Una impronta humana para la globalización

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Una impronta humana para la globalización
p. Roberto Fermín Bertossi1
La globalización en sí misma no es mala ni buena. Será lo que humanamente hagamos con
ella pero, es.
La persona a la que en ocasiones ni siquiera le llamamos por su nombre sino que,
comúnmente es identificada con números, estadística o actividades es, debe ser, el aspecto
central, la clave de toda globalización.
En esta hipermodernidad, todo progreso por un crecimiento y expansión económicos sin
derrame civil traducido en un nuevo desarrollo humano con más satisfacción y paz social, sin
dudas es un progreso sin rostro humano, sin solidaridad social.
En un Globo con alimentos para todos, las horrorosas mortandades de personas -no solo
africanas- por “hambrunas provocadas”; la elección de salvar bancos antes que personas; el
sacrificio del gasto e inversión social norteamericanos resultan patéticas claudicaciones no
solo del presidente Obama. Por su parte, la crisis europea con tíos e indignaos y el
desconocimiento del otro-persona sin nuestra promoción, potenciación y reproyección entre
algunas de las anomalías de la confraternidad en nuestra raza, explican y predicen todo lo
indeseable e inconveniente para una convivencia armónica, equitativa y ecuánime de nuestra
humanidad globalizada.
Sólo con la firme determinación por la opción de una economía solidaria civil, recién
podremos visualizar, proponer y augurar mejores escenarios para la humanidad en todas sus
expresiones y versiones.
Como acertadamente nos recuerdan y proponen pensadores de la talla de Antonio Colomer
Viadel o Maria C. Roth disponemos de caminos solidarios de civilización, bienestar e
inclusión para la economía. Siempre serán buenos modos de “huellar” y abordarlos todas las
genuinas prácticas cooperativas, las autenticas metodologías mutuales como las cívicas,
reciprocas y fraternales expresiones locales y regionales de autogestión y la acción comunal.
Desde esta perspectiva, una buena respuesta personal posible ha sido, es y será la cooperación
libre, la autogestión, la acción comunal en cuanto expanden humanamente el ingreso al capital
en general y al capital humano en singular, favoreciendo y facilitando a muchos más, una
justa y razonable participación en la gestión y excedentes de las empresas repercutiendo en
1 Experto de la CONEAU para la
Economía Solidaria Civil.
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puestos de trabajo estables que desde ahí alientan capacitación y proyección, reduciendo toda
brecha ‘entre expectativas, posibilidades y recursos’ y reanimando todo animo y humos
social.
Para estos estadios, bien sostenía Jauretche: “sin oferta de igualdad no demanden
ecuanimidad” y, tampoco es casual que A. SEN haya sido nobelmente premiado por su tesis
de “traducir derechos en capacidades” ni que Naciones Unidas haya declarado al 2012’ como
el año de las cooperativas.
En la cooperativa laten humanidades y ahí no son sólo rostros sino principios y valores de
educación, información, capacitación y reconversión, de justicia distributiva, de integración
para escalas y redes, de interés por la comunidad pero, preponderantemente, un espacio
humano y empresarialmente económico de servicios donde toda y cada persona tiene “un
voto”, siempre.
Estas prácticas solidarias tienen una eficacia de empoderamiento humano incomparables,
insuperables.
Estas prácticas y modelos solidarios convergentes conservan y reavivan compromisos
ciudadanos republicanos en los cuales la democracia es como el aire que se respira.
Así, conforme sugiere Benedicto XVI, un fortalecimiento y movilización de la sociedad civil,
no solo es deseable sino mucho más que auspicio de confraternidad en una nueva convivencia
y complementación más humanas de economías privadas, públicas y mixtas en ámbitos y
contextos locales, regionales e internacionales.
Sin distracciones ni intermitencias venimos proponiendo cooperación, mutualidad,
autogestión y solidaridades sociales como aulas de recuperación, fortalecimiento y
reproyección personal, social, ética y democráticas.
Esto es clave en países demorados en democracias formales con bolsones crecientes de
corrupción, nepotismo, inseguridad y enemistad entre producción-industrializacióncomercialización con la ecología.
La persona ya no debe ni puede tropezar con tantas anomalías y burocracias en su derecho a la
construcción y reconstrucción de la participación efectiva e influencia personal en la adopción
de toda decisión que le involucre y afecte.
Ahora bien, como acertadamente afirma Roth, para comprender en su real dimensión la
economía de la solidaridad, es preciso señalar que es un proceso de transformación y cambio
mucho más amplio y radical que la acción cooperativa y la autogestión. En ella concebimos
la solidaridad como un elemento activo, matriz de relaciones, fuerza productiva y
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comportamientos
ético-económicos
en
los
procesos
de
exploración,
producción,
industrialización, distribución y consumo.
En efecto, un modo solidario e inclusivo para gestionar economía, para reestablecer
otra realidad económica ahora con una clara y contundente impronta humana.
Así, no nos será difícil ver en el mismo, alternativas y espacios para nuevos paradigmas
cimentados en fraternidad, esfuerzo propio, trabajo y cultura solidaria acompañados por usos
y consumos inteligentes y responsables.
En este entendimiento de la economía solidaria civil -como bien señala Luis Razeto-,
podemos reconocer en ella una dimensión microeconómica, otra de movimiento sectorial, y
una perspectiva macrosocial.
“La dimensión microeconómica está dada por todas las experiencias, iniciativas,
organizaciones y empresas que manifiestan al menos en algún grado, querer organizarse y
operar con los criterios de la racionalidad económica solidaria.
No esperamos sean perfectamente solidarias, sino que en algunas de sus estructuras (Vg., de
propiedad, de gestión, de organización del trabajo, de logística, de distribución de los
excedentes, de desarrollo tecnológico, de relacionamiento con la sociedad y el mercado, etc.)
operen con la racionalidad ética y solidaria, de modo que ésta pueda irse expandiendo y tras
nacionalizándose hacia otras áreas de la organización y operación al evidenciarse que el modo
solidario proporciona beneficios personales superiores a los que pueden alcanzarse en las
formas individualistas, competitivas, conflictivas e insolidarias.
La dimensión sectorial, de movimiento social y de sector económico, está dada por la
convergencia de múltiples, plurales y diversificadas experiencias que surgen del protagonismo
social en el enfrentamiento de los más graves problemas, desequilibrios y conflictos que
afectan a la sociedad contemporánea, y que se agravan en el marco de una crisis global actual.
El alcance y el sentido de una economía solidaria civil serán procesos multifacéticos en los
que confluyan multiplicidad y diversidad de vías y autorías por los que transitaran
experiencias e iniciativas personales y sociales diversas, pero siempre compartiendo el
humanismo de la economía solidaria civil, a saber:
· El borroso sendero de los empobrecidos que buscaban subsistir mediante iniciativas de
economía informal y popular, una parte de las cuales se constituía como organizaciones
económicas solidarias y de ayuda mutua, configurando una concreta economía solidaria civil
suplida por estos tiempos con toda clase de clientelismos y desvarío de populismos.
· La vía de los empleados que aspiran a mejorar sus condiciones de trabajo, de vida y de
ingresos sea al nivel del trabajo dependiente donde la solidaridad se manifiesta en sindicatos y
gremios que incrementaron sin precedentes su fuerza negociadora frente a los empleadores,
sea al nivel del trabajo independiente donde la solidaridad valoriza la fuerza de trabajo a
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través de su organización autónoma y su gestión asociativa, configurando entre ambos
segmentos una expresión nueva de economía civil de trabajo solidaria.
· La autoría de promoción humana y solidaridad con los segmentos mas vulnerables de los
pueblos, que se manifiesta en la creación de múltiples organizaciones no-gubernamentales,
centros de servicios a la comunidad, grupos de apoyo, corporaciones y fundaciones sin fines
de lucro y con objetivos sociales, reconfigurando una economía de gratuidad con servicios
solidarios.
· El camino de la participación social, a nivel barrial, comunal y de vecindad comunitaria, que
se expresa en asociaciones, clubes, centros sociales, iniciativas de abastecimiento, de salud, de
capacitación, de trabajo barrial, de madres, de jóvenes, etc., que mediante la asociación y la
acción solidaria participan en la gestión de recursos locales disponibles, en la planificación de
presupuestos y en la ejecución de planes de desarrollo comunales.
El camino de la acción transformadora y del desarrollo alternativo, en que la solidaridad se
expresa en grupos, asociaciones y movimientos de los más variados tipos, los cuales se
plantean contra el modelo económico imperante y buscan aportar al cambio social mediante
iniciativas concretas en las que se experimentan nuevas formas de vivir, de relacionarse y de
hacer las cosas; así se va configurando una cierta perspectiva de desarrollo alternativo
solidario.
· El camino de las tecnologías apropiadas y del desarrollo local, que se propone rescatar
formas tecnológicas antiguas y crear otras nuevas éticamente susceptibles de ser apropiadas
por las comunidades locales, sea en el terreno de la construcción de viviendas, de los cultivos
y crianzas orgánicas, de las energías limpias y renovables, eólica, solar, hídrica, etc., y cuyo
aprovechamiento natural no es por las empresas capitalistas sino por las iniciativas
económicas cooperativas, de modo que contribuyen éticamente a configurar tecnologías de
economía solidaria.
· El camino del cooperativismo, la autogestión y el mutualismo, que se constituye como
genuina economía solidaria civil en tanto y cuanto experimenten un postergado proceso de
renovación teórica y práctica que las lleve a recuperar su identidad original, superando las
ineficiencias y distorsiones en que han caído como consecuencia del burocratismo interno, del
acomodarse a las lógicas del mercado capitalista, y del ponerse al servicio de programas
sociales y clientelares del Estado. Con tal orientación, constituirán una auténtica economía
cooperativa y autogestionada solidaria plena de hospitalidad y cercanía.
· El camino de la ecología y del desarrollo sustentable, que tomando conciencia de que los
deterioros del medio ambiente y los desequilibrios ecológicos son consecuencia de modos de
producir, distribuir, consumir y acumular individualistas, competitivos y conflictivos, buscan
formas económicas solidaria, las cuales acreditan que solamente con el ejercicio de la
cooperación y la solidaridad es posible que el intercambio del hombre con la naturaleza -que
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eso es la economía- no dañe sino que respete, proteja y recupere el medio ambiente. Así se
reconfigura y crecerá la búsqueda de una economía ecológica solidaria transfronteriza.
· El camino de la mujer y el de la familia, que en cuanto dan lugar a la formación de micro
emprendimientos urbanos y rurales de base personal, familiar o basada en asociaciones con
identidad de género, expresan solidaridad en sus modos de ser, de organizarse y de hacer
economía. Podemos hablar de una economía familiar y de una economía de género solidarias.
· El escándalo con los pueblos originarios, que no obstante ser nuestros hermanos mayores y
propietarios buenos de la tierra con una preexistencia étnica y cultural fuera de discusión,
bueno aún así, en los vastos y variados territorios luchan mansamente por la subsistencia de
sus comunidades mediante precisamente, la recuperación o reafirmación concreta de su
identidad étnica y cultural, que se expresaban y expresan cuando esto es posible, en formas de
trabajo que han sido siempre comunitarias, solidarias, amigas del ambiente constituyendo en
consecuencia verdaderas economías indígenas solidarias.”
Ante la experiencia de la fragilidad global general, asistimos al nacimiento de una
sensibilidad especial a favor de la “solidaridad”. El deber de las personas no consiste entonces
en defenderse de la sociedad, sino en defenderla, custodiando su tejido axiológico fuera del
cual no es posible realizar su identidad.
¿Cuáles son los desafíos que debemos afrontar? Basta mirar nuestros países para comprender
que hoy ya es insuficiente hablar de “crisis”, siendo más honesto reconocer que estamos
frente al fracaso de nuestros Estados, de nuestras políticas y de nuestras economías. Estados
con enormes e insalvables déficit, economías endeudadas por montos impagables, aparatos
productivos que mantienen desocupados o sub-ocupados a más de la mitad de la población
económicamente activa, sistemas financieros inhumanos”.
Del diagnóstico se desprende la necesidad urgente de un proyecto transformador y constructor
cuyo norte de acción y destino sea la perspectiva de una civilización personal de la economía.
Esto implica encontrar una forma integradora de la vida social, en dimensiones de globalismo,
capaz de generar un sistema coherente y unificado de significados acorde a los esfuerzos de
los pueblos, anhelando mancomunadamente un desarrollo económico personal y una
autonomía política, cultural y ‘ecológica’
Coincidimos con Luis Razeto acerca de que en esa lógica hay tres aspectos esenciales:
a) “A diferencia de las unidades estatal-nacionales que se constituyeron mediante la
afirmación de la unidad negando las diferenciaciones, o sea mediante el ocultamiento de las
particularidades étnicas, culturales, económicas internas, la unidad global deberá buscarse y
construirse a través de un proceso transolidario de recuperación, integración y/o
complementación de todas las diferenciaciones y de todas las complejidades sin subestimar ni
desdeñar el pluralismo y la heterogeneidad estructural existentes en lo étnico, político,
económico, demográfico, ecológico y cultural.
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b) Cuando en la construcción de los Estados nacionales no era posible mirar al pasado y a las
tradiciones para encontrar la identidad (siendo entonces la entidad estatal-nacional algo
completamente nuevo y traído desde fuera), la propuesta solidaria e integrativa podrá ser
personalizada y construida precisamente mediante una reinterpretación crítica de su historia
desde los orígenes. Al respecto hay que reconocer que la cultura todavía no ha tomado plena
conciencia y aceptado sus orígenes con su pasado, y ello muchas veces le impide alcanzar una
adecuada comprensión y una justa valoración de su propia identidad.
c) Una tercera diferencia en la lógica de construcción de la forma integradora respecto a la
forma estatal nacional se refiere al modo de alcanzar la institucionalización y de lograr la
conformación de las personas y grupos al nuevo sistema ético-político. Los estados nacionales
fueron inaugurados mediante un acto central de tipo político, consistente en la formación de
un gobierno y en la promulgación de una constitución y de leyes a que debían conformarse a
los comportamientos, relaciones y actividades. La forma integradora, sin rechazar por cierto la
oportunidad de determinados actos de tipo jurídico predispuestos desde arriba, debiera
organizarse, adquirir formas y contenidos y conformar los comportamientos, desde abajo, esto
es a través de un proceso muy complejo y multiforme de agregación social, cultural y política
protagonizado no por las corporaciones sino por las comunidades y los grupos sociales de
variados tipos que llegan a ser sujetos de nuevas relaciones sociales. Queremos señalar la
importancia de la relación entre dirigentes y dirigidos que se establece en los diferentes
grupos por la participación de la comunidad organizada, de las asociaciones sociales en la
toma de decisiones. Sería una forma de superar la fragmentación y la ruptura entre la sociedad
política y la civil. Al ser una de las características de la civilización la relación entre dirigentes
y dirigidos, la economía solidaria civil podría realizar en este aspecto un aporte importante a
través de la acción comunal, de una actividad más cooperativa y de la autogestión.
Otro elemento significativo es el proceso de acercamiento en los niveles de vida y de riqueza
al que podrían acceder los distintos sectores que se constituyen a partir de la organización
económica. Si bien ya existe embrionariamente, podría incrementarse en grado sumo un
aporte sustancial de la economía solidaria civil para la democratización del mercado, y esto
mismo ya implica una distribución más equitativa de la riqueza, del conocimiento, del poder,
tres factores que generan conflicto entre las clases sociales y desequilibrios en la sociedad.
El objetivo central de la economía solidaria civil es alcanzar, sumar y multiplicar sociedades
mejor integradas, menos divididas, es decir, con menos distancia entre los que más tienen y
los que menos tienen, manteniendo y asegurando la pluralidad y la diversidad social resultante
de las elecciones libres y comprometidas de las personas, comunidades y grupos.
En la medida en que la economía solidaria civil finca sus raíces en el nuevo mapa global, se
nutrirá y vigorizará a partir de la pluralidad étnica y cultural, tomando contacto también con
las economías de los pueblos originarios y buscando, de esa manera, una forma integradora
expresiva de cada identidad en la diversidad complementada, completada y plena.
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Este reconocimiento nos lleva a considerar la dimensión moral de nuestra cultura y
civilización, donde las personas otorgan sentido y significación a lo que hacen, a lo que viven,
a lo que anhelan, a lo que proyectan.
Rescatamos y proponemos así, una mirada sin límites del hombre global como persona libre y
autónoma, abierta a la fraternidad, capaz de interactuar regida por valores y principios
secularmente respetados y/o
compartidos sin “éticas alternativas disociantes,
descompositoras y decadentes”; mirada que no persigue únicamente el beneficio individual,
sino que sabe del otro siendo sensible a sus necesidades, ocupada por el bien común como fin
y como único límite.
Los valores del esfuerzo propio y de la ayuda mutua como estructura de la economía solidaria
civil, deberían ser los que sostuvieran y enriquecieran a todos los pueblos de la tierra.
Sin duda, detrás de este concepto de comunidad subyacen una serie de valores que se
encarnan en la democracia republicana. Pero la construcción de la nueva comunidad es
responsabilidad de los ciudadanos, al reflexionar y cuidar sus actitudes en cada ámbito de su
accionar personal y social.
Esta construcción es lenta pero, a nuestro criterio, valiosa. Creemos que vale la pena jugarse y
empezar a descubrir cuáles son las deudas que tenemos como comunidad; con quiénes las
tenemos para saldarlas con actitudes y acciones edificantes.
Vivimos en un mundo donde reina el cortoplacismo y en donde todo parece conspirar contra
la larga duración, contra proyectos extendidos en el tiempo.
Si bien ya no podemos exigir la seguridad de un trabajo estable o relaciones intersubjetivas
protegidas de toda adversidad, nada impide anhelarlas y luchar por ellas.
En cualquier momento nuestro puesto de trabajo puede ser reconvertido, nadie nos asegura
que lo que hoy sabemos sea útil mañana, toda relación está amenazada por el debilitamiento y
la traición.
Con razón suele entenderse el proceso de cambio de la sociedad como una disolución de los
vínculos sociales rígidos. Las personas se convierten en constructores de lo social. En lugar de
adaptarse a articulaciones sociales dadas, ellas tratan de desarrollar la capacidad de crear por
sí mismas nuevos contextos.
La nueva configuración personal de las instituciones no es un mero producto de individuos y
sus deseos; está vinculada a las condiciones institucionales, al sistema jurídico, político,
económico y ahora, al contexto internacional.
El mercado de trabajo, las exigencias de formación y movilidad, son ejemplos de esta
institucionalización de la individualización, que ejercen sobre la persona nuevas formas de
coacción y la entregan a la insegura fragilidad, reverso de la libertad conquistada.
Si pasamos ahora a la repercusión de esta economía en la política contemporánea de los países
dependientes, vemos que el factor más importante es la pérdida de la soberanía de los Estados
territoriales.
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Urge preguntarse: ¿La globalización se impone con la fuerza de un sistema, influyendo y reestructurando las relaciones sociales? ¿La globalización constituye un nuevo orden, o, por el
contrario, expresa una nueva etapa del capitalismo implosión hado? ¿La fragmentación
expresa la ruptura de los viejos procesos sociales y políticos o implica una regresión hacia
formas que se creían superadas de exclusión y pobreza? ¿Se puede esperar razonablemente
que la globalización contribuya a gestar un mundo más justo, o, por el contrario, se acreciente
la renuncia a la justicia?
Nadie permanece igual cuando las vivencias del tiempo y del espacio se revolucionan y los
“otros” irrumpen de modo inesperado e imprevisible en un horizonte informe, inestable,
aguachento y frenético de nuestra existencia. Así, la des-regulación y la globalización de los
mercados erosionan fuertemente la tradición, cuyo desapuntalamiento promueve procesos de
reflexividad crecientes y la construcción de nuevas identidades. En medio de la irrupción de
todos los mundos en cada mundo, se deshacen las identidades constituidas en una subespecie
de globalización de la volatilidad.
Con la globalización, las economías nacionales se hicieron cada vez más interdependientes
a través de la información, las comunicaciones, el comercio, la inversión, el transporte
polimodal y los vínculos financieros apareciendo cada día mas imperativos,
despersonalizados y despersonalisantes y de ahí la urgente necesidad de más y mejor
cooperación internacional en pro de un marco jurídico y regulatorio financiero mundial
para una globalización más humana e inclusiva que evite al mismo tiempo otros caos
derivados de nuevas reacciones violentas que ya están asolando, afligiendo y agobiado a
gran parte del mundo
Esta cooperación y regulación supranacional deberá ser acompañada por
una
"infraestructura blanda" para la economía mundial. A este respecto las Naciones Unidas
(ONU) vienen estableciendo y proponiendo principios y normas técnicas en ámbitos tan
diversos como la estadística, las leyes del comercio, los procedimientos aduaneros, la
propiedad intelectual, la aviación, las embarcaciones y las telecomunicaciones, facilitando,
así, la actividad económica y reduciendo los costes de transacción lo que será reducir
finalmente los propios segmentos más vulnerables de las sociedades de los países menos
favorecidos y/o mas envilecidos.
Igualmente, ayudará y mucho a un economía solidaria civil real y más global, acciones y
despliegues de la ONU en orden a preparar terrenos mas fértiles para la inversión en las
economías emergentes, fomentando para ello la estabilidad política y la buena gestión,
combatiendo la corrupción y los abusos de los derechos humanos, exigiendo la solidez de las
políticas económicas y una legislación favorable en relación con las actividades económicas
urbanas y rurales, así como trabajando para mejorar la nutrición, la salud, la educación, el
medio ambiente y el bienestar social.
Con este sentido suma que la ONU mancomunadamente afronte con determinación y sin
`vetos´ de ninguna índole, todos los inconvenientes de la mundialización con un objetivo
central que no debe ser otro que el de combatir la pobreza. Estos esfuerzos deben lograr su
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eficacia propia para reducir tensiones, prevenir reacciones violentas y ayudar a construir y
moderar futuros mercados más ecuánimes e inclusivos.
Desde ese lugar, resultó auspicioso el Pacto Mundial con el que durante el Foro Económico
Mundial de 1999 en Davos, el Secretario General, Kofi Annan, desafió a la comunidad
comercial (de forma individual a través de las empresas y de forma colectiva a través de las
asociaciones comerciales) a entrar a formar parte del Pacto Mundial para aceptar y promulgar
una serie de valores básicos en los ámbitos de los derechos humanos, las normas de trabajo y
las prácticas medioambientales. La Cámara Internacional de Comercio, que representa a 7.000
organizaciones comerciales de 137 países, respondió en una declaración conjunta realizada en
una sesión con el Secretario General en julio de 1999 que el sector privado había aceptado su
reto de apoyar los valores básicos. La CPI pidió entonces a la ONU que, más que imponer
sanciones comerciales mediante el sistema comercial multilateral, desempeñara un papel
importante en el establecimiento de normas que beneficien a los trabajadores y al medio
ambiente.
Consecuentemente, Naciones Unidas tomó nota y ante el mayor reto económico (y también la
mayor oportunidad) al que se enfrenta la comunidad internacional, propuso fomentar un
crecimiento mundial duradero. Más específicamente, la ONU reconoce y estimula un sector
privado como palanca fundamental en la integración del mundo en desarrollo con la economía
mundial para poder elevar paulatinamente la calidad de vida global reduciendo
simultáneamente la pobreza y, concomitantemente propiciando y facilitando programas y
metodologías de inversión comercial para los países menos desarrollados con el objetivo de
dar a conocer las oportunidades que esas regiones ofrecen y estimular, así, el flujo de capital
privado.
De ahí surgió un Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que ayuda a
los mercados emergentes a atraer capital privado, al tiempo que busca nuevos modos de
utilizar la financiación privada para alcanzar los objetivos sociales y medioambientales. Fue
así que la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, actuando como
intermediaria sin fin de lucro entre los proveedores de tecnología y los países en desarrollo, ya
ha llevado inversión por valor de más de diez mil millones de dólares, así como tecnologías
limpias, a más de cien países en vías de desarrollo y sus mercados emergentes en los últimos
cuatro años.
Si bien son valorables estas actuaciones y logros parciales de la comunidad global
institucionalizada con la ONU, hoy también sabemos que el crecimiento económico `per se´
no garantiza la solución de los problemas de distribución y satisfacción humanas que afectan
a demasiadas personas en todo el mundo.
Es que la convergencia de lo económico y de lo social no es automática. La crisis de empleo
no es la disfunción pasajera del sistema económico y su superación sólo podrá venir de un
trabajo de la sociedad global sobre sí misma capaz de lograr la tan ansiada y porque no,
merecida ‘empleabilidad’ y satisfacción como onda expansiva de bienestar y alivio en este
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globalismo aún marcadamente insolidario e impersonal; escandalosamente consumista y
hedonista.
Ahora bien, entonces ¿cómo pasamos de un taller de “reparaciones personales y sociales” a
una “ética de la solidaridad”? Habría que explorar las posibilidades de un nuevo derecho a la
inserción, de algo así como una hospitalidad económica solidaria con nuevas y creativas
posibilidades de cercanía, inclusión y emancipación civil con toda plenitud posible.
¿Por qué?
Porque los excluidos no forman una categoría, ni pueden ser objetos de una acción y
contención social concreta, su situación se define por una carencia; son los nuevos
`plebeyos´. No forman una clase social, no ocupan una posición en el proceso de la
producción. Serían algo así como una “no-clase”. Son irrepresentables, los sin-rostro, los
habitantes de las intemperies, las personas en situación de calle.
La globalización agrava las consecuencias del trabajo no calificado, se produce una
segmentación del mercado del trabajo: en lo que se refiere a la estabilidad laboral, los
trabajadores especializados muestran una elevada inestabilidad y el trabajo indecente se
expande pavorosamente.
La principal `frontera´ del estado de bienestar no solo fue urdida por una globalización
financiera insaciable, sino -como bien sostiene ROTH-, por bloqueos de carácter cultural y
social. Se trata de una crisis que tiene su origen en el agotamiento del modelo; para combatir
la exclusión se plantea la necesidad de pensar un modelo para la equidad en el marco de una
nueva articulación entre la lógica social y la lógica económica. Los enfoques de la exclusión
económica tienden a ignorar el núcleo del problema y a sustituir el análisis por la una
expectativa unilateral. Esta crisis ha puesto de manifiesto que la solidaridad no puede
derivarse de un principio procedimental, apolítico, sino que requiere un tratamiento
diferenciado y dialogal para las personas.
Nos urge a todos aumentar la transparencia social para que emerjan en forma más localizadas
las reales necesidades y aspiraciones personales. La transparencia tiene su costo. Puede
engendrar tensiones y conflictos, pero la conflictividad reconocida está en el origen de la
autorregulación de lo social la que implica de por si una clara necesidad de establecer nuevas
y creativas formas de diálogo social que se correspondan por caso, con las realidades de
pequeñas minorías, nuevas sociabilidades y espacios de autorrealización como las de aquellas
pequeñas microempresas urbanas y rurales.
El aumento de la exclusión social aparece como una consecuencia de la fragmentación y de la
pérdida de identidad de la clase obrera, en general. Los nuevos conflictos sociales se
establecen sobre nuevos parámetros de desigualdades. El contexto socio-económico actual ha
quebrado la autonomía y la individualidad de las culturas, imponiendo y arrastrando en los
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hechos, la unificación de los mercados y una dimensión cultural unitaria, homogénea derivada
de una ola globalizadora.
En esta red global se impone el “re-descubrimiento” de la persona, la identidad subjetiva, a la
vez que encontrar el lugar comunitario y comunicativo capaz de construir identidades nuevas
en la multiplicidad relacional con otras subjetividades, en la riqueza de las opciones y de la
diversidad.
El mayor desafío y la deuda que nos une como comunidad global es, sin duda, rescatar la
dignidad de las personas en democracias republicanas con “producción, industria y comercio,
justos” a partir de sus más profundos valores para reconstruir una nueva comunidad con
actitudes y comportamientos sobrios, transparentes, honestas en el quehacer diario, en lo
personal y en lo social, capaces de asumir unos con otros, duraderamente, un compromiso y
la responsabilidad de identificar y saldar mancomunadamente todas las deudas pendientes
como Vg., las de ir mejorando pensiones, asistencia, contención, amparo y seguridad social
ante el envejecimiento poblacional, las migraciones e inmigraciones y más.
Preconclusivamente, ninguna civilización podrá soportar sin riesgo de desintegración, las
enormes tensiones latentes, la marginación, el daño climático, las enormes inequidades y la
violencia creciente que esta globalización financiera ha disparado sin miramientos ni
contemplaciones mayores.
Finalmente, esta globalización no afecta sólo a un sistema socio-político-económico, no; la
misma amenaza la propia supervivencia misma de toda humanidad y, por todo ello, una
impronta humana personal y comunitaria para nuestra globalización es un desafío y una tarea
común que nos exige triplicar todos los esfuerzos para afrontar cooperativa, complementaria,
intersectorial e interinstitucionalmente (ONU, OEA, BRIC, UNASUR, OIT, OCDE, etc.) una nueva
globalización más encarnada en cada persona, sin indignados, refunfuñadores ni holgazanes
para el bien de todos los todos del todo global, para el de cada uno y el de cada cual.
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