Todas las vidas en una noche

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Todas las vidas en una noche
100 ODN Anuario 2014
Pro
v
es que yo estaba ahí. Justo
cuando lo leí. Verdaderamente,
con la frente tocando el suelo, un
punto frío donde resistir mis dudas,
tan conocidas ellas, tan temidas, y al
final tan compañeras de viaje. Qué furia
me producen cuando olvido que las olvido,
porque es entonces cuando aparecen para
decirme: “¡Aja!, ¿crees que puedes dejarnos
solas?” Y se vienen conmigo como una familia
con madre, padre, hijos pequeños todos ellos
dudas, duditas, dudotas. Ahora, no sé por
qué, pero recordé algo que dijo Cortázar sobre
quienes tienen las cosas tan claras. Como él,
yo también los envidio
En mi caso se trataba de un trabajo que me
había llevado 4 años. Lo terminé al fin de los
dos primeros, pero me dijeron que necesitaba
cambios, y luego me metí en otras cosas y fui
dejando pasar el tiempo sin hincarle el diente.
Me decepcionó tanto no haber satisfecho las
expectativas generadas que le cogí miedo.
Pavor. Pánico. No me lo explico. Tampoco era
una cosa tan difícil. Pero sinceramente me
pasé los dos años siguientes lamentando no
tener el tiempo de hacerlo. En el fondo no
quería hacerlo. Ahora sé que uno puede estar
más de dos años luchando consigo mismo
para llegar a la misma conclusión que si
hubiera sido valiente mucho antes. Y
entonces, cómo no, surge aquello que te saca
las palabras reprimidas que llevas dentro y
eliges decirlas en inglés, preguntándote: “why
the h*** did I waste so many years on that
stuff?” Y así no me lo digo en español para no
herirme más, porque es muy duro y roza la
piel del alma ser consciente de la
inmensa pérdida de tiempo que
supone un proyecto que creías
hermoso, determinante para el resto
de tu vida, y al final no se concreta.
Y es ahí, en ese “¿y ahora qué?” que
suena en medio del vacío, donde aparece una
mujer, también en el suelo, a punto de salir de
un convento que creía el sentido final de una
de sus muchas vidas. Antes, había sido joven,
bien educada en una familia de intelectuales;
vivió de cerca la violencia de las ideas y la fe;
fue esposa y madre, y viuda y madre, esta vez
de hijos muertos. Demasiadas vidas para una
vida. Suficiente, ¿no?
Meterse en un convento mucho después de
los 40 parecía el capítulo final. Y de pronto, la
enfermedad le saca de allí. Todo el plan que
ella creía trazado por Dios, se le trastocaba.
Esa frase que tanto se escribía en grafittis por
las paredes de toda América Latina en el
tiempo de las revoluciones: “Cuando teníamos
todas las respuestas, nos cambiaron todas las
preguntas”. Y ahora qué. El pánico. El único
consuelo de la frente en el suelo, buscando
que algo detenga tu vacío.
A veces, como decía, sólo a veces, las dudas
no están. Se quedan rezagadas. Son una
familia a la que le cuesta viajar a tu ritmo.
Hay dudas con artritis, de tan viejitas que
están, otras enclenques, y otras, unas dudotas
enormes que no te dejan respirar si se te
encaraman. Las mejores, las que más gracia
me hacen son esas duditas, que de tan finas
hacen cosquillas y se aparecen cuando uno
acaba de tomar una decisión importante. Son
como el roce de una pluma, como si al iniciar
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