNLaR democrática. - 1a ed. - La
Rioja: Proyecto Libro - E, 2013.
E-Book.
ISBN 978-987-1999-04-0
1. Crónicas. 2. Relatos. I. Título
CDD 302.2
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
AUTORIDADES
Rector:
Prof. Lic. Fabián Calderón
Vicerrector:
Prof. Ing. José Gaspanello
Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas
y Económicas
Decano: Prof. Cr. Hugo Riboldi
Secretario Académico: Prof. Dr. Rodrigo Torres
Licenciatura en Comunicación Social
Director: Prof. Lic. Rodolfo Varela
Coordinadora: Prof. Lic. Leila Torres
Proyecto Libro - E
Coordinador: Prof. Lic. Maximiliano Bron
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
AGRADECIMIENTOS
Los integrantes de este proyecto colectivo y colaborativo, formado por estudiantes bajo la
coordinación de la Prof. Lic. Leila Moreno Castro, de la Licenciatura en Comunicación Social,
orientación Periodismo, de la Universidad Nacional de La Rioja, dependiente del Departamento Académico de Ciencias Sociales, Jurídicas y Económicas, agradecen:
El acompañamiento de la comunidad de la Carrera de Comunicación Social, integrada por
estudiantes, docentes y graduados, quienes caminaron a la par en el proceso histórico que
este libro relata; y en especial a las autoridades de la misma, el Director, Prof. Lic. Rodolfo
Varela, y la coordinadora, Prof. Lic. Leila Torres, que dieron el impulso necesario para que
esta publicación viera la luz;
La predisposición y la colaboración del coordinador de Libro –E, editora de libros digitales
de la Universidad Nacional de La Rioja, Prof. Lic. Maximiliano Bron, al abrirnos las puertas
de un espacio de distribución libre de contenidos generados en esta Casa de Altos Estudios,
mediante la modalidad Copyleft bajo licencias Creative commons. Sin dudas, una excelente
propuesta que estudiantes, profesores y graduados de la UNLaR tienen a su disposición
para generar conocimientos y difundirlos en el marco de una cultura libre.
La cooperación del Secretario General Lic. Carlos Vilte
Y el apoyo permanente a este tipo de
proyectos por parte de las autoridades
departamentales, Decano, Prof. Cr. Hugo
Riboldi y Secretario Académico, Prof. Dr.
Rodrigo Torres; como así también de las
máximas autoridades de nuestra Universidad, Rector Prof. Lic. Fabián Calderón y
Vicerrector, Prof. Ing. José Gaspanello.
Finalmente, vaya el reconocimiento y
el agradecimiento eterno a nuestras
familias porque sin su sostén, su amor y
su fortaleza no hubiéramos llegado hasta
aquí.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
INDICE
Introducción Por Leila Moreno Castro
7
La marcha en la que vencimos el miedo Por Daniel Ramayo
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La Toma del Rectorado: “¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar
Por Ayelén Silva
11
Los guardapolvos blancos entre el frío de Septiembre
Por Julio Marinelli
13
Y los colores caminaron por los pasillos universitarios
Por María Inés Chumbita
17
Resistiendo, de pie, un jueves sin fin Por Juliana Segovia
19
De guardia en las primeras horas de un día del estudiante distinto
Por Bertha Silvestre
21
Nunca el cambio fue tan bueno: Crónica de una (por primera vez)
vocera Por Candela Romero
23
El reto de cocinar en la Toma Por Carla Cholota
25
“UNLaR somos todos” o cómo los riojanos hicieron suya a la Universidad Por Nancy Fátima Roldán
27
Compromiso y organización, aspectos clave en un edificio tomado
Por Facundo Romero
31
Tercera Marcha Social: la semilla de la victoria Por Noris Gómez
33
Y como no sabíamos que era imposible… lo hicimos
Por Micaela Campagna
37
9 de Octubre: El día en que otra Universidad comenzó a ser posible
Por Belinda Dávila
39
Cuando el sol riojano se despidió con un nuevo rector
Por Diego Daniel Castro
43
Epílogo. Hoy más que nunca, Democracia en la UNLaR
Por Estudiantes de la Lic. en Comunicación Social
46
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
INTRODUCCIÓN
“La decisión de convertir esos fragmentos de vida en
palabras y de darlos a conocer… surgió en el convencimiento de que el lenguaje funciona como antídoto
contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra
el miedo, contra el olvido”.
Las palabras como antídoto
Por Leila Moreno Castro
Prof. Titular Cátedra Seminario de Periodismo Cultural
Universidad Nacional de La Rioja
La Rioja/ Argentina
L
a crónica, como sustantivo, es definida por el Diccionario de la Real Academia
Española (RAE) como una “historia en que se observa el orden de los tiempos” y, en
relación al periodismo, como un artículo o información “sobre temas de actualidad”. Historia, observación, orden temporal, actualidad, todas palabras reflejadas
en este libro que reúne crónicas sobre un periodo histórico para la Universidad Nacional
de La Rioja (UNLaR) y también para la Provincia.
Son textos que partieron de la observación, de vivir tal experiencia, de hacerla propia. La
decisión de convertir esos fragmentos de vida en palabras y de darlos a conocer nació en
el marco de la Cátedra Seminario de Periodismo Cultural, de la orientación Periodismo, de
la Licenciatura en Comunicación Social de la UNLaR. Surgió en el convencimiento de que
el lenguaje funciona como antídoto contra la opresión, contra el silencio impuesto, contra
el miedo, contra el olvido. Es también un modo de celebrar las posibilidades de expresión
que nos brindan las palabras y por ello el género elegido para trabajar fue la crónica que,
en su momento, fue la única forma de contar el mundo que nos rodeaba. En nuestra
América Latina los primeros “cronistas de las Indias” relataban, maravillados o escandalizados, lo que los sorprendía, los conmovía, los asombraba, los aterrorizaba de aquel
nuevo mundo. Claramente, se trataban de escritos signados por una visión enclavada en
el etnocentrismo, que impulsaba a ver con cristales colonizadores. Pero, aún entonces, las
crónicas incluían los ingredientes de narración y enfoque personal que las caracterizarían,
luego, como un género particular dentro del periodismo.
Después vendría la era de la imagen, con la fotografía, el cine, la televisión, las pantallas.
El lenguaje se potenciaría así en nuevos formatos. Y el desafío de esta Cátedra fue recurrir
a las palabras para contar aquellos días históricos, y enriquecerlas con fotografías que son
también testimonios de lo vivido.
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo relatar tanto? Hay momentos que nos atraviesan, que que-
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
dan congelados en nuestra memoria porque movieron nuestras fibras, porque hicieron acelerar el corazón,
porque pensamos que todo estaba perdido o caímos en la cuenta de que habíamos vencido. En fin, instantes
que sintetizan un mundo, una lucha. Así, reconstruyendo esos instantes únicos, se fueron conformando
pequeñas historias y el proceso de la Toma de la UNLaR, la gran historia, comenzó a escribirse.
Se trata de un relato coral, múltiples voces contando días y noches de incertidumbres y certezas, de esperanzas y frustraciones, de acuerdos y desencuentros, de mucho frío y calor. ¿Es la historia verdadera de todo lo
que sucedió en aquellas jornadas? Pues no, con seguridad, no. No es una historia, son muchas. Todas son posibles retazos de verdad. “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos
lugar para las verdades absolutas”, escribía Tomás Eloy Martínez y, en este libro, eso queda plasmado. El valor
de las narraciones está en que quienes alzan sus voces para contar lo que fue la Toma de la UNLaR son los
que la vivieron desde adentro, son los que la padecieron y la disfrutaron casi en igual medida.
¿Quiénes son ellos? Estudiantes universitarios que decidieron levantar sus banderas pidiendo democracia y
excelencia académica. Jóvenes, en su mayoría, son los hijos de la era de las imágenes y la sociedad de redes.
En las primeras décadas del siglo XXI respiran los aires de la hibridez cultural que borra las fronteras geográficas y redefine las concepciones de comunidad e identidad, gracias al desarrollo inédito de las tecnologías
de la información y la comunicación. Son jóvenes que reflejan las crisis de los sistemas de creencias, valores,
conocimientos que sostuvieron las instituciones tradicionales en décadas y siglos pasados, y que hoy se ven
imposibilitadas de dar respuestas a la generación que hace nuevas preguntas. Muchos han afirmado que son
jóvenes descomprometidos; otros, en cambio, han llamado la atención diciendo que el compromiso que se
les exige es el apegado a los viejos paradigmas sociales, los mismos que se vieron jaqueados por el propio
paso de la historia. Por su parte, los jóvenes demuestran compromiso con aquello que les genera, ante todo,
esperanzas de cambio, de transformación verdadera. Esos son los jóvenes que emprendieron una lucha
intensa, sin respiro, que se extendió por casi un mes y que tuvo como epicentro a la Universidad Nacional
de La Rioja, pero que la sociedad riojana en su conjunto observó, sorprendida en un principio, y acompañó,
masivamente, después.
Los que escribieron las crónicas de este libro son los que observaron el proceso de la Toma de la Universidad,
sí, fueron testigos, pero también protagonistas. De allí que la subjetividad, la mirada personal, el “yo” esté
presente en cada texto. Lejos de los parámetros que nos enseñaron las escuelas tradicionales de periodismo acerca de la obligación de perseguir una objetividad inalcanzable; lejos de la despersonalización y los
márgenes estrechos que nos establece la redacción de la “pirámide invertida”; lejos de la búsqueda de lo extraordinario, lo insólito, lo raro; estas crónicas son el reflejo de un acontecer cotidiano en medio de un hecho
inédito. Son crónicas escritas desde adentro, con una primera persona que va relatando y se hace cargo. Son
voces que dicen: “Esto lo ví, lo sentí, lo pensé”. Son voces que gritan: “Yo estuve”, “yo lo cuento”, “yo existo”.
En estos textos hay narración, descripción, diálogos, monólogos interiores, que van hilando distintos
momentos de la Toma. Así podremos enterarnos de la organización de las marchas, de los preparativos y
también del “durante” y del “después”, a partir de las sensaciones que dejaron en cada cronista. Compartiremos el miedo, la incertidumbre, el frío, combinados con la decisión, la unión y el coraje en la primera
madrugada de un rectorado tomado. Conoceremos las lógicas de organización para mantener la seguridad
y la limpieza, y también para difundir las actividades realizadas. Caminaremos por la Ciudad Universitaria
tomada, apreciaremos cómo está vestida con múltiples colores y no con un monocorde celeste. Veremos a
los estudiantes cumpliendo con las guardias nocturnas, a la intemperie, tapados con colchas y peléandole
al frío y al sueño con mates y anécdotas. Percibiremos los olores de las cocinas improvisadas en el edificio. Y
podremos revivir las interminables horas de aquel 9 de Octubre que significó el cierre de una etapa y el inicio
de otra. Las palabras y las imágenes nos llevarán a esos “aquí y ahora” que cobrarán vida nuevamente con el
correr de las páginas.
Relatos de un tiempo histórico, eso son, nada más, nada menos. Constituyen un intento de nuestros futuros
profesionales del periodismo de luchar contra el olvido de lo vivido, valorando la fuerza del lenguaje para
transmitir, para registrar, para dejar huellas que otros, los que vengan, encontrarán. Como sociedad, es una
invitación a conocer y a recordar para construir juntos, con memoria y esperanzas, un presente y un futuro
con democracia y excelencia académica en la UNLaR, la Universidad de todos.
La Rioja, Noviembre de 2013.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“El maltrato hacia mis profesores fue lo que me decidió a ir a la
marcha, a luchar en contra de ese sistema, y verlos allí, en un
día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue algo que terminó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran
sólo los alumnos, también los profesores nos apoyaban y se daban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos”.
La marcha en la que vencimos el miedo
Por Daniel Ramayo
A
quel 17 de septiembre, pocos imaginaban lo que iba a pasar más adelante. Se convocaba
a una marcha en la plaza 25 de mayo en contra de los despidos de algunos profesores,
bajas en las designaciones de muchos otros y manejos pocos claros que ya tenían un
historial de más de 20 años. Pero esa jornada en la que se conmemoraba el aniversario
de la Universidad y el día del Profesor (¿Habrá sido una simple casualidad?, no lo creo) no comenzó todo.
Días atrás había escuchado comentarios de cesantías a docentes con una larga trayectoria académica en la Universidad, basadas en justificaciones tales como que ya estaban en edad de jubilarse o que eso ya era sabido y hasta acordado con los mismos profesores. En ese momento algo
empezó a generarme ruido, más allá que docentes de Comunicación Social, mi carrera, todavía no
eran afectados o por lo menos no se conocía que lo fueran. Percibí un clima enrarecido, disconformidad por parte de compañeros, profesores y amigos de otras carreras que comenzaban a dar a
conocer, mediante el “boca en boca”, lo que realmente estaba pasando puertas adentro.
En un principio fue eso, y el panorama incierto se acentuaba. “¿Qué va a pasar con ese profesor de
tal materia que me había ´guardado´ la regularidad?”, “¿Cómo van a ser los exámenes ahora en
esa materia?”, “¿Quién se quedará a cargo?” Todas estas preguntas que nos hacíamos se expandían en los pasillos, en charlas de grupos de chicos preocupados. Con el correr de los días, los
profesores o ayudantes de cátedra afectados por las medidas en contra de su fuente de trabajo,
eran cada vez más. En las clases, los docentes poco sabían sobre cómo iba a seguir esta situación.
La incertidumbre ya se había trasladado a ellos. “La carrera y la Universidad están atravesando un
momento complicado”, “No sabemos cómo va a seguir todo esto”, eran las frases que podíamos
escuchar cuando tratábamos de despejar dudas con ellos. Ese era el cuadro.
¿Por qué estoy describiendo todo esto, si yo me planteé escribir sobre la primera marcha y comencé esta crónica hablando de aquel 17 de septiembre? Lo describo porque todo lo que fui detallando
fue lo que pasó por mi cabeza aquel día en el que decidí concurrir a la marcha. El miedo de ir y
quedar “marcado” era real. Desde que ingresé a la UNLaR, he escuchado decenas de historias referidas a casos en los que alumnos y profesores habrían sido denigrados por el sistema que reinaba
en la Universidad desde hacía dos décadas; chicos y chicas a los que se les pondrían obstáculos
para recibirse por haber estado alguna vez en contra del rector o por el sólo hecho de no compartir un mismo pensamiento. Todo eso daba vueltas en mi cabeza aquel día. En la balanza ponía,
por un lado, todo lo malo que estaba sucediendo en la Universidad y eso hacía convencerme aún
más de que debía estar en la marcha. Pero, por otro lado, el contrapeso era ese temor remarcado
anteriormente, porque, a su vez, pensaba en el poco tiempo que quedaba para que terminara de
cursar mi carrera y las complicaciones que me podría traer asistir a una protesta. Sin embargo,
cuando nos enteramos que los profesores de nuestra Carrera, con los cuales hemos creado un
vínculo fuerte (ya que tenemos la posibilidad de tenerlos en varias cátedras a lo largo de los cuatro años de cursado) eran maltratados, denigrados, ahí se inclinó la balanza. Era el momento de
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
jugarse por ellos. Ese fue claramente el punto de inflexión para que la mayoría de los alumnos de la Comunicación se decida a ir a la marcha.
Un especial día del Profesor
Martes 17 de septiembre. La marcha estaba convocada para las 19. Me reuní con unas compañeras para ir
juntos. En la charla, camino a la Plaza principal, el tema que primaba era ese miedo a quedar “señalado” pero,
a su vez, internamente estábamos convencidos de lo que hacíamos y lo que queríamos que cambiara en la
Universidad. De a poco, el miedo se iba esfumando.
Otra de las dudas era saber cuánta gente se iba a sumar, cuántos alumnos iban a dar ese paso fundamental,
a cruzar esa línea del temor para pasar al otro lado, al de la lucha por una causa justa, al de la valentía.
Llegamos a la Plaza y pude observar una cantidad de gente “aceptable” (tampoco pretendíamos llenar la
plaza en una primera marcha), pero lo que me motivó y siguió convenciéndome, aún más de que lo que hacía
era lo correcto, fue ver a mis compañeros y a chicos de otros años de la carrera allí. Se percibía en cierto modo
una unión que pocas veces había visto. También gente mayor nos acompañaba. Algunos se acercaban y nos
brindaban palabras de aliento, remarcaban el orgullo que les causaba ver que “los jóvenes luchen por la educación, por la Universidad”; otros buscaban interiorizarse más sobre la causa de la marcha, querían saber qué
pasaba. De a poco, la gente se sumaba a ese grupo de alumnos y alumnas de la UNLaR que rodeaban la Plaza
principal con pedidos de “Democracia”, “Calidad educativa”, “Libertad”, “Pluralidad”, “Diálogo”, entre otros. A
medida que pasaba el tiempo, trataba de observar qué cantidad de personas apoyaba la lucha, nuestra lucha
y, para mi sorpresa, el número crecía y crecía, las calles adyacentes estaban colmadas prácticamente.
Sin embargo, aunque todo esto era muy sorprendente, hubo algo que fue lo que me marcó ese día: observar
entre quienes marchaban a un grupo de profesores, a mis profesores de Comunicación Social. Era por ellos
por los que luchábamos, por los que estábamos allí. El maltrato hacia ellos fue lo que me decidió a ir a la
marcha, a luchar en contra de ese sistema y verlos allí, en un día especial para ellos, fue muy gratificante. Fue
lo que terminó por convencerme de que quienes se jugaban el pellejo no eran sólo los alumnos, también los
profesores nos apoyaban y se daban fuerzas entre ellos. La lucha evidentemente ya era de todos.
Sin dudas, esa vuelta a casa fue con aires renovados, de esperanzas de que algo se pudiera cambiar. Los
estudiantes habíamos dado el primer paso, le hicimos frente a un sistema de corrupción, de propagación del
miedo y de sumisión que resistía por años en la Universidad Nacional de La Rioja. Pero esto sólo había sido
el comienzo de lo que estaba por venir. La voluntad de lucha y las convicciones estaban más presentes que
nunca en el espíritu de los jóvenes. La sociedad riojana poco a poco iba a entender esta lucha y a tomarla
como propia. El sistema de poder vigente durante más de dos décadas se empezaba a quebrantar y a mostrar
sus grietas. Ya nada volvería a ser lo mismo en la UNLaR ni en la Provincia. Una página importante de la
historia se comenzaba a escribir y no había vuelta atrás. Aquella tarde fue una de las más importantes en el
proceso de cambio de nuestra Universidad porque fue el día en donde se venció el miedo, se le dijo “basta” a
una etapa nefasta. Aquel 17 de septiembre algo empezó a cambiar en todos.
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el
Rectorado, sólo puedo decir que llegamos cantando, saltando, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera.
Ellos, con miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato”.
La Toma del Rectorado:
“¡Basta!”, un grito que se hizo escuchar
Por Ayelén Silva
M
iro las fotos en mi cámara, mi computadora, los videos y sobreviene la nostalgia.
Quizás se pregunten cómo una persona puede extrañar dormir en el piso, hacer
guardias en escaleras, lidiar con pericotes, aguantar que en el aula donde estabas
entre todo el tiempo gente pidiéndote cosas, correr a las tres o cuatro de la mañana
por “infiltrados” y tantas cosas más. Sí, se extraña, se extraña eso y la amistad que se construyó
en 28 días de la Toma, se extrañan las risas, los cantos, los bailes, las peleas, el trabajo en equipo.
Se extraña todo.
Viendo fotos, encuentro las de la primera marcha, esas caras tímidas, mis compañeros, mis profes
y, de repente, aparecen unas imágenes que me ponen la piel de gallina. Son las de la Escuela de
Arquitectura, esa primera tarde noche que marcó un antes y un después en mi vida.
Recuerdo estar en la casa de mi abuela cuando recibí ese mensaje de texto que decía: “Somos
cada vez más, parece que vamos a pasar la noche acá”. Sin entender lo que pasaba, busqué en
los noticieros alguna noticia sobre el tema y al ver ahí todo ese clima de tensión, no dudé en ir y
acompañarlos.
Al saludar a mi abuela, sus palabras fueron: “Mi´ja no vaya a meterse ahí, tenga cuidado”. Salí lo
más rápido que pude y, al llegar a mi casa, antes que decir “hola”, sólo dije: “Los chicos necesitan
gente en la Escuela de Arquitectura, van a pasar la noche ahí y yo quiero ir”.
A las 21:30 del día 18 de septiembre, yo ya tenía mi mate listo y partía para la Universidad. Al llegar,
veo un montón de autos y gente dentro del último edificio, saludé a mis papás que me dejaban
con un poco de temor y entré. Era un clima raro, nuevo. Adentro, no sólo me encontré con compañeros, ví profesores, mis profesores, ví parientes, ví amigos. Y, un rato después, se llamó a reunión.
Todos estábamos ahí con un mismo propósito, todos, más allá de las diferentes posturas personales estábamos allí por una sola razón y era decir: “¡Basta!” Basta de subestimarnos como jóvenes,
basta de dejarnos sin docentes, basta de callarnos la boca, basta de miedo, basta de autoridades
eternas… ¡Basta!
A partir de ese momento ya no habría horarios. Luego de varios planteos y muchísimas propuestas, se decidió que debíamos tomar el Rectorado, rodearlo y no permitir que nadie saliera de allí
con nuestros archivos en la mano.
No sé explicar en qué momento llegamos y rodeamos todo el Rectorado, sólo puedo decir que
llegamos cantando, saltando, con cartelitos en la mano. Ellos adentro, nosotros afuera. Ellos con
miedo, nosotros… lo habíamos perdido hace rato.
Sólo se escuchaban cánticos: “Tello decime: ¿Qué se siente haber perdido la UNLaR? Te juro que
acá los estudiantes, siempre nos vamos a organizar” o “Che, celeste, no existís, con Tello te vas a
ir, te saluda la Asamblea Estudiantil”.
Cuando llegó la policía, nos dijo: “Chicos no tengan miedo. Sigan así, tranquilos, pacíficos, que nosotros estamos con ustedes” y ayudó a salir a quienes estaban adentro y llamaban desesperados
pidiendo auxilio porque unos “estudiantes terroristas y caprichosos no los dejaban salir” y tenían
“mucho miedo”. Algunos de ellos se quedaron en el edificio con la excusa de “cuidar papeles
importantes” y al edificio, de nosotros. ¡De nosotros!
Fue la noche más fría de la que tenga memoria. Nos dividimos los pocos que éramos en guardias,
cada uno cuidaba una puerta. Nadie entraba, nadie salía.
Todavía me recuerdo observando la Universidad vacía, sólo seis chicos/as a mi lado. Sin conocernos, compartíamos el frío envueltos en tres colchas, mirando que el móvil de la policía no se vaya
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
y esperando que amanezca. Se decía que mucha gente llegaría al amanecer a ayudarnos, a apoyarnos, sólo
había que esperar y confiar.
Nadie pensó entonces que ése sería el comienzo de un hecho histórico tan grande. Nadie en ese momento
pensó que movilizaríamos a una provincia dormida y con miedo. Nunca nadie pensó que nos íbamos a atrever a gritar tan fuerte. Y lo hicimos.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Fue la primera victoria y el único intento real de Tello Roldán
de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil.
Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales
con aplaudidores, fue incapaz de poner a los estudiantes en
contra de sus compañeros”.
Los guardapolvos blancos
entre el frío de Septiembre
Por Julio Marinelli
C
ruzar el portón de entrada de la UNLaR, ese jueves, era no saber con qué se iba a encontrar uno. Recuerdo haber manejado hasta allí, cansado y sin dormir, pensando cuál podía
ser la situación, la magnitud de todo esto, pero sobre todo, cuál iba a ser mi postura. Tenía en claro que estaba de acuerdo, que apoyaba, pero a esa altura había cambiado todo y
no iba a bastar con acompañar platónicamente o por internet. Había que poner la cara.
Repasé mentalmente lo que nos había llevado a esta situación: el conflicto con los docentes, la
virtual pérdida de cátedras por carecer de titulares. Las últimas semanas habían sido un hervidero
de rumores, noticias desalentadoras que premonizaban una purga “tellista” como ya había ocurrido antes. La situación escaló de golpe cuando el domingo 15 de septiembre, Virginia Gorosito,
estudiante de Comunicación Social, organizó un escrache por twitter para hacer repetir el hashtag
#FueraTelloRoldánDeLaUNLaR para el lunes en la madrugada. Fue una jugada agresiva, con una
demanda mucho mayor de lo que se pedía originalmente, pero resultó un éxito.
El martes 17, Día del Profesor y aniversario de la UNLaR, se convocó a una marcha a la que asistimos unas 1500 personas. Pocas para lo que se vería luego, pero cruciales para garantizar lo que
vendría. Esa mañana, mientras muchos se cuestionaban qué hacer, el rector Tello Roldán desafiaba
a “ver cuántos son” los que marchaban.
El miércoles, compañeros más involucrados participaron de una sentada pacífica en el rectorado.
No pensaba en ese momento que el reclamo fuera a crecer, me parecía que nos habíamos jugado
por algo que daría frutos amargos. Desde el trabajo seguía los acontecimientos por redes sociales y algún medio que se hacía eco -pocos-, pero no tenía idea la olla a presión que estaba por
estallar. Por eso fue grande la sorpresa cuando me enteré, tarde ese mismo miércoles, que se había
tomado la Universidad. Era una movida inconcebible, estaba maravillado por la noticia. Todavía
me había quedado trabajo para hacer pero me mantuve en contacto con compañeros que habían
permanecido toda la noche. No dormí tampoco. Al abrigo de una estufa, adelanté laburo y, a las
cuatro de la madrugada, metí lo que pude en un bolso y partí.
Estacioné el auto sobre la avenida De la Fuente, frente al Predio Ferial. Al bajarme me repetí lo que
finalmente había decido en el viaje: sería profesional, un corresponsal, cubriría los hechos objetivamente y brindaría mi apoyo en la medida en que pudiera, si se armaba lío, me iba. Simple.
Todavía era de noche cuando entré, los faroles naranja de la avenida no dejaban adivinar el alba.
Hacía mucho frío, demasiado para mediados de septiembre. No había mucha gente, sin dudas no
la cantidad que me habían dicho por mensaje más temprano. Se me hizo un nudo en el estómago:
“Esto tiene poca vida”, pensé.
Tímidamente me acerqué a las escaleras del rectorado. Sobre ellas me recibió efusivamente Ayelén
Silva, una compañera y la primera persona conocida que veía. A pesar del saludo enérgico y el
abrazo, todo en ella se veía mal: las ojeras le llegaban al piso, estaba afónica y temblaba levemente, envuelta en una colcha. Yo no podía ni empezar a imaginar lo que había sido pasar la noche
ahí. La explanada del rectorado tampoco tenía buena pinta, sólo cinco o seis personas permanecían, algunos parados, otros sentados, todos envueltos en frazadas y hablando en susurros. Ayelén
me explicó que hubo mucha gente durante la noche pero se habían retirado para descansar o
cambiarse, prometiendo volver al amanecer; el resto se había desplegado en las dos puertas del
rectorado para controlar. Ahí fue cuando me enteré que todavía quedaba gente en el edificio del
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
rectorado, funcionarios de alto rango que se negaban a salir y que se los había visto muy atareados durante
la noche con papeles y documentos.
Me dirigí a la Escuela de Arquitectura, un edificio aislado que se encuentra sobre el lado opuesto del predio
universitario. El lugar ya era todo un símbolo porque allí se había iniciado todo la tarde anterior y era, me sorprendió saberlo, el único recinto tomado de toda la UNLaR. El resto estaba libre y preparado para dar clases
como de costumbre.
En la puerta de Arquitectura me salió al paso Pablo Rojas, “el Juje”, también compañero y quien me había
estado actualizando la situación durante la noche. Se lo veía cansado pero de buen humor y, en el edificio del
que acababa de salir, se notaba mayor actividad y mejor ánimo que adelante.
Mientras la luz solar comenzaba a diluir la noche, recorrimos los módulos de la universidad de regreso al
portón. Pablo me contó de la presencia de políticos, profesores, y familiares la noche anterior: había sido
grande, dijo, pero le extrañaba que aún no volviera nadie. También él desconocía si cumplirían sus promesas
y volverían, pero ambos sabíamos que, si no lo hacían, esto se terminaba.
Adelante nos sentamos a charlar con Ayelén y Virginia sobre lo que había pasado y lo que se haría en adelante. La idea era resistir y exigir el desalojo de los funcionarios del rectorado; se pensaba que si se tomaba
el edificio poca gente aguantaría mucho tiempo adentro, sobre todo, no tener que pasar el frío de dormir en
la intemperie. Pero el consenso era no hacerlo por la fuerza -tomar una universidad nacional ya era un delito
grave- y un grupo de estudiantes de abogacía se ofreció a redactar un amparo para que la justicia federal
forzara el desalojo.
El único problema era conseguir transporte para presentarlo en el Juzgado federal en el centro de la ciudad y,
como yo tenía auto disponible, me ofrecí a llevarlos.
Durante el viaje, conversando con los chicos de Abogacía, me enteré de los “aprietes” que habrían estado sufriendo muchos de sus compañeros: se trataba de la carrera insignia del rector, su fuerte más seguro y donde
con más saña había impuesto su autoridad. A muchos alumnos los habrían llamado a sus celulares con
amenazas de serias sanciones y el fin de sus vidas académicas, y no eran pocos los que tenían miedo. Todos
habíamos escuchado, en un momento u otro, las historias de abusos y arbitrariedades que se habrían cometido durante más de 20 años de gobierno del Dr. Enrique Tello Roldán: nepotismo, listas negras, elecciones a
candidato único, compra de voluntades, “aprietes”. Concluido el trámite judicial, pasamos frente a la casa del
ahora ex rector. Todos en el auto coincidimos que las estatuas de leones blancos en el jardín de entrada nos
recordaba a escenas del cine negro y nos reímos hasta que llegamos a la Universidad.
Dientes apretados
Eran las 8:30 de la mañana y el rostro de la Universidad había cambiado notablemente. La salida del sol había
levantado el ánimo sombrío y había congregado a los pies del rectorado a un buen número de medios de
comunicación. Había más gente en las escalinatas y varios chicos – entre ellos Virginia y Valentín Maraga- ya
estaban dando las primeras notas a lo móviles de radio y televisión.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
Sin embargo, no fue lo único que trajo el sol de la mañana. Es difícil describir el pánico que sentimos cuando
vimos surgir una columna de profesores y estudiantes “celestes” –el color del partido hegemónico de Tello
Roldán-. Se pidió que todo el bando de la toma se ubicara en las escaleras del Rectorado mientras los tellistas
se desplegaban frente nuestro. La “objetividad” y la “imparcialidad” llegaron hasta ahí, hasta el momento en
que tuvimos que juntarnos todos en esas escaleras para aguantar el miedo.
No éramos más que 200 personas y no sabíamos si podríamos convocar a más. Nadie se fue, sin embargo, y
mantuvimos nuestras posiciones mientras un grupo de asambleístas se dispersaron por las aulas para llamar
a quien sea posible –las clases en el resto de la Universidad no se habían suspendido-. Sabíamos que alumnos y docentes fieles al rector habían estado amenazando y “apretando” para que, si no conseguían sumarlos
a sus filas, al menos que no vinieran con nosotros. Para compensar, luego supimos que muchos de los que
nos hicieron frente ese día no habrían sido más que barrabravas contratados por un sobrino del rector con
el objetivo de intimidar y hacer ruido. Fue un momento de dientes apretados en que creímos ver el fin de la
protesta muy cerca.
Y, de repente... guardapolvos blancos. Un grupo enorme de alumnos de Medicina marchó justo en frente de
los “tellistas” y se aglutinó en círculo a los pies de las escalinatas para debatir. Los arengamos y festejábamos
cada vez que un grupo se separaba para subir con nosotros. En poco tiempo, el círculo se había consumido
como un banco de sardinas atacado por peces espada. Éramos, tranquilamente, tres veces más que nuestros
rivales que, descorazonados, se sentaron a masticar bronca.
Al frente nuestro, la algarabía forzada de los “celestes” se fue apagando al ver que lo que ocurría no era un
pequeño caso aislado, sino un verdadero movimiento. En las aulas se levantaban cada vez más estudiantes y
cada minuto que pasaba ya no nos jugaría en contra sino a favor, erosionando el miedo de los indecisos. Hacia el mediodía los “tellistas” se habían sentado algunos, marchado otros, y las cámaras y móviles les habían
dado decididamente la espalda.
Fue la primera victoria, y el único intento real de Tello Roldán de plantar oposición a la Asamblea Estudiantil.
Su Agrupación Celeste, que había abarrotado actos oficiales con aplaudidores, fue incapaz de poner a los
estudiantes en contra de sus compañeros.
En el amontonamiento estudiantil que eran ahora las escaleras todavía había pocas certezas. Pero ya no se
sentía el frío. Siempre había una mano lista para cebar un mate, o pasar bizcochos, otros pintaban carteles
que iban a empezar a ocupar las paredes célebremente vacías de la UNLaR.
Todo estaba por verse aún, nos quedaban, sin saberlo, 28 días de toma por delante. Serían días de frío, nervios, miedo, alegría, como pocas veces hemos experimentado. Luchando por nuestro derecho a una educación superior de calidad, maravillándonos por descubrir que amamos nuestra Universidad como no creíamos
posible, convencidos de que al compañero que tenemos a nuestro lado, que pone el cuerpo como nosotros,
no podíamos dejarlo pelear solo.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Los colores brillaban más que nunca en cada uno de nosotros. Fue un momento más que especial, estábamos en nuestro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos
y animándonos a alzar la voz, dispuestos a recuperar ese espacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR
nos pertenecía y queríamos defenderla”.
Y los colores caminaron
por los pasillos universitarios
Por María Inés Chumbita
E
l malestar era evidente. Los rumores se hacían más fuertes a medida que pasaban los días.
Era cuestión de tiempo, la bomba iba a explotar. Los años de persecución, de voces acalladas, de un sistema que no permitía estar en contra y que manejaba a su antojo y según su
conveniencia la Universidad Nacional de La Rioja, empezaban a producir un sentimiento de
indignación y se respiraba en los pasillos la tensión y la incertidumbre.
Muchos profesores estaban perdiendo parte de su sueldo y hasta su puesto de trabajo y fue entonces cuando un grupo de valientes, hastiados por tanta injusticia, decidió convocar a la primera
Asamblea General de Estudiantes. En este punto, la tecnología sirvió como medio de comunicación y, gracias a las redes sociales, la revolución se fue gestando. No fue simple y debieron enfrentarse a quienes quisieron amedrentarlos mediante amenazas pero, siempre decididos y sabiendo
lo que querían, siguieron adelante.
A esa asamblea le siguió la marcha del 17 de septiembre en la plaza 25 de Mayo, la primera de varias en las que el pueblo caminó junto a los estudiantes para pedir #DemocraciaEnLaUNLaR. Esta
numerosa marcha fue la respuesta al desafío que hizo el entonces Rector Tello Roldan cuando
declaró “vamos a ver cuántos son” y fue también el primer paso de lo que vendría después.
Los estudiantes fueron más allá y al día siguiente, luego de una nueva asamblea, organizaron una
sentada en la Escuela de Arquitectura. Fue en ese momento, y de manera casi espontanea, que
se decidió: “De acá no nos vamos”. Los portales de noticias comenzaron a informar tímidamente
sobre la toma en ese sector de la Universidad y, sin duda, lo que más animó a la gente que aún
no se había sumado fue saber que no sólo eran estudiantes los que estaban allí, sino también
sus profesores, acompañando, reclamando por sus derechos laborales y por un cambio en las
políticas universitarias. Esto fue un punto de inflexión, no había vuelta atrás, el cambio ya era
inevitable.
Lo que durante mucho tiempo había estado dormido despertaba lentamente en cada uno de esos
jóvenes que buscaban algo tan justo y necesario como la excelencia académica y la democracia.
Una democracia pisoteada y burlada por aquellos que sólo persiguen el beneficio propio y que
actúan guiados por las ansias de poder. La maquinaria celeste llegaba a su fin.
La mañana siguiente a la primera noche que los estudiantes pasaron en la Universidad, los medios de comunicación ya anunciaban la toma del rectorado y se decía mucho, se hacían las más
variadas conjeturas sobre lo que pasaría.
Hasta ese momento, sólo seguía este movimiento a través de esos medios, pero a partir de entonces, con un sentimiento de gran admiración hacia los valientes sublevados y, contagiada por
ese espíritu de lucha, decidí que quería estar allí, que mi deber era dejar de mirar desde afuera y
sumarme.
Una marcha multicolor
Ese primer día en la toma fue emocionante, el entusiasmo ganaba espacio en los estudiantes
que entendían que el único camino posible era la unión y la resistencia. Reconocí las caras de
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
mis compañeros entre la gente, sentados en el pasto tomando mate y me sentí feliz de ver a mis profesores
acompañarnos también en ese momento difícil, correspondernos con su presencia, con su apoyo. No existía
mejor lugar para estar que ese, rodeada de mis pares y junto a mis docentes exigiendo y resistiendo por mis
derechos.
Cuando el sol comenzaba a calentar un poco más, se organizó una marcha interna. Los alumnos de las
diferentes Carreras se distribuyeron para no abandonar la entrada y la mayoría marchó hacia la Escuela de
Arquitectura para comenzar desde allí la caminata. El calor, que se hacía cada vez más intenso, no funcionó
como impedimento para que con carteles y bombos atravesáramos, lentamente, cada uno de los módulos de
nuestra querida Universidad entonando diversos canticos. Un cartel me llamó particularmente la atención,
decía: “No más celeste, que brillen todos los colores”. Pensé que justamente eso era lo que estaba pasando,
los colores brillaban más que nunca en cada uno de nosotros. Fue un momento más que especial, estábamos
en nuestro lugar, por primera vez recorriendo los pasillos todos juntos, animándonos a alzar la voz y dispuestos a recuperar ese espacio que la maquinaria celeste nos había quitado. La UNLaR nos pertenecía y queríamos defenderla.
La marcha culminó en el patio contiguo al rectorado y allí vimos caer los últimos vestigios del “tellismo”
cuando, de a uno, salieron del edificio los funcionarios que aún resistían en las oficinas. Para ese momento,
los estudiantes eran ya una marea irrefrenable que dio la espalda a los que colaboraron para que este gobierno se perpetuara por más de 20 años, sembrando el miedo a cuestionar y a pensar distinto.
Esa misma noche “La Toma” dejó de ser sólo en el rectorado y se extendió a las aulas. Así comenzaba una
gesta que por más de 20 días mantendría en vilo al pueblo riojano, un hecho histórico que culminó con la
caída del tirano y todo su séquito y que le devolvió los colores a la UNLaR, la esperanza, las ganas de luchar, el
sentido de pertenencia a sus alumnos y trabajadores y que logró unir a miles de jóvenes consientes, en pos
de lograr un cambio para su futuro y el de toda una sociedad.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo,
nos hacía temblar.
Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no
había café que alejara el sueño ni mantas que nos refugiaran de
esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada
más profunda lograba apagarla”.
Resistiendo, de pie, un jueves sin fin
Por Juliana Segovia
E
ran casi las 8 de la mañana, mi conciencia y mi espíritu sabían lo que estaba pasando, y lo
que se estaba viviendo en la Universidad; me levanté sin pereza ni quejidos. Como nunca,
a esa hora quería estar de pie. Una fuerza enardecedora e inexplicable brotó dentro de
mí generando unas ganas insaciables de estar presente en la lucha, acompañar a todos
aquellos estudiantes que desde la noche anterior ya se encontraban acampando y defendiendo a
nuestra Universidad.
Sin dudas no era un día cualquiera, era un jueves de septiembre que comenzaba a escribir los primeros versos de un hecho que quedará marcado en la historia de los riojanos. Las flores, el verde
y los pájaros, comenzaban a surgir por los alrededores de la Universidad, intentando advertir la
llegada de su amiga primavera.
Al ingresar, parecía estar todo tranquilo, a cada paso que daba me topaba con miradas perdidas,
dormidas, pero con una fortaleza y luminosidad en los ojos que hasta me transmitían armonía y
serenidad al observarlas. Yo también estaba desorientada, no encontraba ningún rostro amigo, ni
siquiera conocido, y mientras avanzaba hacia el rectorado, colores, sonidos y cantos a viva voz se
hacían más potentes.
Dentro del edificio se encontraban aquellas mentes que por años mintieron, dañaron e hicieron
de la Universidad un lugar donde sólo reinaba la ambición, el autoritarismo y un miedo desgarrador que parecía no irse más. Por otro lado, en las afueras, estaba el pueblo estudiantil, una
comunidad entera que se había despertado y levantado contra los avasallamientos causados por
el dictador y su gobierno. El temor ya no corría por sus venas y eso se reflejaba en las miradas,
en las acciones, en los espíritus de cientos de alumnos, profesores, co-docentes, que gritaban:
“¡Nunca más!”
El sol comenzaba a quemar, las horas pasaban y las personas buscaban refugiarse de los rayos.
Con mis compañeros encontramos el lugar ideal para estar, debajo de un árbol, donde su sombra
lograba abrigarnos. Sentada en un rincón no podía creer lo que estaba percibiendo, unidad y
compañerismo tomados de la mano. En ese momento no existían rivalidades, sólo una meta fija
y compartida. Los mates iban y venían, las carcajadas se hacían notar, los carteles comenzaban
a llenar de color y de luz a toda la Universidad, era sin duda un ambiente desconocido y, a la vez,
esperanzador.
El inmenso predio universitario comenzaba a encogerse, cada vez más personas, alumnos,
amigos, docentes se unían a la lucha. De pronto, me llamó la atención la enorme cantidad de
estudiantes que vestían una prenda blanca, eran, sin duda, estudiantes de Medicina. No era la
única sorprendida ante la avalancha de luchadores que comenzaban a avanzar hacia el campo de
batalla, mis compañeros también lo estaban. Uno de ellos me preguntó: “¿Tu hermana estudia
Medicina, verdad? ¿Sabías que ellos recién se suman a la lucha?” Yo le contesté: “Mi hermana
está estudiando Medicina pero ella desde la marcha decidió sumarse, al igual que yo”. Dejé a mi
compañero para seguir escribiendo un cartel que estaba a medio terminar. Sin embargo detrás de
mí seguían comentando sobre la llegada de los estudiantes, logré escuchar a una chica que, con
impotencia y bronca, decía: “Ellos recién se suman porque los amenazaron de que iban a perder
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
el año. A muchos chicos se les quitaron las libretas y nunca se las devolvieron, muchos ya estaban a punto de
recibirse y temían por lo que podría llegar a pasarles”. Tal historia me desconcertó y la rabia aumentó como
también la adrenalina y las ganas de continuar gritando, exigiendo la renuncia del tirano y de sus secuaces.
El futuro era incierto, las dudas crecían como hiedra viva, muchas preguntas, pocas respuestas giraban en el
aire, sin embargo la revolución y las ansias de cambios se instalaron en la mente de cada uno de nosotros,
allí reinaba una sola postura, firme, sólida: terminar con el gobierno dictador.
Los minutos pasaron y el cielo comenzó a teñirse de rojo, el viento frío rozaba mis mejillas y los signos de
cansancio empezaban a aparecer, pero las ganas de quedarme y seguir de pie eran más fuertes que mi agotamiento físico. En eso pensaba mientras caminaba por los pasillos en búsqueda de un cigarrillo que lograra
calmar mi ansiedad. En una de esas caminatas, no pude evitar percibir a un señor, ya mayor, que reflejaba
emoción a simple vista. El charlaba con un joven y le decía: “Ustedes están haciendo historia, nunca se vivió
algo así en esta Universidad. Están cumpliendo nuestros sueños y estamos totalmente agradecidos y orgullosos de esta juventud”. No pude contener las lágrimas al escuchar tan sinceras y profundas palabras. Esas
frases quedaron marcadas en mi mente y en mi corazón todo ese eterno día.
Rock en una fría madrugada
Sin darnos cuenta, la noche nos visitó y, con ella, un frío antártico que congelaba el aliento de todo ser. En
medio de la oscuridad, se descubrió a una sabandija que merodeaba por el lugar, era evidente que buscaba
corromper la armonía que juntos habíamos logrado, intentaba inyectarnos miedo, como siempre. Sin embargo eso nos fortaleció en nuestra convicción de cuidar cada rincón de la Universidad. Como dice la conocida
frase “Unidos jamás serán vencidos”, eso es lo que se estaba viviendo: unidad, organización y compañerismo.
Las amenazas, el temor y la presencia de seres dañinos sólo hicieron redoblar las fuerzas para seguir luchando.
A raíz de lo sucedido, comenzó la etapa de organización, donde cada carrera se instaló en un aula, con las
respectivas donaciones de toda la sociedad riojana, que apoyaba la medida y colaboraba con los jóvenes
luchadores. Nosotros, los de Comunicación, nos albergamos en la 102.
La madrugada fue intensa. El frío quemaba nuestra piel y, sentados en el césped húmedo, nos hacía temblar.
Cuidar la parte que nos fuera asignada se tornaba imposible, no había café que alejara el sueño, ni mantas
que nos refugiaran de esa velada cruda. Pero la llama seguía encendida, ni la helada más profunda lograba
apagarla.
Los chicos iban y venían, un aliento congelado salía por sus labios y de los míos también. El aroma a comida
casera se hacía más presente a mi alrededor, los cocineros de la toma, habían preparado un guiso de arroz.
Fui en busca de ese alimento que iba a saciar el hambre que tenía, lo saboreé y también lo compartí con mis
compañeros de guardia quienes, como yo, vivían el calvario de la madrugada.
El viento soplaba más fuerte, la luna emprendía su partida, las melodías de un rock and roll lograron sacudirme. Las personas que estaban cerca buscaban que pase el tiempo y el frío. El sonido de la guitarra encendía
corazones, sus dulces melodías daban la bienvenida al amanecer, que destilaba un naranja enceguecedor,
pintando un paisaje tan, tan difícil de explicar. Los primeros rayos del sol iluminaron las nuevas ilusiones.
Necesitaba descansar, mi cuerpo enfermo lo pedía a gritos. Quería recuperar energías para seguir luchando
junto a los demás. Fue un día agotador, un jueves sin fin, que mi memoria siempre guardará.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbraba. Y pensé que yo siempre iba a la Universidad a la mañana o
a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madrugada
allí, con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre llevaría en mi corazón y en mi mente aquella noche, aquella luna que
nos acompañaba a hacer historia”.
De guardia en las primeras horas
de un día del estudiante distinto
Por Bertha Silvestre
L
a noche del 20 de Setiembre llegué a la Universidad para sumarme a mis compañeros que
mantenían la Toma reclamando por democracia en la UNLaR. En el aula destinada a Comunicación, estaban en ese momento nuestros profesores Darío Bazán, Carlos Navarro, Alfredo
Parada Larrosa, Rodolfo Varela y Maximiliano Bron; en los módulos se veía mucha gente que
acompañaba a sus hijos en su lucha.
A las doce, iniciando el 21 de Setiembre, día de la primavera y del estudiante, mi compañera
Candela Romero fue la primera que me abrazó y nos deseamos un felíz día, mientras algunos
reconocían que nunca habían pensado pasar ese día en la Universidad y en esas circunstancias.
Brindamos con gaseosas y mates.
Salí del salón y caminé hacia el Rectorado, allí era el punto de concentración de la Toma. Había un
grupo de estudiantes de Medicina que estaban cocinando guiso de arroz para todos. Muchos se
abrazaban celebrando el día que empezaba. La música llenaba todo el ambiente, junto a los estudiantes, estaban padres, niños, profesores, trabajadores administrativos y algunos periodistas que
seguían lo que pasaba en la Universidad. De fondo, colgaban carteles en las puertas del Rectorado: “Fuera Tello”, “Queremos democracia”.
Pasaron unos minutos, se encendieron velas y se cantó el himno como una forma de recordar
que la Toma era pacífica y que se pedía democracia. Fue el inicio de la celebración por el día del
estudiante.
Después caminamos hasta la Escuela de Arquitectura, algunos chicos estaban haciendo asado
fuera, otros escuchaban música y bailaban. Un módulo más adelante se veía a los estudiantes de
Medicina, un grupo cuidaba las escaleras y otro, de Odontología, compartía mates. Más allá se
ubicaban los de Abogacía, que habían colocado una mesa fuera y sintonizaban una radio, otra vez
música y baile, otra vez brindar con gaseosas y mates.
Ya de regreso al salón de Comunicación Social, mis compañeros se ponían de acuerdo con un
profesor para armar un grupo de prensa, muchas manos se levantaban para formar parte. Otros
debatían sobre la reunión de delegados del día siguiente. En una mesa había agua, mate, café,
galletas, que ponían de manifiesto la solidaridad de las personas que apoyaban el reclamo.
En tanto, en el sector del Rectorado, se presentaban diferentes artistas; un grupo de estudiantes
de Chile cantaron temas de su país; luego fue el turno de las chacareras y también de las baladas
en inglés. El público siempre acompañó con palmas. La alegría se palpaba en cada rincón de la
Universidad.
Una madrugada de guardia
Ya era hora de cumplir el turno de guardia. Nos correspondía cuidar la primera escalera, la que
comunicaba con las oficinas de los Departamentos académicos. El paso estaba clausurado con
sillas y abajo, cerca del cajero automático, había carpas donde dormían algunos. Cerca, estaba
una docente que acampaba con su hijo en el patio.
La guardia en aquella ocasión fue compartida con alumnos de Trabajo Social, nos sentamos
acompañados de café y galletas. Algunos habíamos llevado frazadas, otros se abrigaron con las
que fueron donadas. Nos acomodamos en el suelo, intentamos disponer las colchas como si fueran una cama, pero no, no eran una cama y se notaba. A medida que las horas pasaban, el frío era
más intenso y nos íbamos juntando, acercándonos, para entrar en calor. Para algunos, el sueño
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
venció al frío y se durmieron. Miré hacia el cielo y había una hermosa luna que nos alumbraba. Y pensé que
yo siempre iba a la Universidad a la mañana o a la tarde, que nunca hubiera imaginado estar una madrugada allí con todos mis compañeros. Me di cuenta que siempre llevaría en mi corazón y en mi mente aquella
noche, aquella luna que nos acompañaba a hacer historia.
A las seis y media de la mañana terminó nuestro turno de guardia, nos dirigimos al aula y vimos que había
pocos alumnos. Una compañera nos brindó una taza de café bien caliente con unas ricas facturas. Después
salimos al patio, todo estaba tranquilo, algunos dormían y otros ya estaban cuidando. Seguimos caminando
en dirección a la cocina, allí ya estaban preparando el desayuno para todos los que se habían quedado a dormir. En el portón de ingreso, un grupo de jóvenes tomaba su turno de guardia. Otros, como yo, nos marchábamos a descansar. La Universidad despertaba a un nuevo día de toma.
Cuando los días pasaron y las actividades se normalizaron con las nuevas autoridades elegidas por la Asamblea Soberana, mientras recorría los pasillos, recordé aquella noche. Ahora percibía quietud, tranquilidad,
hasta en el portón había silencio, sólo un policía lo custodiaba. Extrañé aquellos sonidos de música, voces,
movimiento de gente constante, todos juntos, todos reclamando democracia. Otra vez volví a pensar que lo
vivido había sido histórico y me sentí feliz de haber sido parte.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los
abuelos, las madres, los docentes, los compañeros, los niños.
Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida
a ellos por el mismo reclamo. Nos recuerdo luchadores, nunca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir.
Desde ese día no paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos
recuerdos”.
Nunca el cambio fue tan bueno:
Crónica de una (por primera vez) vocera
Por Candela Romero
D
omingo. Si bien asumí el rol con mucho gusto, era tranquilizante saber que un día como
éste, La Rioja duerme (incluso los Medios). 10.30 de la mañana y yo llego, casi rutinariamente, a pisar el suelo del aula 102. De la montonera de colchas, elijo las más vistosas
para cubrir a mis compañeros que todavía duermen y me dispongo a ordenar lo que
dejó la noche (vasos de agua, bidones vacíos, restos de pizza y los micrófonos del karaoke). Tres o
cuatro viajes con mis compañeros en busca de agua para lavar las tazas para el desayuno, las bandejas y los cubiertos para el almuerzo. Posteriormente nos toca, casi silenciosamente, el lavado de
pisos de nuestra zona en el pasillo y dejar todo listo para quienes desean el café y el budín para el
desayuno. Sí, parece un día más en la Toma.
El módulo I se activa nuevamente: La cocina está en marcha, los compañeros desfilan por los baños con cepillo de diente en mano y caras de dolor de espalda. La mañana transcurre como todas,
nos contamos anécdotas de la noche que pasó, entre risas y bostezos. Después del mediodía,
comienzan a sonar los teléfonos. Eso, eso era. No era un día más, era EL día. El domingo. A las 20,
se estaba por llevar a cabo la primera Marcha Social en apoyo a nuestro pedido de una UNLaR
democrática. “¿A qué hora es?”, “Te veo allá”, “Fuerza, estamos con ustedes” son algunos de los
mensajes que quedaron almacenados durante la siesta y la primera etapa de la tarde.
Los delegados en Asamblea, los demás almorzando, escribiendo carteles y decidiendo quiénes
irán a la marcha, dejando guardias mínimas: “No vaya a ser que volvamos y estén los tellistas
adentro”, decíamos. Se hacen las 18 y los delegados vuelven a la 102: “¿Lees?”, me preguntan y, lo
pensé…: Pensé en el día 1 (el 17 de Septiembre) en donde no me animé a tomar el megáfono para
convocar a la gente. Pero sin dudas la Cande que fui había quedado atrás. “Dale”, contesté. “Te
acompaña Emilio”, me respondieron. Emilio, un gringo simpaticón y barbudo que moviliza hasta a
un celeste.
Una delegación de siete mujeres salió a bordo del gol de una docente; todas con mucha incertidumbre, incertidumbre que nos soltó la mano en 25 de Mayo y San Nicolás de Bari, cuando
empezamos a ver banderas, velas, rostros, enojo, risas, y familia. Mucha familia. Familias completas. Mis compañeros de trabajo, mis amigos y sus hijos, personas que no me detuve a abrazar con
todas las ganas que me salían de los poros; ya comenzaba la marcha.
Me uní a los compañeros que llevaban nuestra bandera mayor, la de Argentina y, aunque quería,
era inútil: no se escuchaba mi canto. Era una literal garganta con arena y un dolor de cabeza potenciado cada vez que subía la voz, los pómulos colorados, los pelos despeinados. Pero no, seguí,
seguí cantando frente a la risa de los docentes de Arquitectura que me abrazaban y me decían:
“Vamos Romero, somos pocos, pero somos, eso es importante”. Al llegar a Pelagio B. Luna, me
alcanzaron el megáfono y lo primero que tuve que decir fue: “¡Chicos, paren, el final está acá, acá
cerca, nos chocamos!”, mientras todos nos mirábamos asombrados.
Me temblaban las manos, estaban húmedas; no me hacía frío, o sí. Llegamos al Palacio de Tribunales: Los encargados de logística me dijeron: “Acá, Cande, no nos vamos a organizar para llegar a
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
la Casa de Gobierno”. “¿A dónde? ¿Yo?”, pregunté.
No existe teoría, palabra, canción, Benedetti, Cortázar o algo que pueda describir mi sentir, parada en las
escalinatas ante… “Ocho mil, fácil, hay acá, ¿eh?”, según la mujer policía que estaba a mi lado. Y Cande nunca
había superado las 25 o 30 almas escuchando algo de lo que decía. Pasé de 30 a 8.000.
Era sinceramente indescriptible.
“Los estudiantes tenemos tres objetivos innegociables: la renuncia de forma pública del Rector Tello Roldán,
que los cargos docentes se concursen y que se reforme el Estatuto que actualmente está en vigencia”, decía
con voz ronca que se perdía entre los aplausos. Llegado el final del discurso y mientras el rubio simpaticón se
dirigía a todos con lágrimas en los ojos, me sentía aplastada; la energía y la fuerza de cada uno de esos ciudadanos, el pedido de todos en conjunto, podían con todo, hasta incluso con la fuerza de los que luchamos.
Frente a toda esa fuerza, estábamos nosotros, estaba yo, sintiendo dos manos que me sostenían la espalda,
la de Emilio y Maico, su compañera, que no dudó en emocionarse. Ellos saben lo que intento explicar ahora.
Cuando cedí el lugar, el doctor me miraba. Papá me miraba con unos ojos que yo no conocía, ojos de orgullo,
ojos de sorpresa, me miraba con ojos raros. Me abrazó. No había sentido, en tantos días de toma, un abrazo
tan sincero y tan enorme. Desde ese momento no logro encontrar todo lo que dejé atrás, la persona que fui
no apareció más.
Mientras tanto escuchaba a Emilio: “De ahora en más, somos amigos”, y ya nada más importaba. Un cambio
estaba en marcha y la sociedad prometía acompañarnos.
En las escaleras, velas; más atrás, manos que sostenían más velas y lágrimas; ojeras; cansancio.
“Soy todo lo que recuerdo”, canta el gran Gabo Ferro. Yo recuerdo abrazos entre los pares de lucha, recuerdo el
abrazo a mi docente (y compañera) frente a su mirada de orgullo y la de su bebé, algo confundido. Recuerdo a
profesores mordiéndose la comisura de los labios, sintiéndose con ganas de reventar en aplausos y no poder
al tener cámaras, luces, velas o banderas.
Recuerdo esos aplausos y esa expresión en los rostros de los abuelos, las madres, los docentes, los compañeros, los niños. Me recuerdo abrazando a gente desconocida y sentirme unida a ellos por el mismo reclamo.
Nos recuerdo luchadores, nunca más callados. Nos recuerdo con ganas de renovar, de elegir. Desde ese día no
paro de recordar y de recordarme. Eso soy. Esos recuerdos.
Ese domingo todo cambió. Lo que fue un “día como todos” pasó a ser “un día de aquellos”; ese domingo
unió lazos entre los estamentos y todos juntos nos unimos al pueblo, a esa generación dormida que soltó la
sábana para caminar el cambio junto a nosotros. Ese domingo volvimos, las siete mujeres en el gol, con otra
actitud, con otra semblanza, con otra expresión.
Los días venideros fueron mucho más pesados y dramáticos, pero desde ese día cruzamos el portón de la
UNLaR convencidas de nuestro reclamo, dejando atrás esas dudas que nos atacaban. Volvimos a caminar
el pasillo del módulo I abrazadas, tapadas con banderas, ansiando cruzar la puerta y aplaudir junto con los
que quedaron haciendo guardias o cumpliendo las funciones de prensa. Ese día mi tarea comenzó a tener
sentido. Todo comenzó a tenerlo.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sentíamos tan relajadas que empezamos a inventar platos de comida,
el primero fue ´Pastel revolucionario´; el segundo, ´Pastel democrático a la napolitana´ y cerramos con unas ´Tapizza”
El reto de cocinar en la Toma
Por Carla Cholota
U
nirme a la lucha fue una decisión que me costó mucho porque, por un lado, reinaba el
miedo y, por el otro, las ganas de luchar por nuestros derechos, por la democracia, por una
Universidad libre. Después de pensar y pensar, entendí que mi lugar estaba junto a mis
compañeros, en la Toma.
Los días pasaron y llegó el momento de asumir un nuevo reto. Era casi la medianoche de un domingo, el primero desde que la Universidad estaba tomada. Se escuchó una voz que decía: “Chicos, necesito que alguien vaya a una reunión de cocina en la carpa blanca”. Todos nos quedamos
mirándonos, nadie decía nada hasta que con una compañera decidimos ir. Al llegar a la reunión,
nos encontramos con un grupo muy motivado, empezamos a organizarnos y las horas pasaron, sin
darnos cuenta estaba por amanecer y con él otro desafío estaba por empezar.
Armar una cocina de la nada no era tarea fácil, más cuando nunca se habían presentado oportunidades como ésas. Lo que más pensaba era qué compañeros me tocarían, acoplarse a la forma de
cocinar de otros no es sencillo, sentía muchos nervios y, a la vez, adrenalina.
Con un sol radiante y con muchas expectativas y, también, incertidumbre, empezó nuestra mañana corriendo por los pasillos, pidiendo que nos presten todo lo necesario para cocinar y hablando
con nuestros conocidos para conseguir cosas. Así fue pasando la jornada, me retiré a almorzar y al
regresar, en la tarde, fue algo emocionante ver que de la nada se comenzaba a improvisar una cocina
y empezaban a llegar las cosas. Nos reunimos con los delegados de cocina, escogimos el lugar y en
ese momento sentimos que la cena estaba en nuestras manos.
Los nervios y las preguntas surgían: “¿qué cocinaremos?” “¿para cuántos?” En mi caso, había cocinado hasta para diez personas como máximo, pero tener en un módulo ocho carreras era una situación
que asustaba a cualquiera.
Arrancó el trabajo, recorrí curso por curso, preguntando cuántos chicos se quedaban a cenar, cuántos
estaban en las guardias y, al hacer cálculos, me llevé la sorpresa de que eran 290 personas. ¡Era una
cosa de locos cocinar para tantos! Allí decidimos preparar, con lo que nos habían dado en la carpa
blanca que estaba en la entrada de la Universidad, polenta con salsa. Era lo más sencillo. Por suerte
nos sobraron manos, mientras unos lloraban por picar cebolla, otros reían y no faltaba tema de
conversación. Unas chicas decían: “Si mi mamá se entera que acá estoy cocinando, no lo va a poder
creer”; otras preguntaban cómo se pelaban las cebollas; y estaban los que “peleaban” con la carne
porque era una masa de hielo. La noche fue avanzando y la cena estaba casi lista. Para organizarnos
mejor, a cada curso se le entregó una cierta cantidad de vales de comida. Cuando todo estuvo listo,
se avisó que se acercaran a retirar la cena. De un momento a otro vimos una avalancha de personas, todos llegaban con sus bandejitas. Los nervios nos comían, temíamos que no alcanzara lo que
habíamos preparado. A todos se les fue entregando la cena y, con una enorme sonrisa en el rostro,
nos agradecían.
Terminamos de servir, empecé a recorrer el pasillo para asegurarme que todos habían comido. Al
pasar, escuchaba que comentaban que “la cena estuvo muy buena” y me ponía contenta, pero lo
que más me emocionó fue llegar a mi curso y ver a todos con cara de felicidad. Los días anteriores
habíamos estado comiendo pan y fiambres y cambiar el menú no vino nada mal. Se me puso la “piel
de gallina” cuando pidieron un aplauso para “la Cholota, que gracias a ella hemos comido”.
Tanto para mis compañeros de cocina como para mí, esa noche fue una gran satisfacción, para ser
la primera vez, nos fue muy bien. En la madrugada, estuvimos reunidos los delegados de cocina de
todos los módulos y nosotros habíamos sido los únicos que no habíamos tenido problemas. Fijamos
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
el menú del día siguiente y así concluyó nuestra jornada inaugural en la cocina. Fue un día agotador pero feliz.
Los días pasaron y nos fuimos organizando mejor, porque cocinar un día para 300 y al siguiente para 250 no era
cosa fácil, así que se estableció una cifra exacta para cada curso en cuanto a sus vales, tanto para la mañana
como para la noche.
El cansancio se hacía presente cada jornada pero seguíamos trabajando. Recuerdo una anécdota de la primera
semana: las reuniones de los delegados de cocina eran a las dos de la madrugada, una noche terminé mis tareas
a la una y decidí acostarme hasta que fuera la hora de la reunión. Me acosté en uno de los colchones que había
en el curso donde estaban mis compañeros, dejé puesta la alarma en mi celular y me dormí. Estaba tan cansada
que cuando sonó, abrí los ojos sin entender si había amanecido, si era el mismo día. Me levanté y salí envuelta
en una frazada; empecé a caminar y recuerdo que, al llegar al segundo módulo, alguien se interpuso sin dejarme
avanzar. Entonces, me detuve y ví que era uno de los chicos ecuatorianos. Al parecer notó que seguía un poco
dormida y me preguntó a dónde iba, le dije: “Creo que voy a una reunión al tercer módulo”. Me acompañó y
puedo decir que terminé de despertarme cuando estaba en la reunión preguntándome cómo había llegado allí.
El tiempo siguió corriendo y llegó el sábado y nuestro primer fin de semana en la cocina. Hasta entonces éramos
cuatro los que siempre cocinábamos, tanto en la mañana como en la noche. Ese día yo sentía que ya no tenía
espalda ni brazos y que estaba a punto de perder mis piernas. Había sido una semana muy intensa, más intentando seguir una rutina que era nueva. Mis compañeros estaban igual que yo, así que decidimos que nuestra
labor en la cocina terminaba con el almuerzo, que ya nuestros cuerpos no respondían y que cada curso podía
encargarse de su cena y de la comida del domingo. Por una parte, sentía que debía descansar pero también me
preocupaba qué pasaría, qué comerían los demás esos dos días. Me sentía como si fuera la madre de ellos.
Ese domingo que no fui a la Universidad, el tiempo me pesaba muchísimo, me preguntaba qué hacía en casa,
pero también sabía que debía descansar. Mi vida había cambiado, ya no era la misma que tenía antes de la
Toma, aquella donde iba a clases, veía tele, usaba mi computadora, dormía las horas normales, me comunicaba con mi familia. En las semanas de la Toma, tenía comunicación con mis padres porque ellos me llamaban
constantemente, pero del resto no sabía nada. Soy muy futbolera y no tenía noción de los resultados de los
partidos. Decía: “Pregúntenme de la Uni y de la cocina, y les doy información; de la vida fuera de la Universidad,
no sé nada”.
No todo color de rosa
Llegó una nueva semana y tocaba volver a la cocina. Ese lunes estaba cumpliendo un año más de vida, quise
pasarlo allí, mi responsabilidad era estar allí. Con unos rayos de sol que entraban por mi ventana, me levanté
muy temprano, motivada, con muchas energías y feliz. Entré a la Universidad, al llegar al primer módulo, escuché que decían “ahí viene la morocha, cantémosle el feliz cumpleaños”. No faltaron abrazos y felicitaciones y el
canto en cada curso al que entraba, en la noche hasta serenata me regalaron los chicos de Ciencia Política. Pasé
un día increíble.
Pero como todo no es color de rosa, llegó la noche y los reclamos también. De los cuatro que éramos al principio, una chica se había ido y los otros dos habían estado a la mañana, así que a esa hora yo estaba sólo con unas
nuevas ayudantes. Me tocó oír las quejas, se cuestionaba que hubiéramos cerrado la cocina el fin de semana,
que lo que se servía era muy poco, que pensaban armar otra cocina, etcétera. Me dolieron tanto esos reclamos,
es como si olvidaran que estuvimos colaborando de forma voluntaria, que no éramos empelados de nadie sino
seres humanos que habíamos asumido un reto nuevo para nosotros y muy difícil. No se trataba de sentarse y
decirle a las ollas: “llénense”; las cebollas, papas y zanahorias no se pelaban ni se picaban solas; tampoco los
vales se repartían solos, menos las bandejitas se servían solas. Teníamos merecido un día de descanso y si la
porción era pequeña, era porque teníamos que cocinar con lo que nos entregaban y debía alcanzar para todos.
Esa noche terminé sintiéndome muy mal, pero había que seguir. Esos momentos estuvieron como también de
los otros. De ninguno me arrepiento porque luché por mis derechos y conocí a muchas personas - ¿dónde estaban que nunca las había visto? -, en especial, con las que compartimos la tarea de la cocina, personas únicas.
De los cuatro que empezamos, sólo resistimos dos y luego se sumaron tres chicas más que nos acompañaron
hasta el final.
Los últimos días ya habíamos aprendido la rutina y nos sentíamos tan relajadas que empezamos a inventar platos de
comida, el primero fue “Pastel revolucionario”; el segundo,
“Pastel democrático a la napolitana” y cerramos con unas
“Tapizza”.
El lunes, cuando empezamos a desarmar lo que había
sido hasta entonces el lugar de la cocina, sentí una gran
tristeza, nos tocaba abandonar nuestra segunda casa.
Habíamos formado un buen grupo y nos acostumbramos
a vernos cada día y preguntarnos: “¿Qué cocinamos hoy?”
Haber formado parte de esta lucha histórica fue una
experiencia inolvidable y, si otra vez pudiera hacerlo, no
lo pensaría dos veces.
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con papas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que cocinar. Y dígales a esos jóvenes que no aflojen, que sigan luchando,
que el pueblo los va a acompañar. Mire, mire, aquí todos apoyamos´, dice el hombre mientras señala un enorme cartel de
cartón, colgado de un gancho sobre la balanza: ´UNLaR somos
todos´, se leía.
“UNLaR somos todos” o cómo los
riojanos hicieron suya a la Universidad
Por Nancy Fátima Roldán
A
veces, el destino se confabula y conjuga lo imposible para que las cosas que tienen que
ser, sean.
Un rayo de sol se coló por la ventana. Descorro las cortinas y descubro la mañana. Me
alisto rápido para desayunar apurada un café, me siento ansiosa, no he dormido bien.
El reloj ya marca las siete. Se hace tarde, pero igual decido caminar hacia el trabajo, antes recojo
el diario colgado en una reja del portón de casa, leo un título en letras grandes que anuncia:
“Hoy nueva marcha de estudiantes de la UNLaR, exigen renuncia del Rector y autoridades”. Ya
voy en camino y, a cada paso que doy, una canción de los 80´ da vueltas en mi cabeza y, sin
querer, empiezo a tararearla, aunque no estoy segura creo que es de Marilina Ross y dice algo
así: “Algo está sucediendo y tiene que ver contigo, trata de comprenderlo, estás comprometido…
Algo de lo deseado se va viendo despacio, lo que querés o lo inevitable se da paso a paso… No te
detengas, cree en tus sueños, si alguien te los cuenta anímate a ser el primero…Ser el primero,
sin prepotencias. Ya hubo bastante. Trata de mejorar lo que buscas, es lo importante… Algo está
sucediendo y tiene que ver con todos, ponerse en movimiento, tal vez sea el modo”. Pienso y me
digo en voz baja: “Sí, claro que algo está sucediendo”. Ya va casi un mes de la Toma y se siente en
el ambiente que la paciencia se agota.
Voy llegando a la Plaza, me detengo frente a una vidriera, hay un cartel pintado a mano que dice:
“Nosotros apoyamos a la UNLaR” y, a medida que avanzo, más carteles de apoyo y adhesión en
locales comerciales que nunca hubiera imaginado. La Provincia está en plena campaña electoral,
sin embargo los afiches, los letreros y mensajes que predominan son los de solidaridad con los
estudiantes de la Universidad. Los colectivos, taxis y remises; las columnas del alumbrado público, los cordones de la vereda, una pared cedida por los vecinos, cualquier lugar en la vía pública
es bueno para hacer visible y sensibilizar a la sociedad acerca de lo que se vive en este conflicto
que se dilata en el tiempo y parece no acabar.
“Dígales que no aflojen”
Ya ha pasado el mediodía, salgo de mi trabajo y busco una verdulería, necesito comprar frutas y
verduras para llevar a mis compañeros que están en la Toma. Camino por la avenida Perón, a unas
cuadras hay una Feria. De repente me sobresaltan los bocinazos, son los autos que responden
dando su apoyo. En una esquina los chicos de Medicina, con un pasacalle, se paran en los semáforos y entregan volantes hechos a mano; solicitan colaboración con alimentos, agua, colchones,
etcétera. Piden permiso y pegan un cartel en la luneta de un automóvil. Veo los gestos de simpatía y adhesión. Esos guardapolvos blancos despiertan ternura, se compran el corazón de la gente.
Llego a la verdulería, le comento al dueño que deseo llevar fruta de estación y verduras frescas,
que son para los chicos de la UNLaR. “Además de lo que usted compra, llévese esta otra bolsa con
papas, cebollas y morrones, son muchos para los que hay que cocinar. Y dígales a esos jóvenes
que no aflojen, que sigan luchando, que el pueblo los va acompañar. Mire, mire, aquí todos apo27
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
yamos”, dice el hombre al tiempo que señala un enorme cartel de cartón que colgaba de un gancho sobre la
balanza: “UNLaR somos todos”, se leía.
Las bolsas de las compras pesan demasiado, exceden mis fuerzas para llevarlas caminando, llamo un taxi.
El taxista me saluda:
- ¿A dónde la llevo?
- A la UNLaR, por favor.
– Ah, ¿usted está con esos chicos?
– Si, también soy estudiante.
- ¡Qué bien! ¡Son muy valientes, una lección nos está dando la juventud! Tantos años aguantándonos cada
cosa, ahí tiene el gobernador que tenemos, hace como 30 años que está en el poder. Son iguales que Tello,
ocupan un cargo y se atornillan en el sillón por la eternidad. Yo no fui a la Universidad, mis hijos que ya son
hombres tampoco, pero tengo tres nietitos pequeños y yo pienso en ellos. A mí me gustaría que se sientan
libres y sin miedo cuando vayan a estudiar… ¿Usted cree que puedo entrar? Me gustaría conocer el edificio
por dentro, nunca vine acá.
Le digo que sí. El taxista camina conmigo, me ayuda a llevar las bolsas. Vamos llegando a la improvisada
cocina de Sociales, allí me detengo entrego los víveres y saludo a mi compañera Carly, la chica ecuatoriana
que, a esta altura, es una eximia cocinera. Y el taxista continúa su “tour” por los pasillos de los módulos, lo
observo mientras se va, camina muy derecho, ensancha los hombros y el pecho, todo lo mira con asombro
como quien no quiere perderse nada. Creo que siente que está ante algo muy importante.
Se escuchan cánticos, palmas, se ven dibujos, pinturas alegóricas a la Toma; el palpitar de la lucha y la resistencia se respira; se siente en la piel y embriaga los sentidos en un estallido de color, donde antes sólo se veía
el aburrido y monocromático celeste.
Los artistas también dicen presente y cada noche le dan un toque creativo y musical. Es una fiesta del espíritu, donde convive lo distinto, lo diverso, lo plural. Nos inspiran los mismos ideales y todos hacemos nuestro
esfuerzo desde el lugar que podemos, aportamos con alegría nuestro granito de arena.
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Nueva marcha: golpe al autoritarismo
Hoy es domingo y muchas familias vienen a la Universidad a acompañar a sus hijos en la Toma, traen conservadoras y canastas para pasarlo juntos, porque hace tiempo no almuerzan todos en casa.
Es hoy un día muy especial, a la tarde se hará la tercera marcha desde que comenzó el conflicto y la segunda
llamada “Marcha social”. Hay nervios, reuniones y preparativos. Se definen los carteles, la guardia que permanecerá en la Toma, quiénes van a conducir la marcha, etcétera.
Son las seis de la tarde, me escapo y voy rápido a casa para darme un baño, buscar nuestros carteles y a mi
sobrina que me está esperando para ir juntas. Llegamos temprano, antes de las 20. Observamos la columna
que viene desde la UNLaR, pero en la Plaza no cabe un alfiler más, es prácticamente imposible moverse. Estoy
conmovida, miro alrededor y veo rostros conocidos, están los de gente que siempre participa de reclamos
populares y también los de personas que jamás vi en una marcha.
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
Camino entre la muchedumbre que, como una marea, me lleva hacia adelante. Encabezando la marcha van
los alumnos de la licenciatura en Artes Escénicas, llevan las marcas simbólicas en la piel: Justicia, Democracia, Igualdad, Libertad, Derechos, Solidaridad. Una capucha negra en la cabeza (por el terrible mote de “terroristas” que recibimos los estudiantes por parte de las autoridades “tellistas”) y las manos atadas con gruesas
sogas que buscan librarse de la esclavitud de años.
La gente mayor, ubicada a la orilla de la calzada, aplaude emocionada; se ven abuelos con bastón y sillas de
ruedas; están los comerciantes, los maestros, las asambleas ambientales, los candidatos políticos que van
sin banderas de sus partidos ya que se les había advertido públicamente: “Que vayan como uno más, que
nadie intente sacar réditos de esta lucha”.
Avanzamos, son cuadras interminables de gente. Una abuela, la madre y la nieta pequeña que lleva un cartel:
“Tres generaciones apoyamos a la UNLaR”. Hay niños y bebés en sus cochecitos, “Mi mamá lucha por mí” o
“Mis hijos sabrán que he luchado por ellos”, se lee en los carteles que los acompañan. Las madres, los padres,
los jóvenes entienden, convencidos, que esa transformación universitaria es parte de una mejor educación,
más libre, para las nuevas generaciones.
La marcha continúa. “Son cerca de 40 mil personas”, nos dice un policía y mi sobrina me aprieta la mano, se
le caen las lágrimas. Ella no lo puede creer, a mí me cuesta también y pienso si al día siguiente los diarios nos
darán la primera plana, si aquellos medios que apenas hacían mención de la Toma, ahora decidirán por fin
hablar de nosotros. Es que, como es sabido, no se puede tapar el sol con un dedo.
Es muy tarde ya, me voy convencida de que esa noche, con ese gran hito estudiantil, se ha dado un golpe al
autoritarismo. Tello Roldán es un símbolo de lo que La Rioja ya no quiere más para el pueblo. Al día siguiente
lucha continuaría, pero esa noche, en esa Plaza, se ganó una gran batalla. Una pueblada expresando su reclamo y su sentir como nunca antes vimos. El orgullo de ser riojanos se reflejaba en las miradas.
La parte del mundo que cambia
En la Toma, sobre todo, se ha vivido una experiencia que nos revela en nuestra más profunda humanidad.
Silencios cómplices, risas, momentos compartidos llenos de emociones y también desencuentros. Para muchos, se sentaron las bases de grandes y duraderas amistades y de un compañerismo que va más allá de los
roles académicos.
La pregunta que hacían varios con desconfianza cuando esta quijotada comenzaba era: “¿Quieren cambiar
el mundo los jóvenes?”, “¿Se puede?” Nuestra parte de mundo está cambiando, algo nuevo se va gestando.
Y para asumir esas inquietudes, tomarlas, potenciarlas en un camino que esquiva los dogmas, las fórmulas
mágicas y los mandatos políticamente correctos, se está impulsando el debate entre todos los protagonistas.
Porque siempre es más importante y trascendente la creación colectiva que la individual.
Yo contemplo el paisaje humano en silencio y me digo a mi misma, como una reafirmación en lo que creo,
que los sueños dejan de serlo cuando emprendemos la acción. Ya lo decía Edgar Morín: “No olvides que la
realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a surgir”.
Este es un sueño que surgió y quedó reflejado en la frase, repetida como un rezo a lo largo de estos días, una
frase que ha estado en las redes sociales, en las paredes, en el cuerpo, en las voces: “UNLaR somos todos,
todos somos UNLaR”.
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Por una UNLaR democrática
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a extenderse, tratábamos de ayudarnos más aún y darle fuerzas al
otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéramos dónde buscarlas… pero cada vez éramos más y eso sacaba
lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía”.
Compromiso y organización,
aspectos clave en un edificio tomado
Por Facundo Romero
L
os primeros días de la Toma se vivían como caóticos, todos moviéndose, nadie quieto. Se
respiraban aires de cambio o, al menos, aires que buscaban fuerzas para conseguirlo.
Desde aquel histórico 17 de septiembre, un sinfín de voces exclamaban una y mil veces que
la Universidad es de todos y, rápidamente, con una fuerza pocas veces vista, el grito se hizo
escuchar: “¡Democracia en la UNLaR!”.
Aquella noche inolvidable del comienzo de la Toma nos señaló que ya nada volvería a ser lo mismo. Se notaba que todos peleábamos por algo en común, con una firmeza y un convencimiento
tal que ningún batallón de ejercito podría frenarnos.
Comenzaba todo, por el momento, como se podía, simplemente ayudándonos los unos a los
otros, era la Universidad que se movía, todos juntos apoyándonos, tratando de hacer las cosas de
la manera más correcta y con el mayor compromiso.
Guardo todavía y, lo haré por siempre, ese cartelito de “Prensa y seguridad” que los miembros
de cada Carrera entregaban a sus pares y que a mí me dieron los compañeros de Comunicación
Social. Esas eran mis tareas y trataba de realizarlas con mucha responsabilidad y también buen
humor, entre risas y charlas con amigos.
Se habían designado a los delegados por Carrera y eran ellos quienes nos representaban en las
asambleas diarias, mientras el resto nos ayudábamos en lo que pudiéramos. Las tareas que realizábamos dentro del establecimiento eran cada vez más ordenadas y, la verdad, también eran cada
vez eran más. Recibíamos donaciones de comida, artículos de limpieza, electrodomésticos, por
parte de instituciones y colaboraciones de familias que nos manifestaban su apoyo no sólo con lo
material sino también con afecto, cariño y respeto por la lucha que estábamos llevando adelante.
Aquellas noches de seguridad en las que algo pasaba realmente, que recuerdo fueron dos o tres,
ya estaban atrás y todo se manejaba en un marco de cierta tranquilidad, más allá de que muchas
otras veces parecía que sucedía algo pero siempre terminaba en “falsas alarmas” si es que podría
decirse así sabiendo lo que estaba en juego, pero por eso justamente la alarma siempre estaba
encendida.
Pasaban las primeras semanas y nos encontrábamos con imprevistos con los que no contábamos;, el frío, la lluvia, y las frazadas o alguna cosa que nos pudiera dar siquiera un poco de calor
se volvían imprescindibles en aquellas noches de guardia, de desvelo que nos tocaba realizar en
cualquier sector de la universidad. Cualquier sector en sentido literal, hasta el cuarto módulo,
donde no pasaba nadie, donde el frío se hacía sentir más porque no era un lugar tan concurrido,
allí hacíamos guardias y cuidábamos con placer y ganas.
Es por eso que el concepto de organización fue el más sobresaliente en toda la etapa de Toma.
Jamás en mi vida vi a la Universidad tan limpia, cada rincón, desde el Rectorado hasta el cuarto
modulo, estaba sencillamente impecable. No había nada fuera de lugar ni un simple papel de
caramelo que uno a veces tira en forma descuidada. Todavía recuerdo los baños, esos que en otra
época estaban clausurados porque eran impresentables, de lejos se podían percibir los olores nauseabundos y el agua estancada. Esos mismos baños ahora contaban con jabón y papel higiénico.
Es que todos éramos conscientes que había que cuidar la Universidad y para ello nos organizamos.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
Los chicos de Comunicación Social teníamos guardias todos los días de 20 a 22 horas, a continuación de los
de Odontología, pero en una ocasión nos comprometimos, con un grupo de chicos de diferentes años de
nuestra Carrera, a hacer guardia toda la noche. Recuerdo el frío que pasamos y, al mismo tiempo, cuánto nos
divertimos. Algunos se dormían, otros comían, cantaban o bailaban, todo servía para pasar esa noche tan
helada que hasta costaba asomar los ojos fuera de las frazadas.
Días de 72 horas
Las semanas transcurrían y los días parecían tener 72 horas en lugar de 24. No era sencillo porque con el
correr de los días, el agotamiento, el cansancio, el hecho de estar tantas horas en un mismo lugar y con la
misma gente, muchas veces provocaban mal humor, cambios de ánimos constantes, y eso repercutía en la
convivencia. A medida que pasaban los días y veíamos que la Toma iba a extenderse, tratábamos de ayudarnos más aún y darle fuerzas al otro, aunque nosotros mismos no las tuviéramos o no supiéramos dónde
buscarlas. Mientras que las viejas autoridades no daban el brazo a torcer, dentro de la Universidad se respiraban aires diferentes, de libertad, de democracia, donde cada uno era dueño de manifestarse, a veces distinto,
aunque todos terminábamos recordando el objetivo que teníamos en común. Cada vez éramos más, en todo
sentido, y eso lógicamente sacaba lo mejor de nosotros porque veíamos que sí se podía. El compromiso, la
fidelidad, el compañerismo crecía cada día y eso nos fortalecía.
La organización seguía siendo perfecta, los pasillos de la Universidad eran alfombras rojas, por lo impecables
y brillantes que se veían, si querías encontrar algo tirado en el piso tenías que buscarlo con la lupa de Sherlock Holmes, de otro modo, imposible.
Sin dudas, aquellos días que parecieron tantos y, a la vez, pocos, serán recordados por siempre. Profesores,
no docentes, alumnos, los llevarán consigo por lo que significó, por su trascendencia y porque fue un hecho
histórico del cual todos nos sentimos parte. Marcó un antes y un después en nuestra amada Universidad y en
cada uno de nosotros porque está claro que no somos los de antes, nos dimos cuenta de lo que se puede lograr cuando uno pelea por un objetivo con un convencimiento pleno. Y también fue histórico para el resto de
la sociedad, convencida, comprometida como pocas veces suele ocurrir, al menos que me haya tocado verlo
en mi vida. Estaré eternamente agradecido y orgulloso por haber acompañado este cambio en la historia. Sí,
eso fue la Toma, nada más y nada menos que un verdadero cambio en la historia de la Universidad Nacional
de La Rioja.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Estaban allí, en el escenario, vestidos y pintados de blanco, con
sus brazos entrelazados e inmóviles, pero unidos y en lo alto.
Las damas y los caballeros de la ética, el futuro y la esperanza,
la democracia, la conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, desde el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi,
casi perdida- pidiendo igualdad, voto directo y concursos docentes”.
Tercera Marcha Social: la semilla de
la victoria
Por Noris Gómez
L
a congoja prevaleciente. Nada estaba cambiando, nadie se quería ir. Se corría entonces
la voz: “¡Que se vayan todos!” Albores de la nueva marcha se apresuraban en llegar. La
fecha estipulada, el 8 de Octubre, a las 20, nuevamente en la querida Plaza 25 de Mayo.
Aquella que cobijó aquel 17 de Setiembre a los primeros caminantes que, casi tímidamente, decidieron marchar. Aquella que albergó a miles de ciudadanos convocados para luchar
pacíficamente por la Casa de Altos Estudios. Aquella donde la danza, la fuerza y la pasión se
unieron para contrarrestar el dolor de la injusticia y la desesperanza, alimentadas por falsas
acusaciones de los temerosos opositores a la causa, cuando todavía nada cambiaba para los
llamados “terroristas”.
Minutos antes de las 19, alisté mi cámara fotográfica y mi celular -por si se acababa la batería-,
no quería quedarme sin registrar ni un instante de lo que eso iba a ser. Recordaba lo que había
sucedido en las otras marchas y ésta sería mayor, así que había que documentar.
Mi cuerpo apenas podía moverse pero yo quería estar allí, así que pedí compañía y ayuda para
llegar al lugar. De paso, otro celular más, por si el mío no alcanzaba. Y emprendimos viaje. A
cuatro cuadras a la redonda ya se volvía muy difícil pasar, quince minutos más de caminata y,
llegando a la Plaza, mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Nunca vi algo así. Nunca sentí
algo así. Las otras marchas fueron muy convocantes pero ésta ya lo era antes del horario y
lugar estipulado. El alma se me salía del pecho y pensé que no iba a volver a mí. El sonido era
atronador. Una mezcla de murga, silbatinas y comparsas se apoderaron de las calles. La gente
iba y venía. Todos sabíamos adónde. Todos éramos parte de lo mismo, pero no nos conocíamos. Me volví tres cuadras y dije: “Ya no puedo estar aquí”. Crucé para hacer la cuarta y me
detuve, “tengo que estar allí”, pensé. ¡Qué contradicción! “No he faltado a las anteriores, ¿por
qué hacerlo ahora?” Si el esfuerzo, ya estaba hecho…Y volví.
Otra vez quince minutos para llegar. Pero ya había el doble de gente o mucha más. ¿De dónde
salieron todos? ¿Quiénes eran? Era el pueblo. Estudiantes y sus padres, sus hijos y también sus
abuelos; amigos; vecinos. Muchos llevaban envueltos en sus cuerpos una bandera o un cartel
con frases para defender nuestra Universidad. Todas las carreras representadas por distintos grupos de alumnos. Profesores, docentes, co-docentes, egresados, referentes de algunas
sedes de la UNLaR y de distintas universidades, institutos, colegios secundarios, incluyendo el
Pre-Universitario “Gral. San Martín”. Diferentes asociaciones, sectores sociales, movimientos,
agrupaciones reunidos para un mismo fin.
La caminata
El sonido de los bombos, tambores y redoblantes nos llevó nuevamente al punto de encuentro.
No faltaron los platillos, las guitarras y también las cornetas con las panderetas. Gorras, bonetes, sombreros y galerones. ¡Eso sí que era una fiesta! Ya había empezado la función. “¡Alcen
banderas!”, “¡Levanten pancartas!”, brazos en alto y La Marcha comenzó, paso a paso, por calle
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
San Nicolás de Bari (O) entre cánticos constantes. La
bandera celeste y blanca también marchaba abrazando cálidamente a quienes la llevaban.
Continuamos hasta la intersección de la calle San
Martín tomando registro de cada segundo posible.
En mi retina quedó cada instante de los que
caminaban y la lente los inmortalizó. El impacto:
el puño firme de “Docentes en Lucha” que se veía
en varios carteles, quienes los llevaban tenían
rostros sonrientes, se los veía unidos y fuertes.
“Ni terroristas ni delincuentes, estudiantes conscientes”, decía otro cartel que sujetaba un joven,
también alegre.
Corriendo ya por la calle 25 de Mayo, intentando
llegar antes para tomarlos de frente y desde
lo alto. Lo logramos. Lo mejor que encontré
fue una estructura de cemento que servía de
sostén a una publicidad. Estaba sobre la grieta
del mármol que la cubría, ahí me quedé. Sabía
que, más allá del piso, no terminaría en caso
que se desmoronara. Y allí venían todos, otra
vez. Pero desde ese lugar se veía todo diferente. El contraste de la belleza del atardecer y
la furia de los ambulantes es algo difícil de
definir. Simplemente, una cosa hermosa.
Globos de colores sostenidos entre las
manos, a lo ancho de la calle, adornaban
la marcha. Sus dueños, los que venían
adelante. Las caritas pintadas de algunos,
otros con antifaces, máscaras y caretas,
y algunos más con banderines en mano,
agitándose veloces. Silbatos apretados
entre los labios al compás de los cánticos
y palmas constantes acompañando.
“Todos somos UNLaR”, “UNLaR resiste”,
“Queremos estudiar, queremos libertad,
queremos elegir, queremos democracia
en la UNLaR”, se leía entre otras frases. Y, en medio del
tumulto, un hombre vestido de violeta, caminando sobre sus zancos, nos saludaba con
su galera naranja. Él también marchaba.
En un instante, ya no estaban. Dos o tres iban quedando. ¡A bajar! De un salto al piso llegué, pero en pie. Sin
duda, fue más rápido que subir, el propósito lo valía. Emprendimos la corrida, como persiguiendo al tiempo,
para llegar a la esquina de la Plaza. Allí era la concentración.
El reencuentro
Frente de la Casa de Gobierno, el escenario de madera me invitó a subir (o al menos eso me parecía). Y ahí
estaba yo, otra vez arriba, para ver mejor. Sólo se distinguían los rostros de adelante, los del final… ¿dónde
estaba el final? no se veía. ¡Eran muchos!
Al frente, la Iglesia Catedral. Los globos también vestían el borde de sus rejas. Grandes banderas de colores
danzaban entrelazadas, al paso de la bailanta, festejando entre los dedos de los artistas. Pensé que era la
fiesta más grande que podía haber para fotógrafos y camarógrafos. No alcanzaban las diez huellas ni las dos
pupilas para tomar cada instante, ninguno se podía dejar pasar. Repito, nunca vi algo igual. Los flashes, cual
luciérnagas en la noche, no dejaban de titilar.
Y fue ver juntos a los futuros trabajadores del arte, de la tecnología, de la construcción, de la ley, de la salud;
a los que danzan y a los que cantan; a los que van a hacer política; a los que traducirán otras lenguas; a los
que enseñarán; a los que se dedicarán a las letras; a los que acariciarán la tierra y a los que al suelo estudiarán; a los que inmortalizan vivencias en una imagen o en un papel, construyendo pirámides o derribándolas;
al que hará poesías; al orador y al que modulará su voz; a los que tratarán de hacer justicia; a los que con un
diseño pueden también vender; a los que escribirán la historia, una historia como la de hoy. Una lista de nunca acabar, imposible nombrarlos a todos, pero lo posible es decir que verlos juntos me emocionó. Los cuatro
puntos cardinales parecían haber desaparecido. No había ni un rinconcito vacío.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
El acto
Se encendieron nuevamente las cámaras, los micrófonos y grabadores. Por un segundo, la voluntad del silencio reinó. Sólo por un segundo. Luego, palabras de encanto, de lucha y de poder. Ese poder que te permite
avanzar a paso firme para no claudicar en la batalla. Manos en alto y no “¡alto, las manos!” como les hicieron
a nuestros profesores, encubierta y silenciosamente, hasta que la verdad salió a la luz.
La euforia y los aplausos. Mucha, mucha emoción. Sólo ver sus rostros era necesario para interpretar el designio de sus almas. ¡Ay, Dios!
Sus voces y sus palabras embelesaron a los presentes. A todos. Palabras de aliento, dichas con decisión y
coraje, continuaban el acto para defender la justicia perdida de los inocentes. Y allí estaba otra vez, don David
y su cabellera verde, que también marchó con todos. Don David ahora protagonista. Fotografiado él, no le
faltaron primeros planos. Con su elegante manta que atravesaba su cuerpo y los infaltables globos y pequeñas cintas que llevaba colgados en uno de sus brazos. Todo al tono con su peinado nuevo. ¿Vestido para la
ocasión?
De repente, irrumpieron en el escenario ellas y ellos. Con sus manos impedidas por las cuerdas de la maldad
y sus rostros escondidos, entenebrecidos. Entre los dientes, anudaron sus lenguas en la tortura, que quedó
atorada en sus gargantas. Estaban allí, vestidos y pintados de blanco, con sus brazos entrelazados e inmóviles, pero unidos y en lo alto. Las damas y caballeros de la ética, el futuro y la esperanza; la democracia, la
conciencia, la justicia y la verdad. Juntos, desde el arte, con fuerza y lucha, por esa calidad educativa -casi,
casi perdida-, pidiendo igualdad, voto directo y concursos docentes.
Después, el rostro de la niña se dirigía hacia el horizonte. Sus manos sostenían un pequeño cartel que decía:
“La resistencia no es terrorismo”. Luego, unos, otros y otros más subieron a brindarnos sus palabras para la
noble causa. Todos tuvieron su lugar.
Nueva suelta de globos. ¡Qué belleza! Todos los discursos que continuaron llegaron hasta mis entrañas.
Ciertamente, fue una noche sin igual. La pantalla se encendió. Enseguida, las palabras de una madre y varias
personas más. Se representó aquello por lo que se estaba luchando.
Al último, el infaltable Himno Nacional Argentino. Un dúo interpretó para todos sus dulces y más bellas que
nunca estrofas. “¡Oh juremos con gloria morir!”, se escuchó tronar. Claro está que la idea nunca fue morir.
Quien deseó que nuestra Universidad muriera, sepa, no lo lograría. Mientras, la bandera argentina agitándose
entre las manos del estudiante, al lado de los intérpretes, majestuosa como siempre.
Las lágrimas y la alegría eran una sola cosa. A la luz de las velas, “¡Feliz cumple!” y algo más decía un cartel.
Ya nos íbamos. “Oíd el ruido”, escribió la doncella que sentada posó. Pura algarabía. Separándonos un poco
del lugar, el “facepaint” de la calavera posó también para mí, “Fuerzas UNLaR”, escribió.
La noche de los 50.000, ¡Qué noche! Quedará documentado en la historia de La Rioja y del país lo que mis
ojos vieron aquella jornada.
Y las orugas salieron a volar…
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Si defender nuestros derechos nos convertía en terroristas, yo
elegía ese terrorismo, no cambiaba por nada luchar. Secuaces de
esa gran batalla eran y son los compañeros y los docentes, juntos a la par, por una democracia real, por calidad educativa”.
Y como no sabíamos que
era imposible… lo hicimos
Por Micaela Campagna
L
a historia, dicen, es algo que se construye a través de las luchas, y las vuelven más genuinas
que sus protagonistas sean los jóvenes.
8 de Octubre, para cualquiera puede ser un día más, un miércoles como todos, pero para
la mayoría de nosotros, los estudiantes universitarios, es “El 8 de Octubre”. La fecha dice
mucho por sí sola, hablar de ese día llena de emoción, de sentimientos encontrados, de alegrías,
tristezas pero, sobre todo, de coraje.
Un relato de esa jornada histórica puede comenzar por cualquier parte, ya que todo se relaciona,
todo se conecta como lazos que llegan a un mismo sitio, como el agua del río que desemboca en
un solo lugar.
“Tello decime qué se siente haber perdido la UNLaR”, fue lo que se cantó absolutamente todo el
día, como una manera de ponernos a tono, también creo como una forma de relajar, de matar los
nervios. A veces pienso que lo llevábamos incorporado como un himno.
20 horas, el momento indicado para demostrar nuevamente lo fuertes que éramos, para ver el
apoyo de nuestro pueblo y, seamos francos, para demostrar al señor Tello Roldán que éramos
muchos, para su desgracia.
Ese día, todo giraba en torno a números: desde la elección estratégica de la fecha de la marcha, el 8
de octubre, cumpleaños de ese señor; la cantidad de estudiantes que asistirían ya que no se podía
abandonar la Universidad; los carteles; los canticos; todo diseñado estratégicamente.
Pensar las frases para pintar los carteles era histórico, nunca antes se había hecho, ni soñar con escribir algo para portar en la Universidad y menos escribir lo que pensábamos realmente. Las frases
surgieron solas, las acumulábamos hace tiempo, estaban dormidas, pero estaban ahí.
No hay mejor remedio, dicen, que desahogar, expresarse y así fue como, a través de esos carteles, pancartas y gráficas, soltamos todo, dejamos libres a nuestros pensamientos y que pudieran
expandirse. Había rabia unida a dolor, pero también esperanza, fe en que las cosas saldrían bien.
Café, budín, galletas, mate, gaseosas, todo ayudaba a pasar el tiempo, a canalizar los nervios, a
juntar fuerzas.
19 horas, el momento de partir. Caras pintadas de verdes, al mejor estilo “Rambo” podrían pensar
algunos pero para nosotros era verde de esperanza. Esperábamos que el tiempo pase y, mientras
tanto, el equipo de redacción del boletín “La Toma” intentaba dejar todo listo a la espera de la
“gran nota”. No sé si fue la exasperación lo que llevó a que el resto de las notas se terminaran
con rapidez, sin errores, sin sobresaltos, como una manera de reservarnos para el momento más
esperado.
La lucha de todos
Llegamos a la avenida Perón. “Corramos así nos unimos a ellos”, gritó un compañero. “Ellos” eran
los chicos que venían marchando desde los portones de la Universidad.
19.30 marcaba el reloj, todos con carteles y pasacalles que identificaban a cada Carrera, pero al final
todos éramos iguales, todos estudiantes.
“Tello, Tello, Tello, Tello, no te lo decimos más, si te parecemos pocos, ¿los celestes dónde están?”,
fue otra de las infinitas letras que entonamos y, siendo francos, en ese momento, ya estábamos
emocionados. Era una mezcla de nervios y de esperanza de que las cosas se solucionaran.
“Logística” se encargó de controlar el tránsito para que, poco a poco, esa gran multitud de alum37
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
nos autoconvocados, con ganas de expresar sus ideas, su descontento, se acercaran al punto de encuentro
para sumarse al pueblo que desde siempre nos apoyó. Y así fue, entre canticos, mensajes de apoyo, nervios,
la plaza 25 cada vez estaba más cerca. Ya sabíamos que sería algo histórico, sin precedentes en nuestra Provincia.
Cuadras y cuadras colmadas de alumnos, familias, niños, todas las generaciones presentes, todos abrazados
a una misma causa. Después de caminar y caminar hasta la Plaza, recorrimos las calles céntricas exteriorizando nuestra voz, cantando, marchando. “Jóvenes católicos”, “Colegio Nº 2”, “ISFDAC” fueron algunos de
los carteles que ese día representaban a las instituciones que se solidarizaron con esta causa que ya era de
todos. Luego, cada representante de los estamentos universitarios tomó el micrófono para dar a conocer a
todos los presentes lo que reclamábamos, el porqué seguíamos con la Toma, el porqué de nuestra insistencia,
de nuestra lucha. Emoción, lágrimas, cansancio fueron los ingredientes de aquella noche.
Una bandera levantada en lo alto de la Catedral expresaba el sentido que había tomado la lucha, ya no
éramos sólo universitarios, éramos toda una sociedad batallando en contra de un sistema opresor. Pedíamos
aires de renovación.
Éramos cómplices de todo, si defender nuestros derechos nos convertía en terroristas, yo elegía ese terrorismo, no cambiaba por nada luchar. Secuaces de esa gran batalla eran y son los compañeros y los docentes,
juntos a la par, por una Democracia real, por calidad educativa. Muchos dicen: “30 años de democracia, gente
que no lo entiende todavía”, y los que no comprendieron fueron justamente ellos, no aprendieron el verdadero significado de la democracia. Y tampoco fueron inteligentes, porque cuando los jóvenes se rebelan, no hay
nada más legítimo que sus luchas, quizás no serían legales, pero sí legítimas.
Boletín “La Toma”, aprender haciendo
22.30, había llegado la hora de la redacción, el momento más difícil. Complicado se volvió poder transcribir
en pocos minutos todo lo vivenciado, ¿cómo hacer sentir a otros lo experimentado? Pero ahí estaba la magia
de las palabras y con ellas intentamos transmitir, dibujar, el resultado de esa gran convocatoria.
Como un equipo de profesionales de las mejores redacciones se logró escribir en tiempo récord esa nota,
corregirla. La leía una y otra vez y siempre me emocionaba, me llenaba de orgullo ser parte. Y las fotos ayudaron a cerrar la idea, a poder materializar la “gran nota”. Más de 50 mil personas, cuadras y cuadras colmadas,
carteles de apoyo, discursos emocionantes, bombos, todas aristas de ese gran acontecimiento.
Al gran estilo de un medio importante, corríamos a dejar las notas para su maquetación y, luego, imprimirlas.
La verdad, se sentía olor a periódico. No existe mejor enseñanza que la de aprender haciendo y eso nos pasó,
esta experiencia nos marcó como profesionales.
00.00 comenzaba un día histórico, uno de los más importantes de la historia riojana. Como una escena de
ficción, sin saber lo que pasaría, nosotros estábamos en nuestra Universidad, más tranquilos, con la certeza de que lo vivido había sido único y con el orgullo de saber que nuestro boletín estaría listo en sólo unos
minutos.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“El Rector y vice caminaron hacia el centro de la sala, allí hicieron flamear la bandera universitaria. Esa es una de las imágenes
que más me conmovieron. Esa bandera que había permanecido
encerrada, quieta, inmóvil, como presa de sí misma por más de
20 años, hoy flameaba y se movía como nunca, era libre y, con
ella, lo éramos todos“.
9 de Octubre: El día en que otra
Universidad comenzó a ser posible
Por Belinda Dávila
E
l 9 de octubre, sin dudas, fue un día crucial, glorioso e inolvidable para la memoria riojana.
Nunca en la historia de la Provincia un movimiento consiguió, en tan poco tiempo, todo lo
que se logró en la llamada “Primavera Riojana”. Nadie imaginaba que al final del día tendríamos nuestras autoridades universitarias elegidas democráticamente, de forma pública y
prolija.
En asamblea general, los estamentos universitarios habían decidido la noche anterior que un pequeño grupo de estudiantes realizara una sentada en el Hospital Escuela y de Clínicas. En ese lugar
se llevaría a cabo la reunión de la Asamblea Universitaria integrada por la cúpula “tellista”, ese día
se trataría la renuncia del entonces rector Tello Roldán.
Llegó el día. Una vez aceptada la renuncia, el clima que reinaba era festivo. No faltaban razones,
habíamos acabado con más de dos décadas de un gobierno autoritario, déspota, que había dejado
de lado al claustro más importante, al nuestro, a los estudiantes.
Afuera, aguardábamos esperanzados, ilusionados, atentos a lo que pudiera suceder. La asamblea era
transmitida por numerosos medios riojanos. En ese momento, uno de los consiliarios, el Dr. Daniel
Cohen – según lo manifestado durante la semana, “enviado” del secretario de Políticas Universitarias de la Nación, Martin Gill, para negociar en su nombre; lo que fue negado posteriormente desde
esa misma cartera educativa - tomó la palabra para mocionar que la Asamblea entrara a cuarto
intermedio por 48 horas. Era una medida provocadora, así lo entendimos, se buscaba dilatar la
toma de decisiones. Por su parte, el consejero Dr. Alberto Bruno solicitó que la Asamblea siguiera
sesionando “para que de una vez se termine con esto”. Se pidió, entonces, que todos los medios se
retiraran de la sala de conferencias para decidir si la Asamblea seguiría sesionando o no.
En el exterior del edificio estábamos los “terroristas” -como nos habían llamado en las denuncias
penales que presentaron en nuestra contra - apostados, luego de que varios funcionarios “tellistas”
intentaran “escapar” por puertas traseras y ventanas. Queríamos que se sesionara ese día, tal como
lo había dispuesto la Justicia Federal.
La pacifica sentada iba creciendo y la gente se agolpaba en la entrada. Allí, reunidos en asamblea
extraordinaria, los delegados de los cuatro claustros decidieron tomar el Hospital, pero sólo por
afuera, hasta tanto se aprobara nuestro pedido de que asumieran las autoridades que habíamos
elegido democráticamente días atrás. Nos estábamos arriesgando muchísimo, éramos conscientes de que era lograr todo o quedarnos sin nada, pero nos impulsaba el apoyo de más de 40.000
personas que nos acompañaron en la marcha del día anterior. Por ello no debíamos desistir, se lo
debíamos al pueblo de La Rioja.
Luego de analizarlo por cinco segundos, decido entrar como representante de Prensa oficial de la
Toma, acompañada sólo por mi bolso y mis ansias enormes de ser testigo de todo lo que estaba
sucediendo dentro del edificio. Sabía también que estaba entrando en “la boca del lobo”, que me iba
a encontrar con gente que por más de 26 días había hecho todo lo posible por desprestigiar nuestra
lucha, pero no me importó. Cuando me acerqué a la puerta, una de las chicas que la custodiaba me
miró y me dijo: “¡Suerte compañera!” Ese fue el impulso que necesitaba.
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
El miedo de ellos
Junto a mi compañero Marcos Domínguez, avanzamos los primeros pasos del hall del Hospital hasta que nos
encontramos con una persona conocida que nos puso al tanto de la situación. La Asamblea continuaba deliberando, puertas adentro, si seguía o no la sesión.
Se abrieron las puertas de la sala de conferencias, ingresamos y vimos las caras de los asambleístas, algunos
nos miraban con miedo, otros con desprecio y muchos de ellos ni siquiera se atrevían a mirarnos. Nos colocamos al frente y empezamos a transmitir a nuestros compañeros, a través de mensajes, todo lo que estaba
sucediendo.
Se retomó la sesión y fue la seguidilla de renuncias de los decanos de los Departamentos Académicos y de las
sedes del interior. En un principio, con cada renuncia renacía nuestra ilusión, pero pronto nos dimos cuenta que
con esas acciones estaban dejando a la Asamblea prácticamente sin integrantes para seguir sesionando. Se
llamó a cuarto intermedio para que los funcionarios recapacitaran y así poder continuar.
Ubicados en el hall del Hospital nos encontramos con el Dr. Cohen, docente de nuestra Carrera de Comunicación Social y consiliario del Consejo Superior, quien nos miró de manera desafiante por varios segundos. Luego
me contarían que ese mismo profesor habría afirmado que ya sabía “qué interventor bederista (en alusión al
gobernador Beder Herrera) iba a venir” a la Universidad. En ese momento caímos en la cuenta de que todo estaba armado, habían decidido renunciar para dejar acéfala a la Universidad y así provocar la intervención federal.
Era un golpe más, un nuevo intento de quebrarnos. No lo íbamos a permitir, me comuniqué con un compañero
que estaba afuera y le informé la situación. Yo, sinceramente, no sabía qué hacer. Mi compañero me decía:
“Tranquila, no van a poder. Están c… de miedo”.
La situación era tensa, ellos estaban decididos a renunciar y nosotros estábamos decididos a no desistir. O
cumplían con lo que pedíamos o seguiríamos con la Toma.
Rápidamente los consejeros estudiantiles se acercaron a dialogar con dos estudiantes de la Asamblea Soberana para transmitir que estaban de nuestro lado. No podemos decir que les creímos al instante porque ellos, al
igual que nosotros, eran estudiantes pero habían elegido estar en la vereda de enfrente. No estábamos seguros
de que fuera verdadero lo que nos decían o si sólo se trataba de tirar el último salvavidas para llegar vivos a la
orilla.
El tiempo pasaba, eran las 14 horas y todavía seguían debatiendo si renunciaban o no; la vicerrectora Valeria
Quinteros intentaba convencer al resto de los miembros de que no lo hagan, lo mismo hacía el Dr. Bruno.
Mientras afuera, mis compañeros, varios de mis amigos, aguantaban el calor, el viento con tierra y las “chicaneadas” de algunos de los “tellistas” que se acercaban a la puerta de vidrio de la entrada en tono de burla. Nosotros aguardábamos las respuestas y nos llegaban paquetes con comida que mandaban familiares o vecinos
solidarizados.
La llegada del Juez
En un momento se escuchó mucho ruido y se percibieron movimientos en la puerta, estaba ingresando el Juez
Ad hoc, Nicolás Azcurra, el mismo que había ordenado que la Asamblea se reuniera, el mismo que funcionaría
como mediador entre ambos órganos en las horas cruciales que seguirían.
El juez se dirigió a una habitación ubicada en el otro extremo del Hospital, pidió reunirse con los miembros de
la Asamblea Universitaria y con los de la Asamblea Soberana. Ingresaron todos los requeridos por el juez y se
inició una larga reunión.
En la espera, mi compañero Marcos me contó que un miembro del Consejo Superior estaba llorando en el baño.
Me acerqué al lugar y, efectivamente, vi un hombre de traje que lloraba desconsoladamente. Al verme, se tapó
la cara, me alejé y al hacerlo escuché que decía: “¡No puede ser! Fueron once años de gestión con el doctor”.
Incrédula, volteé y allí estaba, el mismo hombre, con la cabeza apoyada en la pared, llorando sin poder contenerse. Recordé, entonces, las palabras de mi compañero, ellos tenían miedo, los habíamos retirado de su zona
de confortabilidad y habíamos expuesto su mal accionar.
En tanto esto ocurría, los “revoltosos” cantaban, alentaban y colgaban carteles en la puerta. Varios delegados
habían tomado el micrófono para pedir calma, la tensión crecía, corría la información de que autos estacionados en las cocheras habían sido dañados. Me comuniqué con mi compañero que estaba afuera y le pedí que
se tranquilizaran, que en las radios se decía que la protesta se tornaba violenta, que llegarían camiones de
Gendarmería, cosa que nunca ocurrió pero que en aquel momento nos preocupaba. Luego de insistir con los
pedidos, retomó la calma que había prevalecido durante toda la mañana.
Concluyó la primera reunión con el juez. Uno de los delegados de la Asamblea Soberana, Emilio, estudiante de
Arquitectura, me informó que la propuesta de los “tellistas” era dejarnos elegir al rector y dos decanos, mientras que ellos designaban al vicerrector y a tres decanos. Emilio, inmediatamente, agregó: “No vamos a aceptar.
O todos los nuestros o ninguno”. Me dio tranquilidad escucharlo, ver su firmeza y, al mismo tiempo, seguía
nerviosa.
En otro sector se reunieron los delegados de la Asamblea Soberana y los miembros de la Asamblea Universitaria que habían manifestado su apoyo a nuestra causa, muchos de los cuales habían estado en la Toma de la
Universidad, para mí sorpresa y, creo, la de todos. El propósito de la reunión era ver si se llegaba a obtener el
quórum necesario para dar continuidad a la sesión y mocionar nuestro pedido de designación como máximas
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CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
autoridades a Fabián Calderón y José Gaspanello. Los cálculos no nos daban a favor, no alcanzábamos el quórum. Minutos después llegaron los consejeros estudiantiles y el número se incrementaba en diez pero aun así
no se lograba el objetivo. Finalmente, se convocó a los suplentes de los asambleístas que ya se habían retirado
por la mañana. Así se consiguió el número de consejeros necesario para sesionar. Se percibía ilusión y esperanzas. Estábamos a un paso de concretar la meta.
Las horas transcurrían mientras el juez interactuaba, dialogaba con representantes de las dos Asambleas. Los
funcionarios “tellistas” presentaban un sinfín de propuestas sin tomar en cuenta nuestro pedido. Asimismo,
se sucedían las corridas de un extremo a otro del recinto para saber si manteníamos el quórum necesario. Perdí
la cuenta de las veces que lo tuvimos y las que lo dejamos de tener, al instante que lo lográbamos pasaba algo
que nos hacía retroceder y perderlo, siempre había un funcionario que, a última hora, se arrepentía de darnos
apoyo y nos quebraba la ilusión.
En esos momentos nos avisaron que, en una de las habitaciones del Hospital, una mujer estaba enferma.
Con Ramiro, delegado estudiantil de Medicina, salimos corriendo a socorrerla. Era diabética y tenía un ataque
de glucemia, lo cual volvía crítico su estado. Se pidió de inmediato una ambulancia para que sea trasladada.
Armamos el operativo para que pudiera salir por la puerta trasera del edificio, la misma que estaba custodiada
por mis compañeros. Al llegar allí, nos alarmamos al ver que estaba trabada con vigas y hasta con un banco de
plaza. Ramiro empujó la puerta y del otro lado también empujaron, empezamos a gritar que era una urgencia,
que había una persona enferma, que nos dejaran pasar. Al reconocernos, mis compañeros de inmediato retiraron el banco y las vigas, pero una avalancha de chicos apareció corriendo. La mujer se desesperó y yo también.
Grité, les hice señas, les traté de explicar que llevábamos a una mujer enferma, que nos dejaran salir. La señora
me agradeció y me pidió que buscara a su hija que estaba en la puerta del Hospital. No hizo falta, la joven se
acercó llorando, ingresó a la ambulancia y se retiraron de inmediato. Con Ramiro regresamos al recinto, agitados pero tranquilos de haber podido ayudar. La tranquilidad nos duraría sólo unos instantes.
Sesiones públicas y nuevos decanos
Una vez concluida la reunión con el juez, se decidió que asumieran los decanos propuestos por la Asamblea
Soberana. No conforme con esto, un grupo de miembros de la Asamblea Universitaria se amotinaron en la sala
de conferencias. Se avanzó con la elección de los decanos, que debía llevarse a cabo por parte de los Concejos
Directivos de cada Departamento Académico. Las sesiones, realizadas en el hall de ingreso del Hospital, por
primera vez en la historia fueron públicas en sentido literal. Todos, los que estábamos adentro y los que podían
ver desde afuera a través de los vidrios, asistimos a ese hecho histórico.
Por turno se fueron reuniendo los Consejos Directivos y se redactó el acta para dejar constancia de la elección
de las nuevas autoridades. El departamento de Ciencias Aplicadas al Ambiente y al Urbanismo inició la ronda
y llamó al nuevo decano para que firmara el acta. El profesor Mauricio Pierfederichi, uno de los primeros en ser
injustamente cesanteado o “desvinculado” como le gustaba decir al “tellismo”, por estar en edad de jubilarse, y también uno de los primeros en unirse a nuestra lucha, se convertía en el nuevo decano departamental
elegido democráticamente. Emocionado hasta las lágrimas y escoltado por canticos y aplausos, ingresó al hall
para asumir sus nuevas funciones. “Es un buen corolario para mis 27 años en la Universidad”, dijo y recalcó:
“Esta lucha es de ellos”, señalando a sus alumnos.
Por turno, fueron ingresando los otros profesores que se convertirían en nuevos decanos. Firmaron el acta y
con lágrimas agradecieron a los medios de comunicación presentes, a toda la gente y, en especial a los estudiantes, los que se levantaron y emprendieron la lucha.
Al fin teníamos ante nosotros nuevas autoridades, elegidas democráticamente y que asumían la responsabilidad de poner en orden a la UNLaR. No iban a estar solos, nosotros estábamos ahí para ellos como lo habían
pedido, porque al camino lo recorreríamos todos juntos, codo a codo.
Se vivía un clima de profunda emoción, mis compañeros todavía seguían de pie llorando, abrazándose, saltando, bailando y festejando. Pero, adentro, el ambiente seguía tenso. Faltaba lo más importante, faltaba designar
a la cabeza que iba a dirigir la Universidad en esta nueva etapa, ya teníamos su nombre pero todavía la Asamblea Universitaria pretendía que nos conformemos con los decanos y que la rectoría la asuma la vicerrectora
Quinteros, quien durante todo el día había trabajado conjuntamente con el juez para llegar a un acuerdo. En
aquel momento fuimos claros, firmes, y contundentes: “O todos o ninguno”.
La elección del rector y vice
De regreso a la sala de conferencias se presentaron a los nuevos decanos, que eran aplaudidos y ovacionados
por un pequeño grupo de asambleístas. La vicerrectora ya había planteado que no estaba dispuesta a asumir
el rectorado así que presentó su renuncia indeclinable al cargo y se retiró rodeada de policías. Nadie la siguió,
ningún medio, ni siquiera algún funcionario. No sentíamos rencor ni bronca, durante toda la jornada ella había
tratado de que las mediaciones llegaran a buen puerto y, desde mi lugar, se lo agradecí, aunque también, a
decir verdad, cumplió con su rol y sentí que no tenía otra salida.
La conducción de la Asamblea quedó a cargo del secretario José Giromini acompañado por el decano de mayor
antigüedad, en este caso era “Pier”, el flamante decano de Ciencias Aplicadas. Se procedió a presentar nuestra
fórmula: rector, el licenciado en Trabajo Social, Fabián Calderón, y vicerrector, el ingeniero José “Pepe” Gaspa41
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
nello. Se escucharon murmullos que provenían
de algunos asambleístas, quienes decidieron no
participar de la votación y se ubicaron detrás de
los demás. En ese momento pidió la palabra un
consejero que pertenecía al Departamento de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Solicitó que
se tratara la fórmula de Calderón – Gaspanello.
Comenzó la votación y observé que la mayoría
levantaba sus manos. Me temblaban las piernas
y brazos, hasta que mi rostro se vio invadido por
lágrimas de emoción. Giromini terminó de contar
y anunció: “Con 52 votos a favor se establece la fórmula de Rector y Vice”. Volteé mi cara hacia donde
estaban mis compañeros de lucha, ubicados en el
sector derecho, al fondo. Se abrazaban, lloraban y
festejaban. ¡Por fin lo habíamos logrado!
Los medios allí presentes se dirigieron inmediatamente hacia donde estaba el nuevo Rector, quien
exultante afirmó: “Hoy comienza una nueva UNLaR”.
Ramiro le entregó la Bandera de la Universidad
Nueva en un acto lleno de simbolismo. El Rector y
vice caminaron hacia el centro de la sala, allí hicieron
flamear la bandera universitaria. Esa es una de las
imágenes que más me conmovieron. Esa bandera
que había permanecido encerrada, quieta, inmóvil,
como presa de sí misma por más de 20 años, hoy
flameaba y se movía como nunca, era libre y, con ella, lo éramos todos.
Le seguiría el nombramiento de los nuevos decanos de sede, quienes ocuparían el cargo, al igual que todas las
autoridades allí elegidas, por un periodo de diez meses. Caminé hacia mis compañeros, mis amigos de lucha,
aquellos con los que había convivido todo ese día. Nos fundimos en un abrazo interminable, lloramos, hasta el
más arisco se emocionó en aquel momento, ¿cómo no estarlo? Habíamos vencido.
La asamblea estaba concluyendo y con ella terminaba mi labor periodística. Las nuevas autoridades se abrazaban y felicitaban mutuamente, nosotros nos apurábamos por salir y así dar comienzo a la caravana de festejo.
El ambiente era otro, muy distinto a lo que se había vivido durante toda la jornada. Era clima de alegría, de sueños cumplidos. Fue el momento preciso para cantar, una vez más: “Tello, decime qué se siente haber perdido
la UNLaR, te juro que acá los estudiantes siempre nos vamos a organizar” o “Vos celeste no existís, con Tello te
vas a ir, te saluda la Asamblea Estudiantil”.
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La emoción de la victoria
Nos dirigimos hacia afuera, mi compañero Marcos ya había salido, estaba muy cansado y quería encontrarse
con su novia que lo esperaba en la puerta. Habíamos permanecido en el Hospital por más de diez interminables
horas de mucha tensión y dramatismo.
Yo decidí salir detrás de mis nuevos rector y vice. La cantidad de gente que los seguía era impresionante.
Mientras daba los pasos hacia la puerta de entrada, el cansancio se hizo presente, mis piernas ya no aguantaban, luchaba con la gente que estaba allí para que me dejaran salir, al fin lo logré y, desesperada, busqué a mis
compañeros, quería, necesitaba, festejar con ellos. A un costado ví a Valentín Maraga, con quien me había comunicado todo el día para informarle lo que iba sucediendo. Sin dudarlo, los dos nos disolvimos en un abrazo
que duro muchísimo y, a la vez, tan poco. Era la primera vez que lo veía llorar y eso me emocionó aún más. Me
abracé con todos y cada uno de mis compañeros.
En tanto, la caravana ya había iniciado, caminábamos y yo miraba a mi alrededor y no lograba caer en la cuenta
de lo que habíamos logrado. Habíamos vencido. Los estudiantes que, por primera vez, nos levantamos frente a
un sistema déspota.
Jamás en mi vida pensé que el 09 de Octubre de 2013 iba a significar tanto para mí. Después de 26 días de lucha,
después de cada marcha, de cada abrazo recibido, de cada lágrima derramada, de cada grito, de cada asamblea,
después de consumir cada gota de fuerza que nos quedaba y de recibir “chicaneadas” e insultos por parte de
los corruptos, demostramos que éramos más grandes y que nuestra lucha era digna y legitima. La provincia
entera nos acompañó, el país se conmovió con nuestro reclamo y el mundo entero fue testigo de los momentos en los que hicimos historia.
La nueva UNLaR renacía y se establecía como una Universidad pública, democrática, libre y de puertas abiertas.
Una UNLaR inclusiva, donde el miedo ya no era el elemento clave para la gestión. Una UNLaR que se llenó de
colores, de carteles, y que vió rejuvenecer sus pasillos y aulas. Una UNLaR que no volverá a ser lo que fue por
más de dos décadas porque nosotros, los estudiantes, no vamos a permitir que eso suceda nunca, nunca más.
CRÓNICAS DE LA TOMA
Por una UNLaR democrática
“Faltaban unos minutos para las siete de la tarde. El sol volvía a
ocultarse detrás de las montañas pero no oscurecía en ese lugar.
En los alrededores del Hospital Escuela y de Clínicas, la luz era
más intensa que nunca. Ya se habían elegido a las nuevas autoridades de la UNLaR”.
Cuando el sol riojano se
despidió con un nuevo rector
Por Diego Daniel Castro
D
icen que cuando un hecho es histórico recordás perfectamente el lugar donde te encontrabas en el momento en que sucedió. Cuando Fabián Calderón salió cargado sobre los
hombros de un grupo de personas que vitoreaban su nombre, aquel 9 de octubre por la
tarde, supe que ese instante quedaría grabado en la memoria de todos los presentes.
Supe que ése era un hecho histórico.
Euforia, alegría, algarabía, exaltación, emoción es lo que se vivía en ese pequeño instante que
acaparó la atención de miles de personas de manera simultánea. No importaba nada más que ese
suceso.
La Rioja se paralizó en ese momento para ver al rector de la Universidad Nacional ser electo
después de semanas de conflicto, luchas e incertidumbres, que culminaron con aquella postal. Allí
quedaba reflejada la acción de una generación que buscaba libertad y que quedaría inmortalizada
por la conquista de la democracia.
La jornada comenzó más temprano de lo habitual. Comenzó sin saber que sería un día largo, muy
largo. A diferencia de todos, este día amaneció cuando el sol se escondió. Sí, a las 20 horas del día
anterior, cuando cincuenta mil almas se congregaron en la plaza principal, el corazón de nuestra
ciudad, para apoyar a los alumnos universitarios, a esos guerreros que lucharon a lo largo de tres
semanas pidiendo democracia. A esa hora se vieron los primeros rayos de luz después de veintiún
años de oscuridad.
Las horas siguientes transcurrirían entre tensión, idas y vueltas, negociaciones, acuerdos y desencuentros. Faltaban unos minutos para las siete de la tarde. El sol volvía a ocultarse detrás de las
montañas pero no oscurecía en ese lugar. En los alrededores del Hospital Escuela y de Clínicas, la
luz era más intensa que nunca. Ya se habían elegido a las nuevas autoridades de la UNLaR.
La tarde histórica
Yo estoy en la calle, saliendo de un polideportivo al que fui a cubrir una nota programada. Mi
labor de movilero me lleva adonde las noticias se encuentran. Pero soy estudiante, no puedo
aislarme de los hechos que están pasando relacionados a la Universidad.
Sigo todo por radio. Estoy lejos del edifico ubicado sobre avenida Luis Vernet donde se concentra
el foco de atención pero mi mente está allí, imaginando todo lo que el medio me relata. Sí, es
personal, me lo relata.
Me dirijo hacia el lugar con el equipo de trabajo, implorando poder llegar a tiempo. El hecho así lo
reclama y nosotros estamos lejos. Vamos en auto intentando avanzar pero el tráfico de las calles
céntricas lo hace muy dificultoso.
Todo es muy lento, el kilometraje marca 60 pero, a medida que avanzamos, siento que seguimos
en el mismo sitio. Es la tensión. Con un grito, desde la radio informan que es inminente la salida
de las nuevas autoridades, se oye al cronista transmitir en vivo desde el Hospital. Quiero estar
presente, quiero ser parte del gran evento. Parece que no voy a llegar.
El auto sigue su marcha y una voz me aisló del relato radial trayéndome de regreso. El chofer exclama: “¡Dos minutos!”, advierto entonces que estamos muy cerca, detenidos en los semáforos, a
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Por una UNLaR democrática
Fotos Ayelén Silva
dos cuadras, y se puede ver a policías en la avenida Ortiz de Ocampo interrumpiendo el tránsito en dirección
al Hospital. Falta poco para llegar, no sé en qué momento saldrán las autoridades pero quiero estar presente
cuando eso suceda.
Ya ni siquiera escucho la radio. A lo lejos me parece escuchar un top, como los que marcan el tiempo pero no
puedo aseverarlo, ya que, incluso, el parloteo del locutor me es indiferente. Mi mente está abocada en lo que
sucede a escasos metros de donde estamos.
El automóvil gira en dirección a los oficiales que cortan el tránsito. Pasamos y avanzamos a una mayor velocidad. Quiero ir más rápido que el vehículo, por eso miro a lo lejos y, entre las rejas del Centro de Educación
Física, puede observarse que hay una multitud de personas gritando y alzando los brazos.
Finalmente llegamos. Una sensación de tranquilidad y satisfacción me invade por unos instantes, seguida de
un estado de emoción y alegría por formar parte de ese momento al que vi gestarse desde los primeros días.
Estacionar es imposible así que bajamos corriendo con mi compañero para intentar posicionarnos para
nuestra labor. Llevo el micrófono en la mano pero quiero tirarlo, me incomoda tenerlo. Es extraño pero quiero
vivirlo desde el otro lado, como estudiante, dejando aflorar todas las sensaciones sin tener que contenerme
por mi rol de cronista, pero no es posible, es mi tarea lo que me condujo hasta acá.
Bajo de nuestro móvil y levanto la vista. El sol me da sobre los ojos y me hago “visera” con la mano para
poder ver lo que está pasando, son los últimos rayos de luz de la jornada. El calor es intenso, pero parece que
a nadie le afecta.
Puedo dimensionar a la gran cantidad de personas allí presentes. Todos gritando y saltando con gran regocijo, celebrando el tan ansiado triunfo. Me siento impactado ante esa imagen. No pensé nunca vivir algo así
pero lo veo, sí, estoy presente.
El cuadro es emocionante. Me remonta a videos alguna vez vistos en los que la selección nacional se coronaba campeón por primera vez en la historia. Personas llorando, gritando, saltando, cantando. Se celebra una final ganada, una gran victoria, el final anhelado. La alegría es inmensa, todos están conmovidos por la noticia.
Avanzo. Hay jóvenes por doquier saltando de alegría junto a los docentes y algunos mayores que, estimo,
serán empleados universitarios. Todos contentos, agolpados en la puerta del Hospital y extendiéndose hasta
la calle. Todavía no lo creo.
Sigo, pero ya intentando pasar entre esa muchedumbre que grita el nombre del nuevo rector, a quien no logro ver aún. Lo busco, es el héroe de la jornada, ése que esperábamos durante tanto tiempo y que finalmente
llegó, ahora con nombre y apellido, elegido por nosotros.
Tomo mi micrófono, ese que segundos atrás quería arrojar y lo levanto atravesando esa gran masa de
personas. “¡Permiso, soy prensa!”, exclamo, dejando atrás la marea humana que rodea la puerta como una
fortaleza.
La atmósfera generada es contagiosa, me atrapa, me incita a gritar junto a ellos, pero no lo hago. Con gran
esfuerzo me contengo posicionándome en el rol que me atañe en la ocasión, aunque no puedo evitar sonreír.
Sí, estoy contagiado de tanta alegría.
Llego hasta la última fila perdiendo a mi compañero en el camino. Todo es muy caótico, por eso una hilera
de alumnos de diversas Carreras forma un cordón, un camino por donde, al parecer, saldrá el flamante rector
electo.
Una estudiante con guardapolvo, visiblemente emocionada, con voz entrecortada, me dice: “¡Pasá, vos sos de
prensa!”, me doy cuenta que me reconoció por compartir el aula donde funcionaba Prensa en los días de la
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Toma. Sus palabras, su tono sintetizaban el ánimo de todos.
Una nueva historia se escribe
Estando ya al frente de los acontecimientos, sigo a todos camino a la puerta del Hospital. El espacio es muy
estrecho pese al vallado impuesto por los alumnos sobre los costados de la improvisada senda. Delante de
mí hay cámaras moviéndose intentando buscar una buena toma, flashes que titilan, intermitentemente, buscando capturar una imagen. Es evidente que quien se aproxima es el nuevo rector de la Universidad Nacional
de La Rioja.
Me abalanzo hacia ese sector y lo veo. Es Fabián Calderón, el nuevo rector, sobre los hombros de las personas
que lo eligieron como la nueva máxima autoridad universitaria.
Calderón levanta y agita los brazos con firmeza. Sonríe jubiloso, lleno de gozo, mirando a todos a su alrededor. La multitud se arroja sobre él queriendo abrazarlo y saludarlo. Él estira sus manos, las une con todos con
cuantos puede. Baja y comienza a saltar, lo abrazan y se emociona.
Comienzan a entonarse los versos de aquella canción que se convirtió en el himno de esta gesta revolucionaria, esas estrofas que relatan los ánimos de la Asamblea Estudiantil cuando se apoderó de la Universidad y
que ahora Calderón también entona con gran fervor.
El sol se ocultó por completo detrás de las montañas. La jornada ya se termina pero, vaya paradoja, todo
recién empieza. Un miércoles 9 de octubre de 2013, a las siete de la tarde, La Rioja se detuvo contemplando
cómo un nuevo rector se iba camino a la UNLaR, sostenido por quienes lo eligieron y lograron establecer otro
capítulo en la vida universitaria riojana. Un día que hizo historia por lo que dejó atrás y por el futuro esperanzador cuyas puertas abrió.
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EPÍLOGO
Hoy más que nunca, democracia en la
UNLaR
Por estudiantes de la Lic. en Comunicación Social
Como en una historia de terror, el miedo se apoderaba de nosotros, el silencio se convertía en
nuestro amigo, gritar, expresarse era un sueño que creíamos inalcanzable. Un sistema opresor
invadía con su tiranía todos los ámbitos universitarios. Y un día eso acabó, un día los jóvenes
alzamos nuestras voces.
Democracia en la UNLaR, eso buscábamos desde un principio, la tan anhelada democracia real,
la que nunca existió en nuestra institución y que, después de tantos años, logramos. Estamos
logrando.
Toda una provincia estuvo apoyando esta causa que fue grande. Cuando se realizó la primera
marcha, la sentada en la Escuela de Arquitectura, la toma del Rectorado, no sospechamos nunca
llegar adonde se llegó.
Sabíamos que era difícil, que las cosas estaban muy oscuras. Había miedo, confusión y por
sobretodo una resistencia de las hoy ex autoridades de no dar el brazo a torcer. No entendían que
los que estaban en el camino equivocado eran ellos, nosotros teníamos y tenemos a toda una
sociedad apoyando, luchando y dándonos fuerzas para seguir adelante.
Todo lo que pasó desde aquella primera marcha el 17 de octubre es trascendente y va a quedar
marcado a fuego en nuestra memoria, en nuestros corazones. Todo lo que se hizo significó dejar
de lado muchas cosas, significo apostar todo a ganar o perder.
La organización fue fundamental, costó, pero se logró. El trabajo interdisciplinar también fue
clave, permitió el correcto funcionamiento de todo lo que se hizo, desde las Asambleas, las actividades diarias, la cocina, la radio, el boletín, los primeros auxilios, la limpieza. Todo lo hicimos
nosotros, cada carrera supo ganar su espacio, el que tanto nos negaron por años.
Y entre lágrimas recordamos hoy que logramos una unión entre compañeros como no había ocurrido antes. Las carreras se afianzaron y se volvieron fuertes. Nadie más podrá pisotearnos.
Bajo el lema “Insistir, resistir y jamás desistir” hemos dejado todo, absolutamente todo en esta
causa, luchando, sufriendo, disfrutando y, más que nunca, estamos orgullosos de lo que conquistamos.
Aquel 9/10/13 quedará siempre marcado como el día en donde la democracia dijo presente y
también como el día en el que la cobardía estuvo con la mayoría de los ex funcionarios, que no
supieron abrir los ojos, que fueron una vez más títeres del ex rector. Pero en las buenas causas
siempre se hace justicia y esa justicia llegó con nuevo rector, vice y decanos, todo en el marco de
la tan ansiada democracia real.
Toma un sueño, mantenlo, pásalo, que así no podrán detenerte. Eso hicimos.
Gracias y mil gracias a toda la comunidad riojana y a la gente de otros lugares que con sus mensajes nos mostraron su apoyo.
Y hoy, eso que callamos tantos años, se convierte en nuestra voz, con la que ganamos nuestros lugares y con la cual nos haremos valer de ahora en adelante. No más silencio. Ante un no, siempre
habrá más de 50 mil, sí.
Y, por sobre todas las cosas, nunca más seremos los mismos jóvenes que éramos. Haremos valer
nuestros derechos en cada espacio. Nadie jamás intentará callarnos. Nunca más los jóvenes seremos avasallados.
Nunca más esta Universidad será de una persona. De ahora en adelante, es la Universidad de
todos.
Hoy más que nunca decimos: “Democracia en la UNLaR”.
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