Unidad 8.La Restauración - IES Bárbara de Braganza

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UNIDAD 8
“LA RESTAURACIÓN MONÁRQUICA (1875-1902)”
Fechas: 1898
Personajes: Alfonso XII, Cánovas, Sagasta, Pablo Iglesias.
Términos: Caciquismo, Guerra de Cuba, Institución Libre de Enseñanza, PNV, Pucherazo y
Sufragio Universal.
Cuestiones asociadas al texto 8: “Oligarquía y caciquismo” 1

El sistema canovista

Los movimientos sociopolíticos: movimiento obrero y el origen de los nacionalismos.

Oligarquía y caciquismo en Extremadura
El Período que se inicia en 1875 está presidido por la restauración de la monarquía, y
más en concreto de la dinastía borbónica. Con ella vuelven también algunas de las
características que habían presidido la etapa anterior al Sexenio democrático, sobre todo en lo
que respecta al dominio político real de una élite constituida por los dirigentes de los grandes
partidos, ahora llamados conservador y liberal, y que son los herederos de los viejos grupos
moderados y progresistas. Hasta 1902, año del inicio del reinado de Alfonso XIII, transcurre
una larga época presidida por la constitución de 1876 y su funcionamiento adulterado por la
manipulación electoral y el caciquismo, una etapa que se verá duramente alterada, en su
monótono discurrir, por la sacudida de la guerra de Cuba y el desastre de 1898 .
El indudable crecimiento económico de finales del siglo no permitió, sin embargo,
acercar el nivel de desarrollo al de las grandes potencias ni transformó la sociedad, que siguió
inmersa en el atraso y las profundas desigualdades.
1.- LA CRISIS DEL SEXENIO Y EL RETORNO DE LOS BORBONES
Tras el golpe de estado de Pavía (ver unidad anterior), y la disolución de las cortes,
en enero de 1874, el general Serrano estableció un régimen que funcionó en la práctica como
una dictadura personal, aunque en teoría seguía vigente la República. El general Serrano
concentró todo su esfuerzo en sofocar los últimos focos cantonalistas (Cartagena). La
oposición republicana fue anulada, y las organizaciones obreras prohibidas.
Un aumento de impuestos y nuevas movilizaciones permitieron detener el avance
carlista. Pero a finales de año la posición de Serrano era ya frágil.
Mientras la propaganda hábilmente dirigida por Cánovas a favor del príncipe Alfonso,
calaba en el seno del ejército y aglutinaba a los grupos burgueses. El 1 de diciembre Alfonso
XII firmaba el Manifiesto de Sandhurst, en el que el futuro rey garantizaba una monarquía
constitucional y dialogante; Cánovas preparaba un proceso pacífico y sin intervención militar,
pero el general monárquico Martínez Campos se le adelantó y se pronunció en Sagunto, el
29 de diciembre, proclamando a Alfonso XII rey de España. El gobierno no opuso
resistencia y dimitió.
2.- EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN
2.1. El sistema político canovista: constitución de 1876, turnismo y el caciquismo.
El 9 de enero llegó Alfonso XII y Cánovas emprendió enseguida una tarea de gobierno
centrada en la pacificación afrontando las dos guerras abiertas, la de Cuba y la carlista y la
creación del nuevo régimen,
La campaña final contra los carlistas concluyó en marzo de 1876. No obstante, los
problemas asociados al carlismo no fueron resueltos. Permanecía el sentimiento regionalista,
1
Este texto es el primero de la segunda parte del programa. Por tanto, los contenidos de esa parte se
inician con esta unidad.
1
sobre todo entre los vascos, cuyos fueros quedaron abolidos. Tampoco desapareció el
sentimiento católico ultraconservador; de hecho, el carlismo siguió vivo.
El final de la guerra carlista permitió enviar tropas a Cuba. Durante dos años se
combinó la negociación con una dirección militar eficaz. La Paz de Zanjón, que puso fin a la
guerra en febrero de 1878, incluía una amplia amnistía y una serie de reformas y promesas
cuyo incumplimiento posterior por el gobierno español provocaría la guerra definitiva de 1895.
El centralismo que revelan ambas actitudes tendrá mucho que ver con los problemas
que habrá de afrontar el régimen antes del final del siglo.
Las primeras medidas de Cánovas dejaron claro el carácter conservador del
régimen: gobernadores civiles y alcaldes fueron sustituidos por hombres afines a la corona, se
reforzó la censura y el control del orden y se eliminaron el matrimonio civil y los juicios por
jurado.
Pero al mismo tiempo, Cánovas emprendió contactos con los líderes de demócratas y
progresistas. Ello se debe a la decisión de Cánovas de no repetir los errores del partido
moderado, haciendo sitio en el régimen a cierta oposición; efectivamente, en la visión política
de Cánovas era imprescindible para la consolidación de la monarquía la creación de un
sistema que fuera igualmente válido para los antiguos moderados, unionistas, progresista y
demócratas, con la sola condición de que aceptaran la monarquía y la alternancia en el
gobierno, de modo que se terminara con el pronunciamiento como vía para la toma del poder:
el ejército debía "volver a los cuarteles" y limitarse a su misión constitucional.
Para elaborar la constitución que regularía el nuevo sistema, se convocaron elecciones
a cortes constituyentes, en diciembre de 1875; se convocaron por sufragio universal, pero
fueron ya manipuladas desde el Ministerio de Gobernación por el ministro Romero Robledo
para asegurar amplia mayoría a los partidarios de Cánovas, inaugurando así lo que sería la
práctica electoral típica de la Restauración.
La constitución de 1876 pretendía ser una síntesis de los textos de 1845 y 1869,
aunque en esencia se parece mucho más a la primera: la soberanía es compartida, y el poder
legislativo lo tienen “las cortes con el rey” (la corona. tiene poder de veto por una legislatura, y
la capacidad de disolver cortes y convocar nuevas elecciones); el poder ejecutivo lo ejerce la
corona a través del gobierno, cuyo jefe elige el rey libremente. Las cortes son bicamerales; la
constitución no fija el tipo de sufragio, por lo que será el partido gobernante el que lo decide, a
través de la ley electoral. La declaración de derechos es prolija, y reconoce casi todas las
conquistas de 1869; pero, como en la constitución de 1845, su concreción se remite a las leyes
ordinarias, y éstas, en su mayor parte, tendieron a restringirlas, especialmente los derechos de
imprenta, expresión, asociación y reunión. Ayuntamientos y diputaciones quedan bajo control
gubernamental. Finalmente, la cuestión religiosa se resuelve volviendo a la confesionalidad
católica del estado.
Para el proyecto político de Cánovas lo ideal era que hubiera dos partidos, uno
conservador, y otro liberal, en el que se integraban grupos y personajes del sexenio, que
pudiera funcionar como alternativa, lo que era fundamental, en opinión de Cánovas, para
afianzar el sistema: el núcleo de este grupo fue el Partido Constitucionalista de Sagasta, que
tras algunas dudas iniciales, terminó por aceptar la monarquía de Alfonso XII y fue
aglutinando otros grupos de su derecha y de su izquierda, hasta constituir en mayo de 1880 el
Partido Fusionista, enseguida Partido Liberal, que se convirtió en la alternativa del Partido
conservador de Cánovas.
Desde 1881, como veremos, empezó a funcionar lo que se conoció como el "turno
pacífico", que caracterizará el régimen durante más de cuarenta años, y cuyo rasgo más
destacado es que no surge de los resultados electorales, sino de transacciones entre los grupos
dirigentes de ambos partidos, que controlan el poder para preservar la monarquía y sus propios
intereses para evitar alteraciones revolucionarias.
El mecanismo se basa, una vez más, en el poder del rey para disolver y convocar
cortes y en un sistemático falseamiento del sufragio. Cuando un partido experimentaba el
desgaste de su gestión, o sencillamente cuando los líderes consideraban necesario un relevo en
el disfrute del poder, se sugería a la corona el nombramiento de un nuevo gobierno. El
nuevo presidente era siempre el líder del partido hasta entonces en la oposición, y recibía junto
2
con su nombramiento el decreto de disolución de cortes y la convocatoria de nuevas
elecciones. Entonces actuaba el ministerio de gobernación, que fabricaba los resultados
electorales desde el llamado "encasillado", que consistía en adjudicar escaños a partidarios o
adversarios en función del acuerdo pactado entre los dos partidos. El siguiente paso consistía
en manipular las elecciones para que salieran los resultados acordados, lo que se hacía a
través de los "caciques", que a nivel local o provincial respondían de los votos de una
clientela cuya voluntad dominaban a base de proporcionar empleos o beneficios de tipo
diverso; el mecanismo se completaba, por supuesto, con el conjunto de procedimientos
fraudulentos que se conocen como "pucherazo" (fraude en la confección de listas,
falseamiento de los votos emitidos, destrucción de las actas de las elecciones, adelanto de las
horas de apertura y cierre de los colegios electorales, etc.).
2.2. La evolución política.
La acción de gobierno de Cánovas entre 1876 y 1880 estuvo marcada por las reformas
administrativas ya mencionadas y la acción contra las guerras carlista y cubana. En estos años
se consolidó el Partido Conservador, con un programa de defensa del orden social, de la
propiedad y de la monarquía; al mismo tiempo se está organizando el Partido Liberal que,
dentro del marco constitucional, aboga por la defensa de los derechos individuales y el sufragio
universal.
En 1881 formó gobierno por primera vez el Partido Liberal, con una actuación un
poco tímida: suavizó las restricciones a la libertad de imprenta y de reunión y asociación; pero
no restableció el sufragio universal, lo que originó protestas y disturbios. Aunque el gobierno
de Sagasta reaccionó con dureza, el rey decidió el cambio y Cánovas volvió al poder en enero
de 1884.
En noviembre de 1885 murió Alfonso XII dejando un hijo de corta edad, su viuda
María Cristina se hizo cargo de la regencia, y ante la situación, Cánovas y Sagasta, habiendo
comprobado ya el funcionamiento del “turno", se comprometieron a no poner en peligro la
estabilidad del sistema, apoyando a la regencia, a base de facilitarse mutuamente el relevo.
Este acuerdo, que se conoce como "Pacto del Pardo", permitió efectivamente superar la
prueba de la muerte del rey y la larga regencia, pero contribuyó a agudizar la corrupción
política y a falsear la voluntad popular, cada vez más ajena al sistema político.
Sagasta formó gobierno en 1885 y su partido obtuvo la correspondiente mayoría.
Durante el llamado "Parlamento largo” se restablecieron la libertad de imprenta y la de
asociación y se amplió definitivamente el sufragio a todos los varones mayores de 25 años
(1890). Por supuesto, esta importante conquista democrática quedaba desvirtuada por la
manipulación electoral: las primeras elecciones celebradas por sufragio universal, en 1890,
dieron la victoria al gobierno recién formado por Cánovas. En años sucesivos siguieron
turnándose, pero con importantes novedades que irían debilitando el sistema.
3. LA CRISIS DE 1898: LA GUERRA DE CUBA
En febrero de 1895 se produjo un levantamiento independentista en Cuba, que
rápidamente se transformó en una insurrección general. La guerra se debió a la maduración del
movimiento independentista, dirigido por Antonio Maceo y José Martí, pero también a los
errores cometidos por España (incumplimiento de las promesas de autogobierno y de
abolición de la esclavitud, ley proteccionista de 1981), presionada por los grupos con intereses
coloniales, que se oponían a cualquier cambio que pudiera reducir sus ganancias en la
explotación de la isla. A la frustración acumulada se unió el respaldo norteamericano a los
insurgentes, ante la posibilidad de explotar la isla en exclusiva. El apoyo fue primero
diplomático y a partir de 1891, cuando la ley de aranceles prohibió a los cubanos el comercio
libre, se convirtió en apoyo material y en presión a favor de la insurrección.
La guerra cubana atravesó varias fases. Inicialmente el Gobierno liberal intentó una
política de negociación y envió a Martínez Campos a la isla. Pero éste fracasó y tuvo que
regresar a España tras negarse a aplicar medidas represivas sobre la población civil. Además, en
1896 la situación militar se agravó, al sumarse una segunda insurrección colonial, esta vez en
Filipinas.
3
El nuevo gobierno de Cánovas envió entonces al general Weyler. Experto conocedor
de Cuba, recuperó todo el territorio y envió a los insurrectos a las montañas. Dividió el territorio
mediante líneas fortificadas y concentró en compartimentos (auténticos campos de
concentración) a la población civil, para evitar que pudiera apoyar a los guerrilleros. Comenzó
así una feroz guerra de desgaste caracterizada por la superioridad militar española y el dominio
del terreno por los guerrilleros cubanos, que recibían armamento y suministros norteamericanos.
Las bajas fueron aumentando, mientras en España comenzaban a levantarse protestas. En agosto
de 1897, Sagasta, que formo nuevo gobierno, tras el asesinato de Cánovas por el anarquista
Angiolillo, intentó un nuevo proyecto de autonomía más amplio con gobierno propio,
parlamento y los mismos derechos que los peninsulares. Sustituyó a Weyler y en enero tomo
posesión el nuevo Gobierno cubano. Desde Madrid aún parecía posible la paz.
Fue en ese momento cuando los Estados Unidos decidieron intervenir, contando con
el apoyo de una opinión pública hábilmente manipulada por los ideólogos del imperialismo y
los periódicos. El incidente que propició el estallido de la misma fue la explosión del
acorazado estadounidense Maine, anclado en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de
1898, que causó 254 muertos. Había sido enviado a Cuba para “proteger los intereses
norteamericanos en la isla”. Pese a la propuesta española de una comisión de investigación
internacional, los Estados Unidos, tras una rápida y particular investigación, atribuyeron toda la
responsabilidad a España. En esas condiciones, el Gobierno de Washington propuso primero
la compra de la isla y, ante la previsible negativa española, lanzó un ultimátum que amenazaba
con la guerra si en tres días España no renunciaba expresamente a la soberanía. Desde la óptica
de los dirigentes políticos y militares españoles, el enfrentamiento era inevitable al tratarse de
una cuestión de prestigio.
La guerra comenzó en Filipinas. Después de tres años de insurrección
independentista, el ejército español había conseguido dominar en parte la situación. Pero en la
primavera de 1898 la flota norteamericana se dirigió a las islas para apoyar a los insurrectos. El
desarrollo de las operaciones fue rápido y contundente. La superioridad material y técnica
norteamericana era enorme, y sus bases estaban mucho más próximas a los objetivos. En
Filipinas, los estadounidenses tomaron Cavite el 1 de mayo, destrozando la flota española,
mientras que Manila fue conquistada casi sin combate el 14 de agosto, cuando ya se había
firmado el armisticio.
En Cuba, la flota española tras permanecer sitiada en Santiago, acabó siendo
derrotada el 3 de julio. Ese mismo mes tropas norteamericanas desembarcaron en
Guantánamo, en el extremo oriental de la isla, y en Puerto Rico. El 12 de agosto España tuvo
que pedir un armisticio. Por el Tratado de París (10 de diciembre de 1898) España renunciaba
definitivamente a Cuba, cedía a Estados Unidos las Islas Filipinas, a cambio de 20 millones de
dólares, y Puerto Rico, así como la isla de Guam en las Marianas. La entrega de los restos del
Imperio colonial se cerró en 1899: el Gobierno español, consciente de la imposibilidad de
mantener los últimos reductos, cedió a Alemania el resto de las islas Marianas, las Carolinas y
las Palaos a cambio de 15 millones de dólares (Tratado Hispano-Alemán).
El Desastre supuso una auténtica crisis en la conciencia de los españoles, y arrastró una
serie de consecuencias importantes.
Están, en primer lugar, las pérdidas humanas. Se calcula que las guerras de 1895-1898
costaron en conjunto unas 120.000 muertes, de las cuales la mitad fueron de soldados españoles.
La mayoría de las bajas se debieron a enfermedades infecciosas. Si al principio los daños no
repercutían demasiado en una opinión pública adormecida, poco a poco comenzaron las
protestas y se fue extendiendo la amargura entre las familias pobres cuyos hijos habían sido
enviados a la guerra por no poder pagar las quintas.
Los perjuicios psicológicos y morales fueron también importantes: los supervivientes
retornaban heridos y pésimamente atendidos. A ello se añadía la desmoralización de un país
consciente de su propia debilidad y de lo inútil del sacrificio.
Las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas en la metrópoli, salvo la fuerte
subida de los precios de los alimentos en 1898, sí fueron graves a largo plazo. La derrota supuso
la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias, así como de los mercados privilegiados
que éstas suponían y de las mercancías que, como el azúcar, el cacao o el café, deberían
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comprarse en el futuro a precios internacionales.
La crisis política resultó inevitable. El desgaste fue de ambos partidos, pero afectó
esencialmente al Liberal y a Sagasta, a quien tocó la misión de afrontar la derrota. Con él
desapareció la primera generación de dirigentes de la Restauración, que tuvo que ceder el
terreno a los nuevos líderes.
Pero quizá lo más grave fue el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota,
a pesar de la capacidad demostrada aisladamente por algunos generales y del valor de las tropas.
Era evidente que las Fuerzas Armadas no habían estado preparadas para un conflicto como el
ocurrido. Aunque en último extremo la responsabilidad era más política que militar, el Ejército
salía considerablemente dañado en su imagen, lo que traería graves consecuencias en el siglo
XX.
4. MOVIMIENTOS SOCIOPOLITICOS
4.1. El regeneracionismo
Tras la derrota, la opinión pública reaccionó a la pérdida del Imperio colonial con
resignación y fatalidad. La convulsión se produjo entre los políticos y los intelectuales, no entre
las clases populares.
Entre quienes analizaron las causas de esa situación destacó una serie de intelectuales,
los llamados regeneracionistas el más conocido de los cuales fue Joaquín Costa2. Para ellos, el
origen del problema estaba en el aislamiento del cuerpo electoral del país, la corrupción de los
partidos del turno y el atraso económico y social que España tenía respecto a los países europeos
más avanzados. Para cambiar la situación propusieron programas basados en la reorganización
política, la dignificación de la vida parlamentaria, la reforma educativa siguiendo los principios
de la Institución Libre de Enseñanza, la acción orientada hacia la ayuda social, las obras
públicas y, en definitiva, una política encaminada al bien común y no en beneficio de los
intereses de la oligarquía.
Pero los regeneracionistas se quedaron en la teoría. No quisieron formar partidos ni
participar en la vida política. Por ello su crítica, con ser un revulsivo valioso, fue estéril, porque
no trascendió en un movimiento político concreto con capacidad de acción.
En cuanto a la oposición republicana, ésta se vio dificultada por la existencia de
multitud de tendencias irreconciliables, que acabaron traduciéndose en la formación de varios
partidos, y por la falta de apoyo social, al perder a la clientela obrera, decantada hacia las
organizaciones obreras y a la burguesa periférica, ya inclinada al regionalismo y el
nacionalismo.
Estas nuevas fuerzas, organizaciones obreras y nacionalismo, constituirán la
verdadera oposición al régimen canovista.
4.2. El origen de los nacionalismos
Hasta la Restauración, la reivindicación foralista o nacionalista se había canalizado a
través del republicanismo federal, si era progresista, y del carlismo, cuando era conservadora.
Debilitadas ambas corrientes, surgen ahora movimientos que reivindican los derechos históricos
catalanes, vascos, valencianos, gallegos y andaluces. El movimiento regionalista fue más fuerte
y surgió antes en Cataluña y el País Vasco, al existir allí una diferenciación lingüística que
cimentó el sentimiento nacional, y una burguesía desarrollada en la que arraigó la ideología nacionalista. Si bien en España tuvo caracteres propios, fue un fenómeno común a toda Europa,
que en la misma época experimentaba el auge de un nacionalismo a veces imperialista.
La región española pionera en desarrollar un movimiento regionalista fue Cataluña,
donde a lo largo del siglo XIX había tenido lugar un crecimiento económico superior al de
cualquier otra región española. Este desarrollo socioeconómico coincidió con u notable
renacimiento de la cultura catalana. En este contexto, y a mediados del siglo XIX, nació un
movimiento conocido como la Renaixença, cuyo objetivo era la recuperación de la de la
lengua y de las señas de identidad catalanas. De este modo, el catalanismo surgió de la
conjunción del progreso económico y el renacimiento cultural.
En Cataluña el primer nacionalismo surgió en torno a intelectuales como Valentí
2
A este autor corresponde el texto nº 8 de las pruebas de acceso a la universidad.
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Almirall, considerado como el padre del catalanismo político o Prat de la Riba. En 1892 los
grupos liderados por ambos se fusionaron en la Unió Catalanista, cuyo programa fundacional,
las Bases de Manresa, constituyó el documento básico del nuevo nacionalismo catalán.
Movimiento esencialmente burgués, no planteaba la secesión ni una actitud de lucha contra el
Estado español, sino una propuesta de sistema federal en el que las regiones obtuvieran un
régimen de autogobierno con instituciones propias.
La crisis del sistema del sistema político de la Restauración acrecentó el interés de la
burguesía catalana por tener su propia representación política al margen de los partidos
dinásticos. En 1901 se creó la Lliga Regionalista, fundada por Prat de la Riba y Francesc
Cambó. Este nuevo partido aspiraría a tener representantes que defendiesen los intereses del
catalanismo en las Cortes. El éxito electoral convertiría a la Lliga en el principal partido de
Cataluña durante el primer tercio del siglo XX.
El nacionalismo vasco surgió en fechas más tardías. En sus orígenes hay que
considerar la reacción ante la pérdida de los fueros tras la derrota del carlismo; pero también el
desarrollo de una corriente cultural en defensa de la lengua y cultura vascas.
Su gran propulsor fue Sabino Arana, quien creía ver un peligro para la subsistencia de
la cultura vasca la llegada de inmigrantes de otras regiones de España a la zona minera e
industrial de Bilbao, como resultado de la gran expansión económica vizcaína en el último
tercio del siglo XIX.
Las propuestas de Arana prendieron en diversos sectores, sobre todo en la pequeña
burguesía, que veía con temor el crecimiento del socialismo entre la clase obrera vasca
temerosa, y en 1895 fundaba el Partido Nacionalista Vasco (PNV) en torno a un grupo de
reivindicación foral vizcaíno. Arana popularizó el nombre de Euzkadi y la ikurriña. Este
movimiento estuvo impregnado de un fuerte sentimiento católico y de defensa de la
tradición y la pureza racial del pueblo vasco, por lo que adquirió un cierto tono xenófobo.
Aunque en un principio sus planteamientos fueron muy radicales, proponiendo la
secesión frente al Estado español, poco a poco fue suavizando su postura al tiempo que
ganaba adeptos en una burguesía industrial y más moderna (Ramón De La Sota). Este sector
acabó imponiéndose en el control del PNV y se acomodaron a una estrategia autonomista
similar a la del catalanismo. A partir de entonces comenzó a obtener ciertos éxitos en las
elecciones. De este modo se configuraron dos tendencias dentro del PNV que se mantendrían en
el futuro.
Más débiles ante la falta de una burguesía fuerte que los impulsara, otras expresiones
regionalistas y nacionalistas como la gallega, valenciana y andaluza, que tenían ya
defensores en algunos intelectuales a finales del siglo, sólo se desarrollarán en los comienzos
del siglo XX.
4.3. El movimiento obrero durante la Restauración.
Al iniciarse la Restauración, el movimiento obrero había pasado ya a la clandestinidad
y escindido ya claramente en dos corrientes diferentes, socialista y anarquista.
En 1881 se fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), de
inspiración anarquista. La nueva federación, que tenía su mayor implantación en Cataluña,
Aragón, Valencia y Andalucía se inclinó por un activismo predominantemente sindical y
reivindicativo. Los desacuerdos dentro de la organización y la constante represión sobre el
movimiento obrero y campesino favorecieron que una parte del anarquismo optara por “la
acción directa” cuyo objetivo era atentar contra los pilares del capitalismo: el Estado, la
burguesía y la Iglesia. Esa táctica de los más radicales sirvió para etiquetar de violento a todo el
anarquismo.
En la última década se sucederían episodios de violencia basada en una dinámica de
acción/represión/acción. En 1893 se atentó contra el general Martínez Campos, el autor fue
detenido y fusilado. Como respuesta se produjo el atentado en el Liceo de Barcelona que causó
20 muertos. Esta vez la represión se extendió a 415 obreros, seis de los cuales fueron fusilados.
Más tarde un anarquista francés lanzó una bomba al paso de la procesión del Corpus en
Barcelona. La policía detuvo a más de 400 obreros, 87 de ellos fueron procesados y
encarcelados en el castillo de Montjuic: al final, cinco de ellos fueron sentenciados a muerte.
Finalmente, en 1897, la víctima del anarquismo fue el artífice de la restauración, Cánovas
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del Castillo. A partir de esa fecha la actividad terrorista disminuyó , aunque también aparecería
en las primeras décadas del siglo XX.
En el campo andaluz se extendió el anarquismo revolucionario, donde surgió una
supuesta sociedad secreta anarquista “La Mano Negra”, a la que se atribuyó una serie de
acciones violentas que permitió una dura represión al anarquismo andaluz.
Esta violencia ahondó la división del anarquismo entre los partidarios de continuar
con la acción directa y los que propugnaban una acción colectiva y sindical. Entre estos
últimos se encontraba uno de los principales representantes del anarquismo español, Anselmo
Lorenzo. Esta tendencia, de clara orientación anarcosindicalista, comenzaría a dar sus frutos
a principios del siglo XX con la creación de Solidaridad Obrera (1907) y la CNT(1910).
La otra gran tendencia del movimiento obrero fue la marxista, que ya desde 1870 tenía
en Madrid su principal arraigo. Los socialistas madrileños se reorganizaron en torno al núcleo
de los tipógrafos. Fueron ellos quienes, junto a algunos intelectuales y otros artesanos fundaron
en mayo de 1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Una comisión encabezada
por Pablo Iglesias redactó el primer programa y que se basaba en tres objetivos fundamentales:
la abolición de las clases y la emancipación de los trabajadores; la transformación de la
propiedad privada en propiedad social o colectiva, y la conquista del poder político por la clase
obrera. El programa incluía, además, una larga lista de reivindicaciones políticas y de carácter
laboral, que pretendía la mejora de las condiciones de vida de los obreros.
En 1888 se fundó en Barcelona la Unión General de Trabajadores (UGT), un sindicato
de inspiración socialista. A partir de 1888 se marcará la línea divisoria clara entre el partido,
con objetivos políticos, y el sindicato UGT, cuya función reivindicativa e inmediata era la
defensa de los trabajadores en la sociedad capitalista.
En 1890 se celebró por primera vez el 1º de Mayo, siguiendo la consigna de la II
Internacional. Desde aquel año el PSOE, comenzó a presentar candidatos a las elecciones, y en
las municipales de 1891 por vez primera cuatro concejales fueron elegidos en las grandes
ciudades. El éxito, que contrastaba con su escasísima influencia en el campo, sirvió al partido
para catapultarse y presentarse como organización que aspiraba al poder.
También intentan organizarse en ese final de siglo movimientos obreros de
inspiración católica, a partir de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, que, tras denunciar
al socialismo y hacer una moderada crítica del sistema capitalista, animaba a encauzar a través
del Evangelio los intentos de mejorar la vida de la clase obrera. Sin embargo, las
organizaciones católicas apenas arraigarían.
5. LA ECONOMÍA A FINALES DEL XIX.
Los años que van de 1876 a 1890 fueron de relativa prosperidad económica, derivada
en parte de la estabilidad política, que animaba la inversión y los negocios.
En agricultura el latifundismo y la mano de obra barata aseguraban los beneficios de
los propietarios; a pesar del inmovilismo técnico, una sucesión de buenas cosechas y el
contexto europeo de políticas librecambistas permitieron que creciera la exportación, sobre
todo, del vino por la plaga de filoxera en Francia.
En cuanto a la industria, los gobiernos de la Restauración trataron de paliar el
problema de la falta de capitales: se incrementó la inversión por la contención en la emisión
de Deuda y la apertura del mercado a los capitales extranjeros; aunque los grandes beneficios
obtenidos no se reinvirtieran en el país. Este ambiente favoreció un cierto desarrollo de la
industria siderúrgica en Asturias y sobre todo en el País vasco. Ello supuso el estímulo
necesario para el desarrollo de sectores vinculados a la siderurgia, corno la construcción naval,
que también se localizó en el norte. En Cataluña, la exportación de vinos, el crecimiento textil
y a su alrededor, la primera industria química del país abrieron un período de prosperidad
conocido como la "fiebre del oro". Fueron, pues, años de expansión, aunque no de
prosperidad general, pues los costes sociales eran muy altos.
Sin embargo, a principios de los noventa se inicia una nueva fase de recesión
internacional junto con la invasión de cereales americanos muy baratos y la crisis del sector
del vino. En el contexto internacional de crisis, los países adoptan políticas proteccionistas; en
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España la presión conjunta de industriales y productores de cereales consiguió que el gobierno
aprobara un arancel proteccionista en 1891. Ello repercutió naturalmente en un espectacular
aumento de los precios, sobre todo de los cereales, lo que volvió a provocar el hambre en los
jornaleros y clases populares.
Al terminar el siglo, los principales problemas del modelo económico español
seguían en pié: una agricultura atrasada y dominante, un mercado español con escasa capacidad
de compra, unas inversiones que buscan el beneficio a corto plazo y todo ello combinado con
una casi total carencia de mercados exteriores exclusivos.
6.- OLIGARQUÍA Y CACIQUISMO EN EXTREMADURA
Tal y como se ha indicado anteriormente, el sistema canovista resultaba falsamente
democrático, aún después de la implantación del sufragio universal. Además, en el caso
extremeño, una zona eminentemente rural, el funcionamiento del sistema alcanzó sus mayores
cotas de eficacia.
No obstante, en los primeros años el modelo canovista tuvo que hacer frente a los
últimos y residuales coletazos de algunos sectores del republicanismo, que mediante el recurso
a la sublevación trataron de subvertir la estructura del Estado. Este fue el caso de la sublevación
de militares republicanos en Badajoz en 1883.
Superados estos acontecimientos, que tan escasa incidencia real tuvieron, el sistema
político siguió madurando. En 1890, como muestra del grado de consolidación, se admitía el
sufragio universal masculino. La ampliación del derecho electoral, que al dar posibilidades de
participación a los más modestos podía tener importantes repercusiones, en una sociedad tan
desajustada como la extremeña, no puso nunca en peligro las ancestrales relaciones de
dominio político, económico y social consustanciales a la región.
El sistema tenía en el caciquismo su método de supervivencia y garantía de
perpetuación de aquellas situaciones. Los filtros que imponía el sistema impedían que entraran
en el engranaje político fuerzas potencialmente dinámicas. Con unos partidos formados por
reducidos grupos de notables, de gran peso específico en la región extremeña y con
idénticos intereses que defender (así, por ejemplo en las elecciones de 1896 fue diputado por
Cáceres el conservador Conde de Torrearias y en la elección siguiente triunfó el Conde de
Campo Giro, liberal, ambos eran de los mayores terratenientes de provincia). Junto a estos
personajes de la aristocracia aparecían los más acaudalados labradores y profesionales de la
política (principalmente abogados). Por tanto, una parte importante de la oligarquía agraria
extremeña optó por la vocación política.
Por debajo de estos representantes elegidos se situaban los caciques locales,
diseminados por las poblaciones, quienes atraían el voto a la opción elegida según el turno,
gracias a su preeminencia socioeconómica y llegado el caso usando todo tipo de maniobras.
El sistema alimentaba, por otra parte, la intensa desmovilización política de la región,
puesta de manifiesto en el elevado grado de abstencionismo sino también en la fidelidad al
poder. En la Extremadura de la Restauración, como en otras tantas regiones, siempre ganaba el
partido que las convocaba, con riguroso respeto al sistema de turno pacífico de conservadores y
liberales. Y esto funcionó hasta que la crisis de los partidos dinásticos introdujo una fuerte
dispersión del voto.
Fuera del sistema tan sólo los republicanos, en la provincia de Badajoz, consiguieron
alguna representación testimonial. Ni las organizaciones obreras ni mucho menos el
regionalismo, muy poco relevante en nuestra región, tuvieron cabida en estos finales de siglo.
En definitiva, la mayoría de la población extremeña estuvo, aunque no formalmente si en la
realidad, marginada de la toma de decisiones políticas durante la Restauración.
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