El proceso format ivo para el d iscipulado crist iano en la vida rel igiosa Jaldemir Vitorio, SJ. Introducción La opción por la Vida Religiosa (VR) es una forma específica de seguimiento de Jesús. Es una entre las muchas formas posibles de realizar el discipulado cristiano. Todos sus componentes estructurales y organizacionales están orientados para este objetivo. Y sólo tienen valor si hacen desenvolver en el corazón del religioso/a su condición de discípulo/a de Jesús. Este deseo de seguir al Señor, con generosidad y abnegación, es el signo distintivo de una opción bien fundada por la VR. Sin embargo, este horizonte fundamental de la VR es desvirtuado por un sinnúmero de estructuras, normas, prácticas y tradiciones. Muchas veces, los religiosos/as parecen estar al servicio de instituciones y de obras, dejando en segundo plano la persona de Jesús y las exigencias de su seguimiento. Esta práctica desacredita a la VR y la hace perder el vigor evangélico de “sal de la tierra” y “luz del mundo”. La refundación exige el retorno a este tema que está en el origen de la VR y atraviesa toda su historia. Si olvidamos o no le damos la debida importancia, corremos el riesgo de colocar la VR en el sentido opuesto a su razón de ser. Teólogo Jesuita brasileño. EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 55 Mostraremos como todo el proceso formativo de la VR se debería orientar para el discipulado cristiano. El primer paso consiste en situar la opción por la VR en un vasto proceso, cuyos orígenes se remontan a lo humanum, en cuanto tal. El segundo paso trata sobre la figura del maestro/a y su misión de ayudar a hacer una auténtica experiencia del discipulado cristiano a quien da los primeros pasos en la VR1. El tercer paso está centrado en la persona de Jesús, nuestro único Maestro. Es importante que los religiosos/as se ubiquen en la escuela de Jesús y aprendan con él. El cuarto paso explicita las exigencias con las cuales los religiosos/as se confrontan, hoy, en su anhelo de vivir su condición de discípulos/as. El quinto paso hace un elenco de los frutos de la vivencia auténtica del discipulado, benéficos para los diferentes ámbitos de la VR. Esta reflexión tiene el propósito de señalar caminos de arraigo de nuestra vida de religiosos/as en la mística evangélica, con todas sus consecuencias en términos de presencia solidaria junto con los pobres y de compromiso de transformación social, en vistas del reino. 1. La VR como proyecto de vivencia del discipulado cristiano La VR se articula como dinámica existencial-espiritual, con etapas bien marcadas. Poco a poco, se van alcanzando metas de madurez, con peldaños más elevados. El nivel alcanzado en una etapa se torna prerequisito para el paso siguiente2. Esta dinámica está inserta en un ámbito mucho más amplio –algunas veces, llamado de proceso vocacionalarticulado en tres dimensiones3. También aquí, las dimensiones se 1 Evidentemente, existen, en la VR, muchas otras instancias –mediaciones- de formación para el discipulado cristiano: el compromiso pastoral junto a los pobres y marginados, el testimonio de vida de los hermanos/as, la historia de los fundadores/as, la práctica de la corrección fraterna, la vida sacramental, la lectio divina etc. 2 No es posible determinar, aquí, las expresiones más mínimas de madurez a ser alcanzadas en cada etapa de la formación. Sin embargo, las congregaciones, considerando su carisma, su espiritualidad y su misión en la Iglesia, tienen condiciones de catalogar los signos exteriores de asimilación del contenido formativo, transmitido en cada etapa. La designación “proceso vocacional” proviene de la antropología subyacente, que considera al ser humano en continuo diálogo con Dios, en el acto de llamarlo a la existencia, a la fe cristiana y a la VR. 3 N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 56 JALDEMIR VITORIO, SJ. implican mutuamente: cada nuevo llamado supone la obtención de un grado suficiente de madurez en la vocación anterior4. a) La dimensión humana es lo fundamental. En ella, la persona integra los componentes sociales, psicológicos, afectivos, sexuales, morales, religiosos, intelectuales etc. de su personalidad, y supera la fragmentación, los reduccionismos y el vacío existencial. La persona humana necesita ser enseñada, desde su tierna infancia, a respetar al prójimo, a controlar sus impulsos y afectos, a efectuar distinciones éticomorales, a elaborar una escala de valores donde la verdad, la honradez, la urbanidad, el sentido del derecho y de la justicia, y que las virtudes afines tengan primacía. En esta dimensión se aprende el sentido de lo sagrado y de la trascendencia, y se desarrolla las aptitudes para el arte, el saber y la cultura. Estos son valores transmitidos, en primer lugar, en la convivencia familiar y en el ambiente social. Aun descartando el determinismo social rígido –según el cual una persona nacida de una buena familia será un excelente ciudadano; por el contrario, quien crece en un ambiente de pobreza y de violencia está destinado a tornarse un marginal-, es necesario reconocer la importancia de la familia y del ambiente en el proceso de humanización de los individuos. b) La dimensión cristiana consiste en la vivencia de lo humanum según el proyecto de Jesús, el Hijo de Dios (cf. Mt 16,16). Al adherirse a Jesucristo, la persona escoge dar a su vida una impostación superior a lo puramente humano. De hecho, la ética cristiana no se articula alrededor de prácticas que solamente los discípulos/as pueden realizar. Los cristianos actúan como millones de personas no cristianas. No obstante, la originalidad está en el sentido que dan a su acción. La existencia 4 La descripción de las tres dimensiones es de carácter didáctico. En la vida concreta, una dimensión asume a la otra, sin darla por superada. El cristiano sigue siendo ser humano. El religioso/a continúa siendo un ser huamano/a y cristiano/a. En determinadas circunstancias, es imposible determinar, con exactitud, los elementos pertenecientes a cada dimensión, pues el crecimiento humano y cristiano, se da a lo largo de toda la vida, en las tres dimensiones. Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 57 cristiana está bajo la protección del Dios revelado por Jesús, con el rostro del Dios Trinidad. Los cristianos/as se reconocen hijos e hijas de Dios y, por consiguiente, hermanos y hermanas, miembros de la gran familia de la cual Dios es padre y madre. Jesucristo –el “Verbo de Dios que armó su tienda en medio de nosotros” (Jn 1,14)-, asume la condición de hermano mayor. Su misterio pascual –encarnación, vida, muerte y resurrección- trajo salvación para la humanidad, descarriada por los caminos del egoísmo y del pecado. El cristiano/a reconoce el Espíritu Santo como dinamizador de su existencia, que lo impulsa siempre para el bien y a la solidaridad, para la práctica de la justicia y la búsqueda de reconciliación entre todos los pueblos. El eje del actuar cristiano son las llamadas virtudes teologales: fe –esperanza– caridad (cf. 1 Cor 13, 13; Cl 3, 14). La fe confronta al cristiano/a con Dios Trinidad y su inmensa misericordia, introduciéndolo en el diálogo con el Otro y moviéndolo a salir de sí mismo y a trascender los límites intra-históricos de las relaciones humanas. La esperanza lo proyecta para el futuro y le revela la expectativa de la vida eterna de comunión con el Padre y con los hermanos/as. La caridad lo lleva a establecer con el prójimo: relaciones de fraternidad, fundadas en la misericordia, en la justicia, en el respeto y en el reconocimiento de su dignidad de hijo/a de Dios. La caridad va más allá de la filantropía y del humanismo, porque el servicio de amor al prójimo es mediación de la experiencia de Dios y criterio de salvación (Mt 25,40.45). La vocación cristiana se funda en una opción personal por el Reino de Dios, revelado por Jesucristo –“yo creo”-, y su despliegue en una vivencia eclesialcomunitaria –“nosotros creemos”. El bautismo sella la fe del cristiano/a y, al mismo tiempo, lo incorpora en la gran comunidad eclesial. Sin expresión eclesial, será difícil considerar el bautismo como sacramento cristiano. Una comunidad eclesial, cuyos miembros omiten las implicaciones éticas de su fe, ¿podrá recibir el nombre de comunidad cristiana? c) La dimensión de la VR es un desdoblamiento de los pasos anteriores. Ella corresponde a la vivencia de la vida cristiana, en cuanto modo peculiar de ser humano, como proyecto de vida comunitaria, fundado en un compromiso público y formal a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Por ellos, el religioso/a pasa a pertenecer a una nueva familia formada por el vínculo espiritual creado entre los N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 58 JALDEMIR VITORIO, SJ. cristianos/as que, con libertad, optan por vivir su fe en comunidad. La VR, en la multiplicidad de sus expresiones, se caracteriza por la vertiente carismática y profética. La dimensión carismática proviene de la acción del Espíritu Santo en el corazón de los fundadores, moviéndolos a responder, con iniciativas concretas y originales, a los desafíos de la Iglesia y de la sociedad de cada época. Esta experiencia fundante constituye el marco referencial de cada congregación. Será necesario remitirse a ella siempre de nuevo, bajo pena de incurrir en infidelidad al Espíritu. La dimensión profética tiene que ver también con el momento histórico y el contexto socioeconómico-eclesial donde surgen las congregaciones religiosas. En general, ellas nacen en los momentos de infidelidad de la Iglesia, atraída por valores anti-evangélicos, en detrimento de su misión de anunciadora de la salvación. O, también, en situaciones donde el pueblo de Dios sufre injusticias y vive en estado de abandono. En este contexto, surgirán congregaciones para cuidar: enfermos, menores abandonados, marginados, minorías sociales y de la educación de los pobres5. Los religiosos/as son urgidos a mantener viva la llama de este profetismo carismático. Teniendo presente el testimonio de Jesucristo, así como nos lo transmiten los Evangelios, considerando el carisma fundacional y deseando mantenerse fiel a su vocación profética, cada congregación se guía por una espiritualidad peculiar. Los distintos modos de vivir en el Espíritu –espiritualidad- buscan explicitar la vocación evangélica, con énfasis en uno u otro aspecto del evento Jesús, sin perder la globalidad del misterio de salvación llevado a cabo por el Hijo de Dios. La formación en la VR tiende, en primer lugar, a profundizar en el conocimiento de Jesucristo, a través del estudio del evangelio y de la vivencia cotidiana de los valores contenidos en él, a fin de tornar más consistente el discipulado, que es característica de los religiosos6. El estudio de la historia, de los 5 6 Cf. J. VITÓRIO, “Refundação: Aprendendo da história”, in VV. AA., “Tempo de Sinais – Sinais dos Tempos”: Provocações para a Refundação da Vida Religiosa, Rio de Janeiro, CRB, 2000, pp. 15-27. El conocimiento, aquí referido, corresponde al sugerido por Ignacio de Loyola, a los ejercitantes, como pedido a ser realizado a lo largo de la 2a semana de los Ejercicios Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 59 documentos, de la vida del fundador y de todo lo demás ligado a la congregación está supeditado al conocimiento de Jesucristo. Cuando falta este conocimiento fundamental, el conocimiento de las cosas de la congregación pierde su contenido, porque le falta el respaldo del referencial obligatorio y la perspectiva adecuada que los religiosos/as deben considerar en sus respectivas congregaciones. El conocimiento de Jesús hace que los religiosos/as sean personas críticas ante sus congregaciones, sus prácticas y sus ideales. Y, así, dicho conocimiento contribuye para que no se acomoden ni pierdan el ánimo y el vigor característico de los discípulos/as de Jesús. Un conjunto enorme de problemas surgidos al interior de las congregaciones proviene de la admisión de personas sin condiciones para entrar en la VR. Muchos religiosos/as carecen de contenidos humanos elementales. La bondad, el respeto, la solidaridad, la generosidad y virtudes afines están fuera de su horizonte. Son personas incapaces de amar con oblatividad y gratuidad. Por ser personas deshumanizadas, se tornan deshumanizadoras. Sabemos que se trata de personas que, en el inicio de la formación de su personalidad, no fueron amadas y no gozaron del afecto materno y paterno. Por otro lado, muchos religiosos/as jamás hicieron la experiencia del amor personal a Jesucristo y están lejos de comprender el sentido real de la opción cristiana. Y, por tanto, están imposibilitados de vivirla con autenticidad7. En estos casos, será imposible transformar el proceso formativo de la VR (como era de esperar) en crecimiento y radicalización del discipulado cristiano8. Espirituales: “3o preámbulo. El 3º, demandar lo que quiero: será aquí demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (Ejercicios Espirituales”, in I. IPARRAGUIRRE (ed.), Obras completas de San Ignacio de Loyola, Madrid, BAC, 1963, p. 221). 7 Muchas veces, los religiosos/as pasan por varias etapas de la formación; pero aún así, no alcanzan el grado de madurez humana y espiritual propio de cada una de ellas. Los tiempos establecidos por el Derecho Canónico no siempre respetan el proceso de cada formando/a. Por eso, los formandos/as pasan de etapa en etapa, pero sin haber entrado en una dinámica formativa. 8 No estaría aquí la causa del comportamiento de los jóvenes religiosos, que llevó a Clodovis Boff a escribir sus “consideraciones indignadas sobre la formación” (cf. Convergência 34 (1999/nº 319) 37-47). N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 60 JALDEMIR VITORIO, SJ. 2. El maestro/a en el proceso formativo para el discipulado cristiano En la VR, el maestro/a tiene una función importante en la consolidación de la personalidad de religioso/a del formando/a, como discípulo/a de Jesucristo. Bajo cierto aspecto, le cabe el papel de hermano/a mayor, en el contexto de la nueva familia que acoge al joven. El superior/a y el/la provincial tienen un papel distinto del maestro/a, en las varias etapas, con respecto a quien está en formación, antes de la profesión perpetua. Del maestro/a se supone suficiente substrato humano para tratar el formando/a en un clima de respeto y cordialidad, o sea, con humanidad. Más allá de eso, se requiere haber caminado bastante en la fe para poder orientar a los formandos/as en el camino a ser seguido según el modo de proceder de Jesús. De ningún modo nos referimos, aquí, a super-hombres o a super-mujeres. Sin embargo, personas con desvíos de personalidad, deshumanizadas y poco identificadas con Jesús son ineptas para asumir el papel de maestros/as en la VR. Los resultados son desastrosos cuando no se toma en consideración este criterio en la elección de un maestro/a. El antitestimonio de un maestro/a deja marcas profundas en el corazón de los formandos/as. Pero sería también terrible si el maestro/a recurriese a la simulación para dar una falsa imagen de sí mismo. O si exigiese del formando/a lo que él mismo no cree ni practica. Si el principio “haga lo que yo digo, no haga lo que yo hago!” no vale para ningún cristiano/a, mucho menos, para quien tiene la responsabilidad de la formación en la VR. El Maestro Jesús fue en la dirección contraria: “Yo les di el ejemplo, para que hagan como yo hice” (Jn 13,15). De los maestros/as no se exige que sean perfectos. Y, sí, el esfuerzo sincero de progresar en la vida en el Espíritu, aún conscientes de estar lejos del ideal propuesto por el Maestro Jesús, al apuntar para la perfección misericordiosa del Padre (cf. Mt 5,48; Lc 6,36). Aunque en la VR se conserve la terminología “maestro” y “maestra” para todas las etapas de formación inicial, urge la necesidad de purificar la semántica de estos términos de toda connotación de superioridad, cuyo riesgo supone distanciar los formadores/as de los formandos/as. El Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 61 sentimiento correcto de un maestro/a es ser un hermano/a mayor que, habiendo alcanzado, con la fuerza del Espíritu Santo, un cierto grado de madurez humana y cristiana, y por haber asimilado los valores de la VR, se coloca a disposición de los hermanos/as en los pasos iniciales de su caminada en la VR. Esta humildad sincera despierta confianza y apertura, como también, disposición para dejarse ayudar. Alguien puede juzgar como perjudicial para la formación tal proximidad, porque el maestro/a correría el riesgo de “perder la autoridad” sobre los formandos/as. En la raíz de esta visión equivocada, puede estar el miedo de que los formandos/as descubran las fragilidades de sus formadores/as. Los maestros/as necesitan tener conciencia de que, también ellos, están en un proceso de formación permanente, y tienen por delante un largo camino por recorrer. La gracia de Dios y el tiempo transforman la flaqueza en fuerza y ayudan a las personas a superar sus limitaciones. Existen falsas actitudes que tienen que ser superadas por los maestros/as en el ejercicio de su función. Entre tantas otras, están: el culto de la personalidad –donde todo está referido a la persona del maestro/a a tal punto de no dar espacio para el desarrollo de la personalidad del formando/a; el paternalismo/maternalismo- el maestro/a tiene al formando/a como si fuese su hijo/a, muchas veces, como compensación de su complejo de paternidad/maternidad9; el ejemplarismo –el maestro/a se considera en la obligación, casi obsesiva, de dar “buen ejemplo” para sus formandos/as, como si, en el caso de no tener esta función, prefiriese actuar de forma diferente; el controlismo –se trata del control tan rígido que el maestro/a ejerce sobre la vida del formando/a, a tal punto de negarle cualquier espacio para la privacidad; el entrometimiento –es la actitud de quien, sin la menor formalidad y sin respeto para con el otro, se cree con derecho de investigar la vida del formando/a, considerándola como una extensión de sí mismo. A estas falsas posturas “activas” por parte de los maestros/as, se añaden las “pasivas”. Entre tantas posturas pasivas, existen: la inseguridad, cuyo resultado será hacer al formando/a dudar de la 9 Maestros/as de más edad pueden comportarse como abuelos/abuelas de los formandos/as. N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 62 JALDEMIR VITORIO, SJ. madurez psico-afectiva del formador/a y tender a dar poco valor a sus palabras y a su testimonio de vida; el miedo de enfrentar las situaciones difíciles, prefiriendo el camino de la omisión y de la fuga, dejando los formandos/as a la deriva; el complejo de inferioridad, muchas veces asociado a la inseguridad, puede llevar al formando a forjar una autoimagen alterada, muy superior a la realidad. Sin embargo, existen también posturas equivocadas de parte de los formandos/as, perjudiciales para quien pretende progresar en el discipulado cristiano. Entre otras, tenemos: la autonomía excluyente –el formando/a considera la presencia del maestro/a como una forma de intromisión innecesaria en su vida, considerándose capaz de caminar por sí mismo, sin depender de la ayuda ajena; las transferencias –el formando/a confunde el maestro/a con la figura paterna o materna, motivado por hechos negativos acaecidos en el inicio de la formación de la personalidad, pasando a odiar u hostilizar al formador/a sin razones objetivas; el igualitarismo –el formando/a se coloca en pie de igualdad con el maestro/a, para quien deben valer las mismas exigencias hechas a los formandos/as; la conciencia exacerbada de la privacidad personal y de sus derechos, a tal punto de considerar como intromisión inoportuna en su mundo cualquier abordaje efectuado por el maestro/a; la ilusión de ser ya un religioso/a formado, cuando todavía está en las etapas iniciales de la formación, actitud generada por la falta de humildad de colocarse en el camino, en un proceso, algunas veces, penoso y de resultados poco visibles; el espíritu de competición entre formandos/as para ver quien tiene el mejor desempeño en las tareas previstas, y, así, conquistar las alabanzas del maestro/a. A las falsas posturas “activas” se añaden las “pasivas”. Entre otras, tenemos: la dependencia excesiva del parecer, de la opinión, de la orden del maestro/a, cuya falta deja al formando/a bloqueado; el complejo de inferioridad –el formando/a se considera siempre imposibilitado de poner en práctica las propuestas de la congregación y las exigencias de la formación, por causa de sus deficiencias y limitaciones personales, y a valorarse como el último de los seres Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 63 humanos; el indiferentismo –el formando/a jamás toma posición, pues, para él da lo mismo que las cosas sean así o de otra manera, pero que requieren de evaluación, con la posibilidad de ser criticadas o rechazadas. El proceso de formación para el discipulado cristiano exige de los formadores/as y formandos/as tener una base humana y cristiana consistente de modo que puedan asimilar la propuesta de la VR y vivirla en sus variadas dimensiones. Es necesario superar toda suerte de posturas inconvenientes y dejarse trabajar, con disponibilidad y libertad, por el Espíritu, cuya acción acontece en las mediaciones humanas. Formadores/as y formandos/as son llamados a lanzarse en la aventura del Espíritu en su acción de impeler a los seres humanos para el camino perfecto del discipulado del Reino. 3. En el discipulado de Jesucristo, el único Maestro Mateo, pero también los demás evangelistas, subraya en la persona de Jesús la calidad de Maestro y orienta a sus lectores en el sentido de rechazar cualquier otro maestro fuera de él10. En la misma comunidad, nadie debe aceptar el título de maestro, pues uno sólo es el Maestro de la comunidad, cuyos miembros son todos hermanos y hermanas (cf. Mt 23,8). El evangelista pone a la comunidad en guardia contra el modelo de discipulado practicado en las escuelas rabínicas. Los maestros rabinos gozaban de gran autoridad y de la estima del pueblo11. Tenían un lugar sobresaliente en las reuniones sinagogales, ocupaban puestos de honra en los banquetes y tenían el derecho de usar trajes especiales (Mt “En la presentación de Mateo, Jesús es un judío practicante que, por palabras y ejemplo, enseña a los otros a observar la voluntad y la ley de Dios. Jesús habla como maestro competente... En sus frecuentes conflictos con otros maestros y autoridades, el Jesús de Mateo hace defensas más detalladas y sutiles de sus posiciones que en los otros evangelios” (A. J. SALDARINI, A comunidade judaico-crsitã de Mateus, São Paulo, Paulinas, 2000, p. 288). 11 ´Rabí´ era palabra honorífica que significaba ‘maestro’ o ‘sabio’, hasta cerca del 200 d. C., cuando evolucionó para un término técnico que designaba maestros del judaísmo rabínico. Pero, con la redacción del evangelio de Mateo, es posible que se haya iniciado el proceso de asociación de esta palabra con un grupo específico de líderes y literatos” (J. A. OVERMAN, Igreja e comunidade em crise –O evangelho segundo Mateus, São Paulo, Paulinas, 1999, p. 349). 10 N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 64 JALDEMIR VITORIO, SJ. 25,5b-7). Con esto, corrían el riesgo de considerarse superiores y por encima del común de los mortales. El orgullo y la soberbia los llevaron a sentirse señores de sus discípulos, generando relaciones interpersonales opresoras y humillantes12. Los discípulos eran contaminados por esta mentalidad, peligrosa tanto para maestros y discípulos13. Por tanto, la insistencia de Jesús, tiene su razón de ser. Si los cristianos se recusan a establecer entre sí un tipo de relación maestro-discípulo, conscientes de que solamente Jesús es el Maestro, entonces, todos se colocarán en pie-de-igualdad, en una relación discipular. De ahí resultan las relaciones fraternas e igualitarias en el interior de la comunidad cristiana, quedando las diferencias relegadas a los rasgos personales y a las tareas desempeñadas por cada uno. Esta constatación no impidió que, en la comunidad cristiana primitiva, hubiese personas encargadas de ejercer el ministerio de enseñanza, que era una especie de “escriba cristiano” (cf. Mt 13,52). En la comunidad de Mateo, estos son llamados de profetas (cf. Mt 7, 22; 10, 41)14. Sin duda, quien ingresaba en la comunidad pasaba por un proceso de catequesis (didaskalia), donde se profundizaba el núcleo de El discípulo debía “seguir sin cuestionar a un maestro reconocido y dispensarle la más alta honra posible. Había reglas precisas con relación a la conducta del grupo de discípulos, cuando caminaban con su maestro. (Por ejemplo, estaba descartada la posibilidad de que un discípulo camine al lado del maestro)” (W. F. ALBRIGHT – C. S. MANN, Matthew, New York, Doubleday & Co, 1982, p. 279). 13 “La profesión de rabino adquirió el prestigio más elevado entre todas las actividades religiosas y humanas entre los hebreos. También el discípulo del rabino participaba de la dignidad conferida por la ley a su maestro. Por consiguiente, un discípulo de la Torá era considerado superior a su padre, hasta al mismo sumo sacerdote, aún no siendo todavía instruido en la ley” (O. KNOCH, Uno il vostro maestro –Discepoli e seguaci nel Nuovo Testamento, Roma, Città Nuova Editrice, 1968, p. 15). 14 Para G. BARBAGLIO, los profetas “se caracterizaban por la perspicacia sobrenatural con que sabían captar los signos de los tiempos e indicar la voluntad de Dios en las circunstancias históricas” (“O evangelho de Mateus”, in VV. AA., Os evangelhos I, São Paulo, Loyola, 1990, p. 185). 12 Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 65 la fe aceptada. El mandato misionero recibido por los apóstoles implicaba la invitación a todas las naciones para convertirse en discípulas de Jesús (matheteusate –cf. Mt 28,16). La catequesis preparaba a los discípulos para ser apóstoles. Sin embargo, jamás perderían su condición inicial de discípulos del Señor Jesús, teniendo cuidado de no sustituir al Maestro Jesús por el hermano/a encargado de instruirlos. La función de instructor/a cristiano15 consistía en presentar a los nuevos discípulos/as, de forma íntegra, las coordenadas del Reino proclamadas por Jesús. El aprendizaje se daba en la contemplación de la vida del Maestro en cuanto referencial consumado de vida centrada en la voluntad de Dios y, por tanto, colocada al servicio de la humanidad16. El imperativo de Mt 11,29 –“Aprendan de mí, porque soy manso y humilde de corazón”- es un llamado de atención para el modo de proceder de Jesús, a quien el discípulo escogió para seguir17. El aprendizaje por el cual alguien se torna discípulo/a no se da por la asimilación de contenidos teóricos y raciocinios abstractos del instructor/a cristiano, sino por la consideración del ministerio de Jesús, en su doble vertiente de anunciador del Reino y realizador de gestos poderosos en favor de las multitudes abandonadas a su suerte (cf. Mt 4,23; 9,35). Jesús apunta para dos de sus cualidades, perceptibles en sus palabras y en sus acciones, que son virtudes para ser imitadas por sus discípulos: la mansedumbre y la humildad de corazón (cf. Mt 5,3.8). Estas virtudes no se aprenden con la fuerza de la argumentación, sino Usamos la expresión “instructor cristiano” para aludir a aquellas personas que, en la comunidad cristiana, tenían la función de educar a los hermanos/as en la fe, o sea, los catequistas y teólogos, como fue el caso del autor del evangelio. Con eso, aplicamos el vocablo “Maestro”, en el ámbito de la comunidad, solamente a Jesús. 16 Este es el sentido del texto de Is 53,4, citado en Mt 8,17, en el contexto de la presentación de Jesús como Mesías por obras (Mt 8-9). 17 El imperativo “aprendan” sería mejor traducirlo como “tórnense discípulos” (mathete). El sentido sería: tórnense mis discípulos, porque soy manso y humilde de corazón; o, tórnense mis discípulos, haciéndose mansos y humildes de corazón, como yo. En ambos casos, la vida de Jesús sirve de referencia práctica para el discipulado. 15 N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 66 JALDEMIR VITORIO, SJ. de la práctica. La actuación misionera de Jesús, Mesías e Hijo de Dios, es un ejemplo fulgurante de amor misericordioso y compasivo para con el prójimo, de solidaridad con los pobres de la tierra, de servicio gratuito y desinteresado a los desheredados de este mundo. El no se dejó contaminar por la arrogancia orgullosa de quien esclaviza a sus semejantes, convencido de su superioridad sobre los demás18. El mejor camino para aprender estas virtudes esenciales para el discípulo/a, consiste en contemplar la vida del Maestro Jesús. El instructor/a cristiano tendrá, a su vez, la obligación de mostrarse ejemplar en el esfuerzo por asimilar los valores que nortearon la vida de Jesús. Pero jamás se presentará como modelo para los discípulos de Jesús, de los cuales está encargado. Jesús mismo exhortó a los discípulos a “ser perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 10, 25; Lc 6,36). De esta forma, el instructor/a cristiano y los discípulos/as son convidados a mirar esta meta que, siendo inalcanzable, sirve de estímulo para dar siempre nuevos pasos en el camino de la perfección. El Maestro Jesús presentó la paridad de su vida y destino con la vida y destino de sus discípulos como objetivo a ser alcanzado19. Su principio era “basta que el discípulo sea como su maestro y el siervo como su señor” (Mt 10,25). En la sociedad, la expectativa de superar al maestro funciona como un incentivo para el discípulo. Esta superación, lejos de humillar al maestro, le es motivo de gloria. Por el contrario, en 18 El texto de Za 9,9, aplicado a Jesús, en el contexto de la entrada triunfal en Jerusalén, subraya su condición de Mesías humilde (cf. Mt 21,15). Jesús estableció la humildad como regla para la convivencia en la comunidad cristiana: “Quien se exalta, será humillado; y quien se humilla, será exaltado” (Mt 23,11). 19 “Se falsea la verdad evangélica cuando se pretende afirmar un polo (‘estar con él’) a costa de negar el otro (‘asumir su causa y su destino’ ) o lo contrario. Los dos polos son esenciales, y es indispensable sustentar la tensión que mantiene a ambos si se quiere vivir lo auténtico del seguimiento de Jesús” (J. LOIS, “Para una espiritualidad del seguimiento de Jesús”, Sal Terrae 74 (1986) 49). Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 67 el ámbito del discipulado cristiano, el discípulo jamás superará al maestro, ni se tornará maestro. El Maestro Jesús, en su condición de Hijo de Dios, vivió en plenitud la fidelidad y la obediencia al Padre, soportando toda clase de oprobio y humillación, de forma resoluta, hasta el límite de la muerte de cruz. En este sentido, basta al discípulo/a cristiano tenerlo como referencia en su disposición de entregarse, con fidelidad y obediencia, en las manos del Padre. Por tanto, cuanto más el discípulo cristiano, contempla al Maestro Jesús, procura seguirle los pasos y confía sin reservas en el Padre, tanto más estará en el buen camino. La tarea de su instructor/a consistirá en llevarlo a adherirse, siempre más, al modo de vida del Maestro Jesús, y así, su figura de instructor se relativizará delante del Maestro a quien el discípulo encuentra y al cual se adhiere con radicalidad siempre creciente20. El instructor/a tiene la tarea de presentar al discípulo/a cristiano la totalidad del evento Jesús, sin omitir ni privilegiar ningún aspecto21. La omisión o el privilegio, en este caso, serían gravemente perjudiciales para la opción a ser tomada por el discípulo, induciéndolo al error. La omisión más grave consiste en eliminar del evento Jesús: la cruz, el sufrimiento y los aspectos más exigentes de la ética del Reino, entre ellos, el amor a los enemigos (cf. Mt 5,43-47) y el perdón de todo corazón (cf. Mt 18, 21-22.25). El discípulo Pedro trató de convencer al Maestro para abolir de su horizonte el sufrimiento y la muerte. Y lo censuró cuando él dijo que “debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día” (Mt 16,21-22) 22. Con dureza, el Maestro lo llamó de Satanás. De hecho, si Jesús diera oídos a las palabras de Pedro, El testimonio de Juan Bautista, en el evangelio, va en esta línea: “Es preciso que él crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30). 21 “La comprensión completa es, para Mateo, un pré-requisito del discipulado y de la existencia cristiana” (J. A. OVERMAN, O evangelho de Mateus e o judaísmo formativo – O mundo social da comunidade de Mateus, São Paulo, Loyola, 1997, p. 131). 22 El verbo griego (epitimáo), en Mt 16,21, tiene el sentido fuerte de reprender, vituperar, indicando la pretensión del discípulo Pedro de colocarse delante y por encima del Maestro Jesús. De ahí la orden de Jesús –“Ponte detrás de mí” (húpage opíso mou)- para que Pedro mantenga en su verdadera condición de discípulo, sin pretender convertirse en maestro del Maestro. 20 N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 68 JALDEMIR VITORIO, SJ. acabaría desviándose del camino del Padre (cf. Mt 16,23) 23. Sin la cruz, el seguimiento queda vaciado de un elemento esencial. El Maestro Jesús relacionó de manera estrecha, seguimiento y cruz al afirmar: “Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38)24. O, también, “Si alguien me quiere seguir, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien pretende salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,24-25). El vocablo cruz tiene, para el discípulo/a cristiano, una semántica bien precisa. Consiste en colocarse en las manos del Padre y entregarse al servicio de su Reino con la disposición de soportar todas las consecuencias de ahí derivadas, inclusive la muerte violenta25. Quien es llevado a privilegiar aspectos del ministerio de Jesús, se limita a sus gestos poderosos –los milagros- y a su resurrección, fijándose en su divinidad en detrimento de su humanidad. Sin embargo, desligados de su vida concreta, los gestos poderosos y la resurrección se tornan vacíos y pierden su consistencia. Los gestos poderosos tendían a respaldar la enseñanza de Jesús al respecto del Reino. Por causa de los milagros, los enemigos lanzaron sospechas contra él, acusándolo de atribuirse poderes divinos (cf. Mt 9, 2-3; 26,65; Jn 5,18). A su vez, la resurrección asume su verdadero sentido cuando es pensada en conexión con la vida y la muerte de Jesús. Ella es la palabra definitiva del Padre, 23 Los relatos de las tentaciones, colocados al inicio del evangelio de Mateo y de Lucas sugieren al lector prestar atención para ver cómo Jesús fue víctima de continuas tentaciones durante su ministerio (cf. Mt 4, 1-11; Lc 3, 1-13). Marcos hace solamente una breve alusión a las tentaciones (cf. Mc 1,12-13). 24 Lc 14,27 formula, así, este versículo mateano: “Quien no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. “Parece que la versión más antigua y más original es la de Lucas. En esta versión se ve con más claridad que, en realidad, lo que Jesús presenta, con estas palabras, es una doble condición: para ser discípulo de Jesús, es necesario seguirlo; y para poder seguirlo, hay que cargar la cruz” (J. M. CASTILLO, El seguimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, 1986, p. 112). 25 Cf. J. M. CASTILLO, op. cit., pp. 109-113. Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 69 contra la injusticia infligida al Hijo. La cruz desemboca en la resurrección, pero la resurrección no elimina el escándalo de la cruz. Sólo cuando el discípulo/a conoce el evento Jesús en su totalidad, puede asumir la condición de apóstol/a y salir por el mundo para hacer discípulos de Jesús a todas las personas, sin distinción. Una lectura atenta del evangelio de Mateo nos lleva a percibir como, en Mt 10 –el discurso misionero-, los discípulos son constituidos como apóstoles, pero sólo ejercerán un efectivo apostolado después de la resurrección“Ide...” (Mt 28,19)26. Con esto, los apóstoles no correrían el riesgo de presentar a sus oyentes, posibles discípulos de Jesús, una propuesta fragmentada o mutilada del proyecto cristiano. Sólo después de haberse confrontado con la vida, muerte y la resurrección del Maestro, estarían en condiciones de colocarse en camino y proponer el mensaje cristiano a otras personas. En el proceso formativo de sus discípulos, el Maestro Jesús denunciaba una práctica común de cierta tendencia de fariseísmo: enseñar una cosa y hacer otra –“Hagan, pues, y observen todo lo que dicen a ustedes, pero no imiten sus actos, pues ellos dicen y no hacen” (Mt 23,3). Esta dicotomía entre palabra y acción, enseñar y hacer, teoría y práctica es incompatible con la pedagogía cristiana. ¡Es la hipocresía!. Los instructores cristianos eran, por tanto, alertados contra esta práctica despreciable de la conducta de ciertos rabinos en el ámbito de la sinagoga, porque podía contaminar el ejercicio del magisterio en la comunidad cristiana. De ahí la advertencia: “¡Cuidado! Guárdense del fermento de los fariseos y de los saduceos” (Mt 16,6; cf. 16,11-12). El evangelio llama de “falsos profetas” a los instructores/as cristianos hipócritas (Mt 27,15; 24,11.24). La comunidad fue alertada para evitarlos y no caer en la emboscada preparada por ellos. Su enseñaza corrompida llevaría a los discípulos/as bien intencionados a desviarse de la propuesta auténtica del Maestro Jesús y a seguir un 26 Mateo omite el pasaje de los evangelios sinópticos relativos a la ejecución de la misión por parte de los discípulos (cf. Mc 6,12; Lc 9,6). Omite, también, el envío de los 72, relatado por Lc 10,1-20, y Mc 9,49-50 donde se alude a la acción misionera de un desconocido que actuaba en nombre de Jesús, aún sin pertenecer al grupo de los discípulos (cf. Mt 12,30). N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 70 JALDEMIR VITORIO, SJ. 27 camino, cuyo resultado sería la perdición . Será auténtico instructor/a cristiano quien desarrolle una ética depurada, cuyos principios son los mismos que vertebraron la existencia de Jesús y lo llevaron a radicalizar su fidelidad al Padre. De esta manera, el modo de proceder del instructor/a servirá también de inspiración para aquellos a quienes sirve de guía en el proceso del discipulado cristiano/a. Aplicadas a la VR, estas reflexiones enseñan a los maestros/as a no pretender ocupar el lugar que corresponde únicamente a Jesús. La relación evangélica con los formandos/as se articula alrededor de la fraternidad-sororidad 28. Cuando sucede fuera de estos límites será abusivo y anti-evangélico. Tanto los maestros/as cuanto los formandos/as, son en último análisis, discípulos del único Maestro, Jesucristo. Les compete ayudar a sus formandos/as a ser discípulos siempre más fieles 29. Sin duda, se exige de los maestros/as haber hecho una caminada y progresado en el seguimiento de Jesús. En este sentido, los maestros/as y formandos/as no pueden estar en el mismo nivel. Los años de vivencia en la VR son un tiempo favorable para progresar en la asimilación del ethos cristiano. De un profeso/a, con muchos años de VR, por ejemplo, se espera que Mt 24,11.24: “Surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos... Se levantarán falsos cristos y falsos profetas y practicarán grandes señales y prodigios, para engañar, si fuera posible, hasta los mismos elegidos”. El engaño consistiría en llevarlos a elegir la puerta ancha y evitar la puerta estrecha “que lleva a la vida” (Mt 7,13-14). “Es probable que la advertencia contra los falsos profetas sea una advertencia contra los falsos maestros” ( A. J. SALDARINI, op. cit. p. 178). 28 El extraño vocablo “sororidad”, del latín “soror” (hermana), es usado en conexión con el vocablo “fraternidad”, del latín “frater” (hermano), para subrayar la dimensión masculina y femenina de las relaciones interpersonales en la VR. 29 Carlos Mesters esbozó, con su peculiar claridad y precisión, los grandes rasgos de Jesús, en su condición de maestro, en “Jesús Formador” (Convergência 35 (2000/nº 335) 396-412). B. CHEVALLEY también trató de este tema, de forma sistemática, en La pédagogie de Jésus - “Mettez-vous à mon école” (Matthieu 11,29), Paris, Desclée, 1992. 27 Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 71 haya alcanzado un grado mayor de madurez con respecto a un junior/a. ¡Esta debe ser la dinámica normal! Para eso existen varias etapas del proceso formativo de la VR: aspirantado, postulantado, noviciado, juniorado, profesión perpetua y el sucesivo proceso de formación permanente; cada una con metas específicas en términos de madurez. Sin embargo, un joven novicio/a puede haber alcanzado un grado de madurez espiritual superior al de su maestro/a. ¡Son los misterios de la Gracia! El proceso formativo es continuo. Si el maestro/a pretende inculcar un valor no practicado por él mismo, o no considerado como auténtico valor, su pedagogía está condenada al fracaso. Cada paso de la formación en la VR supone una profundización progresiva y efectiva en el modo de proceder del Reino y en la vivencia de sus valores. 4. Desafíos del discipulado cristiano en la VR Los tiempos actuales presentan desafíos bien precisos con respecto la formación para el discipulado cristiano en la VR. Para enfrentarlos será necesario remitirse a Jesús, a su vida y a su destino. Siguiendo el camino abierto por él y practicando sus enseñanzas, los religiosos/as podrán efectivizar, con originalidad, su condición de “sal de la tierra”, de “luz del mundo” y “fermento en la masa”, a la cual todo discípulo/a está llamado (cf. Mt 5,13-16;13,33). 30 De entre los muchos desafíos, podemos caracterizar los siguientes: La recuperación de la experiencia de Dios Trinidad, misterio de comunión30. Jesús nos reveló el rostro de Dios Trinidad, en su misterio de comunión, como un verdadero ideal de vida para la humanidad. El se recusó a legitimar las imágenes de Dios propagadas por las corrientes religiosas de su tiempo, y enseñó a los discípulos a hacer lo mismo. Aunque recordando los grandes hechos de Dios en favor de su pueblo, los teólogos transmitían la imagen de un Dios legalista, incapaz de perdonar y siempre preparado para castigar a los considerados transgresores de la ley (cf. Mt C. MACCISE repensó las varias dimensiones de la VR, a la luz del Dios Trinidad, teniendo como referencia a la Declaración Post-Sinodal Vita Consecrata, en “A Vida Religiosa à luz do misterio trinitario”, in VV. AA., Fidelidade Criativa – Um apelo à vida consagrada, Rio de Janeiro-São Paulo, CRB-Ed. Loyola, 1997, pp. 47-56. N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 72 JALDEMIR VITORIO, SJ. 12,9-14); un Dios cuyas leyes podían ser burladas con interpretaciones interesadas (cf. Mt 15,3-6); un Dios sin entrañas de misericordia con quien erraba (cf. Mt 9,11-13); un Dios indispuesto para cerrar los ojos ante las fallas de los seres humanos (cf. Lc 7,36-50). Jesús fue mucho más allá de este tipo de religión; pues, el Padre en cuyas manos entregó la vida, no se encuadraba en este esquema teológico. Por eso, se mantuvo distante de las enseñanzas de las escuelas teológicas, recusándose a identificarse con alguna de ellas. Las exigencias del Padre no cabían en los límites mezquinos de las exégesis de los maestros de la Ley. Estas, al mismo tiempo, poco servían para ayudar a Jesús a radicalizar la voluntad de Dios. De ahí su recusa a dejarse inmovilizar por tales esquemas, y la instrucción a sus discípulos para que hagan lo mismo. El Padre lo hacía libre para la creatividad, para el descubrimiento de nuevas formas de agradarle, sin necesidad de apelar a la tradición. La VR, en el proceso del discipulado, tiene la urgente tarea de confrontarse con el “rostro” de Dios, revelado por Jesús, desfigurado de muchas formas por prácticas in compatibles con el designio divino. Pero no se trata de una recuperación por medio de consideraciones teóricas. Será más bien, por el amor misericordioso con los pobres y marginados que los religiosos/as revelarán al mundo el Dios de Jesucristo, a quien se confiaron. El aprendizaje de la recusa resoluta a los ídolos de la muerte, del mal y del pecado31. El corazón de Jesús estuvo inmune de todo tipo de idolatría, comenzando por la idolatría del propio yo – la egolatría. Su clara disposición de rechazo al pecado ya aparece en el relato de las tentaciones, donde Satanás insiste en llevarlo a romper con el Padre y a centrar su vida en el tener, en el poder, en el ser (cf. Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). 31 V. I. BOMBONATO, comentando el documento post-sinodal Vita Consecrata, percibió como la fe en el Dios Trinidad constituye una alerta contra toda clase de idolatría. “La insistencia en relación a la raíz trinitaria del seguimiento de Jesús en la vida consagrada...es una invitación a una seria reflexión sobre sus consecuencias para nuestra vida y misión en una realidad dominada por fuertes atracciones a innumerables dioses y por la constante tentación de la idolatría” (“Seguimiento de Jesus – Reflexão a partir da Exortação Apostólica Pós-Sinodal A Vida Consagrada”, Convergência 31 (1996/nº 298) 596). Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 73 Por el contrario, su vida fue un constante “hacer el bien”. Este fue el argumento de las primeras comunidades cristianas al fundamentar el anuncio de la resurrección, apelando para la vida irreprensible de Jesús –“El pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Al resucitar a los muertos, Jesús se enfrentaba con la muerte, para liberar de su tiranía al ser humano (cf. Mt 8,40-41. 49-56). Al curar a los poseídos por espíritus impuros, tomaba partido en favor del ser humano, no permitiendo que permanezca cautivo de las fuerzas del mal (Mt 5,24; 9,32-33). El religioso/a, en el seguimiento de Jesús, estará igualmente dispuesto para enfrentarse a las fuerzas de la muerte y del pecado, comenzando por dentro de su comunidad y de su congregación, prolongando siempre más el ámbito de su acción liberadora. El religioso/a una vez hecho discípulo jamás se cruzará de brazos ante situaciones que exigen actuar inmediatamente. Hará todo lo posible para que el Reino tenga, realmente, primacía en la historia humana. La conservación de la libertad en un ambiente consumista, hedonista y egoísta, a través del rechazo a los factores de alienación y de esclavitud. Jesús colocaba los bienes de este mundo al servicio de su misión. Relativizaba hasta las tradiciones más sagradas y se negaba a transformarlas en absoluto. El dinero tenía su valor debido, a fin de que no se convierta en un competidor de Dios. El compartirlo con los pobres era un imperativo (cf. Jn 13, 29). En lo tocante a la posesión de bienes, Jesús era intransigente con los discípulos (cf. Mt 19, 21: “Anda, vende todo lo que tienes, y dáselo a los pobres”; 19,27: “Y nosotros que lo hemos dejado todo...”?). Su anhelo consistía en establecer una igualdad económica entre sus seguidores. Por eso, había una bolsa común para la subsistencia de la comunidad itinerante (cf. Jn 12,6). Enseñaba a sus discípulos a no tener preocupaciones excesivas por comida y bebida sino, más bien, a centrar sus corazones en la búsqueda del Reino y su justicia (cf. Mt 6,19-21.25-34). La Ley tampoco era un absoluto en su vida, pues prescindía de ella cuando se trataba de hacer el bien (cf. Mt 12,1-14). Lo mismo sucedía con las tradiciones. Cuando Jesús percibía que se trataba de legalismo vacío, no insistía a sus discípulos a someterse a ellas (cf. Mt 15,1-11). El religioso/a no puede deducir de las enseñazas de Jesús: la anarquía y la relajación. La libertad del cristiano/a se funda en la disposición de hacer, siempre y en todo, la voluntad de Dios, colocándola, en primer lugar, en defensa de la vida y de la dignidad humana. Este principio rige la actuación del religioso/a, aún delante de las instituciones más venerables de la congregación y de la Iglesia. Ellas no pueden N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 74 JALDEMIR VITORIO, SJ. tornarse un impedimento para la realización de la voluntad de Dios. Antes bien, son útiles en cuanto mediaciones de aquel objetivo. La asunción de la causa de los excluidos y marginados, en solidaridad con las víctimas del sistema deshumanizador instaurado en nuestra historia. La centralidad del Reino en la vida de Jesús, lo tornaba solidario con los marginados tanto por la estructura social cuanto por la estructura religiosa; ellos eran víctimas de los prejuicios, persecuciones y desprecio. Desarrolló una sensibilidad especial hacia los pobres, los enfermos, los niños, las mujeres, los extranjeros, las personas de mala fama, los pecadores, en fin, con todos los deshumanizados de su tiempo. Buscaba la convivencia con estas categorías sociales, siendo para ellas un signo de la misericordia divina. Su misión no consistía en dedicarse a los santos y justos, sino a los enfermos y pecadores, sin temor a la malevolencia de sus adversarios (cf. Mt 9.10-13). El discipulado, en la VR, llevará a los religiosos/as a buscar la compañía de los desheredados de este mundo. Existe algo anormal cuando la preferencia de los religiosos/as recae sobre los ricos y poderosos. La historia ha demostrado que, cuanto más las congregaciones acumulan bienes y se tornan poseedoras de un gran patrimonio, tanto más los empobrecidos dejan de ser privilegiados por sus miembros. Este tipo de actitud corresponde a una negación tácita de la condición de discípulo/a. Todo en la vida de ellos será hipocresía y exterioridad. La educación para el diálogo fiel, respetuoso y tolerante, en contraste con el fanatismo y la intransigencia. En la sociedad de Jesús, había tendencias religiosas fanáticas e intolerantes, con las cuales se confrontó. El las combatía no por el contenido de su predicación, sino por sus consecuencias doctrinales para los pobres y los pequeñitos, que eran las primeras víctimas de la intolerancia. En ningún momento, el Maestro predicó la violencia contra sus adversarios, ni usó artimañas para atacarlos por sorpresa. Predicaba, más bien, el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores, como medio de combatir la violencia desde su propia raíz (cf. Mt 5,43-47). Incluso, la cólera y la ofensa verbal, debían evitarse en el trato con el prójimo (cf. Mt 5,21-26; 1Ts 5,15). Aún, siendo víctima de la malevolencia de Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 75 sus opositores, jamás respondió con lo mismo. Encaró de frente el fanatismo intransigente, recusándose a responder al mal con el mal y a la injuria con la injuria (cf. Mt 5,38-43). La vida comunitaria ofrece a los religiosos un excelente espacio para el diálogo, el respeto y la tolerancia, lo cual, debe comenzar por los hermanos de comunidad. Es el espacio privilegiado para ejercitarse en la superación de la intolerancia y de la intransigencia, teniendo como objetivo la misión. No sólo el ecumenismo y el diálogo interreligioso exigen esta postura del religioso/a, discípulo/a del Señor, sino también el contexto intra-eclesial y las instituciones donde actúa. El saber esperar contra toda esperanza, manteniendo viva la llama de la utopía. La vida le enseñó al Maestro Jesús “a esperar más allá de toda esperanza” (Rm 4,18). Con el pasar del tiempo, el horizonte de su misión se tornaba cada vez más sombrío. Su predicación no tocaba el corazón de los “señores” del sistema religioso y político. Aunque su predicación llegase a producir pequeños indicios de implantación del Reino; sin embargo, desde una visión más global, era evidente que la raíz de la situación pervertida permanecía intocable. Mas, su lectura de los hechos en la perspectiva del Padre, le permitía superar los horizontes de la historia y mantener encendida en su corazón la esperanza de que, algún día, toda la historia será transformada por el fermento del Reino (cf. Mt 13,31-33). Esta esperanza utópica lo impulsaba a seguir adelante, sin perder el ánimo a pesar de los fracasos. Un rasgo del discípulo/a del Reino y, por consiguiente, del religioso/a es la capacidad de ampliar los horizontes, a tal punto que el fracaso y las frustraciones no determinen su acción32. Ellos saben conservar la llama de la utopía cristiana en medio de los reveses, porque reconocen al Padre como garante de sus vidas y de su fidelidad. 32 El redescubrimiento del profetismo en su mejor expresión. El ministerio de Jesús Maestro se situaba en la perspectiva del movimiento profético, que tuvo su máxima expresión cuando brillaron personajes de la talla de Elías, Isaías, Jeremías, Amós, Miqueas. Su mística, centrada en la comunión con el Padre y en la resolución de Cf. J. VITÓRIO, A coragem de fracassar – A Vida Religiosa aprende com as parábolas evangélicas. Rio de Janeiro: CRB, 1998 (Cadernos da CRB 24). N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 76 JALDEMIR VITORIO, SJ. hacer en todo la voluntad de Dios, su denuncia valiente contra la injusticia y la perversión religiosa, sus gestos cargados de simbolismo, su disposición de hacer prevalecer la voluntad del Padre, estaban en perfecta correlación con la historia de los profetas del pasado. El Jesús Maestro era, bajo todos los aspectos, un Maestro profeta. El pueblo lo reconocía como tal (cf. Mt 14,5; 21,11.46). Su enseñanza tenía por objetivo hacer que sus discípulos se tornen profetas como él. Un discípulo/a acomodado y pasivo, sea religioso/a o no, es indigno de Jesús Maestro33. La vertiente profética de la VR se hace patente en el actuar de los religiosos/as, cuando se levantan contra la injusticia y se colocan al servicio de los pequeñitos e indefensos. Este espacio de la vivencia del discipulado se amplía a medida que la injusticia y sus secuelas de exclusión social, de violencia y muerte, de forma virulenta, contaminan cada vez más el tejido social. El desafío consiste, a ejemplo de Jesús, en no dejarse intimidar por las proporciones asombrosas de la injusticia y por los agentes de la opresión. La preparación para confrontarse con la cruz y el fracaso, vividos en la perspectiva de la resurrección. En la existencia del Maestro Jesús: la vida, muerte y resurrección estuvieron en perfecta compatibilidad. Esta perspectiva global nos ofrece la clave para interpretar su ministerio y su destino trágico, así como también, el ministerio y el destino trágico de sus discípulos/as34. Por un lado, 33 “La vida religiosa es profecía existencial, en que la vida personal y comunitaria se convierte en símbolo de la utopía del Reino, en parábola viva del seguimiento de Jesús en nuestra historia, en un capítulo de la cristología práctica... El peligro constante de la vida religiosa, a lo largo de la historia, es la pérdida de su dimensión profética, el acomodo de su utopía en resignación mediocre de la realidad, la peligrosa reducción de la fuerza escatológica a la normalidad, la domesticación de la profecía al servicio meramente utilitario” (V. CODINA, Seguir Jesús hoje – Da modernidade à solidariedade. São Paulo, Paulinas, 1993, pp. 227-229). 34 D. BONHOEFFER formula, de manera radical, este recorrido existencial: “Así como el Cristo es solamente Cristo cuando sufre y es rechazado, así también el discípulo Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 77 el telón de fondo del evento Jesús es el amor misericordioso del Padre, cuya decisión es abrir para la humanidad las puertas de la salvación, cerradas por el pecado; por otro lado, está la firme decisión de Jesús de hacerse en todo obediente al Padre, entregándose sin reservas en sus manos. La confrontación con el fracaso adquirió, en su vida, una perspectiva muy distinta, por llevarlo a creer que, más allá de lo trágico de su existencia, concluida con la muerte insensata y reservada para los malditos-blasfemos, existe la certeza de que el Padre no dejará caer en el vacío la entrega sincera e irrevocable de su vida. Hablar de la cruz, omitiendo la resurrección, o hablar de la resurrección, omitiendo la cruz será siempre una traición de la propuesta de Jesús. La actitud correcta consiste en incluir ambas en una misma dinámica, cuyo desenlace favorable está garantizado por el Padre. En el ejercicio de la misión, la cruz “cristiana” aparece de varias formas en la vida del discípulo/a y de los religiosos/as. La cruz comienza con el fracaso de determinados proyectos pastorales, en los cuales el discípulo/a se empeñó con sinceridad, y posiblemente hasta el martirio, donde la fidelidad al Padre exige despojarse de la propia vida. El martirio no puede ser abolido, por lo menos como posibilidad, en la vida del discípulo/a que desea mantenerse fiel a las exigencias del Reino. 5. Frutos del discipulado en la vivencia de la VR El esfuerzo por vivir con autenticidad el discipulado cristiano repercutirá en todos los ámbitos de la vida religiosa. Son repercusiones prácticas que hacen más evangélico y saludable el modo de vida de los religiosos/as. La vivencia del Evangelio en su integridad. La VR surgió del esfuerzo de los fundadores por ser fieles a las exigencias de Jesús y del evangelio. Sin embargo, en el devenir de la historia, no faltaron momentos de infidelidad. El discipulado cristiano en la VR nos lleva a descubrir “el evangelio sin glosas” en las huellas de Francisco de Asís. Aún reconociendo cuánto nos falta para una práctica radical y auténtica de solamente es discípulo cuando sufre y es rechazado, y crucificado con Cristo. El discipulado como comunión con la persona de Cristo, coloca al discípulo bajo la ley de Cristo, es decir, bajo la cruz” (Discipulado, São Leopoldo, Ed. Sinodal, 1980, p. 43). N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 78 JALDEMIR VITORIO, SJ. 35 las exigencias del Reino, anunciado por Jesús, tendremos conciencia de nuestra búsqueda sincera, sin dar margen para las ambigüedades y distorsiones. Entonces, el religioso/a buscará ser honesto con Dios, así como lo fue el Maestro Jesús. Solamente, así, su vida será transparencia del Misterio al cual es llamado a testimoniar. La vivencia de la pobreza. En el origen de la VR, estaba una experiencia del Absoluto, en quien se centra la vida del religioso/a. La práctica de la pobreza era fundamental para la credibilidad de este género de vida. Poco a poco, las órdenes y congregaciones fueron acumulando bienes, hasta convertirse en verdaderas potencias económicas, capaces de dar seguridad a sus miembros, llevándolos a apartarse de los pobres, y haciéndolos gerentes de grandes propiedades, aún con el temor de perderlas35. Hablando sin tapujos, la ruptura con la pobreza hizo de religiosos/as y de congregaciones enteras verdaderos centros de idolatría; donde se adora a un dios incapaz de cuestionarlos y hacerlos solidarios con los excluidos de este mundo, y de hacerlos superar el miedo de perder el usufructo de las ventajas propiciadas por la riqueza acumulada. El discipulado cristiano, por tanto, llevará al religioso/a a mantenerse en constante alerta, para que su corazón no busque seguridad en realidades efímeras (cf. Mt 6,19-20), es decir, en sentirse seguro fuera de Dios. La vivencia de la castidad. El discipulado cristiano ayuda al religioso/a a descubrir, en contraste con el libertinaje degradante, el sentido evangélico de la corporeidad y de la sexualidad. Estamos todavía bien próximos del tiempo, cuando en la VR, se cultivaba la sospecha y la desvalorización del cuerpo y de la sexualidad. Todo se veía bajo el prisma de lo prohibido, del pecado, del castigo de Dios. En la dinámica de superación de esta postura maniqueísta, se cae no pocas veces en el otro extremo: donde se permite todo, negándose a establecer límites respecto al uso del cuerpo y a la expresión de la sexualidad. ¡Es el imperio de la permisividad! El resultado de esta degeneración es la cosificación del cuerpo humano y de la sexualidad. Es un factor de degradación y de deshumanización. El Maestro ya había alertado a los discípulos con respecto a este apego, al afirmar: “Donde está tu tesoro, ahí está también tu corazón” (Mt 6,21; cf. Lc 12,20). Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 79 El discípulo/a considera la corporeidad y la sexualidad, bajo el telón de fondo de las exigencias del Reino, es decir, como bien, posibilidad, capacidad. En definitiva, como un don. En el caso de la VR, se trata de pensar las estructuras esenciales de este estado de vida como mediaciones para una vivencia siempre más plena del amor oblativo, donde toda la persona se coloca al servicio del otro, especialmente de los pequeños y marginados. La vida comunitaria se convierte en espacio de compartir, de vivencia del ágape cristiano y de restauración de las fuerzas físicas en función de un, cada vez más radical, servicio al Reino. Esta ayuda mutua mantiene vivo el ideal y la disposición para servir. La vivencia de la obediencia. El discipulado cristiano posibilita a los religiosos/as pensar la obediencia más allá del autoritarismo, de los clasismos y de las jerarquías. En el evangelio, Jesús desarticula los esquemas mundanos al declarar mayor, quien es menor; grande, quien se hace pequeño; estar en primer lugar, quien ocupa el último lugar; señor, quien elige hacerse siervo (cf. Mt 18,4; Mc10,43-44; Lc 9, 48b; 22,24-27). Urge tomar en cuenta esta inversión evangélica de valores en la vivencia de la obediencia religiosa. La conciencia de ser todos hermanos/as posibilita la vivencia del voto en términos de búsqueda común de la voluntad del Señor del Reino, en la sumisión exclusiva al querer divino. En una lectura espiritual, el superior/a se torna mediación del querer divino, en este proceso de adecuación del querer personal con la voluntad de Dios. La misión confiada al hermano/a, al final de un proceso de discernimiento, será resultado de un esfuerzo sincero de desprendimiento de los proyectos e intereses personales, cuando no, de las pasiones desordenadas del superior/a. Esta purificación de las motivaciones se hace tanto más necesaria cuanto más se es tentado a actuar movido por los impulsos, tanto de quien confiere la misión (el superior/a), como de quien la recibe (el religioso/a). El testimonio perfecto de obediencia de Jesús al querer del Padre, tantas veces subrayado en los evangelios, sirve de inspiración para quien obedece (cf. Jn 4,34; 5,30; 6,38). Además, la actitud de quien confiere la misión deberá reflejarse en la actitud del Padre al enviar a su Hijo con la misión de salvar el mundo (cf. Jn 5,37; 6,44; 7,28). La vivencia de la comunión eclesial y de la misión. El discipulado del Reino posibilitará al religioso/a una comprensión nueva de la eclesialidad de su vocación y de su misión. El servicio a la Iglesia y en la Iglesia no será un puro y simple servicio a N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia 80 JALDEMIR VITORIO, SJ. una institución. Y, sí, como mediación y expresión de servicio al Reino. El Reino tiene primacía sobre la institución eclesial; esto le permite al religioso/a tomar distancia crítica con respecto a lo que, en la Iglesia, está en desacuerdo con las exigencias del Reino. Por otro lado, lo impulsa a esforzarse por conformar, cada vez más, la institución con los valores del Reino. Esta libertad jamás será expresión de un espíritu anárquico o de laxitud con relación a los valores reconocidos por la tradición. Tendrá, más bien, la misma connotación de la libertad de Jesús, proveniente de su arraigo en el Padre. La vivencia de la vida comunitaria. La vida comunitaria, como expresión del discipulado del Reino, superará la monotonía de la ejecución mecánica de normas preestablecidas y la difícil convivencia con los hermanos/as, con quienes no conseguimos entendernos. Ella consistirá en la búsqueda del amor fraterno-sororal, fundado en el perdón reconciliador, en la amistad constructiva, en la ayuda mutua, en el compartir la vida y la misión, en la confianza recíproca. Este será el fruto de la adoración del verdadero Dios —el Dios Trinidad—, revelado por Jesucristo. La fe lleva a reforzar los lazos de la vida comunitaria y a establecer un régimen de comunión, en el respeto y la solidaridad, entre los miembros de la comunidad, teniendo la Trinidad como modelo referencial y consumado. Muchas corrupciones de la vida comunitaria derivan de las falsas imágenes de Dios adoradas por los religiosos/as. Así, la refundación de la vida comunitaria partirá de una reforma en el nivel de la fe. Quien hace la experiencia del Dios Trinidad jamás se recusará a vivir en comunión y a compartir la vida con sus hermanos/as. Jesús vivió así y enseñó a sus discípulos a imitarlo. En el ministerio de Jesús, el gesto del lavatorio de los pies apunta para la disposición de quien tiene el liderazgo en la comunidad cristiana y, a fortiori, en la comunidad religiosa, pero también entre los miembros de la comunidad. “Ustedes me llaman el Maestro y el Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan lo mismo como yo he hecho con ustedes” (Jn 13,13-15). Esta mística de amor y de comunión Revista Diakonia N° 103 Septiembre 2002 EL PROCESO FORMATIVO PARA EL DISCIPULADO CRISTIANO EN LA VIDA RELIGIOSA 81 servicial tiene su origen en el Dios Trinidad que, en Jesucristo, se inclina totalmente a salvar la humanidad. A modo de conclusión El mundo de la ciencia y de la tecnología, en acelerado proceso de evolución, el sistema neoliberal y la idolatría del mercado, la preocupación con la ecología, las diferentes formas de dar sentido a la existencia humana y tantas otras cuestiones a la orden del día en el mundo moderno, necesitan encontrar una respuesta adecuada por parte de los discípulos/as del Reino, entre ellos, los religiosos/as. Las posturas extremas merecen ser evitadas. En un extremo, se sitúa el entusiasmo ingenuo e indiscreto: el religioso/a, en nombre de la modernidad, se apropia de todo cuanto el mercado ofrece, sin pasar por la criba de la crítica evangélica. En el otro extremo, se encuentra la postura retrógrada y anacrónica de quien supervaloriza la tradición y el pasado, resistiéndose a percibir las posibilidades insospechas y puestas por el mundo moderno a su disposición, las cuales pueden ser colocadas al servicio del Reino. La recomendación del Apóstol Pablo a la comunidad de Tesalónica se hace oportuna, para la vivencia del discipulado cristiano en el contexto actual: “Experimentar todo con discernimiento y conservar lo que es bueno” (1 Ts 5,21). Lo “bueno” (kalós) para el discípulo/a corresponderá a lo que más ayuda para que el Reino de Dios acontezca en la historia humana. Definitivamente, ¡este es su máximo deseo! Tradujo del portugués, P. Dionisio Alberca G., C.PP.S. N° 103 Septiembre 2002 Revista Diakonia