Retrato, de Antonio Machado En los comienzo del siglo XXI, ya metidos en la segunda década del mismo, lo ocurrido en el siglo pasado es conveniente rememorarlo ya que la cercanía en el tiempo añaden un plus de conveniencia para ayudar a interpretar el presente que se vive. Hace 77 años murió Antonio Machado. Este es uno de los acontecimientos que es posible rememorar. Un 22 de febrero de 1939, a las 3 de la tarde, murió el poeta Antonio Machado, en Colliure, un pueblo francés. Entró huyendo por la frontera francesa en enero de ese año, cuando la guerra estaba perdida para la República. Su vida y su obra nos hablan de una persona sencilla entregada a la docencia y a la creación literaria. Bien merece este día recordar como él mismo se describe en su poema “retrato”, dentro de su obra Campos de Castilla. No le parece al poeta que su vida amorosa pueda ser comparada ni con D. Miguel Mañara Vicentelo de Leca, muerto en la Sevilla de 1679, y al que se le confirió la fama de seductor. Su arrepentimiento quedó reflejado en la lápida de su sepulcro en la Iglesia sevillana del Señor San Jorge: “Aquí yacen los huesos y cenizas del peor hombre que ha habido en el mundo”. Tampoco entiende puede compararse con el Marqués de Bradomín, personaje creado por Ramón María del Valle-Inclan protagonista de varias aventuras amorosas. “Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.” Se encuentra en este poema un texto de actualidad reflejada en su “Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna.”. Siguen proliferando los “tenores huecos” y sobre todo en las redes sociales el conjunto de “grillos” que repiten hasta la saciedad y a coro, bien orquestado, las consignas emitidas por los voceros de la intransigencia. El poeta da el remedio en el mismo verso cuando nos dice: “A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una“. Serenidad necesaria para saber escuchar, saber entender en esta maraña de desatinados mensajes políticos algo de verdad. Y todo ello a pesar de que “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno;”. Es difícil mantener la serenidad cuando un rabioso intransigente fluye por las venas, cegando al entendimiento, que para estar sereno debe enfocarse al sosiego. La mala “sangre” que busca desprestigiar, ridiculizar, al oponente político, más enemigo que adversario, no deja de hervir y generar intranquilidad, zozobra, inquina y hasta odio. Que convertido en veneno del “alma”, empequeñece al ser humano convirtiéndolo en objeto (que no sujeto) de estas pasiones desenfrenadas. Y la mayoría de quienes viven en este “infierno” lo hacen con total inconsciencia. Ojalá muchas personas que a esto de la política se dedican pudieran despedirse al finalizar su vida con las palabras del poeta: “Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.” Bien está recordar al filántropo Antonio Machado como él mismo se retrata en este aniversario de su muerte en un exilio que nunca debería, ni debe, existir. Fdo. Rafael Fenoy Rico Antonio Machado ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido / ya conocéis mi torpe aliño indumentario (Retrato, en Campos de Castilla) en que lo compara con el valleinclanesco marqués de Bradomín. RETRATO Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último vïaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.