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Literatura:
ambiciona
ambicionar
Escrito por Dé Hernández
Ilustraciones de Steve Serrano
El viernes pasado (20 de Abril), como resultado del azar que es decidir salir, me fui a comprar literatura, empaparme de todo lo que no
me he permitido leer, en lugar de “tomar unas “polas” o irme de excursión nocturna como lo permite la cultura promedio colombiana.
Desde que cambié mi dirección a esta azulada y gris ciudad de Bogotá, es la tercera vez que voy a la tan aclamada FILBO. Todo bastante bien, por ningún lugar me encontraba con los libros por los que fui
en busca, sin embargo me topé con otros muy buenos, un par bastante tentadores, y sí, me plació la exposición sobre Pombo, un detalle
bastante especial para este año.
Por primera vez hice parte de los conversatorios de la feria y así fui
espectadora de “Mirar el Mundo desde Brasil” con los escritores Joao
Paulo Cuencas, Santiago Nazarian y Daniel Galera quienes fueron entrevistados por Mario Ventura. Se habló de como Brasil y su literatura
es vista frente al mundo, como las editoriales esperan que necesariamente se escriba sobre el gobierno, un conflicto, del carnaval de Río,
o directa y redundantemente de las Favelas, temas ya dichos, ya discutidos, ya atravesados por otros campos.
Estos jóvenes escritores comentaban como ellos no se sentían identificados con esto, cómo para ellos la literatura no tenía que hablar de
los conflictos de su país, no tenía que reflejar necesariamente un país,
sino, en palabras de Joao Paulo Cuenca, las obsesiones más íntimas
del escritor.
Al hablar así de la literatura brasileña fue casi inevitable dirigirme a
la literatura colombiana (y en general la latinoamericana), la relación
de su espacio, su contexto y sus conflictos. Nuestros escritores se han
caracterizado por reflejarse en el lector, muchos nos han dejado legados que a simple vista son costumbristas, palabras que hablan del
contexto colombiano, pero, en este país las obsesiones del escritor (en
su mayoría) han nacido ligadas a ese contexto de conflicto, sus obsesiones son el resultado de muchas dolencias que han formado su ser
escritor desde su mundo Colombia a su mundo literario.
Esto no significa que la literatura de un país debe conocerse y ser
aceptada porque esté inscrita a un ámbito político, social y/o cultural,
la literatura colombiana nos ha hablado desde la intimidad, al punto
en que la relación de la palabra y el sujeto espectador se adapta a un
sentimiento de identidad que permite olvidar el contexto o el por qué
de lo que lee. Por supuesto, esto no solo se remite a Colombia con
maestros como León de Greiff, Fernando González y Gonzalo Arango
(quien siempre nos habló desde su Antioquia hacia el nadaísmo, un
mundo adverso, nihilista, fascinante), etc. Ni es derivado sólo de este
país, sino, también de territorios como Argentina, Uruguay, Chile (entre otros), con escritores tan prolíficos como Jorge Luís Borges, Julio
Cortázar, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Mario
Benedetti, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Roque Dalton y un sin número de maravillosos escritores que han sabido reflejar
sus recuerdos, sus conflictos y sus contextos en la poesía y la narrativa que le habla directamente y ha sabido fascinar a tantos lectores.
Pero, más allá de hablar de cómo la literatura llega a ser la metamorfosis para un reflejo en el lector o en el mismo escritor, de describir la
literatura de mi país, mi supuesta cultura, quiero llegar al punto central de lo que se re-manifestó en mis pensamientos en el conversato-
rio y de Las Obsesiones Más Íntimas Del Escritor.
Nunca he querido el título de ser llamada escritora (ni lo deseo) o
estar catalogada en el oficio de escribir, creo que la posibilidad de titular y encasillar una expresión debería ser arrancada de raíz, completamente asesinada; pero, como individuo que lleva un par de años adorando la literatura, comprendiendo la máxima que son las palabras,
la importancia del lenguaje e intentando soportar el gran peso que es
“poder escribir bien”, recordé con las palabras de Joao Cuenca como
la literatura es siempre tan selectiva (y admito que la palabra siempre
puede ser eternamente discutida, desde los inicios de su[s] definición), son tantos (sino todos) los textos que nos hablan desde la intimidad del “escritor”, desde sus traumas, anécdotas, pasado, ficción,
desasosiego, donde la poesía de las palabras son derivadas desde el
alma del que escribe, del que plasma letras como respiración.
La literatura se caracteriza por ambicionar expresar, hacer sentir,
imprimir el sentido miserable o libertino de ser y no ser, la literatura
ambiciona ambicionar y sobre todo cuando habla desde la profundidad
de los recuerdos, sean personales o desde un juego de cartas y adivinanzas con el contexto del que parte el resultado literario, o bien, sea
ambos.
Esto no debe tomarse como una afirmación universal y no pretendo
decir que el objetivo y el resultado de lo que se escribe, es solamente
para el deleite del autor, o cosa parecida, sino, hablo de la partida inicial de donde se escribe (quizá), la recepción de los estímulos exteriores. Repito, la literatura es selectiva, basta con tratar de comprender
los “estilos de un escritor”, las puntuaciones, las comillas, las palabras inventadas, las palabras subrayadas, tachadas y en otra caligrafía, los elementos puramente semánticos, los análisis implícitos en los
textos, estos ejemplos son el desenlace de lo que forma parte de una
obra, las cosas que se aprenden, lo que se lee, los millones de escritores que logran influenciar a un neófito literario (como yo) a concluir en
su “propio estilo”, todo lo que marca a una persona para poder escribir, sus profundos recuerdos, sus vívidas experiencias para formar un
majestuoso poema, todas las recónditas vistas y contemplaciones que
nosotros los lectores no podremos saber jamás de donde y como vienen en su totalidad por más que hagamos un “análisis literario”, pero,
también los estímulos culturales afectan, el problema parte desde que
inicialmente es Necesario tener que saber leer para disfrutar del mundo literario.
Estas mismas palabras sustentan lo que escribo, pues ha partido de
un recuerdo, de cómo se manifestaron en mi las palabras de otro dichas en un contexto exterior.
La literatura ambiciona una expresión, es una expresión, es tantas
cosas que no cabrían en todas las hojas de los árboles, es todo lo que
podemos comprender y no de la ambición (a veces secreta e inconsciente) del escritor o el que tiene la pretensión de escribir y considero que este mundo de ambiciones y belleza (sublime) es uno de los
mundos donde se debería vivir, no importa como resulte, como sea su
presentación, de qué se hable, de qué se escriba y de donde venga, la
literatura debería explorarse más allá de la decisiva y ya intuitiva búsqueda impuesta de comprender, la literatura debería vivirse más allá
del papel.
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