Restauración y sistema canovista A) INTRODUCCIÓ AL HECHO

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Restauración y sistema canovista
A) INTRODUCCIÓ AL HECHO HISTÓRICO
-RESTAURACIÓN BORBÓNICA.
Crisis política. Fin de la I República.
Manifiesto de Sandhurst.
Pronunciamiento de Mártinez Campos.
Regencia de Antonio Cánovas del Castillo.
B) EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN Y SISTEMA CANOVISTA
- CARACT. SISTEMA CANOVISTA
Sistema parlamentario liberal, poco democrático.
Estabilidad basada en la alternancia de partidos.
Bipartidismo: -1. Partido liberal-conservador (Cánovas del Castillo)
-2. Partido liberal-fusionista (P. Mateo Sagasta)
Diferencias mínimas entre los partidos.
La Constitución de 1876
-MANIPULACIÓN ELECTORAL Y CACIQUISMO
Fraude electoral para garantizar el turno pacífico.
1. Sistema electoral corrupto y manipulador -Ministerio de la Gobernación y “cuneros”
-El “pucherazo”, fraude electoral.
-Baja participación: abstención y apatía.
2. Caciquismo
-Control circunscripción electoral.
-Presencia en zonas rurales.
-Control de ayuntamientos.
-Control sobre los votos de las poblaciones.
-MARGINACIÓN POLÍTICA Y OPOSICIÓN
-Republicanismo. Partido Posibilista: Emilio Castelar
-Sindicalismo y Movimiento Obrero.
-Nacionalismos: Catalanismo (Renaixença y la Lliga)
P. Vasco (Sabino Arana y PNV)
Galicia y Andalucía.
C) CONSECUENCIAS
analfabetismo.
-Estabilidad política/crisis económica, bajo nivel de vida y
El pronunciamiento del general Martínez Campos, en Sagunto en diciembre de 1874, significó el fin de la I
República y la restauración de la monarquía borbónica con Alfonso XII, hijo de Isabel II. El artífice de la
restauración monárquica fue el viejo político unionista, Antonio Cánovas del castillo que desde el gobierno
estableció un sistema político de aire conservador fundamentado en un sistema parlamentario liberal, pero con
un funcionamiento poco democrático. Ya Cánovas, antes del pronunciamiento incluso, se había encargado de
redactar al príncipe Alfonso (XII) el manifiesto de Sandhurst, donde se presentaba como un rey de tradición,
constitucional, católico y liberal.
Los grupos conservadores que habían recibido con agrado el golpe de M. Campos, asustados por el
radicalismo del sexenio democrático y por la irrupción del obrerismo, tenían la esperanza de que la monarquía
retornaría la estabilidad política económica y garantizaría el mantenimiento del orden social. Cánovas era
consciente d que el reinado de Isabel II había fracasado por la excesiva identificación de la reina con el partido de
los moderados. Por este motivo creyó oportuno facilitar la creación de un partido de oposición, fiel al nuevo
régimen, permitiendo que éste se convirtiera en una alternativa real de gobierno. De este modo, el régimen de
la Restauración se basó en dos grandes partidos que expresaban matices distintos pero que participaban
plenamente del sistema: el liberal y el conservador.
El partido conservador se organizó alrededor de la figura de Antonio Cánovas del Castillo, y aglutinó los
sectores más conservadores de la sociedad. El partido Liberal-Fusionista tenía como principal dirigente a
Práxedes Mateo Sagasta y reunió a antiguos progresistas, unionistas y algunos ex republicanos moderados.
Ambos partidos estaban de acuerdo ideológicamente en lo más fundamental: coincidían en la defensa de la
monarquía la Constitución, la propiedad privada y la consolidación del Estado liberal, unitario y centralista. Y las
diferencias políticas entre ellos eran mínimas. Los conservadores eran más partidarios del inmovilismo político y
acercamiento a la Iglesia, mientras que los liberales proponían un reformismo más laico y progresista.
Realmente eran dos papeles complementarios que no diferían demasiado.
La estabilidad del nuevo sistema puede explicarse por distintos factores que contribuyeron en consolidarlo.
Primeramente las bases de la restauración quedaron fijadas en la Constitución de 1876, de carácter moderado y
fruto de un pacto entre élites sociales. Ésta establecía la soberanía compartida entre las Cortes y la Corona, la
organización de las Cortes en dos cámaras (Congreso y Senado), proclamaba la confesionalidad católica y
reconocía una amplia declaración de derechos que deberían concretarse en leyes posteriores.
Para el ejercicio del gobierno contemplaba el turno pacífico o alternancia regular en el poder entre las dos
grandes opciones dinásticas. Para garantizarlo, la monarquía jugó un papel importante porque cuando el partido
en el gobierno perdía la confianza de las Cortes, el rey llamaba al líder de la oposición a formar gobierno, y era él
mismo quién se encargaba de convocar elecciones para conseguir la mayoría parlamentaria suficiente para
poder gobernar. El fraude en los resultados aseguraba que las elecciones fuesen siempre favorables al partido
que las convocaba. La alternancia en el gobierno fue posible a un sistema electoral corrupto y manipulador, que
no dudaba en comprar votos falsificar actas y utilizar prácticas coercitivas sobre el electorado a través de la
influencia y del poder económico que los conocidos como caciques tenían sobre la sociedad, sobre todo rural.
Por un lado, el ministro de la Gobernación era quién elaboraba una lista de candidatos que deberían de ser
elegidos en cada distrito y quién nombraba a los diputados o “cuneros”. Entonces los gobernadores civiles
tramitaban la lista de candidatos ministeriales a los alcaldes y caciques y todo el aparato se ponía a trabajar para
garantizar su elección.
Un auténtico conjunto de fraudes electorales, conocidos como “el pucherazo” ayudaban a conseguir la
elección deseada. Prácticas tan diversas como la falsificación del censo (incluyendo personas muertas o
impidiendo de votar a las vivas), la manipulación de las actas, la compra de votos y las coacciones de todo tipo
(evitando la propaganda opositora, intimidando a sus simpatizantes, no dejando actuar a sus interventores,…)
Prácticas que se veían beneficiadas por la abstención de una buena parte de la población y la apatía electoral
que mantuvo la participación en todo el periodo por debajo del 20%, así como el desencanto de las fuerzas de la
oposición. El caciquismo, sin duda, jugó un papel importante en el sistema. Los caciques, eran individuos o
familias que, por su poder económico o influencias políticas, llegaban a controlar una circunscripción electoral.
Gran parte de la población estaba supeditada a sus intereses, puesto que éstos, gracias al control d los
ayuntamientos, hacían informes o certificados personales, proponían el reparto de las contribuciones,
controlaban el sorteo de las quintas y podían resolver o complicar los trámites burocráticos y administrativos.
Este fenómeno, especialmente presente en el campo, implicaba consecuencias cotidianas puesto que los
caciques se permitieron ejercer actividades discriminatorias y con sus “favores” agradecían o penalizaban la
fidelidad electoral y el respeto a sus intereses.
La llegada de los liberales al poder por primera vez en 1881 significó el principio del sistema de alternancia y
el turno pacífico. Pero este periodo no significó ningún cambio. Pese a las primeras medidas de aparente
aperturistas (como la libertad de cátedra, reunión, censura… ) la muerte de Alfonso XII en 1885 hizo temer la
desestabilización del sistema, llegándose a firmar el “Pacto del Pardo”, que aseguraría la continuidad del
sistema. Ambos partidos llegaron a un acuerdo tácito de no promulgar nunca una ley que tuviera que ser abolida
por el otro partido cuando éste llegara al gobierno. Fue le “gobierno largo” de Sagasta (1885-1890), el que
icorporó finalmente algunos de los derechos y prácticas vinculadas a los ideales de la revolución de 1868, como
la abolición de la esclavitud, ley de asociaciones y , finalmente el sufragio universal masculino. Aunque el
mantenimiento de los mecanismos d corrupción electoral imposibilitaron en la práctica, que esta ampliación del
número de electores se tradujese en un elemento democratizador.
Entre 1876 y 1898 el turno dinástico funcionó con regularidad. Seis elecciones fueron ganadas por los
conservadores y cuatro por los liberales, y cono consecuencia éste produjo durante todos estos años una
marginación de los elementos políticos más radicales de la oposición real y de la clase obrera. El Republicanismo,
dividido entre unitarios y federalistas entró en crisis después del hundimiento de la primera República y sufrió
una durísimo represión durante la Restauración que le impidió formar un bloque de oposición sólido hasta 1893
con la fundación de la Unión Republicana. Sólo un pequeño grupo, encabezados por Emilio Castelar (último
presidente de la I República) consiguieron entrar en el juego de partidos políticos de la Restauración con el
nuevo Partido Posiblilista. También el sindicalismo sugrió la represión y la división interna (anarquistas y
marxistas). En el carlismo un sector, contrarios a apoyar a la monarquía borbónica, creó un partido ultracatólico
y tradicionalista.
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