«La fe de nuestro pueblo es una fe viva. Sale a la calle»

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jueves, 11 de abril de 2013
¿Qué puede aportar la Iglesia en Iberoamérica a la Iglesia universal?
«La fe de nuestro pueblo
es una fe viva. Sale a la calle»
El Papa Francisco viene de pisar el barro de la miseria, pero también del entusiasmo y de la alegría del pueblo hispano:
«La fe de nuestro pueblo es una fe viva, que sale a la calle a celebrarse», cuenta el padre Facundo, un cura villero que
trabaja en las periferias de Buenos Aires. Ahora, con un argentino como obispo de Roma, esa vitalidad y preocupación
por el que más sufre se expande con su magisterio a toda la Iglesia, e Iberoamérica se siente aún más acompañada.
«Hablaremos un idioma todavía más común», afirma monseñor Javier del Río, un obispo español en Bolivia
H
ay ocho mil personas en las
calles de la Villa 21, una de las
llamadas villas miseria –los
conglomerados de pobreza urbana
de la ciudad de Buenos Aires–. Están
alrededor de la parroquia de la Virgen
de Caacupé, porque celebran el día de
la Patrona. Hay argentinos entre la
multitud, pero también paraguayos,
peruanos y bolivianos, encabezados
por el padre Toto, párroco, y los padres Facundo, Charlie y Juan. «La fe de
nuestro pueblo es una fe viva, una fe
que sale a la calle a celebrarse, una fe
que peregrina unida», explica el padre
Facundo. El pueblo hispano camina, y
no sólo porque vaya hacia un santua-
rio o un lugar de fe –algo muy común,
por ejemplo, en Argentina: sólo hay
que recordar el millón de personas
que se congrega, cada año, en torno a
la Virgen de Luján–, sino por su propia
pobreza: «Recibimos inmigrantes de
países vecinos, que tratan de mejorar
sus vidas y la de su familia», añade.
En las fiestas grandes, el vecindario de la Villa 21 se vuelca con las
celebraciones. Los altares salen a la
calle, las procesiones duran horas. No
tienen miedo de exponerse ante los
45.000 pobladores del barrio, porque
festejar la fe extra muros es parte intrínseca de sus vidas. En numerosas
ocasiones, en días como éste, el carde-
nal Bergoglio acudía a las periferias a
acompañar a sus fieles. «Le encantaba
venir aquí, porque decía que encontraba mucha solidaridad, y una fe muy
fuerte», recuerda el padre Facundo. Y
es que en los barrios, además de que
miles de personas acompañan a la
Virgen en su día grande, no hay quien
se quede sin un plato en la mesa –donde comen 10, comen 12–, las mujeres
se ayudan para atender a los hijos, los
hombres construyen juntos las casas…; todo es común. Todo es de todos.
«Bergoglio solía venir a bautizar y
confirmar a los jóvenes y adultos varias veces al año, y también a reunirse
con los docentes de las escuelas. En
sus zapatos, está el barro de nuestras
calles», añade el padre Facundo. Kilómetros recorridos, sin duda, para
palpar el sentir de su pueblo. Y, también, el sentir de sus sacerdotes. Es de
sobra conocido que el Papa, en su etapa como arzobispo de Buenos Aires,
«acrecentó el número de curas dedicados a la pastoral de las villas miseria», afirma don Esteban Nevares, ex
Presidente de la Comisión Justicia y
Paz de la Conferencia Episcopal Argentina. De hecho, cuando llegó, eran
6 curas en las villas, y ahora son 24.
«Ha apostado por una pastoral seria
en los barrios más necesitados», añade Nevares.
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