Los historiadores y la filosofia de la historia

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PERSONA Y SOCIEDAD
Universidad Alberto Hurtado
Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales ILADES
Los historiadores y la filosofia de la historia:
el pensamiento de H. I. Amarrou
Jorge Osorio Vargas1
Introducción
H. I. Marrou (1904-1977), historiador de
la Iglesia y de la Antigüedad, patrólogo, estudioso del pensamiento de San Agustín, filósofo de la
historia, pensador de temas estéticos, musicales,
sociales, teológicos y religiosos, es una de las
figuras más relevantes del panorama del pensamiento cristiano durante el siglo pasado junto a
intelectuales de la talla del Cardenal J. Daniélou,
H. U. von Balthassar, M. D. Chenu, Romano
Guardini, entre otros no menos relevantes, que
llevaron el pensamiento cristiano a un rango de
elevada creatividad e hicieron de su reflexión
histórica y religiosa una fuente de vida y de
inspiración para la cultura occidental, y en particular, para la Iglesia Católica y para el gran
evento del siglo XX que fue el Concilio Vaticano
II.
En este ensayo queremos presentar el
pensamiento histórico de H. I. Marrou, en el
contexto de los principales debates que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XX, tanto
en el ámbito de la “teoría” de la historia, elaborada por algunos importantes historiadores pro-
1
fesionales, como en el ámbito de la filosofía de la
historia. Nuestro propósito es relevar el pensamiento de Marrou, su contribución a la reflexión
filosófica de la historia y su actualidad crítica. En
nuestra opinión, la obra histórica de Marrou está
vigente y es una vía útil para repensar varios de
los temas claves de la historiografía a principios
del siglo XXI, en particular, la relación entre la
reflexión del historiador y la posibilidad de una
filosofía de la historia capaz de comprender los
sentidos de lo humano y de su historicidad.
Marrou representa en el panorama
historiográfico una reacción antipositivista que
bajo el influjo de la filosofía comprensiva alemana subrayó que la historiografía debe tratar las
acciones humanas como acciones regidas por
intenciones, proyectos y motivos, que deben ser,
a su vez, «comprendidas» mediante una
endopatía semejante a la que, en la vida cotidiana, nos permite comprender a los demás (Ricoeur:
2001, p. 163). La historia será, en esta perspectiva, una extensión de la comprensión del otro,
que no es posible, a diferencia del conocimiento
de las ciencias naturales, sin la participación
personal, subjetiva, del propio historiador. En
Licenciado EN historia. Magister @ en Humanidades.. Director Ejecutivo del Fondo de las Américas.
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este ensayo expondremos los alcances de esta
definición en el pensamiento de Marrou.
1.
El pensamiento de Marrou en el
contexto de la historiografia y
de las “teorias” de la historia en
el siglo xx.
En el inicio de su obra El Conocimiento
Histórico (Marrou: 1968), Marrou señala que su
propósito es escribir una “introducción filosófica” al estudio de la historia, a partir de la
consideración de cuatro cuestiones: cuál es la
verdad en la historia; qué grados o límites tiene
esa verdad; en qué condiciones puede elaborarse, y; cuál es el comportamiento de la razón
cuando se aplica al campo de la historia. Nos
parece muy importante ubicar la presentación de
la obra de Marrou en relación a estas cuestiones
en el contexto de la historiografía de la segunda
mitad del siglo XX, en particular, en la problemática relación de los historiadores con la filosofía.
Creemos que este modo de plantear el pensamiento de Marrou permite entender aún más su
relevancia y su contribución original.
Pensar filosóficamente la historia no ha
sido siempre un asunto muy relevante para los
historiadores. La “teoría” ha quedado relegada
en un plano secundario. Lo importante para los
historiadores ha sido el archivo, sus reglas de
uso, el método de investigación, la manera de
ordenar y explicar los datos. Esta cerrazón heurística del oficio del historiador ha bloqueado la
posibilidad de establecer puentes entre la práctica historiográfica y la filosofía de la historia. En
nuestro país, no es habitual que los historiadores
introduzcan en su actividad una labor explícita
de producción teórica acerca de los resultados y
las vías de su conocimiento. No es distinto en
otros países. Sin embargo, hay grandes excepciones.
Jacques Le Goff en su Pensar la Historia
(Le Goff: 1991) y El Orden de la Memoria (Le
Goff: 1991), H. Carr en Qué es la Historia (Carr:
1987). F. Braudel en varios artículos de indudable interés teórico (Braudel: 1991) y March Bloch
228
en su inconclusa Introducción a la Historia (Bloch:
1992) son algunas manifestaciones de esta
excepcionalidad. Sin embargo, mirada, en la
perspectiva de las cuestiones historiográficas
más disputadas durante el siglo XX, la obra de
Marrou es de gran trascendencia. Marrou desmiente el que los historiadores deban ser
autosuficientes frente a la filosofía y que la filosofía de la historia sea sólo una especie de lujo o
aditivo, que no contribuye a engrandecer el
trabajo profesional de los historiadores. Marrou,
se plantea la cuestión del meta-oficio del historiador, el sentido de su profesionalidad y, por esa
vía, llega a la filosofía de la historia. No podía ser
de otra manera dado su reconocido propósito de
“epistemologizar” la técnica historiográfica, es
decir, de comprender los límites del conocimiento
histórico, así como su sentido último. Sin abandonar la lógica de archivo y la «artesanía» que
supone el oficio de la investigación histórica,
Marrou se sitúa en una clave filosófica, pues
estima que sólo a través de un conocimiento
razonado y sujeto a una reflexión sobre el carácter de lo verdadero en la historiografía, puede
ésta llegar a tener la condición de “ciencia”.
Marrou no abandona lo que será una tarea
permanente de la historia desde el siglo XIX:
constituirla en ciencia. Sin embargo, Marrou
basará el estatuto de cientificidad de la historia a
partir de la tradición inaugurada por Dilthey que
lo lleva a establecer una “filosofía comprensiva”
de la historia.
Revisemos algunas de las coordenadas
temáticas más relevantes de la historiografía del
siglo pasado, sobre todo de aquellas en que aún
existen cuestiones disputadas, y donde Marrou
hace contribuciones de relevancia.
La primera temática que queremos destacar es la que define la historia como un conocimiento a partir de huellas. El historiador sería un
investigador de vestigios, que se organizan en
una estructura que genéricamente llamamos “conocimiento del pasado”. Se reconoce que pueden existir varios métodos para abordar este
conocimiento, por tanto, la historia siempre existirá como una historia “plural” y sujeta a la
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crítica. Los métodos dialogan o discuten entre sí.
Sin embargo, no bastan solo los “métodos” para
elaborar un conocimiento del pasado. Los métodos permanecen inmóviles sino están dinamizados
por la acción de los historiadores. Ellos son los
que interrogan los métodos, los que hacen las
preguntas pertinentes para que el conocimiento
histórico sea posible. No hay historia sin historiadores y lo más relevante es saber cómo el historiador debe «interrogar» al método.
Marrou critica al positivismo vulgar y su
sujeción mecánica a los documentos, que transforma a los historiadores en investigadores de
tijeras y engrudo (usando la expresión de
Collingwood (Collingwood: 1965) y en críticos
ingenuos. En este sentido, Marrou se inscribe en
la tradición de M. Bloch, que sostiene que el
historiador no puede tratar los hechos a través de
una operación solamente instrumental. El verdadero punto de partida del oficio del historiador
está en la calidad de las preguntas que éste es
capaz de hacer a los textos o a las fuentes que
estudia. No se abandona en absoluto la idea de
la importancia de que los historiadores cumplan
reglas de comprobación de la fiabilidad de las
fuentes y sometan a prueba la veracidad de los
documentos. Pero, el núcleo principal del trabajo
del historiador está en su actividad “teórica”, que
consiste en elaborar problemas, a partir de los
documentos. Collingwood también planteó el
significado del “preguntar histórico”, llegando a
decir que la fuente histórica sólo es tal, si alguien
la define como tal, y la interroga como tal. Sin
preguntas, no hay conocimiento histórico.
Collingwood y Marrou coinciden en este aspecto.
Una segunda temática se refiere a la
historicidad de las preguntas del historiador.
Según el “lugar” desde dónde se hacen las
preguntas, y de su carácter, dependerá el tipo de
conocimiento del pasado que se obtenga. Las
preguntas del historiador se elaboran desde
tradiciones y escuelas particulares. Marrou sostiene, al respecto, que el historiador debe esclarecer las razones de su curiosidad, debe definir
su orientación y explicitar sus postulados (Marrou:
1968, p. 175). El historiador debe permitir que
los lectores asistamos a la génesis de su obra. En
esta acción “epistemológica” Marrou identifica
también la necesidad de que el historiador confiese
su punto de vista.
El historiador no sólo es un técnico o un
artesano, es un sujeto reflexivo. Marrou define
este ejercicio del historiador como una depuración, una búsqueda de sentido, un “trabajo”
sobre uno mismo, una ascesis. Marrou dirá que,
al escribir la historia, el historiador se crea a sí
mismo. Esta densidad introspectiva que tiene la
cuestión de la historicidad del historiador, proyecta, en el pensamiento de Marrou, una gran
fuerza hermenéutica: el historiador debe explorar, narrar e interpretar los signos últimos de su
oficio y de sus escrituras.
Una tercera temática es la cuestión del
estatuto del tiempo del historiador. ¿Cuál es el
tiempo de la historia? Si la historia trabaja sobre
el tiempo, ¿cuál es el tiempo del que ella se sirve
para hacer su trabajo?. En este plano, la contribución de la Escuela de los Anales y, en particular, de F. Braudel (Braudel: 1991) es muy significativa. En efecto, Braudel introdujo, en la investigación histórica, la idea de la pluralidad del
tiempo, planteando tres tipos de “duraciones”,
con las que el historiador debía trabajar: la
historia casi inmóvil o de larga duración, la
historia de ritmo lento o historia social y la
historia corta, contada a la medida del tiempo del
individuo o historia de los acontecimientos.
En la configuración de esta temática de las
duraciones históricas tuvo gran influencia el diálogo que emprenden algunos historiadores (de la
escuela historiográfica francesa y del
neomarxismo anglosajón, principalmente) con
las ciencias sociales, a la búsqueda de
conceptualizaciones capaces de ordenar las investigaciones de carácter sociológico y económico que se emprendieron como reacción a la
historia política positivista. De este diálogo surgieron cuestiones que tuvieron gran resonancia
en la investigación histórica, como fueron, primero, el uso de modelos en el análisis de los datos
históricos y, luego, la historia serial, aplicada
especialmente al estudio de las mentalidades.
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Es en este contexto, que cabe destacar la
contribución de Marrou que orienta estas cuestiones al campo de la historia como ciencia
comprensiva. La “moda” era trasladar el enfoque
analítico y serial de la economía y de la demografía a la historia, sin embargo, Marrou establece otro modo de pensar la historia como disciplina, desde la tradición de las ciencias comprensivas, que mantiene hasta ahora su vigencia. La
historia serial pasó de moda y luego de Tiempo
y Narración de Paul Ricoeur y de la introducción
de la hermenéutica filosófica en la reflexión
historiográfica, la obra de Marrou se engrandece y sigue inspirando la investigación, como
veremos más adelante (Ricoeur: 1996).
Marrou sostiene que la historia tiene un
modo específico de inteligibilidad, en cuanto
ciencia comprensiva (y no ciencia de las cosas
naturales) basándose en las reflexiones que al
respecto habían realizado Dilthey (Dilthey: 1986),
y luego, en el ámbito francofono, R. Aron (Aron:
1983). En cuanto ciencia comprensiva, la historia, pretende alcanzar la verdad de situaciones o
de hechos históricos que están dotados de sentido por los hombres. Los hechos están arraigados
en las experiencias de los sujetos, y por lo mismo,
el objeto de la ciencia de la historia se manifiesta
siempre como experiencia vivida.
¿Cómo procede, entonces, un historiador
comprensivo? Marrou sostiene que comprender
es ponerse en el lugar de aquellos sobre quienes
se hace la historia. Esto significa para el historiador la responsabilidad de desarrollar una capacidad de «escucha». Sólo hay conocimiento histórico si el historiador se esfuerza por “ir a
encontrar a los otros” olvidándose de lo que él es
(Marrou: 1968, p. 67-68). Comprender bien,
insiste Marrou, supone una especie de complicidad con el otro. Por ello, la comprensión histórica
es una «amistad» (Marrou: 1968: p.73-74). No
puede existir una buena historia que sea insensible, pues el historiador no es indiferente, por
tanto, la historia requiere ser elaborada reconociendo algunas condiciones morales en el oficio
de historiar: el historiador tiene el deber de
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lucidez, deber de comprender en profundidad y
garantizar su capacidad de ponerse en el lugar
del otro.
Marrou entiende, también, la historia como
un oficio que es siempre una “historia de uno
mismo”. Como dirá también Collingwood, no
hay historia más que de cosas pensadas
(Collingwood: 1965, pp. 289-293). Marrou seguirá la misma dirección: no hay historia sin
historiador. La comprensión histórica es una
experiencia de apreciación subjetiva. La teoría
precede a la historia (Marrou: 1968 p. 310311).
Pero si, según lo dicho, el historiador
«siempre encuentra lo que busca», existen reglas
para establecer lo verdadero en la investigación
histórica? Durante las últimas décadas del siglo
pasado, en la historiografía se fue imponiendo la
idea de que la investigación histórica busca lo
verdadero del pasado. Sin embargo, el historiador puede aspirar sólo, a lo más, a establecer las
reglas para conseguirla. Por esta razón, en los
últimos años, se abandonan las grandes síntesis
o los proyectos de investigación de sello
braudeliano en beneficio de los estudios
focalizados en las micro historias, en acontecimientos parciales o en la historia de las mentalidades que tienen mucho más de antropología
narrativa que de historia analítica. Ante la «crisis
de lo verdadero» en la historia, los historiadores
optan por investigar «detalles».
A fines del siglo XX primó una historia
ecléctica, fragmentaria, que no aspiraba a preguntarse por el «sentido» de los acontecimientos.
Pero esto ha comenzado a cambiar. La pregunta
por el sentido vuelve. Y curiosamente no son los
historiadores los que están a la cabeza de este
movimiento. Son los «escritores», que con sus
nuevas novelas históricas, cuestionan irónicamente las formas de escribir y enseñar la historia,
así como los «filósofos de la narrativa» redefinen
las distinciones y el saber del relato histórico y del
relato de ficción.
Para algunos la pregunta por el sentido de
la historia debería plantearse desde un progra-
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ma racionalista, que desarrolle un ideal regulativo y la gestación de una conciencia histórica
crítico-racional para definir una teoría de la
objetividad en la historia. Sin embargo, existe un
programa alterno, que está asociado a la idea
de la historia como el análisis o intento de
comprender el sentido del obrar y padecer de los
hombres en su historicidad, al modo como lo
planteó K. Löwith (Löwith: 1968, 1998). En este
programa «comprensivo» convergen tanto la
teoría de la memoria histórica, que se despliega
principalmente tanto a través de una reflexión
acerca del Holocausto y las implicaciones éticas
del relato histórico (Ricoeur: 1996); CTI: 2002;
Traverso: 2001) como de las teologías de la
esperanza (Forte: 1995). En ambas vertientes, es
posible observar un diagnóstico común acerca
del por qué el menosprecio de la filosofía de la
historia como ámbito de interés para los historiadores: este sería el resultado de la secularización
del modelo escatológico de pensar, que hizo
prescindible a la filosofía de la historia.
Según este enfoque, la ideología desplazó a la filosofía de la historia, se secularizó el
sentido del progreso histórico y perdió todo valor
lo trascendente que se revela en el tiempo histórico. Esta ideológica y extrema confianza en el
progreso debilitó una historiografía capaz de
entender el peso dramático de las catástrofes, de
lo infausto, de los totalitarismos, de la violencia
y del sufrimiento de los caídos y este sitial, que
abandona la historiografía, lo asume la novela
histórica, los documentales y la literatura memorial en todas sus formas (diarios, epistolarios y
autobiografías).
Al clausurar las vías hacia lo trascendente, la historiografía se cierra sobre sí misma y se
tecnifica. Se basta a sí misma, no necesita de
reflexiones últimas: Se satisface con hacer bien
su “arte” y para justificarse accede a las ideologías. El fracaso de la historia, según Forte (Forte:
1995) ha estado en su pérdida de apertura a los
sufrimientos y al sentido «crítico» de lo humano.
Seguir esta pista en el pensamiento de Marrou
será la próxima escala en este ensayo.
2.
Teología y filosofía de la historia en Marrou: el tiempo del
otro
El pensamiento teológico y filosófico acerca de la historia, en Marrou, debe verse como una
unidad. Ambos tienen como punto de partida una
condición existencial: la angustia y el dolor por la
historia europea, luego del drama de la guerra
mundial de 1914. Las ilusiones de la generación
de la primera guerra mundial fueron arrastradas
por marejadas que vinieron del fondo del movimiento de la historia, dirá Marrou al iniciar su
Teología de la Historia (Marrou: 1978). La clave
de la sequedad en el pensamiento histórico cristiano está, según nuestro autor, en la pérdida del
sentido comunitario en la vida cristiana y en la
Iglesia y en la atrofia de la escatología.
Para Marrou, la historia no es un drama
individual, sino un proyecto humano colectivo.
Por tanto, el pensamiento teológico y filosófico
cristiano sobre la historia debe surgir de su
proceso de conversión interior. Este es el mejor
“realismo” para asumir la tarea de pensar la
historia: pensada la historia en clave escatológica
queda inmunizada ante las lecturas reduccionistas
y positivistas. Esta definición le permite, precisamente, a Marrou, desmitificar la técnica
historiográfica o la pretensión de que sólo la
investigación empírica permite conocer el pasado. Reconoce que la técnica o el arte del historiador nos permite conocer “estructuras” de la historia, pero que tal ejercicio es insuficiente para
comprender el sentido de la historia.
La historia sólo puede entenderse desde
una triple economía del tiempo: el tiempo de la
espera (que se expresa en la Iglesia, que espera
la segunda Venida de Cristo); el tiempo de la
semilla (que es el tiempo del misterioso crecimiento del mundo), y el tiempo escatológico (que es el
tiempo de lo no-acabado). Pero estos tres “tiempos” se condensan en el “tiempo que tenemos que
vivir”. Y este tiempo de vida es una totalidad: es
el despliegue de la Ciudad de Dios, que integra
las historias personales en una Historia que cami231
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na con el Espíritu Santo a la Morada de Dios. Sólo
esta manera escatológica de entender el tiempo
permite evaluar el progreso y poner en cuestión
el modo radical de entender el optimismo progresista de Occidente.
Para Marrou, ante la historia sólo es posible tener un optimismo trágico, que actúa como
un horizonte salvífico. Sólo es posible entender
esto, según Marrou, si incorporamos la lógica
cristiana mesiánica, en el pensamiento histórico,
lo que significa, que el historiador debe hablar en
tonos graves: la historia tiene una faceta sombría, que el historiador no puede desdeñar, sin
embargo, ante esta oscura certidumbre hay una
salida salvífica, sólo si se lee la historia en clave
escatológica. Esta “opción creyente” da lugar a
un «realismo» histórico, que permite comprender
la historia en su ambivalencia. Al pasado, dirá
Marrou, hay que saberlo mirar de frente; sólo de
esta manera entenderemos el misterio de la
historia, que se nos presenta, tanto como un
ámbito de actuación del mal, como el ámbito del
progreso de la Ciudad de Dios. La plena inteligibilidad de la historia sólo es posible participando
de esta revelación.
Por esta razón, la totalidad del sentido de
la historia nunca podrá ser conocida completamente por la disciplina histórica. Será posible
descifrar algunos acontecimientos y describirlos
en detalles. Dar por verdaderas ciertas situaciones y explicar procesos históricos complejos, a
partir de la investigación, pero el conocimiento
del historiador nunca será total. Este conocimiento histórico total está negado a los historiadores,
pues no está en el orden de lo sensible y escapa
a su visión. El historiador podrá ejercer su oficio
en tensión al fin de la historia, pero no podrá
decir nada definitivo sobre él. Sólo podrá vivir
una condición de hermandad con el misterioso
devenir de la historia, en cuanto «tiempo» donde
la fe activa la esperanza.
Este mismo hilo argumental es el que
vemos en El Conocimiento Histórico. El carácter
del conocimiento de la historia para los historiadores debe ser definido desde una filosofía crítica de la misma, que permita el “saneamiento” de
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la disciplina, pero también una “ubicación” de
sus posibilidades y de sus límites.
Decíamos más arriba que Marrou deseaba desde su «filosofía crítica» plantear las bases
del concepto de validez en la historia de los
historiadores, no sólo para justificarla como técnica, sino también por denunciar la sospecha
que se tiene sobre la historia por no haber sido
convincente para hablar de su sentido.
De esta manera, Marrou, define el conocimiento histórico como el conocimiento verdadero de la historia, que se produce por la iniciativa del historiador, que busca recuperar el pasado en beneficio de los hombres del presente. El
pasado existe, pero sólo podemos aprenderlo
como conocimiento por la acción del sujeto que
conoce.
El pasado es algo distinto a lo que fue. El
historiador no re-anima el pasado, lo reconoce,
a una «distancia» que le permite aprehender, en
su estudio, el “sentido histórico”. Para ello, el
historiador, no debe contentarse con fragmentos
históricos, sino que, debe elevarse de los hechos
particulares para construir una visión integrada
de la historia, encadenando significaciones. De
esto se desprende que la historia sea un esfuerzo
creador del historiador. Es un “combate del
espíritu” que sitúa al historiador en el más radical
de los realismos, cual es asumir el sentimiento
agudo de sus límites. No podemos comprender
toda la historia si todo el devenir no ha devenido.
Hay una gran desproporción entre la realidad
histórica que sólo Dios abarca y los medios
limitados de la investigación de los historiadores.
Los juicios históricos son probables siempre, pero
la probabilidad es infinita. Por ello, la certidumbre histórica nunca pasa de ser sólo una «verosimilitud que no parece razonable poner en
duda». Esa es la grandeza «racional» de la
historia, pero también su frontera y su «tensión».
El deber del historiador, concluye Marrou, no
consiste en limitarse a señalar lo que está seguro
que así fue en el pasado, sino que debe «comprender» todo lo que se puede «comprender» de
él. Debe entender que en la aprehensión del
pasado se hace refleja la verdad. Por ello, lo
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«verdadero» históricamente es proporcional al
ingenio comprensivo del historiador.
3.
Permanencia del pensamiento
de Marrou
Marrou sostenía que las sospechas que
cayeron sobre la historia en el siglo XX se explicaban por su esterilidad para hablar de sentidos.
Afirmaciones parecidas se hicieron en los años
70 y 80 del siglo XX, en los márgenes del debate
sobre la cuestión histórica, que se suscitó desde
el post estructuralismo y de las teorías
deconstructivistas. Importantes textos de «historia de la historiografía» concluyen reconociendo
la “duda de la historia” , la desconfianza en sus
relatos generales y su «deuda» con el sentido
como temas claves de la agenda historiográfica
de inicios del siglo XXI (Moradiellos: 2001; Suárez:
1996).
Podemos concluir que nuestro autor
desmitificó la visión positivista de las leyes y del
oficio del historiador y las puso en una perspectiva meta histórica. Varios historiadores han
retomado de la obra de Marrou las vías para
«salir adelante con la historia» (Bourdé y Martin:
1992), pues Marrou reconoció, como principal
mérito de la disciplina histórica, ser una
inigualable colección de historias verdaderas,
exigiendo que el historiador expusiese los motivos y las condiciones de su significación, y con
ello, puso las bases de una gran regla, cual es que
hicieran explícitas las condiciones y el camino
que se utiliza para la reconstrucción del pasado.
El historiador tiene que hacer una interpretación
“en” y “desde” su práctica metódica, cuestión
que, después, desarrollaría magníficamente
Michel de Certeau (de Certeau: 1993).
Hoy muchos historiadores hacen suyo el
“presentismo optimista”, como llaman Baurdé y
Martín al enfoque de Marrou, que sostiene que
la historia es inseparable del historiador, que la
historia es un acto de la imaginación y que
ninguna experiencia con el pasado es definitiva.
Para Marrou, un significado del pasado deja de
serlo si cambia el método de estudio o varía la
competencia del historiador o su relación con el
presente. El pasado es como una pantalla en la
cual el futuro proyecta su sentido y el historiador
es el gran “operador” de estos sentidos. El historiador infunde en la investigación motivos afectivos
y éticos y es responsable por el presente de la
civilización, por tanto, debe hacer explícito su
planteamiento sobre el presente (el «epílogo del
presente» que todo estudio historiográfico debe
contener, según Marrou). La historia vive siempre en perpetuas conclusiones pendientes o
provisorias, lo que no significa que el historiador
deba «abandonarse» en una sequía de sentidos
(Bourdé y Martin: 1992, p. 234).
En la obra de Marrou, el historiador no
sólo se plantea problemas a resolver, sino arraiga en su actividad las aspiraciones que, como
sujeto, tiene para comprender y descubrir al otro.
El historiador, no es solo un “técnico”, sino una
especie de depósito de las aspiraciones de un
grupo social y narrador de sentidos.
Marrou dudó de los mitos unificadores de
las grandes interpretaciones de la historia y sitúa
la tarea del historiador como la de un constructor
de enlazamientos de significados, para, que de
esta forma, pueda entender la singularidad de
los hechos, colocarlos en una visión integrada,
sin olvidar que el conocimiento de la realidad
histórica es inagotable. Esta es la «tensión»
metahistórica del pensamiento de Marrou que
hace de su «conocimiento histórico» un tiempo
semilla y un tiempo de espera , a la vez que, una
obra de arte, destinada a descifrar la otrocedad
que se revela amistosamente en estos.
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