Vida Religiosa proceso formativo (Jaldimir)

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El proceso format ivo para el
d iscipulado crist iano en la vida
rel igiosa
Jaldemir Vitorio, SJ.
Introducción
La opción por la Vida Religiosa (VR) es una forma específica de
seguimiento de Jesús. Es una entre las muchas formas posibles de
realizar el discipulado cristiano. Todos sus componentes estructurales y
organizacionales están orientados para este objetivo. Y sólo tienen valor
si hacen desenvolver en el corazón del religioso/a su condición de
discípulo/a de Jesús. Este deseo de seguir al Señor, con generosidad y
abnegación, es el signo distintivo de una opción bien fundada por la VR.
Sin embargo, este horizonte fundamental de la VR es desvirtuado por
un sinnúmero de estructuras, normas, prácticas y tradiciones. Muchas veces,
los religiosos/as parecen estar al servicio de instituciones y de obras,
dejando en segundo plano la persona de Jesús y las exigencias de su
seguimiento. Esta práctica desacredita a la VR y la hace perder el vigor
evangélico de “sal de la tierra” y “luz del mundo”. La refundación exige el
retorno a este tema que está en el origen de la VR y atraviesa toda su
historia. Si olvidamos o no le damos la debida importancia, corremos el
riesgo de colocar la VR en el sentido opuesto a su razón de ser.

Teólogo Jesuita brasileño.
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Mostraremos como todo el proceso formativo de la VR se debería orientar
para el discipulado cristiano. El primer paso consiste en situar la opción por
la VR en un vasto proceso, cuyos orígenes se remontan a lo humanum, en
cuanto tal. El segundo paso trata sobre la figura del maestro/a y su misión de
ayudar a hacer una auténtica experiencia del discipulado cristiano a quien da
los primeros pasos en la VR1. El tercer paso está centrado en la persona de
Jesús, nuestro único Maestro. Es importante que los religiosos/as se
ubiquen en la escuela de Jesús y aprendan con él. El cuarto paso explicita
las exigencias con las cuales los religiosos/as se confrontan, hoy, en su
anhelo de vivir su condición de discípulos/as. El quinto paso hace un elenco
de los frutos de la vivencia auténtica del discipulado, benéficos para los
diferentes ámbitos de la VR. Esta reflexión tiene el propósito de señalar
caminos de arraigo de nuestra vida de religiosos/as en la mística evangélica,
con todas sus consecuencias en términos de presencia solidaria junto con
los pobres y de compromiso de transformación social, en vistas del reino.
1. La VR como proyecto de vivencia del discipulado cristiano
La VR se articula como dinámica existencial-espiritual, con etapas bien
marcadas. Poco a poco, se van alcanzando metas de madurez, con
peldaños más elevados. El nivel alcanzado en una etapa se torna prerequisito para el paso siguiente2. Esta dinámica está inserta en un ámbito
mucho más amplio –algunas veces, llamado de proceso vocacionalarticulado en tres dimensiones3. También aquí, las dimensiones se
1
Evidentemente, existen, en la VR, muchas otras instancias –mediaciones- de formación para
el discipulado cristiano: el compromiso pastoral junto a los pobres y marginados, el testimonio
de vida de los hermanos/as, la historia de los fundadores/as, la práctica de la corrección
fraterna, la vida sacramental, la lectio divina etc.
2
No es posible determinar, aquí, las expresiones más mínimas de madurez a ser alcanzadas
en cada etapa de la formación. Sin embargo, las congregaciones, considerando su carisma,
su espiritualidad y su misión en la Iglesia, tienen condiciones de catalogar los signos
exteriores de asimilación del contenido formativo, transmitido en cada etapa.
La designación “proceso vocacional” proviene de la antropología subyacente, que
considera al ser humano en continuo diálogo con Dios, en el acto de llamarlo a la
existencia, a la fe cristiana y a la VR.
3
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implican mutuamente: cada nuevo llamado supone la obtención de un
grado suficiente de madurez en la vocación anterior4.
a) La dimensión humana es lo fundamental. En ella, la persona
integra los componentes sociales, psicológicos, afectivos, sexuales,
morales, religiosos, intelectuales etc. de su personalidad, y supera la
fragmentación, los reduccionismos y el vacío existencial. La persona
humana necesita ser enseñada, desde su tierna infancia, a respetar al
prójimo, a controlar sus impulsos y afectos, a efectuar distinciones éticomorales, a elaborar una escala de valores donde la verdad, la honradez,
la urbanidad, el sentido del derecho y de la justicia, y que las virtudes
afines tengan primacía. En esta dimensión se aprende el sentido de lo
sagrado y de la trascendencia, y se desarrolla las aptitudes para el arte,
el saber y la cultura. Estos son valores transmitidos, en primer lugar, en
la convivencia familiar y en el ambiente social. Aun descartando el
determinismo social rígido –según el cual una persona nacida de una
buena familia será un excelente ciudadano; por el contrario, quien crece en
un ambiente de pobreza y de violencia está destinado a tornarse un
marginal-, es necesario reconocer la importancia de la familia y del
ambiente en el proceso de humanización de los individuos.
b) La dimensión cristiana consiste en la vivencia de lo humanum
según el proyecto de Jesús, el Hijo de Dios (cf. Mt 16,16). Al adherirse a
Jesucristo, la persona escoge dar a su vida una impostación superior a lo
puramente humano. De hecho, la ética cristiana no se articula alrededor de
prácticas que solamente los discípulos/as pueden realizar. Los cristianos
actúan como millones de personas no cristianas. No obstante, la
originalidad está en el sentido que dan a su acción. La existencia
4
La descripción de las tres dimensiones es de carácter didáctico. En la vida concreta, una
dimensión asume a la otra, sin darla por superada. El cristiano sigue siendo ser humano.
El religioso/a continúa siendo un ser huamano/a y cristiano/a. En determinadas
circunstancias, es imposible determinar, con exactitud, los elementos pertenecientes a
cada dimensión, pues el crecimiento humano y cristiano, se da a lo largo de toda la vida,
en las tres dimensiones.
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cristiana está bajo la protección del Dios revelado por Jesús, con el rostro
del Dios Trinidad. Los cristianos/as se reconocen hijos e hijas de Dios y,
por consiguiente, hermanos y hermanas, miembros de la gran familia de la
cual Dios es padre y madre. Jesucristo –el “Verbo de Dios que armó su
tienda en medio de nosotros” (Jn 1,14)-, asume la condición de hermano
mayor. Su misterio pascual –encarnación, vida, muerte y resurrección- trajo
salvación para la humanidad, descarriada por los caminos del egoísmo y
del pecado. El cristiano/a reconoce el Espíritu Santo como dinamizador de
su existencia, que lo impulsa siempre para el bien y a la solidaridad, para la
práctica de la justicia y la búsqueda de reconciliación entre todos los
pueblos. El eje del actuar cristiano son las llamadas virtudes teologales: fe
–esperanza– caridad (cf. 1 Cor 13, 13; Cl 3, 14). La fe confronta al
cristiano/a con Dios Trinidad y su inmensa misericordia, introduciéndolo en
el diálogo con el Otro y moviéndolo a salir de sí mismo y a trascender los
límites intra-históricos de las relaciones humanas. La esperanza lo
proyecta para el futuro y le revela la expectativa de la vida eterna de
comunión con el Padre y con los hermanos/as. La caridad lo lleva a
establecer con el prójimo: relaciones de fraternidad, fundadas en la
misericordia, en la justicia, en el respeto y en el reconocimiento de su
dignidad de hijo/a de Dios. La caridad va más allá de la filantropía y del
humanismo, porque el servicio de amor al prójimo es mediación de la
experiencia de Dios y criterio de salvación (Mt 25,40.45). La vocación
cristiana se funda en una opción personal por el Reino de Dios, revelado
por Jesucristo –“yo creo”-, y su despliegue en una vivencia eclesialcomunitaria –“nosotros creemos”. El bautismo sella la fe del cristiano/a y, al
mismo tiempo, lo incorpora en la gran comunidad eclesial. Sin expresión
eclesial, será difícil considerar el bautismo como sacramento cristiano. Una
comunidad eclesial, cuyos miembros omiten las implicaciones éticas de su
fe, ¿podrá recibir el nombre de comunidad cristiana?
c) La dimensión de la VR es un desdoblamiento de los pasos
anteriores. Ella corresponde a la vivencia de la vida cristiana, en cuanto
modo peculiar de ser humano, como proyecto de vida comunitaria, fundado
en un compromiso público y formal a través de los votos de pobreza,
castidad y obediencia. Por ellos, el religioso/a pasa a pertenecer a una
nueva familia formada por el vínculo espiritual creado entre los
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cristianos/as que, con libertad, optan por vivir su fe en comunidad. La VR, en
la multiplicidad de sus expresiones, se caracteriza por la vertiente
carismática y profética. La dimensión carismática proviene de la acción del
Espíritu Santo en el corazón de los fundadores, moviéndolos a responder,
con iniciativas concretas y originales, a los desafíos de la Iglesia y de la
sociedad de cada época. Esta experiencia fundante constituye el marco
referencial de cada congregación. Será necesario remitirse a ella siempre de
nuevo, bajo pena de incurrir en infidelidad al Espíritu. La dimensión profética
tiene que ver también con el momento histórico y el contexto socioeconómico-eclesial donde surgen las congregaciones religiosas. En general,
ellas nacen en los momentos de infidelidad de la Iglesia, atraída por valores
anti-evangélicos, en detrimento de su misión de anunciadora de la salvación.
O, también, en situaciones donde el pueblo de Dios sufre injusticias y vive en
estado de abandono. En este contexto, surgirán congregaciones para cuidar:
enfermos, menores abandonados, marginados, minorías sociales y de la
educación de los pobres5. Los religiosos/as son urgidos a mantener viva la
llama de este profetismo carismático. Teniendo presente el testimonio de
Jesucristo, así como nos lo transmiten los Evangelios, considerando el
carisma fundacional y deseando mantenerse fiel a su vocación profética,
cada congregación se guía por una espiritualidad peculiar. Los distintos
modos de vivir en el Espíritu –espiritualidad- buscan explicitar la vocación
evangélica, con énfasis en uno u otro aspecto del evento Jesús, sin perder
la globalidad del misterio de salvación llevado a cabo por el Hijo de Dios. La
formación en la VR tiende, en primer lugar, a profundizar en el conocimiento
de Jesucristo, a través del estudio del evangelio y de la vivencia cotidiana de
los valores contenidos en él, a fin de tornar más consistente el discipulado,
que es característica de los religiosos6. El estudio de la historia, de los
5
6
Cf. J. VITÓRIO, “Refundação: Aprendendo da história”, in VV. AA., “Tempo de Sinais –
Sinais dos Tempos”: Provocações para a Refundação da Vida Religiosa, Rio de Janeiro,
CRB, 2000, pp. 15-27.
El conocimiento, aquí referido, corresponde al sugerido por Ignacio de Loyola, a los
ejercitantes, como pedido a ser realizado a lo largo de la 2a semana de los Ejercicios
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documentos, de la vida del fundador y de todo lo demás ligado a la
congregación está supeditado al conocimiento de Jesucristo. Cuando
falta este conocimiento fundamental, el conocimiento de las cosas de la
congregación pierde su contenido, porque le falta el respaldo del
referencial obligatorio y la perspectiva adecuada que los religiosos/as
deben considerar en sus respectivas congregaciones. El conocimiento de
Jesús hace que los religiosos/as sean personas críticas ante sus
congregaciones, sus prácticas y sus ideales. Y, así, dicho conocimiento
contribuye para que no se acomoden ni pierdan el ánimo y el vigor
característico de los discípulos/as de Jesús. Un conjunto enorme de
problemas surgidos al interior de las congregaciones proviene de la
admisión de personas sin condiciones para entrar en la VR. Muchos
religiosos/as carecen de contenidos humanos elementales. La bondad,
el respeto, la solidaridad, la generosidad y virtudes afines están fuera de
su horizonte. Son personas incapaces de amar con oblatividad y
gratuidad. Por ser personas deshumanizadas, se tornan
deshumanizadoras. Sabemos que se trata de personas que, en el inicio
de la formación de su personalidad, no fueron amadas y no gozaron del
afecto materno y paterno. Por otro lado, muchos religiosos/as jamás
hicieron la experiencia del amor personal a Jesucristo y están lejos de
comprender el sentido real de la opción cristiana. Y, por tanto, están
imposibilitados de vivirla con autenticidad7. En estos casos, será
imposible transformar el proceso formativo de la VR (como era de
esperar) en crecimiento y radicalización del discipulado cristiano8.
Espirituales: “3o preámbulo. El 3º, demandar lo que quiero: será aquí demandar
conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le
ame y le siga” (Ejercicios Espirituales”, in I. IPARRAGUIRRE (ed.), Obras completas
de San Ignacio de Loyola, Madrid, BAC, 1963, p. 221).
7 Muchas veces, los religiosos/as pasan por varias etapas de la formación; pero aún así,
no alcanzan el grado de madurez humana y espiritual propio de cada una de ellas.
Los tiempos establecidos por el Derecho Canónico no siempre respetan el proceso
de cada formando/a. Por eso, los formandos/as pasan de etapa en etapa, pero sin
haber entrado en una dinámica formativa.
8 No estaría aquí la causa del comportamiento de los jóvenes religiosos, que llevó a
Clodovis Boff a escribir sus “consideraciones indignadas sobre la formación” (cf.
Convergência 34 (1999/nº 319) 37-47).
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2. El maestro/a en el proceso formativo para el discipulado cristiano
En la VR, el maestro/a tiene una función importante en la
consolidación de la personalidad de religioso/a del formando/a, como
discípulo/a de Jesucristo. Bajo cierto aspecto, le cabe el papel de
hermano/a mayor, en el contexto de la nueva familia que acoge al joven.
El superior/a y el/la provincial tienen un papel distinto del maestro/a, en
las varias etapas, con respecto a quien está en formación, antes de la
profesión perpetua. Del maestro/a se supone suficiente substrato
humano para tratar el formando/a en un clima de respeto y cordialidad,
o sea, con humanidad. Más allá de eso, se requiere haber caminado
bastante en la fe para poder orientar a los formandos/as en el camino a
ser seguido según el modo de proceder de Jesús. De ningún modo nos
referimos, aquí, a super-hombres o a super-mujeres. Sin embargo,
personas con desvíos de personalidad, deshumanizadas y poco
identificadas con Jesús son ineptas para asumir el papel de maestros/as
en la VR. Los resultados son desastrosos cuando no se toma en
consideración este criterio en la elección de un maestro/a. El antitestimonio de un maestro/a deja marcas profundas en el corazón de los
formandos/as. Pero sería también terrible si el maestro/a recurriese a la
simulación para dar una falsa imagen de sí mismo. O si exigiese del
formando/a lo que él mismo no cree ni practica. Si el principio “haga lo que
yo digo, no haga lo que yo hago!” no vale para ningún cristiano/a, mucho
menos, para quien tiene la responsabilidad de la formación en la VR. El
Maestro Jesús fue en la dirección contraria: “Yo les di el ejemplo, para que
hagan como yo hice” (Jn 13,15). De los maestros/as no se exige que sean
perfectos. Y, sí, el esfuerzo sincero de progresar en la vida en el Espíritu,
aún conscientes de estar lejos del ideal propuesto por el Maestro Jesús, al
apuntar para la perfección misericordiosa del Padre (cf. Mt 5,48; Lc 6,36).
Aunque en la VR se conserve la terminología “maestro” y “maestra”
para todas las etapas de formación inicial, urge la necesidad de purificar
la semántica de estos términos de toda connotación de superioridad,
cuyo riesgo supone distanciar los formadores/as de los formandos/as. El
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sentimiento correcto de un maestro/a es ser un hermano/a mayor que,
habiendo alcanzado, con la fuerza del Espíritu Santo, un cierto grado de
madurez humana y cristiana, y por haber asimilado los valores de la VR,
se coloca a disposición de los hermanos/as en los pasos iniciales de su
caminada en la VR. Esta humildad sincera despierta confianza y
apertura, como también, disposición para dejarse ayudar. Alguien puede
juzgar como perjudicial para la formación tal proximidad, porque el
maestro/a correría el riesgo de “perder la autoridad” sobre los
formandos/as. En la raíz de esta visión equivocada, puede estar el
miedo de que los formandos/as descubran las fragilidades de sus
formadores/as. Los maestros/as necesitan tener conciencia de que,
también ellos, están en un proceso de formación permanente, y tienen
por delante un largo camino por recorrer. La gracia de Dios y el tiempo
transforman la flaqueza en fuerza y ayudan a las personas a superar
sus limitaciones. Existen falsas actitudes que tienen que ser superadas
por los maestros/as en el ejercicio de su función. Entre tantas otras,
están: el culto de la personalidad –donde todo está referido a la persona
del maestro/a a tal punto de no dar espacio para el desarrollo de la
personalidad del formando/a; el paternalismo/maternalismo- el
maestro/a tiene al formando/a como si fuese su hijo/a, muchas veces,
como compensación de su complejo de paternidad/maternidad9; el
ejemplarismo –el maestro/a se considera en la obligación, casi
obsesiva, de dar “buen ejemplo” para sus formandos/as, como si, en el
caso de no tener esta función, prefiriese actuar de forma diferente; el
controlismo –se trata del control tan rígido que el maestro/a ejerce sobre
la vida del formando/a, a tal punto de negarle cualquier espacio para la
privacidad; el entrometimiento –es la actitud de quien, sin la menor
formalidad y sin respeto para con el otro, se cree con derecho de
investigar la vida del formando/a, considerándola como una extensión
de sí mismo.
A estas falsas posturas “activas” por parte de los maestros/as, se
añaden las “pasivas”. Entre tantas posturas pasivas, existen: la
inseguridad, cuyo resultado será hacer al formando/a dudar de la
9
Maestros/as de más edad pueden comportarse como abuelos/abuelas de los formandos/as.
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madurez psico-afectiva del formador/a y tender a dar poco valor a sus
palabras y a su testimonio de vida; el miedo de enfrentar las situaciones
difíciles, prefiriendo el camino de la omisión y de la fuga, dejando los
formandos/as a la deriva; el complejo de inferioridad, muchas veces
asociado a la inseguridad, puede llevar al formando a forjar una autoimagen alterada, muy superior a la realidad.
Sin embargo, existen también posturas equivocadas de parte de
los formandos/as, perjudiciales para quien pretende progresar en el
discipulado cristiano. Entre otras, tenemos: la autonomía excluyente –el
formando/a considera la presencia del maestro/a como una forma de
intromisión innecesaria en su vida, considerándose capaz de caminar
por sí mismo, sin depender de la ayuda ajena; las transferencias –el
formando/a confunde el maestro/a con la figura paterna o materna,
motivado por hechos negativos acaecidos en el inicio de la formación de
la personalidad, pasando a odiar u hostilizar al formador/a sin razones
objetivas; el igualitarismo –el formando/a se coloca en pie de igualdad
con el maestro/a, para quien deben valer las mismas exigencias hechas a
los formandos/as; la conciencia exacerbada de la privacidad personal y de
sus derechos, a tal punto de considerar como intromisión inoportuna en su
mundo cualquier abordaje efectuado por el maestro/a; la ilusión de ser ya un
religioso/a formado, cuando todavía está en las etapas iniciales de la
formación, actitud generada por la falta de humildad de colocarse en el
camino, en un proceso, algunas veces, penoso y de resultados poco visibles;
el espíritu de competición entre formandos/as para ver quien tiene el mejor
desempeño en las tareas previstas, y, así, conquistar las alabanzas del
maestro/a. A las falsas posturas “activas” se añaden las “pasivas”. Entre
otras, tenemos: la dependencia excesiva del parecer, de la opinión, de la
orden del maestro/a, cuya falta deja al formando/a bloqueado; el
complejo de inferioridad –el formando/a se considera siempre
imposibilitado de poner en práctica las propuestas de la congregación y
las exigencias de la formación, por causa de sus deficiencias y
limitaciones personales, y a valorarse como el último de los seres
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humanos; el indiferentismo –el formando/a jamás toma posición, pues,
para él da lo mismo que las cosas sean así o de otra manera, pero que
requieren de evaluación, con la posibilidad de ser criticadas o
rechazadas. El proceso de formación para el discipulado cristiano exige
de los formadores/as y formandos/as tener una base humana y cristiana
consistente de modo que puedan asimilar la propuesta de la VR y vivirla
en sus variadas dimensiones. Es necesario superar toda suerte de
posturas inconvenientes y dejarse trabajar, con disponibilidad y libertad,
por el Espíritu, cuya acción acontece en las mediaciones humanas.
Formadores/as y formandos/as son llamados a lanzarse en la aventura
del Espíritu en su acción de impeler a los seres humanos para el camino
perfecto del discipulado del Reino.
3. En el discipulado de Jesucristo, el único Maestro
Mateo, pero también los demás evangelistas, subraya en la persona
de Jesús la calidad de Maestro y orienta a sus lectores en el sentido de
rechazar cualquier otro maestro fuera de él10. En la misma comunidad,
nadie debe aceptar el título de maestro, pues uno sólo es el Maestro de la
comunidad, cuyos miembros son todos hermanos y hermanas (cf. Mt 23,8).
El evangelista pone a la comunidad en guardia contra el modelo de
discipulado practicado en las escuelas rabínicas. Los maestros rabinos
gozaban de gran autoridad y de la estima del pueblo11. Tenían un lugar
sobresaliente en las reuniones sinagogales, ocupaban puestos de honra
en los banquetes y tenían el derecho de usar trajes especiales (Mt
“En la presentación de Mateo, Jesús es un judío practicante que, por palabras y
ejemplo, enseña a los otros a observar la voluntad y la ley de Dios. Jesús habla como
maestro competente... En sus frecuentes conflictos con otros maestros y autoridades,
el Jesús de Mateo hace defensas más detalladas y sutiles de sus posiciones que en
los otros evangelios” (A. J. SALDARINI, A comunidade judaico-crsitã de Mateus, São
Paulo, Paulinas, 2000, p. 288).
11 ´Rabí´ era palabra honorífica que significaba ‘maestro’ o ‘sabio’, hasta cerca del 200
d. C., cuando evolucionó para un término técnico que designaba maestros del
judaísmo rabínico. Pero, con la redacción del evangelio de Mateo, es posible que se
haya iniciado el proceso de asociación de esta palabra con un grupo específico de
líderes y literatos” (J. A. OVERMAN, Igreja e comunidade em crise –O evangelho
segundo Mateus, São Paulo, Paulinas, 1999, p. 349).
10
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25,5b-7). Con esto, corrían el riesgo de considerarse superiores y por
encima del común de los mortales. El orgullo y la soberbia los llevaron a
sentirse señores de sus discípulos, generando relaciones
interpersonales opresoras y humillantes12. Los discípulos eran
contaminados por esta mentalidad, peligrosa tanto para maestros y
discípulos13. Por tanto, la insistencia de Jesús, tiene su razón de ser. Si
los cristianos se recusan a establecer entre sí un tipo de relación
maestro-discípulo, conscientes de que solamente Jesús es el Maestro,
entonces, todos se colocarán en pie-de-igualdad, en una relación
discipular. De ahí resultan las relaciones fraternas e igualitarias en el
interior de la comunidad cristiana, quedando las diferencias relegadas a
los rasgos personales y a las tareas desempeñadas por cada uno.
Esta constatación no impidió que, en la comunidad cristiana
primitiva, hubiese personas encargadas de ejercer el ministerio de
enseñanza, que era una especie de “escriba cristiano” (cf. Mt 13,52). En
la comunidad de Mateo, estos son llamados de profetas (cf. Mt 7, 22;
10, 41)14. Sin duda, quien ingresaba en la comunidad pasaba por un
proceso de catequesis (didaskalia), donde se profundizaba el núcleo de
El discípulo debía “seguir sin cuestionar a un maestro reconocido y dispensarle la más
alta honra posible. Había reglas precisas con relación a la conducta del grupo de
discípulos, cuando caminaban con su maestro. (Por ejemplo, estaba descartada la
posibilidad de que un discípulo camine al lado del maestro)” (W. F. ALBRIGHT – C. S.
MANN, Matthew, New York, Doubleday & Co, 1982, p. 279).
13
“La profesión de rabino adquirió el prestigio más elevado entre todas las actividades
religiosas y humanas entre los hebreos. También el discípulo del rabino participaba de
la dignidad conferida por la ley a su maestro. Por consiguiente, un discípulo de la Torá
era considerado superior a su padre, hasta al mismo sumo sacerdote, aún no siendo
todavía instruido en la ley” (O. KNOCH, Uno il vostro maestro –Discepoli e seguaci nel
Nuovo Testamento, Roma, Città Nuova Editrice, 1968, p. 15).
14 Para G. BARBAGLIO, los profetas “se caracterizaban por la perspicacia sobrenatural
con que sabían captar los signos de los tiempos e indicar la voluntad de Dios en las
circunstancias históricas” (“O evangelho de Mateus”, in VV. AA., Os evangelhos I, São
Paulo, Loyola, 1990, p. 185).
12
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la fe aceptada. El mandato misionero recibido por los apóstoles
implicaba la invitación a todas las naciones para convertirse en
discípulas de Jesús (matheteusate –cf. Mt 28,16). La catequesis
preparaba a los discípulos para ser apóstoles. Sin embargo, jamás
perderían su condición inicial de discípulos del Señor Jesús, teniendo
cuidado de no sustituir al Maestro Jesús por el hermano/a encargado de
instruirlos.
La función de instructor/a cristiano15 consistía en presentar a los
nuevos discípulos/as, de forma íntegra, las coordenadas del Reino
proclamadas por Jesús. El aprendizaje se daba en la contemplación de
la vida del Maestro en cuanto referencial consumado de vida centrada
en la voluntad de Dios y, por tanto, colocada al servicio de la
humanidad16.
El imperativo de Mt 11,29 –“Aprendan de mí, porque soy manso y
humilde de corazón”- es un llamado de atención para el modo de proceder
de Jesús, a quien el discípulo escogió para seguir17. El aprendizaje por el
cual alguien se torna discípulo/a no se da por la asimilación de contenidos
teóricos y raciocinios abstractos del instructor/a cristiano, sino por la
consideración del ministerio de Jesús, en su doble vertiente de anunciador
del Reino y realizador de gestos poderosos en favor de las multitudes
abandonadas a su suerte (cf. Mt 4,23; 9,35).
Jesús apunta para dos de sus cualidades, perceptibles en sus
palabras y en sus acciones, que son virtudes para ser imitadas por sus
discípulos: la mansedumbre y la humildad de corazón (cf. Mt 5,3.8).
Estas virtudes no se aprenden con la fuerza de la argumentación, sino
Usamos la expresión “instructor cristiano” para aludir a aquellas personas que, en la
comunidad cristiana, tenían la función de educar a los hermanos/as en la fe, o sea, los
catequistas y teólogos, como fue el caso del autor del evangelio. Con eso, aplicamos
el vocablo “Maestro”, en el ámbito de la comunidad, solamente a Jesús.
16 Este es el sentido del texto de Is 53,4, citado en Mt 8,17, en el contexto de la
presentación de Jesús como Mesías por obras (Mt 8-9).
17 El imperativo “aprendan” sería mejor traducirlo como “tórnense discípulos” (mathete).
El sentido sería: tórnense mis discípulos, porque soy manso y humilde de corazón; o,
tórnense mis discípulos, haciéndose mansos y humildes de corazón, como yo. En
ambos casos, la vida de Jesús sirve de referencia práctica para el discipulado.
15
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de la práctica. La actuación misionera de Jesús, Mesías e Hijo de Dios,
es un ejemplo fulgurante de amor misericordioso y compasivo para con
el prójimo, de solidaridad con los pobres de la tierra, de servicio gratuito
y desinteresado a los desheredados de este mundo. El no se dejó
contaminar por la arrogancia orgullosa de quien esclaviza a sus
semejantes, convencido de su superioridad sobre los demás18. El mejor
camino para aprender estas virtudes esenciales para el discípulo/a,
consiste en contemplar la vida del Maestro Jesús.
El instructor/a cristiano tendrá, a su vez, la obligación de
mostrarse ejemplar en el esfuerzo por asimilar los valores que nortearon
la vida de Jesús. Pero jamás se presentará como modelo para los
discípulos de Jesús, de los cuales está encargado. Jesús mismo
exhortó a los discípulos a “ser perfectos como el Padre celestial es
perfecto” (Mt 10, 25; Lc 6,36). De esta forma, el instructor/a cristiano y
los discípulos/as son convidados a mirar esta meta que, siendo
inalcanzable, sirve de estímulo para dar siempre nuevos pasos en el
camino de la perfección.
El Maestro Jesús presentó la paridad de su vida y destino con la
vida y destino de sus discípulos como objetivo a ser alcanzado19. Su
principio era “basta que el discípulo sea como su maestro y el siervo
como su señor” (Mt 10,25). En la sociedad, la expectativa de superar al
maestro funciona como un incentivo para el discípulo. Esta superación,
lejos de humillar al maestro, le es motivo de gloria. Por el contrario, en
18
El texto de Za 9,9, aplicado a Jesús, en el contexto de la entrada triunfal en Jerusalén,
subraya su condición de Mesías humilde (cf. Mt 21,15). Jesús estableció la humildad
como regla para la convivencia en la comunidad cristiana: “Quien se exalta, será
humillado; y quien se humilla, será exaltado” (Mt 23,11).
19 “Se falsea la verdad evangélica cuando se pretende afirmar un polo (‘estar con él’) a
costa de negar el otro (‘asumir su causa y su destino’ ) o lo contrario. Los dos polos
son esenciales, y es indispensable sustentar la tensión que mantiene a ambos si se
quiere vivir lo auténtico del seguimiento de Jesús” (J. LOIS, “Para una espiritualidad
del seguimiento de Jesús”, Sal Terrae 74 (1986) 49).
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el ámbito del discipulado cristiano, el discípulo jamás superará al
maestro, ni se tornará maestro. El Maestro Jesús, en su condición de
Hijo de Dios, vivió en plenitud la fidelidad y la obediencia al Padre,
soportando toda clase de oprobio y humillación, de forma resoluta,
hasta el límite de la muerte de cruz. En este sentido, basta al discípulo/a
cristiano tenerlo como referencia en su disposición de entregarse, con
fidelidad y obediencia, en las manos del Padre. Por tanto, cuanto más el
discípulo cristiano, contempla al Maestro Jesús, procura seguirle los
pasos y confía sin reservas en el Padre, tanto más estará en el buen
camino. La tarea de su instructor/a consistirá en llevarlo a adherirse,
siempre más, al modo de vida del Maestro Jesús, y así, su figura de
instructor se relativizará delante del Maestro a quien el discípulo
encuentra y al cual se adhiere con radicalidad siempre creciente20.
El instructor/a tiene la tarea de presentar al discípulo/a cristiano la
totalidad del evento Jesús, sin omitir ni privilegiar ningún aspecto21. La
omisión o el privilegio, en este caso, serían gravemente perjudiciales
para la opción a ser tomada por el discípulo, induciéndolo al error. La
omisión más grave consiste en eliminar del evento Jesús: la cruz, el
sufrimiento y los aspectos más exigentes de la ética del Reino, entre
ellos, el amor a los enemigos (cf. Mt 5,43-47) y el perdón de todo
corazón (cf. Mt 18, 21-22.25). El discípulo Pedro trató de convencer al
Maestro para abolir de su horizonte el sufrimiento y la muerte. Y lo
censuró cuando él dijo que “debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte
de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y
resucitar al tercer día” (Mt 16,21-22) 22. Con dureza, el Maestro lo llamó
de Satanás. De hecho, si Jesús diera oídos a las palabras de Pedro,
El testimonio de Juan Bautista, en el evangelio, va en esta línea: “Es preciso que él
crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30).
21 “La comprensión completa es, para Mateo, un pré-requisito del discipulado y de la
existencia cristiana” (J. A. OVERMAN, O evangelho de Mateus e o judaísmo formativo
– O mundo social da comunidade de Mateus, São Paulo, Loyola, 1997, p. 131).
22 El verbo griego
(epitimáo), en Mt 16,21, tiene el sentido fuerte de reprender,
vituperar, indicando la pretensión del discípulo Pedro de colocarse delante y por
encima del Maestro Jesús. De ahí la orden de Jesús –“Ponte detrás de mí” (húpage
opíso mou)- para que Pedro mantenga en su verdadera condición de discípulo, sin
pretender convertirse en maestro del Maestro.
20
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acabaría desviándose del camino del Padre (cf. Mt 16,23) 23. Sin la cruz, el
seguimiento queda vaciado de un elemento esencial. El Maestro Jesús
relacionó de manera estrecha, seguimiento y cruz al afirmar: “Quien no
toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38)24. O, también, “Si
alguien me quiere seguir, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Porque quien pretende salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida
por mí, la encontrará” (Mt 16,24-25). El vocablo cruz tiene, para el
discípulo/a cristiano, una semántica bien precisa. Consiste en colocarse en
las manos del Padre y entregarse al servicio de su Reino con la disposición
de soportar todas las consecuencias de ahí derivadas, inclusive la muerte
violenta25.
Quien es llevado a privilegiar aspectos del ministerio de Jesús, se
limita a sus gestos poderosos –los milagros- y a su resurrección, fijándose
en su divinidad en detrimento de su humanidad. Sin embargo, desligados
de su vida concreta, los gestos poderosos y la resurrección se tornan
vacíos y pierden su consistencia. Los gestos poderosos tendían a
respaldar la enseñanza de Jesús al respecto del Reino. Por causa de los
milagros, los enemigos lanzaron sospechas contra él, acusándolo de
atribuirse poderes divinos (cf. Mt 9, 2-3; 26,65; Jn 5,18). A su vez, la
resurrección asume su verdadero sentido cuando es pensada en conexión
con la vida y la muerte de Jesús. Ella es la palabra definitiva del Padre,
23
Los relatos de las tentaciones, colocados al inicio del evangelio de Mateo y de Lucas
sugieren al lector prestar atención para ver cómo Jesús fue víctima de continuas
tentaciones durante su ministerio (cf. Mt 4, 1-11; Lc 3, 1-13). Marcos hace solamente
una breve alusión a las tentaciones (cf. Mc 1,12-13).
24 Lc 14,27 formula, así, este versículo mateano: “Quien no toma su cruz y me sigue, no
puede ser mi discípulo”. “Parece que la versión más antigua y más original es la de
Lucas. En esta versión se ve con más claridad que, en realidad, lo que Jesús
presenta, con estas palabras, es una doble condición: para ser discípulo de Jesús, es
necesario seguirlo; y para poder seguirlo, hay que cargar la cruz” (J. M. CASTILLO,
El seguimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, 1986, p. 112).
25 Cf. J. M. CASTILLO, op. cit., pp. 109-113.
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contra la injusticia infligida al Hijo. La cruz desemboca en la
resurrección, pero la resurrección no elimina el escándalo de la cruz.
Sólo cuando el discípulo/a conoce el evento Jesús en su totalidad,
puede asumir la condición de apóstol/a y salir por el mundo para hacer
discípulos de Jesús a todas las personas, sin distinción. Una lectura
atenta del evangelio de Mateo nos lleva a percibir como, en Mt 10 –el
discurso misionero-, los discípulos son constituidos como apóstoles,
pero sólo ejercerán un efectivo apostolado después de la resurrección“Ide...” (Mt 28,19)26. Con esto, los apóstoles no correrían el riesgo de
presentar a sus oyentes, posibles discípulos de Jesús, una propuesta
fragmentada o mutilada del proyecto cristiano. Sólo después de haberse
confrontado con la vida, muerte y la resurrección del Maestro, estarían
en condiciones de colocarse en camino y proponer el mensaje cristiano
a otras personas. En el proceso formativo de sus discípulos, el Maestro
Jesús denunciaba una práctica común de cierta tendencia de
fariseísmo: enseñar una cosa y hacer otra –“Hagan, pues, y observen
todo lo que dicen a ustedes, pero no imiten sus actos, pues ellos dicen y
no hacen” (Mt 23,3). Esta dicotomía entre palabra y acción, enseñar y
hacer, teoría y práctica es incompatible con la pedagogía cristiana. ¡Es
la hipocresía!. Los instructores cristianos eran, por tanto, alertados
contra esta práctica despreciable de la conducta de ciertos rabinos en el
ámbito de la sinagoga, porque podía contaminar el ejercicio del
magisterio en la comunidad cristiana. De ahí la advertencia: “¡Cuidado!
Guárdense del fermento de los fariseos y de los saduceos” (Mt 16,6; cf.
16,11-12).
El evangelio llama de “falsos profetas” a los instructores/as
cristianos hipócritas (Mt 27,15; 24,11.24). La comunidad fue alertada
para evitarlos y no caer en la emboscada preparada por ellos. Su
enseñaza corrompida llevaría a los discípulos/as bien intencionados a
desviarse de la propuesta auténtica del Maestro Jesús y a seguir un
26
Mateo omite el pasaje de los evangelios sinópticos relativos a la ejecución de la
misión por parte de los discípulos (cf. Mc 6,12; Lc 9,6). Omite, también, el envío de
los 72, relatado por Lc 10,1-20, y Mc 9,49-50 donde se alude a la acción misionera de
un desconocido que actuaba en nombre de Jesús, aún sin pertenecer al grupo de los
discípulos (cf. Mt 12,30).
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27
camino, cuyo resultado sería la perdición . Será auténtico instructor/a
cristiano quien desarrolle una ética depurada, cuyos principios son los
mismos que vertebraron la existencia de Jesús y lo llevaron a radicalizar
su fidelidad al Padre. De esta manera, el modo de proceder del
instructor/a servirá también de inspiración para aquellos a quienes sirve
de guía en el proceso del discipulado cristiano/a.
Aplicadas a la VR, estas reflexiones enseñan a los maestros/as a
no pretender ocupar el lugar que corresponde únicamente a Jesús. La
relación evangélica con los formandos/as se articula alrededor de la
fraternidad-sororidad 28. Cuando sucede fuera de estos límites será
abusivo y anti-evangélico. Tanto los maestros/as cuanto los
formandos/as, son en último análisis, discípulos del único Maestro,
Jesucristo. Les compete ayudar a sus formandos/as a ser discípulos
siempre más fieles 29. Sin duda, se exige de los maestros/as haber
hecho una caminada y progresado en el seguimiento de Jesús. En
este sentido, los maestros/as y formandos/as no pueden estar en el
mismo nivel. Los años de vivencia en la VR son un tiempo favorable
para progresar en la asimilación del ethos cristiano. De un
profeso/a, con muchos años de VR, por ejemplo, se espera que
Mt 24,11.24: “Surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos... Se levantarán
falsos cristos y falsos profetas y practicarán grandes señales y prodigios, para
engañar, si fuera posible, hasta los mismos elegidos”. El engaño consistiría en
llevarlos a elegir la puerta ancha y evitar la puerta estrecha “que lleva a la vida” (Mt
7,13-14). “Es probable que la advertencia contra los falsos profetas sea una
advertencia contra los falsos maestros” ( A. J. SALDARINI, op. cit. p. 178).
28 El extraño vocablo “sororidad”, del latín “soror” (hermana), es usado en conexión con
el vocablo “fraternidad”, del latín “frater” (hermano), para subrayar la dimensión
masculina y femenina de las relaciones interpersonales en la VR.
29 Carlos Mesters esbozó, con su peculiar claridad y precisión, los grandes rasgos de
Jesús, en su condición de maestro, en “Jesús Formador” (Convergência 35 (2000/nº
335) 396-412). B. CHEVALLEY también trató de este tema, de forma sistemática, en
La pédagogie de Jésus - “Mettez-vous à mon école” (Matthieu 11,29), Paris, Desclée,
1992.
27
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haya alcanzado un grado mayor de madurez con respecto a un
junior/a. ¡Esta debe ser la dinámica normal! Para eso existen varias
etapas del proceso formativo de la VR: aspirantado, postulantado,
noviciado, juniorado, profesión perpetua y el sucesivo proceso de
formación permanente; cada una con metas específicas en términos
de madurez. Sin embargo, un joven novicio/a puede haber
alcanzado un grado de madurez espiritual superior al de su
maestro/a. ¡Son los misterios de la Gracia! El proceso formativo es
continuo. Si el maestro/a pretende inculcar un valor no practicado por él
mismo, o no considerado como auténtico valor, su pedagogía está
condenada al fracaso. Cada paso de la formación en la VR supone una
profundización progresiva y efectiva en el modo de proceder del
Reino y en la vivencia de sus valores.
4. Desafíos del discipulado cristiano en la VR
Los tiempos actuales presentan desafíos bien precisos con respecto
la formación para el discipulado cristiano en la VR. Para enfrentarlos será
necesario remitirse a Jesús, a su vida y a su destino. Siguiendo el camino
abierto por él y practicando sus enseñanzas, los religiosos/as podrán
efectivizar, con originalidad, su condición de “sal de la tierra”, de “luz del
mundo” y “fermento en la masa”, a la cual todo discípulo/a está llamado
(cf. Mt 5,13-16;13,33).

30
De entre los muchos desafíos, podemos caracterizar los siguientes:
La recuperación de la experiencia de Dios Trinidad, misterio de comunión30. Jesús
nos reveló el rostro de Dios Trinidad, en su misterio de comunión, como un
verdadero ideal de vida para la humanidad. El se recusó a legitimar las imágenes de
Dios propagadas por las corrientes religiosas de su tiempo, y enseñó a los discípulos
a hacer lo mismo. Aunque recordando los grandes hechos de Dios en favor de su
pueblo, los teólogos transmitían la imagen de un Dios legalista, incapaz de perdonar
y siempre preparado para castigar a los considerados transgresores de la ley (cf. Mt
C. MACCISE repensó las varias dimensiones de la VR, a la luz del Dios Trinidad,
teniendo como referencia a la Declaración Post-Sinodal Vita Consecrata, en “A Vida
Religiosa à luz do misterio trinitario”, in VV. AA., Fidelidade Criativa – Um apelo à vida
consagrada, Rio de Janeiro-São Paulo, CRB-Ed. Loyola, 1997, pp. 47-56.
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12,9-14); un Dios cuyas leyes podían ser burladas con interpretaciones interesadas
(cf. Mt 15,3-6); un Dios sin entrañas de misericordia con quien erraba (cf. Mt 9,11-13);
un Dios indispuesto para cerrar los ojos ante las fallas de los seres humanos (cf. Lc
7,36-50). Jesús fue mucho más allá de este tipo de religión; pues, el Padre en cuyas
manos entregó la vida, no se encuadraba en este esquema teológico. Por eso, se
mantuvo distante de las enseñanzas de las escuelas teológicas, recusándose a
identificarse con alguna de ellas. Las exigencias del Padre no cabían en los límites
mezquinos de las exégesis de los maestros de la Ley. Estas, al mismo tiempo, poco
servían para ayudar a Jesús a radicalizar la voluntad de Dios. De ahí su recusa a
dejarse inmovilizar por tales esquemas, y la instrucción a sus discípulos para que
hagan lo mismo. El Padre lo hacía libre para la creatividad, para el descubrimiento de
nuevas formas de agradarle, sin necesidad de apelar a la tradición.
La VR, en el proceso del discipulado, tiene la urgente tarea de
confrontarse con el “rostro” de Dios, revelado por Jesús, desfigurado de
muchas formas por prácticas in compatibles con el designio divino. Pero
no se trata de una recuperación por medio de consideraciones teóricas.
Será más bien, por el amor misericordioso con los pobres y marginados
que los religiosos/as revelarán al mundo el Dios de Jesucristo, a quien
se confiaron.
 El aprendizaje de la recusa resoluta a los ídolos de la muerte, del mal y del pecado31.
El corazón de Jesús estuvo inmune de todo tipo de idolatría, comenzando por la
idolatría del propio yo – la egolatría. Su clara disposición de rechazo al pecado ya
aparece en el relato de las tentaciones, donde Satanás insiste en llevarlo a romper con
el Padre y a centrar su vida en el tener, en el poder, en el ser (cf. Mt 4,1-11; Lc 4,1-13).
31
V. I. BOMBONATO, comentando el documento post-sinodal Vita Consecrata, percibió
como la fe en el Dios Trinidad constituye una alerta contra toda clase de idolatría. “La
insistencia en relación a la raíz trinitaria del seguimiento de Jesús en la vida
consagrada...es una invitación a una seria reflexión sobre sus consecuencias para nuestra
vida y misión en una realidad dominada por fuertes atracciones a innumerables dioses y
por la constante tentación de la idolatría” (“Seguimiento de Jesus – Reflexão a partir da
Exortação Apostólica Pós-Sinodal A Vida Consagrada”, Convergência 31 (1996/nº 298)
596).
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Por el contrario, su vida fue un constante “hacer el bien”. Este fue el argumento de las
primeras comunidades cristianas al fundamentar el anuncio de la resurrección,
apelando para la vida irreprensible de Jesús –“El pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Al
resucitar a los muertos, Jesús se enfrentaba con la muerte, para liberar de su tiranía al
ser humano (cf. Mt 8,40-41. 49-56). Al curar a los poseídos por espíritus impuros,
tomaba partido en favor del ser humano, no permitiendo que permanezca cautivo de
las fuerzas del mal (Mt 5,24; 9,32-33).
El religioso/a, en el seguimiento de Jesús, estará igualmente
dispuesto para enfrentarse a las fuerzas de la muerte y del pecado,
comenzando por dentro de su comunidad y de su congregación,
prolongando siempre más el ámbito de su acción liberadora. El
religioso/a una vez hecho discípulo jamás se cruzará de brazos ante
situaciones que exigen actuar inmediatamente. Hará todo lo posible para
que el Reino tenga, realmente, primacía en la historia humana.
 La conservación de la libertad en un ambiente consumista, hedonista y egoísta, a
través del rechazo a los factores de alienación y de esclavitud. Jesús colocaba los
bienes de este mundo al servicio de su misión. Relativizaba hasta las tradiciones más
sagradas y se negaba a transformarlas en absoluto. El dinero tenía su valor debido, a
fin de que no se convierta en un competidor de Dios. El compartirlo con los pobres
era un imperativo (cf. Jn 13, 29). En lo tocante a la posesión de bienes, Jesús era
intransigente con los discípulos (cf. Mt 19, 21: “Anda, vende todo lo que tienes, y
dáselo a los pobres”; 19,27: “Y nosotros que lo hemos dejado todo...”?). Su anhelo
consistía en establecer una igualdad económica entre sus seguidores. Por eso, había
una bolsa común para la subsistencia de la comunidad itinerante (cf. Jn 12,6).
Enseñaba a sus discípulos a no tener preocupaciones excesivas por comida y
bebida sino, más bien, a centrar sus corazones en la búsqueda del Reino y su
justicia (cf. Mt 6,19-21.25-34). La Ley tampoco era un absoluto en su vida, pues
prescindía de ella cuando se trataba de hacer el bien (cf. Mt 12,1-14). Lo mismo
sucedía con las tradiciones. Cuando Jesús percibía que se trataba de legalismo
vacío, no insistía a sus discípulos a someterse a ellas (cf. Mt 15,1-11).
 El religioso/a no puede deducir de las enseñazas de Jesús: la anarquía y la
relajación. La libertad del cristiano/a se funda en la disposición de hacer, siempre y
en todo, la voluntad de Dios, colocándola, en primer lugar, en defensa de la vida y de
la dignidad humana. Este principio rige la actuación del religioso/a, aún delante de las
instituciones más venerables de la congregación y de la Iglesia. Ellas no pueden
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
tornarse un impedimento para la realización de la voluntad de Dios. Antes bien, son
útiles en cuanto mediaciones de aquel objetivo.
La asunción de la causa de los excluidos y marginados, en solidaridad con las
víctimas del sistema deshumanizador instaurado en nuestra historia. La centralidad
del Reino en la vida de Jesús, lo tornaba solidario con los marginados tanto por la
estructura social cuanto por la estructura religiosa; ellos eran víctimas de los
prejuicios, persecuciones y desprecio. Desarrolló una sensibilidad especial hacia los
pobres, los enfermos, los niños, las mujeres, los extranjeros, las personas de mala
fama, los pecadores, en fin, con todos los deshumanizados de su tiempo. Buscaba la
convivencia con estas categorías sociales, siendo para ellas un signo de la
misericordia divina. Su misión no consistía en dedicarse a los santos y justos, sino a
los enfermos y pecadores, sin temor a la malevolencia de sus adversarios (cf. Mt
9.10-13).
El discipulado, en la VR, llevará a los religiosos/as a buscar la
compañía de los desheredados de este mundo. Existe algo anormal
cuando la preferencia de los religiosos/as recae sobre los ricos y
poderosos. La historia ha demostrado que, cuanto más las
congregaciones acumulan bienes y se tornan poseedoras de un gran
patrimonio, tanto más los empobrecidos dejan de ser privilegiados por
sus miembros. Este tipo de actitud corresponde a una negación tácita de
la condición de discípulo/a. Todo en la vida de ellos será hipocresía y
exterioridad.
 La educación para el diálogo fiel, respetuoso y tolerante, en contraste con el
fanatismo y la intransigencia. En la sociedad de Jesús, había tendencias religiosas
fanáticas e intolerantes, con las cuales se confrontó. El las combatía no por el
contenido de su predicación, sino por sus consecuencias doctrinales para los pobres
y los pequeñitos, que eran las primeras víctimas de la intolerancia. En ningún
momento, el Maestro predicó la violencia contra sus adversarios, ni usó artimañas
para atacarlos por sorpresa. Predicaba, más bien, el amor a los enemigos y la
oración por los perseguidores, como medio de combatir la violencia desde su propia
raíz (cf. Mt 5,43-47). Incluso, la cólera y la ofensa verbal, debían evitarse en el trato
con el prójimo (cf. Mt 5,21-26; 1Ts 5,15). Aún, siendo víctima de la malevolencia de
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sus opositores, jamás respondió con lo mismo. Encaró de frente el fanatismo
intransigente, recusándose a responder al mal con el mal y a la injuria con la injuria
(cf. Mt 5,38-43).
La vida comunitaria ofrece a los religiosos un excelente espacio
para el diálogo, el respeto y la tolerancia, lo cual, debe comenzar por los
hermanos de comunidad. Es el espacio privilegiado para ejercitarse en
la superación de la intolerancia y de la intransigencia, teniendo como
objetivo la misión. No sólo el ecumenismo y el diálogo interreligioso
exigen esta postura del religioso/a, discípulo/a del Señor, sino también
el contexto intra-eclesial y las instituciones donde actúa.
 El saber esperar contra toda esperanza, manteniendo viva la llama de la utopía. La
vida le enseñó al Maestro Jesús “a esperar más allá de toda esperanza” (Rm 4,18).
Con el pasar del tiempo, el horizonte de su misión se tornaba cada vez más sombrío.
Su predicación no tocaba el corazón de los “señores” del sistema religioso y político.
Aunque su predicación llegase a producir pequeños indicios de implantación del
Reino; sin embargo, desde una visión más global, era evidente que la raíz de la
situación pervertida permanecía intocable. Mas, su lectura de los hechos en la
perspectiva del Padre, le permitía superar los horizontes de la historia y
mantener encendida en su corazón la esperanza de que, algún día, toda la
historia será transformada por el fermento del Reino (cf. Mt 13,31-33). Esta
esperanza utópica lo impulsaba a seguir adelante, sin perder el ánimo a pesar de
los fracasos.
Un rasgo del discípulo/a del Reino y, por consiguiente, del religioso/a
es la capacidad de ampliar los horizontes, a tal punto que el fracaso y las
frustraciones no determinen su acción32. Ellos saben conservar la llama de
la utopía cristiana en medio de los reveses, porque reconocen al Padre
como garante de sus vidas y de su fidelidad.

32
El redescubrimiento del profetismo en su mejor expresión. El ministerio de Jesús
Maestro se situaba en la perspectiva del movimiento profético, que tuvo su máxima
expresión cuando brillaron personajes de la talla de Elías, Isaías, Jeremías, Amós,
Miqueas. Su mística, centrada en la comunión con el Padre y en la resolución de
Cf. J. VITÓRIO, A coragem de fracassar – A Vida Religiosa aprende com as
parábolas evangélicas. Rio de Janeiro: CRB, 1998 (Cadernos da CRB 24).
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hacer en todo la voluntad de Dios, su denuncia valiente contra la injusticia y la
perversión religiosa, sus gestos cargados de simbolismo, su disposición de hacer
prevalecer la voluntad del Padre, estaban en perfecta correlación con la historia de
los profetas del pasado. El Jesús Maestro era, bajo todos los aspectos, un
Maestro profeta. El pueblo lo reconocía como tal (cf. Mt 14,5; 21,11.46). Su
enseñanza tenía por objetivo hacer que sus discípulos se tornen profetas como
él.
Un discípulo/a acomodado y pasivo, sea religioso/a o no, es
indigno de Jesús Maestro33. La vertiente profética de la VR se hace
patente en el actuar de los religiosos/as, cuando se levantan contra la
injusticia y se colocan al servicio de los pequeñitos e indefensos. Este
espacio de la vivencia del discipulado se amplía a medida que la
injusticia y sus secuelas de exclusión social, de violencia y muerte, de
forma virulenta, contaminan cada vez más el tejido social. El desafío
consiste, a ejemplo de Jesús, en no dejarse intimidar por las
proporciones asombrosas de la injusticia y por los agentes de la
opresión.
 La preparación para confrontarse con la cruz y el fracaso, vividos en la
perspectiva de la resurrección. En la existencia del Maestro Jesús: la vida,
muerte y resurrección estuvieron en perfecta compatibilidad. Esta perspectiva
global nos ofrece la clave para interpretar su ministerio y su destino trágico, así
como también, el ministerio y el destino trágico de sus discípulos/as34. Por un lado,
33
“La vida religiosa es profecía existencial, en que la vida personal y comunitaria se
convierte en símbolo de la utopía del Reino, en parábola viva del seguimiento de
Jesús en nuestra historia, en un capítulo de la cristología práctica... El peligro
constante de la vida religiosa, a lo largo de la historia, es la pérdida de su dimensión
profética, el acomodo de su utopía en resignación mediocre de la realidad, la
peligrosa reducción de la fuerza escatológica a la normalidad, la domesticación de la
profecía al servicio meramente utilitario” (V. CODINA, Seguir Jesús hoje – Da
modernidade à solidariedade. São Paulo, Paulinas, 1993, pp. 227-229).
34
D. BONHOEFFER formula, de manera radical, este recorrido existencial: “Así como
el Cristo es solamente Cristo cuando sufre y es rechazado, así también el discípulo
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el telón de fondo del evento Jesús es el amor misericordioso del Padre, cuya
decisión es abrir para la humanidad las puertas de la salvación, cerradas por el
pecado; por otro lado, está la firme decisión de Jesús de hacerse en todo obediente
al Padre, entregándose sin reservas en sus manos. La confrontación con el fracaso
adquirió, en su vida, una perspectiva muy distinta, por llevarlo a creer que, más allá
de lo trágico de su existencia, concluida con la muerte insensata y reservada para los
malditos-blasfemos, existe la certeza de que el Padre no dejará caer en el vacío la
entrega sincera e irrevocable de su vida. Hablar de la cruz, omitiendo la
resurrección, o hablar de la resurrección, omitiendo la cruz será siempre una traición
de la propuesta de Jesús. La actitud correcta consiste en incluir ambas en una misma
dinámica, cuyo desenlace favorable está garantizado por el Padre.
En el ejercicio de la misión, la cruz “cristiana” aparece de varias
formas en la vida del discípulo/a y de los religiosos/as. La cruz
comienza con el fracaso de determinados proyectos pastorales, en los
cuales el discípulo/a se empeñó con sinceridad, y posiblemente hasta el
martirio, donde la fidelidad al Padre exige despojarse de la propia vida.
El martirio no puede ser abolido, por lo menos como posibilidad, en la
vida del discípulo/a que desea mantenerse fiel a las exigencias del
Reino.
5. Frutos del discipulado en la vivencia de la VR
El esfuerzo por vivir con autenticidad el discipulado cristiano
repercutirá en todos los ámbitos de la vida religiosa. Son repercusiones
prácticas que hacen más evangélico y saludable el modo de vida de los
religiosos/as.

La vivencia del Evangelio en su integridad. La VR surgió del esfuerzo de los
fundadores por ser fieles a las exigencias de Jesús y del evangelio. Sin embargo, en
el devenir de la historia, no faltaron momentos de infidelidad. El discipulado cristiano
en la VR nos lleva a descubrir “el evangelio sin glosas” en las huellas de Francisco
de Asís. Aún reconociendo cuánto nos falta para una práctica radical y auténtica de
solamente es discípulo cuando sufre y es rechazado, y crucificado con Cristo. El
discipulado como comunión con la persona de Cristo, coloca al discípulo bajo la ley de
Cristo, es decir, bajo la cruz” (Discipulado, São Leopoldo, Ed. Sinodal, 1980, p. 43).
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

35
las exigencias del Reino, anunciado por Jesús, tendremos conciencia de nuestra
búsqueda sincera, sin dar margen para las ambigüedades y distorsiones. Entonces,
el religioso/a buscará ser honesto con Dios, así como lo fue el Maestro Jesús.
Solamente, así, su vida será transparencia del Misterio al cual es llamado a
testimoniar.
La vivencia de la pobreza. En el origen de la VR, estaba una experiencia del
Absoluto, en quien se centra la vida del religioso/a. La práctica de la pobreza era
fundamental para la credibilidad de este género de vida. Poco a poco, las órdenes y
congregaciones fueron acumulando bienes, hasta convertirse en verdaderas
potencias económicas, capaces de dar seguridad a sus miembros, llevándolos a
apartarse de los pobres, y haciéndolos gerentes de grandes propiedades, aún
con el temor de perderlas35. Hablando sin tapujos, la ruptura con la pobreza hizo de
religiosos/as y de congregaciones enteras verdaderos centros de idolatría; donde se
adora a un dios incapaz de cuestionarlos y hacerlos solidarios con los excluidos
de este mundo, y de hacerlos superar el miedo de perder el usufructo de las
ventajas propiciadas por la riqueza acumulada. El discipulado cristiano, por tanto,
llevará al religioso/a a mantenerse en constante alerta, para que su corazón no
busque seguridad en realidades efímeras (cf. Mt 6,19-20), es decir, en sentirse
seguro fuera de Dios.
La vivencia de la castidad. El discipulado cristiano ayuda al religioso/a a descubrir, en
contraste con el libertinaje degradante, el sentido evangélico de la corporeidad y de la
sexualidad. Estamos todavía bien próximos del tiempo, cuando en la VR, se cultivaba
la sospecha y la desvalorización del cuerpo y de la sexualidad. Todo se veía bajo el
prisma de lo prohibido, del pecado, del castigo de Dios. En la dinámica de superación
de esta postura maniqueísta, se cae no pocas veces en el otro extremo: donde se
permite todo, negándose a establecer límites respecto al uso del cuerpo y a la
expresión de la sexualidad. ¡Es el imperio de la permisividad! El resultado de esta
degeneración es la cosificación del cuerpo humano y de la sexualidad. Es un factor
de degradación y de deshumanización.
El Maestro ya había alertado a los discípulos con respecto a este apego, al afirmar:
“Donde está tu tesoro, ahí está también tu corazón” (Mt 6,21; cf. Lc 12,20).
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El discípulo/a considera la corporeidad y la sexualidad, bajo el
telón de fondo de las exigencias del Reino, es decir, como bien,
posibilidad, capacidad. En definitiva, como un don. En el caso de la VR,
se trata de pensar las estructuras esenciales de este estado de vida
como mediaciones para una vivencia siempre más plena del amor
oblativo, donde toda la persona se coloca al servicio del otro,
especialmente de los pequeños y marginados. La vida comunitaria se
convierte en espacio de compartir, de vivencia del ágape cristiano y de
restauración de las fuerzas físicas en función de un, cada vez más
radical, servicio al Reino. Esta ayuda mutua mantiene vivo el ideal y la
disposición para servir.
 La vivencia de la obediencia. El discipulado cristiano posibilita a los religiosos/as
pensar la obediencia más allá del autoritarismo, de los clasismos y de las jerarquías.
En el evangelio, Jesús desarticula los esquemas mundanos al declarar mayor, quien
es menor; grande, quien se hace pequeño; estar en primer lugar, quien ocupa el
último lugar; señor, quien elige hacerse siervo (cf. Mt 18,4; Mc10,43-44; Lc 9, 48b;
22,24-27). Urge tomar en cuenta esta inversión evangélica de valores en la vivencia
de la obediencia religiosa. La conciencia de ser todos hermanos/as posibilita la
vivencia del voto en términos de búsqueda común de la voluntad del Señor del
Reino, en la sumisión exclusiva al querer divino. En una lectura espiritual, el
superior/a se torna mediación del querer divino, en este proceso de adecuación del
querer personal con la voluntad de Dios. La misión confiada al hermano/a, al final de
un proceso de discernimiento, será resultado de un esfuerzo sincero de
desprendimiento de los proyectos e intereses personales, cuando no, de las pasiones
desordenadas del superior/a. Esta purificación de las motivaciones se hace tanto más
necesaria cuanto más se es tentado a actuar movido por los impulsos, tanto de quien
confiere la misión (el superior/a), como de quien la recibe (el religioso/a).
El testimonio perfecto de obediencia de Jesús al querer del Padre,
tantas veces subrayado en los evangelios, sirve de inspiración para
quien obedece (cf. Jn 4,34; 5,30; 6,38). Además, la actitud de quien
confiere la misión deberá reflejarse en la actitud del Padre al enviar a su
Hijo con la misión de salvar el mundo (cf. Jn 5,37; 6,44; 7,28).
 La vivencia de la comunión eclesial y de la misión. El discipulado del Reino
posibilitará al religioso/a una comprensión nueva de la eclesialidad de su vocación y
de su misión. El servicio a la Iglesia y en la Iglesia no será un puro y simple servicio a
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JALDEMIR VITORIO, SJ.

una institución. Y, sí, como mediación y expresión de servicio al Reino. El Reino tiene
primacía sobre la institución eclesial; esto le permite al religioso/a tomar distancia
crítica con respecto a lo que, en la Iglesia, está en desacuerdo con las exigencias del
Reino. Por otro lado, lo impulsa a esforzarse por conformar, cada vez más, la
institución con los valores del Reino. Esta libertad jamás será expresión de un
espíritu anárquico o de laxitud con relación a los valores reconocidos por la tradición.
Tendrá, más bien, la misma connotación de la libertad de Jesús, proveniente de su
arraigo en el Padre.
La vivencia de la vida comunitaria. La vida comunitaria, como expresión del
discipulado del Reino, superará la monotonía de la ejecución mecánica de normas
preestablecidas y la difícil convivencia con los hermanos/as, con quienes no
conseguimos entendernos. Ella consistirá en la búsqueda del amor fraterno-sororal,
fundado en el perdón reconciliador, en la amistad constructiva, en la ayuda mutua, en
el compartir la vida y la misión, en la confianza recíproca. Este será el fruto de la
adoración del verdadero Dios —el Dios Trinidad—, revelado por Jesucristo. La fe
lleva a reforzar los lazos de la vida comunitaria y a establecer un régimen de
comunión, en el respeto y la solidaridad, entre los miembros de la comunidad,
teniendo la Trinidad como modelo referencial y consumado. Muchas
corrupciones de la vida comunitaria derivan de las falsas imágenes de Dios
adoradas por los religiosos/as. Así, la refundación de la vida comunitaria partirá
de una reforma en el nivel de la fe. Quien hace la experiencia del Dios Trinidad
jamás se recusará a vivir en comunión y a compartir la vida con sus
hermanos/as. Jesús vivió así y enseñó a sus discípulos a imitarlo.
En el ministerio de Jesús, el gesto del lavatorio de los pies apunta
para la disposición de quien tiene el liderazgo en la comunidad cristiana y,
a fortiori, en la comunidad religiosa, pero también entre los miembros de la
comunidad. “Ustedes me llaman el Maestro y el Señor, y dicen bien,
porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies,
también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Porque les he
dado ejemplo, para que también ustedes hagan lo mismo como yo he
hecho con ustedes” (Jn 13,13-15). Esta mística de amor y de comunión
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servicial tiene su origen en el Dios Trinidad que, en Jesucristo, se inclina
totalmente a salvar la humanidad.
A modo de conclusión
El mundo de la ciencia y de la tecnología, en acelerado proceso de
evolución, el sistema neoliberal y la idolatría del mercado, la preocupación
con la ecología, las diferentes formas de dar sentido a la existencia
humana y tantas otras cuestiones a la orden del día en el mundo moderno,
necesitan encontrar una respuesta adecuada por parte de los discípulos/as
del Reino, entre ellos, los religiosos/as. Las posturas extremas merecen ser
evitadas. En un extremo, se sitúa el entusiasmo ingenuo e indiscreto: el
religioso/a, en nombre de la modernidad, se apropia de todo cuanto el
mercado ofrece, sin pasar por la criba de la crítica evangélica. En el otro
extremo, se encuentra la postura retrógrada y anacrónica de quien
supervaloriza la tradición y el pasado, resistiéndose a percibir las
posibilidades insospechas y puestas por el mundo moderno a su
disposición, las cuales pueden ser colocadas al servicio del Reino. La
recomendación del Apóstol Pablo a la comunidad de Tesalónica se hace
oportuna, para la vivencia del discipulado cristiano en el contexto actual:
“Experimentar todo con discernimiento y conservar lo que es bueno” (1
Ts 5,21). Lo “bueno” (kalós) para el discípulo/a corresponderá a lo que
más ayuda para que el Reino de Dios acontezca en la historia humana.
Definitivamente, ¡este es su máximo deseo!
Tradujo del portugués, P. Dionisio Alberca G., C.PP.S.
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